Camarera en un club de variedades
Un chico joven al que le gusta travestirse vive un verano genial trabajando como camarera en un club de variedades y conociendo los placeres de ser mujer.
No sé cuando empezó mi tendencia hacia lo femenino. Lo recuerdo desde bien pequeña, cuando me dejaban sola en casa y no se me ocurría otra cosa que ponerme la ropa de mi madre o mi hermana y pasearme por casa. Me sentía genial.
Fui creciendo y fui obteniendo placer sexual de mis transformaciones a la vez que necesidad por verme cada vez mejor, siempre me parecía poco y quería mejorar y mejorar. Habían llegado mis años de la universidad, el vivir fuera y ganar libertad. Pero compartía piso, tenía poco dinero y me daba mucho miedo que me descubrieran. Al fin y al cabo yo era un chico normal, masculino, heterosexual, sin pluma ni nada sospechoso. Esto que sentía lo llevaba muy dentro.
Pude comprar algo de maquillaje y ropa y transformarme muy de vez en cuando y muy escondida. Tenía20 años, seguía estudiando y con poco dinero y como otros veranos quería aprovechar para buscarme un trabajillo y ganar algo de dinero, pero esta vez quería que fuera diferente. Había oído hablar de gente que en verano se iba a la costa, a las zonas turísticas a trabajar y pensé que podía ser bastante divertido, que podía resultarme rentable y que ganaría libertad para sacar un poco más a la mujer que llevaba dentro. No sabía bien cuanto.
Cuando llegué a la ciudad tenía ciertos temores pero a la vez ilusión, porque esperaba conocer gente, pasármelo bien y ganar dinero, pero escondido detrás de todo eso latía la sensación de que era una gran oportunidad para sacar a pasear a Sonia, este es mi nombre femenino. No muy alta, con un cuerpo delgado y poco musculado, con mi edad no era del todo un hombre. Para feminizarme más, nada más instalarme, decidí borrar todos los vellos de mi cuerpo de cuello para abajo e incluso aligerar mis pobladas cejas. No era un cuerpo femenino pero con mi delgadez y mi culo redondo y respingón se podía sacar una aceptable niñita.
Empecé a buscar ofertas y a hablar con alguna empresa hasta que encontré una fantástica sorpresa. Necesitaban chicos, chicas y travestidos de buena presencia para un club de variedades. ¡Dios! Esta podía ser una de mis excitantes fantasías. Podía soñarlo, ¿pero como iba a atreverme? Una cosa era vestirme en la intimidad esporádicamente y otra convertirlo en una obligación, caminando en tacones, en ropajes femeninos y aguantando los piropos y roces de los clientes un montón de horas al día. ¡Aaaah! Pero ¿quién dijo miedo? Si de pensarlo me ponía a 100, podía ser la mujer que soñé incluso hasta cansarme de serlo, y sacar beneficio económico. Estuve pensándolo mucho, y al final decidí que presentaría, aunque realmente pensaba que no me iban a coger.
Tenía que presentarme a la selección y escuchar lo que me dijeran y terminar de planteármelo. Y si estaban buscando travestis lo suyo sería presentarse como tal, no como chico que dice serlo. Sólo el hecho de tener que andar hasta el club ya era un reto, yo que sólo había salido vestida un par de veces por calles oscuras y solitarias, y que era consciente de que mi aspecto no era totalmente convincente.
Iba a usar mi peluca morena de pelo largo laceo, mi maquillaje barato, una braguita tipo culotte que me hacía sentir cómoda y sexy a la vez, mi sujetador negro con dos globos de agua de relleno para obtener un bote natural de los pechos, una camiseta con el escote abierto a los hombros y unas sandalias con un tacón bastante alto. No me convencía la única falda que tenía, quería tener una mini vaquera, así que me fui a comprarla y ya de paso algo de bisutería para adornarme, una pulsera y un collarcito. Se me ocurrió también comprar desodorante y perfume femenino, para que mi fragancia fuera con mi imagen. Y todo sin ninguna vergüenza me sentía, totalmente liberada.
Con mis nuevas cejas maquillarme bien fue mucho más fácil, pues no tenía que disimularlas como antes, y me sorprendía verme mucho más femenina y natural. Cargué mis cosas en mi bolso, me puse mis gafas de sol tratando de esconderme, suspiré y me fui para el club a la hora indicada intentando evitar las calles más concurridas. Cuando iba por la calle creía que andaba por el cielo. Me tragaba todos mis nervios y disfrutaba, me metía en mi papel, y si alguien me miraba debía ser por lo sexy y femenina que era.
Llegué al club mucho más serena de lo que esperaba y tuve mi casting. Había un señor que debía ser el encargado y una mujer que al parecer se encargaba de vestuario y actuaciones. Intenté aflautar mi voz y feminizar mis movimientos, pero no me terminaba de sentir cómoda. Les gustó mi físico, mi cuerpo delgado y depilado era fácilmente feminizable, les gustaron menos mis maneras, notaron que me faltaba experiencia y feminidad, en los movimientos, en la forma de hablar, pero me dijeron que eso se podía aprender, y que no era fácil encontrar chicas como yo y que estuviesen dispuestas a hacer este trabajo. – Te diremos algo en unos días.
La expectación me reconcomía mientras seguía buscando trabajo, cuando al día siguiente me llamaron. Me ofrecían el puesto, pero querían “entrenarme” un par de días, mostrarme mejor el trabajo y, sobre todo, ayudarme a mejorar mis movimientos. Me ofrecían trabajar como camarera, en barra o sirviendo mesas, actuar de azafata en su casino y esporádicamente a colaborar en alguna actuación en papeles sencillos. Acepté, lo tenía decidido, podía cumplir lo que había soñado tantas veces, tenía que quitarme mis miedos y disfrutar, y si no estaba bien siempre podía renunciar.
Ya me presenté de chico dispuesto a que hicieran conmigo lo que quisieran. Me recibió Elena, que era la encargada de vestuario, la que estaba en la entrevista. Ella preparaba los modelitos, se encargaba del maquillaje y otros arreglos, tenía responsabilidad en preparar las actuaciones y coreografías e iba a ser la que me enseñará algunos trucos para ser más mujer. Elena ya había hecho esto otras veces, era muy cercana y amable, me enseñó algunos trucos, me ayudó a practicar, me hizo pruebas de maquillaje y vestuario y he de reconocer que en un par de días sacó un gran partido de mí.
Debuté con un disfraz de sirvienta, cortito, escotado y ceñido, llevaba medias negras al muslo y liguero. Me pusieron un corsé bastante apretadito que estilizaba mi figura, esto ya se haría habitual. Al igual que mi falso escote, con una especie de sujetador se apretaban mis pectorales hacia el centro formando un canalillo muy sexy, poniendo relleno y con maquillaje quedaba con un aspecto realmente femenino y atractivo. Zapatos de tacón no demasiado alto, ya que no estaba acostumbrada a tantas horas, una peluca con un moño y perfectamente maquillada, con unas larguísimas pestañas y unos labios bien rojos. Ufff... increíble, cuando me vi terminada en el espejo no me lo creía, por mi cuenta nunca había obtenido un resultado tan espectacular, alucinaba, y más pensando que tenía que estar todo el día así entre la gente. Lo cierto es que no era fácil pensar que era un hombre, por eso no me pidieron que tratara de adaptar la voz porque querían que el público supiese lo que realmente era.
Ese primer día empecé muy nerviosa, muy torpe, pero a medida que pasó la noche me sentí más cómoda, a la vez que cansada, los tacones y el corsé me estaban pasando factura. Con el trato femenino que me daban constantemente me había metido en el papel, me sentía una más, y me daba miedo tener que volver a ser hombre al final de la noche. Realmente esto me gustaba, más de lo que creía.
Fueron pasando las noches, los clientes y los vestidos. Una noche de colegiala, otra de Marilyn Monroe, de enfermera, otras con vestidos sexys y coloridos. A veces las chicas y las travestis íbamos todas uniformadas y otra íbamos variadas. El disfraz más apasionante fue el de conejita, con un corpiño, medias de rejilla, y las orejas y la cola de conejo, he de reconocer que me costó salir a la vista de los demás, pero fue un éxito de crítica. Me sentía mujer de verdad, y mujer sexy y deseada.
El grupo humano era excelente, todos eran chicos y chicas jóvenes con bonitos cuerpos, y me trataban con total naturalidad, como un chico que tenía que vestirse por su trabajo. Aunque cuando estaba vestida si me trataban un poco como a una chica más. Era extraña y excitante aquella dualidad.
Tanto mis compañeros como compañeras no paraban de decirme lo sexy que era como mujer, e incluso un chico, Miguel, me dejaba caer de vez en cuando y medio en broma alguna propuesta, como si podía ser la mujer que le hacía falta o como que ese cuerpo era para darle disfrute. Yo a veces le seguía el rollo porque me divertía pero me cuidaba de no seguir mucho porque no quería meterme en una situación que no quería vivir. A mí no me habían llamado la atención los hombres antes, aunque alguna vez tuviera alguna fantasía, pero claro, estaba cambiando, me gustaba que intentasen ligar conmigo, me ponía, y si me abrazaban o tocaban aún más. Empezaba a pensar que estar con un chico podía ser muy placentero y empezaba a mirar sus cuerpos con un poco más de interés.
Pronto empecé a hacer planes con mis compañeros fuera del trabajo, sobre todo quedarnos de marcha una vez que cerrábamos el local. Yo cuando terminaba me ponía otra vez mi ropa, era lo que quería que pensaran de mí, que aquello sólo era mi trabajo. Pero luego empezaron a pedirme que saliera de mujer, yo me hice la dura, pero acepté porque lo estaba deseando, ahora confiaba mucho en mi físico y podía ser muy excitante enfrentarse al mundo en el que no sabían que era realmente.
Esa mañana fui a comprarme un vestido y unos zapatos. Elegí un vestido azul y negro bastante sexy, se ceñía en la cintura, tenía un poco de vuelo, era corto y con un escote en pico y hombros al aire. Los zapatos unas sandalias con un tacón considerable en color blanco. Lo metí en una bolsa y me fui a trabajar como cada día. Fue una jornada normal en la que me vistieron con una peluca morena rizada, una camiseta pegada y una falda con vuelo y de lunares, dándome un aire flamenco, y me pase la noche sirviendo copas. Al terminar aprovechando que estaba perfectamente maquillada, me puse mi ropa. La ropa interior era mía, tenía mi propio corsé y mi propia peluca, en unos minutos estaba lista. Mis compañeros me dedicaron algunos silbidos y piropos y después salimos de allí a cerrar los demás bares.
Fue una experiencia espectacular, un sueño. Era una chica más, así me trataban, toda mi identidad masculina no existía, hasta pasé al servicio con las chicas, aunque no nos vimos nada. Podía tocarlas como hacen entre ellas y no me decían nada, y yo me calentaba. Mi pene estaba siempre aprisionado por unas bragas especiales mucho más fuertes destintadas precisamente a eso y mi pene no se podía poner duro.
Los chicos me cogían por la cintura o por el cuello, se me acercaban para bailar, coqueteaban conmigo, y yo seguía el rollo, me encantaba, empezaba a desear tener esos cuerpos más próximos.
Incluso hubo un chico externo al grupo que se me acercó, me dijo que era muy guapa y que se había fijado en mí y nos dimos dos besos. Yo casi me muero de la vergüenza, empecé a seguirle el rollo, tenía curiosidad por verme en ese papel. Estaba bien el chico y se le veía buena gente y yo nerviosa porque no sabía si descubriría que no era una chica, tenía mucho cuidado con mi voz. Pero en esto Miguel se interpuso, interrumpió la conversación y se las apañó para sacarme de allí. Me empecé a dar cuenta de que Miguel era el que más se acercaba a mí y de una manera muy dulce. Y así siguió la noche, me cogía por la cintura me hablaba muy cerca, me colocaba el pelo (peluca), me invitó a una copa, me decía que para él era una mujer, y que estaba muy buena. Me decía que no tenía suerte con las chicas, y me preguntaba, le tuve que confesar que no tenía experiencias con chicos, que tenía miedo y que no estaba segura. Estaba viendo la situación que había vivido mil veces cuando intentaba ligar, pero esta vez estaba en el otro lado. Me sentía especial, halagada, deseada y bella. Y eso me hacía ir cediendo, entendía perfectamente lo que sentía una mujer cuando la cortejan, porque lo estaba sintiendo y esto sería una muy buena lección para cuando, otra vez de chico, intentase ligar con chicas.
Aquella noche me escapé viva, evité irme con Miguel, aunque en realidad lo estaba deseando. Cuando salimos del último bar nos fuimos para nuestros respectivos pisos. Cuando tuve que recuperar mi aspecto me entristecí bastante, pero dormí feliz y confundida sin saber si sería mejor ser mujer para siempre, y de si probar la polla de un hombre, y si ese nombre debía ser mi compañero Miguel.
Me levanté decidida y cuando llegué otra vez al trabajo vestido de chico y lo vi allí, la situación era rarísima, en este baile de papeles que vivía por primera vez me sentía incómodo siendo un chico. Aquella noche volví a salir de chica. Desde primera hora Miguel estaba practicando el cortejo y los demás ya nos miraban casi como una pareja. No le daba ningún corte que los demás supieran que estaba detrás de un travesti, que no dejaba de ser un hombre. Sandra, la chica con la que más amistad había hecho y la que más sabía de todo lo que sentía me daba aliento, me decía que seguro que lo iba a disfrutar, que me soltara, que tenía que probarlo para saber lo que se sentía y que Miguel era un chico cuidadoso, atento y además estaba bastante bueno. Me dijo que me portase como una zorra para ponerlo a tono y que me cogiera con más deseo, que disfrutara de las caricias y por supuesto de la penetración. Era surrealista, yo con la apariencia de una bella chica hablando con otra aún más bella que me daba consejos de cómo tirarme a un hombre, y todo tan natural.
Estaba anunciado, cada vez estaba más cerca y me tocaba más y yo cada vez más receptiva, devolvía las caricias. Me besó en la boca. Me quedé sin habla, se me pasaron mil cosas por la cabeza y me vinieron mis miedos. Me cogió por la cintura, me apretó hacia él y me empezó a dar un beso largo y profundo, empecé a volar y mis miedos se fueron. Tenía un hombre que me deseaba, era una mujer feliz. Después de unos cuantos morreos, nos fuimos del local sin dar explicaciones, derechos a mi piso. Era mejor allí, porque no tendría que volver a vestirme para volver.
Ya por la calle me cogió por la cintura, me daba besos y me contaba cuánto le ponían las “chicas” como yo, cuanto morbo le daban, pero desde que me vio me fijó como objetivo y tanto pensar en mí que casi parecía sentir amor. No estaba preparada para eso, pero me gustaba lo que me decía, sentirme valorada, tal y como le pasa a las mujeres y es que tenía asumido ese rol.
Una vez en mi piso le pedí que me dejara cambiarme y me puse las medias hasta el muslo y el liguero, quería conservarlo junto al corsé y el sujetador cuando me quitara la ropa para no dejar de ser femenina. Me besaba con pasión y me metía mano debajo de la falda tocándome suavemente los muslos y los glúteos. Me besaba por el cuello y por la oreja y yo me dejaba hacer y de vez en cuando manoseaba su paquete. Allí había algo grande y duro y me estremecía de pensarlo, era feliz. Nos quitamos la ropa y empecé a besar su musculoso torax. Me atraía mucho más de lo que podía pensar, estaba desatada.
Y por fin afloró su pene, erguido, hermoso y dispuesto. Lo toqué con suavidad, y él me sonreía y me besaba. Estaba completamente desnudo y yo con sujetador, corsé, medias y tanga. Empecé a besarlo en la boca y empecé a bajar hasta su pene, lo besé y finalmente me lo metí en la boca. No sabía como había llegado hasta allí pero tenía que disfrutar la situación y dejarme de paranoias. Lo fui lamiendo como me gusta a mí que me lo hicieran y creo que a él también a juzgar por su mirada y sus gemidos. Me sorprendía de mi soltura, ¡qué zorra era!
No le acabé en la boca, era un momento muy especial para mí y había que acabar de otra manera. Ya estaba sin bragas y ya había empezado a acariciar mi culito y a meter un dedo. Sacamos un lubricante sabor a cereza delicioso y mi consolador que era más bien pequeño y vibraba. Quería ponérmelo primero pues ya estaba adaptada a él y así aguantar mejor la envestida del pene de mi macho. Estaba muy excitada con el movimiento del consolador y las caricias y besos que me daba. Y por fin llegó el momento. Sacó el consolador, se puso el preservativo y el lubricante y se abrió paso entre mis nalgas. Fue un poco dura la entrada pero me relajé y empezó a hacer su trabajo. Me sentía totalmente realizada como mujer. Sandra llevaba razón, Miguel era cuidadoso y aquello me iba a gustar.
Con la postura del “perrito” se acabó corriendo pronto, yo tardé un poquito más gracias a las caricias en mi polla, las cuales también hacía bien Miguel. Mi explosión fue deliciosa, correrme con aquello en el culo fue brutal. Nos quedamos extasiados unos minutos. Yo tenía muchas contradicciones en la cabeza y no estuve muy cariñosa y él se fue pronto para casa. Quedamos en repetirlo y en vernos al día siguiente.
Y así transcurrió mi verano, con mis múltiples cambios de sexualidad, con Miguel como amante y disfrutando de la situación. Hasta que llegó el final y hubo que retomar la vida anterior. Fue difícil, pero tenía nuevos horizontes abiertos.