Cama para uno, amanecer para dos

Qué bonito puede ser despertarse junto a aquel a quien amas

El sueño se diluyó como una pompa de jabón que explota en el aire. Abrí los ojos pero todo permanecía casi tan oscuro como antes. Mi mente embotada intentó descifrar en qué lugar me encontraba. Y entonces recordé. Estaba en su cama y yo abrazado a él, a su espalda desnuda. Los dos al natural, tan solo con nuestros calzoncillos. Nuestras pieles se unían bajo el edredón, compartiendo el calor que disipaba el frío exterior de pleno enero. Oía su respiración acompasada y notaba su pecho moverse a través de mi brazo que le envolvía. Aún podía percibir el tenue aroma de la colonia que había utilizado  esa noche, que me había embriagado tan pronto como nos vimos. Era la misma que había utilizado en nuestra primera cita.

Yo había despertado pero él todavía dormía como un niño grandote. Su cuerpo robusto yacía lacio y relajado, entre los brazos de Morfeo y los míos. Me estiré un poco, con cuidado de no perturbar sus pensamientos oníricos. Mi pecho se pegó más a su espalda. Tenía unos hombros anchos y unos brazos poderosos, él era un gigante en comparación  conmigo. Pero era el gigante al que amaba y que tanto me excitaba. Su cuerpo, tan alejado de cánones, era lo que más añoraba poseer. Un principio de erección afloró bajo mi única prenda. Había probado tantas veces esa piel… Y aun así seguía siendo tan apasionante como el primer día. Con cuidado, con suavidad, seguí refrotando mi pecho, mis pezones, mi estómago y mi cintura contra él. Oh, qué glorioso era… Y él seguía tan a gusto.

De repente soltó un pequeño gruñido. ¿Le había despertado? No, pero no tardaría. Con una mano masajeé su tripa, sus glúteos y su espalda. Mi hombría estaba cada vez más crecida. Un instante más y estaría en su máxima extensión. No era sexo lo que buscaba, sino placer carnal, saborear una carne con otra carne. Luego un besito en el hombro y, después, otro. No tardó en removerse. Ya se había despertado.

-Buenos días, cari.

-Buenos días, mi peque-le susurré al oído-. ¿Qué tal has dormido?

-Bien, ¿y tú?

-Yo bien, siempre que estás a mi lado.

Se giró para ponerse boca arriba. La cama era muy estrecha, pensada para una sola persona, pero nosotros la compartíamos sin problema. Había espacio suficiente para los dos. Le besé en los labios al tiempo que me volvía a arrimar todo lo posible a él.

-Te has levantado de buen humor-dijo.

Sonreí. No sé si podía verme la cara-. La habitación estaba en la más absoluta oscuridad. A través de las rendijas de la persiana se filtraban algunos rayos de la mañana nublada de afuera, insuficientes para disipar las tinieblas. Así que volví a besarle, siempre mi cuerpo pegado al suyo, como si una fuerza invisible nos impidiese separarnos. Notó mi erección y metió la mano por la ropa para agarrarme.

-Cómo se nota que te gusto.

-Me encantas-dije.

Nos volvimos a besar. Yo también infiltré la mano por su ropa interior. La suya estaba flácida, pero respondió al tacto y enseguida empezó su lento crecimiento. No teníamos ganas de hacer el amor. La noche de fiesta había sido frenética y nos daba pereza. Pero también nos lo daba salir de la cama Con lo bien que se estaba al calorcito del edredón y de nuestros cuerpos…

Un  rato después nos quitamos las prendas y me puse encimade él. Tenía un novio muy cómodo. Nuestros miembros se rozaban mientras nuestros labios y nuestras lenguas se peleaban por tomar la iniciativa. Cuando quedó claro que no podía ganar deslicé mi boca por su mejilla. Y luego le mordisqueé el lóbulo de la oreja; gentil, sin hacer daño. Le encantaba y soltaba ligeros gemidos cada vez que se lo hacía. Era un exquisito trocito de carne que adoraba masticar cada vez que tenía ocasión. Trabajaba por dos flancos, ya que mientras le masajeaba los pezones que se habían puesto duros como piedras. Al mismo tiempo, él me acariciaba la espalda. Desde la nuca, bajaba por toda la columna vertebral provocándome cosquilleos de placer, y luego pasaba a los glúteos, que me aferraba como un águila a su presa.

Ignoro cuánto tiempo estuvimos así. Besos y caricias y mordisqueos y masajes. Fue tanto tiempo y tanto el placer que pasamos… Como siempre que estábamos juntos. Le amaba y adoraba explorar mi cuerpo y el suyo. Todavía lo hago. Otra necesidad fisiológica, el hambre concretamente, reclamó su parte de atención.

-¿Quieres levantarte a desayunar?-me preguntó.

-Vale.

Nos besamos una vez más. Con pasión. Y luego perdimos la noción de lo que íbamos a hacer. Me perdía en su belleza y él en la mía. Me distraía por el inabarcable amor que me unía a él. Y él se olvidaba de la existencia del mundo cuando yo estaba entre sus brazos. No fue hasta un largo rato después que por fin nos levantamos y fuimos a la cocina. Nos preparamos sendos tazones y nos sentamos, el uno frente al otro, a devorar unas pocas galletas y unos cereales remojados en leche con cacao. En un momento dado él me miró, con un brillo de júbilo en sus ojos. Yo le devolví la mirada y sonreí.

Y pensé en lo dichoso que era por haberme enamorado de un hombre tan fantástico.