Caluroso Verano
Luisa gimió y gimió y como en el cuento de caperucita, ¡el lobo, hoy, sí que se la comería!
2
Al siguiente día me fui a casa de mi vecina y me la traje a mi piso con la excusa de jugar a videojuegos, pero su madre tenía idea de ir a comprar bikinis para ella y para su hija, así que ante la expectativa de ver a aquellas dos mujeres en bikini y actuar de jurado no me lo pensé dos veces y decidí acompañarlas.
¡Mereció la pena! Pasamos a los probadores esperé en el pasillo a que la madre se probara un bikini y cuando abrió las cortinas debí quedarme con la boca abierta ante la visión de su precioso cuerpo con un bikini color naranja con flores blancas estampadas en la tela que se había puesto.
¡Esos muslos, esas hermosas tetas! Tuve que concentrarme para no empalmarme allí delante de ella.
—¿Qué tal me sienta Ismael? —me preguntó inocentemente.
—¡Yo creo que muy bien! —exclamé anonadado.
—¿Si verdad? —dijo ella mirándose la parte de abajo mientras se estiraba las costuras.
—¡Eres muy guapa! —añadí balbuceando en un inocente ataque de sinceridad.
Elisa soltó una carcajada y a modo de premio se acercó y me besó en las mejillas. ¡De buena gana se lo hubiese dado yo con lengua! Lo bueno de ir a comprar un bikini es que la mujer nunca se prueba el primero y se lo compra, se prueba todos los que puede, así que ese día la vi con múltiples modelos y aprecié con gusto su sabroso y prominente culo y tetas. Es cierto que tenía algo de tripa pero no desentonaba para nada con el resto del conjunto.
—¡Oh gracias, Ismael!
Luego llegó el turno de Luisa y como no, su madre también solicitó mi opinión como “jurado”, así que las ayudé a elegir encantado.
El cuerpo de Luisa era mucho más menudo que el de la madre, pero Luisa era pura juventud, todo hay que decirlo y me parecía simplemente preciosa. Con un toque de ingenuidad y una sonrisa que son difícilmente olvidables.
De vuelta en su piso me invitó a tomar unos tomamos unos aperitivos, como ya era costumbre. Yo la ayudé a prepararlos mientras su hija veía la tele.
Mientras estaba en la cocina a solas con ella, soñaba despierto, me imaginaba poniéndome detrás de ella, cogiéndole la falda y bajándole las bragas para metérsela desde atrás y follarla allí mismo.
Elisa olía tan bien mientras estaba a su lado que casi podía sentirla en la lengua, con su perfume embriagador. Me imaginaba cómo sería lamerle el coño, como ya había hecho con su hija y que esta me regalase sus gemidos de amor.
—Me ha gustado que me acompañes a compras los bikinis —afirmó ella mientras cortaba un poco de pan.
—¿Y eso por qué, si no he hecho nada?
—Cómo que no me has dicho que estaba muy guapa en bikini y eso anima a una mujer de mi edad.
—¡Bueno, la verdad es que se me escapó! Me daba vergüenza decírtelo —confesé.
—¡Eres un sol! —afirmó dándome otro par de besos.
—¿Cuántos años tienes? —pregunté yo inocentemente.
—¡Uy muchos! —contestó eludiendo la pregunta hábilmente.
—No será para tanto mujer, yo te veo muy guapa en bikini —reiteré.
—¡Uy gracias de nuevo, es que eres un solazo de los grandes!
Estando ya en el salón ella se sentó a mi derecha en un sillón orejero, mientras que su hija y yo estábamos frente de la tele. De forma que cuando se acercaba a coger algo se echaba hacia delante y le veía el sujetador. También le miraba sus muslos pues los tenía un poco abiertos y sus carnes asomaban graciosas, ¡incitándome a hincarles el diente!
Mientras tanto mi madre me llamó para decirme que no iba a ir a comer, así que nuestra vecina se ofreció para que comiese con ellas. ¡Estaba encantado de estar a solas con madre e hija, mientras mi imaginación volaba viendo sus cuerpos a mi lado! Y deseaba tener una oportunidad con la madre, ¡más que nada en el mundo!
Luego se fue a echar la siesta, yo le dije si Luisa se podía venir conmigo a jugar a la consola, ¡y no le importó! Así que nosotros no echaríamos siesta, ¡eso seguro!
Cuando entré en casa sentí la misma excitación de la noche anterior. La llevé a mi cuarto y sin más demora la desnudé, le quité todo camiseta, sujetador, pantalones y braguitas y desnuda la contemplé con los ojos del lobo del cuento.
Entonces me desnudé yo y mostré mi palo erecto a Luisa, quien, un tanto asustada al verme desnudo, empezó a ponerse nerviosa.
La senté en la cama y comencé a acariciar su espalda mientras le echaba el brazo por los hombros. Luego la besé repetidas veces en las mejillas y finalmente en los labios. Aproveché entonces apara acariciar sus pechos desnudos y poco a poco Luisa se fue calmando.
La tumbé en mi cama y comencé a darle besitos por el cuello y los pechos, y así fui bajando, pasando por su vientre plano, su ombligo hasta llegar a sus ingles, donde le hice cosquillas con mi lengua juguetona antes de comenzar a comerle de nuevo su rajita.
Luisa gimió y gimió y como en el cuento de caperucita, ¡el lobo, hoy, sí que se la comería!
Por fin me planteé el metérsela, me coloqué encima suyo y me eché en la postura del misionero intentando penetrarla, pero no hubo manera. ¡No encontraba el hueco! Creía estar cerca perno no lo lograba, sin duda estaba pagando mi falta de experiencia, así que me tranquilicé, me coloqué entre sus muslos, se los levanté y busqué mi espacio.
Apunté mi polla a su raja y presioné un poco, entonces Luisa dio un pequeño grito y me asusté, retirándome en ese instante. ¡No sabía qué hacer, pero estaba tan excitado que tampoco quería esperar! Le acaricié un poco su sexo con los dedos, hasta que la chica ronroneó de nuevo como una gatita en celo y ahora volví a intentarlo consiguiendo meterla un poco más y esperé con ella dentro. Luisa se quejó pero esta vez aguantó.
Entonces comencé a moverme despacio, sin meterla mucho, Luisa empezó a disfrutar, así que seguí y seguí y casi sin darme llegué al orgasmo, la saqué justo a tiempo y me corrí en su barriga. ¡Mierda! —pensé—, ¡qué poco he aguantado! —añadí—. Así que no tuve más remedio que coger mi camiseta y limpiar a la pobre Luisa que seguía ronroneando como una gatita en celo.
Me tumbé a su lado y le acaricié la cara y el pelo. Ella parecía estar contenta hasta se permitió jugar con mi pene que ahora estaba algo flácido. Me quedé dormido y al despertar miré el reloj sobresaltado, pensando que mi madre podía volver en cualquier momento, pero sólo había pasado media hora.
Luisa dormía, así que contemplé su cuerpo desnudo, tan blanco y suave y comencé a acariciarle de nuevo su coño, seguía húmedo y resbalaba bien. ¡Se había manchado con algo de sangre y lo peor es que había manchado mis sábanas! No importa luego las cambiaría. Me eché de nuevo sobre ella y le volvía a meter mi polla, esta vez casi no encontré resistencia. Volví a follarla despacio, aunque esta vez sin tanto miedo como antes y Luisa despertó cuando yo ya me movía encima suyo, pero no pareció disgustarle la sorpresa.
Encarados en la postora del misionero, con ella apenas a unos palmos de mi cara, contemplé como gesticulaba ante mis acometidas, como el placer se reflejaba en su rostro, un dulce placer, el que le nos proporcionábamos mutuamente mientras nuestros cuerpos conectaban.
Ella me acariciaba los brazos, mientras yo los tenía en tensión, para sujetar mi cuerpo sobre ésta, y mientras, culada tras culada, me acercaba al inevitable final.
Esta vez aguanté un poco más, me corrí mientras la sacaba rápidamente de su raja para no echarle nada dentro y de nuevo sus pelillos recibieron mi descarga de semental en celo. Cuando terminé la escurrí y tuve la tentación de volver a entrar, y no pude resistirme, su coñito estaba tan caliente y húmedo que era una delicia volver a meterla allí dentro.
Luego salí de nuevo de ella y volvía a echarme a su lado para descansar. Minutos más tarde la llevé al baño y nos duchamos juntos, mientras nos limpiábamos mutuamente nuestros cuerpos sudorosos, manchados por los jugos del sexo.
Luego la vestí, quité las sábanas manchadas de rojo y las metí en la lavadora y las tendí cuando esta acabó. Mi madre me preguntaría más tarde porqué lo había hecho, yo le dije que algo me sentó mal y vomité sobre ellas en la siesta. Aparentemente la trola coló y no hizo más preguntas al respecto.
Caluroso Verano tiene algo especial, como cada una de mis obras, tal vez sea su inocencia, tal vez la calentura de su historia. Como autor a veces te preguntas por qué algunas obras gustan más que otras. Parecerá raro, pero no es sencillo saberlo, pues nadie antes de publicar puede asegurar si una obra tendrá éxito o no… sólo el público juzga y por suerte para mi esta obra gusta, ¡y gusta mucho!