Calor, tabaco y sexo
La ciudad fue testigo en su despertar.
Eran más de las cinco de la mañana cuando me desperté empapado en sudor, me sentía descansado, como si ya hubiera dormido suficiente. Fui a la cocina por agua fresca y al pasar por el salón y ver la terraza abierta no puede evitar salir, desnudo tal como estaba, a que la brisa de la noche aplacara aquel sopor que sentía.
Siempre me habían gustado mucho las vista de aquel piso, el de mi amigo, el paisaje nocturno de Madrid era impresionante, aquella ciudad que me había acogido y que ya sentía como la mía. Aquella ciudad que pese a que nunca parecía dormir ahora comenzaba a despertar con algo de claridad más allá de la avenida de Castilla.
Encendí un cigarrillo del paquete que por la noche había dejado sobre la mesa del merendero y tragué profundamente, el humo recorrió mi interior produciéndome aquella extraña sensación de calor y placer que solo da la primera calada de la mañana. Con la segunda calada su mano en mi cintura me produjo un pequeño sobresalto, y su susurro en mi oído un gran escalofrío.
-Sigues durmiendo igual de poco ¿No?
-Y tú sigues despertándote como cuando tenías quince años ¿No?
Estaba pegado a mi espalda, abrazándome desde detrás y podía notar entre mis nalgas desnudas su pene tan duro como lo había dejado la noche anterior cuando me quedé dormido.
-Creo que estoy así desde anoche.
-¿No tuviste suficiente?
-Yo nunca tengo suficiente.
Eché mi mano a mi espalda hasta alcanzar aquella verga sin darme la vuelta y me la alojé en la entrada de mi culo aún algo dolorido de la noche anterior. El sol ya despuntaba bañando aquel laberinto de carreteras y calles de mil tonos grises y azulados. Cerré los ojos mientras su polla entraba en mí y en la oscuridad el olor de nuestros sudores se hizo más intenso fusionándose en un solo olor a hombre y mezclándose con el sonido de desperezos de la ciudad.
Me dejé caer en la barandilla inclinándome hacia delante y él me atrapó fuertemente la cintura, di otra calada al cigarrillo mientras salía un poco de mí justo antes de empujar fuerte hasta el fondo, aquello me hizo contener el humo en mis pulmones unos segundos hasta soltarlo cuando me sentí lleno del todo.
El baile continuó acelerándose rápidamente, estaba muy cachondo, tenía prisa y yo estaba totalmente sumido, de cuando en cuando daba una ligera calada escupiéndole el humo a aquella ciudad que miraba como me estaban follando en un balcón.
Empezaba ya a escocerme el interior por la velocidad con que me estaba penetrando cuando la sacó y la metió entre mis piernas, rozándose por mis bajos como una perra en celo. Yo cerré las piernas para aprisionársela y comencé a ver como su prepucio aparecía y desaparecía por debajo de mis huevos hasta que, tras un par de embestidas más, un poco de semen manchó el cristal que hacía de pared de la barandilla del balcón y noté como su cuerpo se desplomaba sobre mí.
Di la última calada. Le tiré la colilla a Madrid. Y me giré echándole el humo a la cara con el falso desprecio del que parece haber sido violado.