Calor Humano
La soledad pude ser una de las sensaciones mas terribles que una persona puede experimentar, en esos momentos unicamente se nescesita un poco de calor humano, no importando de quien provenga.
CALOR HUMANO
Recordé la ultima vez que estuvimos juntos. Estaba sentado sobre una silla de respaldo alto y me abrazaba fuertemente mientras yo me movía sobre él. Su cabeza se ocultaba en mi pecho y notaba como el aire caliente brotaba de su respiración entrecortada. De repente, cuando se acercaba mi momento de máximo placer, dejé de aferrarme al respaldo de la silla y, soltando un gemido, hundí mis dedos en sus nalgas para que la penetración fuera aún más profunda...
Llegados a ese punto me obligué e mi misma a ya no seguir recordando. Ya no tenía sentido. Cerré los ojos y dirigí el chorro de agua caliente hacía mi frente, como si con ello pudiera desprenderme de mis pensamientos. Para quitarme el jabón, deje que el agua recorriera mi cuerpo y que mis manos acariciaran mi piel casi como si fueran las manos de un amante. Cuando salí de la ducha me sequé con una toalla suave y me vestí con lo primero que tuve a mano: una vieja camisa verde, mi preferida.
Era un anochecer lluvioso de los primeros días de primavera y estaba sola en casa, mis padres habían salido de viaje, volverían asta dentro de tres días. Me sentía demasiado sola. Hacía algunos meses que había deseado una relación larga con una persona muy especial para mi, lo conocí en la secundaria, todo parecía salir bien pero al entrar a la preparatoria la magia se acabo, y a pesar de que havia pasado el tiempo suficiente para curar viejas heridas, a veces volvía a sentirme hundida, sobretodo cuando se acercaba la noche y ya no tenia ninguna excusa que pudiera servirme para no pensar. Y ese anochecer, además, llovía: las nubes grises, casi negras y el monótono repiquetear de las gotas de agua sobre las calles mojadas influyeron mas de lo que me atrevía a reconocer sobre mi estado de ánimo. Me serví un jugo y salí a la pequeña terraza, sin importarme que las salpicaduras de lluvia sobre la barandilla salpicaran mi rostro, Permanecí con los ojos entrecerrados disfrutando de ese peculiar olor a tierra mojada. No sé cuanto tiempo continué así pero cuando oí el timbre de la puerta el cielo ya estaba negro.
No esperaba a nadie. Me dirigí hacía la puerta preguntándome quien podría llamar con tanta insistencia. En ese momento ni siquiera recordé que solo iba vestida con una camisa. Al mirar a través de la rejilla heptagonal me invadió una curiosa mezcla de emociones. Era mi mejor amiga Zahorí. Abrí la puerta y la deje pasar. Cuando me vio me reprendió cariñosamente por mi dejadez: estaba despeinada, con la vieja camisa mojada por la lluvia y, según decía, me veía algo delgada. Me deshizo el moño y me sacudió el cabello, entre sonrisas. Pero cuando leyó en mis ojos y vio mis lagrimas a pesar de la poca luz me estrecho entre sus brazos. Lloré como una niña cuando ya hace horas que ha caído pero que revive nuevamente ese momento al encontrarse con sus padres. Zahorí espero pacientemente a que me calmara, acariciando mi cabello. No me hizo preguntas. Y no hacia falta que le contara lo que me pasaba, ella ya lo sabía.
Cuando nos separamos, me cogió delicadamente por la cabeza y secó mis lágrimas con las yemas de sus pulgares. Aona, tienes dieciséis años, ningún chico se merece que llores así por él- me dijo en apenas un susurro. Sus ojos se habían empañado súbitamente. "Ni ninguna chica"- añadí yo entre sollozos, recordando ahora cuantas veces Zahorí había acudido a mi después de haber cortado con la que pensaba que era la chica de su vida.
Ella sonrió con tristeza y, lentamente, acercó sus labios a los míos. Cuando apenas los rozaba se alejó un poco, lo justo para mirarme fijamente a los ojos. Al ver en ellos, sin lugar a dudas, que no la rechazaba volvió a acercarse. Sus suaves labios por fin se posaron sobre los míos. Fue un beso suave e intenso, meros roces que despertaron en mí todo aquel deseo largamente dormido. Nos abrasamos y seguimos besándonos, sin prisas, con ternura, al tiempo que nos acariciábamos a través de la ropa, intuyendo cada trozo se piel, cada curva. Mis manos se deslizaron por la redondez de sus pechos y me sentí extraña, pero muy excitada. Nunca antes había estado con una chica; Zahorí sólo había estado con chicas, era tan solo un año mayor que yo.
Ella pareció darse cuenta de lo que estaba sintiendo y volvió a sonreír, esta vez con algo de malicia. Sus ojos negros brillaban, juguetones, con la tenue luz que entraba por las ventanas. Me desabrocho lentamente los primeros botones de la camisa para descubrirme el cuello. Un escalofrió me recorrió cuando sus dientes rozaron mi hombro. Sus dedos exploraron mi piel desnuda bajo la camisa hasta llegar a la altura de los senos, donde se entretuvieron jugando con los pezones. Después apretó mis pechos con sus manos y note como su lengua entraba, ardiente, en mi boca. Respondí a su beso y la acerqué mas a mí mientras mis manos recorrían el contorno de su espalda y acariciaban sus nalgas y su sexo, sobre las ropas. Ella separo su rostro de el mío durante unos instantes, cerró los ojos y, con la boca entreabierta, dejó escapar un gemido.
Ya no me sentía extraña y mi excitación crecía por momentos. La tome de la mano y la llevé hacía el mullido sofá, donde me acabé de quitar la camisa. Zahorí estaba sobre mi cuerpo, todavía vestida, tocándome el rostro con las manos y recorriendo mi piel con sus labios, deslizándolos cada vez mas hacía abajo. Todo mi ser se estremeció cuando me besó las caderas. Nuestras respiraciones se aceleraron. Al llegar con sus labios al monte de venus, me separó ligeramente las piernas acariciándome los muslos. Sabía lo que iba a hacer y lo esperaba con impaciencia. Por fin sus manos me sujetaron firmemente por las caderas al tiempo que comenzó a besar y lamer mi sexo. Labios y lengua me inundaron de placer, haciéndome olvidar todo lo que nos rodeaba. Al cabo de unos instantes comenzó a juguetear con dos de sus dedos en la abertura de mi vagina hasta que acabo por penetrarme con ellos, despacio pero hasta el fondo. A continuación desplazo una y otra vez dentro y fuera de mi sin dejar en ningún momento de besarme el clítoris.
Cerré los ojos y me dejé llevar por esas sensaciones que me alejaban, cada vez mas, de mi propia conciencia, sin importarme siquiera los audibles jadeos, casi gritos de placer, que salían de mi boca. Después de el éxtasis, largo e intenso, me ocupé de que ella también sintiera ese placer. Me acerqué más a su cuerpo para poder desnudarla. Tenia los labios brillantes y sonrientes y se los besé, notando en ellos mi propio olor. Me deshice de su ropa y exploré su cuerpo con mis labios y con mis dedos, tal como ella había hecho con migo
Mas tarde ambas yacíamos acurrucadas en el sofá, la una al lado de la otra. Durante un buen rato no dijimos nada, sólo nos dedicamos a darnos algún beso breve en los labios y a sonreír , casi con timidez a pesar de todo lo que había pasado.
Y ahora que ya ha pasado algún tiempo sigo teniendo esa magnifica amistas con Zahorí. No hemos vuelto a hablar de lo nuestro ni se lo hemos comentado a nadie: es nuestro secreto.
Y yo no voy a tener una crisis de identidad ni nada parecido. De hecho, me siguen gustando los chicos. Pero he aprendido algo: a veces las personas pasamos por momentos en los que nos sentimos tan solas y vulnerables que necesitamos desesperadamente el contacto con alguien que nos ayude a darnos cuenta que aun estamos vivos. Y en esos momentos, lo único que importa es el calor humano, ya sea que venga de un hombre o de una mujer.
AONA