Callejero con suerte
Coincidiendo necesidades de la mujer y del vagabundo, llegan a hacerse amantes.
Aquel perro siempre estaba cerca de nuestra puerta de servicio, en donde dejábamos basuras y trastos. Lo había visto varias veces y me parecía un poco famélico y hambriento. No le daba importancia y lo dejaba husmear y rebuscar por entre nuestros desperdicios, siempre que no extendiera porquería y tuviera que recogerla yo, así al menos se alimentaba de nuestras sobras.
Un día que llevé yo misma las bolsas del día a nuestra basura, observé con extrañeza que estaban esparcidos restos, no era normal y me acerqué a ver. El rastro lo componían exclusivamente tres de mis finas compresas que me pongo en mis braguitas y reconocí una de ellas por haberla dejado yo llena de mis fluidos al haberme acariciado el día anterior, como era habitual en mi, al estar mi marido de viaje. Me quedé sorprendida por lo aparatoso de la prueba pero no había duda de que alguien hacía algo con mis salva braguitas. Me quedé pensando qué podía estar pasando cuando apareció aquel sarnoso perro, que no me vió y ponerse a lamer la más húmeda de mis prendas íntimas. El delgado perro y con el corto pelo mugriento, empezó a chasquear la lengua y sorber todo lo que en el textil de mi "alita" pudiera extraer y así y a los pocos minutos, una considerable punta de su polla le apareció, roja y brillante lo que me dejó aturdida pues estaba en un día francamente malo, por mis deseos de ser copulada por macho y tenerlo tan lejos y por tantos días.
Yo estoy en casa solo con camisola larga, sin ropa interior pues me aprieta y me molesta si no voy a salir, por lo que mi chochito empezó a humedecerse al ver aquel sexo, aunque animal, ante mi, exhibiéndose poderoso. Me moví y el perro giró la cabeza y del susto que se dio gruñó pero con la lengua enganchada a mi compresa. Se quedó quieto esperando si yo lo reñía pero no hice nada, solo tenía mi mano en mi bajo vientre, por debajo de mi camisola y me acariciaba mi afeitada vulva. A mis 29 años tenía necesidades que las soluciones eran varias, desde la vulgar masturbación hasta el adulterio, pero ninguna, por diferentes razones, me compensaba. Aquello era nuevo para mi, tanto la sensación de ver a un animal en estado de cachondeo sexual como asociar una remota posibilidad de encuentro entre un animal humano y uno canino. Pero la cabeza va por un lado y los sentidos van por otro, de forma que ante mi pasividad el vagabundo se acercó a mi, atraído sin duda por los efluvios que salían de mi removida cueva y al llegar delante de mi camisola medio levantada, supongo asoció aromas a su sabrosa compresa y metió su cabeza. No me moví tampoco esperando ver qué hacía aquel atrevido y flacucho chucho y al momento noté que su larga y entrenada lengua en lamer mis absorbentes textiles, me lamían mis labios sexuales entreabiertos por mis dedos. A las cuatro o cinco lamidas sentí una descarga como eléctrica de la potencia que me invadió, que me flexioné las rodillas y caí al suelo pues nunca me habían lamido en aquella parte, pues mi marido era muy carca y veinte años mayor que yo. Supongo que me provocó el orgasmo que no pude conseguir la noche anterior y aquello me dejó sin control, tan solo y al caer de lado, dejé que el perrito, ya pensé cariñosamente en el, me continuara lamiendo ya con entusiasmo, de forma que mi chocho era invadido por su lengua hasta muy adentro, por lo larga y dura que la tenía. Ya aquello fue un torrente de goces míos y un torrente de fluidos que eché sobre el morro del can, el cual solo oía que seguía chasqueando su lengua y esperando recibir más de lo mismo.
No se si me desmayé pero tardé mucho en recuperar la consciencia de la situación hasta que mi lamedor llegó a mi cara y me empezó a lamer. En el momento en que su lengua la tenía en mi boca me di cuenta de lo que estaba pasando: me estaba dominando un macho, animal, que me estaba haciendo lo que quería y yo sin oponerme pues al notar su baboso apéndice removiendo mi lengua y jugando con ella, me di cuenta de que estaba siendo inducida, por el simple y natural instinto, a ser su hembra y que debía de ser la forma en que el realizaba el juego sexual con las hembras de su género animal, lo que me provocó aún mas, mi deseo de que me aceptara como suya y no me dejara a medio, como mi marido muchas veces lo había hecho y acabara en un encuentro mejor de los que hasta aquel momento conocía. Al relatar hechos acontecidos puedo precisar que yo no conocía más placer sexual que el de mi marido al casarme virgen y no haber conocido otro sexo que con el.
Por eso cuando aquel pulgoso perro me estaba morreando, me dejé a su iniciativa pues yo no tenía ninguna y todo me parecía bien si tenemos en cuenta que mis flujos no cesaban de manar. En una alocada y febril acción de mi amante, mi cuerpo estaba siendo lamido de arriba abajo, salvo el trozo de camisola enrollado en mi cintura y el se estaba dando el banquete de su vida no dejando un centímetro sin lamer. Lo ya definitivo para que me abandonara a su voluntad fue cuando acercó su morro y sus dientes a mis pezones que eran, como mis amigas y mi marido decían, algo fuera de lo normal. Los tenía sobresalidos , anchos y rosados, con unos pezones de cómo dos centímetros salidos y una aureola enorme y saliente que hacían que parecieran guirnaldas de peto. Al lamerlos el perro los enroscó con su lengua y me los endureció hasta el máximo al tiempo que comenzó a mordisquearlos con sus dientes, lo que me provocó otro orgasmo escandaloso.
Estaba sudando la gota gorda y me saqué la camisola por la cabeza. Desnuda ante aquel perro callejero no sabía que iba a ser de mi, si comida o follada por el. Lo segundo me pareció lo mejor y me dispuse a ayudarlo a conseguirlo, no creí engañar a mi marido con un animal vagabundo, sin clase ni pedigree, sin dueños a quien reportar y por tanto anónimo y sin testigos. Lo que me estaba pasando era fenomenal pues tenía la discreción de mi amante y como no, la posible continuidad de aquellos gratificantes juegos amorosos aunque faltaba lo mas importante: que aquel macho me hiciera suya.
Tras el constante lamer de mi "enamorado" y movernos sin parar, acabé debajo de su vientre mientras el me estaba lamiendo mi chorreante coño, por lo que alargué mi mano y le cogí su polla. Esta era húmeda, dura, venosa y grande a medida que se la movía y me la acercaba a mi boca. No lo había hecho nunca pero aquella era una ocasión única: quería chupársela. Qué era tener una polla de las que te entran en tu vagina, en la boca y lamerla y beberse los líquidos que emanan. Uhau! Qué sensación al ponerla rodeada por mis labios, me sentí contenta de que el se hubiera fijado en mi, me comiera toda y me deseara, yo le estaba devolviendo su "amor" mamándole su tremenda polla y suponiendo que eyaculara como todo macho, tomarme su corrida como había soñado hacer algún día ya que en mi matrimonio no podía conseguirlo. Pero al rato descubrí que su corrida no era como la de mi marido: un río de leche blanca y espesa me llenó la boca y me la tragué para dejar entrar otra oleada y otra y otra, así hasta unas diez veces que su punta chorreó aquel jugo que parecía inagotable. Al acabar, tras mucho rato de chorros increíbles en mi boca, saboreé delicioso aquel líquido salido de los testículos de un animal, me noté llena, mi estómago estaba lleno de semen de perro y este me estaba lamiendo mi esfínter por lo que mi culo se estaba ablandando y sin control en mi y no se como evacué algo de mis heces mañaneras al no haber ido todavía. Todo era nuevo para mi y me di cuenta de que me estaba volviendo una descontrolada, pero bajo la influencia de mis propios instintos sexuales, que eran muchos por lo visto.
Sin pensarlo y por puro instinto me di la vuelta y me puse de rodillas. El, sin pensarlo y por puro instinto también, se puso encima de mi. Nada impedía que me penetrara, ni su tamaño, doberman supe luego, ni mis medidas en aquella posición, suponían inconveniente por lo que tras un ajuste de niveles y recuperar su tamaño, cosa que encontré fantástica por los pocos minutos que habían pasado, su polla me entró hasta su funda. Se quedó un instante quieto y luego empezó a bombearme notando como su miembro era cada vez mas grande, largo y ancho, por lo que mi pequeño chochito, acostumbrado a la pequeñez de mi marido, se encontró en la gloria, aunque dolido, mientras me la entraba cada vez más hondo. Al fin llegó al fondo, notando como tocaba mis paredes uterinas y allí se hizo dueño de la situación. Yo estaba loca de contento por tener por fin, una buena sesión de sexo sin alterar las costumbre establecidas y a la vez con un macho que creí imposible de encontrar entre los humanos. Me estaba follando sin parar, cada vez era más gorda y yo cada vez más orgásmica hasta casi perder el sentido.
Cuando recuperé la consciencia el estaba quieto y yo tenía levantado mi culo como atado por mi vagina a su tremenda polla y estaba quieto. Debía saber que si se movía me dolería y esperaba acabar de chorrearse en mi vientre otra igual de copiosa eyaculación de su esperma como la que me había dado al mamársela. Me volví a sentir llena, esta vez en mi vientre que al moverme producía sonidos de un líquido, como bolsa de agua, que me hicieron pensar que acabaría siendo la perra de aquel vagabundo callejero e incluso me preñaría, por la flagrante imposibilidad de mi marido y así ser su auténtica perra y darle los cachorrillos que toda hembra desea para complacer a su macho.
Desde aquel día el callejero dejó de serlo para entrar a mi casa, bañarse con su hembra, jugar en el jardín de ambos y follarme a todas horas, con lo que si que se convirtió en mi compañero, amante y casi "esposo" pues mi marido cada vez me tenía más abandonada a lo que yo, por el contrario, cada vez estaba más feliz, más me sentía hembra y mis orgasmos, que a diario mi perro me hacía alcanzar, más me convirtieron en su perra, durmiendo juntos, comiendo juntos y, claro está, follando juntos, ah! y si una idea del nivel de felicidad que alcanzaba con mi macho, sepáis que me follaba unas diez veces diarias