Cálida como las Nieves (2) A oscuras
La primera noche de Carla con Nieves, en un hotel de Francia. Carla, al fin, vive una experiencia mejor que la que había soñado mil veces.
[ Como afirma la protagonista, la experiencia resulta muy distinta a las escenas lésbicas que se encuentran normalmente en internet .
Es la continuación del relato “Cálida como las Nieves” ]
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Nieves se movía lentamente encima mía mientras el beso parecía eterno. Su cuerpo iba cambiando lentamente de posición hasta que noté su muslo sobre mi vulva, me retorcí, me refregué y entonces, Súbitamente y sin avisar, se me disparó un orgasmo.
El primero que tenía con una mujer, el que menos excitación física directa había necesitado de toda mi vida.
Grite. Nieves dejó mi boca y sus brazos me rodearon, su cuerpo se apretaba contra el mío siguiendo los espasmos espasmos orgásmicos que duraron muchísimo “rebotando” varias veces.
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—Oh ha sido maravilloso ¿Sabes una cosa? Es el primer orgasmo que tengo con una chica… —dije todavía entre jadeos.
—Me lo parecía, y me hace muchísima ilusión que haya sido conmigo. Y no va a ser el único que tengas esta noche. Jejeje
—Nieves, eres maravillosa —contesté todavía con un hilo de voz.
Nieves estaba muy recostada encima mío, pero se apoyaba con rodillas y codos de tal manera que parecía ligera como una pluma. Yo estaba disfrutando de aquel estado, casi como de volar, que se nota después de un orgasmo. No hablábamos. Mentalmente iba recorriendo los puntos de mi cuerpo en contacto con el de ella: mejilla contra mejilla, pechos contra pechos, vientre con vientre, muslos medio entrelazados, pies que se tocaban. Mis manos en su espalda. Durante un par de minutos, todavía experimenté algunos de aquellos pequeños espasmos a los que llamo “rebotes” del orgasmo.
No sé el rato que estuvimos así, pero al final mis manos cobraron vida, como si por voluntad propia desearan ser el instrumento de placer tanto para quien da el masaje como para quien lo recibe. Le empecé a acariciar la espalda, bastante musculosa, por cierto. Al ritmo de mis manos, Nieves se movía suavemente arriba y abajo, y nuestros pechos entrechocaban, mis pezones volvían a estar hinchados después del relax post-orgásmico, y sentía un placer inmenso cuando chocaban contra los suyos, que notaba durísimos en comparación al resto de sus pechos.
Desde antes de asumir mi lesbianismo, que había buscado en internet fotos y sobre todo vídeos lésbicos. Enseguida me di cuenta de que el noventa por ciento estaban realizados para el consumo de los machos, con sus fetiches y obsesiones, empezando por el de la penetración, y terminando por los zapatos de tacones que algunas de las actrices no se quitaban ni en plena faena en la cama. Con los que me parecían más sensibles, me había masturbado muchas veces, pero la escena que estaba viviendo ahora era mejor que cualquiera de las que hubiera visto.
Mis manos, las que tenían voluntad propia, después de haberse entretenido muchísimo en la espalda de Nieves, decidieron bajar más. Y el placer subió otro grado. Amasar aquellas nalgas que a primera vista parecían duras pero que cedían a mis dedos me emocionó. Y a ella también porqué empezó a decir:
—Me gusta, me gusta, no pares, más fuerte.
Mientras los movimientos de su cuerpo encima del mío, manteniendo su suavidad, aumentaban su amplitud, yo intenté colocar la cabeza para besarla otra vez, pero Nieves se me escapó. Otra vez había tomado la iniciativa y estaba bajando respecto a mí. Sus labios besaban ahora ni cuello. Al darme cuenta de como maniobraba me entró un escalofrío. Mis pechos son demasiado pequeños para que pueda llegar a lamérmelos y ahora, como siempre muy lentamente, mi amiga se aproximaba a ellos.
Puse las manos en su cabeza, pero no para moverla a mi gusto, sino para acompañarla con caricias, rascándole con suavidad en la nuca, recorriendo su cabello corto a contrapelo. Nieves bajaba, bajaba.
Me estremecí, se me erizó toda la piel ¡Estaba recibiendo mi primer beso en los pechos! Los labios de Nieves apretaban uno a uno mis pezones que se habían vuelto a poner al máximo. Luego llegaron mordisquitos. Sí, seguro que le encantaba morder y a mí que me muerdan de esta manera. Luego, lametones: una lengua activa y exploradora por todo el pecho. Entonces noté como ella abría su boca al máximo, la apretaba contra uno de mis pechos, y chupaba aspirando al máximo. La lengua empezó a lamerme el pezón con suavidad, mientras la mayor parte de mi pecho permanecía dentro de su boca. Me retorcía de placer. Mi compañera iba muy lenta, cada experiencia, además de nueva para mí, era larga. Y cuando me di cuenta de que a continuación vendría el otro pecho, me volví a retorcer de placer, solo de pensarlo.
—Nieves, preciosa, me estás haciendo sentir lo que nunca había sentido; estoy disfrutando como pensaba que era imposible disfrutar; estoy deseando que sea largo, pero también pensando que luego tú también tendrás tu ración de gustito, de todo corazón, me emociono ahora mismo al pensar que te lo voy a dar, y espero estar a la altura.
Todo esto se lo decía muy bajo, en un tono de voz especial, casi como aquel que se usa para hablar a los bebés. Nieves, sin quitar la boca, a cada una de mis frases respondía con un apretón de manos, que en aquel momento tenía en mis costados.
Y llegó el otro pecho, otra vez el cúmulo de sensaciones. Y cuando terminó, pasó a besarme por el estómago, luego el vientre, luego…
Sin palabras, sus manos me decían que me relajara. Yo lo intentaba, respiraba hondo y aflojaba los músculos, pero era muy difícil sabiendo a donde se dirigía su boca.
Se entretuvo con mi vello púbico. Ninguna de las dos iba depilada, y el mío es bastante abundante en la parte del mote de venus y muy rizado. Las manos ayudaban ahora a su boca dando pequeños tironcitos a los pelos. Los nervios me agitaban haciéndome dar pequeños botes…
Seguro que se dio cuenta de mi impaciencia y deseo.
—Carla ¿Te lo pasas bien? ¿Tienes muchas ganas de que continúe? —me dijo cuando levanto la cabeza de mi pubis, bajó al fondo de la cama, me abrió las piernas y se colocó acurrucada entre ellas.
—Claro, amorcito…
—No te haré esperar, allá voy —me dijo al mismo tiempo que sus dos manos me agarraban fuerte por las caderas, casi clavando las uñas, y su cabeza descendía con suavidad sobre mi vulva.
La lengua. Mil veces la había deseado mientras lo veía en un vídeo, mil veces había intentado imitarla con mis dedos húmedos o con cualquier otro objeto blandito. Pero ya sabía que no sería lo mismo, y ahora lo estaba comprobando.
Primero los labios mayores. Como siempre, mucho rato. A continuación, súbitamente, me los empezó a mordisquear. Chille de la sorpresa y del placer. Mordiendo, tiraba ahora de uno ahora del otro, como abriéndolos. Entonces, la lengua penetró más, hasta la entrada de la vagina y empezó a jugar con los labios menores. Por ahí tengo orgasmos con facilidad, pero Nieves, de alguna manera me estaba controlando, haciendo precisamente lo que más me gusta: frenando justo antes de que llegara para volver a continuar luego, si cabe, más suavemente. Es algo que me vuelve loca cuando me lo hago yo sola, o sea que en aquellas circunstancias estaba en éxtasis.
Un éxtasis que no sé cuanto duró hasta pasar a un grado superior. La lengua se retiró, la cabeza subió ligeramente, y con los labios me empezó a besar la zona del clítoris. No es muy grande, incluso cuando está hinchado, pero lo notaba sobresalir de su capucha. Me lo aprisionó con los labios y la lengua apreció entre ellos, una lengua “vibratoria” muy suave en la presión pero rápida y sobre todo constante.
No podía más, en contra de mi costumbre de placer sexual le dije.
—Ahora no te detengas ¡Necesito el orgasmo ya!
Nieves me hizo caso, al contrario que cuando estaba en mis labios menores, la presión fue a más y sin pararse. Lo tenía a punto, mis muslos y las nalgas se pusieron en tensión. Fui yo que me impuse relajarme para durar un poquito más. Pero el placer tiene un límite y estallé.
Nieves tenía las manos en mis nalgas, o sea que probablemente a través de ellas notara el progreso del orgasmo. Cuando empezó, me clavó las uñas, aflojó su lengua, y cuando parecía que era el orgasmo el que iba a terminar, la lengua se volvía loca. Aunque no tanto como yo que chillaba y chillaba sin preocuparme de si medio hotel lo oía. O tuve un orgasmo enorme, o encadené muchos seguidos. Al final no tuve más remedio que decir:
—¡Para! ¡Para! Que casi duele ¡No puedo más!
Un instante más tarde tenía a Nieves abrazada y besándome, esta vez en la boca. La apreté con cariño, dedicándole muchísimos de los “rebotes” de mi orgasmo que duraron varios minutos. Luego, durante varios minutos más, permanecimos quietas, en silencio y abrazadas, mi mente saboreaba los placeres que acababa de recibir.
❀ ❀ ❀
Ahora me tocaba a mí darle placer a ella. De entrada pensé en imitarla, pero cuando se dio cuenta de la posición en que me colocaba, que era para besarle los pechos, me dijo:
—Me hace ilusión una cosa. Quiero ser tú y que tú seas yo —me dijo Nieves.
—No te entiendo ¿Qué quieres decir?
—Es que me he explicado fatal. Me gustaría que me abrazaras por la espalda, y que con tus manos me hicieras a mí lo que te haces tú para darte placer. Entonces, pensaría que yo soy tú masturbándome, y que tú, o al menos tus brazos son los míos dándome placer.
—Uyy, me gusta ¿O sea que quieres sentir el placer que yo me se dar cuando estoy sola?
—Sí, me encantaría, es una manera de comunicarnos experiencias más allá del placer físico que me puedas dar.
Se puso a mi izquierda y se giró.
—Mejor ponemos un cojín para que puedas pasar el brazo por debajo de mi cintura sin que te pese… —me dijo algo prosaicamente.
—Sí, buena idea —contesté mientras lo hacía.
Le pasé mi brazo izquierdo por debajo de la cintura. Ahora la cabeza me quedaba muy torcida, o sea que la recosté en el otro cojín. Mi boca quedó entre sus dos omóplatos. La besé.
La mano izquierda se posó sobre su pecho izquierdo. La derecha, plana, sobre el ombligo y empezó a bajar entre caricias y apretones. En el vientre describió círculos hasta posarse en el monte de venus donde le di un apretón
—Espera, perdona, si quieres que te lo haga como más me gusta a mí, necesito una cosa —dije mientras la soltaba sin darle tiempo a que me dijera que no.
Me levanté, y, a oscuras para que no se perdiera la magia, busqué a tientas mi estuche, y dentro de el un tubo de vaselina acuosa. Si seguro que era este, el de dentífrico lo había dejado en el lavabo y además este tubo no olía a menta… Me puse una cierta cantidad de vaselina sobre las puntas de los dedos medio y anular.
Con precauciones para no manchar, volví a la cama y la volví a abrazar. Se estremeció, no sé si porqué me había enfriado un poco, o por la emoción que sintió al tocarnos otra vez.
La mano derecha buscó su vulva. Los dedos índice y meñique —sin pasta— manipularon para abrir sus labios mayores. Los otros dos dedos dejaron la vaselina en la parte alta, sobre el clítoris.
El flujo, también es lubricante, pero la vaselina mantiene la suavidad hasta el final, sin ponerse áspera ni secarse. Con el calor de su cuerpo, parecía casi un líquido cuando empecé a acariciar.
Es el método que me gusta a mí, mejor dicho, uno de los métodos que me gustan a mí, que tengo muchos. Los dos dedos sobre el clítoris empezaron a describir círculos de pequeña amplitud, casi sin apretar. Nieves se relajó en una postura muy receptiva, mi mano izquierda, mientras tanto, iba amasando su pecho izquierdo. Yo dispuesta a hacer exactamente lo mismo que si me lo estuviera haciendo a mí.
Me gusta que esta etapa sea larga y suave, que pueda tener mis fantasías mientras los deditos van manteniendo la estimulación.
—Nieves, preciosilla ¿Te gusta?
—Claro, pero más me gusta que seas tú —y se agitó de manera que sus nalgas frotaron sensualmente mi vientre— ahora soy yo que me he convertido en ti que se está masturbanso, y el placer que has sentido tu otras veces está ahora pasando íntegro a mí.
—Te lo voy a hacer suave, suave, constante…
—Sí, sí. Eres un amor o soy un amor, porque tú eres yo…
Mucho rato estuvimos así, con alguna frase tierna de vez en cuando.
Cuando notaba, especialmente por la tensión de los músculos del culo de Nieves que la excitación era fuerte, quizás aflojaba un poco la presión de los deditos, pero manteniendo el movimiento y la velocidad.
Nieves, concentrada en el placer, cada vez hablaba menos. Yo seguía y seguía incansable.
Empecé a notar agitación preorgásmica. Cuando me masturbo, es muy fácil porqué hay aquel calorcillo interno que empieza a parecer fuego, pero ahora lo deducía por algunos pequeños movimientos inconscientes que Nieves hacía. Cada vez más frecuentes.
Cuando parecía que iban a ser continuos, mis dedos se paraban sin dejar de tocar el clítoris. Con esto, Nieves se relajó instantáneamente, pero al cabo de muy poco —mi truco es contar a quince mentalmente— mis dedos continuaron su trabajo. La vaselina todavía funcionaba, haciendo que se deslizaran con mucha suavidad. El clítoris de Nieves había crecido ostensiblemente —era bastante más grande que el mío— y yo intentaba evitar la punta para no dispararla demasiado pronto. Igual que lo que me hago yo… Sí, ella era yo…
Al cabo de un rato, volví a notar los síntomas de un orgasmo inminente, y me detuve de nuevo. Contar a quince. Continuar.
Cada vez, Nieves tardaba menos en aproximarse a el punto de no retorno, cada vez, tardaba más en relajar los músculos cuando mi dedos se detenían sin dejar de tocarla.
Hasta que llegó una vez, que al llegar a contar a quince, todavía estaba en tensión. Ahora venía la segunda, y más importante fase.
Los dedos emprendieron sus círculos una vez más, e inmediatamente aparecieron los signos precursores del orgasmo. No, esta vez no me detendría, sino que me puse a ir despacio, despacio pero frotando y estimulando.
Nieves estalló. Con la mano que tenía en su pecho la apreté muy fuerte hacia mí, la otra seguía y seguía mientras continuaban las convulsiones. Cada vez más cortas, cada vez más espaciadas.
Pero antes de que le terminaran, los dedos aumentaron la presión y la velocidad. Nieves entró otra vez en éxtasis. Y otra, y otra, hasta que su cuerpo ya no fue capaz de soportar más explosiones de placer y se revolvió apartándome la mano, más o menos inconscientemente.
Como antes ella conmigo, ahora yo la giré y la abracé. Estaba excitadísima, pero con más ganas de abrazar que de volver a sentir placer físico. Nieves jadeaba:
—Que fuerte, que fuerte…
Yo la llenaba de besos, ella de apretones en el abrazo.
—Ohhh, como he quedado. Que fuerte —iba repitiendo.
—Te quiero, preciosilla —empecé a decirle cariños en secuencia notando que las palabras generaban emoción en ella— dulzura, amorcito, suavidad, hermosura, chica sensible, bonita, ternura personificada…
Mil veces había pensado en estas palabras sin encontrar a nadie a quien decírselas. Ahora me estaba desquitando.
—Me abrumas con tanto piropo. Te los devuelvo todos aunque sea incapaz de decirlos tan seguidos ¿Sabes qué quiero ahora? —me dijo.
—No, dime.
—Que nos durmamos así como estamos, desnuditas y abrazadas. Y en sueños, continuar haciendo el amor. Y si una de las dos se despierta, toque a la otra mientas duerme, donde y como quiera.
—Sí —respondí.
No dijo nada más, se dejó caer, probablemente todavía despierta porqué nadie se duerme tan rápido. Yo la imité y sí, me dormí quedé como dormida mientras pensaba en lo que acababa de suceder, gocé na vez más de abrazar su cuerpo desnudo, y entonces me di cuenta de que todavía no la había visto desnuda.
Dentro de unas horas la vería. Mientras tanto, si me despertaba la tocaría. Y pensando esto me dormí. Y soñé.