Cálida como las Nieves (1)
La primera experiencia de Carla con Nieves, una chica a la que conoce en un encuentro de estudiantes en Francia. Se disipan sus dudas, y encuentra la ternura y las emociones que no había encontrado con el otro sexo.
[ Una amiga tierna, suave y entrañable me ha inspirado este relato. No le ocurrió, pero le podría haber ocurrido. ]
Quizás hay actividades presuntamente académicas que simplemente son una excusa para viajar y escapar del ambiente cotidiano, pero el encuentro de estudiantes europeos de primer curso de carreras científicas, para mí, no lo era. Fui porqué me interesaba, y a nivel de estudios me fueron muy útiles las jornadas donde profesores de diversas universidades, nos explicaron su visión sobre el futuro de los científicos, un futuro que debatimos entre todos, con aportaciones muy diversas.
Pero además, era la primera vez que viajaba y me trataban de adulta, sin la supervisión de un profesor o de la familia, como había sido siempre hasta aquel momento.
Algo desorientada sí que lo estaba, pero era el caso de la mayoría de la gente que asistía al encuentro en aquella pequeña, y fría durante las vacaciones de Navidad, ciudad del centro de Francia.
Aunque la lengua de las actividades era el inglés, yo, al menos, tenía la ventaja de hablar el francés de forma nativa, por motivos familiares, cosa que me facilitaba las actividades extra-académicas.
Supongo que el inconsciente jugó un papel importante, ya que antes de subir al autocar que nos llevó allí, nuestras miradas ya se cruzaron, y nos sonreímos. A la hora de tomar asiento, ella, que subió más tarde, se sentó a mi lado.
—Hola, me llamo Nieves, estudio biología. Soy de la islas Canarias.
—Yo soy Carla, vivo aquí en la península, en el Pirineo concretamente, y he empezado matemáticas, pero también me gustan mucho los bichitos…
—Jajaja, pues un día me has de invitar y enseñarme los bichitos de tus montañas…
La conversación siguió algo superficial, derivando bastante al tema de los estudios, seguramente la gente de la calle nos hubiera llamado “empollonas”, aunque ninguna de las dos tenía el aspecto tópico de ellas: no llevábamos gafas…
Había algo que me atraía de Nieves. O quizás era lo que me atraía de todas las chicas.
❀ ❀ ❀
Sí, el proceso había sido lento, pero ya lo tenía asumido. De jovencita, supongo que el sexo se me despertó tarde, cuando las compañeras de colegio hablaban de chicos, no me atraía el tema. Luego, por imitación, tuve roces con alguno de ellos, había muy buenos chicos y de confianza en mi clase, pero no sentía nada.
A los dieciséis años, durante el verano, muy confundida y también por imitación, hubo más que roces, acepté ir a la cama y perdí la virginidad. No fue una experiencia traumática, incluso diría que fue bonita, pues me gustó que el chico que había escogido, también virgen, se lo pasara bien. Incluso tuve orgasmos, cosa que algunas amigas confesaban no obtener en sus relaciones, pero fueron orgasmos un poco falsos, mientras sentía el roce en la vagina, notaba lo mismo que si me estuviera masturbando con algo mecánico, e incluso ahora soy consciente de que pensaba en lo mismo que cuando me masturbaba sola: en chicas. Lo hicimos varias veces, pero se terminó el verano, y nunca he vuelto a saber de él.
Al volver a la escuela, los ojos se me iban detrás de algunas de mis amigas. Cuando nos cambiábamos, para la gimnasia o la natación, no podía evitar mirarlas, supongo que todas nos mirábamos, pero lo mío era distinto. No me importaba la comparación de mis tetas con las de la otra —en general hubiera “perdido” siempre en esto—, sino que me gustaba mirarlas per se. Y cuando luego, de manera solitaria, acariciaba mis pechos, acababa pensando siempre que eran los de la compañera que había visto antes.
Pasé un par de años muy confundida. Al siguiente verano, volví a hacerlo con tres chicos más. Fue una especie de experimento para ver si ahora me gustaba más, y lo del verano anterior había sido una falta de química con una persona concreta. Pero no.
Creo que quien me sacó definitivamente de la confusión una profesora de filosofía, que un día, mientras explicaba temas de antropología nos soltó:
—Es muy fácil saber la tendencia sexual que tenéis, si cuando os masturbáis las fantasías son con el otro sexo, es que sois heterosexuales, si es con el mismo, homosexuales.
Enrojecí, y espero que nadie se diera cuenta. Sí, yo me masturbaba siempre imaginando chicas. Era lesbiana.
Pero ni en lo que quedaba de enseñanza media ni en los tres meses que llevaba en la universidad había tenido la más mínima experiencia lésbica. De hecho, aunque sabía que estadísticamente, entre mis compañeras, debía haber un número apreciable que fueran lesbianas o el menos bisexuales, no había sabido, o no me había atrevido, a reconocer ninguna.
❀ ❀ ❀
De repente, lo vi. Cuando Nieves sacó de su bolso la cámara, para hacer una fotografía por la ventanilla, en una libreta de notas pequeña, me di cuenta de que el dibujo que había hecho a mano con bolígrafo, eran dos círculos con una cruz invertida, entrelazados.
Enrojecí, y Nieves, ocupada con la fotografía no se dio cuenta. O sí.
Hablamos y hablamos, pero no salía el tema de las relaciones o la pareja. No me atrevía a iniciarlo, y ella no me daba pie ¿Casualidad o deliberado?
Después de cenar —compartimos los bocadillos y la bebida que llevábamos— nos pusimos a dormir, algo incómodas en los asientos de aquel autocar.
Hacia las tres de la madrugada, parada para repostar combustible. Todo el mundo tenía que bajar del autobús, y muchos fueron a tomar algo al bar del área de la Autopista. Nieves, que a pesar de su nombre no estaba nada acostumbrada al frío, temblaba. Yo, que soy de un pueblo donde nieva cada año y he visto alguna vez el termómetro a dieciocho bajo cero, le pasé el brazo por los hombros en un intento de resguardarla un poco de frío.
Al volver al autocar, todavía temblaba a pesar e la calefacción bastante eficaz que había. Le tomé la mano helada.
—Dame la otra y ponlas dentro de mi anorak. Deberías haber traído guantes. Tengo un segundo par en el equipaje, de lana, cuando lleguemos ya te los dejaré para que no se te congelen los dedos si sales de noche.
—Brrrr. Uy que bien. A ver si entro en calor y nos dormimos.
Sí al menos yo me dormí rápido con las manos de Nieves entre el jersey y el anorak.
El autocar nos dejó en el centro de la ciudad, por la mañana, temprano. Nos habían distribuido en dos hoteles céntricos, y por suerte, Nieves y yo estaríamos en el mismo.
Llegamos al “Hotel de la Paix”. Mi padre siempre hace la broma de que en Francia los hoteles tienen nombre de letras, porqué “Paix” suena “pe” y yo se la repetía a Nieves. No sin saber algo de francés no tiene gracia. El hotel tenía como 150 años, decorado de manera exuberante, en la entrada había una colección de gramófonos y tocadiscos antiguos, la lámpara era enorme, de lágrimas de cristal…
Fui la primera en hablar con la madamme que atendía la recepción.
—Vamos a ver, dos chicas… ¿Os importa una habitación de segundo piso con cama de matrimonio? Es que casi todos los que veo son varones y no hay tantas con dos camas…
—No, claro —contesté instantáneamente—. Nieves, dale la documentación a esta señora.
Subimos con las bolsas, la habitación era de película, algo raída pero con una cama con dosel. Yo jamás había dormido en una de estas, y Nieves, menos.
—¡Ohhh! —dijo Nieves al entrar. A continuación miró la única cama, y luego, ostensiblemente, a mí. Apartó rápidamente la mirada, pero ya me había dado cuenta.
Mi corazón se aceleró, la emoción que no había sentido el día, que algo fría y deliberadamente, perdí la virginidad, estalló dentro de mí. Me hacía mil preguntas:
¿Me atrevería? ¿Habría notado mi tendencia? ¿Querría ella? ¿Quien daría el primer paso? ¿Tendría pareja y le querría ser fiel? ¿Le atraía físicamente?
Uff, no teníamos ahora mucho tiempo, había que buscar el material de las jornadas, bajar a desayunar, y luego, a pie hasta el instituto —ahora en vacaciones— donde se desarrollarían las actividades. Le tiré mi par de guantes suplementario, y me lo agradeció con una gran sonrisa.
Al llegar al instituto, nos dividieron en dos grupos, uno para las carreras de biología, geología, medio ambiente y otro para matemáticas física y química. Quedé separada de Nieves. Pero no me la podía sacar de la cabeza. La separación continuó a la hora de comer y por la tarde.
Finalmente, al terminar, nos volvimos a ver.
—Ha sido muy interesante —me dijo Nieves—, pero estoy hasta aquí de hablar en inglés.
—Yo un poco, con los que no son británicos me entiendo bien, pero con los que lo tienen como idioma nativo, me cuesta más. No podemos perder tiempo, que aquí se cena muy temprano. Si quieres, al terminar, podemos salir a dar una vuelta…
—No, lo siento —cuando dijo esto, el corazón me dio un vuelco ¿Tendría un plan con otra persona?—. A nuestro grupo nos han invitad a un concierto, el vuestro irá mañana que en la sala no cabríamos todas las personas del encuentro, es a las ocho, no tendremos tiempo después de cenar.
—Bueno, pero os acompañaré hasta el sitio, y luego daré una vuelta solita —se lo dije con tono infantil y de pena.
Algunos de los de mi grupo, sí salieron después de cenar, pero yo solo tenía a Nieves en el pensamiento y volví rápido al hotel.
Me metí en la cama y me puse a leer los papeles que nos habían dado. Hacia las nueve y media, muy temprano para mí, me entró sueño, apagué la luz, y me dormí.
❀ ❀ ❀
No la oí volver, no vi como se desnudaba, me desperté cuando la noté en la cama a mi espalda. Bajo las mantas mi cuerpo se había calentado bastante, pero el de Nieves, en honor a su nombre, irradiaba frío todavía.
Me estaba haciendo la dormida. Quería ver qué hacía ella.
—Carla ¿Que duermes? —me dijo en un susurro.
—Mmmm —contesté como si no me hubiera despertado.
Notaba como Nieves intentaba entrar en calor, se movía, oía sus manos fregarse. Decidí, en todo caso esperar a que se calentara, y ojalá que fuera en los dos sentidos. Quizás estuvo así durante diez minutos.
Primero fue una rodilla detrás de mis piernas, luego me tocó por la espalda, luego por el culo. En lentos movimientos se iba acurrucando junto a mí. No, no se dormía, estaba tomando una posición de contacto y no de dormir ¿Se daba cuenta de que yo estaba despierta?
Yo estaba recostada sobre la izquierda y note, una mano en mi costado derecho. No, ya no estaba fría del todo. La mano me apretaba. Se movía muy lentamente hasta llegar a la zona donde se juntan las dos piezas del pijama, y casi imperceptiblemente fue entrando. Ahora sí que la notaba algo fría, pero mi corazón se calentaba. Milímetro a milímetro iba entrando. Y yo, haciéndome la dormida. Finalmente quedó entre el vientre y el estómago, a la derecha de mi ombligo. Me iba dando pequeños apretones, casi imperceptibles. Y muy lentamente, se fue desplazando hacia arriba, entrando más bajo mi ropa.
Tengo los pechos pequeños, más cónicos que esféricos, pero los pezones, cuando me excito, se me hinchan mucho, y se ponen prominentes. Ahora los tenía así, lo notaba sin tocarlos. Cuando su dedo pulgar llegó a tocar mi pecho derecho, Nieves empezó otra maniobra. Su brazo izquierdo me iba abrazando por el cuello, pasando por debajo milímetro a milímetro. La mano derecha volvió a avanzar, acariciándome lentamente el pecho hasta quedar el pezón dentro de su palma. Era la primera vez que una chica me lo tocaba y estaba emocionada. La otra mano, se posó sobre el pecho izquierdo pero por encima de la ropa. Si no hubiera sido todo tan lento, creo que hubiera podido tener un orgasmo.
Entonces, noté un beso muy suave en el cuello.
No, ya no quería hacerme más la dormida. Muchas de mis preguntas ya se habían resuelto, y ahora, en todo caso, me tocaba a mí responder alguna de las suyas, si es que tenía dudas.
—Mmmmm —dije muy flojito mientras me movía un poco, como despertándome—. Ohhh, Nieves, hermosa, qué bien que estoy…
Noté como ella se agitaba, como un pequeño espasmo de emoción, y se apretaba más a mí.
—Carla, bonita ¿Te gusta?
—No sabes como lo deseaba. Continúa, continúa. Déjame relajar, como si durmiera, y tú haces, que esto es maravilloso.
—Tiernecita, me gustas mucho —me contestó siempre en voz baja.
Me puse boca arriba, relajada, y ella sacó el brazo de debajo. Mientras con la mano derecha me continuaba acariciando el pecho, la izquierda, ahora libre, me empezó a subir la parte de arriba del pijama. Me moví adecuadamente, y al final me la sacó. Bajo las mantas no hacía nada de frío. Entonces, dejó mi pecho y noté como se la sacaba ella también. Se movió y se medio recostó encima de mí. Nuestros pechos derechos entraron en contacto, mientras con los labios me iba besando el cuello. Mucho rato. Ahora su mano izquierda jugaba con mi pezón, también el izquierdo. Los besos subieron hasta la oreja, me mordisqueó el lóbulo y a continuación la lengua me hizo estremecer al hacer como si penetrara en el oído. Moví la cabeza, buscaba su boca, con ansia, con urgencia. Pero Nieves iba lenta, me lamió los párpados, me besó en las mejillas, luego en los labios; yo temblaba de emoción, me chupó el labio inferior, lo mordisqueó un buen rato hasta que, de repente, su boca se posó totalmente sobre la mía, que tenía abierta, y su lengua entró. Todo lo que antes había sido lentitud, ahora era velocidad, las mejillas por dentro, el paladar, y al final, su lengua pareció anudarse con la mía. Chupaba y relajaba. Yo la abracé, poniéndola más encima mío, le acariciaba la espalda. El beso no cesaba, pero ahora me había chupado la lengua para que explorara su boca por dentro. Al mismo tiempo, se iba bajando los pantalones y bajaba los míos. Me arqueé ligeramente para que me los pudiera bajar, y al final las cuatro piernas completaron el trabajo.
Por primera vez estaba desnuda y abrazada a una chica, por primera vez notaba mucho más que puro sexo físico, una clase de atracción con placer añadido que no había notado nunca. No tenía ninguna experiencia, pero había sabido lo que tenía que hacer. Y nos comunicábamos a la perfección sin palabras.
Nieves se movía lentamente encima mía mientras el beso parecía eterno. Su cuerpo iba cambiando lentamente de posición hasta que noté su muslo sobre mi vulva, me retorcí, me refregué y entonces, Súbitamente y sin avisar, se me disparó un orgasmo.
El primero que tenía con una mujer, el que menos excitación física directa había necesitado de toda mi vida.
Grite. Nieves dejó mi boca y sus brazos me rodearon, su cuerpo se apretaba contra el mío siguiendo los espasmos espasmos orgásmicos que duraron muchísimo “rebotando” varias veces.
Y la noche, no había hecho más que comenzar.
Y quedaban más noches.