Cálculo elemental

Secuestrada por aquellos a quienes había humillado, recibió la cosecha que había sembrado. En mi primer relato quier mezclar el erotismo con la emoción, y trato de que sea agradable de leer.

- Señorita, despierte… Señorita, despierte

Magdalena –Magda- Ruz oía las palabras pero no formaban ideas en su cerebro. Poco a poco, comenzó a notar la pesadez en los párpados que sentía cuando había dormido poco, sabía que debía despertar, pero no podía abrir los ojos.

- Señorita, despierte… Señorita, despierte

Movió la lengua –seca, áspera, como si se hubiera bebido todo el Bourbon del Innombrable- y notó una punzada de dolor en la sien.

¿Qué había hecho? No recordaba lo ocurrido la noche anterior. De hecho, no recordaba más que el final de la clase de Matemáticas, su clase de Matemáticas, en el elitista colegio privado donde enseñaba.

Hizo una mueca de desagrado. La verdad es que algún día dejaría la enseñanza, seguro. Lo cierto es que, millonaria por derecho familiar, no necesitaba los míseros mil euros al mes que cobraba por desasnar a los hijos de papá –como ella- que acudían a clase y prestaban más atención a sus curvas que a los logaritmos.

- Señorita, despierte… Señorita, despierte

Pero ¿quién la llamaba? Aguzó el oído. La voz tenía un acusado timbre metálico, pero no era una grabación, seguro. Era… como un robot. Volvió a recordar por qué había estudiado Ciencias Exactas. Nadie se lo explicaba, y menos sus padres. Rica, mujer de bandera, inteligente, se había encerrado cinco años en la Facultad más árida de la Universidad, para terminar dando clases en un colegio privado "¿Para qué, hija mía? Si querías vivir tu vida unos años, podrías haber estudiado Económicas, que habrías llevado la empresa de tu padre, o Medicina, que te permitiría conocer algún buen partido..."

Nadie lo sabía, y ella no iba a decirlo, al menos de momento. Estudiar Matemáticas le sirvió para hacer sufrir a los Pagafantas más desesperados de la Universidad; siempre bella e inalcanzable, seguro que había sido la causante de reventones inconsolables de braguetas, en chicos que nunca se atrevieron siquiera a decirle nada… Y enseñar la misma asignatura a muchachos de Bachillerato superó aún más su placer: no sólo les provocaba calentones, sino que les humillaba con una mirada de desprecio, mientras les ponía Deficiente en los exámenes. Jamás fue tan imposible aprobar, jamás fue acompañado un suspenso de tantos comentarios mordaces.

- Señorita, despierte… Señorita, despierte

Era hora de abrir los ojos. La voz sonaba cada vez más fuerte, y la cabeza comenzaba a mandarle dolorosas punzadas. Miró alrededor, e inmediatamente volvió a cerrar los ojos, deslumbrada por un habitáculo de diez por cinco metros –su capacidad de cálculo instantáneo parecía indemne- de metal plateado.

Volvió a abrir los ojos ¿Dónde estaba? Desde luego, no en ningún lugar que conociera.

- Por fin, señorita Magdalena. Ya era hora. Imagino que se estará preguntando dónde está. Bueno, no vale la pena usar eufemismos. La hemos secuestrado, y está en nuestro poder.

  • ¿Quiénes sois, hijos de puta? ¡Os exijo que me soltéis, inmediatamente!

- Comprenderá, señorita, que sería una tontería habernos molestado tanto para soltarla a la primera amenaza. Drogar su bebida, seguirla hasta que se quedó dormida en un banco, meterla en un coche y traerla aquí. Por cierto, está usted en una prensa hidráulica de las que se usan para prensar el acero.

  • ¿Qué queréis? ¿Dinero? ¿Cuánto queréis? ¡Mi padre pagará, pero si me hacéis daño, podéis daros por muertos, hijos de puta!

- No, no… Verá, iré al grano. Es usted la tía más buena del Colegio Richelieu, pero también la más sádica calientapollas que haya nacido nunca en este país. ¡Cree que no nos íbamos a dar cuenta? Para usted, venir con esas blusas, esos escotes, siempre tan recatada en apariencia pero con un botón que se le desabrochaba "sin darse cuenta", faldas por debajo de la rodilla pero la cremallera abierta "por casualidad" para que viéramos que no llevaba bragas… y siempre el suspenso. El maldito suspenso. ¿Cuántos alumnos han fracasado en las Pruebas de Acceso por no tener la media requerida? ¡Y siempre por su culpa! Y, siempre, con su maldita sonrisa de niña pija altanera, soberbia..

-Yo, yo… Vamos, chicos, todo tiene arreglo

- Por supuesto. Para esto la hemos traído aquí. Vamos a examinarla, nosotros también. Verá. Yo le haré preguntas de su especialidad, de matemáticas, y cada vez que falle una pregunta, la prensa se cerrará un metro por cada lado. La longitud de la habitación son diez metros, o sea que sólo tiene derecho a cuatro fallos antes de quedar despachurrada

-¡Un momento! ¡Es una broma! ¡Estáis locos! ¡No podéis hacer eso!

- ¡Vaya si podemos! Yo que usted, señorita Magdalena, me pondría en el punto rojo dibujado en el centro de la habitación. Se evitará golpes prematuros. Pero deje que siga… ¿Recuerda que nos daba una oportunidad de mejorar un punto en los exámenes? Nos hacía cantar, bailar, ponernos a croar de rodillas…Siempre elegía usted las pruebas más ridículas… Nunca aprobó a nadie con ese sistema ¿no? Cuando llegábamos al cuatro, siempre decía que no lo hacíamos lo suficientemente bien, y nuca nadie alcanzó el cinco. Pues yo también le voy a dar una opción de rescatar metros. Si falla, puede quitarse una prenda y la prensa no se moverá.

-¡Canallas! ¡Yo nunca os hice desnudaros!

- Pero no fue por falta de ganas ¿verdad? Los curas del colegio nunca lo hubieran permitido. Se hubiera metido en un lío muy, muy grande. Bien, señorita. Tiene quince segundos. DÉCIMO DECIMAL DEL NÚMERO PI…¡YA!

Asustada, Magdalena estuvo a punto de no responder a lo que se le pedía. Pero su cerebro, bien entrenado, dio la respuesta, casi sin pensar.

-Cinco.

-Bien… ¡Esa es mi chica!. No hay castigo. Continuemos con el número pi ¿Quién fue el que adoptó el nombre pi para la relación entre diámetro y longitud de la circunferencia? ¡YA!

-Pero… pero… ¡No hay derecho, eso no son Matemáticas!

La voz no respondió. Tras unos segundos, comenzó una serie de pitidos, diez en total, como una cuenta atrás, y finalmente, uno más largo marcó la prueba no superada. Pasó un tiempo, tanto que Magdalena comenzó a creer que todo era una broma, que no iban a cumplir su amenaza de mover los brazos de la prensa, pero finalmente las paredes de la sala acortaron su distancia dos metros.

-La respuesta era William Jones, señorita. Y no debería extrañarse, usted solía meter preguntas imposibles de responder, para burlarse más de nosotros. Creo que ya lo va entendiendo. Cuando falle, oirá el claxon de error, y tiene que comenzar a quitarse una prenda antes de treinta segundos. De lo contrario, perderá dos metros más.

-Pero… ¡no podré seguir acertando siempre! ¡Tendré que dormir! ¡Esto es un asesinato! ¡No tengo ninguna posibilidad!

- No somos como usted, Señorita. Es posible salir viva de aquí. Por eso no le mostramos nuestro rostro. Y le aviso que hemos borrado muy bien las huellas, y que le haremos las suficientes preguntas como para que nos tenga que enseñar alguna parte de su cuerpo… que fotografiaremos y guardaremos, como seguro para que usted no vaya a la Policía. Usted se queda quieta, las fotos también. Si va a la bofia, no nos encontrará, y sus fotos saldrán en todos los blogs y foros eróticos de Internet… con una explicación de por qué esta venganza. ¡Bueno, venga, que ya hemos perdido el tiempo! ¡DECIMOTERCER MIEMBRO DE LA SERIE DE FIBONACCI! ¡YA!

-¡Doscientos treinta y tres!

Magdalena se sentía un poco más segura de sí misma. Hasta cierto punto, las explicaciones le habían tranquilizado. Por eso, cuando escuchó la cuenta atrás de los pitidos, se quedó helada, y no supo reaccionar. Sonó la bocina de error. Treinta segundos. Sin embargo, ella no se había equivocado. Los brazos de la prensa se aproximaron dos metros más. Sólo seis metros.

-¡Cabrones! ¡No me he equivocado! ¡Era doscientos treinta y tres!

- Si cuentas el cero, no, querida. Si cuentas el cero, es el ciento cuarenta y cuatro. A ti también te gustaba ponernos trampas y cambiar los términos de las preguntas ¿recuerdas?

-¿Cuántas preguntas más tendré que responder?

- El examen se acabará cuando yo lo diga. Era otra de tus frases favoritas ¿no recuerdas? A veces llegaba a desmayarse algún pobre al que habías estado martirizando, pregunta tras pregunta… Otra cuestión: HALLA EL VE´RTICE DE UNA PARÁBOLA, DE FÓRMULA EQUIS AL CUADRADO MÁS SEIS EQUIS MÁS 11, SI LA RECTA TANGENTE ES HORIZONTAL ¡YA!

-No puede ser ¡No hay tiempo para responder! ¡Dadme más tiempo!

Esta vez ni siquiera empezó a calcular. Estaba claro que no iba a poder hallar el resultado a tiempo. Sonó el claxon de fallo, y poco después se cerró la presa. Era una chica alta, medía uno ochenta y cinco. Si fallaba otra vez, quedarían sólo dos metros. Si extendía los brazos, casi llegaría a tocar las paredes de la presa.

- Hummm ¿Qué decías tú cuando te pedíamos tiempo? ¡Ah, sí! ¡El tiempo es relativo, joven! ¡Y zas! ¡Cero al canto! ¡Otra! ¡integral de logaritmo neperiano de número e elevadoa logaritmo decImal de tres equis más cinco! ¡YA!

Magdalena se dio cuenta, con terror, de que hasta el momento había tenido la esperanza de que todo fuera una trágica broma, que se detuvieran cuando sólo faltasen un par de metros, sin hacerle daño, sin obligarla a desnudarse. Sin embargo, ahora que aún quedaban cuatro metros, estaba segura de que la prensa no se detendría. Cuando sonó el claxon –ni siquiera había intentado resolver la integral, tan aterrorizada estaba- se comenzó a desabrochar a toda velocidad la blusa. Tal vez si era generosa con sus secuestradores la liberaran tras imponerle una humillación. Tal vez se conformaran con verla en ropa interior, o algo así.

Magdalena se quitó la blusa. Llevaba un sujetador negro de encaje, cuyas copas resaltaban sus pechos, tapando justo los pezones, permitiendo que por encima del tejido se mostrasen sus rotundas formas. Miró hacia abajo. Pantys, falda, y ropa interior. Los zapatos se los habían quitado. Tenía pocas bazas. Trató de serenarse para jugarlas de la mejor manera posible.

- Bien, bien. Ya eres una experta jugadora. ¡NOMBRE DE PILA DE LOVELACE! ¡YA!

Esa era fácil. Demasiado fácil. Buscó la trampa, y se dio cuenta, demasiado tarde, de que ya habían pasado muchos segunos y sólo podía dar una respuesta. Si se equivocaba

-Ada.

Casi no se sorprendió cuando sonó el claxon y, rápidamente, se subió la falda –tratando de no enseñar demasiado, no les iba a dar ese gusto, al menos no antes de tiempo- y tiró de sus pantis hasta abajo, hasta quitárselos.

-Huyyy. A punto. Concretamente, Ada Augusta Lovelace. ¿No protestas? Era otro de tus trucos favoritos. Respuesta incompleta, cero y a la cuneta, decías… Vamos a ver… ¡VIGÉSIMO DECIMAL DEL PRODUCTO DEL NÚMERO PI POR EL NÚMERO E! ¡YA!

Era imposible, claro. Podía recitar el número pi con veinte decimales –tres catorce quince…- y el número e –dos setenta y uno ochenta y dos…- pero jamás llegaría a acertar el vigésimo decimal de su producto… La bocina interrumpió sus pensamientos. Automáticamente se llevó la mano a las faldas, las desabrochó y las dejó caer. Llevaba braga, a juego con el sujetador, tan pequeñas que por encima del elástico se veían unos pocos pelos del pubis. No llevaba tanga. Nunca había llevado tanga, porque odiaba tener una cinta en la raja del culo. A través del encaje se transparentaban sus glúteos. Estaba seguro que los de arriba se estaban haciendo una paja a su salud. ¡Oh, como consiguiera salir de allí…! Dedicaría todo el dinero de su padre a encontrarlos ¿Policía? ¿Qué Policía? ¡Se creían muy listos, pero sin duda los encontraría! Alguno tendría un padre, o tío, o hermano, dueño de la fábrica donde estaba. Y cuando los encontrase, les castraría, a los pequeños cerdos

Repentinamente, un sonido estridente le sacó de su ensueño. Aparentemente, sus agradables pensamientos de venganza le habían costado otra prenda. Sintiendo crecer su humillación hasta límites inconcebibles, se llevó la mano al cierre del sujetador, y lo desabrochó. Antes de quitárselo, dudó, llorando de rabia. Nunca, desde los diez años hasta los veintiocho actuales, un hombre había visto su pecho desnudo. No hacía top-less. Tenía médicos privados, todos mujeres. Nunca, jamás, dejaba que su padre o hermano entrase en la habitación –bueno, en la suite- o el baño privado.

Finalmente, un zumbido de advertencia hizo que se decidiera. Con rabia. Se quitó la prenda y mostró sus rotundas tetas, magníficamente erguidas, con unas aréolas grandes, de color melocotón. Sus tetas blancas por no haber sido nunca bronceadas, estaba segura, aún excitarían más a los hijos de puta de arriba. Y, para colmo de humillación, descubrió que sus pezones se habían puesto erguidos, desafiantes, como si estuviera sexualmente excitada. Notó cómo se ponía colorada. Para su consternación, las tetas y ¡horror! los pezones también estaban escarlata.

-Vaya… Ahora va a ser que la profesora también se excita… ¡Mira esos pitones! ¿Lo coges, profesora? ¡Pi-tones! ¡Ja, ja, ja!

-¡Ni lo sueñes, cabrón! ¡Es el odio, el odio y la rabia, y las ganas de matarte cuando salga de aquí!

-Bueno, bueno, no te pongas así. Vamos con otra pregunta. Números complejos.

Magdalena trató de prestar atención al problema, pero le zumbaban los oídos. No escuchó bien un número. Estaba segura de que no repetirían el enunciado. Bastantes veces, ella, se había negado a repetir un problema que, con malignidad, había leído en voz apenas audible. No quiso darles el gusto de preguntar. Prefirió concentrarse en qué hacer ante el inminente fallo. Aún se podía permitir perder dos metros, pero eso la dejaría a merced de cualquier fallo para morir aplastada –Magdalena ya no se hacía ilusiones de que todo fuera una broma, y trataba, simplemente, de seguir viva el mayor tiempo posible. Decidió perder la braga. Estaba seguro de que no la dejarían ir sin enseñar el coño … tanto más daba hacerlo ya.

Sonó la bocina. Cogió con las dos manos los elásticos de la braga y tiró para abajo, hasta las rodillas. ¿Desde dónde la observaban? Mientras se inclinaba hacia abajo, le asaltó el curioso pensamiento de que no sabía si estaban observando, en ese preciso momento, sus nalgas, con el agujero del culo y los labios menores en visión de primera fila, o los tenía delante, mirando el pubis. Finalmente, se quitó la braga, y se irguió, completamente desnuda.

-Separa los brazos. Da la vuelta. Inclínate un poco. Ponte a cuatro patas. Cógete los cachetes del culo, y sepáralos con las manos… así.

Obviamente, le estaban haciendo fotografías del agujero el culo y del coño, desde atrás.

- Túmbate boca arriba. Ábrete de piernas. Levanta el coño… Bien. Vamos a continuar… ¡DECIR TODOS LOS NÚMEROS TRASCENDENTES QUE PUEDAS! ¡YA!

Magdalena se animó un poco. Parecía fácil. El número pi, el número e, la constante de Chaitin… sin embargo, escuchó horrorizada cómo, a pesar de decir todos los número que iba recordando, sonaron los timbres de aviso. Comprendió, demasiado tarde, que ella tampoco admitñia ningún suplemento de tiempo en los exámenes

Cuando sonó el último pitido, se quedó sobrecogida. Estaba desnuda ¿no? ¿qué pretendían? ¿qué iba a entregar ahora?. Su terror llegó a tener casi un regusto de excitación sexual cuando vio que las paredes se estrechaban. Sólo dos metros. Ya no tenía ningún comodín

-¿Estáis locos? ¡Ya me habéis desnudado! ¡Ya me habéis visto en pelotas! ¡Mis tetas, mi culo!¿Qué más queréis? ¡Dejadme ir!

- No, no, aún es pronto, profesora. Lo estamos pasando tan bien… De hecho, hemos pensado cómo prolongar la diversión. Una posibilidad es metértela, por detrás o por delante, pero verás, para hacer eso deberíamos bajar allí, abrir la puerta, y tener contacto físico contigo, lo que siempre es arriesgado. Imagínate que nos pegas un mordisco en la polla, o que te consigues escapar. No, no, nuestro deseo de venganza es mayor que el de echarte un polvo. Sin embargo tal vez un espectáculo visual

Magdalena no comprendía. Lo único que había entendido es que no iba a violarla. De alguna manera, se sintió aliviada, y furiosa consigo mismo por ello. Ciertamente, era virgen, y estaba seguro de que, en estas condiciones, la penetración sería dolorosa, pero ¿qué más daba, en estas circunstancias? ¡Qué patética era! Se obligó a prestar atención.

-...un dedito. Que te masturbes, señorita magdalena. Te metes un dedito en ese coño virginal que tienes y te das arriba y abajo hasta que te corras ¿Has entendido?

Apenas asintió, sonaron unas órdenes en un idioma extranjero. Rabiosa, comprendió que era ruso, o polaco. Se habían asegurado que no hubiera respuesta, utilizando un idioma poco habitual.

Con precaución, introdujo el dedo índice de la mano derecha entre sus labios. Trataría de no desvirgarse. Frotó su pubis con los demás dedos, buscando fingir un orgasmo que dejara satisfechos a sus captores, sin darles el gusto de humillarse corriéndose en su presencia. Sin embargo, Magdalena no había gozado nunca el sexo, ni siquiera en solitario. Sus placeres humillando a los alumnos habían hecho innecesarios otros gustos. De manera que, tras pocos segundos, notó una oleada de calor que le subía a la cara, y un placer diferente, que nunca había experimentado, fue subiendo, subiendo.

Jadeó, intentando controlarlo, pero era imposible. Su vagina estaba empapada, su mano se llenaba de fluidos. El dedo se metía más y más en su vagina, la mano izquierda frotaba sus tetas, sus pezones; su mano derecha, a veces, salía de su vagina y con un dedo se insinuaba en el agujero del culo… Ya no fingía, gemía, solloozaba, ya llegaba el orgasmo

Con un grito de placer, Magdalena se dejó llevar, y se acostó, agotada, en el ya reducido espacio que quedaba entre las planchas.

- Bien… ha sido un bonito espectáculo.- dijo la voz de arriba.

Hubo una pequeña pausa

– Ahora vamos a seguir trabajando . VAMOS CON LAS PREGUNTAS DIFÍCILES**

FIN