Calabreses
m/F, incesto.
El día había sido pesadísimo en el instituto y Giulio aligeraba el paso para llegar cuanto antes a casa. Cada día soportaba menos a sus profesores, sobre todo al de física, que parecía tenerla tomada con él. Tan harto estaba de este profesor que había decidido saltarse su clase y volver a casa una hora antes de lo habitual. Se buscaría la excusa de que había faltado el profesor y se libraría de aguantar sus bromitas pesadas cuando lo sacaba a la pizarra a hacer los estúpidos problemas.
Giulio miró al cielo, que estaba cubriéndose poco a poco de nubes negras que presagiaban lluvia. Aquello no era muy habitual en Calabria, pero siempre venía muy bien al campo, tan castigado siempre por las sequías y el calor. A él personalmente le gustaba bastante la lluvia y a veces salía a dar un paseo por la ciudad cuando llovía para oler la tierra mojada. Le parecía una paranoia hacerlo y se consideraba un poco bicho raro por hacer ésa y algunas otras cosas fuera de lo común.
El camino hasta su casa era algo largo, unos dos kilómetros, pero a él le parecía agradable pasear, así que se lo tomaba con calma. Ya cerca de su casa comenzaron a caer las primeras gotas de agua y Giulio tuvo que apretar el paso. Torció por una calle estrecha y por fin llegó al portal de la casa en la que vivía. Era un casa con tres plantas, en la que vivían varias familias. Subió hasta el segundo piso por una estrecha escalera y llegó a la puerta de su piso. Curiosamente vio que la puerta de la calle estaba encajada. Eso hizo temer a Giulio que tal vez se habían colado unos ladrones en su casa, de modo que entró muy sigilosamente.
El pasillo era estrecho y estaba algo desconchado, pero Giulio ya estaba acostumbrado a su estrechez y la eterna penumbra en la que estaba sumido. De pronto oyó un ruido extraño, una especie de voz ahogada. Siguió avanzando por el pasillo hasta llegar a una ventana que daba a la habitación de sus padres y estaba antes de llegar a la puerta de la misma. El ruido se hizo más audible y la curiosidad llevó a Giulio a mirar por la ventana.
Se agachó y poco a poco asomó la cabeza para mirar dentro. La ventana estaba entreabierta y Giulio pudo mirar a través de una estrecha rendija. Pero ésta era suficiente para ver lo que estaba sucediendo dentro. El chico se quedó congelado, inmóvil y conmocionado con lo que vio. Sobre la cama de matrimonio estaba su madre, a cuatro patas y con un vestido largo negro subido hasta la cintura. Sus pequeñas bragas blancas estaban bajadas hasta casi las rodillas, pero lo que más conmocionó a Giulio fue el hecho de que su hermano menor, Luca (de 13 años), estaba penetrando a su madre desde atrás con los pantalones y los calzoncillos bajados hasta los tobillos.
Luca empujaba contra el culo de su madre con fuerza, con las manos colocadas a ambos lados de su amplio culo sosteniendo el vestido para que no se cayera. Giulio no daba crédito a sus ojos, y cuando creyó que éstos le engañaban y que estaba seguramente en clase de física soñando despierto, oyó algo que lo sacó de dudas.
-Ah, ah, venga Luca, dale fuerte a mamá, métemela más rápido. . . Ah, ah, ah. . . -decía la madre de Giulio entre jadeos.
Luca aceleró el ritmo de sus penetraciones, agarrando con más fuerza las caderas de su madre y trayéndolas hacia sí. El hermano de Giulio era el típico adolescente de trece años, delgado (en el caso de Luca llegando al extremo de la canijez), algo desgarbilado y con muchas ganas de sexo, que en su caso encontraban satisfacción, aunque de una forma un tanto peculiar.
-Ah, ah, ah. . . Venga, cielo, que me voy a correr. . . Sigue, sigue. . . Ahhhhhhh. . . Ahhhhhhhhhhhhhhhhhh, no te pares. . . ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh. . . Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh. . .
El cuerpo de la madre de Giulio se estremeció mientras duraba su orgasmo. Luca siguió penetrándola hasta que de repente se retiró de ella, agarró su pene (que no debía superar los 12 cm de largo ni los dos de diámetro) y un chorro de esperma blancuzco salió de la punta de éste cayendo sobre la nalga izquierda de su madre, que en los últimos instantes había subido su culo al apoyar la cabeza sobre la cama y no apoyarse en los brazos como había estado haciendo al principio.
Dos o tres chorros de semen más se depositaron sobre sus nalgas, pero Giulio estaba más concentrado en admirar la vulva de su madre, de la cual ahora veía la mayor parte. Estaba llena de pelos negros, pero su raja era perfectamente visible en la zona más cercana a su culo. Sus labios eran perfectamente simétricos, sin ningún pliegue interior que diera a su sexo un aspecto desagradable. Como no es de extrañar, Giulio tuvo una tremenda erección al ver a su madre y su hermano en aquella situación.
Las últimas gotas de la eyaculación de su hermano cayeron sobre la cama, deshecha y con las sábanas y colcha a los pies de la misma caídas. La madre de Giulio, que se llamaba Francesca, dejó caer su vestido y se sentó en el filo de la cama mientras Luca se subía los pantalones. Francesca se subió las bragas metiendo las manos por debajo del vestido y acercó su cara a la de su hijo dándole un breve beso en los labios.
-¿Te lo he hecho mejor que ayer? -preguntó Luca.
-Mucho mejor.
-¿Mejor incluso que Giuseppe?
-Igual que él. De todas formas ten en cuenta que él tiene quince años y tú trece. Seguramente, cuando tú tengas su edad lo harás mejor que él.
-Eso espero. . .
-Por cierto, ¿le vas a decir que se venga mañana a esta hora o un poco antes si puede? -preguntó Francesca.
-Veremos si puede, porque ya sabes que no siempre puede escaquearse del instituto sin que lo noten.
-Bueno, pero sea como sea si viene que venga al menos una hora antes de que salga tu hermano Giulio, no vaya a ser que nos pille.
Giulio no daba crédito a lo que oía en boca de su propia madre. Estaba follando con su hermano y con su amigo Giuseppe (que vivía en el portal de enfrente), lo cual la convertía en una auténtica "nave scuola" (una mujer madura que inicia adolescentes en el sexo), como dicen en Italia.
-Oye, mamá. . .
-¿Qué, Luca?
-¿Tú se la chupas a Giuseppe como a mí o a él no se lo haces? -preguntó Luca.
-Sí, también se la chupo a él.
-¿Y dejas que se corra en tu boca como hicimos nosotros el otro día?
-Sólo lo he dejado dos o tres veces. . . -respondió la madre de Giulio.
-Ah, bueno. . . Oye, una cosa. . .
-Dime. . .
-¿Tú lo harías con Giulio también?
Francesca guardó silencio con la expresión seria durante unos segundos y a Giulio casi le da algo al oír aquello.
-Sí, él me gusta mucho y me encantaría hacerlo con él, pero dudo que tu hermano se preste a eso, ya sabes lo rarito que es para eso de las chicas. . . Parece que no siente ni curiosidad. . . Al menos tú me espiabas cuando me vestía y así fue como empezamos, pero él. . . No sé, a veces pienso que quizás sea. . . ya sabes. . . marica.
-No creo, mamá, yo sé que a él le gustan las chicas. . . Lo único que pasa es que parece pasar de ellas. . .
-Bueno, espero que se le pase pronto, porque me gustaría hacerlo con él. . . La debe tener grande con dieciséis años. . . -dijo Francesca.
-Sí, lo cierto es que yo se la he visto no hace mucho y la tenía bastante más grande que yo; me dijo que le medía 18 cm, y además era bastante más gorda que la mía.
-Mejor será que no sigas. . . En fin, por lo menos os tengo a ti y a Giuseppe, que hacéis que me corra casi todos los días. Bueno, me voy a terminar de preparar los tallarines. . .
Giulio dio un respingo y corrió por el pasillo hasta salir de la casa. Estuvo a punto de que su madre lo pillara, pero afortunadamente no lo hizo y escapó sin ser visto. Salió a la calle y se dirigió apresuradamente hacia la esquina más cercana para desaparecer de la zona y hacer tiempo hasta que fuera su hora normal de salida del instituto.
Una vez lejos de su calle, Giulio anduvo despacio por la acera reflexionando sobre lo que había visto. Su madre llevaba un tiempo follando con su hermano y su mejor amigo y para colmo pensaba que él era marica por no espiarla, algo que siempre había deseado hacer. Era, desde luego, una situación rara de la que no sabía cómo salir. Tenía dos posibilidades: seguir disimulando y morirse de envidia o unirse a Giuseppe y Luca y disfrutar de los encantos de su madre, que tan gran predilección mostraba hacia los adolescentes.
Giulio comprendía esas acuciantes necesidades carnales de su madre, ya que su padre había muerto dos años antes y debía necesitar sexo. Lo que no entendía era cómo era capaz de hacérselo con su hijo menor y con el mejor amigo de su hijo mayor. Él habría considerado más normal, como es lóico, sorprenderla en la cama con un hombre adulto, aunque tuviera algo menos de sus 42 años, pero su afición por los adolescentes era algo totalmente inesperado.
Pensando estas cosas bajo la fina lluvia que caía pasó la hora Giulio. Luego emprendió el camino de vuelta a su casa, a la que llegó unos diez minutos más tarde de lo habitual, que eran las tres y media. Llamó a la puerta de su casa y le abrió su madre, sonriendo y dándole un beso en la mejilla.
-¿Qué tal ha ido el día? -le preguntó.
-Un poco pesado, pero no del todo mal.
-Bueno. . . Venga a comer; hoy tenemos tallarines, para variar -dijo Francesca sonriendo.
-Vale, ahora mismo voy.
Giulio dejó la mochila encima de su cama y fue a la cocina, donde su hermano y su madre ya lo esperaban para comer. Mirando la cara de inocente niño de su hermano le pareció increíble que no fuera virgen y él, con dieciséis años, sí lo fuera. Prefirió apartar esos pensamientos de su cabeza y se concentró en la comida, que era una de sus favoritas.