Calabreses (2)

m/F, incesto.

Aquella noche, Giulio estuvo dando vueltas en la cama hasta pasada la una. No paraba de pensar en lo que había visto aquella tarde. Pero lo que más lo turbaba era el hecho de que su madre lo deseaba sexualmente y estaría dispuesta, o más bien encantada, de hacerlo con él. No había ninguna duda al respecto, se lo había oído decir claramente a su hermano y, a la luz de lo que había hecho con éste, no dudaba ni un momento que sería capaz de hacerlo con él.

La verdad era que él, sobre todo cuando tenía la edad de Luca, también había fantaseado un poco sobre su madre. Se había preguntado cómo sería desnuda, cómo serían los dos grandes melones que abultaban los vestidos que llevaba (que antes eran algo más alegres y ahora, tras la muerte de su padre, eran negros, aunque parecía no tener mucho respeto por el luto). Sus tetas eran verdaderamente grandes (aunque tampoco en extremo) y se movían de un lado a otro cuando andaba apresuradamente o se movía de forma brusca.

El hecho de haberle visto aquella tarde algo que en teoría iba después de las tetas, la vulva, había despertado esa antigua curiosidad de Giulio de verle las tetas, y lo que más le atormentaba era el que tenía la posibilidad de vérselas, pero de momento sabía que no se atrevería a sugerir a su madre que quería sexo con ella. El caso es que ni él mismo estaba seguro de querer tener relaciones carnales con ella; al fin y al cabo era su madre y le daban a priori un poco de, llamémoslo, "escrúpulos". Estaba claro que su moral estaba intacta y no era tan laxa como la de su hermano, que rápidamente había sucumbido a los encantos de su voluptuosa madre.

Tanto pensar en lo mismo tuvo en Giulio el efecto que cabía esperar, una erección. Tan fuerte era ésta que no tuvo más remedio que llevarse una mano a su pene y comenzar a acariciárselo a través de la tela de sus pantalones de pijama. Imágenes fugaces de su hermano estrellando sus caderas contra el culo de su madre pasaban por su mente semidormida. Veía claramente cómo salían los chorros de semen del pequeño miembro de su hermano y chorreaban por las nalgas de su madre. Las últimas gotas de semen de Luca caían sobre las sábanas y podía ver la negra vulva de su madre. Justo cuando esas imágenes deleitaban su mente, Giulio sintió cómo él mismo se corría en los calzoncillos, no habiendo tenido tiempo de sacarse la polla y masturbarse como solía hacerlo. Aquello no pareció importarle y se quedó dormido poco después de eyacular.

A la mañana siguiente, Giulio se despertó alrededor de las siete, media hora antes de su hora habitual. Había dormido profundamente durante seis horas y en sus sueños habían vuelto a aparecer imágenes de su madre en la cama con Luca. Sabía que aquella tarde antes de que él viniera a lo mejor aparecía Giuseppe, así que se le ocurrió una idea que, a primera vista puede parecer algo paranoica, pero que a él le pareció buena para espiar.

Se le ocurrió que podía permanecer escondido en un viejo armario que apenas se abría que estaba en el que había sido el cuarto de su abuela cuando ésta vivía. Iría a la cocina a coger algo de comida (queso, algo de jamón y dos o tres yogures) y esperaría dentro de él hasta que llegara la hora en la que se suponía que comenzaría la sesión de sexo.

Tal y como planeó, y antes de que nadie se despertara (su madre tenía la sana costumbre de levantarse alrededor de las nueve), fue a la cocina sin hacer ruido y cogió un trozo de queso, unas lonchas de jamón, un par de yogures y dos manzanas. Eran muchas provisiones, pero tenía que desayunar y tomar algo a media mañana, así que le pareció correcto coger todo aquello. Luego se fue con su maleta y una pequeña linterna a la habitación de su abuela (que la mayoría del tiempo permanecía cerrada) y se metió en el viejo armario. Giulio sabía lo miedosa que era su madre para revolver las cosas de un difunto, así que no temió que apareciera por allí.

La mañana transcurría lenta, muy lentamente. Giulio tomó para desayunar un poco de jamón, un yogur y una manzana y abrió la mochila del colegio (que naturalmente había llevado consigo para que pareciera que se había ido al instituto) para leer algo y amenizar la larga espera de varias horas que tenía por delante. Hojeó el cuaderno de inglés y trató de estudiar, pero sin éxito. Se quedó con el cuaderno sobre los muslos y apagó la linterna durante unos instantes en los que su mente navegó una vez más por los hechos acaecidos la tarde del día anterior. Se moría de ganas de ver lo que pasaba aquella tarde y la espera lo ponía de los nervios.

Se estiró un poco dentro del viejo y grande armario que había pertenecido a la abuela y que aún contenía sus cosas. Estaba sentado sobre varias prendas de vestir y cuando se dispuso a hacer un poco de sitio con las manos topó con algo duro que estaba debajo de lo que parecían ser vestidos. Tanteó mejor y descubrió que era un libro. Estaba oculto en un lugar seguro en una esquina, y habría sido difícil dar con él. El hecho de que estuviera tan oculto despertó el interés de Giulio, que rápidamente lo cogió y encendió de nuevo la linterna. Inspeccionó el libro y descubrió que se trataba de un diario.

Hojeándolo, Giulio se dio cuenta rápidamente de que estaba en inglés. Era lógico, su abuela había nacido a principios de siglo en Estados Unidos (era hija de emigrantes) y el mejor medio de mantener en secreto lo que decía en su diario era escribir en inglés, ya que nadie más en la familia hablaba esa lengua. Ella había regresado a Italia en los años veinte por voluntad propia (no le gustaba la vida en América) y había formado una familia, teniendo al padre de Giulio no mucho después de llegar, en 1923. La abuela había muerto cuatro años antes que el padre de Giulio, en 1971, y ahora ya habían pasado seis años desde que la enterraron.

Giulio tenía unos conocimientos de inglés bastante aceptables, aunque no le gustara estudiar gramática, así que se puso a leer el diario. La primera entrada databa de abril de 1932 y en ella se relataban cosas de la vida cotidiana. Por ejemplo, en una de las frases decía: "Hoy he ido a comprar pescado y me encontré a Julia, que tuvo un hijo el martes pasado" Giulio pasó las hojas leyendo sólo algunos pasajes hasta que llegó a algo que le llamó mucho la atención. En una entrada  de enero de 1933 decía: "Esta mañana me ha pasado algo muy raro. Estaba lavando a Giulio (el padre de Giulio) y de pronto se le puso duro el pene. Supongo que fue porque el vestido que llevaba era algo escotado, pero lo que me ha preocupado realmente es que los pezones se me han puesto empinados al vérselo y después, cuando me quedé sola, tuve que meterme un dedo"

A Giulio le daba vueltas la cabeza del entusiasmo; quería leer todo el diario de una vez, pero era muy gordo y parecía prometer. Siguió leyendo por encima hasta que en una entrada de finales de ese mes de enero de 1933 leyó: "Me ha vuelto a pasar lo mismo con Giulio. Lo estaba lavando como de costumbre cuando se le volvió a poner duro el pene. Me moría de ganas de tocárselo (estaba muy excitada), pero me aguanté y me volví a hacer un dedo para quitarme la excitación. Realmente me está empezando a atraer mucho ese pequeño pene suyo, que no debe medir más que aproximadamente lo que miden dos dedos gordos de mi mano. " Giulio tuvo una erección de proporciones titánicas, pero siguió leyendo.

Una entrada de marzo de 1933 decía: "Creo que no voy a poder seguir lavando a Giulio. Su pene no deja de ponerse erecto cada vez que lo hago. Él no le da importancia, pero a mí me cuesta trabajo controlarme y no tocárselo. Dios, me excita tanto su cuerpo de niño y su pequeño pene que no puedo evitar ponerme húmeda cuando le veo desnudo. . . " Más adelante una entrada de abril de 1933 decía así: "Ya lo he hecho, le he dicho a Giulio que no volveré a lavarlo. Me he buscado la excusa de que es ya muy mayor para que yo lo lave y él parece haberlo entendido sin sospechar nada. "

Giulio siguió leyendo, pero no parecía ocurrir nada en varios meses. Finalmente encontró algo digno de mención fechado en junio de 1934: "Hacía mucho tiempo que no le veía el pene a Giulio y le ha crecido un poco. Se lo he visto al entrar en el baño para ayudarlo a lavarse. El muy tonto se había puesto de tierra hasta los ojos jugando con sus amigos y quería asegurarme de que se lavaba bien, aunque he de reconocer que también sentía ganas de verlo desnudo. . . "

En las entradas de los siguientes meses, Giulio leyó que su abuela cada vez iba sintiendo más y más deseos de ver  a su hijo desnudo de nuevo. Sus otros hijos tenían ocho, seis y cuatro años, pero apenas eran mencionados, tal vez porque todas eran chicas. Una entrada de abril de 1935 le llamó la atención: " Hoy le he pedido por fin a Giulio que me dejara lavarlo. Lo he hecho y he podido volver a verle el pene erecto, ante lo cual el se ha ruborizado y ha intentado taparse. Yo me he reído y le he dicho que me deje vérselo. Le he preguntado que por qué se le pone así y me ha dicho que porque yo estoy con él. Es curioso, pero parece saber que las erecciones se deben a las mujeres (bueno, salvo excepciones). Pero qué tonta soy, no iba a saber eso ya con doce años. . . El caso es que le he dicho (no sé cómo se me ha ocurrido) que me deje tocárselo para ver si se está desarrollando bien. A él le ha parecido razonable y yo se lo he tocado. Primero pasé la mano por todo él y luego le retiré el prepucio para ver si todo andaba bien (al menos esa es la excusa que le di) y saqué todo su glande. Luego se lo apreté un poco con dos dedos y más tarde pasé uno durante un rato por la zona en la que el prepucio se fija al glande. Cuando acabé, Giulio estaba muy rojo y tenso y me pidió por favor que siguiera tocándoselo, porque le gustaba. Yo, consciente de lo que hacía, volví a acariciárselo hasta que, no sé cómo, acabé masturbándolo con la mano cerrada sobre su miembro. No mucho después ocurrió lo que tenía que ocurrir, llegó al orgasmo. Se puso tenso y gimió mientras salía un poco de líquido prácticamente transparente de su pene. Casi me da algo al verlo; sentía en los pezones un cosquilleo y tenía la vulva completamente mojada. Giulio me dio las gracias y me preguntó si aquello lo podía hacer él también. Yo le dije que claro y él me preguntó si yo se lo haría alguna otra vez. Le he dicho que ya veremos. "

Giulio estaba tan excitado que le caían gotas de sudor por las mejillas, aun así tenía que seguir. Dos o tres páginas más adelante leyó: "Vittorio (el abuelo paterno de Giulio) ha ido a Roma y no volverá en un dos semanas. Llevo demasiado tiempo esperando y creo que no voy a poder aguantar mucho más, necesito a Giulio y quiero volver a masturbarlo. Yo misma me masturbé anoche pensando en lo que le hice el otro día y el placer ha sido inmenso"  En una entrada posterior se leía: "Ha sucedido algo extraordinario, algo que no pensaba que fuera a suceder. Anoche, cuando ya dormían las niñas, Giulio me pidió que volviera a masturbarlo. Al principio me quedé un poco parada, pero luego reaccioné y le dije que viniera conmigo a mi cama, que allí estaríamos más cómodos. Una vez allí, cerré la puerta con el pestillo y le dije que se desnudara. Yo llevaba puesto sólo un camisón y me puse a su lado en la cama. Los dos nos pusimos muy pegados y yo comencé a acariciar su cuerpo desnudo, tan frágil y con el pene tan duro. Jamás he visto nada que me excite más que su cuerpo infantil. Por fin, le empecé a tocar el pene y él, sin yo esperarlo, me empezó a acariciar una teta a través del camisón. Tenía los pezones completamente erectos y, en vista de que yo no le reprendía por tocarme, él cogió más confianza y jugueteó con ellos, haciéndome temblar de placer. Lo masturbaba lentamente, parando a veces para atormentalo pasando dedos humedecidos por su glande y por los bordes de éste. Sin saber por qué, paré de repente y me puse de rodillas sobre la cama. Ya no podía aguantar más, la excitación estaba a punto de derretirme, así que puse una rodilla a cada lado de sus caderas y me levanté un poco el camisón. Ya no había vuelta atrás; cegada por el deseo que me provocaba su rojo y resplandeciente glande, fui bajando hasta que éste entró en contacto con mi vello púbico. Metí una mano por debajo de mi camisón y  guié el pene de Giulio hasta la entrada de mi vagina. Muy despacio, fui dejándome caer, sintiendo su miembro penetrar mi sobreexcitado cuerpo y deslizarse por mi húmeda vagina. Cuando todo su miembro estuvo dentro y sentí mi vello púbico rozar  su piel, comencé a moverme de atrás hacia delante. Su expresión revelaba un placer intenso e inmenso, y yo gozaba yendo despacio y haciéndole sufrir de placer, si es que es posible el sufrimiento por esta causa. Los dos sudábamos; él me tocaba las tetas y yo tenía las manos puestas en su abdomen y pecho, palpando su infantil cuerpo que a tal grado de excitación me había hecho llegar. Su pene llenaba mi vagina de una forma indescriptiblemente placentera. Adoraba tener a mi niño de nuevo dentro de mí y estar dándole placer, me entusiasmaba la idea de estar haciéndole un hombre, de estar dejando que penetrara mi vagina, la vagina de su madre. En un momento dado, me resarcí del camisón sacándomelo por arriba y mostrándole a mi niño mis grandes tetas de pezones gordos y areolas amplias y rojas. Nuestra unión carnal nos estaba haciendo escalar montañas de un placer inconmensurable y luego bajarlas suspirando con nuestros cuerpos sudorosos confundiéndose en un éxtasis sexual de proporciones cósmicas. El clímax no se hizo esperar y nos llegó afortunadamente a la vez (prueba de que había merecido la pena que yo llevara la iniciativa). Una sensación intensa y paralizante de placer se apoderó de nuestros cuerpos, que se fundieron en un amasijo de carne en éxtasis al yo echar todo mi peso sobre Giulio. Mi maternal vagina se aferró al pene de mi niño y precipitó su orgasmo, en el cual todavía no salió gran cantidad de esperma. Una vez acabada nuestra unión carnal  incestuosa, los dos nos quedamos el uno junto al otro tumbados en la cama, tocándonos y besándonos. Una nueva vida ha empezado para los dos".

Giulio se sacó el pene de los pantalones y comenzó a masturbarse sin mayor dilación. Aquello había sido demasiado para él y en poco tiempo un chorro tremendamente potente de semen salió de su pene, cayendo sobre el diario, sobre sus pantalones, sobre la ropa, sobre el jamón, etc. Lo pringó todo con su simiente, pero había merecido la pena, hacía mucho tiempo que no tenía un orgasmo de esas proporciones.

El joven calabrés decidió no seguir leyendo el diario para así tener más material para sus masturbaciones más adelante y lo cerró dejándolo donde había estado. Se relajó y apoyó la espalda en la madera del armario esperando a que llegara la hora en la que su hermano o Giuseppe llegarían a casa.