Caitiff

Una joven chica conocerá una noche a una misteriosa mujer que cambiará su vida para siempre. Relato inspirado en el universo de Vampiro: La Mascarada.

Estaba de rodillas sobre el duro suelo. Permanecía con sus ojos cerrados, buscando mantenerse ajena a todo lo que le rodeaba. Respiraba abotargada mientras notaba el sudor recorrer su cuerpo. Para colmo, el intenso dolor que sentía en sus manos era ya insoportable. Las esposas las tenía demasiado apretadas.

Escuchó pasos por detrás. Dos personas venían hacia ella. Afinando un poco su oído, notó que unos eran suaves, casi livianos, y los otros, más pesados y fuertes. En un momento dado, percibió que los recién llegados se separaban, colocándose a cada lado de donde se encontraba. Dejó escapar un poco de aire. Estaba aterrada.

Abrió los ojos y lo primero que vio fue el suelo sobre el que se hallaba. Estaba compuesto de desgastados tablones de madera. Alzando la vista con cuidado, descubrió que se hallaba sobre el escenario de un teatro. Su largo y rizado pelo rojo le ocultaba la visión, así que, subiendo un poco más su cabeza, pudo ver la zona del público. Había varias hileras de asientos, aunque la mayoría estaban vacías. A los lados y elevadas por encima, estaban las zonas de palco, cuatro por cada piso. Miró hacia un lado y a otro, angustiada e impotente.

Todo tenía un aire fantasmagórico. Su público era escaso y parecía ausente. La mayoría estaban en los asientos delanteros. Tan solo había una persona en la mitad y dos en la zona del final. En el palco, vio a otras dos, vestidas con extrañas túnicas rojas. Sus cabezas permanecían ocultas bajo capuchas. Los miró con detenimiento y, más allá de sus brillantes ojos y pálidas pieles, poco más pudo sonsacar.

De repente, una voz rompió con el monótono silencio que gobernaba aquel lugar:

—Hermanos y hermanas vástagos —comenzó a hablar el misterioso interlocutor—. Siento haberos sustraído de vuestras importantes tareas, pero, como ya os informé, tenemos un asunto muy importante entre manos que requería vuestra presencia.

El público permanecía callado. Ella se fijó en cada uno de los espectadores, todos impertérritos ante lo que presenciaban. Eran estatuas inanimadas, desprovistos de vida o sentimientos. Tan solo notó cierto atisbo de actividad en la persona que se hallaba a la mitad. Se trataba de una mujer de piel muy blanca y larga melena negra que le caía en cascada por los hombros. Llevaba un vestido ligero que dejaba al descubierto parte de sus encantos. Sus candentes ojos verdes oscuros estaban clavados sobre ella. Tembló al notarse tan observada.

—Hace dos noches, uno de nuestros miembros rompió la Mascarada al llevar a cabo un osado acto del que no se informó a la Camarilla —prosiguió la voz que, a estas alturas, identificaba como la de un hombre—. Este vástago osó convertir a un humano.

De repente, el apagado público se encendió. Hubo algunas reacciones y sonaron varios murmullos. En el palco, las ocultas figuras mantenían sus cabezas gachas mientras parecían lamentarse. Tan solo la mujer de la mitad seguía con su mirada posada sobre ella. Al mismo tiempo, una malévola sonrisa se dibujaba en su rostro. En un momento dado, levantó sus labios, dejando al descubierto su dentadura. En ella, sus puntiaguados colmillos destacaban lustrosos y provocadores.

—Este ha sido un acto que no se puede tolerar —se lamentaba el hombre con decepcionante sorna—. Convertir a un mortal es algo que solo se puede realizar en determinadas circunstancias y con permiso tanto del clan como de la Camarilla. Hacer algo así es deshonroso para todos.

Con sumo cuidado, volvió la vista a un lado y a otro.

A su izquierda, pudo ver al misterioso hombre que hablaba. Tenía la piel pálida, el pelo rubio muy corto, peinado con refinamiento, y vestía con un lujoso traje blanco. Se le notaba como alguien elegante y formado. Por su forma de actuar, parecía de alta alcurnia. A la derecha, sin embargo, tenía una figura totalmente distinta.

Era un hombre alto, de piel más oscura que la del resto, largo pelo negro recogido en una coleta con rastas y de constitución física muy robusta. Sus hombros eran anchos, los brazos tan gruesos como el tronco de un árbol y sus piernas parecían los pilares de un edificio. Resultaba imponente y aterrador, algo acentuado por la indumentaria oscura que portaba, aunque lo que más la puso en alerta no era su aspecto, sino la enorme espada que colgaba de su espalda.

—Nuestros cazadores Gangrel lograron atraparlos, pero, para cuando llegaron, ya era tarde. El Abrazo ya se había consumado y la transformación se completó.

Recuerdos de lo ocurrido tiempo atrás regresaron a su memoria. Pudo visualizar todo lo que pasó aquella noche. En un inicio, fue lo más increíble que jamás le podría haber sucedido, pero luego, se tornó en un evento terrible y oscuro, algo que parecía sacado de una novela gótica de los años noventa.

Escuchó varios pesados pasos. De refilón, vio como el tipo alto se acercaba hacia donde estaba ella.

—Esto es todo un ultraje y tras consultarlo con el clan Tremere, hemos llegado a la única conclusión posible —dijo el hombre trajeado—. La sentencia es clara: muerte.

No entendía por qué le tenía que pasar esto a ella. Nunca pidió algo así. Ya no solo el haberse convertido en una cosa completamente distinta de quien era, sino hallarse en esta situación, a punto de morir.

Volvió sus ojos hacia ella. También estaba de rodillas y con la vista clavada en el suelo. Esperó, por un instante, que se volviera para mirarla. Quería atisbar algo de preocupación, de miedo, de importancia, pero no halló nada de eso. Solo indiferencia.

El ser inmenso se colocó al lado de su acompañante y se descolgó la pesada espada que portaba. La aferró con firmeza con ambas manos y la elevó. El hombre trajeado miró hacia el palco, donde se hallaban las figuras encapuchadas. Una de ellas asintió.

—No hay más que decir. La voluntad de la Camarilla es clara y yo, como Príncipe de esta ciudad, tengo que cumplir con mis funciones. —El hombre trajeado volvió la vista hacia las dos mujeres arrodilladas—. Ejecútala.

La gran espada inició su descenso y la mente de Scarlett la sacó de allí, llevándola de vuelta hacia donde comenzó todo, el inicio de su pesadilla.


La música sonaba ensordecedora y las luces de los potentes focos atravesaban la tenue oscuridad como si fueran cuchillas. La gente se movía por la pista de baile en una discordante danza al compás de la machacante melodía que las acompañaba. Vagaban de un lado a otro, chocando entre ellas. Algunos se separaban al mínimo contacto. Otras, por el contrario, se pegaban más, ansiosas por sentir el cálido roce de sus cuerpos. Scarlett las observaba desde la barra, bebiendo con tranquilidad del vaso que acababan de servirle.

—¿Te animas a bailar? —preguntó una voz femenina a su lado.

Su amiga Claire también observaba la pista de baile con ganas. De hecho, se podía notar una evidente mirada depredadora en sus ojos turquesas. Cualquiera podía ser su presa. Hombre, mujer, trans. Era pansexual y le daba lo mismo quien fuera.

—No sé —respondió dubitativa—. Creo que prefiero permanecer aquí un poco más.

Su seca contestación no le gustó ni un pelo a su amiga. Ella odiaba que Scarlett fuera tan indecisa, más si se trataba de temas de ligar.

—¡Venga ya! —exclamó disgustada mientras señalaba el panorama que tenían delante— ¿Has visto la cantidad de bellezas que hay esta noche? ¿No me digas que no hay alguna que te llame la atención?

Tragó saliva. Sí que había buen material allí delante, pero, como siempre, sus inseguridades volvían a aflorar.

—Lo sé, pero es que hoy no tengo cuerpo…

—No sigas por ahí —la interrumpió Claire—. Siempre estás poniéndote alguna puñetera excusa para no lamer coños. Eres una maldita rajada.

Odiaba que su amiga fuera tan basta, aunque debía reconocer que llevaba razón.

Se había preparado esa noche expresamente para salir a ligar. Llevaba un vestido azul corto que mostraba lo suficiente de sus encantos, se había arreglado el pelo en una preciosa coleta pelirroja y estaba bien maquillada, lista para atrapar a cualquier incauta que se le pusiera por delante. Sin embargo, iba a perder el tiempo. Sus nervios y su cobardía crónica siempre habían sido terribles impedimentos para intentar acercarse a otras personas y entablar conversación con ellas. Un montón de preciosas chicas habían desfilado ante sus ojos en infinidad de ocasiones y las había perdido sin más remedio por su inseguridad.

—Tienes razón —se lamentó mientras daba un sorbo a su bebida—. Siempre hago lo mismo.

Suspiró un poco al recordar tantos bochornosos momentos. Claire posó una mano en su hombro y se lo acarició con cariño.

—Te comprendo —comentó con suavidad—, pero tienes que salir de ese caparazón alguna maldita vez.

—Lo haré, aunque no sé cuándo.

Notó como la apretaba un poco con su mano. Un gesto de complicidad entre ellas. Se miraron, pero los ojos de Claire no tardaron en desviarse hacia algo más interesante.

Un chico, algo más joven que ellas dos, rondaba por el borde de la pista de baile. Era mono. Piel morena, constitución fuerte, pelo marrón claro en melena y ojos verdes. Perfecto para Claire.

—Bueno, esta noche tocará macho —habló animada.

Le dio un pequeño beso en la mejilla derecha a Scarlett y se alejó en dirección a su presa, la cual no tardó en mostrarse abierta a bailar con ella. Su amiga vio cómo se alejaban y así, quedó sumida en sus tristes pensamientos.

Scarlett siempre estuvo atrapada en una prisión toda su vida. Su familia, de porte religioso y tradicional, le prohibió salir y tener amigas. Tan solo podía estudiar y rezar. No fue hasta que le otorgaron una beca para ir a una prestigiosa universidad que, por fin, pudo respirar liberada. En otra ciudad, gozaría de libertad para hacer lo que quisiera. Sin embargo, aquella vida estricta y dura que había soportado por mucho tiempo hizo mella en la joven y le imposibilitaba expresarse como deseaba: ser lesbiana y acostarse con otras mujeres.

Siguió bebiendo. El embriagador efecto del alcohol la desinhibió un poco y le dio ciertos ánimos para lanzarse a la pista en busca de su propia presa. Miró para ver si hallaba a Claire, pero hacía rato que su querida amiga se había perdido entre aquella marea humana. Fue, en ese instante, cuando notó una nueva presencia muy cerca de ella.

—¿Estás sola? —preguntó alguien a su lado.

Un escalofrío recorrió su cuerpo de arriba abajo. Al volverse, topó con la mujer más increíble que jamás había visto. Sus ojos quedaron fijados en ella y un intenso calor comenzó a crecer en su interior.

—S….si…, lo estoy —logró responder.

La recién llegada sonrió. La mueca era una perfecta curva bien formada en sus finos labios, recubiertos de un intenso rojo escarlata que brillaban con el reflejo de las luces procedentes de los focos.

—Ya veo. —Se la notaba satisfecha con la respuesta— ¿Te importa si te hago compañía?

Asintió de forma arrítmica. Los nervios estaban empezando a comérsela y eso era algo que no se debía permitir. Se dijo que tenía que controlarse y eso intentó hacer. Volvió la vista y respiró hondo. Necesitaba calmarse.

Mientras miraba hacia el gentío, tratando de buscar a su amiga, notó como el calor comenzaba a subir. La estaba observando, de eso no cabía ninguna duda. La incomodidad hizo acto de presencia. Nunca había estado en una situación como esa y no tenía ni idea de que hacer. Cuando decidió volver a mirar a la recién llegada, esta seguía pendiente de ella. Seguro que no le había quitado ojo en ningún momento.

—¿Va todo bien?

—Cla….cla….claro —contestó a duras penas.

—Pues te noto un poco nerviosa.

—¿De verdad…? —Su voz se volvió aguda al hablar. Se quería morir por dentro de la vergüenza.

Su acompañante no parecía alterada por su ridículo comportamiento. La notaba muy calmada. De hecho, su aspecto parecía irradiar una seguridad y firmeza impresionantes.

—Tranquila, todo está bien —le dijo con serena voz. Acto seguido, le acarició uno de sus rojizos mechones.

Scarlett sonrió. Aquella mujer le resultaba muy atractiva y misteriosa a partes iguales y eso que su aspecto no podría ser más informal. Chaqueta vaquera, pantalones de color azul y zapatos rosas. Llevaba unas gafas de pasta que le daban un aire a empollona, pero tras las lentes, sus ambarinos ojos brillaban refulgentes. Tenía la piel muy blanca, cosa que le resultó extraña, pero en contraste con la melena negra que portaba, le daba un toque más sensual.

—No tienes nada de qué preocuparte —continuó—. Por cierto, ¿cuál es tu nombre?

La pregunta sonaba indiscreta, pero a Scarlett poco le importaba. La presencia de esa mujer cada vez le resultaba más agradable.

—Scarlett —respondió sin más.

—Vaya, que nombre más bonito. —Su voz tenía un toque elegante. La hacía ver como alguien sofisticado—. Yo soy Miranda.

Le gustaba. No dejaba de notar como la miraba, entrecerrando un poco sus ojos y apretando sus labios en un claro gesto sensual. Estaba claro que aquella chica quería seducirla y ella no podría estar más que encantada. Pese a que el miedo la acechaba, estaba más que dispuesta a lanzarse. Era hora de disfrutar un poco.

Un fuerte rasgueo de guitarra hizo que su cuerpo reaccionara. “ Self control ”, de Laura Branigan, comenzó a sonar. Le resultaba extraño que una canción tan antigua sonara en una discoteca tan moderna, aunque no podía negar que el tema perfecto era para el ambiente en el que se hallaban.

—Oh, esta canción me gusta mucho —expresó encantada Miranda—. ¿Bailas conmigo?

En otras circunstancias, se negaría. Sin embargo, ahora estaba dispuesta a lo que fuera por la misteriosa Miranda. Cuando vio como le tendía la mano, no dudó en cogérsela y, juntas, fueron hacia la pista de baile.

No comprendía que le pasaba. ¿Era el alcohol? ¿Miranda le había echado una extraña droga en la bebida? A lo mejor, ¿la había hechizado? No comprendía nada. Lo único que le importaba era estar a su lado.

Ya en medio de la pista de baile, ocultas entre la gente, comenzaron a bailar. Ambas se mantenían muy cerca, tratando de evitar al resto, pero sin alejarse de la otra. Mientras, la música sonaba perfecta, como si hubiera aparecido en el momento adecuado.

Oh, the night is my world

City light painted girl

In the day nothing matters

It's the night time that flatters

Miranda dio una vuelta sobre sí misma y luego, comenzó a mover su cuerpo de lado a lado en un hipnótico movimiento que pareció obnubilar a Scarlett. Sus caderas se contoneaban al ritmo de la música y sus pechos medianos botaban un poco ante cada movimiento. Era una visión sugerente e intensa que parecía estar hechizando a la chica. No le quitaba ojo.

In the night, no control

Through the wall something's breaking

Wearing white as you're walkin'

Down the street of my soul

Se aproximó a ella. Al inicio, se sintió intimidada por su poderosa presencia, aunque no tardó en mostrarse confiada, más cuando la estrechó entre sus brazos por la cintura.

—Déjate llevar —le susurró al oído.

No entendía que le pasaba. Una enorme sensación de confort la llenó por completo. Su delgado cuerpo se pegó al suyo y la abrazó con ganas. La tenía cerca. Su aroma la embriagaba. Miraba su pálida piel y esos hermosos ojos ámbar. Era muy hermosa, más de lo que pudiera imaginar.

—Ya no escaparás de mi —dijo con sibilina maldad.

You take my self, you take my self control

You got me livin' only for the night

Before the morning comes, the story's told

You take my self, you take my self control

La besó en el cuello, no una, sino varias veces. Sintió su cuerpo derretirse por completo al tiempo que esos labios recorrían sobre su piel y la cosa fue en aumento cuando pasó su lengua. Su corazón se aceleraba al notar como dejaba estelas de caliente saliva. Dio varias pasadas y luego, la rozó con sus dientes. Emitió un suave gemido, muy complacida ante tanta atención. Sin embargo, algo la inquietó un poco. Notaba que los colmillos eran puntiagudos y afilados, demasiado, en verdad. Le resultaba raro, aunque, no le dio demasiada importancia. Lo único que deseaba ahora era disfrutar.

El calor iba en aumento y todo lo que la rodeaba comenzaba a resultarle un estorbo. Necesitaba estar en un sitio alejado del mundo, sin nadie más que la misteriosa Miranda. Una ansiedad inhumana crecía en su interior, un intenso deseo que la oprimía como si unas garras  hubieran atrapado su corazón. Siguieron así por lo que pareció una eternidad, pero, en realidad, fueron tan solo unos meros segundos que no tardaron en romper para besarse.

Another night, another day goes by

I never stop myself to wonder why

You help me to forget to play my role

You take my self, you take my self control

La canción continuó mientras Scarlett se dejaba devorar por Miranda. Permitió que la besara sin cesar, esperando aplacar el ardiente deseo que la quemaba por dentro, aunque no fue así, pues eso la excitó aún más. Sus bocas siguieron unidas y, para ella, fue la sentencia definitiva. Se miraron tras separarse y supieron cuál era el siguiente paso que debían dar.

Juntas, abandonaron aquella discoteca y pusieron rumbo al piso de Miranda. A Scarlett le temblaba todo el cuerpo. Esta noche iba a estar con otra mujer. Era lo que más había deseado en su vida y, por fin, iba a suceder. Sin embargo, este no era más que el inicio de su tormento. No tenía ni idea de donde se estaba adentrando.


La llegada al piso estuvo marcada por el caos. Desde que entraron en el ascensor, Scarlett y Miranda se vieron arrastradas por una pasión irrefrenable. No dejaban de besarse, entrelazando sus lenguas y chupándose la una a la otra, poseídas por un frenesí intenso. Sus manos exploraron cada rincón de sus cuerpos, revolviendo sus ropas y dejándolas con ganas de más.

Cuando el ascensor llegó a la planta correspondiente, las dos salieron y pusieron rumbo al piso. Una vez dentro, Miranda volvió a abalanzarse sobre su indefensa presa y la estampó contra la puerta que acababa de cerrar. A Scarlett la pilló desprevenida. Esa acción la atemorizó un poco, pero en cuanto sintió de nuevo sus besos y caricias, supo que no le haría daño. Pegó su boca contra la de ella y continuaron su pasional juego hasta que la anfitriona decidió llevarla al dormitorio.

Cogida de la mano, se dejó guiar hacia la estancia. En ese punto, era como si ya no le importase nada. Se hallaba a merced de aquella increíble mujer, algo impensable. A lo largo de su vida, había conocido a varias que eran impresionantes, pero ninguna llegaba al nivel de Miranda. Nada más entrar, la arrojó sobre la cama y comenzó a desvestirla sin mayor preámbulo.

El vestido azul que llevaba puesto se deslizó por su cuerpo a gran velocidad hasta acabar en el suelo. Scarlett se sintió un poco vulnerable al verse desnuda. A pesar de llevar su ropa interior, nunca se había mostrado en ese estado ante otra persona. Mientras, Miranda comenzó a quitarse la suya. La chaqueta, la camiseta y sus pantalones. No llevaba ni bragas ni sujetador. Se quedó sin palabras al verla así.

Su piel era muy blanca. Ya bajo la apagada oscuridad de la discoteca resaltaba, pero ahora, en aquella diáfana habitación, podía verla mejor. Tan pálida y, a la vez, brillante, nada que ver con la piel sonrosada de ella. Se fijó en sus medianos pechos y descendió por las curvas de sus caderas hasta dar con su entrepierna, donde tan solo había una mera línea de vello púbico. Los labios vaginales se notaban entreabiertos y húmedos. Estaba impresionante. Con paso lento y decidido, fue hasta la cama, donde Scarlett se hallaba recostada. Se subió y fue gateando hacia ella. Muy pronto, la tuvo encima.

Se miraron. No podía creer que hubiera llegado a algo así. El corazón le latía con mucha fuerza. Pensaba que le iba a dar un infarto por todo lo que sucedía. Miranda la observaba con esos ojos tan intensos. Eran como dos luces que parecían haberla atrapado. No parecía tener escapatoria. Tan solo podía entregarse y eso fue lo que hizo. Sin dudarlo, la besó.

Ambas mujeres unieron sus bocas de nuevo. Sus lenguas volvieron a enlazarse en un húmedo abrazo y se deleitaron con el sabor de cada una. En un momento dado, Miranda mordisqueó el labio inferior de Scarlett, algo que le gustó mucho. La mujer la besó con deleite por su rostro y continuó descendiendo por el cuello. No podía más que disfrutar mientras su amante degustaba todo su ser.

En un rápido movimiento, Miranda le quitó el sujetador, dejando al descubierto los pechos de Scarlett. La mujer pálida los devoró con avidez. Lamía y chupaba con deleite, dejando que su lengua recorriera cada centímetro de ellos, dejándolos brillantes por la saliva. Los pezones rosados los engulló con ganas, atrapándolos entre sus labios y poniéndolos bien duros. La pelirroja gozaba con aquel intenso placer y eso, que aún no había terminado el descenso. Su coño estaba bien húmedo, ansioso de que lo colmaran de la misma atención.

Miranda prosiguió su recorrido. Dejando atrás los pechos de Scarlett, bajó por su vientre plano. Horadó su ombligo con la lengua y no dudó en introducirla dentro, arrancando a la chica un inesperado gemido. Sin embargo, la cosa no acabó aquí. Con una amplia sonrisa de satisfacción, la pelinegra continuó hasta llegar a la entrepierna de su amante. Ella contemplaba nerviosa el momento y, aunque algo reticente, se abrió de piernas.

—Um, que mojadita andas por aquí —señaló Miranda al tiempo que sus dedos recorrían la húmeda tela de su ropa interior.

Aquel lento roce puso a Scarlett un poco alterada. Volvió su vista de nuevo hacia Miranda y notaba como esos ojos verdes tenían un brillo distinto. De hecho, el rostro de la mujer cambió de forma repentina. Por un momento, lejos de ver a una hermosa fémina lista, creyó ver a un ser de facciones imposibles que parecía engañarla. Eso la asustó bastante, llegando a ponerla tensa, pero, en un leve parpadeo, su cara volvió a ser la misma. Cuando comenzó a besar directamente su sexo por encima de la tela, lo único que pudo hacer fue entregarse al placer.

—Y que rica sabes —fue lo siguiente que expresó la misteriosa dama, relamiéndose los labios—. Aún así, creo que te quitaré las braguitas para degustarte mejor.

Algo en su mirada le resultó raro, pero no le hizo mucho caso. Sin más preámbulos, le quitó la ropa interior y se dispuso a devorar su preciada vagina. Scarlett tembló un poco al inicio.

—Tranquila, no voy a morderte —dijo juguetona para tranquilizarla.

Pese a seguir un poco agobiada por todo lo que sucedía, la chica decidió relajarse. Lo necesitaba. Mientras, más abajo, Miranda comenzaba a lamerle su coño.

Sentir como aquella lengua pasaba por su húmedo sexo excitó mucho más a la chica. Comenzó a gemir con suavidad mientras sentía ese cálido contacto. Resultaba delicioso. Miranda se esmeraba lo mejor que podía. Recorría cada centímetro de esa mojada cueva, repasando los sonrojados labios menores, que se abrían como si quisieran darle la bienvenida a su interior. En un momento dado, golpeteó el clítoris, haciendo que la muchacha se estremeciera.

—Vaya, parece que he tocado un puntito sensible —comentó la mujer muy contenta.

—Agh, Miranda —masculló entre sollozos Scarlett.

La mujer pálida golpeteó con la punta de su lengua la dura pepitilla, causándole un gran placer a la maltrecha joven. Sus gemidos iban en aumento y eso la animó a atacar más. Lo lamió, lo succionó y lo atrapó entre sus labios. Hizo con él lo que quería y Scarlett lo único que podía hacer era gozar de ello, retorciéndose sin piedad. Sabía que de un momento a otro llegaría al clímax.

—Oh, ¡no puedo más! —dijo tratando de contenerse, aunque le costaba mucho.

Miranda siguió lamiendo, esta vez haciendo círculos alrededor del clítoris. Fue suficiente.

—¡¡¡Me corro!!! —anunció entre gritos intensos Scarlett.

Todo su cuerpo entero convulsionó con mucha fuerza. Tembló varias veces mientras arqueaba su espalda. Emitió varios gritos y notó como su coño sufría fuertes espasmos acompañados de una increíble explosión de flujo que surgía de su interior. Miranda no dejaba de lamer, bebiéndose todo lo que expulsaba. Parecía como si estuviera sedienta, como si necesitase consumirlo todo.

Scarlett terminó destrozada sobre la cama. Notaba todo su cuerpo muy agitado, captando el delicioso placer que aún recorría todo su ser. Miranda continuó lamiéndola, limpiando su sexo de restos de flujo vaginal que pudieran quedar. Poco a poco, la pelirroja se fue recuperando, percibiendo como su respiración se hacía más lenta y como su mente se despejaba. Fue entonces cuando su amante ascendió para quedar frente a ella.

Volvieron a mirarse embelesadas. Scarlett todavía era incapaz de creer que estuviera pasando, que una chica le hubiera comido el coño. Simplemente, parecía como si estuviera en un sueño. De repente, Miranda habló:

—¿Te ha gustado?

—Sí, ha estado genial.

Su respuesta alegró bastante a la mujer, quien no dudó en besarla, permitiéndole así degustar el agrio sabor de su sexo. Le resultaba raro, aunque no le disgustaba. Eso la llevó a preguntarse si el coño de Miranda sabría igual.

—Esta es tu primera vez, ¿verdad?

Aquella cuestión dejó a Scarlett bastante sorprendida. No esperaba que fuera a preguntarle algo así.

—Erm, si, lo ha sido —respondió algo titubeante.

Una malévola sonrisa se dibujó en los labios escarlatas de Miranda.

—Ya lo he notado —puntualizó certera—. Estabas un poco incomoda. Era evidente que te sentías atemorizada, aunque, al final, te ha encantado.

Ella tampoco pudo evitar sonreír ante esas palabras.

—Pues sí, lo que me has hecho ha sido increíble.

Lo cierto era que Scarlett estaba muy satisfecha. Nunca había gozado tanto. Se masturbaba y había llegado a disfrutar mucho con ayuda de su mano, pero no había ni punto de comparación.

—Ah, ¿sí? —dijo desafiante Miranda—. Pues prepárate, porque ahora viene lo mejor.

Ni le dio tiempo a decir algo más. La mujer de piel blanca y pelo negro la besó sin pensarlo, metiéndole la lengua hasta el gaznate. Se morrearon con ansiedad, prolongando el beso lo máximo que podían las dos. Al mismo tiempo, Miranda se frotaba con ganas, haciendo que su sexo chocase contra el de Scarlett.

La pelirroja gimió un poco al sentir su clítoris golpeado por la humedad de su amante. Ella continuó besándola mientras aumentaba el ritmo, haciendo que poco a poco, el calor volviera a invadir su cuerpo. Tras llevar un poco así, la mujer posó su boca en el oído y le susurró:

—Esto te va a encantar.

Le mordisqueó la oreja y luego, continuó lamiendo su cuello. Al mismo tiempo, su mano derecha descendió por el vientre de la chica y se internó entre sus piernas, lista para tocarla allí abajo.

Scarlett se volvió a poner muy tensa cuando notó como los dedos de Miranda le abrían los labios mayores y el índice recorría su húmeda raja.

—Agh, ¡Miranda! —gimió con fuerza.

—Tranquila, tú déjate llevar.

Aquellas palabras la calmaron un poco, pero sabía que la cosa se iba a encender mucho más y no podría contenerse.

Enseguida, notó como el dedo índice se colocaba sobre la abertura de la vagina, listo para entrar. Miranda hizo círculos con él, dejando que se impregnase con los flujos que salían de su interior. Seguramente, querría dejarlo bien húmedo para que así la penetración fuera más fácil. Se quedó allí, limitándose a chapotear en su interior, sin llegar a meterlo. Scarlett, por otra parte, no hacía más que disfrutar.

—Bien, ya está bien mojadito —comentó la mujer satisfecha.

De repente, su dedo se adentró en la vagina de la chica. Scarlett acusó la intrusión con sorpresa. No se esperaba tan inesperada penetración y eso la puso algo nerviosa.

—Cálmate —le dijo Miranda en su suave susurro—. Si te relajas, todo será mejor.

Respiró hondo, intentando tranquilizarse. El dedo siguió entrando y, pese a la estrechez de su sexo, avanzaba inexorable hacia su interior. En poco tiempo, entró por completo.

—Um, lo noto.

El índice de Miranda dio con el himen de Scarlett. Aquella superficie elástica se había estirado bastante al entrar todo el dedo, pero no se había roto. La chica había leído que algunos hímenes no se tenían por qué romper e, incluso, algunas mujeres todavía lo podían conservar pese a tener varias relaciones sexuales. No le dolía, lo cual era un alivio.

—Voy a meter otro —anunció Miranda.

Con suavidad, sacó el índice y embadurnó con sus jugos el dedo corazón. Luego, colocó ambos a la entrada de la vagina y volvió a entrar. Scarlett contrajo un poco su rostro y Miranda la besó con calidez en la mejilla izquierda y luego en la derecha. Fue dejándole pequeños ósculos por todo su rostro al tiempo que sus dos falanges se adentraban por su interior. En un punto, llegaron a entrar por completo. El himen quedó de nuevo bien estirado.

—No te preocupes, no te va a doler —la calmó Miranda.

Los dedos empujaron un poco más y sintió un leve desgarró. El himen estaba roto, por lo tanto, ya no era virgen. Nunca imaginó que algo así le fuera a pasar esta noche, pero había ocurrido y no podría ser más feliz. Estaba siendo una muy grata experiencia. Lo mejor era que Miranda le tenía preparada otra sorpresa.

—¿Te gusta lo que te hago? —preguntó mientras comenzaba a mover muy lentamente sus dedos.

—Sí, no pares —dijo muy excitada Scarlett.

No lo hizo. La mujer pálida movía sus dedos con lentitud en círculos, estimulando el interior de la chica. A la vez, su dedo gordo frotaba el clítoris, arrancándole más placer. Además, la volvió a besar con una dulzura y pasión. Le resultaba increíble como de atenta y sensible podía llegar a ser Miranda.

Scarlett siguió retorciéndose gozosa. Notaba pequeños espasmos en su sexo. Miranda iba con lentitud, como si quisiera que saboreara el momento de forma intensa. La besó en los labios y admiró a la escultural fémina. Su cuerpo estaba pegado al suyo y podía notar su suavidad y su…frialdad. Fue algo repentino, como si de repente su temperatura hubiera caído en picado, aunque no tardó en volver a sentir la calidez envolviéndola de nuevo. Su amante la observó extrañada.

—¿Pasa algo? —preguntó.

—No, nada —respondió ella.

Los dedos de la pelinegra se hundieron más en su interior. Scarlett echó la cabeza hacia atrás y emitió un fuerte gemido. El pulgar describió círculos alrededor del clítoris y al sentir ese estímulo, palpitó como si tuviera vida propia. La chica se retorcía víctima del placer. Estaba, como diría su amiga Claire, a punto de caramelo.

—¿Te gusta lo que sientes? —dijo incitante Miranda—. ¿Disfrutas mucho?

—¡Si, me encanta! —La pelirroja estaba ya descontrolada.

Los dedos giraron en el interior de su vagina. Su cuerpo entero se contrajo. Estaba a punto de llegar al orgasmo.

—Pues prepárate —Su voz se escuchaba fuerte y ansiosa—. Ahora viene lo mejor.

Ella se hallaba inmersa en pleno éxtasis como para darse cuenta. Cuando lo hizo, ya era demasiado tarde.

Miranda descendió hasta llegar a su cuello y, mientras arreciaba con sus dedos, comenzó a besarlo con pasión. Todo parecía normal o, al menos, así parecía. Sin previo aviso, la pelinegra abrió su boca y le mordió. Scarlett, al sentir como se clavaban los colmillos, reaccionó de forma violenta, tensando todo su cuerpo. Parecía lista para zafarse de la mujer, pero no se movió demasiado, pues comenzó a sentir algo inesperado: un placer increíble.

Un súbito calor inundó todo su cuerpo y, unido al goce que sentía en su entrepierna, la llevaron a un viaje increíble por el placer. Era algo indescriptible. De hecho, el orgasmo que acababa de tener no se podía comparar a lo que ahora degustaba. Parecía como si todo su cuerpo se estuviera elevando en el aire, llevándola a límites que jamás había conocido. Simplemente, era delicioso y no quería que acabara por nada del mundo. Sin embargo, todo comenzó a apagarse de forma repentina.

La vitalidad que había despertado en su interior la estaba abandonando de forma incomprensible. Poco a poco, esa fuerza que la había impulsado se iba desvaneciendo. Comenzó a sentirse débil y abrió los ojos envuelta en pánico, tratando de averiguar que ocurría. Lo único que encontró era a Miranda todavía mordiendo su cuello. Notó algo en ese momento de lo que no se había percatado, como le estaba succionando la sangre a través de la mordida. Quedó petrificada ante ello, aunque ya era demasiado tarde.

Entrecerró los ojos y todo se empezó a tornar oscuro. El mundo a su alrededor se apagaba y no había nada que pudiera hacer. Su mente pensó en miles de cosas, pero ya daba igual. Su vida, su familia, sus amigos…todo eso ya no importaba. Iba a morir, así lo presentía. Lo  único que la atemorizaba era por qué Miranda le estaba haciendo esto, que motivo tenía.

Con la vista ya borrosa, pudo contemplar como la mujer pálida se percataba de lo que acababa de hacer. Sus ambarinos ojos se abrieron de par en par al  fijarse en la lánguida joven. En ese mismo instante, se apartó de ella. Pudo notar como sus puntiagudos dientes se despegaban de su cuello sin causarle ningún dolor. Le sorprendía que no sintiera algo al ver como se clavaban y le succionaban la sangre, aunque ya daba lo mismo. Iba a morir de todas maneras

—Mierda, no, no, ¡espera! —decía muy nerviosa Miranda.

La cogió del rostro, tratando de ver si reanimaba, pero Scarlett ya era una muñeca inerte, muriendo de forma exigua. Ella ya notaba el frio inundando su cuerpo y como su respiración se hacía cada vez más lenta. Muy pronto, exhalaría su último aliento.

—Vamos, joder, reacciona. ¡Reacciona! —hablaba angustiada su amante mientras la cogía de las mejillas. Sin embargo, Scarlett ya no podía hacer más.

De repente, Miranda la soltó, dejando que su cabeza cayera hacia atrás, quedando de nuevo sobre la almohada. Con las pocas fuerzas que le quedaban, pudo observar que la mujer se mordía en la muñeca derecha, un acto extraño. Tras eso, colocó su mano izquierda sobre la nuca de la chica y la alzó un poco. Ella ya estaba prácticamente muerta. Le acercó la muñeca a su boca.

—Bebe —le dijo en ese instante.

Contra sus labios, pese a ser ya una sensación lejana, sintió varias gotas de líquido espeso derramándose sobre ellos. El olor ferroso le inundó la nariz y, por un momento, pareció reanimar. Con la poca vitalidad que le quedaba, lamió esas gotas y notó el sabor de la sangre. El gusto la repugnó, pero no lo rechazó, pues la estaba ayudando un poco.

—¡Eso es! —exclamó alegre la mujer pálida y le pegó el recién abierto corte de la muñeca contra su boca.

Scarlett se mostraba reticente a beber de ahí. No entendía que estaba pasando. Estaba a punto de morir y Miranda ahora le insistía en degustar su propia sangre. Era todo muy raro y cabeceó rechazándola.

—Venga, ¡esto es lo único que te puede salvar! —La mujer estaba desesperada porque reaccionase de una vez.

Bien agarrada de la nuca y con la sangre derramándose por sus labios, a Scarlett no le quedó más remedio. Comenzó a sorber del líquido rojo que supuraba de la herida. Su paladar se inundó de ese sabor viscoso a hierro y le entraron ganas de vomitar. De hecho, tuvo arcadas.

—Lo sé, no es agradable, pero lo necesitas. —Miranda parecía ya impotente, desesperada por no perderla.

Pese al asqueroso sabor, Scarlett bebió. Lo hizo durante un largo rato y, en ese tiempo, notó como la energía recobraba fuerza en su interior. Aquel líquido espeso parecía un mágico elixir que la estaba reviviendo. El calor regresó a su cuerpo y se sintió más activa. Varias gotas de sangre se derramaron de su boca y descendieron por el cuello hasta llegar al pecho, dejándola sucia. No le disgustaba, aunque seguramente se vería un poco terrorífica con ese aspecto, como un…

Su mente quedó en blanco al atravesarla ese pensamiento. Se fijó en Miranda, quien le estaba acariciando el pelo y la acunaba un poco al tiempo que ella bebía. Observó su aspecto y repasó todo lo que le había sucedido. A medida que recobraba la consciencia, se fue dando cuenta de cada detalle vivido hasta ahora. No podía ser, tenía que haber otra explicación. Esas criaturas no existían. Solo eran ficción, pero, repasando todo lo ocurrido esta noche, ahora le costaba negarlo.

—Eso es, ya te vas recuperando —Su voz sonaba más calmada. Se notaba cierto alivio en su rostro.

La vio sonreír. Era tan hermosa. Incluso a pesar de lo que era, no podía negar la increíble belleza que irrradiaba. Se intentó mover, pero entonces, algo se removió en su interior. Fue como un rugido, una suerte de llamada animal que resonara en lo más profundo de su mente. Tenía sed y necesitaba saciarla con urgencia. Sabía claramente lo que necesitaba. Se intentó levantar, pero Miranda la detuvo.

—Eh, cálmate —le dijo—. Sé muy bien lo que te pasa y no te preocupes. Te daré, pero tienes que estar tranquila.

Sus pupilas se dilataron y comenzó a respirar con mayor intensidad. Miraba errática de un lado para otro y pasó su lengua por los dientes. Sus colmillos estaban afilados. Se miró el brazo y notó que la piel estaba más pálida. Lo que sufría no era normal. Esa urgencia desesperante por beber estaba despertando en ella unos instintos desconocidos. Parecían dormidos y, tras ser mordida, habían despertado con mucha fuerza.

Vio como Miranda se levantaba. Seguía sin entender por qué le había hecho esto, aunque en esos momentos, aquella era su última preocupación. Necesitaba sangre ya.

—Voy a la cocina —le comentó—. En el frigorífico tengo algunas bolsas de sangre. Te daré para que te sacies.

Se puso una bata para ocultar su desnudo cuerpo.  Quiso decirle algo, pero la desesperación por saciar su sed se lo impedía. Estaba notando que perdía su consciencia y cabeceó molesta.

—No te preocupes. Enseguida vuelvo —la tranquilizó, aunque a Scarlett, cada vez le costaba más estar en calma.

Miranda se colocó delante de la puerta y, justo cuando iba a coger el pomo, se detuvo. Parecía haber quedado paralizada, sin mover ni un solo musculo. Notó que su respiración se volvía más agitada y vio como giraba poco a poco su cabeza hacia ella. Cuando la miró, entendió rápido lo que ocurría, pero ya era tarde.

La puerta tembló de forma repentina. Algo la había golpeado desde el otro lado. Ambas mujeres quedaron petrificadas ante el impacto. Otro sordo golpe se escuchó y la puerta volvió a temblar. Siguió otro, aún más fuerte. La madera empezó a quebrarse y eso las puso más tensas.

Miranda permanecía en el centro de la habitación y parecía hallarse en alguna suerte de trance. Estaba con los ojos cerrados y Scarlett parecía notar como temblaba un poco. De repente, una suerte de aura escarlata comenzó a envolver su cuerpo. Se quedó sin habla. Justo en ese mismo instante, la puerta se rompió, terminando por ceder y caer.

Dos personas entraron en la habitación, aunque Scarlett no las podía reconocer, ya que su vestimenta mantenía su aspecto oculto. Llevaban largas gabardinas de cuero negras. Debajo de ellas, una camisa y pantalones del mismo color. Unas pesadas botas militares hacían temblar el suelo. Sin embargo, lo que más impactó a la chica eran las máscaras que cubrían sus rostros. En ellas, vio inscrita lo que parecía ser una cruz envuelta entre varios tallos repletos de espinas.

Su compañera permanecía inmóvil en el centro del dormitorio. No comprendía que estaba haciendo y esperaba que reaccionase de una maldita vez, pues vio como los recién llegados avanzaban directos hacia ellas. Scarlett quiso levantarse para hacerles frente, pero estaba demasiado débil. Las dos figuras siguieron su avance, bien decididas a atacar, pero de repente, se detuvieron y una de ellas cayó al suelo.

Al volverse hacia Miranda, vio que la mujer había alzado su vista hacia los atacantes. Sus ojos seguían iguales, aunque emanaban un brillo rojizo muy intenso. También seguía rodeada por esa misteriosa aura escarlata que había intensificado su presencia. Fijó su mirada en la pareja, como si estuviera lanzándoles una maldición. El que había tirado en el suelo comenzó a revolverse como si estuviera dándole un ataque. El otro, colapsó sobre el suelo y lo imitó en sus espasmódicos movimientos. Desde la cama, Scarlett miraba llena de horror.

Ante sus ojos, vio algo que nunca se le olvidaría. El primero de los atacantes en caer seguía moviéndose de forma errática y hacia los lados. No comprendía que le pasaba hasta que se fijó en algo grotesco. Por entre la ropa, comenzaban a surgir hilos de sangre. Al principio, solo eran unos pocos, pero no tardó toda su indumentaria en quedar regada de rojo. En un momento dado, el cuerpo se agitó de forma muy violenta, dando fuertes sacudidas. Convulsionó varias veces y, en un solo segundo, terminó inerte sobre el suelo. Le pareció escalofriante. El otro seguía moviéndose de la misma forma y parecía que ahora recibiría la total atención de Miranda, aunque esto nunca llegaría a suceder.

Justo antes de lanzar su ataque, la pelinegra se contrajo. Le pareció una acción extraña hasta que se fijó en lo que tenía clavado en el pecho: era una estaca. Impotente, contempló como Miranda precipitaba contra el suelo, quedando bocabajo y, en apariencia, muerta. Scarlett no podía dar crédito y escuchó unos pasos. Desde la entrada, un tercer atacante se adentraba en la habitación. Iba ataviado con la misma indumentaria que los otros dos y portaba otra estaca en su mano izquierda. Debía ser quien había atacado a la pelinegra.

Se levantó sin saber qué hacer. Temblaba llena de miedo, notando como aquel misterioso ser la observaba. No le quitaba ojo por si intentaba atacarla, aunque, de hacerlo, ¿qué haría? No hizo falta que contestase a esa cuestión, pues por el lado izquierdo apareció el segundo de los atacantes, recién levantado del suelo, y le clavó una estaca en el pecho.

Sintió como penetraba hasta lo más profundo de su ser y entonces, quedó paralizada. Cayó sobre el suelo, quedando a merced de sus enemigos. Estos se acercaron y la observaron con detenimiento. No tenía ni idea de que en estarían pensando. Esas mascaras no dejaban mucho lugar a la imaginación.

Muy pronto, su vista se puso borrosa. Pensó en si iba a morir, pero sabía que no habría ninguna respuesta. Tan solo pudo mirar a sus fantasmagóricos atacantes, cada vez más deformados, hasta que solo quedó la oscuridad y el silencio.


La espada emitió un fuerte chirrido al chocar contra el suelo de madera. La cabeza de Miranda rodó hasta acabar sobre el filo del escenario, casi a punto de caerse. Scarlett permanecía con los ojos bien abiertos, sin poder apartar la mirada de tan horrible escena. El público permanecía impasible ante el suceso. Ni gestos de disgusto ni una mínima reacción. O bien estaban acostumbrados a ver este tipo de cosas o, simplemente, los vampiros carecían de emociones, aunque ella no podía decir lo mismo. Estaba tan asustada que no pudo evitar romper a llorar.

Mientras varias lágrimas caían de sus ojos, el cuerpo de Miranda comenzó a brillar de forma extraña. Muy atenta, se percató de como un súbito resplandor anaranjado comenzaba a crecer alrededor del cadáver de la mujer que la transformó. Poco a poco, de ese resplandor emergieron pequeñas motas brillantes que flotaban en el aire como luciérnagas en mitad de la noche. También emanaban de la recién decapitada testa. Parecía imposible, pero estaba ocurriendo de verdad. El cuerpo estaba ardiendo, como si alguien acabara de prenderle fuego.

Lejos de verlo envuelta en llamas, tan solo vio como Miranda se iba desintegrando. A medida que “ardía”, el cuerpo se desvanecía en más de esas pequeñas partículas anaranjadas, aumentando aún más la presencia del incandescente resplandor. En un momento dado, se tornó en una poderosa luz que parecía cegar a los allí presentes. Sin embargo, solo duró unos segundos. El resplandor aumentó su fuerza, devorando el cadáver. Los huesos que componían su esqueleto resaltaron por un momento, y luego, desapareció. Ya no quedaba ni rastro de la pelinegra.

Ese sería el destino que le esperaría a Scarlett. Volvió la vista hacia el hombre trajeado, el misterioso príncipe, quien permanecía en una inmóvil pose con las manos colocadas por detrás. Parecía estar reflexionando sobre lo que acababa de ocurrir.

—Muy bien, la primera ejecución ya ha sido realizada —anunció sin demasiada ceremonia—. Ahora, es el turno de la recién convertida.

El público seguía inalterable. Scarlett los miraba uno a uno, esperando que alguien decidiera intervenir. Su único deseo era no morir. Ya lo había hecho una vez y no deseaba que volviera a ocurrir.

—¿Cuál será el destino de esta pobre desdichada? —dijo el príncipe mientras se colocaba a su lado.

Notó como le acariciaba el pelo. Esa acción le molestó un poco y se revolvió. Semejante acto hizo que la inmovilizasen, tirándola contra el suelo. Desde esa posición, pudo ver quienes la tenían sostenida. Eran los dos enmascarados que la atacaron en el piso de Miranda.

—Como no podría ser de otra manera, la última palabra en este asunto la tendrá el clan al que perteneció su Sire —prosiguió el hombre, ajeno a los actos de Scarlett—. Así que, representantes del clan Tremere, ¿cuál es su decisión?

Alzó la vista hacia el palco y lo mismo hizo ella. Allí se hallaban las figuras encapuchadas, de pie, mirándola con detenimiento. Scarlett contuvo la respiración, ansiosa por ver cuál sería la sentencia. Le temblaba el pulso ante la llegada del inminente acto. Los vio hablar entre ellos y se temió lo peor.

—El clan Tremere no tiene nada que ver con esta transformación —dijo uno de ellos. Se le notaba bastante molesto—. No se autorizó a nuestro aprendiz para llevar a cabo el Abrazo ni ha seguido tan siquiera los rituales pertinaces. Para nosotros, solo es una descarriada que no tiene cabida en nuestro clan.

—¿Así que la consideran una Caitiff? —Esa última palabra le sonó rara.

Los encapuchados quedaron en silencio por un momento, pero no tardaron en dar su respuesta:

—Si.

Se escucharon algunos murmullos. Alguien dijo que no esperaba que fuera otro Sangre Débil. Una mujer se mostró indignada ante lo que ella consideraba una plaga. No eran palabras muy alentadoras. El príncipe permanecía a su lado callado. Parecía estar reflexionando, rascándose la barbilla. Sin embargo, no tardó en volver a hablar.

—Muy bien, entiendo que el clan Tremere no la quiera, pero resultaría muy grave dejar a otro Caitiff suelto —comentó.

—¡Deberíamos ejecutarla! —gritó un hombre de porte aún más elegante que el propio príncipe.

—Exacto, no son más que sucias ratas sin dueño —le secundó una mujer a su lado.

Varias voces más se unieron al clamor popular. Parecía que su destino estaba sellado. Miró a su izquierda y notó como el enorme ejecutor colocaba la espada con la punta sobre el suelo. Estaba tranquilo, pero era evidente que se hallaba más que preparado para matarla.

—Orden, orden —decía el príncipe, buscando calmar a los enfurecidos vampiros—. Hermanos y hermanas vástagos, esta no es una decisión que se pueda tomar a la ligera.

—¿Por qué no? —objetó el hombre elegante.

—Esta joven no ha incumplido ninguna norma de la Mascarada —señaló el príncipe—. Según me han contado los cazadores Gangrel, fue convertida en contra de su voluntad. Sobre ella no pesa el mismo castigo.

Seguía sin entender que era la Mascarada, aunque por lo que podía deducir, de momento, era una suerte de código de honor entre vampiros. Reglas que no podían incumplir. De hacerlo, su destino sería el mismo que el de Miranda, la muerte. Sin embargo, se preguntaba si ella acabaría igual.

—Me da igual si quiso ser o no convertida, príncipe Angelo, debe ser erradicada, como todos los demás —seguía insistiendo el hombre.

Los vítores a su propuesta no se hicieron esperar. Aquel tipo parecía contar con mayor apoyo del esperado y eso al príncipe no le agradaba demasiado. Claro que para Scarlett eso carecía de importancia. Lo peor para ella era que, probablemente, iba a morir. Seguía sin poder creerlo.

—Gregor, entiendo su indignación con esta clase de vástagos, pero no debemos precipitarnos con nuestras asunciones—habló con claridad el príncipe—. No creo que deba ser buena idea…

—¡Esperad! —interrumpió de repente una voz.

Todas las miradas se volvieron a la mitad de la sala. Sentada de forma confortable, la misteriosa mujer de pelo largo negro y vaporoso vestido verde se fumaba un cigarro al tiempo que se sentía observada, aunque eso no la alteró para nada.

—Alisha, ¿tienes algo que objetar? —dijo el líder los vampiros hacia la aludida.

La mujer dio una calada al cigarro y aspiró el humo. Lo mantuvo en su interior por un momento hasta que lo dejó salir, formando una pequeña estela en el aire. Una espesa pantalla se formó delante de su rostro, ocultándolo por un momento.

—Coincido con  todos mis hermanos y hermanas en que tenemos un problema con los Caitiff. Esas pobres criaturas crecen muy rápido y están empezando a descontrolarse —comentó de forma resuelta y segura—. Sin embargo, no creo que sea una buena idea ejecutar a esta pobre descarriada.

El aludido, Gregor, se puso en pie nada mas escuchar a la mujer. Por lo que se notaba, no parecía estar muy contento con su propuesta.

—Maldita Malkavian —masculló entre dientes.

—Perdona, ¿has dicho algo? —preguntó Alisha.

Gregor sonrió como si no se pudiera creer lo que estaba pasando.

—Siempre tienes que andar metiendo las narices donde no te llaman —gritó el hombre—. Esa Caitiff debe morir. ¡No son más que un maldito peligro!

Su dedo apuntaba a Scarlett. Ella permanecía en silencio, tan solo observando con atención la escena, a la espera de su resolución.

—No lo pongo en duda, mi querido Gregor —comentó serena la vampira—, pero ejecutarla a ella no va a solucionar nada. Creo que podría ser de utilidad para la Camarilla.

Todos los allí presentes la escuchaban en silencio. Parecía tener unos argumentos bastante convincentes y Scarlett esperaba que con ellos lograra convencer al resto de que la dejasen con vida. Necesitaba que ocurriera.

—Eso es ridículo —habló poco convencido Gregor.

Sin embargo, cuando Scarlett volvió la vista hacia el príncipe, notó que se mostraba bastante interesado en lo que decía Alisha.

—Podríamos usarla para hacerse cargo de los asuntos sucios de los que otros no deseen ocuparse—explicó tranquila—. Además, al no pertenecer a ningún clan, tan solo deberá su lealtad más que a la Camarilla.

Se escucharon ciertos murmullos. El príncipe parecía muy impresionado con la elocuencia que desprendía la mujer. Sin embargo, su rival no estaba conforme.

—En serio, vamos a hacer caso a tus palabras —dijo con desprecio—. Hace falta que os recuerde que es una Malkavian. Todo lo que dice es producto de la locura que afecta a su clan. No deberíamos hacerle caso.

Aquello parecía un golpe muy bajo, pero la vampira estaba dispuesta a contraatacar.

—No hables de palabras cuando tú mismo deberías cuidar las tuyas. —Los dos se aguantaban la mirada mientras Alisha hablaba—. En ellas, lo único que veo es a un envidioso Toreador que no recibe las atenciones que merece. Haces más este espectáculo por ti que por otros.

Nadie dijo nada, tan solo contemplaban el duelo dialectico que mantenían ambos vampiros.

—Algún día, tu orgullo terminará engañándote y te obligará a enfrentarte a tus propios demonios, querido Gregor. —A medida que hablaba, su voz se tornaba más ominosaa—. En ese entonces, sabrás lo que es el auténtico miedo.

Un silencio muy tenso se había formado. Todos los allí presentes permanecieron callados. El Toreador no sabía que decir. Lo único que pudo hacer fue sentarse ante la insistencia de su compañera. El príncipe, viendo que la situación se había resuelto en apariencia, decidió volver a hablar.

—Muy bien, he escuchado todo lo que teníais que decir —habló resoluto—, y creo que he de darle la razón a Alisha. —La mujer de pelo negro miró con una satisfecha sonrisa a su rival tras escuchar esto— Ejecutarla sería algo deshonroso y una grave pérdida para la Camarilla. Esta Caitiff puede sernos de gran ayuda.

Un incómodo silencio se formó en la sala. Scarlett permanecía agazapada, muy expectante de lo que fuera a suceder. El príncipe observó a toda su audiencia. La mayoría estaban ansiosos por saber cuál sería el siguiente paso. La descarriada parecía estar a salvo, pero había dudas sobre cuál podría ser su destino a partir de ahora. Tan solo los Toreador estaban molestos con el asunto.

—Joven Caitiff, quedas perdonada. —Oír eso hizo que Scarlett se liberara de toda la presión que llevaba encima— Lleváosla.

Mientras era puesta en pie por los Gangrel que tenía detrás, el público comenzó a retirarse. La única que se mantuvo en su sitio era Alisha, quien no dejaba de observar a Scarlett. Se preguntaba por qué estaba tan interesada en ella, pues lo tendría que estar. Si no, ¿para que la había salvado?

Se la llevaron a la parte de atrás y pasaron a un cuarto contiguo que llevaba a una salida de emergencia. Allí, esperó durante un pequeño rato hasta que apareció el príncipe Angelo, escoltado por el descomunal ejecutor. Miró la espada, colgando de su espalda, y se puso algo nerviosa.

—Soltadla —ordenó a los enmascarados.

Quienes fueran sus captores le quitaron las esposas que oprimían sus manos. Al sentirse libre, se notó aliviada. Le dolían un poco, pero la satisfacción de estar a salvo mitigaba cualquier cosa. Miró hacia el hombre, quien parecía estar analizándola.

—Hum, puede que Alisha tenga razón y nos seas de ayuda —comentó sin más.

Siguieron así por un momento hasta que el príncipe volvió a hablar.

—Joven vástago, hoy es tu noche de suerte. No solo has sobrevivido a este día, sino que tu destino está a punto de configurarse en algo mucho mejor.

Aquellas palabras le sonaron extrañas. No comprendía nada de lo que estaba pasando. Se había salvado por muy poco, pero ahora, no tenía ni idea de que podría pasarle.

—Tu clan te ha rechazado y, en teoría, la Camarilla debería expulsarte, pero en estos tiempos impetuosos, es mejor tener aliados que enemigos, aunque estos sean producto de un acto deshonroso.

Su expresión se volvió algo tensa. Tenía los ojos azules y muy claros. En esos momentos, pareció como si brillaran con cierta estridencia, como si quisieran mostrar lo temible e intimidante que podía ser ese vampiro.

—Eso significa que trabajarás para nosotros y que tendrás que acatar lo que se te ordene. —Su rostro pareció endurecerse mientras hablaba— De lo contrario, no tardaremos mucho en vernos aquí de nuevo.

Eso último sonó como una clara amenaza. El príncipe se hizo a un lado y lo mismo hizo su enorme guardaespaldas. Más adelante, la puerta se abrió. Scarlett entendió que la estaban dejando pasar para que saliera fuera. Suspirando un poco, comenzó a caminar.

Ya fuera, se dio cuenta de que ya era de noche. Se preguntó cuánto tiempo habría pasado desde su transformación, aunque lo que no tardó en ocupar su mente fueron otras cosas. No sabía nada de su familia y amigos. ¿La estarían buscando? Era muy posible que sí y en nada, se sintió inundada por un enorme malestar. De repente, escuchó un sonido de motor.

Justo delante, tenía una limusina. El coche era alargado y blanco como el marfil, con los cristales tintados. Una de las puertas traseras se abrió.

—Entra —dijo una aterradora voz a su espalda.

Al volverse, vio detrás a un tipo calvo y de piel muy pálida. Sus ojos eran marrones oscuros, pero brillaban muy intensamente bajo la luz de la luna. Llevaba un traje de lino muy elegante, pero su porte agresivo y desgarbado lo hacía ver como alguien muy hostil.

—Vamos —habló más amenazador.

Los dos anduvieron hacia el coche y cuando ya estaban justo a su lado, se volvió hacia el tipo. Este le sonrió de forma siniestra, dejando al descubierto sus colmillos, relucientes en medio de la oscuridad levemente iluminada por las débiles luces de las farolas. Le dio un toque en el hombro y Scarlett resopló. A marchas forzadas, entró en la limusina.

Dentro, se sentó sobre un cómodo sillón de terciopelo azul. Se sintió algo cómoda, aunque ese confort se esfumó al ver a quien tenía delante. Era Alisha.

—Gracias, Marius —le dijo al hombre—. Ve delante con el chofer.

—Sí, señora.

La puerta se cerró y el coche tembló un poco. Scarlett se hallaba nerviosa. No entendía que hacía allí ni cuáles serían las intenciones de esa mujer que la miraba con tanta alevosía. Se sentía muy asustada en aquel lugar, casi con ganas de escapar. De repente, el vehículo se puso en marcha y comenzó a andar.

Mientras avanzaban sin descanso, Scarlett miró hacia cada rincón, desconfiada del sitio en el que estaba. Alisha, con una pierna cruzada sobre la otra, la observaba con tranquilidad al tiempo que bebía una copa.

—Tienes unos ojos muy bonitos —dijo de repente.

Scarlett, quien tenía la mirada perdida en el techo, tembló de forma abrupta al sentir que le hablaban. Se volvió a la Malkavian, sin saber que responder.

—¿De qué color son?

La pregunta le sonó indiscreta, aunque notó algo en su tono que le resultaba dulce. Sabía, por lo que tenía entendido de lo visto en películas y series, que los vampiros eran seres muy manipuladores. Miranda ya lo hizo una vez y estaba segura de que Alisha haría lo mismo. Debía tener cuidado.

—Son color miel —contestó dudosa.

—Seguro que, cuando eras humana, debían ser preciosos —habló la vampira con un deje de ternura en su voz—. Ahora que te has convertido en uno de los nuestros, son mucho más deslumbrantes. Resplandecen bastante, como la llamita que prende una vela.

Le encantaría tener un espejo delante para fijarse en eso, si es que acaso los vampiros podrían reflejarse en uno, claro. En verdad, sentía curiosidad por saber cuánto habría cambiado. Por ahora, tenía la piel más pálida y unos colmillos bien afilados, pero quería averiguar que más cosas nuevas habría desarrollado.

—¿Quieres algo de beber? —le propuso a continuación.

Negó con la cabeza. No estaba para tomar un trago ahora, no después de todo por lo que había pasado.

Siguieron en silencio. La pelirroja no podía soportar esta situación. Aunque parecía haberse librado de la ejecución, ir en ese coche hacia un destino desconocido la hacía sentir igual. Necesitaba una respuesta clara ya mismo.

—Sé muy bien que quieres preguntarme hacia dónde vamos y que te espera allí, pero me temo que deberás esperar un poco —comenzó Alisha a decir sin más—. Sin embargo, hay una cosa que debes tener bien clara, querida. —Sus ojos verdes parecieron iluminarse al decir ese apelativo—. Ahora, me perteneces.

La piel se le erizó al escuchar esa frase. ¿Qué demonios estaba diciendo? Ella no era de nadie, mucho menos, de una persona a la que acababa de conocer. Aquello le resultaba ridículo. Iba a hablar, cuando de nuevo, Alisha la interrumpió.

—Sé lo que vas a decir, pero déjame aclararte que estás muy equivocada. He salvado tu vida, así que, ahora, eres de mi posesión.

Las frases serían cortas y sencillas, pero resultaban contundentes. La seguridad con las que las pronunciaba dejaba clara su autoridad sobre ella. Eso la hizo sentir muy incómoda hasta el punto de que pensó que todo no había ido más que a peor. Quizás, aquel grandullón debió de cortarle la cabeza como hizo con Miranda.

—Tranquila, mi pequeña Tremere —habló con tono cariñoso—. Estás confusa y asustada, lo entiendo, pero no temas, no voy a hacerte daño ni dejar que te pase nada malo.

Debía sonar tranquilizadora, aunque a Scarlett le pareció bastante dudosa.

—¿Que vas a hacer conmigo? —preguntó con la voz quebrada.

Alisha volvió a sonreírle de una forma que le resultó bastante siniestra. Luego, se aproximó hasta quedar a su lado. Sentir tan cerca la presencia de la vampira la puso muy nerviosa, aunque ya no sabía si era por miedo o por el hecho de que le parecía una mujer muy sensual. Su pálida piel brillaba bajo la negrura de la noche y sus ojos verdes centelleaban como si tuvieran vida propia.

—Mi pobre criatura, perdida en este mundo de oscuridad donde nunca deseaste estar —recitaba todo como si fuera un poema—. Tú no te preocupes, yo voy a guiarte para que no te pierdas y sepas lo que tienes que hacer. Puedes confiar en mí, te voy a cuidar muy bien.

Su respiración se heló. Parecía como si estuviera hablando con un fantasma. En cierta manera, así podría ser, ya que Alisha estaba muerta. Como ella.

—Pe…pero, ¿qué quieres de mí?

La Malkavian entrecerró sus ojos, confiriéndole un toque más enigmático a su presencia.

—Bueno, como has visto, ahora eres parte de nuestra sociedad, pero como una Caitiff. —Esto último lo dijo de forma algo despectiva—. Eres una descarriada, una proscrita de nuestra sociedad. Tu clan no te quiere y el resto te repudia como si fueras un maldito error. La Camarilla no se ocupará de ti. No tienes ningún derecho ni privilegio. No eres nada, pero yo no lo veo así.

Guardó silencio. Sus palabras sonaban muy duras, pero llevaba razón. Por lo visto, había sido convertida en contra de los preceptos de sus líderes y ahora, no tenía donde ir. Sin embargo, le sorprendía la misericordia de Alisha. ¿Por qué la estaba ayudando?

—Aquí la cuestión no es que quiero yo, sino que quieres tú —continuó—, y te lo voy a decir: sobrevivir.

Esa frase la dejó muy sorprendida. Miró a Alisha. Su rostro estaba muy cerca y pudo ver como se pasaba la lengua por sus labios. En un momento dado, pudo ver sus colmillos, afilados y listos para morder.

—Ahora estás entre nosotros y créeme, nuestra sociedad puede ser mucho más cruel que la de los humanos. Si quieres seguir con vida, debes tener buenos ases bajo tu manga y, no temas, yo te enseñaré cuales debes guardarte. —La manera en la que le hablaba parecía ser muy intensa y atrayente. ¿Acaso pretendía seducirla?— Claro que tú, a cambio, trabajarás para mí.

—¿Cómo? —Scarlett se halló muy sorprendida ante esa propuesta.

—Hay muchas cosas que hacer. Tengo una empresa muy grande, pero deseo expandirla y, para eso, necesito fieles trabajadores que hagan sin rechistar todo lo que yo les pida. Gracias a eso, llegaremos muy lejos, hasta donde ningún otro vampiro lo ha hecho jamás.

No supo que decir. Estaba tan confusa. Su mente se hallaba cruzada por un sinfín de pensamientos incomprensibles. Todavía tenía mucho que procesar. De lo que deducía, estaba claro que su vida pasada era ya historia. No volvería a ver jamás a su familia ni a sus amigos y todos los planes que tuviera en mente ya no tenían ningún sentido. Ahora, estaba perdida en un mundo desconocido y, para colmo, del que nunca pidió ser parte. No pudo soportarlo más y rompió a llorar.

—Tranquila, mi pequeña, todo va a salir bien —le dijo Alisha con calidez.

Se levantó y fue a su lado. Scarlett se acurrucó contra ella y dejó que acariciara su largo pelo. Eso la calmaba. Necesitaba sentir su presencia, no tanto su calor, pues notaba el cuerpo de la vampira frio como el suyo. Aun así, ver que le importaba a alguien resultaba reconfortante.

—Te espera un largo camino, querida Caitiff —le susurró al tiempo que le daba un pequeño beso en sus labios—. Tendrás que afrontar muchos peligros, pero ya verás, con el tiempo, como llegarás muy lejos, más que cuando fuiste humana. Ahora no lo crees, mas no te preocupes pues, al pasar los años, te darás cuenta de la suerte que tuviste al ser bendecida.

Le resultó extraño, pero al tiempo que Alisha le decía esto, ella no pudo evitar recordar una parte de la canción que sonó cuando Miranda la sedujo…

I, I live among the creatures of the night

I haven't got the will to try and fight

Against a new tomorrow, so I guess I'll just believe it

That tomorrow never comes

Así era, Scarlett ahora vivía entre las criaturas de la noche. Y sería en su oscuro mundo donde tendría que aprender a luchar para sobrevivir y prosperar. Tal vez no fuera algo que pidió, pero, viendo cuál sería su destino, no tenía más remedio que aceptarlo.

El coche siguió su camino, perdiéndose en el umbral de la noche. Era una vampira y se hallaba atrapada en el juego de la Mascarada. Tan solo tendrían una forma de ganar: luchando.


Espero que os haya gustado. De ser así, me encantaría que me lo hicierais saber con un bonito comentario. Nada agradecería mas que eso. Nos leemos.