Caí entre las piernas de mi ingenua secretaria
Obsesionado por las piernas de mi joven secretaria, no dejo de mirarlas. Ella al darse cuenta de mi fijación, decide aprovecharla sin darse cuenta que ese juego de exhibicionismo, terminaría dominándola. Al confesarnos mutuamente nuestra atracción, dejamos que esta se desbordase.
Los hombres al mirar a una mujer tienden a fijarse en una parte de su cuerpo, La gran mayoría se fija en su culo o en sus tetas pero yo tengo predilección por las piernas. Es más, por mi experiencia cuando una hembra tiene buenas patas, el resto de su cuerpo va en sintonía. Unos muslos espectaculares suele llevar asociado un cuerpo no menos llamativo.
Hoy, os voy a contar como mi fijación por esos atributos femeninos, cambiaron mi vida y me llevaron a vivir una experiencia inolvidable. Todo empezó el día que la que había sido mi secretaria durante diez años, se casó y se fue de la empresa. Os tengo que reconocer que en un primer momento me cabreó su decisión porque me dejaba un hueco que me iba a resultar difícil de rellenar porque, no en vano, ella se había convertido en una pieza esencial en mi compañía. Por eso cuando me lo comunicó, le pregunté si conocía a alguien de confianza que pudiera cubrir su baja. Tras pensarlo durante un minuto, María contestó que tenía una prima que acababa de terminar la carrera y que todavía no había encontrado trabajo pero que tenía un problema.
Mosqueado, le pregunté cuál era:
-Es muy joven. Usted siempre ha dicho que prefiere que sus empleados sean mayores de treinta años y Clara solo tiene veintitrés.
-¿Está preparada?
-Para lo que necesita sí. Es licenciada en Administración de empresas, domina Office y habla inglés.
Siempre había tenido reparos en contratar a veinteañeros porque siento que no están maduros para asumir responsabilidades pero al venir recomendada por ella, decidí hacer una excepción.
-¿Puedes quedarte hasta que aprenda?
-Por supuesto. Estoy segura que en menos de quince días mi prima es capaz de asimilar mi puesto. ¡Verá que no le defrauda!
Como no tenía nada que perder, le pedí que hablara con ella y que le concertara una cita para que yo la entrevistara al día siguiente. Después de agradecerme haber dado una oportunidad a su parienta, me dejó solo en el despacho. En ese instante no lo sabía pero esa decisión trastocaría mi vida por completo.
Soy un hombre hecho a mí mismo. Nacido en una familia de clase media, fui el único que no siguió la tradición familiar de ser militar. Nieto e hijo de militares, mi viejo nos educó pensando siempre que, al terminar el colegio, íbamos mis tres hermanos y yo a entrar en la Academia Militar de Zaragoza. Por eso cuando le comuniqué que prefería ser ingeniero, para él, fue como si le dijera que era Gay y aunque con esa decisión me hundí en el ostracismo familiar, mi desarrollo profesional me dio la razón: Con cuarenta años, era el director de una empresa de consulting tecnológico con sucursales en varios países. Dedicado en cuerpo y alma a mi carrera, no había tenido tiempo (o eso pensaba yo) de formalizar una relación seria y por eso seguía soltero y sin compromiso.
Volviendo a la historia que os estoy contando. Al día siguiente, mi secretaria me trajo a su prima y después de que hubiese pasado las pruebas del departamento de recursos humano, me la presentó para ver si la aceptaba como mi asistente. Os tengo que reconocer que cuando la conocí no me impresionó; me resultó una chavala muy guapa pero carente de cualquier tipo de atractivo. Hoy sé que advertida por Maria de mis gustos tradicionales a la hora de vestir, se disfrazó de beata para que yo no me percatara del bombón que estaba contratando. Vestida con un traje de chaqueta, cuya falda le llegaba por debajo de las rodillas, nada me sugirió la verdadera naturaleza de sus piernas.
Ese engaño propició que la colocara porque de haber sabido que esa cría estaba dotada de las piernas más alucinantes con las que me he topado hasta el día de hoy, nunca la hubiese contratado para evitar meter la tentación en la oficina. Durante las dos semanas que duró su aprendizaje Clara se comportó como una chavala avispada y tal como había prometido su prima, cuando se fue no solo no la eché de menos sino que la suplió incluso con mayor efectividad.
El problema vino cuando sin la supervisión familiar, poco a poco, fue olvidándose de los consejos y empezó a vestir de una forma correcta pero más en sintonía con su edad. La primera vez que caí en la cuenta de la belleza de sus piernas, fue un viernes en la tarde que previendo que no tendría tiempo para volver a su casa a cambiarse, Clara apareció en el trabajo con una minifalda de impacto. Todavía recuerdo que estaba sentado en mi mesa cuando al pedirle un informe, la muchacha sin saber la conmoción que iba a provocar, llegó confiada a mi lado. Os juro que al levantar la mirada de los papeles y ver ese espectáculo frente a mí esperando instrucciones, me quedé sin habla al observar la perfección de sus muslos y de sus pantorrillas.
Incapaz de retirar mis ojos de ella, recorrí con mi vista sus maravillosas extremidades para continuar con su culo y con su pecho. “Dios mío, ¡Qué mujer!”, exclamé mentalmente mientras por debajo de mi pantalón, mi sexo cobraba vida. Sé que mi atrevida mirada no le pasó inadvertida porque al llegar a su cara, observé que el rubor cubría sus mejillas.
-¿Desea algo más?- preguntó avergonzada y al contestarle que no, salió huyendo de mi despacho.
No sé qué fue más erótico si la visión de sus piernas estáticas o verlas siguiendo el movimiento acompasado de su culo. Lo cierto es que cuando desapareció por la puerta, el recuerdo de sus tobillos, pantorrillas y muslos quedó fijado en mi memoria durante todo el fin de semana. Aunque junto con dos amigos me fui a pasar esos días a un velero, cada vez que me quedaba solo o no tenía nada que hacer, volvían a mi mente la frescura y lozanía de esa cría al caminar. Reconozco que hasta me masturbé soñando con que mis manos recorrían esa piel y que su dueña se excitaba al hacerlo.
Por eso, el lunes al llegar a trabajar lo primero que hice fue mirar como venía vestida y me tranquilicé al comprobar que había vuelto a colocarse el uniforme monjil de secretaria. Aun así, con una fijación enfermiza, le echaba una ojeada cada dos por tres, imaginando la continuación de esos finos tobillos que veía a través del cristal. Mi secretaria no hizo ningún comentario a lo sucedido el viernes anterior por lo que al cabo de las horas, me olvidé del asunto encerrándolo en el baúl de las cosas inútiles.
Desgraciadamente el martes, Clara volvió a aparecer por la oficina con una minifalda y aunque intenté evitar mirarla, fui incapaz. Estaba como obsesionado, no solo no perdía ocasión de mirarla subrepticiamente sino que, cansado de observarla a distancia, le pedí que entrara en mi despacho porque quería dictarle una carta. La muchacha, ajena a la verdadera razón por la que la había llamado, se sentó en frente de mí para tomar notas. Al darme cuenta que mi propia mesa me ocultaba aquello que quería admirar, le insinué si no iba a estar más cómoda apoyando su libreta en la mesa de juntas que tenía en una esquina.
Ingenuamente, me dio las gracias y se pasó a una silla colocada en ese lugar. Creí haber muerto y que estaba en el cielo al contemplar la perfección del cuerpo de esa cría así como la tersura de su piel. Desde mi sillón, me quedé embelesado en la contemplación de sus piernas mientras ella esperaba confundida que empezara a dictarle. Confieso que no me di cuenta de ello hasta que con voz indecisa me preguntó si volvía en otro momento:
-¡No!- contesté horrorizado por perder la sensual estampa de Clara escribiendo.
Tomando aire, busqué algo que decirle y como no se me ocurría nada, me puse a dictarle un escrito de queja por falta de pago. Como no era tonta, me preguntó si no prefería que me mandase el formato oficial que usábamos en la compañía. Reparando en el ridículo que estaba haciendo, le pedí perdón y le acepté su sugerencia. Extrañada por mi comportamiento, Clara se levantó y volvió a su lugar pero, al hacerlo, separó sus rodillas y durante un segundo contemplé el tanga que llevaba puesto. Fue tiempo suficiente para que mi miembro reaccionara y se pusiera erecto de inmediato. Debí de poner una cara de asombro tan genuina que la chavala se me quedó mirando como si me pasara algo y sin saber a ciencia cierta que ocurría, salió casi corriendo hasta su mesa.
Cabreado por mi actuación pero sobre todo por haber perdido la oportunidad de recrearme en semejante belleza, intenté tranquilizarme pero por mucho que lo intenté, sus puñeteras piernas seguían fijas en mi retina. Sin saber qué hacer, me levanté y abriendo la puerta del baño que tenía en mi despacho, me metí en él y encerrándome en ese estrecho cubículo, di rienda a mi fantasía masturbándome. Al terminar era tanta mi vergüenza que sentía por mis actos que cogiendo la calle, salí de la oficina sin reparar que Clara entraba en mi baño al irme. Posteriormente, me ha reconocido que entró preocupada, pensando que había vomitado o algo así y que al descubrir restos de mi semen esparcido por el suelo, fue consciente de la atracción que provocaba en mí y que excitada, decidió utilizarla.
Desde ese día, echó a la basura el horrendo traje con el que la conocí y empezó a llevar ropa cada vez más ajustada y minifaldas más exiguas. De forma que se convirtió en una rutina que la llamara a mi despacho y le dictara cualquier tontería con el único objeto de recorrer con mi mirada su cuerpo. Aunque yo no era consciente al estar ofuscado con ella, mi secretaria descubrió el placer de ser observada y paulatinamente, su juego se fue convirtiendo en una necesidad porque al sentir la caricia de mis ojos, su cuerpo entraba en ebullición y dominada por mi misma obsesión, al salir de mi despacho tenía que liberar su calentura pajeándose en el cuarto de baño de empleados.
Los días y las semanas pasaron y lejos de reducirse nuestra mutua dependencia con el paso del tiempo se incrementó. Ya no me bastaba con dictarle una carta sino que con cualquier excusa, la llamaba a mi lado y me recreaba en mi particular vicio. A ella le ocurría otro tanto, su calentura era tal que ya no se conformaba con mostrarme las piernas sino que con mayor asiduidad al llegar a mi despacho, se recreaba en su exhibicionismo desabrochándose un par de botones de su blusa para sentir mis ojos deleitándose en su pecho. Sin darnos cuenta, nos habíamos convertido en adictos uno del otro y nuestras continuas juntas a solas, empezaron a crear suspicacias en la oficina.
Una tarde, preocupado por las habladurías, mi socio, Alberto me cogió por banda y abusando de la confianza que existía entre nosotros, me preguntó si estaba liado con mi secretaria.
-¡Para nada!- protesté al escucharlo – ¡La llevo más de quince años!
-Pues haz algo, porque ¡Lo parece! Te pasas todo el jodido día encerrado con ella y para colmo, esa cría viene vestida como una puta.
Sus palabras me ofendieron y no tanto por mí sino por ella. En ese momento, no pensé en cómo me afectaba ese chisme sino en la reputación de Clara, por lo que al cabo de unos minutos y cuando ya me había tranquilizado, le prometí que hablaría con ella. Os tengo que reconocer que al irse, me quedé pensando en el asunto y comprendí que de haber observado ese comportamiento en él, también yo hubiese supuesto lo mismo. Ya decidido a terminar con ese juego, esperé a que dieran las siete y aprovechando que los demás empleados de la firma habían salido, la llamé a mi despacho.
Fue entonces cuando al verla sentarse frente a mí y como con un hábito aprendido desde niña, separar sus rodillas para que pudiese contemplar la coqueta braguita de encaje que llevaba puesta, fue cuando me percaté que mi juego era correspondido. Con los pezones duros como piedras y su boca entreabierta, esperó mis instrucciones. Alucinado, me la quedé mirando como si nunca le hubiese puesto los ojos encima y cayéndome del guindo, descubrí en su sexo una mancha oscura que me reveló su excitación.
Sacando fuerzas de mi interior, le dije toscamente que teníamos que hablar. Clara, que no sabía el motivo de mi llamada, se inclinó hacia mí mostrando su escote sin cortarse, haciéndomelo todavía más difícil. Supe que ni no se lo decía de corrido, no iba a ser capaz de terminar por lo que pidiéndola que no me interrumpiera, le expliqué las habladurías de sus compañeros. Os prometo que me sentí cucaracha al hacerlo y más cuando de sus ojos empezaron dos gruesos lagrimones, pero convencido de que era lo mejor, le ordené que a partir de ese día viniera más discreta a la oficina.
Había previsto muchas reacciones por parte de ella. Desde que se enfadara, a que me renunciara en el acto. Lo que no preví fue que echándose a llorar, me preguntara:
-Entonces, ¿Nunca más me va a mirar?
Su respuesta me dejó anonadado y acercándome a donde estaba sentada, le acaricié el pelo mientras le decía con dulzura.
-¿Te gusta que te mire?
Aun llorando, me reconoció que sí y no contenta con ello, me explicó que disfrutaba y se excitaba cada vez que yo la llamaba para verla. Su confesión se prolongó durante unos minutos, minutos durante los cuales me reconoció avergonzada que todos los días se masturbaba un par de veces en la oficina y que al llegar a casa, soñaba con ser mía. Tratando de asimilar sus palabras, me quedé pensando durante un rato y tras acomodar mis pensamientos, le susurré:
-A mí también me enloquece mirarte pero tendrás que reconocer que no podemos seguir así- y buscando otro motivo que afianzara mi determinación, le dije:- Además, para ti, soy un viejo.
El dolor que vi reflejado en su rostro, me desarmó y más cuando escuché su contestación:
-Mariano, no te considero un viejo sino un hombre muy atractivo que me ha hecho sentir mujer. Prefiero ser tu amante a los ojos de los demás a no volver a experimentar la caricia de tus ojos.
Os juro que todavía me asombra lo que hice a continuación. Dominado por una lujuria inenarrable, cerré la puerta del despacho con pestillo y sentándome en mi sillón, le pedí que se desnudara. Increíblemente, la muchacha al oír mis palabras, sonrió y poniéndose de pie en mitad de la habitación, comenzó un sensual striptease echando por tierra toda nuestra conversación. Desde mi sitio vi a esa morena desabrochar su falda y con una lentitud que me volvió loco, ir deslizándola centímetro a centímetro.
Tuve que tragar saliva al contemplar el inicio de su braga y más cuando dándose la vuelta, me mostró cómo iba apareciendo sus nalgas. Ese culo con el que tanto había soñado, me pareció todavía más increíble al percatarme que aun teniendo la piel tostada no mostraba la señal de un bikini.
“¡Toma el sol desnuda!” pensé para mí.
Duro y bien formado era una tentación difícil de soportar y aun así, haciendo un esfuerzo sobrehumano, me quedé sentado mientras mi pene me pedía acción. Clara supo al instante que me estaba excitando al ver el bulto de mi entrepierna y contagiada por mi excitación, se mordió los labios para a continuación dejar caer su falda al suelo.
¡Qué belleza!- exclamé en voz alta al observar sus piernas sin nada que estorbara mi visión.
Satisfecha al oír mi piropo se dio la vuelta y botón a botón se fue desabrochando la camisa mientras me decía con una sensualidad sin límite:
-He soñado tanto con esto que no me lo creo.
Los breves segundos que tardó en terminar lo que estaba haciendo, me parecieron una eternidad y por eso cuando ya tenía la camisa totalmente desabrochada, incapaz de contenerme, le solté:
-¡Hazlo ya! ¡Joder! Necesito verte!
Muerta de risa, dominando la situación y sin hacerme caso, se sentó en una silla y separando las piernas, me preguntó si me gustaba lo que estaba viendo. La puta cría estaba gozando con mi entrega pero, al quedarme mirando a su sexo, descubrí que ella también estaba sobre excitada porque una mancha oscura de flujo en su braga la traicionaba.
-¡Enséñame tus pechos!- pedí con auténtica necesidad.
Clara concediendo parcialmente mi deseo, se abrió la camisa y sin quitarse el sujetador, sopesó sus senos con sus manos mientras me decía:
-¿No crees que los tengo demasiado grandes?
Sin poderme contener, me levanté de mi silla y le amenacé que si no me mostraba de una puta vez las tetas, iba a tener que ser yo quien lo hiciera. Soltando una carcajada, se deshizo de su blusa y poniendo cara de puta, se dio la vuelta y me pidió que le desabrochara el sostén. Ni que decir tiene que me acerqué a donde estaba y con verdadera urgencia, la levanté y llevé mis manos a su espalda. Al tocar su piel, un escalofrío recorrió mi cuerpo y excediéndome en mi función, posé mi mano sobre sus pechos.
“¡Que delicia!”, alabé mentalmente mientras metía una mano por dentro de la tela y cogía entre mis yemas un pezón.
Mi suave pellizco la hizo gemir de placer pero separándose de mí, protestó diciendo que no me había dado permiso de tocarla. Excitado como estaba, me vi obligado a sentarme en la mesa y babeando de deseo, me quedé observando como la muchacha se volvía a acomodar en su silla. Supe que debía de seguirle el juego cuando despojándose del sujetador, cogió en sus manos sus dos melones y me dijo:
-Si te portas bien, dejaré que me folles.
Su promesa me dejó anclado en mi sitio y costándome respirar, tuve que admirar sin acercarme como Clara cogía entre sus dedos las rosadas aureolas de sus pechos y acariciándolas con suavidad, me soltaba:
-¿No te gustaría que te diera de mamar?
Desesperado, contesté que sí.
-Estoy deseando sentir tu lengua recorriendo mis tetas pero antes quiero ver tu polla.
Dominado por un apetito brutal, me saqué el pene del pantalón. Clara al ver que le había obedecido se quitó el tanga y separando las rodillas, me demostró la humedad que la embargaba y metiendo un dedo en su vulva, se lo sacó y llevándoselo a la boca, comentó emocionada:
-Estoy brutísima. ¡Mira como me tienes!-
No hacía falta que me ordenara eso, con mis ojos clavados en su entrepierna, no podía dejar de admirar la belleza de ese coño. Casi depilado por completo, la estrecha franja de pelo que lo decoraba, maximizaba la sensualidad de sus rosados labios.
-¿Te gustaría ver cómo me masturbo?- preguntó con un tono pícaro y antes que le pudiese contestar, llevó una mano hasta allí y separando sus pliegues, se empezó a pajear.
Nunca había visto nada tan erótico pero la calentura de la escena se vio todavía más incrementada cuando a los pocos segundos llegaron a mis oídos los gemidos que surgían de su garganta. Comportándose como una fulana, mi secretaria se dedicó a acariciar su clítoris mientras con la otra mano, se pellizcaba con dureza un pezón. Reconozco que para entonces mi propia mano ya había agarrado mi extensión y solo el miedo a romper el encanto en el que estaba sumergido, evitó que buscara liberar mi hambre con mis dedos.
Afortunadamente, Clara pegando un grito me soltó:
-¡Qué esperas! ¡Mastúrbate para mí!
No tuvo que volvérmelo a repetir, dando un ritmo frenético a mi muñeca, cumplí sus órdenes mientras ella mantenía su mirada fija en mi entrepierna. Puede que os resulte extraño que dos personas, que ni siquiera se habían dado jamás un beso, estuvieran sentados uno frente al otro masturbándose sin tocarse. Sé que es raro, pero lo cierto es que en ese momento nuestras hormonas nos controlaban y tanto ella como yo, continuamos haciéndolo hasta que pegando un alarido, vi cómo se corría.
-¡Me encanta!- chilló convulsionando en la silla pero sin parar de meter y sacarse los dedos de su sexo.
Fue entonces cuando incapaz de mantenerme sentado más tiempo, me acerqué a ella y poniendo mi pene a escasos centímetros de su cara, le pedí que me hiciera una mamada. No me costó ver en sus ojos que deseaba metérselo en su boca pero tras unos segundos de indecisión, se levantó de la silla y mientras cogía su ropa, me soltó:
-Hoy, ¡No!
Cabreado hasta la medula, me sentí manipulado y os confieso que estuve a punto de violarla pero entonces acercándose a mí, me besó en los labios y mientras me ayudaba a subirme el pantalón, me dijo:
-Estoy deseando ser tuya pero son las ocho y a esta hora, llegan las señoras de la limpieza. ¿No querrás que nos pillen follando?- y muerta de risa, recalcó su disposición diciendo: - ¡Te aviso que soy muy gritona!
Intentando que no se me escapara viva, le pedí que me acompañara a casa pero con una sonrisa en sus labios, se negó en rotundo y dijo:
-Lo siento, amor mío. ¡He quedado con tus futuros suegros!
Su descaro me hizo reír y dándole un azote en su trasero, la agarré de la cintura y volví a besarla. Esta vez me correspondió y pegando su cuerpo a mí, colocó mi polla en su entrepierna y con una maestría brutal, empezó a rozarse contra ella. Estábamos dejándonos llevar por nuestra pasión cuando escuchamos a las limpiadoras entrar y separándose de mí, sonrió diciendo:
-¡Mañana nos vemos!- tras lo cual me dejó solo con mi pene pidiendo guerra.
Ni que decir tiene que me quedé caliente como un burro y por eso nada más llegar a mi apartamento, tuve que saciar mis ansias con dos pajas mientras soñaba con que llegara el día siguiente.
Todo se acelera.
Esa mañana, me desperté deseando y temiendo llegar a mi oficina. La tarde anterior no solo me había dejado llevar por mi bragueta sino lo más importante fue que descubrí que era correspondido. Clara, mi joven e ingenua secretaria había demostrado ser una hembra caliente y dispuesta a ser tomada por mí. Os reconozco que cuando iba en el coche rumbo a la empresa, estaba aterrorizado porque me había entrado la paranoia de que esa muchacha no iba a aparecer a trabajar.
Llevaba ya diez minutos en mi despacho, cuando la vi entrar y aunque venía vestida con una falda larga hasta los tobillos y un jersey de cuello vuelto, respiré aliviado. Sonrió al verme y se sentó como tantos otros días en su mesa como si nada pasara. Reconozco que me sentí hundido por su actitud pero al cabo de un rato, recibí un mail suyo en mi ordenador que decía:
-Por tu culpa, no he podido dormir. No he hecho otra cosa que dar vueltas en mi cama, pensando en lo que ocurrió ayer. Quiero ser tuya pero tienes razón, no debemos dar más que hablar. ¿Qué propones?
Mi pene reaccionó al leerlo y con la urgencia que me exigió mi deseo por ella, la contesté si esa noche al salir, me acompañaba a mi apartamento.
-No puedo esperar tanto. Tengo el chocho empapado de solo pensar que estás a unos pocos metros de mí. ¡Te necesito antes!- respondió por la misma vía pero esta vez adjuntó un archivo.
Al abrirlo, me encontré con una foto de un picardías negro de encaje con una nota donde me explicaba que se lo había comprado anoche al salir de trabajar y que quería estrenarlo conmigo. Solo imaginármela con él puesto, hizo que mi corazón empezara a palpitar a mil por hora y cometiendo una indiscreción, le pregunté si lo llevaba puesto. Observándola desde mi mesa, vi que lo leía tras lo cual se levantó, desapareciendo de su sitio. Intrigado estuve a punto de seguirla pero decidí no hacerlo. A los diez minutos, volvió y entrando con una sonrisa en sus labios, se acercó a mí y depositando una bolsa en mis manos, me dijo antes de desaparecer:
-Lo llevaba puesto pero ahora ya no. Espero que te guste, aunque te confieso que debe estar empapado porque me he corrido en el baño.
Al abrirla, observé que es su interior estaba el picardías perfectamente doblado bolsa pero al hacerlo llegó hasta mi nariz un aroma de mujer que no me costó reconocer como suyo. Justo entonces apareció por la puerta mi socio y sentándose en una silla, descojonado, me comentó:
-Ya veo que has hablado con tu secretaria. Es lo mejor, te juro que con las pintas que llevaba hasta a mí me ponía bruto.
Sin ser consciente de que mi secretaria no llevaba ropa interior, Alberto se explayó alabando el traje tan apropiado que llevaba la cría ese día. Con mi mano acariciando la suave tela de su picardías, contesté:
-Te dije que no tenías por qué preocuparte.
Satisfecho por mi respuesta me dejó solo, momento que aproveché para abrir la bolsa y respirar el olor dulzón que desprendía. Ya totalmente excitado, tecleé en mi ordenador:
-¿Por qué no dices que te sientes mal y me esperas en la esquina?
Ansioso esperé su respuesta. Cuando llegó al cabo, me encontré con algo que no me esperaba:
-De acuerdo, ¡Me voy! pero antes me das la llave de tu casa y te esperó allí a las dos. Nadie va a sospechar si lo hacemos así.
Sin saber cómo actuar, estaba todavía pensando en ello cuando vi que se levantaba. Desde la puerta me dijo que se encontraba enferma para que lo oyeran todos y llegando hasta mí, extendió su mano diciendo en voz baja:
-Tus llaves-
Confuso y mientras se las daba, pregunté si sabía dónde vivía. Ella me respondió riendo:
-Mariano, ¡Soy tu secretaria!
Su contestación a todas luces lógica me terminó de convencer, tras lo cual, poniendo nuevamente cara de dolor desapareció de la oficina. Al verla partir, miré mi reloj y pensé:
“Son la diez, ¿Qué va a hacer en estas cuatro horas?”.
Sabiendo que pronto lo sabría, me intenté concentrar en el día a día pero me resultó imposible porque el paso de los minutos me acercaba al momento que la volvería a ver. La mañana resultó un suplicio al pasar con una lentitud exasperante. Deseando que transcurriera rápida, se me hizo eterna. Por eso no habían dado las dos menos cuarto cuando recogí mis cosas y advirtiendo que no iba a volver por la tarde, salí de la oficina. Mientras me acercaba a casa me iba poniendo cada vez más nervioso. Cuando llegué tuve que tocar el timbre para que me abriera.
Tardó en abrir la puerta y cuando lo hizo, me quedé paralizado al verla vestida con un coqueto uniforme de criada.
-Buenos días, señor. ¿Cómo le ha ido en la oficina?
Reconocí en seguida su juego y haciendo como si fuera algo cotidiano, dejé que me quitara la chaqueta. Cumpliendo a rajatabla su papel, Clara la colgó en un perchero y girándose hacía mí, me informó que la comida estaba lista y servilmente, me pidió que la acompañase. Al seguirla por el pasillo, me maravilló observar el movimiento de su culo mientras caminaba pero más aún la perfección de esas piernas izadas sobre unos gigantescos tacones de aguja.
“¡Qué buena está!” pensé al recalar en que de seguro había recortado la falda porque en ninguna casa normal permitirían que la sirvienta llevase esa minúscula minifalda.
Ya en el comedor, me obligó a sentarme en la mesa y desapareciendo por la puerta, entró en la cocina. Al volver con el primer plato, algo había cambiado: aprovechando su ida, se había desabrochado un par de botones de su camisa. Reconozco que lo que menos me apetecía era comer, lo que realmente deseaba era saltarla encima y tras despojarla de su indumentaria, follármela allí mismo. Mi chacha-secretaria llegó sonriendo y al servirme la sopa, posó su escote en mi cuello mientras decía:
-Señor, espero que le guste la sopa de almejas. Son mi especialidad.
Rozando sus pechos contra mí durante unos segundos consiguió que mi excitación creciera pero al darme la vuelta con la intención de comerle sus tetas, se separó de mí y se quedó parada mirando como tomaba la sopa. No pudiendo hacer otra cosa, la probé para descubrir que estaba deliciosa y dirigiéndome a ella, alabé su plato diciendo:
-Señorita, es una de las sopas más ricas que he probado en la vida.
-¿En serio? ¡Me encanta que me lo diga!- contestó desabrochándose otro botón.
Al verla hacerlo, comprendí las normas de ese juego y continuando con las alabanzas, le solté:
-¡Está en su punto! Un sabor definido donde creo descubrir varias especias- al ver que su mano desprendía otro botón, seguí diciendo:- Azafrán, orégano, ajo…
Para el aquel entonces se había despojado de la blusa, dejándome admirar su torso desnudo donde únicamente el sujetador negro de encaje, evitaba que tuviese una visión completa de sus pechos. Azuzada por mis piropos, llevó sus manos a sus pechos y acariciándolos por encima de la tela, pegó un gemido de placer. Entretanto, por debajo de mi bragueta, mi miembro ya había adquirido toda su dureza y deseando acelerar su extraño striptease, me terminé la sopa diciendo:
-Creo que voy a tener que agradecer de alguna manera al chef de semejante delicia.
Al escucharme, llevó sus manos a la espalda y con una sensualidad sin límites, se quitó el sostén. Sus pechos desnudos rebotaron arriba y abajo al acercarse a retirar el plato y poniéndolos a escasos centímetros de mi boca, se quedó quieta esperando su recompensa. Asumiendo que era una insinuación, cogí por vez primera una de esas maravillas y sacando la lengua recorrí su rosada aureola mientras escuchaba a su dueña suspirar llena de deseo. Como era una carrera por etapas, estuve mamando unos segundos tras lo cual, mi criada volvió a dejarme solo.
Al retornar, se había deshecho de su falda y venía vestida únicamente con un tanga y unas medias a mitad de muslo que maximizaban el erotismo de la muchacha. El calor que se iba aglutinando en mi entrepierna me hizo desembarazarme de mi corbata y quitándomela, me abrí el cuello de la camisa.
-Si el señor tiene calor, puede irse poniendo cómodo- me espetó con voz sensual mientras se acercaba.
Comprendiendo que quería que yo también me fuera desnudando, contesté mientras me terminaba de desabrochar todos los botones:
-Si el segundo plato es un manjar como el primero, creo que tendré que contratar de por vida a la cocinera.
Clara pegó un grito de alegría al escuchar mi oferta y llegando hasta mí, dejó la vianda en la mesa quedándose pegada a mí. Con sus piernas rozando mi silla, me informó que debía dar yo el siguiente paso, por lo que, llevando mi mano hasta su trasero, le acaricié sus nalgas mientras le preguntaba qué era lo que me había preparado:
-Pechugas al champagne- contestó con la voz entrecortada.
Al venir el pollo desmenuzado, no tuve que cortar y aprovechando esa circunstancia, llevé un trozo a mi boca mientras mis dedos recorrían sin disimulo la raja de su culo.
-¡Delicioso!- exclamé sin mentir –dime como lo has preparado-
Satisfecha, Clara fue detallando la receta mientras mis yemas cada vez más confiadas le estaban acariciando el esfínter. Reconozco que fui un cabrón porque valiéndome de su entrega, metí una de mis yemas en su entrada trasera. Ella al sentir mi intrusión, pegó un gemido pero no intentó separarse y continuó explicándome el proceso de cocción. Satisfecho la dejé marchar cuando terminó y adoptando la misma postura, esperó mis alabanzas pero esta vez lo que hice fue al ir comiendo me iba quitando ropa.
Primero me quité los zapatos, luego la camisa y ya con el torso desnudo, le solté:
-Exquisitamente presentado, la rama de perejil encima de las cebollas cambray le dan un aire fresco.
Al escuchar mis palabras, se despojó del tanga y volviendo a la posición inicial, se me quedó mirando. Mientras me desabrochaba el pantalón, le dije:
-La nata de la salsa le ha dado un toque especial en consonancia con el resto del plato...- gimiendo descaradamente, separó sus rodillas y llevando una mano a su entrepierna, se empezó a masturbar mientras me oía - … ¡En resumen! ¡Un diez!
Mi valoración coincidió con su orgasmo y teniendo que cerrar sus piernas para evitar que el flujo corriera por sus piernas vino a recoger mi plato. Esta vez su recompensa consistió en llevar mi mano a su sexo y con dos dedos empezar a acariciarla. Estuve dos minutos recorriendo su vulva hasta que con el sudor cayendo por sus pechos y con el coño encharcado, mi sirvienta se quejó del calor que hacía. Comprendí lo que quería y quitándome el pantalón, me quedé solo en calzoncillos.
Satisfecha, se llevó la loza a la cocina y esta vez, volvió enseguida llevando un bote de crema montada entre sus manos. Muerto de risa, le pregunté que tenía de postre:
-Bizcocho de crema- respondió mientras se subía encima de la mesa.
Deseándolo probar, dejé que aposentara su trasero y se abriera de piernas, para acto seguido, decorar con crema su sexo. Con la espalda posada sobre el mantel y poniendo su bizcocho al alcance de mi paladar, suspiró al decirme:
-Señor, este es un plato para comérselo lentamente.
Tanteando el terreno cogí entre mis dedos un poco de nata y mientras me bajaba el calzón, alabé su textura. Clara dio un respingo al sentir que lo hacía y con piel de gallina, esperó en silencio mi siguiente paso. Agachándome entre sus muslos, acerqué mi boca a su sexo y sacando la lengua, fui recogiendo la crema de los bordes sin hablar. Mi sensual postre se estremeció al sentir mi cálido aliento tan cerca de su meta sin tocarla. Incrementando su deseo, acaricié sus nalgas mientras daba buena cuenta de la crema.
-¡Esplendido!- exclamé al probar el sabor dulzón de su sexo.
La mujer chilló dándome las gracias y separando aún más sus rodillas, facilitó mi incursión. Para entonces ya casi no quedaba crema y separando los pegajosos pliegues de su sexo, descubrí que su clítoris estaba totalmente hinchado. Sin perder el tiempo, recorrí con mi lengua su botón y al oír los gemidos de placer que emitía la muchacha, decidí mordisquearlo. Clara al experimentar la presión de mis dientes, convulsionó sobre la mesa y pegando un alarido se corrió sonoramente. Sin darle tiempo a descansar, introduje un par de dedos en el interior de su sexo e iniciando un lento mete-saca, prolongué su orgasmo.
Para entonces, mi supuesta criada estaba desbordada por las sensaciones y sin parar de gritar, me preguntó si no prefería echar un poco de leche al postre. No me lo tuvo que aclarar, comprendí en seguida que me estaba pidiendo que la tomara. Complaciendo sus deseos, me levanté de la silla y cogiendo mi pene entre mis manos acerqué mi glande a su vulva.
-¡Señor! ¡Su bizcocho está a punto de quemarse!- gritó mientras se pellizcaba los pezones, ansiosa de que empezara.
Incrementando el morbo de la cría, jugueteé con su sexo durante unos antes de introducirme unos centímetros dentro de ella. Sus ojos me pedían que continuara, que la hiciera mujer de una vez, pero haciendo caso omiso a sus ruegos, proseguí tonteando en sus labios. Tal y como me esperaba, se corrió gritando, momento que aproveché para de una sólo golpe meterme por completo en su interior. Sin esperar a que se acostumbrara a tenerlo dentro, inicié un lento movimiento, sacando y metiendo mi falo en su cueva. Clara estaba como poseída, clavando sus uñas en mi espalda, me abrazaba con sus piernas, intentando que acelerara mis incursiones, pero reteniéndome seguí al mismo ritmo.
-¿Está listo mi postre?-, le pregunté siguiendo el juego,- o ¿Necesita que lo siga orneando? -.
Se la veía desesperada, quería recuperar el tiempo perdido y agarrándose a los bordes de la mesa, se retorcía llorando de placer. Mi propia excitación me dominó y poniendo sus piernas en mis hombros forcé su entrada con mi pene. Esa nueva posición hizo que mi glande chocara contra la pared de su vagina y entonces, al sentir mis huevos rebotando contra su cuerpo, se puso a gritar desesperada. Su pasión se desbordó y ya sin disimulo, me pedía que siguiera follándomela dejando su papel de criada y de sensual postre a un lado. Convencido que esa iba a ser la primera vez de muchas, incrementé la velocidad de mis arremetidas mientras recogía entre mis manos sus pechos.
-¡Tienes una tetas maravillosas!- exclamé pellizcando sus pezones.
-¡Son todas tuyas!- berreó como posesa.
Con sus caderas convertidas en un torbellino, buscó mi placer mientras su cuerpo se estremecía sobre el mantel. Su enésimo orgasmo fue brutal y mientras se mordía los labios, me pidió que me derramara en su interior. La niña tímida había desaparecido totalmente, y en su lugar apareció una hembra ansiosa de ser tomada que pegando alaridos, intentaba calmar su calentura. Entonces cuando me di cuenta que no iba a poder aguantar mucho más, y apoyando mis manos en sus hombros forcé mi penetración, mientras me licuaba en su interior. En intensas erupciones, mi pene se vació en su cueva, consiguiendo que la muchacha se corriera a la vez, de forma que juntos cabalgamos hacia el clímax.
Cansado y agotado, me desplome sobre ella y así permanecimos unidos durante un tiempo. Ya recuperado, la cogí entre mis brazos y la llevé hasta mi cama. Tras depositarla en el colchón, me tumbé a su lado y por primera vez, la besé en sus labios.
-No te he dicho que me encantan las piernas de mi chacha.
Sonriendo, contestó:
-Señor, no se preocupe. La zorra de su secretaria ya me lo contó, solo espero que cuando se la folle en la oficina, siga teniendo fuerzas para repetir en casa.
Descojonado y a la vez ilusionado de que la muchacha quisiera prolongar en el tiempo ese duplo de funciones, le pregunté:
-Por cierto, ¿No tendrás otras Claras que presentarme?
Muerta de risa y mientras trataba de reanimar mi pene entre sus manos, me contestó:
-Somos muchas: Hay una estricta policía, una profesora masoquista e incluso una beata que está deseando ser convertida en puta.
Solté una carcajada al oírla y deseando conocer sus otras facetas, me callé para concentrarme en la mamada que en ese momento, mi Clara-sirvienta, me estaba obsequiando.
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En él, encontrareis este y otros relatos ilustrados con fotos de las modelos que han inspirado mis relatos. En este caso se trata de la actriz Angelika Black