Café Venus 3

Te digo a media voz cosas que invento a cada rato y me pongo de veras triste y solo y te beso como si fueras tu retrato. Sabines.

Café Venus 3

Ya van dos días.

No he recibido nada. Ni una caja, tarjeta o alguna señal… nada de su parte. Quizás ya se dio por vencida conmigo o tal vez sea que no me vio con la flor. No lo sé, pero extraño recibir aquellas tarjetas, se me volvieron adictivas y eso que sólo he recibido cinco. Debo admitir que me gusta, me emociona mucho recibirlas. Aunque no diga nada de ella, dice mucho de su personalidad con esos poemas de Sabines.

Por otra parte, tengo que aprender a no dejarme llevar por mis emociones. Es demasiado riesgoso y el entusiasmo que sentía por "mi admiradora secreta", como la llama Jose, se me está transformando en desánimo y desgano. Últimamente no siento ganas de hacer mucho, estoy de autómata con eso de ir y volver de mi casa a la librería y al café. Así son mis días… volviendo a la normalidad con mi soledad y mi amargura.

Hace más de media hora que nadie entra a la librería. No he sentido la campanita que puse para saber si alguien entra cuando yo estoy en la parte de atrás leyendo en mi sillón. Leer es lo único que me llena los días ahora. Y es que no puedo parar de hacerlo, es muy adictivo y entretenido, logra que mi imaginación vuele por partes desconocidas y me eleva de tal manera que a veces me sorprendo a mí misma en esas historias

Es mejor irme ya. Es hora de cerrar el boliche y partir a mi casa. Primero al café de todos los días y luego, a mi caminata de siempre. Esto de no tener auto ni nada para movilizarme es deprimente a veces, aunque me guste caminar y pasearme por las calles. Hay veces en que me siento tan cansada que me dan ganas de dormirme en este mismo e incómodo sillón, Jajaja… entonces sí, Carlos me da el discurso de que soy una ermitaña moderna.

¡Bien! Ya está, mañana ordeno para distraerme de mis pensamientos. Ahora… me daré media vuelta y me iré a poner el abrigo, cerrar la caja y ver donde tiré mi bolso esta vez… quizás deba empezar a colgarlo, como mi abrigo y como es lo natural, me dije, arrodillándome en el suelo para mirar debajo de la mesa y los estantes. Aunque el abrigo no lo tiro sólo porque es más grande y me estorbaría el camino, Jajaja… tendría que dejar de pensar estupideces. Tal vez así encuentre el bendito bolso y podría irme a tomar el cafecito que necesito para despertarme un poco

  • ¡Ey! Me dice alguien cuyas botas son lo único que veo.
  • ¡Ey! ¡Hola! Dije aún en el suelo.
  • ¿Qué haces ahí sentada?
  • Busco mi bolso… ¿Qué haces tú aquí? Le pregunto levantándome.
  • Vine por mi libro.
  • Cierto, pero tenemos un problema.
  • ¿Cuál? Pregunta haciendo un gesto con los ojos algo chistoso.
  • Uno, estoy por irme y dos, el ofrecimiento ha expirado, señorita.
  • ¡Oh! Entiendo… en ese caso, creo que es mejor irme. Y hace el ademán de irse.
  • ¡Epa! Espera… sólo bromeaba. Dije tomándola del brazo para detenerla.
  • ¿sí?
  • Sí. Discúlpame, pero como me dijiste que volverías al día siguiente y ya han pasado dos días
  • Lo siento, Andrea. No pude venir antes y recién ahora pude salir. Dice, dando un paso hacia mí.
  • No te preocupes, sólo decía, no me tienes que explicar.
  • Lo sé, pero quiero hacerlo. Responde seria.
  • Ok, tranquila, que no pasa nada. Dije aún sosteniéndola por el brazo.
  • ¡Genial! Ya te vas ¿no?
  • Sí. Me ando yendo ya.
  • ¿A tu casa?
  • Sí, bueno… primero me tomaré un café y luego ya me encamino a mi casa. Musité mientras comenzaba a mirar donde estaba mi bolso.
  • Ah, en ese caso… ¿Puedo invitarte el café yo?
  • Sí. Digo mirándola.
  • ¡Bien! Te ayudo a buscar y el libro lo elijo otro día ¿Puedo?
  • Sí, cuando quieras.
  • Creo que eso que está en la silla de ahí es tu bolso. Me dice señalando la silla detrás de mí.
  • ¡Sí! –salté acercándome a la silla – Ahora podemos ir por el café. Digo al tiempo que tomaba el bolso.
  • Sí, vamos. Tú me dices dónde… yo no conozco mucho esta cuidad.
  • ¿No eres de aquí? Pregunté mientras cambiaba el letrero y sacaba las llaves para cerrar.
  • No. Me mudé aquí hace poco más de un mes.
  • ¿Por trabajo? Pregunté mientras cerraba la librería.
  • Algo parecido.
  • Caminemos ¿quieres? Es que la cafetería a la que voy siempre está cerca.
  • Sí, me gusta... caminemos juntas.
  • A mí también. El viento y el olor a flores le da algo de soltura a mi cuerpo camino a casa. Le comento respirando profundo.
  • Ya veo que sí.
  • Sí, puede que te parezca algo tonto, pero la sensación del aire en tu rostro es genial, al igual que el fresco que hay en el aroma de las flores… me suele relajar mucho.
  • No dije que me pareciera tonto. Es sólo que no conozco a nadie que se exprese como tú lo haces.
  • ¿Cómo me expreso yo? Le pregunté acurrucándome en mi propio abrigo.
  • Con pasión...
  • Mira, no tenía idea de que podía ser pasional con las cosas simples de mi vida cotidiana.
  • Lo eres. Dice desviando su mirada.
  • Cierra los ojos. Le indico enganchando mi brazo al de ella.
  • ¿Para qué?
  • Sólo ciérralos. Confía en mí… anda.
  • Bueno. Sólo no me hagas bromas ¿eh? Dice volteándose a verme.
  • No. Lo prometo.
  • Bien… y ahora qué.
  • Respira y siente. No tienes que hacer más… olvídate de que estás en la calle y de que puedes chocar con alguien, sólo respira profundo, déjate llevar. Le expliqué mirándola con los ojos cerrados mientras seguíamos caminando.
  • ¡No inventes! ¿Cómo haré eso, Andrea? Me dice deteniéndose.
  • Vamos… inténtalo. Yo te cuido mientras caminamos.
  • Bueno. Ahí voy de nuevo.
  • ¡Bien! ¿Cómo te llamas? Me acabo de dar cuenta de que no me has dicho tu nombre.
  • Me llamo… Helena.
  • Bien, Helena… ¿Qué sientes? Pregunto mirándola con sus ojos cerrados.
  • El frío en mi cara. Responde estremeciéndose.
  • Jajaja… bueno, bueno. Dejémoslo entonces… otro día que quieras te muestro la cuidad.
  • Sí, quiero, pero me ha gustado el aire en mi rostro.
  • Gracias por decirlo… ¿te molesta si caminamos en silencio?
  • No.

La miré a los ojos en ese momento. Dicen por ahí que si una persona tiene dilatadas las pupilas, es porque lo que ve le gusta, pero quizás sea el frío. Por lo que mejor no me pongo a pensar en el brillo de sus ojos, ni en la ternura que le veo cuando me mira. Terminaría haciendo estupideces… ella sólo busca tener una amiga, es nueva en la ciudad. No puede ser otra cosa más que eso.

Seguimos caminando una al lado de la otra, en silencio. Me gusta su proximidad con mi brazo, su aroma que me parece familiar y esos hoyuelos que se le forman al sonreír… es bella. Tengo que admitirlo. Es preciosa en su forma de ser y más en su manera de expresar las cosas que no dice, como cuando mira los estantes de libros acumulados uno tras otro. Es genuina… aunque tengo la sensación de que algo no está del todo bien con ella. No sé, como que oculta algo. Nadie duda al dar su nombre a menos que quiera ocultar algo y el de ella me parece bonito. Aunque… ella me lo parece en todo sentido y en realidad no la conozco de nada, Jajaja. Estoy divagando, otra vez.

  • Andre, entremos a este café. Me gusta el ambiente tranquilo. Dice sacándome de mis divagaciones.
  • Jajaja.
  • ¿De qué te ríes?
  • Es que, es a este café al que vengo todos los días después del trabajo y por ende al que te traía.
  • ¡Ah, bueno! Dice riéndose a la vez.
  • Entremos. Le indico abriendo la puerta.
  • Gracias.
  • De nada.

Al entrar al local, le indiqué el lugar donde me solía sentar todos los días y, al pasar por delante de mí, dejó un destello del aroma de su cabello. Rico, fresco… olor ¡Dios! ¿Qué me está pasando con esta mujer? Apenas si la conozco, pero siento unas ganas locas de asirla a mi abrazo y no soltarla hasta que ya no sienta esa tristeza que le veo en los ojos cuando me miro en ellos. Es extraño, pero aún así, tengo esta sensación de conocerla de antes, de que la vi antes, mucho antes que hace tres días atrás… no sé. Me perturba en cierta manera que me conmueva con sólo mirarme a los ojos. Y es que no me sentía así desde... Valentina. No me había sentido de esta manera, tan intensa, extraña y emocionante, desde que la conocí a ella, en esta misma cafetería.

No lo entiendo, lo mismo me pasa con la chica de las cajas. Con esas tarjetas que ya no me llegan y que extraño y aquella flor que no de deja de emocionarme y provocarme saltos en el pecho como si fuera vida

  • ¿Estás bien?
  • Sí… sí. Tranquila, linda. Sólo recordaba algo. Me disculpé.
  • Bueno pero déjalo atrás ¿va? Sólo por este rato.
  • Claro. No te preocupes… no es nada.
  • ¡Bien! Te ves más guapa cuando sonríes ¿Te lo han dicho? Pregunta y se sonroja a la vez.
  • Jajaja… eres la segunda persona que me lo dice.
  • ¿Serio? ¿Quién te lo dice? Tu novio, seguro.
  • Jajaja… ¿Por qué esa cara, mujer? Le pregunto entretenida.
  • ¿Qué cara?
  • Bueno, bueno… no se me enoje, señorita. No me lo pudo decir mi novio, porque no tengo.
  • ¿Quién te lo dice entonces?
  • Bueno, me lo decía alguien especial e importante para mí, pero hace años que no lo hace.
  • ¿Qué pasó?
  • Murió, hace siete años. Le solté en un descuido mío.
  • Lo siento. Él debió ser muy importante para ti… te has puesto triste. Dice mientras pone su mano sobre la mía.
  • Ella. Confesé al sentir su mano con la mía.
  • ¿Qué?
  • Es ella. Ella era muy importante para mí. Me expliqué levantando la mirada.
  • ¿Tenías novia? Pregunta quitando su mano de la mía.
  • Sí. Me gustan las mujeres y, por lo que veo, eso no es algo agradable para ti ¿no?
  • No es eso. Sólo me has tomado por sorpresa.
  • No te preocupes… está bien. Si te sientes incómoda, puedo tomarme el café sola.
  • No me voy a ir.
  • No quiero que lo hagas.
  • Entonces no lo insinúes.
  • Discúlpame, pero tu expresión me dice lo contrario.

Nos quedamos mirando en silencio. Ninguna de las dos decía algo, pero podía ver en su rostro… sorpresa. No me miraba con desaire ni desagrado. Ella me miraba, con esos ojos color pardo que parecen verdes a la luz. Me mira con ternura, pensativa, creo… no sé. Me da la sensación de que me está evaluando, no sé bien si a mí o a la situación, pero tengo esa sensación de ser observada con el fin de adivinarme

  • Hola, Andrea.
  • ¡Ey, Karla! ¿Cómo estás?
  • Bien, bien… ¿lo de siempre?
  • Para mí sí ¿Qué vas a pedir tú, Helena?
  • Café también y un pastelito de piña, si tienes.
  • Sí, ahorita se los traigo… ¡ah, Andrea! Tengo algo para ti.
  • ¿Qué?
  • Ya te lo traigo, deja pongo el pedido primero.
  • Bueno, gracias.
  • ¡Vaya! Eres conocida aquí.
  • Sí, es que paso todos los días antes de irme a casa y además, vengo desde hace años aquí.
  • Imaginé que era así, la chica te trata con familiaridad.
  • Sí, Karla y yo nos conocemos desde hace años.
  • Me gusta este ambiente. Se me hace muy familiar y no he estado nunca aquí, sólo vine ayer, que me invitó Roberto.
  • ¿Tu novio?
  • No, mi hermano.
  • ¡Ah!

Y ahí iba otra vez el silencio. No sabía qué pensaba, cómo comportarme con ella ahora que le dije que me gustaban las mujeres. Se volvió algo incómoda la situación después de eso y ahora no sé cómo volver a lo de antes. A esa conversación fluida que teníamos desde que saliéramos de la librería. Es extraño cómo surgió todo esto, apenas la conozco, pero se me hace muy natural el estar con ella aquí sentada, esperando nuestros cafés… es como si lo hubiéramos hecho antes y es una tontería pensarlo

  • Aquí tienes. La dejó una mujer hoy por la tarde.

Miré la caja. No sabía qué decir... me sorprendió ¿Cómo es que puede saber este tipo de cosas? ¿Cómo supo que yo estaría aquí hoy? Pude no haber venido, haber pasado de largo al caminar hacia mi casa

  • Andrea, ¿Estás bien?
  • Sí, sí… ¿Quién te dejó esto para mí?
  • Una mujer, bastante guapa, si me lo preguntas.
  • ¿Qué te dijo exactamente?
  • Me preguntó si te conocía, luego me pidió entregarte esto.
  • ¿Nada más? ¿sólo te pidió entregarme esto?
  • Sí. Me dejó buena propina, eso sí… Jajaja.
  • ¿La viste antes por aquí?
  • No. Nunca.
  • Bueno, gracias.
  • De nada… voy por sus cafés, permiso.
  • Adelante.

Me quedé mirando la caja en silencio. No sabía qué hacer, todo me tomó por sorpresa. No me esperaba recibir cajas de nuevo y menos aquí, en la cafetería... la mujer sabe más cosas de mí de las que me imaginé ¡No me lo puedo creer! Otra caja ¿Qué me enviará ahora? Seguro es una tarjeta, pero ¿Con otra flor? No lo sé, pero no me atrevo a abrir la caja aquí

  • ¿Andrea?
  • Sí, dime.
  • No, dime tú… ¿Estás bien? Te ves algo pálida.
  • Sí, sí. No te preocupes.
  • Tu cara dice lo contrario ¿Quién te envía esa cajita? ¿Tu novia?
  • No tengo novia. Me las envía alguien que no conozco.
  • ¡Ah! Como una admiradora.
  • Algo así.
  • Bueno… aquí viene el café.

Karla puso el café de cada una en la mesa y también, el pastel de piña que pidió Helena. La miré mientras depositaba una cucharada de azúcar en su tazón para luego resoplar antes de llevárselo a la boca. Quise decirle que me gustaba que achinara los ojos para beber el café, que se podía quemar si tomaba el tazón con las dos manos, como abrigándolo, pero me detuve y nada más la seguí mirando en silencio.

Dejé la caja encima de la silla que estaba a mi lado y tomé mi café para bebérmelo. Helena ahora comía su pastel con entusiasmo. Me pareció una niña y la expresión, lejos de sorprenderme, me hizo sonreír y sentirme extrañamente emocionada. Me olvidé por completo de la caja, pasó a segundo plano cuando la miré y vi un poco de crema en las comisuras y quise acercar mis labios a ese lugar, quitar con mis labios aquella crema tentadora y besarla, descubrir a qué saben sus labios… ¡¡Dios!! Qué apetecibles se ven esos labios rojizos, tibios… brillantes.

  • ¿Por qué me miras así?
  • ¿Eh?
  • Te me has quedado mirando.
  • ¿Yo?
  • No, la chica que está en la otra esquina.
  • ¡Jajaja! Bueno… es que tienes un poco de crema en las comisuras.
  • ¡Oh! Disculpa ¿Sólo por eso me mirabas?
  • No.
  • ¿No?
  • No… te miraba por algo más.
  • ¿Cómo qué?
  • Como que estoy tentada a besarte.
  • ¿Qué?
  • Perdón. No se por qué dije eso, discúlpame.
  • ¿Ya no quieres?
  • ¿Eh?
  • Olvídalo. No te preocupes… es mejor irme. Se me está haciendo tarde.
  • Pero, Helena… está bien.
  • Vamos.

¡Joder! ¿Cómo se me ocurrió decirle eso? ¿Por qué demonios tendré que decir siempre lo primero que pienso? Ahora la espanté y no es que quisiera tener algo con ella, pero… ¿Qué hago? Se está levantando de la silla, tomando su bolso y arreglándose su abrigo para irse y ¡No quiero que se vaya! Quiero tenerla cerca el mayor tiempo posible, todo el tiempo y soy tonta, muy tonta… quiero besarla, claro que quiero ¿Por qué dudé? Me tomó desprevenida, se le notó en su expresión la sorpresa, pero pude ver que le brillaron los ojos ¿Será que ella quería que la besara?

  • Nos estamos yendo sin cancelar, Andrea.
  • No, tranquila… Karla lo anota a mi cuenta.
  • Pero te invité yo.
  • Sí, pero me dices que se te hace tarde. Mejor me invitas otro día.
  • Está bien, vamos.

La vi caminar hacia la salida metiendo sus manos en los bolsillos. Quise asirla del brazo y preguntarle ¿Qué pasó? ¿Por qué de repente quiere irse? Sé que fui imprudente al decirle que quería besarla, que me tentaba esa crema en su comisura, pero no entiendo su reacción a menos que… ¿Deseaba que la besara? ¡Dios! ¿Cómo saberlo? Cada vez que doy un paso, a los minutos retrocedo dos o tres con ella. Es increíble que pueda turbar mi mente de esta manera, en cosa de segundos, me trastocó todo dentro de mí.

  • ¿Dónde vives?
  • No tienes que acompañarme, Andrea.
  • ¿No?
  • Prefiero caminar… me gusta hacerlo.
  • Está bien ¿te veré mañana?
  • No lo sé. Quizás… te debo un café.
  • Y yo un libro.
  • ¡Cierto!
  • Sí.
  • Nos vemos, cuídate.
  • Igual. Chao, linda.
  • Chao.

Otra vez la veo irse y otra vez quiero irme tras ella. Necesito saber qué quería que hiciera, qué hice o dije que no le gustó. Quiero conocer, saber todo de ella, pero sigo aquí parada, mirando su silueta que se aleja y tal vez no vuela a ver. En realidad me inquieta esto que me pasa con ella, hemos hablado sólo dos veces, pero fue suficiente para sentir estas ganas locas de estar con ella, de no perderme detalle de nada… quiero besarla, pero no se qué hacer.

Mis pies decidieron por mí, comencé a caminar sin perderla de vista. Al parecer iba pensativa, desde mi distancia, me puedo dar cuenta de que su mirada está en el suelo. Camina a paso lento, no tiene prisa y lo agradezco, voy alcanzándola a paso rápido. No sé exactamente qué haré, pero sé que no quiero que se me vaya así, ni que me mire con indiferencia, como lo hizo antes de irse. Aunque quizás tenga miedo, miedo de que la bese, o de lo que le dije, que me gustan las mujeres. No lo sé, pero lo averiguaré en este momento

  • ¡Helena!

Grité su nombre y la vi detenerse frente a una casa. No se volteó a verme, lo hizo después cuando volví a decir su nombre y estaba a un par de metros detrás de ella. Su mirada es de sorpresa, pero creo verle una media sonrisa en los labios, aunque no estoy segura de ello. Al acercarme puedo ver que está algo seria, que está sorprendida, pero seria. El estómago se me apretó cuando la vi caminar hacia mí… se detuvo en las escaleras de un edificio y se afirmó un poco en las barandas de esta ¿Se sentirá bien?

  • ¿Te pasa algo? ¿Te sientes bien?
  • Sí. Estoy bien… ¿Por qué me seguías? ¿Se me olvidó algo?
  • No exactamente.
  • Entonces, Andrea… ¿Por qué me seguiste?
  • ¿Por qué estás molesta conmigo? ¿Qué hice?
  • No estoy molesta… no has hecho nada malo.
  • Entonces… fue porque me gustan las mujeres y por lo del beso que dije, me gustaría darte, ¿verdad?

Se quedó callada. Me miraba en un principio, pero luego bajó la mirada. Me acerqué un poco más a ella y no hizo el intento por alejarse, levantó su mirada de nuevo y volví a ver el brillo que le vi hace unos minutos atrás en la cafetería… ¡me parece tan bella! Tan preciosa cuando levanta el ceño, como analizando la situación. No quiero alejarla, pero tampoco deseo dejar pasar la oportunidad de tenerla más cerca, de besarla como dije, me gustaría.

Di los dos escasos pasos de distancia entre ambas y estuve a centímetros de ella. De su boca. Quedé frente a frente con ella, no me importó si me miraban haciendo lo que iba a hacer, sólo me importaba que estaba ella, parada frente a mí y que al tocar su manos que caían en sus costados con las mías, se aferró a ellas y levantó la mirada de nuevo. La miré a los ojos, quise decirle que lo lamentaba, pero que iba a besarla aunque después no volviera a verla y preferí omitir el pensamiento. En cambio, bajé mi mirada a sus labios, uní mis dedos con los de ella mientras iba acercando mi boca a la suya, me incliné un poco hacia delante y sentí que suspiraba. Tuve la sensación de haber vivido esto antes, al tiempo que el roce de sus labios me causaba escalofríos.

Dejé sus dedos y subí mi mano a su rostro. Quité un mechón de su cabello antes de palpar directamente sus labios y comenzar a besarla despacio. Como cuando caen las hojas en el invierno. Era como si lo que estaba haciendo fuera parte de algo, algo que no sabía que era, pero que me enternecía por completo el cuerpo y la mente… de pronto sentí sus manos tomarme de la cintura, acercarme más a ella, su boca se abría para mí, me mordía los labios luego, se dejaba llevar y yo me sorprendía. Era eso lo que la hizo indiferente, mi indecisión después de decir que quería besarla.

Dejé su rostro y crucé mis brazos por su cuello. Entré en contacto con su cuerpo y sus brazos me envolvieron, su lengua se hacía presente, su nariz se rozaba con la mía, sentía calor, sentía que la necesitaba, que deseaba tenerla conmigo, piel con piel y me pareció una locura. Mientras succionaba su labio superior, mordía el inferior y volvía a hacer lo mismo una y otra vez por una infinidad de tiempo que, al final, sólo fueron minutos

Solté su cuello despacio, tenía la sensación de no querer dejarla ir de mis labios, pero lo hice. Dejé libre su cuerpo de mi contacto y di dos pasos hacia atrás… no la miré enseguida. Miré el suelo, mis botas, las de ella, pero no me atreví a levantar la mirada. No sé si a ella le gustó del todo, pero sí sé, que buscó hacerlo más profundo cuando sintió mis labios en los de ella.

Levanté la mirada en cuanto la sentí retroceder. La miré a los ojos, no me rehuyó, pero… sólo dio media vuelta y se fue. Pensé en seguirla de nuevo, pero me detuve, no sabía qué estaba haciendo, qué pretendía con besarla así. Tenía que pensar, no podía dejarme llevar por los sentimientos que me provocaba Helena. Me sentía triste, no sé bien por qué, pero me sentía así. La vi caminar a prisa por la calle mientras la cruzaba y di media vuelta. Volteé a verla por última vez y comencé a caminar en dirección a mi casa.

Al meter mi mano en mi bolso y sentir la caja en mis dedos, recordé que existía. Se me había olvidado. Me senté en un banquito que había cerca y me dispuse a sacar la cajita del bolso. La miré como siempre. La olí, no la sacudí. Esta vez no tenía idea de qué me enviaba, por lo que la sorpresa me abrumó en el momento que lo pensé. Estaba segura de que contenía una tarjeta, pero no estaba segura de lo que acompañaba a esta. Era todo un misterio el contenido

Tomé la caja en mi mano y despacio removí la tapa para abrirla. Miré dentro… vi la tarjeta y la tomé, había algo más, pero me detuve unos minutos para leer lo que decía la tarjeta esta vez

"¿Te parece bien que te quiera nada más una semana? No es mucho, ni es poco, es bastante. En una semana se puede reunir todas las palabras de amor que se han pronunciado sobre la tierra y se les puede prender fuego. Te voy a calentar con esa hoguera del amor quemado. Y también el silencio. Porque las mejores palabras del amor están entre dos gentes que no se dicen nada.

Hay que quemar también ese otro lenguaje lateral y subversivo del que ama. (Tú sabes cómo te digo que te quiero cuando digo: "qué calor hace", "dame agua", "¿sabes manejar?", "se hizo de noche"... Entre las gentes, a un lado de tus gentes y las mías, te he dicho "ya es tarde", y tú sabías que decía "te quiero")"

Sabines

¡Mi Dios! ¿Cómo decir que no, con algo así? Me intriga, me conmueve al igual que Helena. Las cosas se me están yendo de las manos con ella y la chica de las tarjetas. No tener la menor idea de quién es, es bastante irritable para mí, que lo necesito saber todo. Es claro que esta mujer busca algo más conmigo, que espera algo de mí con todo este despliegue de palabras, que aunque no sean escritas por ella, dicen lo que quiere. Karla no me dijo nada que me pueda ayudar a encontrarla. Fue a la cafetería, por lo que sabe que suelo ir casi todas las tardes ahí, tal vez la conozco y no esté conciente de ello, como también cabe la posibilidad de que nunca la haya visto en mi vida… todo esto es muy confuso y rápido. Muy rápido. No debí dejarme llevar por mis emociones con Helena y no debo hacerlo tampoco con esta chica y estas tarjeras, flores y ahora… esferas de cristal...

No pensé que me enviaría algo así, tan… precioso. Es particular esta bola de cristal. Tiene una inscripción en la parte del soporte, me gusta el mini paisaje de su interior, la cabañita y la nieve que le cae encima ahora, que la sacudí con la mano. Es bella, sí que lo es. Hace mucho que no recibía un obsequio así, me gusta, me gusta mucho mi esfera de cristal… Jajaja, parezco niña pequeña, riéndome sola aquí. Es mejor irme a casa, se está poniendo más helado y comienzan a caer algunas gotitas… mmm, me pregunto ¿Qué me enviará la próxima vez? Quizás otra bola de nieve, sería genial tener una colección… Jajaja, ¡Dios! Qué manera de pensar cosas locas cuando estoy contenta. Sólo me toca esperar mi siguiente cajita