Café con Nata

Un nuevo personaje se une al grupo, obligando a Nata a enfrentarse con sus deseos.

No tuve problema en encontrarlos: estaban justo donde yo me habría puesto, en un rincón con un sillón semicircular que les daba intimidad. Nata estaba frente a mí, creo que más guapa que nunca que la había visto, con ese brillo que da estar bien follada. Sonreía, feliz, mientras hablaba.

La cara empezó a cambiarle de momento. Me había visto. Se calló y me miraba suplicando desaparecer. Ninguna de las dos lo hicimos. Me acerque, abracé por detrás a mi marido, dándole un piquito y me senté junto a ella, dándole otro piquito que la dejó helada.

-          ¿Qué tal, pareja? ¿Qué hacéis?

-          Acabamos de pedirnos una cerveza y una tapita ¿Te pido algo? – respondió mi marido.

-          Claro. Otra cerveza y lo mismo que tú, que si no me robas.

Nata estaba literalmente hundida en el asiento, como intentando que, si la tierra no la tragaba, fuera ella la que se enterrara. Decidí alargarle el mal rato un minuto más.

-          Te veo guapísima. Eso es que vas superando la separación.

-          Sí… - respondió mirando al suelo, roja como un tomate.

-          Además, seguro que a una mujer como tú se la rifan…

No contestó. No pudo, porque parecía a punto de llorar. Le estaba jodiendo el día. Decidí que había llegado la hora de parar.

-          Nata, no tengo problema en que hayáis follado. Ya sabes que somos una pareja abierta.

Nata abrió los ojos como platos y la boca para balbucear…

-          Habíamos quedado para comer, que hoy hemos encajado a los niños, y cuando me ha llamado para concretar sitio me lo ha dicho. Me parece genial si a vosotros os parece genial.

-          ¡Lo siento! – mi marido nos interrumpió de vuelta de la barra – No sabía cómo decírtelo, y por la cara que tienes mi mujer ha vuelto a hacer alguna de sus cabronadas.

-          No… si… - Nata estaba absolutamente perdida.

-          Nata, lo siento. Es verdad –dije- he sido un poco cabrona, pero la verdad es que estabas cortadísima y no me he resistido a jugar un poco.

-          Bueno… no pasa nada. Perdonadme, pero me tengo que ir.

-          ¡Por favor! – puse mi mirada de cachorrita tierna - ¡Perdóname! ¡Quédate con nosotros!

Nata estaba totalmente desubicada. Quería irse, pero después de mi petición no podía hacerlo.

-          Es que….

-          ¡Por favor! – repetí mientras deslizaba mi mano por su brazo hasta coger la suya y tirar levemente – Come con nosotros. Sé nuestra invitada…

-          Nata, nos encantaría a los dos – remachó mi marido

Nata se sentó. Estaba tensa. No sabía que hacer y le puse la carta en la mano. Quería romper el hielo, pero todo lo que me salía podía sonar muy borde: “¿qué quieres comer?””, “¿te gusta la carne o el pescado…?”

-          Nosotros solemos pedir una ensalada para compartir y después alguna carne a la brasa, que la hacen muy buena -dijo mi marido- ¿Te apuntas?

-          Sí, claro

-          ¡Pues genial! ¿Vero, pides tú?

Carlos había encontrado una salida y ahora me sacaba de en medio para que Nata se relajara. De hecho, cuando volví sonreía otra vez, aunque bajó un poco los ojos cuando me senté, dejándola entre nosotros en el sillón. Carlos le había dicho que en unos días celebrábamos el cumpleaños de los gemelos y que (como siempre) sus hijos estaban invitados. Poco a poco fue fluyendo la conversación y nos fu contando cómo se organizaban después de la separación. Además, como a ella le tocaban esa semana no habría ningún problema.

La comida fue genial. Carlos es fantástico relajando el ambiente y cuando pedimos el postre Nata se reía a carcajadas. El problema es que yo no quería que todo aquello se quedara así, de modo que cuando el camarero nos los dejó y nos quedamos solos empecé a remover la nata del mío con la cuchara, muy despacio.

-          Bueno, ¿me contáis o qué…?

Nata volvió a bajar la mirada y se sonrojó de nuevo. La verdad es que cuando habíamos quedado en grupo y las chicas empezábamos a hablar de sexo se solía quedar algo atrás, pero pensaba que era porque en su pareja las cosas ya no iban muy bien. Estaba cortada, pero un poco más contenta que antes. Echó una rápida mirada a Carlos, como buscando ayuda, y se lo encontró mirando, expectante, negándole cualquier tipo de ayuda.

-          Lo siento. No sabía lo que hacía.

Carlos y yo nos echamos a reír, dejándola aún más avergonzada. La abracé y la acerqué hacia mí, dándole un beso cariñoso en la mejilla.

-          Nata, no tienes que pedirme perdón. Algunas veces os he contado las folladas con otros chicos, así que sabes que esto lo tenemos permitido.

-          Y lo que hacías, por si no lo sabes -añadió Carlos – era follar.

-          ¿Compartimos y hacemos las paces…?

Nata levantó la cabeza asustada para encontrarse con mi cucharilla de postre delante de ella. Se acercó a comerla como si fuera su tabla de salvación, la que iba a hacer que yo acabara con aquello, pero la retrasé un poco dejándole chocolate en la comisura de sus labios.

-          ¡Huy, te he manchado! – dije mientras me inclinaba hacia ella para limpiarla con un beso.

-          ¡Vero para ya! – me reconvino Carlos

-          Me ha dado lengüecita…

Carlos miró a Nata sorprendido y a ella se le saltaron las lágrimas

-          Por favor, no os burléis de mi

La abracé y puse su cara en mi hombro. Sentía su mejilla mojada en mi cuello y los temblores de sus sollozos. Al cabo de un rato levanté su cara, le sequé una lágrima con una caricia y le di un beso en los labios.

-          No quiero burlarme… solo quiero que aceptes que has hecho algo que te ha gustado mucho.

Me sonrió.

-          Sí, me ha gustado mucho.

Terminamos el postre sin hablar mucho más. Exageré algunos gestos casi pornográficos, jugando con la nata montada en mi lengua, hasta que ella se rio y conseguí que también se relamiera un poquito. Cuando terminamos y decayó la conversación cogía a Nata de la mano.

-          Carlos, invita a estas dos damas mientras nos vamos a asear.

Tiré de ella hacia el aseo y por el camino le dije que el café y una copita tocaban en nuestra casa. Ella se negó en redondo.

-          Nata por favor… -le dije ya en el aseo – A Carlos le gustas desde siempre. Y desde que ha crecido tu escote lo vuelves loco.

-          …

-          Y a ti te ha encantado.

-          Sí – dijo mirando al suelo, casi en contra de su voluntad

-          Pues entonces…

-          ¿De verdad nos dejarías liarnos en tu casa?

-          ¡Por supuesto! Pero esta vez participo yo también…

Era la propuesta clave. Si no se echaba atrás seguro que ya se apuntaría a todos nuestros juegos. Y me ponía supercaliente la idea de sacar una mariposa de su capullito.

-          Pero yo nunca he estado con una chica…

-          ¡No te preocupes! – dije arrastrándola de la mano – ¡No va a pasar nada que tú no quieras!

Mientras íbamos hacia el coche me daba cuenta de que no había puesto ninguna excusa para que estuviéramos los tres juntos, sino que sólo me avisaba de su inexperiencia. Sin duda aquello no había sido un calentón y, aunque ella aún no lo sabía, el capullo empezaba a romperse y ella iba desplegando sus alas.

Entró en el coche y se quedó muy sorprendida, o asustada, o las dos cosas, cuando vio que yo no me sentaba delante, con mi marido, sino que me ponía a su lado.

-          Me voy a poner a tu lado, para que charlemos más cómodas.

-          Claro… - respondió con un hilo de voz.

-          Después de todo, soy la única que todavía no se ha enterado de nada…

-          ¡Pues deberías saber que me he llevado un trofeo! – dijo mi marido, tirándome un pantaloncito corto, a la vez que empezaba la marcha.

-          ¡Me lo has robado! – dijo Nata

-          Noooo… era mío y te lo he prestado para que no fueras dejando rastro por tu portal, como un caracol…

-          Pues sí que me he perdido… -dije- A ver, Nata… ¿cómo has perdido un pantaloncito tan mono?

-          Se lo tuve que dar…

-          Eso no es verdad – la reconvino mi marido

-          Se lo dejé en prenda, porque le debía una…

-          ¿Y aún no se la has pagado…?

-          No sé…

-          Cariño, no me digas que esta chica te ha dejado algo a deber…

-          Mmmmm… a ver… yo me he corrido dos veces y ella cuatro, así que todavía me debe más…

-          ¡Nata, qué vergüenza!

Nata se reía abiertamente.

-          Sí, qué vergüenza…

-          A ver, qué te ha hecho…

-          Me ha estado tocando…

-          ¿Sólo eso? ¿Sólo te ha tocado? ¿Y dónde…? porque hay para elegir…

-          Primero en la pierna…

-          ¿Con esas tetas y lo primero que te ha tocado ha sido la pierna?

-          Sí…

-          Es que no te pierdas el tatuaje que lleva…

Esa fue la escusa para subirle la faldita del vestido y descubrir su liga tatuada. Empecé a acariciarla.

-          Vaya… ¿sabes que estas cosas le ponen mucho a mi marido?

-          ¡Sí! – rio – Me he dado cuenta…

-          Así que desde aquí sólo tuvo que subir un poquito… Mmmm – susurré mientras deslizaba mis yemas por su muslo - ¡Qué suave!

Mis dedos empezaron a rozar las puntillitas de un tanga rojo que se adivinaba entre sus muslos. Levanté la falda para verlo bien. Era una de esas discretas prendas de putita que te regala tu marido para San Valentín…

-          ¡Oye! Este chochito va vestido para matar

Nata se rio mientras mi marido se paraba un momento en una parada de autobús para mirarlo con detalle.

-          ¿Y mis braguitas blancas de niña buena?

-          Cariño, me temo que la niña buena ya se ha quedado atrás, ¿verdad?

Acerqué mi boca a los labios de Nata, que los abrió para recibirme. Nuestras lenguas se tocaron suavemente, conociéndose, y fueron enredándose en un morreo que me hizo perder el hilo del juego.

-          ¡Chicas!

Nata y yo nos separamos riéndonos. Mi mano, que había dejado sus piernas para subir a sus mejillas, recuperó su posición en los muslos, deslizando cada dedo suavemente por ellos.

-          Esta chica no me cuanta nada, cariño…

-          Nata, por favor…

-          Vale - rio de nuevo – me estuvo acariciando y después me masturbó hasta hacerme terminar…

-          ¡Huy! ¡Eso nunca lo has hecho conmigo…!

-          ¿No…? – Nata me miró sorprendida

-          No, a mi me hace pajotes sobándome la pepitilla y metiéndome los dedos para rebañar toda la baba que puede…

-          Bueno… la verdad es que eso es lo que ha hecho conmigo…

-          Ya decía yo… ¿y te ha gustado?

-          Me ha vuelto loca…

-          Pues entonces sé de uno que se ha ganado otra prenda…

Tiré del tanga hacia mi mientras Nata daba un salto para dejar de aprisionarlo entre sus nalgas. Levantó las piernas para ayudarme a deslizarlo a través de ellas y de sus sandalias de tacón y nos enseño su cuidado coñito sin reparos. Cuando ya lo tuve en mis manos me di cuenta de que la pequeña telita que cubría su vagina estaba realmente empapada.

-          ¡Me encanta que huela a zorrita! – dije mientras le pasaba el tanga a mi marido por la boca.

-          Sí, huele a zorrita cachonda…

-          Y dime, zorrita… ¿qué hiciste para agradecer esa corrida?

-          Comerme su polla

-          Mmmm… ¿no le hiciste una felación?

-          No, le comí el nabo porque tenía mucha hambre

-          ¡Que guarra! ¿y te tragaste su leche?

Nata me miró cortada.

-          No.

-          ¿Te da miedo? ¿asco?

-          Sí… no lo sé…

-          Pero no te preocupes, me la descargó entera para estrenar esas tetazas. Acabó con el cuello y las tetas llenos de lefa… y luego probó un poquito

-          ¿Eso es verdad?

-          Sí.

-          Sí… ¡¡y se relamió!!

-          ¡Nata!

Ya no se sonrojó. Se echó a reír.

-          Me dio un dedito manchado…

-          ¿Y te gustó?

-          Sí.

-          ¿El qué…? ¿el sabor…? ¿o ser una guarrilla?

-          No soy una guarrilla…

-          Sí que lo es… también le gustó probar sus jugos…

-          ¿Dónde está la Nata que se sonrojaba y lloraba…?

-          Aquí – me dijo clavándome la mirada – Ven.

Me tomó de la nuca, cerré los ojos y me pegó a sus labios. Su lengua fue pasando de la suavidad a la pasión, mezclándose con la mía. Nata me estaba entregando todo en aquel morreo, me estaba prometiendo una tarde de lujuria y yo me estaba volviendo loca, de lo que me daba y de lo que vendría.

Apenas pude entreabrir un ojo y, antes de cerrarlo para entregarme a Nata, pude ver a mi marido sonreír a través del espejo retrovisor.

Tardé un rato en sentir de nuevo mi mano, que seguía pegada a su muslo. Comencé a subirla, buscando su vagina, y la encontré pringosa y caliente. Descarté por el momento “hacerle un pajote sobándole la pepitilla y metiéndole los dedos para rebañar toda la baba que pudiera”, para ir acariciándola suavemente, embarrando mis dedos y cubriendo de flujo su clítoris. Notaba cada caricia por el respingo que daba su lengua en mi boca y por cómo sus dedos se hundían en mi pelo. De pronto empezó a gemir y separó su boca de la mía, soltando un grito ronco que hizo que mi marido parara el coche a un lado y se pusiera a mirar.

-          ¡Sigue! ¡Sigue!

Cambié radicalmente el movimiento de mis dedos, y empecé a hundirlos en su vagina. Los saqué empapados de jugo, los chupé con deseo y los volví a hundir en ella.

-          ¡No! ¡Por favor! ¡Luego te hago lo que quieras! ¡Usadme como queráis! Pero ahora sigue como antes… ¡HAZ QUE ME CORRA!

Cambié de nuevo al magreo lento, pero intenso, que llevaba de arriba abajo y su grito se fue manteniendo, subiendo de volumen, haciéndose más agudo hasta que empezó a temblar y su coño soltó un chorro de flujo.

-          ¡Para! ¡Por favor, para!

No paré. Siguió rogando y temblando, mientras su coño se contraía en estertores cada vez más lentos, pero más fuertes, arrojando chorritos que ya habían empapado el asiento. Era una joya, capaz de correrse y de encadenar orgasmos.

Fui haciendo mis movimientos cada vez más lentos, hasta que se relajó de todo, dejándose caer sobre mi pecho. Empecé a besar su pelo, su cara, lentamente. Mi marido y yo nos miramos a los ojos, casi conmovidos, y enseguida reemprendió la marcha. En unos minutos entramos en el garaje de casa.