Cafe con leche

Se conocieron, se miraron, se atrajeron y terminaron cogiendo con sabor a capuchino.

"…quisiera ser la sangre que envuelves con tu vida

quisiera ser el sueño que jamás compartirías"

Alejandro Sánz.

Solía terminar mi jornada de trabajo en la sucursal de una cadena de cafeterías cercana a mi oficina. Como me controlo en el uso del alcohol, elegía casi siempre un rico café gourmet pero descafeinado, un jugo natural de frutas y alguna galleta de avena y pasas

Como se puede ver, me había convertido en un fanático de la comida sana, de la vida natural, de los productos light, y claro cómo negarlo, de los muchachos sanos, de los chicos de gimnasio, de los lindos cuerpos marcados y de dientes blancos y perfectos. A esa cafetería suelen concurrir bellos ejemplares de la fauna ejecutiva de Buenos Aires. Con sus ambos de corte perfecto, cabellos bien peinados, bronceado de cama solar, zapatos al tono, corbatas de seda. Y por supuesto con sus notebooks y teléfonos celulares. Claro que al lugar concurren también otros hombres que sin ser ejecutivos, te despiertan los más bajos instintos. El lugar parece un desfile interminable de vergas apetecibles. Tan apetecibles como, generalmente, imposibles.

Aquella primera vez que fui, me acerqué a la góndola expositora de productos fríos, examinando las bebidas sin alcohol, los sandwiches (emparedados), las ensaladas y las frutas en exposición, y no podía definirme. Todo lucía muy tentador y yo tenía hambre.

Estaba por elegir algo, cuando escuché la voz de un muchacho de mi edad, de unos 24 años más o menos, que me sobresaltó con la pregunta que me hizo:

  • ¿Qué difícil elegir, no? Su voz era al mismo tiempo masculina y jueguetona, juvenil y seductora. Me di vuelta y lo miré: tenía un jugo de uvas en la mano y unos ojos marrones enormes. Los ojos venían acompañados por una cara perfecta y un cuerpito muy marcado, de gimnasio al menos cinco dias a la semana. Morí sin desplomarme. El tipo estaba para una exposición., un blog de fotos, un "book" de modelo internacional. En otras palabras: estaba muy cogible. Boca apenas cubierta por un bigotito rubión, cuello largo, nariz pronunciada, pectorales musculosos, brazos imperdibles, bronceado como si el sol lo hubiera acariciado con ternura. Pantalones ajustados al cuerpo que le remarcaban el bulto, piernas gruesas y largas, y en los pies unas sandalias franciscanas que permitían ver dedos delicados rematados con pelitos rubios. Su pelo parecía el color del trigo viejo salpicado por el sol del verano. Si, me puse cursi, ramplón y bobo por la calentura.

  • Si es dificil - logré contestar, y el tras sonreir pícaramente se fue caminando hacia la caja, con su culito redondo y perfecto, con sus piernas enfundadas en un jean impecable, y sus franciscanas tan frescas y tan terriblemente sexies. Después se sentó en una mesa alejada con un amigo. Aguardé un instante para recuperar el aliento y la compostura y finalmente elegí el mismo jugo de uva que el chico aquel: había tomado del exhibidor: era para sentir el mismo sabor que bañaría su lengua y saciaría la sed de su boca. Me quedé caliente, al borde de la erección inocultable. ¡Qué cosita hermosa ese flaco!! ,

Una vez en mi mesa, empecé a mirar detenidamente al público y observé a muchas mujeres, algunas bonitas otras no tanto, y la cuota habitual de muchachos bellos, en tren de conquista. El lugar era en realidad, a la hora del "happy hour", un lugar de "levante", un sitio de encuentros, la oportunidad casual de conseguir compañía temporaria. Heterosexual claro. Pero yo supuse, imaginé, o fantasié que tambien habría algun "levante" gay, y me prometí volver. Llegué a mi casa, saludé a mi perro Morgan, fui a la ducha y me masturbé locamente pensando en aquel bello ejemplar de culito para chupar como un caramelo, aquel ejemplar masculino de las dulces sandalias y los pies maravillosos, bebiendo su café con leche. Luego recordé que era jugo de uvas, lo que el bebía, pero conseguido el orgasmo, ya no me importó el error.

La segunda vez que fui, "sandalias franciscanas" no estaba. Posiblemente alguien lo había visto y conquistado un rato antes. Pero mirando con mas detenimiento vi que en su reemplazo y a pocas mesas de la mía, estaba alguien que por ahora llamaré zapatillas de látex. Hoy estoy hecho un fetichista, designando a los machos con su calzado Aclaro que no soy fetichista. Sólo calentón. El muchacho vestía de una forma demasiado "descontraída" para mi gusto, saco gris perla de verano, remera amarilla y gris con cuello, pantalones celestes de jean seguramente de marca cara, con algunas roturas y remiendos en lugares estratégicos y unas zapatillas blancas de goma látex, que no dejaron de llamar mi atención.

Eran zapatillas me parecieron demasiado ordinarias y vulgares para ese chico tan sofisticadamente vestido, tan fino y tan hermoso. Rubio, delgado, de rasgos armoniosos y de ojos claros, usaba su teléfono móvil a cada rato y escribía luego en una notebook que tenía puesta delante de sus ojos. Yo no podía sacarle los ojos de encima: su cara, su cuerpo, y sus movimientos me atraían como la luz a una mariposa. En llamadas telefónicas que hacía o le llegaban, sus ojos se encendían y su sonrisa seductora dejaba ver unos oyuelos en las mejillas que me daban ganas de lamer con mi lengua perversa. Buscaba su mirada pero no la encontraba. Yo parecía el puto invisible.

Claro, "zapatillas de goma" ni me miraba a mi Prefería esos llamados telefónicos, esas anotaciones en su notebook, y en esa confianza, de pasar desapercibido. Yo lo iba recorriendo con detalle, un anillo común en su mano derecha, pocos pelitos rubios asomando de su cuello, un arito muy pequeño de oro en su oreja izquierda, un reloj pulsera de aspecto caro, de malla gruesa negra de cuero.

El chico parecía un modelo publicitario, pero el celular y la notebook desmentían esa impresión, lo mismo que los anteojos que en algún momento se puso, apenas un instante. Sus ojos celestes se engrandecieron por el aumento y parecieron enormes.

Como la cafetería es de auto servicio, el muchacho se levantó en un momento para comprarse un capuchino, y dejó su valiosa notebook sobre la mesa, sin temor a que se la robaren, y al pasar por al lado de mi mesa, dejó también una estela suave de un perfume que reconocí como buen gay que soy: "Quatre Voleurs" de una exclusiva perfumeria de la Provence francesa. El tipo tenía gustos caros parecidos a los míos. Si no era gay, le pegaba en el poste. Mientras miraba su cuerpo ágil, sus espaldas de nadador y su culito de meloncito rocío de miel, deliré con la esperanza de que el chico en realidad fuera gay. Soy un puto muy iluso. Iluso, enamoradizo y estúpido como lo comprobé, cuando una rubia de cabellos lisos y brillantes, hermosa a más no poder, se sentó a su mesa para charlar. Conversaron un rato, rieron otro, el guardó su notebook, su teléfono móvil, y se fueron juntos. Afuera estaba estacionado el auto de ella.

Volví a ir a la cafetería los días siguientes a la misma hora, y siempre me encontraba a "zapatillas de látex", bebiendo capuchino, trabajando con su computadora portátil y su telefóno. Pero ahora estaba siempre solo, siempre con ropas tan impredecibles y originales, como si su elegancia proviniera de que él las usara y no de su corte calidad, armonía de colores o caída. Su presencia me deslumbraba. Sentía como una gran inquietud. Su belleza natural y no demasiado impostada me dejaba sin palabras. No podía dejar de mirarlo. Me había obsesionado con él. Por supuesto que el no lo había advertido nunca. Me hubiera muerto de vergüenza. Seré calentón, puto, como quieran llamarme, pero soy tímido. Bueno, al principío.

Una noche lo seguí cuando se fue. El caminaba ágilmente por las calles del barrio Norte de Buenos Aires, sede del inmenso ghetto gay de la capital argentina. Caminó primero por la Avenida Santa Fé, también conocida como Santa Gay, generando muchas miradas y vueltas de cabeza, con sus piernas largas, su culo perfecto, su andar erguido. Luego cruzó la esquina estratégica de Pueyerredón. Y yo atrás como un perro faldero, con la lengua afuera, siguiendo sus pasos, esquivando a la gente, a los perros, a los vehículos y a los charcos de la lluvia. Todo sin respetar las luces de los semáforos. Dobló hacia Arenales, cruzó la calle y se perdió en la noche. Me senti abandonado.

Entré a un bar poco iluminado. Nunca había estado allí. En esa época no estaba prohibido fumar en los lugares públicos, y el lugar era una nube de humo color gris celeste. Había muchos hombres, y a lo lejos sonaba música disco. Nos miramos con un tipo, era parecido a mi presa, pero algo mayor, más ajado, menos impactante. Sus ojos eran claros pero parecían cansados, como inyectados en sangre. Los dedos de sus manos estaban manchados del tabaco de su cigarrillo. Llevaba una colonia pesada, más indicada para un dia de invierno. Su cuerpo era fuerte, esbelto, como el de un entrenador de tenis. Su piel increíblemente suave. Sus besos húmedos y desesperados tenían gusto a whisky, a tabaco negro, a noches sin sueño. En su cuarto a oscuras, apenas iluminado por momentos por un cartel de neón, y mientras lo penetraba locamente, pensaba en aquel otro: en aquel fantasma que se había escurrido, huyendo como despavorido de su cazador nocturno. Yo. Sólo el sexo fuerte, anónimo y oscuro, con su cuota de desesperación, violencia, agresión, riesgo y anonimato, podía hacerme olvidar, por un momento, aquel deseo obsesivo por alguien que enloquecia mi cabeza de puto sin conciencia. A veces soy cruel conmigo mismo. O con los otros. A veces no tanto. Soy un tipo imperfecto y egoísta como todos.

.

Cuando salí de esa casa, había comenzado a llover, y me sentí totalmente sólo. Como siempre. Como antes. Traté vanamente de recordar el nombre de aquel con quien habia compartido un orgasmo precario y breve. En la esquina pisé una enorme flor ajada, quizás tirada de un balcón, quizás caída de una corona de muerto. Ladraba un perro, con la misma tristeza de un gay tras el sexo anónimo.

La próxima vez que lo vi, al objeto de mis obsesiones, supe su nombre por casualidad : una de las empleadas del local le acercó su capuchino y lo llamó, Marcos. El muchacho ya no era un par de zapatillas, era una persona. Tenía una identidad. Mi obsesión tenía nombre. Esa noche mientras me desnudaba en la ducha, me imaginé su cuerpo desnudo, su piel perfecta, su sexo enorme, sus piernas largas, y ese culito redondo que corría por las calles oscuras. Y llamé su nombre recién conocido. Marcos, Marcos, mi joyita. Ay papito que calentura. Acabé como para ganar un campeonato de pajeros sobre los azulejos celestes del baño.

Yo seguía yendo a la cafetería, incluso en los dias crudos de invierno o cuando la lluvia vestía de agua las copas de los árboles. A veces lo veía. Siempre igual, siempre solo, con sus instrumentos de trabajo. Nunca percibí que me mirara siquiera.

La empleada comenzó a llamarme por el nombre, yo era ya un cliente habitual, del mismo modo que lo era Marcos el objeto de mis fantasías. Javier, tu capuchino me dijo aquella primera vez.. Esa tarde Marcos estaba sentado a dos mesas de la mía y cuando escuchó mi nombre, alzó la vista, me miró a los ojos como si fuera la primera vez, y en un acto sorpresivo esbozó una sonrisa y levantó su taza de café como si brindara conmigo.

Me quedé mudo paralizado. Estaba idiota, estupefacto. Después de tantos días, de miradas sin acuse de recibo, de absoluta indiferencia, él me reconocia como a otro ser humano.

No podía creerlo, y como intentando disimular, me puse a leer el diario gratuito de la tarde, y las noticias triviales de pronto tuvieron gran importancia, tales como el turno de las farmacias, las carreras del hipódromo, la hora de la puesta del sol, los barcos que aribaban a puerto esa quincena. El horóscopo.

Un aroma a "Quatre Voleurs" inundó mis sentidos en ese momento, fué cuando Marcos, notebook en mano, teléfono móvil al hombro, y una sonrisa de un millón de dólares se sentó a mi mesa. Extendió su mano, la estreché, estaba fría pero era fuerte, huesuda, grande. Marcos, dijo. Javier contesté. Si ya se, dijo él, admitiendo la complicidad con la vendedora para conocer mi nombre. Tardó en soltarme la mano, y a mi no me importó.

Hace un tiempo, empezó, que te encuentro todas las tardes

Un mes y quince días, respondí yo, poniéndome rojo como un tomate.

Qué buena memoria, dijo él , mirándome con esos ojitos azules increíblemente bellos

En realidad un mes y diecisiete dias, pero fue dos días mas tarde que yo te….

Era un 4 de febrero, y me miraste las zapatillas de goma

No iban bien con la ropa que llevabas, contesté sorprendiéndome de a poco por las cosas que nos decíamos.

Pero me gustaban esas zapatillas, me dijo mirándome mas allá de los ojos, ahí donde mis huesos se hacían líquidos y mi fuerza me abandonaba.

La tensión sexual iba creciendo en aumento: en nuestro juego de narcisos nos habíamos estado seduciendo durante cuarenta días: provocando, mirando, ignorando, alentando y disuadiendo. Dos putos atraídos por su propio espejo. Dos locas narcisitas, empeñadas en seducir. Dos tipos calientes muriéndose de ganas.

  • Un día te fuiste con una rubia, dije así como al pasar

Una clienta, respondió en forma muy baja y acercando peligrosamente su cara a la mía

Ahh sos modisto…dije sin saber porqué , no sin cierta sobradora ironía

.

No, solo soy diseñador, respondió y su voz sonó masculina y fuerte. Como diciéndome: pedazo de imbécil no soy maricón, ni tengo plumas, soy apenas gay.

Yo sentí el calor de sus piernas por debajo de la mesa y mi pija se paró al cien por ciento, el guacho me calentaba terriblemente y lo sabía, sentí mi boxer húmedo pegajoso: no solo estaba erecto sino chorreando un anticipo de leche.

En un momento, adelantó la mano, y empezó a jugar con mi taza de capuchino, con su plato, mientras nuestros ojos se reconocían de cerca por primera vez, y no parábamos de mirarnos. El mundo de la cafetería con sus ruidos había desaparecido. Estábamos entrando el uno en el cerebro del otro para reconocernos profundamente.

Me invitó a otro capuchino, y no acepté, luego me dijo de irnos y consentí de inmediato. En el asiento de atrás de su moto japonesa, me apreté a su cintura, a su culo, a su fragancia, a la fuerza de sus piernas. El viento me despeinaba los sentidos y me daba miedo. Me parecía irreal ir abrazado a mi sueño. Desperté en una playa de estacionamiento, frente a unas torres inmensas, y como un sonámbulo seguí sus pasos, mirándolo desde atrás, mientras su maletin colgaba en bandolera y su culo se hacía dos pompas de jabón que me llamaban.

Encendió las luces de su departamento, dejó sus cosas en un sillón viejo y me abrazó por primera vez. Nos besamos. No recuerdo quién llevó la iniciativa ni cuánto duró ese beso, pero supongo que fue corto, cortísimo, porque necesitamos desnudarnos, y yo tocar ese culo que me volvía loco y esa verga que se dirigía al cielo.

Me sacó la ropa sin ninguna demora y lamió al pasar mi bragueta húmeda, mientras me quitaba los zapatos y las medias. Su lengua se refregó en mi pija apenas cubierta, y el percibió la urgencia en la dureza de mi verga parada. Se dio cuenta que no había tiempo que perder, y que luego, quizás vendrían la ternura, las caricias y otras cosas: ahora era el tiempo de la entrega, de la fusión urgente entre dos cuerpos. La pasión, el fuego, el desahogo de la calentura. Suspiró, y su suspiro pareció salirle del interior del orto, de lo más profundo del alma, desde algún rincón de su humanidad, oculto e inalcanzable.

Se tiró boca abajo en la cama, y pude percibir la esbeltez de sus formas, la redondez perfecta de aquel culo, de aquellas nalgas paradas y lampiñas.el largo amenazante de su pija por debajo, la pesadez de sus huevos, sus piernas largas y fuertes apenas cubiertas por una fina pelusa. Me tiré a un costado de la cama y comencé a acariciar muy suavemente su piel con las dos manos, y el temblaba. Me detuve en su cuello, en sus hombros anchos, en su columna, en la bella curva de sus nalgas, en la raya de ese culo perfecto, en la parte posterior de sus muslos y pantorrillas. En sus pies grandes y blancos, Y en cada estación un temblor y en cada milímetro de piel, el deseo.

Cuando la tensión llegó a su máximo, Marcos empezó a gritar, a reirse, a sacudirse por debajo de mi boca besante. Lo detuve con las dos manos y lo monté con fuerza. Mi cuerpo desnudo sobre el suyo: el contacto caliente de piel sobre piel, mi pija entre sus nalgas, mis huevos acariciando el interior de sus piernas, mis tetillas rozando sus omóplatos, mi lengua en sus oídos, en la parte posterior de su cuello., mis brazos por delante de tu pecho., me dijeron que tenía el completo dominio de mi presa.,

El hizo un movimiento brusco y quedamos de perfil, el uno frente al otro casi por primera vez. Y lo besé y me besó, y nos fundimos en besos ardientes, besos de toda la vida, besos para gratinar tanta vanidad narcisista, tanto orgullo, tanta arrogancia inútil. Lo acaricié con deseperación, pellizque sus tetillas, acaricié su verga endurecida. Imitándome a cada instante, sus manos en mi cuerpo, urgentes, buscaron mi pija y la encontraron parada, dura, gruesa, llorando de deseo, como adivinado el placer cercano. La acarició con fuerza y sus manos ya no estaban tan frías, y despertó el furor de mi pistola corajuda, y cuando pensé que me moría de la calentura, la acercó a su boca, a su lengua, recorrió el largo de mi pija, el contorno, la desmesura, presintió mi desesperación, bajó hasta mis huevos y los humedeció uno a uno con su saliva y con su lengua. Lo busqué en la oscuridad pero solo pude tomar su cabeza y sentir sus chupadas enloquecidas en mi pija, y me pareció estar viviendo un sueño.

Nos dimos vuelta de modo que yo también pude probar el gusto infinitamente nuevo de su verga dura y parada, recorrer su cabecita con mi lengua, apretarla con mi boca, presentir el calor impresionante de sus huevos desplegados en su entrepierna.

Lo puse boca abajo con cierta fuerza y el hundió su rubia cabeza en mi almohada blanca, mientras aquel culo tan deseado se entregaba a mi espada, se rendía a mi calentura , se abría a la nueva gruesa presencia que invadía sus entrañas, y que friccionaba por vez primera su corazón que sería mío.

Mi nombre y su nombre se escucharon como ruidos sordos en la noche, en medio de gemidos y de llantos y cuando acabé finalmente sobre sus anchas espaldas toda la leche acumulada, creí que su sudor se hacía café, se convertía en café, si, en un extraño y oscuro café con leche.

galansoy Gracias a todos por tantos comentarios y mails. Les envío un fuerte abrazo a todos. g.