Café
Una tarde de trabajo que promete.
Ella era la mujer más bonita, sensual e impresionante que había visto en mi vida. El cómo la conocí fue algo que a mí me gusta llamar “cosas del destino”. Soy el dueño de una cafetería junto con mi hermana. Mientras ella se ocupa de la repostería, yo me encargo de servir en las mesas y apuntar pedidos. Nuestro negocio, está situado en la entrada de un pueblo pequeño, así que la mayoría de nuestros clientes son como de la familia. No es un pueblo de paso a ningún sitio importante, ni tiene nada que visitar, así que rara vez vienen nuevos clientes. No me molesta, me gusta estar rodeado de la gente que conozco.
Una tarde, mientras mi hermana estaba en la cocina cociendo las tartas de fresa y las de chocolate, sonó la campanita de la puerta de entrada. Me quedé embelesado al ver a aquella mujer que estaba entrando. Pelo corto de color rojo fuego, gafas de sol y un cuerpecito pequeño con curvas perfectas envuelto en un atuendo digno de los moteros de la ruta 66.
Medio embobado, se acercó contoneando sus caderas hacia el mostrador y abriendo un mapa me preguntó:
- Perdona, acabo de llegar y estoy un poco perdida ¿dónde estamos?
Tardé como tres segundos en apartar la mirada que tenía puesta sobre ella y mirar el mapa. Cuando encontré la ubicación, se la señalé torpemente y casi tartamudeando.
Muchas gracias- dijo ella sonriendo al notar mi nerviosismo- Creo que voy a tomar una cerveza.
D... De acuerdo - le dije – Siéntese donde quiera y en un momento te la llevo- Por favor, ¿cómo podía estar tan nervioso?
Creo que me quedaré en la barra- comentó quitándose las gafas de sol. Uau! Qué ojos! Creo que en mi vida había visto un verde tan bonito. Otra vez me había quedado mirándola demasiado tiempo para que fuera algo cortés. Ella había vuelto a sonreír.
Instantáneamente me di la vuelta, le preparé la cerveza y al cabo de quince minutos estábamos hablando como si lo lleváramos haciendo toda la vida.
Ya está todo recogido, cierra tú porfa, que tengo recoger a los niños- Dijo mi hermana, sacándome de mi conversación con la chica y haciéndome dar cuenta de que era la hora de cerrar la cafetería. Asiento, como deseando quedarme con ella a solas, cuelga la bata y se va lanzándome un beso con la mano.
¿Te importa que nos tomemos la última?- dijo ella cuando mi hermana cerró la puerta.
Claro- y cogiendo aire y valor- a esta invito yo.
Llené dos vasos de tubo con cerveza y sin querer, al acercarme a la barra, tropecé y las bebidas salieron disparadas hacia delante, cayendo encima de ella. Automáticamente cogí una de las servilletas de trapo de la barra y empecé a secarle la cerveza de los brazos, sin darme cuenta de este primer contacto físico con ella. Cuando realmente me di cuenta, al llegar a los hombros, paré de limpiarla, notando como me empezaba a sentir como un flan. No podía apartar la mirada de su camiseta mojada que marcaba perfectamente el relieve de sus pezones. Con todo el coraje que pude reunir, sin poder ocultar mi gran vergüenza, la miré y ella me estaba devolviendo su mirada, posando sus ojos verde intenso sobre mi y entreabriendo su boca.
Instintivamente no pude evitar abalanzarme sobre esos labios, besándolos con ganas, como si mi vida dependiera de ello y pensando en su rechazo, aparté mi boca de la suya. Un segundo fue el que separó mi beso del que vino a continuación por su parte.
Mi lengua buscaba la suya, abrazándose y retozando dentro de nuestras bocas. Sus manos se enredaron en mi pelo, tirando fuerte de él y después fueron sus piernas, que con un saltito, las que se enredaron en mis caderas. Le agarré del culo, apretándola contra mí, haciéndome notar sus pechos en el mío. ¡Qué tetas, joder! Una de mis manos fue hacia una de ellas, amasando y pellizcando su pezón que empezaba a ponerse duro. Ella gemía mientras me mordisqueaba el cuello, la mandíbula y mis labios. La tumbé en una mesa, apretando mi erección contra su coño a la vez que dejaba escapar un leve gruñido. Hábilmente me quitó la camiseta y la tiró al suelo y yo, para acompañarla, hice lo mismo con la suya, liberando esas tetas que tantas ganas tenía de ver. Hundí la cara sobre ellas y las besé, lamí y mordisqueé, a la vez que ella gemía tímidamente y me volvía a agarrar el pelo, subiendo las caderas, como pidiéndome más. “¿Quieres más? Yo también” Pensé para mí. Empecé a bajar con mi boca, hacia su ombligo, mientras mis manos algo torpes, desabrochaban el botón de sus pantalones vaqueros y , una vez conseguido, tiré de ellos junto a sus braguitas, que fueron a hacer compañía a nuestras camisetas en el suelo.
Mi lengua, juguetona, seguía bajando, en círculos, deteniéndose en su pubis, y rodeándolo tomando un pequeño desvío al interior de sus muslos, mientras ella, con su lenguaje corporal, me pedía más. Mi cabeza estaba entre sus piernas, deleitándose mi nariz con su aroma natural y, mi boca sedienta, no podía aguantar más sin beberla. Con la punta de mi lengua, recorrí su alrededor hasta que finalmente dí con su clítoris. Ahogó un gemido mientras me agarró con sus manos mi pelo, tirando suavemente de él, jugando con sus caderas a seguir el ritmo que le estaba marcando. Introduje mi dedo corazón y lo acompañé de movimientos acompasados. Noté su tensión, cuando sus piernas apretaron suaves mi cabeza, y retuvo el aliento durante un momento dejando, al instante en el aire, un sonido de orgasmo.
Desabroché mi pantalón y liberé mi erección. Ella bajó de la mesa, sin dejar de clavar sus ojos verde intenso en los míos y rodeó mi polla con sus manos, arriba y abajo, en un masaje de lo más placentero. De mi boca salió un gemido ronco cuando su boca reemplazó sus manos. Entraba y salía con rapidez, su lengua ágil se retorcía y jugaba alrededor de mi pene. Esto se iba a acabar pronto si todo continuaba así. De manera que me retiré de su boca y rápidamente el bolsillo trasero de mis pantalones, alcancé mi cartera y, de allí, saqué un condón. Puse en ella toda mi atención de nuevo, la senté otra vez en la mesa, cerca del borde, me puse el preservativo y entré en ella despacio, saboreando el placer del primer contacto. Sus manos se apoyaron en mis hombros, marcándolos con sus uñas en cada embestida. Empecé a subir el ritmo, entrando y saliendo cada vez más rápido y más duro, tiñendo de lujuria, gemidos acompasados y calor corporal, el ambiente de la cafetería. Se volvió a tensar, apretó sus piernas contra mis caderas y, sin dejar de clavarme su mirada verde intensa, estalló alrededor de mi polla, que tampoco supo esperar y la acompañó en su orgasmo. ¡Qué intenso! Exhausto me dejé caer sobre ella, apoyando mi cabeza en su pecho y saboreando el momento. Ella jugueteaba con mi pelo, intentando recuperar la normalidad de su respiración.
Al día siguiente, mientras estaba recogiendo unas tazas de café en la mesa donde follamos, el botones de un hostal que hay cerca de la pastelería, entró y me entregó un sobre. Sin imaginarme qué sería, lo abrí y leí la nota que había dentro, esbozando una sonrisa:
“ Me ha encantado perderme y llegar hasta tu cafetería. Espero con ansia, el volver a perderme y encontrarme a un guía tan estupendo. Pero antes debo resolver ciertos asuntos, que por suerte, me llevaran dos semanas como mucho. Posiblemente vuelva a necesitar tu ayuda.
Besos, Clover ”