Cae la lluvia en la Plaza de Mayo (2)

Conforme el clima político argentino se va enrareciendo, Fabio va descubriendo, de la mano de su amigo Osvaldo, nuevas realidades que desconocía, poniendo en peligro su incipiente relación con Eloy.

¡Perón!¡Perón!

¡Qué grande sos!

Mi general

¡Cuánto valés!

(Estrofa del himno peronista)

Durante los primeros seis meses de 1955, la naciente pasión entre Eloy y yo se desarrolló en un clima poco favorable, tanto social como humanamente, pero esos inconvenientes sólo servían para aumentar nuestro deseo mutuo, y para procurarnos conseguir unos preciados momentos de intimidad en los rincones más oscuros de la ciudad y en la tranquilidad relativa de nuestro dormitorio de estudiantes universitarios.

Eloy recién comenzó a estudiar Ingeniería, y su sueño era entrar a laburar algún día al IAME, el instituto público de automoción y mecánica, que construía las populares motonetas, pero también las chatitas justicialistas, los resistentes rastrojeros (unas camionetas que hicieron furor en su época), algún turismo de lujo para chetos y bacanes, no para patos como nosotros dos, y, sobre todo, el gran orgullo patrio, y favorito de Eloy, el IA-35, justicialista del aire, como le llamaban en los noticiarios propagandísticos, el avión a reacción creado por el régimen para presumir de su dominio en los cielos peronistas, que, como se demostraría pronto, no lo sería tanto, sino que más bien se convertiría en su talón de Aquiles. La Marina de Guerra sería la causante de la debacle del gran conductor, pero, dentro de ella, la aviación actuaría de brazo ejecutor de una venganza largamente acariciada en silencio por muchos jefes militares de ese cuerpo.

Porque lo que resultaba innegable a mediados de año es que el clima social, idílico según los medios de comunicación oficiales, había virado hacía tiempo hacia una confrontación inevitable. El culpable de este desplazamiento de humores había sido, en gran parte, el propio Perón al iniciar una agresiva campaña de acoso y derribo contra la ultraconservadora Iglesia Católica argentina, un nido de oligarcas, en palabras de Eloy, que nunca simpatizó con ella. Las razones últimas de este enfrentamiento nunca me quedaron lo bastante claras, supongo que el tipo haría sus cálculos políticos, que le salieron errados, por cierto, antes de iniciar una ofensiva tan descabellada contra sus antiguos aliados clericales. Porque no se debe olvidar que fue Perón quien introdujo la enseñanza religiosa obligada en las escuelas, y quien concedió al catolicismo unos espacios de poder con los que nunca hubiera podido soñar en anteriores etapas de la historia argentina, un país que nunca presumió de devoto, dicho sea con el mayor respeto. Ahora, en un golpe de timón imprevisible, les retiraba su apoyo, anunciaba cambios constitucionales, un plan de laicización de la enseñanza, el divorcio civil, la legalización de la prostitución, y una buena ración de medidas pensadas para escandalizar al clero y sus seguidores más recalcitrantes. Aunque lo que más debió escocer a los prelados fue la obligación de pagar impuestos que aparecía en lontananza. Toda esta agitación, bien caldeada por los medios de comunicación afines, que en ese momento eran casi todos, terminó por destapar la caja de los truenos que conducirían inexorablemente a su caída. Pero todo eso parecía un horizonte demasiado lejano en unos momentos en que mis únicas prioridades eran los estudios, por descontado, y mi ilusionante relación con Eloy, el pibe de mis sueños, como me recordaba a mí mismo cada noche antes de ir a dormir, dando gracias a Dios por haberle puesto en mi camino, aunque estuviéramos en pecado, como el propio Perón en esa época, lo que lo hacía más emocionante. Si el líder supremo podía permitirse tratar de vos a los cardenales y mandar en cana a los obispos, ¿porqué no podíamos concedernos Eloy y yo alguna licencia carnal de vez en cuando, sin dejar de ser por ello los mejores cristianos posibles?. Tal vez me engañaba a mí mismo, pero si, de ser ciertos los rumores, el General gustaba de alternar con las jóvenes estudiantes del UES, y de llevarse al lecho a más de una (los antiperonistas, siempre atentos a cualquier detalle incriminatorio, no sólo le acusaban de estupro, sino que algunos turros malnacidos lanzaban rumores afirmando gratuitamente que el gran conductor hacía también horas extras con algún muchacho de secundaria, algo que nunca se pudo probar, al contrario que su afición por retratarse al lado de las alegres muchachas del UES), yo no cometía tanto mal ayudando de todos los modos posibles a que mi compañero de alcoba se sintiera feliz y plenamente integrado en la residencia de estudiantes. ¿No era eso acaso lo que me había pedido expresamente el director del centro meses atrás?.

Durante esos meses de pasión veraniega, Eloy y yo realizábamos nuestras escapaditas en los días libres, y yo le enseñaba la ciudad del tango y las librerías de viejo. El miraba fascinado todo lo que le rodeaba, con los ojos muy abiertos y empapándose de la sensación de privilegio que suponía vivir en el París de América, como aún se la conocía por entonces, antes de que las sucesivas crisis económicas y la ruina moral terminaran por convertirla en una vieja prematura y cruelmente ajada que pide un lifting a gritos, a partir de los años 70, sobre todo. Le mostré orgulloso la Plaza de Mayo, claro, el Cabildo, la Casa Rosada, donde nuestro amado líder resolvía los problemas de la nación y ponía a los poderosos del mundo en su sitio gracias a la infalible doctrina de la tercera posición justicialista, seguimos con la Plaza del Congreso, donde los hijos más preclaros del pueblo debatían los puntos esenciales de la acción de gobierno, que debían refrendar con su voto afirmativo hacia Perón (aunque en los últimos tiempos, el cheque en blanco que pidiera Evita en sus discursos para su esposo, estaba resultando cada vez más difícil de obtener: el proyecto de ley de privatización de los recursos petroleros de la Patagonia, pensado con el fin de obtener divisas convertibles, que tanta falta empezaban a hacer, de las petroleras extranjeras, fue rechazado en la Cámara en primera instancia, pese a la abultada mayoría peronista. Algo empezaba a hacer aguas en el propio sistema de control partidario). La Avenida 9 de Julio, la más ancha ( y hermosa) del mundo en aquellos días, le pareció aún más grande y elegante de lo que recordaba haber visto en las fotos de huecograbado de las revistas populares que leía en la lejana Salta. La Avenida Corrientes, "la calle que nunca duerme", conocida por la mundialmente famosa dirección incluida en la letra de un tango: Corrientes 348 2º piso ascensor, con sus luces de neón, restaurantes, librerías de viejo, cafés y comercios elegantes, se convirtió en su arteria favorita, y, dentro de ella, el café de la Paz, en la esquina formada por Montevideo y Corrientes, en nuestro secreto nido de amor y escenario de confidencias. Otras veces preferíamos acudir al Café El Molino, de estilo art nouveau, sito en la esquina de Rivadavia y Callao, o a tomar un licuado a la calle Lavalle, entrar en algún cine (allí vimos en cierta ocasión un film argentino protagonizado por Zully Moreno, creo recordar que "La calle del pecado"; si bien el pecado estuvo en esta ocasión en la platea, cuando Eloy, en un arranque de inspiración inapreciable, se agachó como buscando una chirola caída, y me realizó una felación de vértigo, que culminó en una guascada brutal en su boca. El se tragó el semen sin mayor problema, y luego me buscó la boca para compartir el regusto amargo de mis efluvios viriles con el responsable último de los mismos. Gracias a que estábamos en las últimas filas de asientos, a que el acomodador no se apercibió de la inmoral actuación, y, sobre todo, a la escasa asistencia de aquella tarde (era un día laburable) pudimos disfrutar de una situación única, y morbosa como pocas. En aquella época éramos tan pavos y tan binchensos que practicábamos el sexo sin protección alguna, pensando que, al tratarse de dos pibes, ¡no podíamos quedar embarazados!. Ignorábamos entonces la existencia de otras enfermedades venéreas, y el hecho de haber frecuentado yo chinas en otra época de mi vida, y de que él, según confesión propia, había sido cogido con frecuencia por chabones más mayores y morfones durante su larga etapa como huerfanito de hospicio, no pareció afectarnos en lo más mínimo. Suerte tuvimos de que no ocurriera nada que lamentar, ni una simple gonorrea, pero ya este detalle da idea de lo inocentes que éramos por entonces los jóvenes en nuestro devenir sentimental y sexual.

Otra tarde de verano, en el Parque Lezama, junto a la populosa plaza Dorrego y la calle Defensa, fui yo quien, con la energía propia de los veinte años, me sentí sediento de sexo, y, refugiados tras unos arbustos, le ofrecí el placer oral que merecía mi pequeño patriota, y, luego, tras cerciorarnos de que ningún cana merodeaba por los alrededores, me metí a pirobolista y le reventé el agujero, excitado por el suave murmullo de sus jadeos y de la gente de bien que paseaba a escasos metros del lugar donde golfeábamos. A cada embestida y a cada envión que le endilgaba en su precioso culo de esgrimista (el deporte que eligió como práctica obligada tras su ingreso en la CEPP), el placer que sentía se multiplicaba por dos al comprobar lo cerca que estábamos de ser descubiertos por el dueño de cualquier perro curioso, o por la mamá escandalizada de un niño extraviado, quien sabe. Pero, una vez más, tuvimos suerte, y pude venirme sobre su espalda sin visitantes indeseados, mientras él hacía lo propio sobre el cuidado césped, tras lo cual abandonamos la tranquilidad del parque y, enfilando la Avda. de Patricios (Avda. de Oligarcas, debía llamarse, según Eloy) nos perdimos por las pintorescas callejas del barrio de Boca. Allí conoció la belleza de esta vieja barriada de casas (simples taperas construidas con planchas superpuestas de cinc muchas de ellas, pintadas de vivos colores), antes de cruzar el hediondo Riachuelo en dirección al barrio obrero de Avellaneda, uno de mis arrabales preferidos de Bss.Ass., donde nos refugiamos en un sórdido cafetín, al cobijo del familiar sonido del bandoneón de un viejo estibador genovés.

Pero el conjunto de factores diversos que había de conducir al drama nacional de aquel invierno de 1955 había llegado mucho antes a mi propia vida, cuando, sería a mediados de abril, intimé con un compañero de carrera, llamado Osvaldo Palacios, de origen español, y muy devoto, como yo mismo por aquel entonces, de la Virgen de Luján. Lo primero que me sorprendió al entrar en la Universidad (hasta entonces un reducto de chetos, ahora abierta por fin a los hijos de los trabajadores como yo) fue la cantidad de antiperonistas que encontré entre el alumnado, que estaba copado por cobanis de civil, camuflados entre los estudiantes para sonsacarles información. Pero Osvaldo, un atractivo moreno de rasgos marcados y considerable altura para la época, no tenía miedo de los temibles ratis, que, según me confesó tiempo después tomando café en la Avda. del General Las Heras, en Recoleta, y no lejos del domicilio de sus padres sito en la calle Paraguay, en pleno corazón del Barrio Norte, le habían torturado sin piedad en una ocasión en una céntrica comisaría del microcentro, por el terrible delito de repartir panfletos de propaganda de la UCR (Unión Cívica Radical), y gritar en un par de ocasiones ¡Abajo Perón! cuando se le solicitó el alto.

No sabés vos como las gastan esos hijos de puta. Te aplican la picana a las primeras de cambio, y te obligan a leer en voz alta "La razón de mi vida", el asqueroso libro que le escribieron a esa arpía, y por el que pretendían presentarla candidata al Premio Nobel de Literatura los muy imbéciles.

Yo estaba indignado por el trato injusto e indigno que estaba recibiendo la jefa espiritual de la nación, uno de los mayores iconos políticos mundiales, y la sentida inspiración de millones de personas en todo el mundo. Y, desde luego, la mía por ese entonces.

¡Calláte, animal! ¿Cómo podés hablar así de Evita, con todo lo que ella hizo por nosotros, por sus grasitas, como ella decía, por los descamisados de la patria? Yo le debo a ella todo lo que soy, y no consiento que nadie en mi presencie falte a su memoria. Porque ella ya no se puede defender, pero nos tiene a nosotros, los peronistas auténticos, para llevar su nombre por bandera con la cabeza bien alta. ¿No estarías vos entre esos turros, hijos de la concha de su madre, que pintarrajearon los muros de la ciudad con la infame leyenda "¡Viva el cáncer!", cuando la Señora pasó a la inmortalidad?

Osvaldo dejó apoyada la taza de café en el platillo y se pasó la servilleta por los labios antes de responder. No parecía arrepentido de lo expresado tan abruptamente, pero se vio obligado, ante la contundencia de mis planteamientos, a replegar velas y matizar su postura.

Disculpá si te ofendí, no era esa mi intención. No tengo nada personal en contra de esa mujer – así solían referirse a ella los antiperonistas acérrimos, sin pronunciar su nombre en ningún momento, como si su sola mención pudiera contaminarles de la temida enfermedad de la chusma, la peronitis aguda - pero tampoco a favor suyo. Ella está muerta, pero queda el esposo, el responsable último de todo este desastre.

¿Porqué pensás que vivimos en medio del moco?

El entendió mi pregunta, e incluso sonrió levemente al escuchar un término tan plebeyo como moco, si bien, fiel a los valores propios de su casta de señoritos, él rara vez utilizaba palabras sacadas del argot, y mucho menos del lunfardo, la bestia negra de las clases bienpensantes y bienhablantes de la argentífera nación.

Esto…sería muy largo de enumerar ¿viste?. No sabría por donde empezar. Quizá por la autodenominada "educación nacional". Como intelectual que me considero, creo que la labor cultural desarrollada por el régimen ha sido lamentable, desastrosa.

¿Y eso porqué? ¿Acaso no construyeron multitud de escuelas e institutos por todo el país, permitiendo a niños condenados al analfabetismo convertirse en personas letradas, y en futuros ciudadanos de bien?

Sí, es posible. Y no dudo de su mérito. También nos regalaban puentes, viaductos, carreteras y policlínicos al por mayor, dilapidando los ahorros de la generación anterior, y dejando peladas las reservas de oro del Banco Central. Y ahora vemos que el muy boludo intenta arreglar el desaguisado vendiendo al mejor postor las riquezas nacionales, y provocando la lógica indignación de sus propios partidarios en el Congreso Nacional, donde los demás, por cierto, no tenemos ni voz ni voto. Pero en lo referente a la cultura, ahí si podemos hablar de hecatombe total. La enseñanza pública, laica y gratuita de los cincuenta años anteriores, fue sustituida por este petitero indecente por una educación clerical y fascista, al servicio de sus ansias de poder. Y ni siquiera con sus aliados acabó bien, ya ves la que está liando con los obispos, a cuenta de la financiación de la iglesia y otras boludeces por el estilo.

¿Querés decir que la enseñanza actual es peor que la de la época oligárquica? – mi asombro en ese momento era absoluto. Yo siempre había escuchado hablar muy elogiosamente de la educación nacional, basada en los principios humanistas del peronismo, el cristianismo y la colaboración entre clases sociales. Algo que nunca terminó de cuajar en cierto sector de la sociedad, la más pudiente, por cierto. Osvaldo era prueba viviente de ello.

¡Pero acaso lo dudás! ¡Que preguntas hacés! De verdad que en esa casa de locos en que vivís vos os lavan el cerebro cada día. Si lo primero que hicieron estos desgraciados fue expulsar al 70% de los profesores y catedráticos universitarios, y sustituirlos por estos meapilas que tenemos ahora, a los que sólo falta sustituir los libros de texto por el catecismo, y ponernos a rezar el rosario en clase ¿Pero en que mundo vivís?.

Si, reconozco que los profesores tienen un tono clerical muy acentuado, pero es posible que eso cambie ahora que Perón se enfrentó a los obispos. Tal vez la situación mejore ahora que ya no depende tanto del apoyo de los purpurados. Quien sabe

Aunque así fuera, el desgobierno de esta nación debe ser sustituido por un comité cívico-militar que convoque elecciones completamente libres, ponga fin a la censura, libere a los presos políticos

¿Presos politicos, decís? – estuve a punto de atragantarme al escuchar eso.

¡Por supuesto que los hay! Pero claro…¿cómo podés enterarte de la realidad, si no existe una prensa libre, salvo "Clarín" y "La Nación", los únicos guapos con los que no se atreven a fajarse de momento, si las emisoras de radio han sido unificadas en una cadena nacional dependiente del Partido, si se está juzgando a personas acusadas de delito de opinión... ¿es que no recordás ya lo que pasó con el diario "La Prensa", en el 51?

Vagamente, la verdad. Creo que lo expropió el gobierno y lo incorporó a la cadena de medios de comunicación del Partido.

Vos lo habés expresado muy bien. ¡Expropiado! Su voz disidente molestaba a los jerarcas, a las altas esferas peronistas, y decidieron acallar su rebeldía negándoles el suministro de papel, que es monopolio estatal, y, una vez hundido en la miseria, comprándolo por cuatro pesos. Tal vez pronto se repita el proceso, y sea "Clarín" el que sea comprado por un par de Mitres, con la mordaza en la boca, por si se queja.

Pues sí que lo pintás negro…nunca había pensado en estas cosas que vos decís. No sé que pensar.

Claro. Eso es lo que ellos no quieren, que pensemos. Por eso encuadran a nuestros niños en sus organizaciones fascistas, para que el día de mañana se conviertan en autómatas que respondan a la sola voluntad del líder supremo y de su corte de aduladores.

Dale, esto es muy interesante, pibe. Nunca pensé que pondría en duda por un momento los principios que rigen mi vida, pero escuchándote hablar, estoy empezando a hacerme algunas preguntas… de las llamadas incómodas.

Por ahí se empieza, muchacho. Estamos ante un antiperonista en ciernes, ya lo verás.

Me vino a la mente una famosa declaración de Evita en relación a este tema. Creí escuchar, de forma diáfana y cristalina, su voz intensa, tonante, bien modulada, rica en matices, propia de una locutora profesional y actriz retirada:

"Como nosotros no estamos contra nadie, tenemos un sólo enemigo…¡los antiperonistas!. Esos son nuestros enemigos. Para los demás – y aquí la voz se le desdoblaba en un bien fingido arrebato de emoción- nosotros somos amigos de todos". Pero también creyó recordar otro discurso, dirigido a los oídos hermanos de sus fervorosas correligionarias del Partido Peronista Femenino (no en vano ella había luchado con uñas y dientes, y consiguió finalmente sin apelación posible, el derecho inalienable al sufragio femenino, el derecho al voto para la mujer, en otras palabras) en las que Eva se explayaba a gusto sobre la verdadera naturaleza del Partido en el poder, y de su rama femenina en particular: "Yo confieso humildemente que el Partido Peronista Femenino es fanático. Y, al ser fanático, demuestra que ha abrazado una gran causa, pues sólo las grandes causas tienen héroes y santos. ¡Y nosotras somos fanáticas de Perón!".

A partir de ese momento, las idas y venidas con Osvaldo y su prometida, la hermosa Silvia, hija de diplomáticos y antiperonista visceral, una muchacha culta y leída, que laburaba desde los 17 años en una conocida editorial, y colaboraba frecuentemente con artículos sueltos en la prestigiosa revista cultural "Contornos", de probada filiación opositora, pero bajo perfil público, se hicieron habituales, despertando el velado rencor de Eloy, que me amonestaba en privado por dejarme ver en público con amistades tan inconvenientes.

No te entiendo, Fabio…¿Cómo sos capaz de alternar con un representante de la anti-patria, con un enemigo confeso de Perón, el artífice de todas las cosas buenas que conseguiste en la vida? ¿Cómo es posible algo así? – me recriminaba en la soledad del dormitorio común, las noches que no nos tocaba hacer de centinelas, en ese remedo de vida de boy-scouts que llevábamos en la "Misión San Perón", como llamaba Osvaldo en tono sarcástico a la Ciudad Estudiantil, comparándola a las reducciones jesuíticas de la selva paraguaya.

Y dale con eso…dejálo ya, pibe, no vas a conseguir nada por ese camino.Yo le estoy muy agradecido a Perón, y, en especial, a Evita, por todo lo que me pasó durante este tiempo, pero las cosas no son tan simples, hay hechos que vos ignorás, y más vale que así sea si querés conservar intacta tu devoción por el matrimonio Perón.

La discusión proseguía durante un buen rato, o se desviaba por meandros imprevistos, hasta que nos dormíamos de puro aburrimiento, o hacíamos el amor salvajemente con las luces apagadas y sin hacer demasiado ruido, no sea que alguien sospechara de nuestras actividades nocturnas y nos cambiaran de compañero sin previo aviso. Y en éstas llegamos al sábado 11 de Junio, día en que la grey católica festejaba la festividad del Corpus Christi. Aquella histórica jornada, Osvaldo, Silvia y yo decidimos acudir a escuchar misa a la Catedral Metropolitana, situada en un extremo de la Plaza de Mayo. Habíamos oído decir, días antes, que se esperaban disturbios para esa jornada, en solidaridad con la postura refractaria de la Iglesia, pero nunca pude imaginar lo que me había de encontrar a mi llegada al acto. Una ingente multitud, formada mayoritariamente por personas de clase social elevada, bien empilchados con saco y corbata ellos, y sus mejores abrigos de entretiempo ellas, desfilaba por la Plaza, hasta ahora patrimonio peronista indiscutible, en abierto desafío a la autoridad. Pero fue terminada la multitudinaria misa, para la que no había un solo asiento libre desde horas antes, cuando ocurrió el milagro que hizo virar mi condición política para siempre, de peronista entregado a antiperonista consecuente. O, más bien, debería decir a defensor de la democracia, los derechos humanos y la libertad, frente a la demagogia y los bruscos cambios de parecer de nuestro máximo líder, que parecía dirigir a su complaciente pueblo como a una manada de corderos.

La inmensa multitud, que no tenía nada que envidiar a las que reunía de forma habitual el tándem Evita – Perón en ese mismo escenario, y que algunos historiadores cifraron luego en unas 200.000 personas, se limitó a agitar acompasadamente sus pañuelos de mano al frío viento de junio, y a vivar la libertad. Un crimen demasiado inadmisible para la domesticada Policía Federal que patrullaba las calles de la ciudad, más preocupada del mantenimiento del orden público y de que Perón respirase tranquilo en la Casa Rosada, situada a escasos metros más allá, que de detener y poner entre rejas a los numerosos pungas y chambones que proliferaban por las cercanías, o por la estación de ferrocarril de Retiro, por poner dos dolientes ejemplos de su parcialidad manifiesta. La improvisada marcha (según el gobierno, organizada y dirigida entre bambalinas por el intrigante clero) recorrió después la Avenida de Mayo en razonable silencio, sólo ahogado por el clamor airado de los más jóvenes y exaltados, para concluir frente a la Plaza del Congreso, donde, siempre según el gobierno, fue quemada la bandera albiceleste que ondeaba frente a la entrada principal. Aquello fue visto como una provocación de los anti-argentinos, como les definía la prensa oficial, aunque luego se demostrara que había sido el propio jefe de policía quien mandó prenderla para incriminar en el hecho a los opositores al régimen. Durante todo el trayecto, los cobanis se ensañaron con los pacíficos manifestantes, demostrando su profesión de fe peronista, que el poderoso ministro del Interior, Angel Gabriel Borlenghi, con su voz meliflua, daba por hecho en unas inquietantes declaraciones públicas poco antes: "Siempre se ha dicho que el policía ha de ser un profesional de carrera que no debe meterse en política. Nosotros no pensamos así. Nosotros decimos que el policía ha de estar al servicio del pueblo. Porque si tenemos un gobierno que está construyendo una nueva Argentina, el policía no puede decir: "no, mire, a mi no me interesa quien gobierne, si gobierna Perón, bien, pero si gobierna Balbín, también me parece bien. No, nosotros necesitamos policías peronistas. Nosotros necesitamos que el policía quiera a Perón".

Aquella noche fuimos a celebrar el éxito de la manifestación los tres juntos por la zona de Lavalle y Callao, sólo para encontrarnos con unas excepcionales medidas de seguridad, que no nos hicieron desistir de nuestro propósito, a lo sumo no manifestar nuestras simpatías de manera obvia. Estábamos convencidos de que, tarde o temprano, el gobierno terminaría por ceder a la presión popular. Nos engañábamos. Osvaldo sin duda desconocía, y yo no me daba cuenta, que la gran masa del pueblo seguía estando de parte de Perón, que había ganado unas elecciones con más del 60% de los sufragios emitidos, y que los manifestantes sólo representaban a una porción de argentinos, importante sin duda, e influyente por su nivel cultural y posición económica, pero no mayoritaria. Ese pecado original se convirtió en el quid de la cuestión meses después, tras el resonante triunfo de la llamada "Revolución Libertadora". Ya entrada la madrugada, tras dejar a Silvia en su casa, Osvaldo me acercó, en su costoso descapotable, hasta las instalaciones de la Ciudad Estudiantil. Habíamos bebido demasiada grappa esa noche, y, de camino, dimos un improvisado rodeo e hicimos un alto acordado en las inmediaciones del Parque del Centenario. Las estatuas de aquellos próceres fueron testigos mudos de nuestros besos robados y de la furia con que procedimos, en el rincón más umbrío, a devorar nuestras pijas y a masturbarnos el uno al otro, sin dejar de comernos a besos, hasta que guasqueamos, o nos vinimos, como diría Osvaldo de forma más apropiada, sobre una alfombra de hierba siempre verde.

No he podido resistirme. Sos el pibe más lindo que he visto en mi vida. Ahora puedo decirtelo. ¿Querés repetirlo otro día? – me chantó a la jeta.

Mi rostro reflejaba arrepentimiento y dolor. Estaba bebido, sin duda, pero no debí haber caído en la tentación de una manera tan rápida y falta de reflejos. Aquel pibe, seductor como era, con su cara de galán latino y su verborrea de clase alta, tenia, sin embargo, a su novia, una chica linda y encantadora, y yo amaba a Eloy, al que había dejado todo el día sólo, preparando un oportuno examen. Me sentía sucio y desleal. Yo había participado durante años con fervor extremo y sincero en la llamada Fiesta de la Lealtad, que, para más inri, coincidía con mi propio cumpleaños, el 17 de Octubre. Ahora, sin embargo, me había convertido en cuestión de horas en un doble traidor: a la memoria de Evita y a mi consagrado deber como estudiante forjado en el espíritu peronista, en primer lugar, y al genuino amor que mi compañero de chambre manifestaba hacia mí, y que yo no había sabido corresponder con la fidelidad y lealtad exigibles. La respuesta salió de mis labios sin esfuerzo.

Creo que es mejor que vos y yo no nos veamos en una temporada. Es mejor así.

¿Hay otra persona? – inquirió preocupado.

Sí. Y, como por tu parte también hay alguien, no debemos hacer daño a terceras personas.

Yo quiero a Silvia – en su cara se reflejaba un profundo dolor interno, imposible de adivinar horas antes, envueltos como estábamos en la emoción del primer acto de repudio masivo a la figura del "dictador", como le llamaban de forma insistente muchos manifestantes – pero no la deseo como a los muchachos. Ese es mi terrible dilema. La quiero más que a nadie en el mundo, pero sueño con poseer el cuerpo de pibes como vos. Supongo que es el castigo por nacer rico y tener una facha agradable. No se puede tener todo.

Debés hablar con ella. Yo no puedo ayudarte en eso, flaco. Lo siento – me bajé del vehículo dando tumbos. Sabía que había sobrepasado con mucho la hora de regreso al centro, y que me esperaba un castigo seguro, quien sabe si la expulsión definitiva si llegase a oídos del director mi nuevo perfil político, y mis andanzas de aquella jornada histórica. Por no hablar del espiche que me soltaría Eloy nada más atravesar la puerta de la habitación. Estaba preparado mentalmente para ello, como se dice ahora. La bronca de los vigilantes de turno, y mi cita con el director al día siguiente entraba dentro de lo esperado. Pero no me quedaban fuerzas para encontrarme a mi amigo Eloy llorando, sentado en el borde de la cama, al borde de la desesperación.

Ché, pibe, calmáte, ¿Qué pasó? ¿Falleció el director? ¿Ha dimitido Perón o algo así? – mi voz gangosa delataba mi evidente estado de embriaguez.

¡Eso quisieran vos y tus amigotes oligarcas! – la indignación le hizo levantarse de la cama, secarse las lágrimas con el antebrazo y poner los brazos en jarras en posición de defensa - ¿No te diste cuenta de que estaría precupado por vos? ¡Hubo disturbios por el microcentro a lo largo de todo el día! Esos traidores se la tienen jurada a Perón… - cambió el tono por uno más intimista y diplomático, sin abandonar del todo una pose de fiscal en busca de pruebas incriminatorias – Decime pues ¿Dónde carajo habéis estado todo este tiempo, podés contarme? ¿Con la chusma antiperonista, quizás?

¡Eso no es asunto de tu incumbencia!

Me miró fijamente con una expresión de incredulidad en el rostro. Sus hermosos rasgos mestizos y sus llamativos ojos verdes palidecieron, y dejaron de brillar a la luz del candil al escucharme decir esa pavada.

¿Querés decir que ya no os importo? ¿Qué ahora ya sólo cuenta la opinión de ese niño bien, de ese concheto de mierda mil veces mal nacido?

¡No sabés lo que decís, pibe!. Ahora estoy demasiado cansado para responder, mañana hablamos.

Como gustés. Te tomo la palabra. Pero esto no va a quedar así. Tal vez tenga que tener un par de palabras con tu amiguito el bacán.

Dejále tranquilo, por favor. Apolilláte, pibe. Es muy tarde ya.

Nos introdujimos en nuestros respectivos lechos, sin desearnos buenas noches ni darnos el tan esperado último beso del día, aquel con el que disolvíamos todos los pequeños roces y las inevitables diferencias surgidas durante la jornada previa. Aquel era un mal presagio, que pronto la realidad se encargaría de confirmar, con toda la fuerza del destino desplegada ante nuestros impotentes ojos.

(Continuará)