Cadenita de la suerte

Un joven listo para incorporarse a las FF.AA., conoce a un hombre mayor que lo invita a su departamento. Allí el joven deja olvidada una cadenita de oro cuya suerte se liga a la suerte de los protagonistas...

NOTA : El lector que desee ver las imágenes mencionadas en el relato deberá pedírmelas a buenjovato@yahoo.com.ar y con gusto se las enviaré en la versión pdf del relato.

CADENITA DE LA SUERTE

por

Eduardo de Altamirano

2014

| L |

o que voy a contar sucedió unos años antes de que comenzara mi historia con Julio César Álvarez, cuyo relato publiqué  hace poco en esta misma página de TR. Para ser preciso, data de 1978, cuando yo estaba pronto a caerme en el pozo de los 40 y aún pegaba el golpe. Después vino la hecatombe.

La cosa fue así. A mediados del 78, me llamó por teléfono mi ex gran amigo Angel para informarme que había tenido un accidente con su motocicleta, que la misma estaba hecha pelota y él otro tanto. Su drama pasaba porque si no se reintegraba inmediatamente al laburo (laburo que le habia costado uno y la mitad del otro conseguir), lo rajaban y se quedaba en pelotas. Para poder presentarse a trabajar, necesitaba que alguien lo llevara y lo trajera hasta el laboratorio mientras él no pudiera movilizarse por sus propios medios. Me preguntó, entonces, si yo podía hacerle la gauchada de llevarlo y traerlo. ¿Cómo le iba a decir que no a él, que jamás me había dicho que no a nada y siempre había sido “un puntal” para mí y ¡qué puntal (21x6,5)!...

En resumidas cuentas, a partir del lunes 14 de agosto de 1978, todas las mañanas, a las 5:00 hs., yo estaba con mi coche en la puerta de su casa y lo llevaba a la fábrica, de modo que entrara antes de las 6:00 hs., que era su horario de ingreso. Después, por la tarde a las 15:00 hs. lo pasaba a buscar. Esto era más fácil porque hacía coincidir el viaje con actividades mías. A veces lo paseaba un rato antes de depositarlo en su hogar que quedaba camino al mío.

Así las cosas, ocurrió que un día de principios de septiembre, yo estacioné frente a la casa de Angel mucho antes de las 5. Para no apurarlo, decidí esperar antes de tocar bocina. Al fin de cuentas, no era culpa suya que yo me hubiese anticipado. En eso estaba cuando se arrimó a mi auto un hombre joven. Quería preguntarme algo. Bajé un poquito la ventanilla y el muchacho, tras disculparse, me pregunto para donde quedaba el Comando Militar, porque lo habían citado a revisación médica para hacer la conscripción, “colimba” como le decían. El borrego estaba perdido como tuco en la neblina. Traté de indicarle por donde debía tomar para llegar allí. Mientras le explicaba, pude comprobar dos cosas: 1) que el chico estaba muy fuerte y 2) que con mis explicaciones podía llegar al Comando o al mismísimo carajo. De ahí que, en un acto de arrojo, le sugerí que subiera al coche y yo lo acercaría. De paso podía carpetearlo mejor y, en una de esas, tirarme algún lancecito. Agradecido, el chico subió. El trayecto a recorrer era muy breve. Debía, por tanto, obrar con rapidez…

-         Vas a tener para largo acá… -le dije.

-      No creo, a un amigo lo citaron la semana pasada y antes el mediodía lo largaron…

-      Ah, mirá vos… Entonces puedo hacerte una proposición…

Y ahí nomás le dije lo que quería y que, si estaba de acuerdo, un rato antes de las 12 podía pasar a buscarlo por el lugar donde iba a dejarlo… No se mostró muy convencido ni interesado, pero igual me dijo que si… Cuando llegamos, le di indicaciones precisas donde iba a estar esperándolo antes de las 12 y que si para las 12 y media no aparecía: yo levantaría vuelo. El chico me agradeció la gauchada, me dio la mano y se bajo. Para mis adentros me dije: “a este no lo veo más”. Ni el nombre sabía.

De todas maneras, como no soy persona de no cumplir con mi palabra, cuando todavía faltaban unos segundos para las 11:45 hs., estacioné mi auto donde dije que lo estacionaría y me dispuse a esperar. No tuve nada que esperar porque de la vereda de enfrente surgió pibe como una aparición celestial. Hacia unos minutos que estaba allí. Subió al auto y rapidito fuimos a mi depto.

Con todas las luces pude apreciar que el muchacho era un macho terrible. Veinte años menos que yo y no tenía ninguna experiencia. Le serví algo para entretener el diente y mientras engullía las viandas conversamos muy amablemente. Mejor dicho, discursee un rato como para ponerlo en carrera. No era un vago, el padre tenía una ferretería en Munro y ese año terminaba la escuela secundaria. Me dijo que tenía novia. Cuando finalizó con la manducación, retiré el servicio y fui al baño a asearme. Le sugerí que mientras tanto se pusiera cómodo y se acostara. Asintió sin muestras de mayor entusiasmo.

Cuando salí del baño, estaba recostado en la cama, con el torso desnudo y sin zapatos. Lindo cuerpito. Me acomodé a su vera y comencé a operar. Me dejaba hacer. En mi fantasía imaginaba que una buena mamada lo pondría en órbita. Hice todo hasta tenerlo con los pantalones y calzoncillo a media asta y lo suyo completamente al descubierto. No se lo notaba nervioso y si lo estaba, la procesión debía ir por dentro. Se la mamé con todo. Logré que se le parara un poco; pero ahí hizo techo y, por lo visto, la situación no iba a mejorar. Consideré que era perder tiempo continuar con la función y, utilizando mis modos diplomáticos, di por finalizada la función. Todo lo que dijo fue que no sabía qué le pasaba, que era la primera vez. Yo le resté importancia y le dije que ya habría ocasión para un nuevo intento.

Conclusión: se vistió y lo llevé a la estación para que tomara el tren. De él sabía que se llamaba Carlos Andrés, que vivía en Munro y que se tenía que presentar en el Comando el lunes 8 de enero de 1979, a las 7 de la mañana. Adiós, bonito, que te vaya bien.

No era la primera vez que una aventura mía terminaba así y calculaba que no sería la última; de modo que “a no llorar sobre la leche derramada” que las vacas no se extinguieron y los machos tampoco.

De la estación me fui a mi casa. Al departamento volví tres días después. Todo estaba muy en orden porque un día antes había estado la empleada. Arreglado el departamento era una preciosura. Quienes haya leído “Julio César Álvarez” y visto la versión pdf pueden dar fe de ello. Para disfrutar de esa comodidad, me preparé un capuchino y lo degusté en mi paciente soledad. Cuando estaba en eso pude observar si mayor esfuerzo que adentro de…

de uno de los ceniceros que me acompañaron durante mi vida de fumador (el que se ve en la fotografía) y hoy duermen en sueño de los justos en distintos sitios de mi casa, algo brillaba en forma muy llamativamente. Metí la mano y saqué a relucir la cosa que brillaba. Era una pesada cadenita de oro con una cruz del mismo metal. Mía no era. De la empleada tampoco; porque eso en sus manos hubiera sido un cheque al portador. Rápidamente deduje que solo podía ser del joven que había estado conmigo unos días antes. Yo le había visto algo en el cuello. Después, sobre una de las mesas de luz, encontré una nota de Alicia, mi empleada, quien me informaba haber encontrado la cadena sobre esa mesita y que la había puesto en el cenicero para mayor seguridad, no fuera el caso de que algún ratón se la llevase a su guarida.

¡Qué contrariedad!. “¿Cómo hago para devolverle esto a ese muchacho?” –pensé. No fue la única pregunta que me hice. También me preguntaba si se habría dado cuenta que la dejó en el departamento. Supuse que vendría a reclamarla. ¿Ir a Munro y buscarlo en las ferretería?. No, era un disparate, podía meter la pata hasta el cuadril. Esperaría a que, en algún momento apareciera y si no aparecía, el día 8 de enero, cuando se presentara en el Comando a las 7 de la mañana, trataría de ubicarlo. Seguro que no iba a tener problemas para reconocerlo si lo veía. También él se podía acordar de mi.

El tiempo comenzó a transcurrir y el pibe no aparecía. Así llegamos al lunes 8 de enero de 1979. Bien temprano, a las 6:30 hs., me aposté donde lo dejé el día en que nos vimos. Por ahí tenía que pasar si o si. Cuando llegué, solo unos poco muchachos estaba en la puerta del Comando. Los minutos no pasaban nunca. Podía pasar por la vereda donde yo estaba y, también, por la de enfrente. Eso hacía que yo campaneara para un lado y para otro. A medida que se acercaba la hora, eran más los muchachos. De uno grupo se desprendió un joven y vino hacía mi. Era él. Me había reconocido. Cuando estuvo a unos pasos, le dije: “Gracias a Dios que se me dio por venir, sino no te encontraba más. Tomá” y le di la cadenita… No lo podía creer, la daba por perdida… Ya estábamos sobre las 7… Quiso explicarme algo… Lo corté: le di un papelito con mis datos y mi teléfono. “Cuando puedas llamame”. Me dio la mano y me palmeo. Después se perdió entre los muchachos que empezaban a entrar al Comando…

Me sentía contento… No tenía ninguna seguridad de que me fuese a llamar; pero, yo había cumplido con mi deber… Nunca fui de quedarme con cosas ajenas, por mucho que tuviera la posibilidad… Unos días después me fui de vacaciones y volví el 12 de febrero… No me acordé mucho de esta historia porque tenía un presente que no me daba tregua… Así es la vida…

El mes de febrero pasó y no tuve noticias del joven Carlos Andrés… ¿Qué sería de su vida?... ¿Cómo le estaría yendo en la colimba?... ¿A dónde lo habrían destinado?... El viernes 2 de marzo tuve respuesta para todos esos interrogantes…

En efecto, ese día, a las cuatro de la tarde, más o menos, me instalé en el departamento a propósito de poder organizar sin apuro las cosas que habría de necesitar en la “entrevista” que tenía convenida para el día siguiente por la noche. A poco de llegar, sonó el teléfono. Era el soldadito. Quería saber si podía venir a verme. Le dije que si, que podía venir. “¿Seguro que no molesto?” –insistió. “Seguro, vení que está todo OK”. Se presentó

con su uniforme de soldado que, de haber sido nuevo, hubiese resaltado mucho mas su estampa que era exultante. El que tiene en la foto es el de invierno. El que trajo ese día era de verano y estaba mucho más deteriorado. Con el presupuesto que la FF.AA. dedicaban, en esos oscuros años de la dictadura, a las vestimentas de los conscriptos bien pudo haberlos vestido Yves Saint-Laurent.  Yo lo recibí..

como era y es mi costumbre con una bata que, si no era esta, pega el poste. Tenía varias, en el departamento y en mi casa y las compraba en una casa de ropa para hombre de la calle Viamonte, en Buenos Aires, cerca de la 9 de Julio, a precios de regalo. Increible. Ninguna de las que usaba entonces, hoy, me entraría. He aumentado algún kilito.

Preparé un jugo de naranjas frescas y nos sentamos a charlar como viejos amigos. Sin apuro, el chico era más entendible que cuando hablaba a las apuradas, como ocurrió el día en que le devolví la cadenita. Como le pregunté qué tal la estaba pasando en el Cuartel del Regimiento 7, ya que allí lo habían destinado, me comentó que después de unos primeros días no muy lindos; la situación se acomodó y mal no la estaba pasando. A él lo habían destinado a la cocina, de modo que comer: comía.

Después de satisfacer esta curiosidad mía por su suerte, paso a contarme la historia de la cadenita. Se dio cuenta que no la tenía cuando aguardaba el tren. Pensó que se le había caído. A su mamá le había ocurrido eso una vez; pero se acordó haberla puesto al lado de la cama, en la mesa de luz. Entonces, volvió caminando al departamento. No conocía las calles y no pudo ubicarlo, todas le parecían iguales. Lo concreto era que no tenía ni idea dónde había estado. ¿Qué hacer?. No se le ocurría nada; tenía la imaginación bloqueada. Era todo un bolonqui porque en su casa, en algún momento, le iban a preguntar por la cadenita. Ubicarme a mí era algo así como una “misión imposible”. Después de mucho hacer funcionar la croqueta llego a la conclusión que lo mejor era ir haciéndose a la idea de que la había perdido, no decir nada y si alguien (su mamá o su novia) llegaban a preguntar o a decir algo, ver de qué modo podía salir del paso… Así fueron pasando los días y él mismo, que en un primer momento no podía pensar en otra cosa que no fuera la cadena, empezó a olvidarse. Tenía temas más serios por delante en los que ocuparse. La colimba en primer lugar. En ningún momento se le dio por pensar que la colimba podía traerle suerte; la suerte de reencontrarse con su cadenita…

-      Le digo la verdad, pensé mal de usted… Pensé que estaría contento de haberse hecho de algo que cuesta sus pesos tan fácilmente… No las voy a repetir, pero dije unas cuantas porquerías, de las que estoy profundamente arrepentido… Cuando lo vi ahí, parado en la esquina del Comando, no lo podía creer… Soy muy despistado, pero de usted me acordaba… Y cuando me dio la cadena me parecía que estaba soñando… ¡Cómo se equivoca uno a veces!... Usted me dio una lección que nunca voy a olvidar…

-         No creo que sea para tanto…

-      ¿Qué no?... Agarre mil tipos, dos mil, los que quiera y vea cuántos hacen lo que usted hizo…  ¡Ninguno!...

-      Ninguno, no… Alguno habrá…

-      Si, por supuesto alguno habrá; pero son los menos; tan menos que si se los busca no se los encuentra… Hay que esperar un milagro para que aparezcan… Usted apareció de milagro…

-      Dejate de joder, no lo repitas que voy a terminar creyéndomela…

-      Créasela… Fue un milagro y una joda porque el tenerla en ese momento, justo cuando debía presentarme en la colimba,  era un problema… Me la podía afanar en cualquier momento…

-      ¿Qué hiciste con la cadena?

-      No le perdí el ojo ni a sol ni a sombra y cuando mi mamá me fue a visitar, dos semanas después de que me reclutaran: se la dí… Me dijo que estuvo a punto de preguntarme por qué había dejado de usarla… Como no lo preguntó, yo zafé…

-      Por suerte, se solucionó bien el problema…

-      Si, en parte..

-      ¿Cómo en parte?...

-      Si, todavía me queda algo pendiente, agradecerle a usted lo que hizo…

-      A mí no tenés nada que agradecerme. Yo hice lo que debía hacer y punto.

-      “Y punto”, no… No porque a partir de lo que usted hizo y por lo que usted hizo yo tuve un cambio fundamental en mi vida, entiendo que para mi bien, y eso es algo que yo quiero que usted conozca y, fundamentalmente, algo que yo quiero agradecerle…

-      Si yo he promovido un cambio en vos y ha sido para tu bien, me alegro de que así sea; pero, insisto en que no me debes agradecerme nada porque para mí no hay mejor agradecimiento que el reconocimiento y el reconocimiento ya lo has hecho.

-      Veo que cuando se le mete algo en la cabeza, no es de cambiar con la primera sacudida… Pasa que yo soy también cabeza dura: Carlos Andrés Chavarri, Chavarri-Azcona, hijo de vascos por partida doble y cuando digo que voy a hacer algo, no soy de cambiar fácilmente de idea. Vamos a ver quien de los dos es mas cabeza dura, si usted o yo…

-      No es mi intención competir con vos… Más que eso me gustaría saber en qué has cambiado…

-      Como no, se lo digo… Antes de conocerlo a usted, yo pensaba en forma completamente rígida y cerrada,  llena de prejuicios. Las cosas, si o si, debían ser una determinada forma y si no eran así, eran una porquería, un peligro, eran cosas sucias, repugnantes. Si alguien hacía algo sucio, no solo era sucio para eso que hacía, sino para todo. Un sucio no podía hacer una cosa buena, porque los sucios solo hacen cosas sucias. Esta forma de pensar yo no la había elegido ni analizado… Me ha habían impuesto en el medio donde nací y me crié… No tanto en mi casa, donde mi familia siempre tuvo más amplitud de criterio que yo, sino entre mis amigos, las familias de mi amigos, la escuela, el barrio… Cuando lo conocí a usted, me confundió con su manera de actuar. Me parecía una buena persona. Cuando me propuso que viniéramos aquí para lo que usted sabe, mi confusión se hizo más grande. Acepté, pero no por interés personal en lo que me proponía, sino por curiosidad. Se acuerda lo que paso: nada. Bueno, eso fue porque sobre mi cabeza dura pesaban todas esas ideas que yo arrastraba desde que nací y que me decían lo que estaba bien y lo que estaba mal… Lo que queríamos hacer estaba mal y aunque yo solo quisiera saber, comprobar, por curiosidad, si estaba mal, algo en mi me frenaba y por eso pasó lo que pasó: nada.

Cuando usted me dejó en la estación de trenes, yo sentí como que me había sacado un peso de encima, como que había vencido a la tentación, porque en ese momento usted era el demonio. Alguien que lo único que podía hacer era el mal. Y cuando me dí cuenta que no tenía la cadenita y me acordé que la había dejado en su departamento, me agarré la cabeza porque pensé que era un castigo por haberme dejado tentar por el demonio. Anduve pirado un montón de días hasta que decidí hacer lo que ya le dije.

Después, a medida que pasaban los días, me fui tranquilizando y olvidando; pero, usted no dejaba de ser el demonio que se había quedado con mi cadena. Por supuesto, no suponía que lo volvería a ver en mi vida. Por eso, cuando lo vi en la esquina del Comando, no lo podía creer… Me preguntaba que podía querer de mi y lo que menos hubiera supuesto era que estaba ahí para devolverme la cadena, porque eso lo hacen muy contados hombres y jamás el Demonio. Pero usted estaba ahí para devolverme la cadena y con ese gesto me dio un hachazo en la cabeza, destruyó de un solo golpe mis convicciones… No sé si lo habrá notado, pero quedé como en el aire… El cagazo que tenía hasta un segundo antes pensando en lo que me podía pasar en la colimba, desapareció y entre a pensar que debía reordenar mis ideas. El sentimiento de que usted no era el demonio y que estaba muy lejos de serlo, comenzó a crecer en mi… Empecé a ver todo con más claridad, a sentirme más seguro… Todo eso se lo debo a usted… Yo quiero estar a su altura…

Toda esta historia del muchacho Chavarri me conmovió bastante porque entendía muy bien sus tribulaciones, pero no quería que mi sensibilidad quedara demasiado expuesta; por eso se me ocurrió algo para aflojar la tensión…

-         ¿Asi que queres estar a mi altura?...

-         Si…

-      Vas a tener que esforzarte un poquito, porque yo soy el Demonio…

Dije esto con convicción, como se dicen las mentiras teatrales, para convencer al espectador… Para nada suponía que el chico iba a tener la reacción que tuvo… Presumía que habría de retroceder como quien se espanta frente el Diablo en persona… Él no sólo no se espantó sino que con total parsimonia

-      Déjese de joder… Si usted es el demonio, yo tengo que decirle lo de Yagger: “el demonio me simpatiza”… Usted no es el demonio y está muy lejos de serlo… Hay algo que debe saber… Yo tuve la suerte de conocerlo a usted y también a otra persona que supo abrirme la mente y di con ella en el lugar menos pensado: en la colimba, en el cuartel donde los turros de los milicos me mandaron…

-      ¿A quien conociste?...

-      A un muchacho más grande que yo, Emanuel Rimoldi, psicólogo. Está cumpliendo con el servicio militar igual que yo. Lo único que él es clase 55 y yo 60. Él pidió prorroga porque estudiaba. El año pasado se recibió y este hace el servicio. Yo le conté lo que me había pasado con usted y el arrancó por decirme algo que yo no sabía y que me costó creer…

-      ¿Qué te dijo?...

-      Me dijo que la Organización Mundial de la Salud no consideraba a la homosexualidad como una enfermedad, sino como una de las formas de la sexualidad humana y también me dijo que la sexualidad no tiene por única finalidad la procreación, así como la boca no sirve solo para comer… En los dos meses y pico  que pasaron hasta hoy  hablé mucho con Manu… En lugar de estar ahí rascándonos las pelotas, él me sacaba de dudas y me hacía ver las cosas tal cual son… A verlas y respetarlas… La verdad es que Manu es un maestro y sabe cualquier cantidad… Me habló de usted como si lo conociera… Y me dijo que de malo, por lógica, usted debía tener lo mismo que San Francisco…

Confieso que me dejó anonadado… Para mí, que siempre he tenido mucha capacidad respuesta, en ese momento me sentía noqueado. Pero, como es de maula el aflojar y yo soy puto pero no maula, saqué fuerzas de donde no había y con técnica salí del paso… El chico, sin jactancia, percatado de que dominaba la   situación, volvió al ataque y lo hizo con clase…

-      Yo quiero agradecerle, si la palabra es agradecer, lo que usted hizo por mi y, como sé que es una buena persona, no tengo dudas de que me lo va a permitir y a facilitar…

-      Y, ¿cómo es que me lo querés agradecer?...

-      Tengo una idea que no sé qué le parecerá a usted… Yo estuve aquí, en este departamento, el año pasado. Intentamos hacer algo que usted propuso y fracasamos porque yo fracasé. Bueno, mi idea es que lo intentemos de nuevo para ver si fracaso nuevamente… Yo creo que no porque desde entonces usted me hizo aprender mucho…

-       No me parece mal; pero, la verdad, es que no entiendo, no alcanzo a descubrir para que querés que lo intentemos…

-      Quiero probarme…

-      Querés probarte; bueno, vamos a probarte…

-      Usted tiene que ayudarme…

-      Ah, también tengo que ayudarte… Sos un caso, pero vamos a ayudarte, todo sea por ayudar a un servidor de la Patria…

-      Ahora quiero servirlo a usted…

-      Comprendido Soldado…

Acto seguido, tras quitarnos las ropas y oscurecer el ambiente, al igual que unos meses antes, Carlos y yo nos metimos en la cama. El se ubicó a mi derecha y los dos mirábamos hacia el techo. El clima era otro, menos tenso, más cordial, pero no por menos tenso o expectante pasaba a ser una jauja. Yo esperaba que el chico abriera el juego. Calculo que él debía estar a la recíproca porque yo no advertía que moviera un músculo. Como nuestros brazos se tocaban, deduje que el izquierdo suyo estaba estirado como el derecho mío. Entonces, corrí mi mano y la apoyé sobre la suya. No se molestó por lo que hice. Al contrario, dio vuelta su mano para que nuestras palmas se enfrentaran. Entonces, saqué a relucir mi espíritu chacotón y rompiendo el silencio le dije: “Caballero, el burro de arranque no me funciona, me puede dar un poco de manija”… Se rio con ganas de mi ocurrencia y no desperdició el pie: “como no, agárremela”…  Ni lerdo ni perezoso, acoté “haberlo dicho antes” y al instante le manotee el bulto que muy dormidito que digamos no estaba; más bien estaba más que con ganas de despertarse y entrar en acción. Bastaron una pocas suaves caricias para que se parara y pusiera en posición como diciendo: “aquí estoy yo, agárrenme que soy capaz de hacer un desastre”. Frente a esa situación se comprende que sin mediar mayores reflexiones, yo lo agarrara como para que no se escapase bajo ningún concepto.

En eso estaba, pero mi posición era algo incómoda porque el brazo izquierdo del joven obstruía mi libertad de movimientos. En razón de ello le signifique: “¿caballero, tiene algún inconveniente en pasar su brazo bajo mi cintura así puedo maniobrar mejor con su palanca de cambios?”. Inmediatamente pasó su mano y como le gustaron mis mensajes metafóricos, se sumo en seguida. Mientras me acariciaba la cadera, me susurró: “no sé que piensa usted, pero yo creo que si le da unas chupaditas a la palanca, la primera y la segunda van a entrar como bala”… “Delo por hecho caballero” respondí y de ipso facto me volqué sobre su vientre, aplicándome a hacer lo que tan bien yo sabía hacer: mamar la pija… Inmediatamente comprobé que la verga del pibe tenía una sensibilidad extrema, tan extrema que yo creo que bastaba con mirarla para que reaccionara y para que al reaccionar todo su cuerpo entrara vibración. Ni bien arranque con la mamadita, las contorsiones y contracciones de su hermoso cuerpecito daban la impresión de que había metido sus dedos en un enchufe y estaba recibiendo los 220 V de la electricidad domiciliaria.

La situación no tenía nada que ver con aquella que tan desagradable que habíamos vivido en setiembre del ’78 y que no voy a ocultarlo, aunque lo haya superado, que me hizo sentir muy mal. Ahora, las cosas evolucionaban in crescendo buscando siempre algo mejor. Lo que buscaba Carlos parecía que lo buscaba con el dedo, ya que cuando le di permiso para investigar fue derechito a mi entrenalgas para descubrir la Cueva de Alí Babá. No tardó mucho en encontrarla y cuando lo hizo, aunque no hablaba, yo le oí decir: “aquí quiero esconder de inmediato mi tesoro”.

En algo me equivoqué. Supuse que “el calentamiento de los motores” nos llevaría un buen tiempo, habida de cuenta de lo sucedido la primera vez y de la poca fe en la profundidad de los cambios que pudieron haberse producido desde entonces. La cosa no fue así. El chiquilín calentaba las bielas a la velocidad de la luz y cuando quise reaccionar: ya estaba en condiciones de mandarme el pistón a fondo. Comprendí entonces que mi deber era allanarle el camino y, en particular, prever algunos detalles que su inexperiencia pudiera pasar por alto.

Siguiendo con la modalidad metafórica, le dije: “caballero, su herramienta está en condiciones inmejorables para ser usada; sería usted gustoso de obturarme el caño de escape”… “Con el mayor gusto, señoría” –respondió…

Me acomodé en cuatro, el vasquito se puso detrás y como si lo hubiésemos hecho toda la vida: me la mandó hasta los huevos… El muchacho…

como se ve en la fotografía tenía su respetable dotación y yo, modestia aparte, mi entrenamiento. Al parecer, mi caño de escape le debe haber resultado muy acogedor, porque me empezó a dar en una forma que, en verdad, no me esperaba. Me garchaba lo que se dice con ganas, con muchas ganas, con una vehemencia que se retroalimentaba y a ritmo exponencial me calentaba y me ponía loquito, loquito… Tanto que le empecé a pedir que me diera más porque el incendio, lejos de apagarse, se expandía y cada vez necesitaba más manguera… El vasquito me pedía que me separara las nalgas para mandármela más adentro… Llegamos a un punto en que los dos nos convertimos en desesperadas máquinas de coger… Lo que yo sentía era que el soldadito sacaba toda su bayoneta, se retiraba unos centímetros y desde allí avanzaba con toda la furia de su apetito bélico y me la ensartaba con puntería y sin piedad… Me partía el culo a su gusto ya paladar… Cuando acabó, cuando se digno a acabar: me dejó el culo hecho una lágrima. Lleno de leche y recontrapartido.

Para recomponernos necesitamos un tiempito. Carlos prefirió bañarse. El loco había transpirado a lo bestia. Antes de que él se duchara, yo me hice un lavaje profundo y me enjuagué todo. Bañarme, me bañaría después porque no debía perder de vista que al día siguiente tenía otro tiroteo amistoso. Mientras Carlos se bañaba yo aproveche para preparar el té. Cuando nos sentamos a tetear me preguntó; “Y, ¿qué tal?, ¿qué le pareció?”. Me había parecido maravilloso; pero, debido a mi eternas ganas de joder, respondí “Aceptable”.

-         ¿Nada más que aceptable?...

-         ¿Te parece poco?...

-         No sé, pero a mí me pareció muy bueno…

-         Ese es tu parecer y yo no digo nada…

-      No dice nada, pero da a entender como que no lo cogí bien, que me quedé corto, que no lo deje satisfecho del todo…

-      Eso es una suposición tuya…

-      Si, una suposición mía, pero, usted no me dice si es correcta o no…

-      ¿Y tengo obligación de decírtelo?...

-      No…

-      ¿Entonces?...

-      Pero, es que así yo no sé si va a querer que lo coja otra vez…

-      Hoy, coger, no, porque estoy “touché”, tocado, y necesito tiempo para recuperarme…

-      No, no digo hoy, puede ser otro día…

-      Si no entiendo mal, me estás dando a entender que querés venir otro día a seguir cogiendo…

-      Y, ¿por qué no?...

-      No, si yo no digo nada… Vos dijiste que te querías probar y, por lo visto, te probaste y te aprobaste, y ahora parece que le querés seguir dando al frito…

-      Al frito, no;  a usted le quiero dar…

-      Si, pero hoy, no…

-      Ya me dijo que hoy  no…

-      Entonces, para qué insistís…

-      Yo no insisto, el que insiste es usted que parece querer empelotar las cosas…

-      ¿Yooo?...

-      Si, usted…

-      Bueno, ¿cuándo querés venir?...

-      El viernes que viene, si como hoy me dejan salir temprano…

-      ¿Y si no?

-      No sé… La semana pasada nos largaron a la siete de la tarde…

-      A esa hora, si querés, podés venir y si querés quedarte a dormir, también podés…

-      ¿Me puedo quedar a dormir?...

-      Si, por supuesto…

-      Entonces, el viernes próximo vengo a la hora que me larguen y me quedo a dormir…

-      ¡Qué rápido que sos vasquito!...

-      Y,… no hay que perder el tiempo…

-      …ni la chaveta…

-      No se haga problema, si se le sale, yo se la pongo…

-      No  me cabe ninguna duda…

-      ¿Le gustó?...

-      Claro que me gustó… Me encantó…

-      A mí también…

Así, comenzó mi romance, si se le puede llamar romance, con Carlos Andrés Chavarri-Azcona, un vasco por partida doble como decía él y un hombre sin reveces. Recuerdo que cuando se planteó todo esto de si venía o no venía el viernes siguiente, y sobre todo si se quedaba a dormir, yo le pregunté si su novia no le diría algo si no iba… La primera vez que nos vimos, él me dijo que tenía novia y aunque después no la mencionamos, yo suponía que la seguía teniendo… Por eso me sorprendió cuando me dijo…

-         Esa ya fue…

-         ¿Rompieron?...

-         No, rompí yo

-         Vos siempre rompiendo…

-      Si, pero no lo que usted supone… Rompí mi relación con ella… Mi nueva forma de mirar las cosas, me hizo ver que la muy zorrita me quería solo para la cama y nada mas… Fuera de la cama yo no existía… Mucha sonrisita, mucho queridito, pero se cortaba sola en todo…  Pretendía manejarme como a sus viejos y a todo el mundo… Eso conmigo no va… O hacemos todo de común acuerdo, o no hacemos nada… Ya encontró otro que se la mueva…

-      Te quedaste sin nada…

-      Sin nada, sin nada, no… Tengo un Maestro con cama adentro o adentro de la cama…

-      Y te lo cogés…

-      La carne es débil…

-      Yo diría que es dura…

-      Si usted lo dice…

Cuando se fue, luego de tomar el té, sentí como que había tenido un sueño… No podía ser que aquel muchachito que unos meses antes fracasara en la cama fuera esta fiera, este tigre que garchaba a lo bestia y fuera de la cama resultaba una persona más que agradable, juiciosa, divertida, que me trataba de usted, pero no se privaba de decirme lo que pensaba, siempre con gran respeto. Tal como yo lo trataba a él, tuteándolo…

El viernes siguiente, a las tres de la tarde, un segundo después de que yo llegara, me llamó por teléfono. Ya lo había hecho un rato antes, cuando yo no estaba en el departamento. Me avisaba que ya lo habían largado y quería saber si podía venir. Al ratito nomás lo tuve de cuerpo presente ante mí. A modo de saludo, me dio un beso en la mejilla… Vino derecho a darse un baño. Cuando vi la ropa que se saco, le acerqué a la ducha un calzoncillo, una camiseta y un par de medias limpios. Le pregunté si quería tomar café. No, quería mate. El vasco me resultó un “matemático”. Preparé el maté y ni bien salió del baño nos aplicamos a tomar mate. Mientras chupeteábamos la bombilla, me contó que había soñado conmigo… Sonó que él y yo éramos colimbas y que estábamos perdidos en un bosque, en una selva… Dábamos vueltas y vueltas no encontrábamos la forma de salir de ahí… Entonces yo, que estaba menos cansado, lo cargaba a él a babucha y en lugar de caminar empeza a volar como si fuera Superman y lo sacaba de ese infierno; que pasábamos sobre las tropas que estaban combatiendo y desde ahí nos disparaban, pero las balas rebotaban en mi… Era una fantasía total que seguramente tendrá su interpretación, habría que preguntársela a un psicólogo… Cuando dijo lo  de las balas que rebotaban lo interrumpí y le dije muy seriamente: “Las balas no rebotan en mi”… Inmediatamente replicó: “Bueno, en el sueño rebotaban”… “En el sueño o donde sea las balas no rebotan en mí, porque yo me trago las balas”. Ahí cayó que le estaba tomando el pelo y cambio el discurso:

-      Así que se las traga, bueno, hoy le voy a hacer tragar la mía, entonces…

-      ¿Está seguro que tiene bastante pólvora?...

-      Eso déjelo por mi cuenta, usted póngase bastante cremita que del resto me ocupo yo… Ah,… si siente que se queda sin aire, no se asuste, yo le hago volver la respiración…

-      Que, ¿me va a chuponear?...

-      ¿Por qué no?...

-      Creí que no le gustaba…

-      A usted no le gustará… A mí me da más fuerza…

-      Mire usted…

-      ¿Quiere que le dé una muestrita ahora?...

-      Como usted guste joven…

Con la agilidad de un cervatillo saltó de su silla y cayó, no sé cómo, arrodillado a mis pies, estando yo sentado, me tomó por la cintura obligándome a volcarme hacia él y ahí puso su boquita en posición de beso… No debió aguardarme ni un segundo; con la velocidad de una saeta mi boca estuvo en su boca y los besos florecían “como lirios de octubre” (así decía mi abuela). Todo fue hermoso con Carlos, pero sus besos eran insuperables. Se posesionaba cuando me besaba, como en todo lo que hacía cuando era auténticamente él quien actuaba.

Después de tomarnos dos pavas de mate, me pregunto si no tenía ganas de darle un poco “a la bombilla de cuero”, poética alusión a chuparle la pija. Como era algo a lo que jamás me negaba entonces y jamás me niego ahora, solo que ahora escasea por completo la demanda, le propuse que, para estar más cómodos, nos instaláramos en la cama. Como corresponde: desnuditos. El estado de su poronga daba fe de lo que instantes antes me había confiado: “en la semana me la toque solo para mear”. Es decir, no se había pajeado ni cosa por el estilo. Merecía un premio y se lo dí sin retaceos. Lo hice saltar en la cama hasta decir basta. No necesitaba tocarlo. Con acercarle mi boquita al pito y mostrarle la lengua era bastante para que se pusiera nerviosito y comenzara a vibrar por anticipado. Luego, cuando efectivamente me la engullía, ahí no vibraba, saltaba y se contorsionaba que era un contento. En algún instante de la función, me contó que su ex no quería bajo ningún concepto porque mamarle la pija porque le daba asco. Eso parece ser que también figuraba en la lista de razones de la ruptura. El hecho de que me lo haya contado me dio a pensar que, después de haber gozado de mis mamadas, su gravitación en la ruptura cobró retroactivamente mayor importancia. Le gustaba a rabiar que le mamara la poronga. Tanto que llegó a decir que lo volvía loco y le gustaba tanto como ponérmela… Por eso yo, cuando se la agarraba, lo exprimía hasta dejarlo sin aliento…

La feroz mamada se prolongó en una feroz franela, donde el vasco se comportaba como el más apasionado de los amantes. Iba de mi boca a mis tetillas como el péndulo de un reloj y en cada uno de sus toques me hacía sonar como un violín. Es que es muy diferente ser cogido o franeleado por alguien que tiene verdaderas ganas de cogerlo o franelearlo a uno, que ser todas esas cosas por alguien que tiene la mente y las ganas en otra parte. Carlos, en esos momentos, me quería a mí y, sin decirme palabra, me lo hacía saber y me lo repetía.

Entre la mamada y la franela, el macho se puso que era una locomotora. Echaba humo por todas partes. Me pidió imperativamente el culo y como el más obediente de los esclavos me acomodé para que me ensartara. Su locura y la mía no me impidieron ejecutar oportunamente la maniobra de lubricación. El miedo no es zonzo. Inconscientemente sabía que unos pijazos en seco de ese pibe podían dejarme el orto inservible por largo tiempo. En ese entonces, por consejo de un experto, usaba una crema que se llamaba Aqualane y se utilizaba para curar quemaduras. Era una delicia y a Carlos le encantaba. Le regalé un pomo para que la usara cuando se pajeaba.

Cuando estuve debidamente lubricado, me puse en cuatro y el muy turrito de un solo saque me la ensarto hasta la garganta y volvimos a lo del viernes anterior: matraca y más matraca. Solo que esta vez, me hizo cambiar ligeramente de posición. Me crucé a la cama, con el ano apuntando hacia uno de los lados. Entonces él se paró al costado y de parado me la enterró de nuevo hasta los huevos y me siguió serruchando. De parado, Carlos tenía mucha más capacidad de movimiento y podía mandarme la pija para el lado que quisiera, “en cualquiera de las direcciones del espacio”, diría un geómetra. Yo no era geómetra, pero igual sentía como la poronga del vasco se revolcaba en mi culo produciéndome las más extraordinarias sensaciones y también los más terribles destrozos. El culo se me ponía como una braza encendida. Me mataba a pijazos y, sin embargo, yo le pedía que me diera más. Llegábamos a un punto en que el vasquito no tenía más nada para darme,  entonces hacía como que me daba más, acompañando sus embestidas de expresiones grandilocuentes: “querés mas pija; tomá, tragátela toda, aca tenés mas pija” y me la metía. En realidad no era más pija, era la misma pija que me la volvía a meter con un poquito más de ganas, para que la sintiera más. ¡Y vaya si la sentía!.

La acabada fue apoteótica. Estuvo disparando chorros de leche en mis entrañas un tiempazo. Cuando me la sacó, hizo algo que realmente me encanto: me dio un besito muy cerquita de donde había estado de visita su poronga y con todo admonitorio le dijo, como si se tratara de una persona: “Bueno, bueno, ahora a portarse bien, nada de pedir milagros que ya ha comido bastante; espere a que yo cene y después le doy el postre”. Me tome de lo que dijo para observarle…

-         Qué seguro que estás…

-         Seguro, ¿de qué?

-      Seguro de que vas a cenar… Yo estoy a dieta así que hoy no cocino…

-      No importa, cocino yo…

-      Y, ¿qué pensas cocinar?...

-      No sé, algo sencillito y como usted se puso a dieta, eliminaré el postre para no tentarlo… (esto último lo remarcó bien para dar a entender que a él no había que correrlo con la vaina)…

-      Un poquito puedo probar –dije para chucearlo…

-      No, no, no, no, no… Nada… Si prueba un poquito, va a querer otro poquito y otro y otro, y al final se lo va a querer comer todo porque está muy rico, porque tiene muchas ganas, por pitos, por flautas y eso está muy mal para alguien que está a régimen… A la dieta hay que cumplirla y yo lo voy a ayudar no le voy a poner nada por delante ni por detrás para que no se tiente…

La verdad el vasquito era más rápido que los frailes y mucho mas ocurrente que yo…Me estaba dando mucho gusto estar con él… Al final decidimos bajar a comprar unas vituallas para cocinar… Para que no se vistiera con las pilchas de la colimba, le presté un pantalón mío y le regalé una remera que tenía comprada para regalarle a un ahijado al que le gustan los colorinches…. Esta…

fotografía muestra lo bien que se lo vía. Mientras hacíamos las compras, el dueño del autoservicio, al que conocía hacía mucho tiempo, se me cruzo entre las góndolas y me preguntó “de dónde sacaste este bombón”…

-         De dónde va a ser: de la bombonería…

-         Qué guacho puto que sos, mira lo que te comés…

-         Si la envidia fuera tiña, cuantos tiñosos habría…

-         Seguro, sos para envidiar…

Carlos no se anotició de este cruce… El estaba en lo suyo, comprando para hacer la comida: carne cebollada y una ensalada de papa y huevo… El chico sabía cocinar y cocinó. Yo lo ayudé un poquito, pero muy poquito y más que nada para ir limpiado a medida que él hacía las cosas. Sabía cocinar porque el padre y la madre trabajaban a la par en la ferretería y él tuvo que aprender a la fuerza para ayudar en algo. Unico hijo.

Debo ser honesto y decir que jamás me hubiera imaginado que me resultaría tan entretenida la visita de Carlos. El vasquito era un dechado de virtudes. Además tenía gracia, ocurrencia, conocimientos. Cenamos y, después de cenar, miramos televisión muy repantigados en el sillón Chesterfield. Fue ocasión para que el chico se diera el gusto de franelearme un rato. Si, ni bien nos sentamos a mirar una entrega de la serie “La Isla de la Fantasía” (me acuerdo no porque tenga una memoria colosal, sino porque era lo único que yo miraba en TV en ese entonces, a más de algún noticiero), se me pegó al ladito mío y me agarró por los hombros.

-      ¿Sabe una cosa, Eduardo?... Usted me transmite algo…

-      Ah, si, y ¿qué te transmito, el partido Racing -Independiente?...

-      No, en serio, usted me transmite algo…

-      Si no hablás más claro, no te entendiendo lo que me querés decir…

-      No sé cómo se lo puedo explicar… A mí me ocurre que yo siento que algunas personas me transmiten algo, así como ondas y yo las siento. Mi viejo, mi vieja, mi abuela me transmiten permanentemente algo; la naifa que despache no me transmitía un soto. Algunos amigos me transmiten ondas, otros no. Gente que conozco también. No siempre las ondas son buenas. Las buenas ondas siento como que me hacen sentir bien, me alientan, me dan ánimo. Las malas no; las malas me ponen para la mierda. Por eso le digo que usted me transmite algo y más cuando estamos cerca; lo siento con mayor intensidad…

-      ¿Te transmito ondas?…

-      Si…

-      ¿Buenas o malas?...

-      Buenas, buenas… Desde la primera vez que estuve con usted lo sentí; sentí que me tiraba buenas ondas… Por eso cuando me dijo de venir al departamento: acepté… No muy convencido, es cierto; pero, acepté… Después se me armó el lío en la cabeza, no sabía qué pensar y pasó lo que pasó… Con lo de la cadena la tortilla se dio vuelta totalmente, volví a tratarlo y empecé de vuelta a captar las ondas que  usted me transmite…

-      Yo te puedo asegurar que jamás pensé en transmitirte nada a través de ondas o cosas parecidas… Pienso en vos, eso si y siempre que pienso es para bien… A mí no me sale pensar para mal… Inclusive cuando alguien me hace algo malo, lo que hago en alejarme y olvidarlo; no me tomo venganza, ni revancha, ni nada de esas cosas… Allá quien sea con su conciencia… Es probable que cuando pienso en vos, mi organismo este cargado de una energía que emite ondas; ondas que empiezan a viajar por el espacio cargadas, de algún modo, con lo que pienso o siento… No lo sé… Lo que si se es que el hombre está en pañales respecto al conocimiento científico de estos fenómenos y que van a pasar muchos siglos antes de no veamos las cosas como actos de brujería, o de magia, sino como fenómenos físico completamente naturales…

-      Las ondas que usted me transmite hacen que yo actúe con usted como actúo…

A todo esto, el soldadito que, como dije antes, se había pegado a mí, pasando su brazo por sobre mis hombros, escurrió su mano entre mi bata y libidinosamente la dejaba recorrer la geografía de una de mis tetillas…

-      ¿Así que tus actos para conmigo son el resultado de las ondas que yo te transmito?...

-         Si…

-      O sea que, de algún modo, yo te estaría sugiriendo lo que tenés que hacer…

-      Entiendo que si…

-      ¡Mirá vos!... Y, ¿se puede saber cuál es la onda que te  indica que me pellizques la teta izquierda?...

-       Ninguna, eso lo hago porque a usted le gusta y por otra razón más…

-      ¿Qué razón?...

-      Otra razón…

-      ¿Qué pasa, no me podés decir cuál es esa otra razón?...

-      Y,…  por el momento, no, porque quiero estar seguro…

-      ¡Cuánto misterio!...

-      Pronto lo voy a resolver…

-      ¿No querés que te ayude?...

-      No, tengo que resolverlo yo solo… En una de esas, usted me va a ayudar si darse cuenta…

-      Sin darme cuenta, ¿cómo?...

-      Si se lo digo no tiene gracia…

-      Me estás picando con el bichito de la curiosidad…

-      Si quiere lo pico con otro bichito…

-      ¿Es muy chiquito?...

-      Chiquito, chiquito: no es; pero tampoco es para decir ¡wau qué fenómeno!... Se defiende…

-      ¿Se lo puede tocar?...

-      Cómo no, deme la mano…

Estaba cantado, le dí la mano y me la llevó sobre su bulto que era más bulto que nunca… No me quedó más remedio que agarrársela y empezar a trabajarla un poquito. Justo lo que él quería y a mí me gustaba. Al toque sentí que mis hormonas se volvían loquitas y empezaban a promover la guerra con un belicismo inaudito…

La Isla de la Fantasía se fue al carajo y sin más trámite nos trenzamos a franelear “comme il faut”, con alma y vida… En un punto, el vasquito me susurró…

-      Vamos a la cama así le hago tragar bien la bala, a usted que no le gusta…

Fuimos a la cama y como cuadra a un buen soldado que quiere pelear en serio: el vasco se puso en pelotas y yo, para imitarlo, hice otro tanto. Inmediatamente después de entrados al campo de batalla me apliqué con toda la euforia de que soy capaz a la tarea de acondicionarle adecuadamente la munición gruesa, cosa de que pudiera lucirse con su bala. En ese sentido, sin jactancia, debo decir que le convertí la bala en un misil intercontinental… ¿Con ojiva nuclear?... No, con ojiva paculear…

El vasquito era  un macho absoluto… La cepillada oral que le mandé su poronga lo puso con una fiera… Sin muchas contemplaciones me hizo poner en cuatro y me la mando a guardar… Con todo, fue muy delicado… Cuidadosamente me la enterró hasta las bolas y recién cuando se cercioro de que la tenía metida bien adentro y de que la aguantaba sin problemas, me empezó a sacudir con el macheteo como él sabía hacerlo: a lo campeón. Ahí el que empezó a volar fui yo. El vaivén de su pija, terriblemente al palo, dentro de mi orto me generaba las mas desesperantes sensaciones. Todo cuanto se pueda decir del placer que me hacía experimentar es poco. Lo que si se es que tuve una cadena de orgasmos prostáticos que me hicieron enloquecer de placer… No les cuento lo que gozaba el colimba… Sentirlo gozar y decir lo que me decía le metía más fuego al tremendo polvo que me estaba echando… La autenticidad de su entusiasmo me causaba más deleite… Cuando acabó, literalmente, me dejó partido el ojete… No mucho, pero me hizo salir un poquito de sangre, que no fue una hemorragia y estuvo muy lejos de serlo, sino la prueba acabada de que me abrió el orto al máximo. Eso explica que haya gozado tanto y que, con el ojete partido y todo, me dejó más feliz que un queso.

Después, cada uno por su lado, nos proporcionamos los correspondientes cuidados de aseo. Carlos se volvió a duchar y yo una recorridita general, con acento en el caño de escape. Como fui el primero en desocuparme, me dediqué a preparar té para los dos, aromatizado con Gin. Nos sentamos a paladearlo en el Chesterfield. Fue entonces cuando me dijo…

-         Tenía razón en lo que me dijo Rimoldi…

-         ¿Quién es Rimoldi?...

-         El psicólogo que está haciendo la colimba conmigo…

-         Ah, y, ¿qué te dijo?...

-      No, resulta que yo le conté que había estado con usted… Me preguntó si habíamos hecho algo… Le dije que si… Entonces, quiso saber cómo me había ido, si había tenido problemas… Le conté que no había tenido ningún problema, que me había ido muy bien, que creía que lo había dejado contento a usted… En ese punto, me pregunto si yo había disfrutado de lo que hicimos y le dije que sí… Ahí fue más a fondo y quiso saber si yo había gozado poco o había gozado mucho… Le expliqué que yo había gozado muy bien, que quedé muy satisfecho…

-      Y, ¿para qué quería saber tanto?...

-      Espere, espere… Después que yo le contesté todo lo que él me preguntó, me dijo que es un error suponer que un hombre solo se puede sentir atraído naturalmente por una mujer. Esto ocurre solo cuando el objetivo es procrear. Cuando el objetivo no es procrear, un hombre puede sentirse atraído naturalmente por otro hombre cuyo comportamiento es el de una hembra; es decir: le gusta recibir. Me dijo que en un tiempo remoto, esto era así en casi todas las sociedades. Los hombres se juntaban con mujeres para procrear  y también lo hacían mujeres y otros hombres con la finalidad de desarrollar la totalidad de sus potencialidades. También había uniones entre mujeres. Los objetivos existenciales del hombre más allá de la reproducción. Si un hombre macho logra sobreponerse a los actuales prejuicios y la presiones de la sociedad, puede llegar a tener excelentes relaciones sexuales con otro hombre que prefiera ser penetrado. Cuando usted me preguntó hoy que onda era la que me ordenaba pellizcarle la teta izquierda, yo le dije que lo hacía porque a usted le gustaba y también por otra razón que no quise revelarle porque, antes, quería comprobar lo que me dijo Rimoldi…

-      ¿Qué querías comprobar?...

-      Si usted efectivamente me calentaba…

-      Y, ¿a qué conclusión llegaste?...

-      Lo que le dije a usted, que Rimoldi tenía razón… Estoy con usted y me caliento como si estuviera con una mina… Una mina que me guste, no cualquier mina…

-      En serio me lo decís o me estás tomando el pelo…

-      En serio, se lo estoy diciendo en serio, créame… Vio cuando le estaba pellizcando la tetita; bueno, enseguida empecé a sentir que me calentaba y vio como estaba cuando me tocó la verga: al repalo… Usted me calentaba… No sé qué pasa, pero usted me hace sentir muy bien… Me siento otro, más libre, más yo, más contento.. Siento que no tengo que cuidarme de nada… Con usted todo está bien… Puedo hacer lo que se me ocurra… Me acompaña en todo… Cuando le pedí que se acomodara para ponérsela, estaba que explotaba; lo único que quería era estar adentro suyo… Le juro que solo una vez cogí tan bien como recién… Fue con una piba a la que vi una sola vez… Con la última que tuve jamás llegué a calentarme tanto… Cogía, si; pero tipo maquinita…

Después de todas esas revelaciones, nos fuimos a la cama a dormir… No estábamos para otra cosa… Al menos yo… Hicimos cucharita y el vasquito me siguió hablando… Me decía que yo le gustaba mucho, que quería seguir viniendo al departamento y estar conmigo… Como la cosa amenazaba no tener fin, le propuse que nos durmiéramos y la continuáramos al día siguiente (que ya había empezado). Acepto y se durmió en un santiamén. El también estaba fusilado. A mí me costó dormirme porque no estaba acostumbrado a hacer cucharita. Cuando comprobé que el ñato estaba bien dormidito, me le escurrí de entre los brazos y pude estirarme a gusto. Para eso servía…

Mi imponente cama de bronce de un metro sesenta de ancho; para que dos amantes extenuados pudiesen dormir a sus anchas… Aunque debo aclarar que el soldadito estaba extenuado, pero no tanto… De ex profeso lo toque y pude comprobar que, dormidito y todo como estaba, tenía un palo de aquellos. Sus dieciocho años se lucían.

Al día siguiente, como de costumbre me desperté y me levanté. En aquel entonces no tenía ni PC, ni notebook, ni tablet… de haberlas tenido otra hubiera sido mi conducta. Lo que hice en aquella ocasión fue ir a la cocina, levantar un poco la cortina de enrollar y mirar “el paisaje”; techos, la calle de uno de los costados del edificio, edificios lejanos y un cielo muy despejado… Al pie de la ventana hay una mesa rebatible: la extendí. Encendí la radio, me preparé el té y me reconcentré en mis meditaciones. Debo aclarar que antes de todo había pasado por el baño para las operaciones rutinarias de higiene. No sea cosa de que alguien piense que desayuno antes de lavarme la cara. No tendría nada de malo, pero yo siempre dije que lo primero es lo primero.

Mis reflexiones de esa mañana estuvieron centradas en todas las cosas que me había dicho el vasquito durante la víspera. Evidentemente, el chico no era uno de esos muchachos que no piensan. Tiraba más bien a ser muy  lúcido. Y no dejaba de tener razón en todo lo que analizaba. Otro, quizás, en mi lugar hubiera dado rienda suelta a las ganas, los deseos, las ilusiones, las fantasias que los hombres como yo solíamos tener, sin computar que nuestra ocasional satisfacción podía devenir en algo perjudicial para el chico. Un chico que, por su nobleza, no merecía padecer sufrimiento alguno por culpa o descuido de otro. A Carlos podía resultarle muy grato estar conmigo y gozar mucho cuando teníamos sexo. Tanto o más que lo que podía gozar haciéndolo con mujeres. Todo lo que se quiera; pero un poco de sensatez hacía ver que yo no era negocio para él y que mi deber era ser cuidadoso en lo que hacía y en lo que aceptaba, para no meter la pata. Mi deber era traerlo a la realidad al vasquito, que podía tener toda la razón del mundo en su especulaciones, pero una cosa es la sana teoría y otra cosa la práctica, lo concreto, el espacio de lo cotidiano, donde la razón no tiene tanto imperio. Trataría de traerlo a la realidad lo más suavemente que me fuera  posible.

Como el candidato seguía durmiendo a pata suelta; aproveché la volada para salir a hacer unas compras en las inmediaciones. En el departamento siempre había provisiones de reserva, pero no para llenarle el buche a dos personas por mucho tiempo y lo que yo había sacado en conclusión era que el vasquito tenía intención de quedarse hasta que debiera volver al Regimiento. Cuando regresé el gaucho seguía dormitando. Acondicioné las vituallas y, como ya se habían hecho las diez y media, decidí despertarlo… Estaba durmiendo boca arriba y con las manos cruzadas sobre el pecho como un muerto. Iba a tocarlo para que se despertase, pero me contuve. Aproveché la situación para contemplarlo a mis anchas. No sé por qué se me dio por sospechar que no estaba dormido, sino que se hacía el dormido. Muerto no estaba porque respiraba; pero si demasiado quietito. Me puse a hablar en voz alta, pero no muy alta. Si no estaba dormido me tenía que escuchar… “No lo voy a despertar, está tan dormidito… Además, tengo miedo de que crea que lo despierto porque quiero sexo… No, no quiero que se esfuerce… A ver si se enferma… Se deshace por demostrar que no le cuesta nada, pero yo se que si se echa dos polvos seguidos: queda palmado”… Mientras discurseaba a su lado lo bichaba para ver si reaccionaba… Evidentemente hacía un esfuerzo para no reírse… Estaba tan dormido como yo… Seguí… “Le voy a preparar una comidita bien nutritiva para que recupere las fuerzas que perdió ayer.. En una de esas, esta noche se siente más fuerte y me entretiene un poco con su escarbadientes”… Esa fue la gota que rebasó el vaso… Como un látigo disparó un brazo, me agarró y me tironeó hacia él… Caí bruscamente a un costado…

-      Así que escarbadientes… Ayer era un misil y hoy es un escarbadientes…

-      No sé de qué hablás…

-      De lo que me dijo recién…

-      Yo no te dije nada… Qué te voy a decir, si vos estabas dormido…

-      Estaba dormido, pero lo oí todo…

-      El nene oye dormido, el nene oye dormido…

A todo esto, yo trataba de zafar de sus garras y él hacía uso de todas sus fuerzas y todos sus recursos y sus dieciocho ágiles años… Librábamos una batalla de lucha libre, donde el vasquito llevaba todas las de ganar y un poco lo ayudaba yo que no le hacía demasiada resistencia… Una joda total… En un momento dado, yo quedé boca arriba, él sentado encima sujetándome los brazos e inhibiéndome completamente para efectuar toda maniobra… Desde su posición dominante me inquirió:

-         ¿Qué tiene que decir del escarbadientes?...

-      ¿Yo?... Nada… En todo caso quien podría decir algo es un hipopótamo… A él 18 cm por 5 le deben quedar muy chiquitos…

-      Y, ¿a usted cómo le quedan?...

-      ¿A mí?

-      Si, a usted…

-      En realidad, si tengo que decir la verdad, la verdad verdadera,  necesitaría probar un poco más para formarme una opinión bien fundamentada…

-      No hay problema, sáquese la ropita y le hago probar todo lo que necesite para no hablar al pedo…

-      Ah, no… Si vamos a empezar con agresiones, no me saco nada…

-      Tampoco es problema, se la saco yo…

-      Así es otra cosa… Puede proceder cuando guste…

El muy careta me adivinó el pensamiento, ya que yo pensaba fugarme cuando me soltara para encargarse de desvestirme… Categóricamente me dijo…

-      No se le ocurra hacer ninguna manganeta cuando lo suelte, porque entonces no voy a responder de mi; voy a ser capaz de cualquier cosa…

-      ¿Me vas a pegar?...

-      Pegar, precisamente, no… Yo a las buenas personas no les pego…

-         Ah, no… ¿qué les haces?...

-         Les rompo el culo…

-      Haberlo dicho antes… Desvístame cuando quiera, caballero…

-      Pensándolo bien, mejor va a ser que desayune primero y después le cepillo… la dentadura…

No pude menos que reírme con ganas, con muchísimas ganas… El vasquito se movía como pez en el agua… No se dejaba atrapar por ninguna de mis estratagemas… Era justo para mi… Salimos de la cama sin hacer nada por el momento… El fue al baño y yo a la cocina a prepararle los elementos para que tomara sus matecitos… No lo secundé en eso porque preferí aplicarme a cocinar. Eran ya más de las once de la mañana… Así, mientras yo picaba cebolla y preparaba la salsa que acompañaría los ravioles que había comprado, el niño jeteaba con el mate… Y como estábamos juntos en la cocina: conversábamos… El vasquito me preguntaba…

-      ¿Usted siempre, siempre tiene ese humor y esas ganas de joder?...

-      No, cuando duermo se me van las ganas y me vuelven cuando despierto…

-      Se nota que no tiene cura…

-      Efectivamente, por eso quiero conseguir un seminarista que me sacuda el badajo…

-      Si es por eso el badajo se lo puedo sacudir yo…

-      Mas que un soldado, vos sos un boy scout: siempre listo…

-      Y, ¿quiere o no quiere?...

-      ¿Si quiero qué?

-      Que le sacuda el badajo que no sé lo que es, pero me lo imagino…

-      Seguro que te lo imaginas bien…

-      ¿Qué es?

-      El pendorcho que tienen las colgando las campanas y que cuando se lo sacude las golpea las hace  sonar…

-      Estaba clavado… Bueno, ¿qué me dice?...

-      ¿Qué te digo de qué?...

-      Si quiere que le haga sonar la campanita…

-      Viste que al final me das la razón…

-       ¿Razón en qué?

-      Me decis que me querés hacer sonar la campanita… Bueno, para hacer sonar una campanita qué se necesita: un badajito… Quiere decir que lo que vos tenés es un badajito, no un badajo… Tenés un escarbadientes…

-      Si, tengo un escarbadientes… Puede quedarse tranquilo y, por las dudas, respire hondo…

-      Sos un crápula…

-      Si, soy un crápula; pero decídase y dígame si quiere o no que le haga sonar la campanita…

-      Si, quiero… A siesta, después que hagamos la digestión, te doy permiso para que me sacudas tu badajo…

Una rato después de este diálogo tan fructífero, almorzamos. Yo no comí mucho… En ese tiempo la comida no me atraía como ahora… Comía en forma moderada  y procurando observar una dieta equilibrada… Por otra parte gastaba todas las energías que ingería y me mantenía en los 68 kilos… En cambio, el que les dije se despachó hasta el último raviol… Comió más que una lima nueva… Antes de que yo terminara de limpiar la cocina se metió en la cama a mirar televisión. Un buen rato después me acosté yo con ganas de siestear… En ese entonces, los televisores era en blanco y negro y el control remoto no se conocía… Tuvo que salir de la cama para bajar el volumen y dejarme dormir… Y yo me dormí como suelo hacerlo cuando estoy completamente distendido: en un abrir y cerrar de ojos… Paso de la vigilia al sueño en un segundo o, tal vez, menos… Me desenchufo… No tengo registrado la hora que era… De lo que si me acuerdo bien es que a las tres y media de la tarde, el soldadito que tenía a mi derecha inicio su ofensiva “pro despertar”… Se apiló detrás de mí, bien pegadito, y me empezó a meter el dedo en la oreja como un moscardón mal educado… “Tocamos la campana –me decía-. Tengo el badajo preparado”. Como yo a mi turno, pescó que me hacía el dormido y siguió hablándome como si no se hubiese dado cuenta… “Si no se despierta, se la pongo igual; total es tan chiquita que no la va a sentir. Esas son las ventajas de tener un escarbadientes”…. Yo no sabía como hacer para no reírme… Dejó de hurguetearme la oreja con los dedos y pasó a hacerlo con la lengua… Oía y sentía su respiración… Me abrazó… La situación se tornaba insostenible para mi… Me di vuelta para sacármelo de encima… Quedé boca arriba, mi medir las consecuencias de estar así… Hábilmente cubrió con su cuerpo mi cuerpo y me inmovilizó, limitando con sus brazos mis brazos… Quedé a su merced… Abrí los ojos… No era mucho lo que podía ver porque la luz en el cuarto era apenas una penumbra y la puerta de la cocina estaba cerrada… No obstante le podía ver perfectamente la cara… Me miraba con ojos de depravado, sin decirme nada… Solo mantenía entreabierta la boca y su lengua que apenas se asomaba iba provocativamente de una comisura a otra de sus labios, como invitando a la lascivia… Entonces yo tuve la feliz idea de abrir mi boquita como si quisiera comerme algo… El vasquito demostró que, si su lengua no era protráctil como la de los sapos, por ahí andaba, ya que con la velocidad de un rayo logró introducirla en mi boca y de ipso facto se hizo dueño de toda ella para regalarme uno de los besos que más hermosos que recuerdo… El chico era un macho con todas las letras y, evidentemente, estaba caliente, particularmente caliente conmigo y me lo certificaba a través de ese beso que tocaba todos mis puntos sensibles … Lo hizo tan bien que logró despertar en mi un único deseo, absoluto y dominante: quería que me penetrara y me penetró, quería que me hiciera sentir todo eso confuso y misterioso que me hace sentir profundamente, íntimamente feliz. Eso que me confronta con mi verdadero Yo. El yo al que no puedo renunciar, ni puedo doblegar por más que quiera. Mi entrega fue total. Me di a él y lo seguí en todo lo que el vasquito propuso. Quizás, por eso, yo sentí además de sus vibraciones de macho, la gratitud de un hombre que se sentía vivamente complacido.

Cuando se desataba, Carlos era la impetuosidad personificada. Si digo que me cogió: miento, porque lo que hizo en mi y de mi fue una verdadera demolición. Cada uno de sus pijazos eran verdaderos golpes de piqueta. Como suele decirse: me daba sin asco. Eso que un despistado podía confundir con un acto de tortura, yo lo percibía como el anhelo supremo de hacerme feliz. ¡Y vaya si lo lograba!... Me hizo experimentar 7x10 1.048.369 orgasmos y casi acabamos juntos. ¡Quedé muerto!. ¿Él?. Le faltaba la mortaja. Muerto y hecho sopa. Cómo habrá sido, que me levanté primero y fui a prepararle la ducha.

Mientras él trataba de resucitar bajo la ducha, yo, que vivía un estado de contentura interior con pocos precedentes en mi vida sexual, me apliqué a preparar la merienda. Por la mañana había comprado unas menudencias en la panadería Monserrat y sabía que con eso lo iba a derretir porque era lo goloso. La merienda fue también otro momento memorable. Sin ninguna reserva me confesó que su deseo era pasar las salidas del cuartel conmigo. Mi respuesta no se hizo esperar.

-      Estás en pedo… Entiendo que te guste venir aquí; pero, no podés dejar a un lado a tu familia, a tus amigos, a lo tuyo de siempre… No quiero poner límites, no es mi costumbre, espero que con buen criterio te los impongas vos mismo… ¿No te parece que es lo más correcto?...

-      Si… Lo que quiero es que me ayude a organizar el tiempo que tenga libre…

-      Como no… Yo te voy a ayudar…

Esta reacción suya, tan compresiva, me dio esperanzas acerca de cómo habría de evolucionar nuestra relación, que era muy linda, muy ardiente; pero, por fuerza debía tener vencimiento… Yo siempre fui muy sensato y no me formé nunca locas ilusiones. El vasquito todavía no había cumplido los 19 años y yo en un par de meses tendría 39. Me mantenía muy bien, pero en poco tiempo más mis acciones comenzarían a caer en tanto que las suyas comenzarían a dar los máximos dividendos. Había que ser realistas.

En tren de organizar las cosas, llegamos a la conclusión de que, si a él le daban franco los días viernes, después de almorzar, lo conveniente sería que del regimiento se viniera para el departamento, donde yo lo estaría esperando. Estaríamos juntos hasta el atardecer y entonces yo lo llevaría a la Estación para que partiera hacia Munro. Algún fin de semana, no más de uno por mes, se quedaría hasta el sábado para que nuestros encuentros no fueran siempre tan breves. Y así hicimos. En abril de 1979 comencé a tener los viernes mas fogosos de mi vida. El vasquito llegaba siempre recontracargado. Su cumpleaños cayó un viernes, el 24 de agosto…

Lo esperé con el regalito sobre la cama. Cuando lo abrió se puso loco de contento. Era justo que lo que quería: una campera de cuero repaqueta que le quedaba pintada. Con el cuento de las proporciones canónicas, yo lo había medido y sabía cuál era su ancho de espalda, largo de mangas , contorno de pecho y largo de talle… En la calle de las camperas de Buenos Aires, di con un boliche excelente y encontré lo que buscaba. El tema pasó a ser cómo explicar el origen en su casa, porque no se trataba de algo baratito. Mi idea fue: “no explicar nada”. Si nadie te pregunta, no decís nada y si te preguntan, después de cargar a quien te pregunte por su curiosidad, puntualizas sin mayores detalles que “te la regaló una chica con la que te estás viendo en La Plata” y punto. Si alguien insiste, decir que “hasta que el asunto no esté un poco más firme, preferís no hablar para no quemarlo”. En cualquier momento, a la chica se la hace salir de escena y la campera queda como recuerdo. Le pareció estupendo y lo puso en práctica con excelente resultado.

La fotografía que colgué luciendo la camperita muestra que el chico tenía su pinta y más si se apunta que solo contaba 19 añitos. El día de su cumpleaños me dijo algo revelador de que no era uno de esos muchachos a los que se les pasa un elefante rosa con lunares verdes por delante de la nariz y no lo ven. A Carlos no se le pasaba casi nada, por no decir nada, ni siquiera cosas que no están muy a la vista. A mí, más que decirme, me reprochó que no fuera constante. ¿Qué era eso de no ser constante?. Según el vasquito, algunas veces yo lo buscaba, lo estimulaba, lo provocaba, lo excitaba, lo ponía a mil, etc., etc., y otras veces me mantenía distante, no tomaba ninguna iniciativa, como si él hubiese dejado de interesarme y que ese distanciamiento a él le hacía mal porque lo dejaba mal parado y no sabía bien para que lado patear… Tenía razón… Yo soy cambiante; pero, no cambio porque hoy piense una cosa y mañana otra… Pensar, siempre pienso lo mismo y ser, siempre soy lo mismo, con la lógica evolución que pueden tener el ser y el pensar en cualquier persona. Solo que, en determinadas circunstancias me inhibo, me freno, me contengo por temor a hacer algo indebido que moleste al otro. Entonces, doy la impresión de que he cambiado.

Esto se lo expliqué al vasquito y no me entendía. Es que hay cosas que uno tiene que vivirlas para darse cuenta de lo que son y del peso que tienen. De lo contrario son abstracciones difíciles de entender. Hay personas, la mayoría, que pueden actuar tal cual son porque la sociedad no le señala ni le reprocha nada. Otras, no hemos tenido esa suerte y por ese motivo nos vemos obligados a no exteriorizar completamente nuestros sentimientos, nuestros deseos, nuestras necesidades. Una parte de nosotros permanece siempre oculta por vergüenza, aunque no tenga nada vergonzante, para no entrar en conflictos ni molestar a nadie. En determinadas situaciones, podemos mostrarnos tal cual somos porque tenemos la certeza de que no seremos reprobados. Claro que esa certeza no es robusta, firme, segura como la de quienes siempre proceden de una única forma; tira más a ser enclenque, dubitativa, excesivamente cuidadosa, como quien dice, “para no hacer macanas”. Porque cuando alguien como yo se manda “una macana” la reacción que provoca suele no guardar arreglo ni proporcionalidad con la dimensión de esa macana y, mucho menos, con su intencionalidad. ¿Qué podía saber el vasquito de todo esto?. Nada o muy, pero muy poco. El vivía en el mundo de los enteramente aceptado. Yo, en el de los parcialmente aceptado y si no era rechazado de plano y totalmente no era por falta de ganas, sino porque poseo algunos bienes y valores que sería de locos arrojar a la basura.

Yo sabía que el vasco no andaba en ninguna especulación; pero, de todos modos me cuidaba porque sé que hay cosas que la gente hace no por voluntaria determinación, sino por costumbre, por esas costumbres que el medio nos inculca e impone sin que no demos cuenta. Para evitar situaciones ingratas, yo me cuidaba. Pero, el cuidarme significaba que él no recibiera lo natural que hay en mí y que, a estar por su reproche, no le resultaba desagradable.

Cuando más o menos le hice entender mi postura y la razón de esa aparente discontinuidad en mi forma de ser y de actuar, permaneció callado un buen rato procesando la información que yo le había proporcionado… Al final me disparó una pregunta: “¿qué puedo hacer yo para que usted no se frene?”… No tenía una respuesta cuerda para ese interrogante; de ahí que opté por una humorada: “darme con un palo por la cabeza”… Rapidísimo, aprovechó el pie que sin querer le di y acotó: “no, de ninguna manera, si tengo un palo prefiero dárselo en otro lugar más calentito”… “Jamás te perdés, vasquito”… “Y cómo me voy a perder si usted es un faro que no deja de orientarme”… “Algún día me voy a apagar”… “Y permanecerá encendido en mi recuerdo”…

En hecho de haber terminado riéndonos después del reproche y de que hubiéramos intercambiado algunas flores en el epílogo, creó el ambiente propicio para que Carlos me dijera algo que se grabó en mi mente y en mi corazón: “conmigo, Eduardo, no se tiene que inhibir nunca, ya aprendí a conocerlo y a reconocer sus principios”… Fue por esta recomendación que yo comencé a observar con el vasquito una conducta que nunca antes había observado con ninguno de los hombres que hasta ese momento había conocido… En síntesis lo que hice fue no frenarme cuando, por ahí, tenía ganas de darle un beso o de acariciarlo o de decirle alguna cosa que ponía en evidencia mis sentimientos por él… El proceder así fue un acierto extraordinario, porque de a poquitito se fue haciendo evidente que nuestra relación sería eterna en el recuerdo y perentoria en el tiempo. Al vasquito lo esperaba un futuro que yo no debía entorpecer. Un futuro que él estaba dispuesto a resignar y yo estaba decidido a garantizar… La pedagogía de las muchas noches de amor y los muchos días de amistad que tuvimos fue corriendo el velo que encubría nuestra realidad para mostrarnos que nuestra historia era la historia de una cadenita de la suerte, capaz de unir lo que ninguna otra cadena sería capaz de sujetar. Asi es la vida.