Cadena de Plata
Un dibujo, una exposición, una madre increíblemente sexy y una adolescente de pelo azul...
Me siento un poco responsable. Yo le apunté a clases de dibujo en cuanto vi el talento que tenía. Apenas había cumplido los doce y ya centraba su inspiración en las heroínas de los comics. Era capaz de dibujar a Spiderman o a Thor con todo lujo de detalles, pero prefería recorrer con sus lápices las curvas de Scarlett Witch o Red Sonja. Me parecía lo más lógico a su edad, y nunca le mencioné a su padre las revistas de Hentai (cómic japonés. Muy porno) que encontraba siempre entre sus últimas adquisiciones al limpiarle la habitación. No sé si habría compartido con Luis aquella actitud intolerante (a mi marido las capacidades artísticas de Javi le parecían una etapa que este acabaría superando al llegar a la madurez) de haber sido su madre biológica. Aprovecho para mencionar que esta es aún más cerrada que Luis, y que dudo mucho que hubiera respetado la creatividad de Javi. Me la imagino llevándole a terapia a causa de unos dibujos, que a mí, por si no lo he mencionado, me encantan.
No me enseñaba todo lo que hacía, reservándose lo más explícito para foros de dibujo erótico en internet. Fue a través de uno de estos espacios virtuales cuando a los dieciocho (era la edad mínima para participar) recibió una invitación para exponer en una sala de Barcelona. Me lo dijo de inmediato, muy ilusionado, pero cuando le pregunté si me enseñaba la ilustración, se sonrojó como nunca antes y me respondió que le daba un poco de vergüenza. Lo entendí, una cosa era compartir ese tipo de material con desconocidos en la red y otra enseñárselo a la mujer que te ha criado desde que tenías nueve años. Era a mí y no a Gloria (a la que apenas veía) a quien llamaba “Mamá”. Mi nombre es Diana y cuando me casé con Luis sólo tenía veintisiete años, lo que contribuyó (amén de mi apoyo a su naturaleza artística) a la complicidad que tenemos. Luis, para colmo, es de ideas conservadoras y siempre ha visto en la sensibilidad e inteligencia de Javi una prueba de tendencias homosexuales, a pesar de su éxito con las chicas. No hay más ciego que el que no quiere ver, y entre las cosas que ese ciego se estaba perdiendo estaba la atracción cada vez más fuerte que yo sentía por su hijo. Es muy difícil para una mujer desatendida no desear a un chico guapo que te trata como a una reina. Pero volvamos a la exposición: yo me moría de ganas de ver su debut, y como Luis no estaba por la labor de pagarle el viaje, tomé la iniciativa y le compré dos billetes. Recibió el regalo con una mezcla de ilusión (por poder ir) y rubor (por tener que ir conmigo a una muestra de, nada menos, que arte erótico). Estaba adorable. Por último, pero no menos importante, un plan bastante descarado (para mí, ellos no sospechaban nada) se fraguaba en mi mente, más como una posibilidad remota que como algo tangible. Un plan que incluía una cama de matrimonio en la habitación de hotel que compartiríamos y un conjunto de lencería recién comprado y escondido debajo de un recatado pijama en la maleta de fin de semana que preparé delante de mi marido. Soñar es gratis y a mí me encanta. No fue hasta llegar al hotel que me di cuenta del error que había cometido. Con un hilo de voz, mentí a Javi (no sé mentir) contándole que al reservar la habitación me habían dicho que no les quedaban con camas individuales. Por suerte, él estaba tan azorado por tener que compartirla que no sospechó que fuera un ardid mío. Mientras se marchaba a la exposición (tenía que estar, junto al resto de artistas, una hora antes de la apertura) me arreglé sin prisa, y tras llorar un poco en la ducha de pura vergüenza, salí dispuesta a disfrutar del debut artístico de Javi. Me sequé y recogí la melena (rubio ceniza) en una coleta alta al estilo romano y me puse el conjunto que escondía en la maleta. Estaba impresionante con aquel sostén de Intimissimi con braguitas, liguero y medias tan negras como mis fantasías. Después vino un vestido muy corto que no me ponía desde mucho antes de casarme, hecho en terciopelo (del mismo color) y un par de botines de tacón de aguja, también negros. El último detalle fue una gargantilla del mismo material y color que el vestido y el calzado. Acentué el verde oscuro de mis ojos con eyeliner y mis labios con un carmín rosa brillante. El rubor natural hacía del todo innecesario el uso del colorete. Pedí un Uber y este me llevó al pabellón donde se celebraba el evento. Me sentía un poco fuera de lugar con ese aspecto, pero me apetecía muchísimo ir así de elegante, y las miradas de los asistentes me convencieron de que había acertado. Pregunté por Javi y me dijeron que estaba invitado a una mesa redonda que no tardaría en empezar. Varios chicos me cedieron su asiento, lo que me provocó una sonrisa de pura coquetería, y bendita fuera aquella sensación que se encargó de borrar del todo el malestar que había sentido en el hotel. Entre los ponentes había un ilustrador al que conocía por los libros de Javi y cuyo trabajo me gustaba mucho. Se llama Luis Royo y dibuja unas chicas bellísimas, casi siempre follando con monstruos muy bien dotados. Mencionaron a otros cuyos nombres también conocía, como Manara y (casi se me saltan las lágrimas de orgullo) Royo pidió un aplauso para una chica muy mona con gafitas y el pelo azul y para Javi, que según se decía, eran las nuevas promesas del medio. La chica, una tal Raquel Vega, le acarició el brazo a Javi mientras se sentaba a su lado. Me pareció que hacían muy buena pareja, dejando aparte la pequeña punzada de celos que sentí al ver la reacción de él. Me apostaría lo que fuera a que se le puso como una rama de roble al notar aquellos dedos juveniles en su antebrazo. Para cuando dejé de darle vueltas a aquellos pensamientos (de los que sólo me sacaron las breves intervenciones de Javi) me di cuenta de que no me había enterado de casi nada. Los aplausos acabaron de sacarme del trance. Me levanté y antes de darme cuenta estaba delante de mi hijo y este me presentaba a su nueva amiga. Al parecer se conocían online y era la primera vez que se veían. Me pareció un encanto, y aquel aire despreocupado y nerd la hacía parecer aún más guapa. Javi parecía gratamente sorprendido por mi aspecto y le di las gracias cuando me dijo lo guapa que estaba. En cuanto a Raquel, me soltó:
— ¡Tú eres la chica de Cadena de Plata! Oye… ¿Posarías para mí?
Parecía entusiasmada, aunque no tenía ni idea de a qué se refería, así que le respondí que era la madre de Javi (él aún no lo había mencionado, limitándose a presentarme a Raquel) y se lo pregunté con toda mi inocencia:
— ¿Qué es eso de la cadena de plata?
Por si no hubiera abierto ya la boca de puro asombro al escuchar mi parentesco con Javi (lo que me tomé como un piropo por mi aspecto juvenil, cosa que me encantó entre tanta confusión) lo hizo aún más al ver que no conocía aquella obra. Me recordó (como si yo lo hubiera olvidado) que era el cuadro de Javi.
No supe cómo responder, y antes de darme cuenta (Raquel me guió) me vi delante del mismo. Y ahí sí que fui incapaz de pronunciar una sola palabra, porque la modelo era yo, sin ninguna duda. O más bien una versión de mí misma al estilo punk, con tatuajes (clara influencia de Luis Royo) y unos piercings colocados de la manera más estratégica. El corte de pelo se diferenciaba del mío en que la melena era más larga y rizada, y llevaba el lado izquierdo rapado. Me sorprendió lo sexy que esto resultaba, más junto a la pose sumisa. Estaba de frente al observador y de rodillas, con el pecho ofrecido hacia el mismo, como si unas ligaduras en los brazos me obligaran a arquear la espalda. Sí, sin duda los llevaba atados, se adivinaba aunque no se vieran. Por si no lo habéis deducido estaba completamente desnuda, pero nuevamente, aunque tampoco mis piernas eran visibles de rodillas hacia abajo, parecía estar sentada sobre los talones de unas botas. Que aquello resultara tan claro sin haber utilizado ninguna imagen mía como referencia daba una pista del talento y la capacidad imaginativa de Javi. La cadena del título partía de una argolla en la pared (de piedra gastada, como la de una celda medieval) y pasaba a través de un piercing tipo septum para enlazar la nariz con el pezón derecho, de ahí a través de dicho aro hasta el ombligo y de este hasta el final, el pezón izquierdo. El resultado era un rombo al que le faltaba un último tramo y visualmente era precioso. Mi expresión era de puro deleite, a pesar del riesgo de desgarro por el más mínimo movimiento. Me recordó a Historia de O, una vieja novela erótica que leí en mi adolescencia y cuya adaptación cinematográfica sólo se salvaba por la belleza de la protagonista. Lo más inquietante (aparte de la vergüenza que estaba pasando Javi, y que me provocaba unas ganas tremendas de abrazarle y tranquilizarle. De verdad que no estaba escandalizada en absoluto, sólo sorprendida) era lo deseada que me hacía sentir aquella imagen. Era un piropo en acrílico sobre papel con textura, era lo más bello que nadie había hecho por mí, casi como si en la imaginación de Javi me hubieran coronado como a una diosa. El vértigo de ver mi deseo correspondido se diluía en la embriaguez que mi ego maltrecho por nueve años de matrimonio experimentaba al contemplarme en aquel altar. Aquella esclava tenía tanto poder como el señor que la había encarcelado. Uno quería saber quién era y cuál era su historia. Uno quería adorarla, azotarla y follársela. Te dominaba.
—Me has dibujado preciosa —dije, mirando a mi hijo desde la humedad de mis pupilas conmovidas y asombradas. Y añadí, para suavizar el instante, casi forzando una risa dulce—: ¡Pero confiesa a Raquel que te lo has inventado todo!
Esta se rió conmigo (Javi también, gracias a Dios) y dijo algo sobre la licencia poética de los artistas que no llegué a escuchar bien, alternando como estaba mi mirada entre el dibujo y la expresión adorable y ruborizada de un Javi que aún no era capaz de sostenérmela. Dios, qué morbo me estaba dando todo aquello: el azoramiento de mi hijo, la admiración de Raquel, las miradas de los asistentes que también me reconocían en el dibujo… La situación me sumergió en un trance hipnótico durante el cual no pude parar de sonreír, y más cuando muchos de los recientes admiradores de Javi (más de la mitad, chicas) comenzaron a pedirnos a ambos que les firmáramos las láminas que reproducían el dibujo y que estaban a la venta en el puesto de la entrada. Tuve la lucidez de pedirle a Raquel que me trajera una para mí antes de que se agotaran e insistió en regalármela. Costaban quince euros cada una y la última que firmamos fue la de aquella chica encantadora que acabaría convirtiéndose en una gran amiga, a pesar de que nos separaban bastantes años. Durante la cena (comida italiana en un restaurante que eligió Raquel) bebimos un poco más de vino del recomendable y terminamos hablando del incesto en la ficción cinematográfica (Juego de Tronos, Blade y otras…) y en la historia. Raquel mencionó los poemas eróticos que Cristina Peri Rosi le había dedicado a su madre y no tardó en abordar la tensión sexual que veía entre Javi y yo.
—A ver —respondí divertida y acariciándole el muslo a este por debajo del mantel—. ¡No podemos hablar de incesto cuando no es mi hijo biológico!
-Ok —susurró con malicia, alternando su mirada entre ambos—. ¿Entonces dónde está el problema? Porque si estoy estorbando, me voy.
—No estorbas —susurré a mi vez con un temblor de excitación en la voz y mirándola a los ojos, grises y brillantes tras las gafas. Aquella niña (bendita sea) abrió su boca sobre la mía y me besó como no me había besado ningún hombre antes: como si masticara un pedazo de fruta sin utilizar los dientes, como si en el sabor de mi lengua se encarnara toda la sed del mundo. Sólo con imaginarme esa boca en mi coño empapé las bragas, el vestido y la tapicería de la silla.
Los hombres del restaurante miraban a Javi con una envidia que preludiaba lo que sucedería poco después, al terminar unos postres que compartimos entre risas. Javi pagó (con lo que había sacado con su porcentaje de las láminas habría dado para varias cenas como aquella) y cogimos un taxi hasta el hotel. Nos besamos y metimos mano, pero el trayecto era corto. Raquel subió primero para no levantar sospechas y nos esperó en la puerta de la habitación. Nada más entrar nos arrancamos la ropa y seguimos besándonos. Notamos el peso de Javi en el colchón y le ayudamos a quitarse la camiseta y los bóxers. Mi hijo calzaba una polla de impresión, cuya mitad no tardó en desaparecer en la boca de Raquel. Yo me acariciaba mirándolos, con la mano izquierda metida en las bragas y un pecho fuera del sostén. Javi me lo quitó del todo y me puse de rodillas para que me comiera las tetas mientras la cabecita de Raquel se elevaba y descendía cada vez más rápido. Sentí que estaba a punto de correrse y le dije:
—Llénale la boca, cariño. Quiere toda tu leche.
Javi rugió contra mis tetas y Raquel gimió al sentir su semen inundándole la garganta. Le cubrí a mi hijo la cara de besos en cuanto cayó desfallecido y no tardé en saborear lo que resbalaba de los labios de nuestra nueva amiga, que me impidió quitarme el liguero y las medias, pero me desabrochó con habilidad los cierres laterales (un detalle muy útil) de las braguitas y las arrojó lejos para que nada se interpusiera entre su vulva y la mía. Para cuando nos corrimos, casi al unísono y enloqueciendo en la primera tijera que hacía en mi vida, Javi volvía a estar listo para la acción. Nos tumbamos boca arriba, yo me recosté apoyada en el brazo de aquella chiquilla cuya mirada de miope me seducía aún más sin las gafas y ella entrelazó su pantorrilla izquierda con mi derecha. Mi pubis rubio recortado (como le gusta a mi marido) y el suyo totalmente afeitado se levantaban hacia Javi mientras le esperábamos con el culo sobre la almohada. Nos comió por turnos y por turnos nos penetró hasta que casi peleábamos entre sollozos y jadeos. Pero había suficiente polla para ambas y ambas disfrutamos.
Los gustos de todos los hombres son muy parecidos, con lo que casi leyéndonos el pensamiento y tras corrernos varias veces cada una, le brindamos a Javi el espectáculo de nuestras cabecitas juntas y nuestras bocas abiertas.
El primer chorro fue un latigazo blanco, caliente y salado que cruzó mi lengua y los párpados entrecerrados de Raquel. La segunda andanada no llegó a rozarla, porque apresé el rabo de mi hijo y le masturbé con ambas manos mientras vaciaba todo lo que aún le quedaba en los huevos en mi garganta maternal.
No dormimos mucho, pero casi al amanecer nos quedamos traspuestos y abrazados con tanta ternura como deseo habíamos derrochado durante las horas de oscuridad. Yo fui la primera en despertarme y al volver de la ducha me encontré con la sonrisa de Raquel mientras cabalgaba a Javi. Me vestí y esperé a que se ducharan tras el polvo matutino y nos despedimos en la recepción del hotel veinte minutos después. Raquel nos dijo que nos mataría si no la avisábamos de nuestro próximo viaje a Barcelona, y le prometimos que la llamaríamos. Nos despidió en la estación de autobuses y me dijo esto:
—Diana, era mi primera vez con un chico y no lo habría hecho de no ser por ti. Eres una mujer maravillosa y estás buenísima, que no se te olvide.
—Tú has sido mi primera chica. Fíjate, con casi treinta y siete.
—No aparentas ni treinta. Yo tengo dieciséis, pero me suelen echar más, ¿sabes?
Mientras luchaba con mi conciencia sin salir del asombro, sacó su lámina y me pidió (aún no lo había hecho) que se la firmara. Puse mi nombre al lado del de Javi y una dedicatoria: A Raquel, la Lolita más adorable del mundo.
Nos besamos por última vez (los tres, Javi le metió una mano bajo el jersey. Entendí que quisiera acariciar por última vez aquellos pechos tan suaves y duros, yo me arrepentí de no haberlo hecho también) y segundos después subíamos al autobús. Raquel nos despidió agitando la mano y la perdimos de vista hasta aquella misma noche, cuando Javi abrió un chat de Facebook en el que nos ponemos al día de arte, sexo, y demás delicias de la vida.
Mi hijo político nunca ha tenido que volver a imaginarme. Y no porque viera y acariciara mi cuerpo durante aquella noche mágica y semi-incestuosa que compartimos con Raquel. Ni porque hayamos seguido acostándonos, que lo hemos hecho, a veces casi delante de las narices de su padre, no.
Porque ahora, aparte de madre, tiene una modelo a la que dibujar del natural.
Benditas aquellas clases a las que le apunté.
Benditas sean, joder.