Cadena de favores-Cocina de autor

Era un plato excepcional. Solo habría que calentarlo un poco para que estuviera a punto. La jugosa salsa blanca se repartía por toda la superficie. Vaya bocado

Uno de nuestros hobbies, me refiero a mi mujer y a mí, es la cocina, nos gusta cocinar, sobre todo a mí. Y preparar platos de todo tipo, los tradicionales y los más modernos. Como no, nos gusta salir y conocer nuevos restaurantes, nuevos cocineros y probar distintas creaciones. Cuando éramos mas jóvenes, en nuestra época de novios y antes de tener los niños, nos lo montábamos en la cocina entre cacharros, platos y postres que acabábamos comiendo en nuestros cuerpos y disfrutando de una jornada gastronómica-sexual, que nos reconfortaba.

Eso ahora era agua pasada y hacía tiempo que no concertábamos ese tipo de encuentros. Y comento esto porque es el punto de partida de esta historia. Como sabéis nos trasladamos a la capital por trabajo (ver cadena de favores-el traslado) donde hicimos amistad con Pedro y Ana que nos introdujeron en el mundillo de la clase alta y utilizaron nuestra ambición para jugar con nosotros en el plano sexual. Porque para ellos era un juego donde nosotros éramos los pardillos de provincias que querían crearse un status para el que no estábamos hechos. Os recomiendo que leáis algún otro capítulo de la cadena de favores.

Aun así sabiendo que tipo de "amigos" eran, con cierta frecuencia quedábamos con ellos, quizá también llevados por el morbo de las nuevas cosas que con aprendíamos.

Dos semanas después de nuestro ardiente relación con el señor Fuji y sus amigos (ver cadena de favores-japoneses) Ana nos invito a cenar en su restaurante favorito. Era uno de los sitios de moda de la capital, con un menú degustación excelente de alto nivel culinario. Cuando me entere de la invitación me encanto poder ir allí, sabía que podría disfrutar de una buena cena y aprender algo. Pero lo mejor de todo, o tal vez, a la postre lo peor, era la intima amistad de Ana con el dueño o mejor dicho con su hermana que era a su vez la jefa de cocina.

Ana y Monica se presentaron preciosas a la cena, cada una a su estilo. Ana con un traje de gasa con trasparencias que dejaban ver el sujetador que levantaba sus tetitas. Monica, por su parte, toda de negro con un pantalón y una camisa ancha pero muy escoda que dejaba ver algo más que el canalillo.

Y de la cena que voy a contar, excelente, el menú degustación estaba acompañado de excelentes vino y un postre de frutas y chocolate pecaminoso.

La velada se alargo sin prisas, con una agradable conversación, llegando al momento picante influidos por las dos botellas de vino que habíamos bebido. Ambas parejas, estábamos relajadas, y creo habíamos olvidado, como se portaron ellos con nosotros, en otras ocasiones. Es mas, Pedro recordó el momento en que desfilamos en casa de doña Clara (ver cadena de favores-el desfile), y la enculada final que le hicieron el y su amigo a mi mujer en el vestuario. Y todos lo recordamos sin rencores entre risas. En ese momento, Ana continuo hablando de sexo, la verdad es que apetecía y a raíz de los comentarios, le pregunto a Monica.

¿Practicas con frecuencia en sexo anal?

Al principio no me gustaba mucho, pero ahora de vez en cuando me gusta que me rompan el culo.

A mí me encanta cuando mueve las nalgas para adelante y para atrás, no sé como lo hace pero tengo más roce y me vuelve loco.

El restaurante comenzó a vaciarse y hasta quedar nuestra mesa sola. Fue entonces cuando se acerco un señor alto, gordo con barba de una semana.

¡Félix! Grito Ana.

Ana, Pedro, cuánto tiempo estabais sin venir.

Solo un mes. Hemos estado ocupados. Voy a presentarte a dos buenos amigos. Monica y Gabriel.

Me daba rabia que a Monica le impresionaran tanto los famosos, y su fascinación ante ellos. Se comportaba como una grupee, admirándolos, poniéndose a sus pies, no había otra cosa a su alrededor (ver cadena de favores-reunión anual)

Mientras todos se presentaban, Ana  me susurro al oído.

 Me tienes que hacer un favor,  me susurro al oído Ana.

¿Quieres que te folle aquí? Le respondí en tono jocoso.

 No, a mi no, a ella. Dijo señalándome a la cocinera.

Un enorme monstruo de al menos 100 kilos y tan alta como yo de unos 50 años se acercaba a nosotros.

¿Estás loca? ¿Tú has visto eso?

Que más te da.  Es muy simpática. Además vas a hacer una buena obra. Le he hablado muy bien de ti.

Evidentemente, ahora me explicaba porque me miraba así. Ana le había contado mi gran resultado de otras ocasiones (ver cadena de favores- el traslado) y lo bien que se comportaba mi aparato.

 ¿Nos enseñas la cocina? Le dijo Ana a la cocinera.

Claro, venir.

Yo me levante y acompañe a las mujeres, poco después nos siguió el resto. Cuándo el cocinero se unió a la reunión y Pedro hizo las presentaciones, rápidamente Monica se acerco para estar cerca de él.

 Es un placer conocerle, soy un gran admirador de su cocina.

 ¿Os ha gustado la cena?

Maravillosa. Dijo Monica.

Me encetaría saber preparar algunos de estos platos.

Monica y Gabriel son muy aficionados a la cocina.

 Si pero estos platos son complicados para un amateur, se necesitan herramientas y técnicas profesionales.

 Me encanta como cocinas.

Muchas gracias. Dijo sin dejar de mirar su escote.

 Tu estarías muy atractiva vestida de cocinera. Con el busto que tienes y esa planta llenarías muy bien el delantal.

 No sabía que los cocineros fuerais tan descarados. No sabéis fijaros en otras cosas.

Claro, en depurar nuestras técnicas. ¿has probado el nuevo postre?

 ¿El de chocolate?

 Si, es una creación mía.

Buenísimo. Me enseñas como lo preparas.

 Un cocinero nunca revela sus recetas

 Ni si quiera a su pinche.

 Tú no eres mi pinche

 ¿Y si el pinche solo lleva el delantal, sin nada debajo?

 Si ves los pinches que tengo, no querrías verlos en ropa interior

 ¿y si fuera yo?

Hombre la cosa cambia.

El metre, era un hombre de unos treinta y tantos, alto y muy delgado, de aspecto fibroso. Llamo al cocinero y este se levanto para hablar con él.

¿Has visto como esta esa?

Vaya pechonalidad

Ven, vamos a divertirnos un rato. Prepara las cosas para el choco-fruite.

La cocina era enorme, disponía de una isla en el centro con dos bancadas  y los fogones, en uno de los laterales  armarios hasta el techo y otra en la pared opuesta totalmente libre para manipular las mercancías que sacaban de una cámara frigorífica. En las paredes frontales  el fregadero quedaba en una de las bancadas cerca de la puerta de atrás. Maria, la cocinera nos enseño la cocina detenidamente, sin prisas, haciéndose la interesante, e intentando ganar protagonismo.

La cocinera me dio una chaquetilla blanca y me dijo que la acompañara hasta los fogones, Ana se quedo en frente.

A los pocos minutos cuando la cocinera y yo encendíamos el fuego entraron el resto, el cocinero, el metre y Pedro. Le presentaron la cocina a Monica y se volvieron los tres hacia ella. De repente un silencio inundo la cocina, como si hubiera pasado un ángel. Todos nos quedamos mirando. Pensando ¿ahora qué?

Bueno ¿A qué esperas?

Monica, un tanto avergonzada, se desvistió lentamente, primero se saco los pantalones, y los lanzo sobre una silla, todos pudimos ver su tanga marcando sus glúteos. Después se despojo de la camisa por encima de la cabeza quedándose en ropa interior y sus tacones de aguja, elegidos para la ocasión. Sus abundantes ubres cual proyectiles que querían estallar, envueltos en el sostén se mantenían altos y firmes apenas conseguía contenerlos.

Estas muy bien con esos zapatos pero no son los mejores para cocinar, ponte estos. Invito Félix. Dándole unos cómodos zuecos y el delantal.

Los presenten se desilusionaron algo cuando vieron que las tetas al perder el sostén, caían más de lo esperado, lógico en una mujer de 33 años con un par de críos amamantados (tendríais que haberla cuando éramos novios). Aun así su cara trasmitía sorpresa por el gran volumen que contemplaban sus ojos atonitos.

Vaya tetas gastas guapa. Dijo Félix, el cocinero, con sus ojos que parecían salir de sus orbitas.

¡Joder!, exclamo el metre agitando las manos.

Es más de lo que parecía, ¿verdad? Te lo dije. Son unas tetas grandísimas. añadió Pedro que sin premura mientras Monica se colocaba el delantal lanzo una mano a su teta izquierda.

Ni se te ocurra, tú no participas del postre. Le increpo ella.

Bien dicho, aplaudió el cocinero.

Vaya pedazo de tetas tienes Monica. Dijo el metre acercándose a Monica que estaba atándose el delantal a la espalda. Deja que te ayude.

Ella se dio la vuelta para que le anudara el delantal, después de lazarlo, con suma discreción bajo la mano hasta su culo acariciándolo con lujuria en toda su extensión. Ella noto el contacto de la mano y no dijo nada, tan solo sonrió.

¿Te gusta?

Muy suave y muy bonito. Ya está atado.

Gracias.

Monica ven aquí conmigo y empezamos.

Monica es una mujer de ubres abundantes, usa una talla 120 de sostén, y al estar sin él, su redondo busto se descarga hasta el comienzo de su vientre, así, de perfil se podía ver la voluptuosidad de sus pechos colgando que abultaban sobre el ajustado delantal, mostrándose prominentes.

Aunque no se veían sus rosados pezones, de amplia aureola, las tetas eran tan grandes que el propio delantal no las cubría, si la mirabas frente, se las veía escurrirse por los lados.

Por detrás, solo con la fina cuerda enlazada separaba la espalda de su trasero redondo, y voluminoso. Este, aunque grande, está levantado, respingón, sobresaliendo de su cuerpo, le daba un punto muy sexy, su notoriedad provoca una vista muy agradable cuando estaba quieta, pero, sobre todo, cuando caminaba, desplazaba las nalgas arriba y abajo como ascensores, con un movimiento que las separaba, dividiendo los cachetes de manera independiente, balanceándose a un ritmo constante. La celulitis que se marcada en esta parte y en sus anchos muslos, no la hace desagradable, todo lo contrario, daban ganas de sumergirse en el, de adentrarse en las dos deliciosas cavidades que albergaban las montañas formadas por sus glúteos.

Sus piernas cuidadosamente depiladas, irradiaban suavidad, son finas hasta la rodilla, y dan paso a unos jugosos, grandes y redondos muslos que rozan la entrepierna cuando anda.

Había decorado su pecho con algo de brillantina, depilado completamente su entrepierna, ni un solo pelo, se podía encontrar en su cuerpo, salvo su melena morena y ondulada hasta los hombros.

El cocinero, Félix, le explicaba detalladamente a mi mujer como trabajaban en la cocina, y aprovechaba para mandarle pequeños recados como traer platos, recoger productos de los estantes más altos y otros trabajillos que hacían en sus movimientos bambolear sus pechos, que al salir del delantal mostrándose en todo su esplendor, ella volvía a situar dentro.

Le ordenaron abrir uno de los cajones situados en la parte más baja, Monica encorvó su espada dejando todo su culo delante del Cocinero y el perfil, frente al metre, de donde se podían ver sus tetas colgando, este sin pensarlo, se lanzo a agarrarle una de ellas. Félix que solo se había atrevido a mirar y ponerse cachondo, comprobó que Monica no ponía ninguna pega, más bien consentía con complacencia el tocamiento, pues mantuvo la posición con el culo en pompa hasta que el metre se canso de manosear y apretujar el pecho como si fuera el primero que tocara en su vida y deslizar la otra mano hasta su culo, el cual pellizcaba con toda la palma.

Todos nos dimos cuenta aunque nadie dijo nada, fue el punto de partida para que las manos empezaran a deslizarse. Pedro y Ana, espectadores de lujo, aunque de alguna manera creo que lo tenían preparado, cuchicheaban y sonreían

Félix, los miro y ellos lo animaron con gestos. Llamo a Monica, la situó a su izquierda le puso la mano en la cintura y mientras le explicaba cómo acabar el plato bajaba lentamente la mano hacia su culazo, primero acariciándolo suavemente, recorriendo toda su inmensidad, deleitándose un buen rato para luego apretarlo calvando todos sus dedos en él. Ella consintió.

Lo estás haciendo bien.

Tu también dijo ella.

Pero mejor así, deja que la salsa moje el bizcocho

Se situó detrás de ella, le agarro las manos mostrándole el movimiento para echar la salsa y aprovecho para restregarle el paquete entre la raja de su carnoso trasero. Monica lo recibió con gusto, empinándolo y haciendo círculos frotándolo enérgicamente contra el bulto del cocinero.

Monica se volvió hacia mí, que continuaba intentando mantener alejada a Maria que tras pellizcarme las nalgas una y otra vez había pasado a hurgar bajo mi tanga; hasta que sin ningún descaro corto el lateral de mi tanga, que se desprendió dejando mi verga morcillona al aire.

Decía esto al tiempo que volvía a dejar la mano izquierda sobre su culo, acariciándolo con avidez, mientras el metre se esforzaba en explicarle el procedimiento de montar el plato. No contento con repasar el trasero de mi mujer y ante la hermosa vista de sus pechos alargo la mano hasta agarrarle uno de ellos. Monica se dejaba hacer, seguía pendiente de la explicación del metre, como si no fuera con ella los tocamientos. Hasta que Félix no aguanto más y comenzó a besarle el cuello y alargo su otra mano hasta el otro pecho, ahora tenía cogidos los dos, bajo el delantal y los apretaba con deseo intentado que nos se le escurrieran entre las manos, pero no podían eran muy voluminosos para sus zarpas que a pesar de sus esfuerzos no podían contenerlos.

El metre, al ver que ya daba igual el plato, dejo lo que estaba haciendo, paso su mano izquierda bajo el tanga húmedo de mi mujer buscando su sexo, su otra mano había tomado el camino de atrás y se mantuvo ocupada en disfrutar de sus "mollosas" nalgas. Ahora Monica era manoseada por todas partes, la saliva del cocinero la notaba en su cuello y hombro y podía oler su aliento cerca de su boca.

Te gusta que te toquen, ¿verdad? Le susurro uno de ellos

Eres una puta. Tu marido el muy cabrón esta hay y tu sobada por dos extraños.

Dejar de tocarme y darme algo más.

Quieres carne, guarra.

Esto es un restaurante, ¿no?

Monica se volvió cara a ellos que la ayudaron a sentarse sobre la bancada. Le sacaron por encima de la cabeza el delantal, sus enormes tetas quedaron a la vista de todos.

Joder, me voy a poner las botas.

Dijo el cocinero que buscaba los labios de mi mujer para disfrutar de su lengua, la muy zorra los recibió y juguetearon con sus bocas mientras continuaba manipulando sus pechos como si estuviera amasando pan.

El metre le había sacado el tanga, y había situado su cabeza entre las piernas de ella; su lengua degustaba los fluidos del coño de mi mujer con frenesí.

Maria que hasta el momento se había conformado con juguetear con mi rabo, me dijo que me sentara y procedió a chupármela. Esa mujer no se metía una polla en la boca desde hacía mucho tiempo porque lo hacía fatal, desordenadamente, pero eso no evito que se me pusiera tiesa y dura como una barra de hierro, mas, por ver como se lo montaban con mi mujer que de cómo lo hacia esta señora.

¿Lo tiene ya húmedo?

Ya lo creo.

Pues déjame ahí

El metre se aparto y el cocinero se bajo los pantalones, tenía una polla pequeña pero muy dura de lo excitado que estaba. El era un tipo alto y gordo, de unos 50 años, su cintura llegaba de sobra a la altura de coño de mi mujer sentada sobre la bancada con las tetas al aire; busco la entrada y metió como pudo su polla, su barriga rozaba con la de mi mujer, eso la obligaba la posición de su pelvis para facilitar la penetración. Félix apoyaba sus manos en los muslos de Mónica y la envestía con empujones cortos e intensos

Las gotas de sudor del cocinero caían sobre el cuerpo de Monica, en cada empujón, como una lluvia, su cara cada vez mas roja, una de sus manos sobre sus muslo para abrirle las piernas y la otra agarrando en forma de pinza uno de sus descolgados pechos; mas que gemidos emitía gruñidos, más intensos cada vez, al igual que su velocidad en la penetración.

Que puta eres. Que tetas, dios que tetas, decía mientras las continuaba apretándolas.

Córrete, vamos, córrete.

Vaya tetas, vaya tetas, ohh, ohhh.

Apoyo su cara en los melonazos de mi mujer, rezumando sudor y lamiendo sus pezones, mientras descargaba todo dentro de su coño. Se abrazo a ella apretando su barriga contra los pechos, su liquido acabo todo dentro.

Espero que tomes la pastilla, porque este semen deja preñadas. Pero, Monica no dijo nada, estaba insatisfecha después del polvo. El grandullón había buscado una rápida eyaculación y no le había causado placer.

El cocinero se subió los pantalones antes de apartarse de mi mujer y se unió unirse a Pedro y Ana que continuaban mirando.

Maravilloso.

¿Qué te ha parecido? Son buenos ¿verdad?

No sé de donde los habéis sacado. Pero ella tiene un coñazo estupendo.

¿Y las tetas? ¿Qué? Le dijo Ana.

Jugosas. Me he corrido antes porque me ponía mucho verlas botar arriba y abajo.

Deberías haberte hecho una cubana. Le comento Pedro

¿Crees que ella se ha corrido?

Seguro, no has oído como jadeaba.

Mira tú metre, ya está preparado. Rieron todos al ver como se masturbaba mirando a mi mujer.

El metre se había desnudado y esperaba su turno, con la polla tiesa. El hombre tenía un pene extraño era largo, muy fino y recto, al estar en erección parecía más la nariz de Pinocho que una polla. Monica se bajo de la mesa, limpio el semen que le caía de la vagina y le agarro la polla. El hombre empezó a sobar su cuerpo desordenadamente, con ansia, pasaba de las ubres al culo, los muslos, toqueteaba todo el suave cuerpo de mi esposa.

Que tetas tienes. Que grandes. Que hermosura. Voy a chuparlas.

Tranquilo. Chúpalas tranquilo.

Ponte de rodillas, voy a follarte las tetas.

Tú sí que sabes. Le animo Pedro desde el grupo de observadores.

De eso nada guapo, ya la tienes bien dura, métemela

El metre se sentó en una banqueta. Monica entendió lo que quería ajusto el mástil a su coño, noto como entraba fácil, balanceo su cuerpo adelante y atrás para comenzar a botar encima de él

Ahora sí. ¡Qué gusto! ¡Qué tetas! Dios. Decía el metre mientras se agarraba a los pechos de mi esposa.

Nunca habías tocado unas tetas como esas, ¿eh? Le dijo Ana.

¡Joder! mira como botan.

Aprovecha que no tendrás otra oportunidad como esta en mi cocina. Le grito el cocinero.

Monica continúo encima de la fina verga, saltando y jadeando hasta que se canso. Se puso de pie, se apoyo en la bancada y le mostro su culo con una palmada.

Dame por detrás.

¡A cuatro patas! Gritaron los tres espectadores.

En este suelo me hago polvo las rodillas. Les repuso Mónica.

Félix le trajo una especie de pequeño colchón, lo puso en el suelo, al tiempo que aprovechaba para sobar de nuevo los botijos de mi mujer que permanecía de pie a la espera. Se arrodillo, apoyo las palmas en el suelo, disponiéndose a cuatro patas para recibir más embestidas. Sus melones colgaban lustrosos, rojos por las veces que habían sido manoseados; las aureolas grandes, rosadas, se percibía su excitación. El culo en pompa quedo cara a los observadores.

¿Has visto que culo?

Un poco blando. ¿no?

Y celulítico.

Pero muy follable.

Dale por el culo, invito Pedro al metre.

Por el culo, no. Ni se te ocurra. Lo estás haciendo muy bien. Sigue follandome. Dijo Monica, incorporándose de nuevo y volviéndose hacia su amante.

Venga Monica, si te gusta.

Cállate y déjalo como esta. Le replico Ana a Pedro.

El metre se arrodillo detrás de ella, la empezó a penetrar, pero al poco rato paro, provocado por la incomodidad de los movimientos

¡Joder! Si que te haces polvo las rodillas. Dijo el hombre

Te lo he dicho.

Mi mujer apoyo los brazos en el suelo y apoyo la cabeza en ellos, su culo quedo más elevado. El metre la penetro con fuerza desde arriba dominándola.

Mirar como se le mueven las tetas.

Dale caña.

Abrazaba la talla 120 con los brazos mientras la culeaba. Jadeaba y le volvía a increpar sobre el tamaño de sus pechos. De pronto se apoyo sobre ella agarro una teta con cada mano, dispuesto a correrse.

Espera, no te corras.

Voy a correrme

Ponla aquí

Monica se volvió, le presento sus pechos y recibió la verga entre ellos, pero en poco tiempo, antes de la tercera arremetida en medio de las montañas, en menos de 10 segundos ya brotaba la leche entre ellas.

Félix el cocinero le acerco un trapo para que se limpiara el semen que le escurría por el canalillo dándole al mismo tiempo unas frutas bañadas en un caliente chocolate. Ella se volvió a sentar en la barra para degustar esos manjares.

Vamos a dejar que Pedro pruebe el pastel.

Bueno dijo Monica

¿Quieres probar los melones con chocolate?

Como no. Dijo Pedro de forma agradecida dirigiéndose a donde estaban.

Miro a los ojos a mi mujer y lamio la salsa que se escurría en sus pechos, ella le acaricio el pelo apretándole la cabeza y suspirando por los mordiscos que le propinaba.

Más Chocolate.

El cocinero volvió a verter sobre los pechos unas cucharadas, que Pedro continuaba degustando. Incluso, ante mi sorpresa, Ana la mujer de Pedro también probó el rico pezón bañado en chocolate.

Yo era el que peor lo pasaba, cuando vi que Maria se quitaba las bragas

Monica, relajada protagonista del momento, sonreía de forma picara al verme follando con la gorda de la cocinera.