Cada vez que me haces tuya.
Escalofríos, dominación y obediencia.
Chss, no digas nada. Sólo ven conmigo. No hables, sólo escucha.
Cada vez que me miras, un escalofrío recorre cada milímetro de mi cuerpo. Siento rayos y truenos en mi interior, una tormenta se avecina.
Me intimidas, me das miedo con sólo mirarme. Con esos ojos me confiesas qué me espera. No te hace falta hablar para que yo comprenda que debo ponerme de rodillas ante ti. Sé que me vas a vendar los ojos, te gusta que cada golpe sea inesperado. Me desnudas arrancándome la ropa y me arrastras hasta la cama. Me vas a atar mientras yo, aunque quisiera, no opongo resistencia.
Aún no has abierto la boca, pero no lo necesitas. De repente siento un tirón en las piernas y cómo te cuelas entre ellas. Tu lengua recorre mis muslos, pero sé que no es ese el destino que busca. Te entretienes en lamer mis pezones sabiendo que yo comienzo a desesperarme por sentirla un poquito más abajo. Te divierte mi cara, pues no puedo evitar que se me noten las ganas de que me devores. De pronto te pierdes con esa lengua entre mis piernas, con ansia, mientras yo gimo hasta que tú me prohíbes hacer el más mínimo ruido. Y yo obedezco, de eso no hay duda. Empiezas a masturbarme, provocando en mí espasmos incontrolables. Me voy a correr; me voy a correr en tu boca.
Primer orgasmo, pero para ti no es suficiente. Te oigo sonreír, oigo esa sonrisa que sin palabras dice "te voy a reventar". Y así será. Siento cómo tu polla recorre todo mi coño, provocando mis ganas de más. Y de repente me penetras, llevándome al cielo con cada embestida. Lo siento, no puedo evitar gritar, aunque tú no me lo permites y yo sé que, por desobedecer, después me esperarán unos azotes. Pero el placer que siempre sabes darme lo siento hasta en las yemas de los dedos y no me puedo controlar.
Segundo orgasmo. Sigo con los ojos vendados y con las manos atadas al cabecero de la cama. Tú no dejas de moverte, yo siento cómo con tu polla consigues que toque las estrellas. Cada estrella, cada constelación me pertenece cada vez que me haces tuya.
Tercer orgasmo. El pecho me sangra por tus arañazos y, sinceramente, me encanta. Te vas a correr. Pero, como de costumbre, eliges la parte de mi cuerpo que más te apetece para que sienta tu semen caliente. Esta vez le toca a mi boca.
Después me desatas, me quitas la venda, me llenas de besos y te tumbas sobre mi pecho, donde te quedas dormido mientras yo acaricio tu oscuro pelo. Y en ese momento me doy cuenta de lo afortunada que soy de tenerte a mi lado.
Parece que esta vez me he librado de los azotes.