Cada noche

Carta a la mujer que ha perdido la pasión. A veces, el tiempo es el peor enemigo de una pareja.

"Descubrieron que los besos, no sabían a nada"

(Joaquín sabina, "Ruido")

Salgo del baño un poco más relajado. Hace tiempo que a lo máximo que aspiro es hacerme una buena paja antes de irme a la cama. Le estoy cogiendo de nuevo el truco, como en mis años de chavalín pajillero lleno de granos, pero al mismo tiempo pienso que la satisfacción obtenida es más bien poca sin el roce de tu piel.

Pasan las dos de la madrugada. Mañana tengo que levantarme temprano, pero hay algo que me quita el sueño. Aunque, para ser más exactos no hay nada, y ahí está precisamente el problema. Es algo que antes me hacía caer rendido entre tus brazos, para dormir, desnudo, sumergido en el aroma de tu pecho.

Noches enteras de pasión desbordada y desbordante, en las que me volvías loco mostrándome lo sensual que podías llegar a ser, orgullosa de excitarme con la sola visión de tu cuerpo.

Maratones en las que no había vencedor ni vencido, sólo placer, sexo, y risas. Porque recuerda, tú y yo nos reíamos. Tú, especialmente, que dejabas oír tus carcajadas por cualquier cosa, enseñándome esos dientes con los que jugabas a morderme, aprovechando que me quedaba dormido en el sofá.

Antes reías por cualquier cosa, con esa risa tan contagiosa y reconfortante que jamás me cansaría de escuchar. No había nada más hermoso en el mundo que verte sonreír, desnuda, mientras yo trataba de hacer el estúpido aquellas largas tardes de domingo.

Reías cuando te hacía cosquillas en el interior de los muslos, y cuando me empalmaba a la más mínima insinuación por tu parte, casi siempre en el lugar y en el momento menos adecuados. Disfrutabas provocándome en cualquier sitio, por cualquier cosa. Te gustaba hacerme sufrir, con tus juegos de niña traviesa y pervertida que me hacían perder la cabeza.

Cuántas veces terminé persiguiéndote por el pasillo hasta la habitación, porque en el ascensor te habías arrodillado sin previo aviso para darle un par de lametadas a mi polla y dejarla ansiosa, con ganas de más.

Tantas ocasiones en las que zanjábamos las discusiones cuando a uno de los dos se le escapaba la risa, y terminábamos el día abrazados y con ganas de repetir.

Pero hoy, ¿qué haces levantada? Con lo que te había costado dejar de fumar, y ahora, al mínimo problema vuelves a encender un pitillo, que a saber de dónde lo sacas. Nunca te vi comprar una cajetilla, pero siempre tienes un cigarrillo preparado por si intento tocarte a la hora dormir.

No se qué me pasa, no se cuál es el problema. Hay algo que no te contenta, y está claro que soy yo. No rindo. No soy suficiente.

Hace semanas que no puedo escuchar música. Sea el estilo que sea, es algo deprimente. ¿Recuerdas cómo cantábamos a gritos en la playa, o en casa, mientras nos duchábamos juntos? Yo no puedo dejar de pensar en el agua que resbalaba por tus senos, ni en tu pelo mojado mientras te enjabonabas y cantabas a voz en grito cualquier cosa de Sabina. ¿Y qué es Sabina ahora para mí? Pequeños culebrones relatados con dolorosísima maestría, que parecen describir la vida a la perfección. Y digo Sabina por decir algún ejemplo. Ayer, mientras tú hacías la cena, lloraba como un idiota escuchando "Ruido"… pero puedo decir lo mismo de cualquier otra canción que este pobre ignorante sepa entender. Empiezo a creer que el mundo entero se ríe de mí.

Te oigo trastear en la salita, buscando el mando a distancia, supongo. La televisión es el escape perfecto. Se enciende y no es necesario hablar… sólo hay que callarse y ver los monigotes que se mueven por la pantalla sin necesidad de prestar atención. Una nube de colores y sonido que no cansa, no trae problemas, y no te hace sudar.

¿Puedo saber qué te pasa?

Quiero estar contigo cuando lloras y cuando no. Cuando ríes y cuando duermes. Cuando respiras, cuando sientes. Quiero besarte, demostrarte que yo sí soy el de siempre, recordarte que te deseo y que eres la única que puede hacerme sentir bien conmigo mismo. Sólo quiero compartir mis noches contigo. Acariciarte y perderme en tu cuerpo, entrar a lo más profundo de tu ser y llenarte de palabras que taladren tu cabeza. Recordarte que estoy aquí y que no quiero irme. Puedes escupirme, puedes humillarme si es lo que deseas, pero seguiré recibiendo gustoso cada caricia y cada insulto que me des. Pero por favor te lo pido, te lo suplico, no me ignores.

Hace tanto que no sales de tu apatía, que no recuerdo la última vez que te sentí gemir bajo mi peso. Me gustaría saber qué te pasa, que viste más allá de las cortinas, más allá de mis besos, que te hace más feliz que mis torpes intentos por llamar tu atención.

Me levantaré en apenas cinco horas, me ducharé, me vestiré y me iré a trabajar. Me llevaré las llaves, la cartera, y el vacío que tu indiferencia me deja en el corazón. ¿Dónde estarán aquellas insinuaciones en el comedor, que solían terminar contigo tirada sobre la mesa avisándome a gritos de que te corrías, mientras me apretabas la cabeza contra tu sexo empapado?

Mi cuerpo pasará el día en el trabajo, mientras mi cabeza deambula por la casa, tratando de averiguar qué te ocurre. Necesito saber por qué ya no te no te excitan mis toqueteos, por qué ya no soy el hombre que te hacía temblar en aquellas noches interminables, hasta que el sol nos pillaba agotados pero felices y enamorados.

No entiendo cómo has olvidado aquel día en el que prácticamente me violaste en los baños del restaurante, en la boda de tu hermano. O la noche en el hotel de Madrid, que te empeñaste en que te fotografiara, con la borrachera que llevabas… poco faltó para que me mataras el día que llevaste el carrete a revelar. Ni te acordabas de aquella pequeña locura y viviste la sorpresa, y la vergüenza de recogerlas delante de varios conocidos. Que cosas tiene la vida, pero aquellas fotos son casi la única prueba de que alguna vez me concediste el placer de admirar tu cuerpo, posando para mí. Un doloroso pero necesario tesoro.

Son tantas las horas que pasamos dándonos el uno al otro, entregándonos al sexo como si fuera nuestra única forma de seguir vivos, que no puedes haber perdido el interés en tan poco tiempo, de la noche a la mañana. Hace nada que disfrutábamos de cada momento juntos, y cuanto más atrevida fuera la propuesta más nos excitaba ponerla en práctica.

¿Dónde esta la mujer que me llamaba al trabajo para prometerme sorpresas al llegar a casa? ¿En qué cajón olvidaste la ropa interior que comprabas de vez en cuando para recibirme y hacerme olvidar el gris mundo exterior? Se que la tienes en tu mesilla, porque me gusta tocarla y recordar tu aspecto con este tanga, aquel liguero, o el otro sujetador. Sólo son sueños de nostálgico, porque algo me dice que nunca más veré tu cuerpo dentro de estas prendas.

¿Por qué no te digo nada al respecto? Será el miedo a perder lo poco que me queda de ti. Si ya no me quieres para satisfacer tu cuerpo, consentiré que me rechaces cada noche, pero no quiero imaginar que podrías irte porque ya no me necesitas ni dentro ni fuera de la cama.

Me alimento de tu olor mientras duermes, y respiro el aliento que exhalas en tus sueños. No quiero girarme cuando vuelves a la cama. No quiero que me descubras mirar furtivamente cómo te desvistes, para luego tener que levantarme e ir otra vez al baño. Es demasiado penoso para mí ocultar mis erecciones a la mujer que me enseñó el verdadero sentido de las palabras "hacer el amor". Es patético estar excitado cuando tú sólo puedes manifestar desagrado ante la más mínima insinuación por mi parte.

Prefiero hacerme el dormido, porque no quiero que me veas llorar otra vez.