Cada Mañana
La perfección tiene nombre de mujer.
Desperté con los débiles rayos del sol acribillando mis ojos aun cerrados, preguntándome, con la escasa lucidez que mi cerebro aún dormido poseía, cómo se las arreglaban aquellas endemoniadas cortinas para correrse lo suficiente para dejar que aquel astro imponente y cálido consiguiera devolverme a la realidad cada mañana. Sin embargo el desagrado, al igual que cada mañana, me duró poco. Despertarse cada mañana antes que tú y en esas condiciones tenía una recompensa que lo valía con creses, el poder admirar la belleza de tu cuerpo escasa y descuidadamente cubierto por las sabanas mientras aun dormías, iluminado levemente por aquella luz brillante que empezaba a ser mas intensa cada minuto, era sin duda una vista de esas que te dejan sin aliento, de esas por las que Da Vinci o Miguel Angel hubieran matado por usar de inspiración… sin duda habrían creado la mas perfecta obra de arte en honor de tu espalda desnuda, ligeramente cubierta por mechones rebeldes de aquellos espesos rizos café que se escapaban del resto, como si celosamente trataran de proteger tu desnudez del cálido invasor matutino y de mis ojos que se perdían en ella. En esos momentos maldecía mi falta de sensibilidad artística, hubiera deseado tener la habilidad de plasmar sobre el lienzo la perfección con la que aquellas sabanas de seda color violeta se ceñían inoportunamente sobre tu silueta, justo al final de tu espalda, como si se abrazaran a tus caderas con fuerza, apenas lo suficiente para cubrir aquel magnifico relieve que me sabía a gloria, y desaparecer con la desgraciada precisión necesaria para que pudiera admirar aquellas piernas maravillosamente tonificadas por las incontables horas dedicadas a volar sobre una pista de tennis.
Sin duda el tener del privilegio de poder admirarte así, aun dormida, leve pero celestialmente iluminada por aquel sol que cada vez te abrazaba con mayor intensidad, acostada bocabajo, con tus brazos envolviendo posesivamente la almohada sobra la que descansaba, pacifica y taciturna, aquella carita angelical, era el encabezamiento en mi lista de agradecimiento a Dios y a la vida, era razón de sobra para tener la absoluta certeza de que solo ese momento efímero, valía no solo esta vida, si no todas las demás. Y que débil es la voluntad de una simple mortal cuando se encuentra ante tal tentación, ante tal perfección. Al igual que cada mañana, no puede evitar reclinarme suavemente sobre mi codo para acercarme sigilosamente a tu lado, para poder admirar de cerca la belleza con la que la vida me recompensaba, un día más. Aún me pregunto qué habrá sido aquello tan altruista, desinteresado y maravilloso que hice para merecer una mujer como tú, ha debido haber sido una acción digna de canonización y puesto que no soy religiosa, la vida decidió pagarme con la más dulce de las fortunas. Estando allí, a tu lado, admirando aquellos ojitos pequeñitos que se encontraban tiernamente cerrados, confiriéndote un aspecto aun mas inocente, si cabe, desvariando con la imagen de esos labios suaves y provocativos que más de mil veces me habían llevado al nirvana y de regreso, pude sentir como aquel dulce e inconfundible aroma a ti inundaba mis sentidos y me transportaba a ese día en el que tuve la increíble fortuna de conocerte.
Nunca pensé que una simple solicitud de amistad de skype iba a marcar tanto mi vida, no imaginé que al aceptarte estaba volviendo a abrirle las puertas al amor, no predije ni por un segundo, que desde aquel momento en el que te conociera, descubriéndote frágil, herida e indefensa, irremediablemente me consumiría una necesidad incontrolable de protegerte, de devolverle el brillo a esa hermosa sonrisa que me mostraras en una foto en la que estabas feliz y orgullosa de ser madridista.
No se cómo, ni en qué momento vine a enamorarme como si volviera a la adolescencia, a aquel primer amor, puro, inocente, indomable e incorruptible que te arrebata la razón y te lanza vertiginosamente dentro de ese anillo de fuego sin que puedas evitar vivirlo tan intensamente como aquellas llamas, y sin ningún miedo a quemarte, sin duda una capacidad que perdemos con los años, los golpes y las decepciones. No se cómo, ni en qué momento, vino a no importarme el que estuvieras enamorada de otra y decidida a encontrarla, a tal punto de que mi evidente amor pasaba totalmente inadvertido por ti, y no se cómo, ni en que momento vine a decidir ayudarte en todo lo que pudiera, a encontrarla o a sanar, sin importarme que tan quemada pudiera salir como resultado, una cosa era segura, no había nada más importante para mi que devolverte aquella hermosa y cálida sonrisa, una sonrisa por la que ya por aquel entonces era capaz de hacer lo que fuera. No se cómo, no sé en que momento, pero si se por qué. El por qué era demasiado obvio, demasiado visible, imposible de ignorar: Eras todo lo que juré que ya no existía, todo lo pensé que no volvería a encontrar, y mucho mas de lo que alguna vez soñé pudiera nacer en un solo lugar, en una sola persona.
No podré olvidar nunca los nervios que sentí cuando te confesé, en medio de una borrachera, que me gustabas, o lo mal que me sentí cuando, en medio de otra borrachera peor, te dije que estaba enamorada de ti y no lo recordé al día siguiente.
Es increíble como el aroma de tu piel y el leve tacto de mis dedos recorriendo suavemente tu espalda, me llevaron a todos aquellos momentos, que siempre tendré presentes, que tan feliz me hicieron en su momento, y que hoy apretaban tan fuerte mi corazón. Una lágrima se escapo de mis ojos, corrió salvajemente por mi mejilla y se precipitó directo hacia tu espalda cuando recordé la primera vez que tuve el maravilloso placer de probar tus labios, entonces supe a que sabía la ambrosía. Por fortuna conseguí interponer la palma de mi mano justo a tiempo para coger aquella lágrima impertinente y evitar que la perfección de tu figura, pura e imperturbable, se viera alterada.
Casi todo transcurría como cada mañana, ese tumulto de recuerdos, de sentimientos encontrados y aquella melancolía latente en mi corazón eran invitados inusuales. Tampoco fui capaz de despertarte como solía hacerlo, acercándome lentamente a tu rostro y depositando suaves y pequeños besos sobre tus ojitos cerrados y susurrándote al oído palabras hermosas, llenas de todo ese amor que abrazaba mi corazón, que era tuyo y solamente tuyo. No, no fui capaz, no quería que te encontraras con mis ojos tristes, decepcionados y avergonzados de no haber podido, de no haber conseguido mantener la más importante de las promesas que te había hecho: No había conseguido estar a la altura de una mujer tan maravillosa como tú. Sí, aquella mañana desperté amándote más que nunca, y con la absoluta certeza de que había llegado el fin. Me amabas, eso no lo dudaba, pero sabía que ya no podías con mis promesas rotas y mis excusas baratas. Me dejarías, te dolería, me consumiría, pero te dejaría ir, y continuaría sintiendo cada día que fuiste enviada por Dios para rescatarme de mi misma. Sabía que no era necesario esperar a que despertaras, que no era necesario hablarlo, sabía que la decisión ya la habías tomado hace algunos días y le dabas vuelta a como decírmelo, al menos esta vez cargaría yo con el peso y trataría de alivianar, así fuera solo un poco, tu dolor. Así es como te dejé en brazos de tu nuevo amante, aquel que cada mañana acudía sin falta a acogerte. Que irónico, de alguna manera siempre sentí celos de él, como si pudiera perderte en su resplandor en cualquier momento… espero que él si logré verte plenamente feliz, amor mío.
God bless you, and thank you…