Cada mañana 3

La piel de su espalda tenía una suavidad que me impedía dejar de tocarla, era de un color café canela y estaba inmaculada, a excepción del lunar que coronaba su omóplato izquierdo.

Capítulo 3

Encuentros

Mis días habían cambiado considerablemente desde el accidente. Una cirugía exitosa y 15 días con el brazo unido a mi torso por un cabestrillo habían bastado para que sanara; tras la revisión del doctor, me indicó que debía ir a rehabilitación para que, dentro de 6 semanas a más tardar, pudiera regresar a mi rutina. Por mientras, había tenido que adaptarme a la inmovilidad de mi brazo; los primeros días no podía jugar videojuegos, porque me dolía mover los dedos, no podía dormir sobre mi lado izquierdo que era mi favorito para conciliar el sueño, preparar la comida era una tarea casi imposible y que dejaba mi ordenada cocina hecha un desastre, y ni qué decir de mi trabajo, no podía volver hasta estar recuperada al 100%. Estaba harta de todo eso.

Por lo menos, el Doctor me había dado esperanza de que todo terminara antes si hacía la rehabilitación de manera correcta, justo por eso, no escatimé en acudir a la mejor clínica de la ciudad.

El dinero no solía ser un problema para mí. Grababa muy bien y tenía gustos simples, por lo que mi cuenta estaba siempre con varias cifras a favor.

Pedí un Uber y me dirigí a la clínica. El día estaba bastante soleado y la luz lastimaba mis ojos, tampoco podía dejar de pensar en la etiqueta que irritaba mi cuello con cada movimiento, por mucho que usara playeras holgadas, no lograba deshacerme de las estúpidas etiquetas.

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El día estaba hermoso, soleado y con un brillo especial en él. Una de mis compañeras me había pedido cubrir su turno, pues saldría a cenar con sus abuelos que estaban de visita en la ciudad, así que me esperaba un día largo, aún así, me sentía con mucha energía.

Llegué a la clínica, me cambié de ropa, colocándome mi uniforme amarillo y empecé el turno. A media tarde tomé un descanso y fui a comer a la cafetería de la esquina, un sándwich de pollo y una botella de agua bastarían.

Regresé a trabajar y cuando entré, Alejandra, la recepcionista, me indicó que había una paciente esperándome. Me dió los formatos necesarios para hacer su expediente y estos ya estaban llenos con los datos básicos.

Gala Montero, 27 años, necesitaba rehabilitación para una cirugía de clavícula y tratamiento para varias lesiones en hombro, brazo, y pectoral izquierdo.

Entré al consultorio con los papeles en la mano, y vi a una mujer sentada en la camilla, dándome la espalda. Llevaba un cabestrillo para clavícula y un largo cabello negro caía sobre su espalda en forma de una coleta floja y alta.

La mujer me escuchó entrar y girando todo su cuerpo, me encaró.

–Eres tú…- fue lo único que logró salir de mis labios, aparte de la sonrisa más genuina que he regalado jamás.

Sus ojos, ya grandes y expresivos, se abrieron aún más, su boca se abrió por la sorpresa y su hermoso rostro moreno se coloreó de un rojo carmín que se distribuyó hasta sus orejas.

Ahí, en el consultorio, vimos que no habíamos cambiado tanto, la escena era la misma de cada mañana, por eso, sabía que muy probablemente ella no encontraría su voz entre tantas emociones, y no iba a permitir que se repitiera la historia.

–Entonces… tu nombre es Gala. Es hermoso-  le dije acariciando su nombre en mis labios. –Me alegra mucho volverte a ver–.

Las palabras parecían agolparse en sus labios, pero ninguna era capaz de salir. El rojo de sus redondas mejillas se empezaba a extender hasta su cuello al darse cuenta que la recordaba. Y es que ¿Cómo olvidarla?

–Parece que te lastimaste bastante- tal vez si la regresaba a la realidad pudiera decirme algo, anhelaba escuchar su voz. –¿Me cuentas qué te ocurrió?- me paré frente a ella esperando la respuesta.

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Mi ángel, mi hermoso ángel estaba ahí, haciendo que un rayo de sol atravesara mi corazón, iluminando, removiendo, quemando, tanto que los estragos del incendio alcanzaron  mis mejillas.

Sabía mi nombre y sus labios parecían acogerlo y no querer dejarlo ir jamás.

Ahora estaba frente a mi, era por mucho más alta que yo, y eso se notaba aún más al encontrarme sentada. Su delineada figura parecía más piernas que otra cosa, y aunque el uniforme no me dejara ver mucho, era evidente que su cuerpo había madurado para convertirse en la encarnación del fruto prohibido.

Su cabello había crecido y lo había pintado para hacerlo de un café aún más claro, parecía una diosa élfica.

–¿Gala?- mi cerebro me gritó para que me hiciera consciente de que me hablaba y la vi sonriéndome tiernamente, su calidez amenazaba con derretirme.

–Si… una prensa hidráulica cayó sobre mi hombro- su mirada reflejó más confusión que sorpresa. –estaba reparándola y uno de los elevadores falló, dejando caer una esquina de la máquina sobre mí-.

–Lo siento, debe haber sido doloroso- su compasión confortaba mi alma más que a mi brazo. –me alegra que estés aquí, yo voy a ayudarte y pronto podrás volver a tus labores, pero para eso necesitamos empezar- dijo con una voz cantarina. –¿Puedo ver?- se acercó a mí y yo solo asentí con la cabeza mientras trataba de ocultar mi rubor volteando hacia el lado contrario.

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El momento parecía ser demasiado para ella. En todo el rato no había cruzado la mirada conmigo más que un par de veces, y ninguna fue superior a los dos segundos.

Recordaba cada palabra en aquella libreta, esa que siempre estaba en mi buró, sabía lo que sentía por mí, y aunque hubieran pasado dos años, su carita me decía que nada de eso había cambiado. Quería acercarme, quería tomar su rostro y besarla, hundirme en el aroma a azar que desprendía su cabello, pero ella no reaccionaba como yo esperaba. Tal vez si convertía el momento en algo más profesional se sentiría más cómoda.

–déjame ayudarte- me ofrecí después de ver que tenía problemas intentando quitar el cabestrillo.

Me acerqué y mis sentidos se embriagaron con el aroma de su piel canela. Mis dedos se movieron hábilmente para liberarla del abrazo de la tela azul. Y su frágil figura quedó ante mi, permitiéndome apreciarla a escasos centímetros.

Era más delgada que antes. Como siempre, cubría su cuerpo con playeras grandes, y una de color blanco había sido la elegida para ese día, al igual que unos jeans bastante sueltos.

Todavía mantenía unido su brazo lesionado a su cuerpo.

–voy a revisar- le avisé, sin esperar un permiso.

Haciendo el cuello de su playera hacia un lado, pude apreciar la cicatriz que comenzaba a formarse en su clavícula. Habían sido varios puntos y sabía de antemano que ahora tenía varias piezas de metal bajo la piel.

–okey voy a darte un masaje y después realizaremos algunos movimientos para empezar a desentumecer ese brazo. ¿Podrías quitar tu playera y recordarte boca abajo? Quédate solo con tu top- ví cómo se encogía aún más, tratando de esconder su cuerpo de mí, y estando tan cerca vi que incluso sus hombros estaban ardiendo.

–yo… nadie… nadie me dijo que tenía que traer un top… yo no… -

–¿No traes brassier cierto?- a lo que negó con la cabeza –no te preocupes, yo me quedaré a tu espalda para poder ayudarte a quitar tu playera, así no veré nada más allá de tu espalda-

Mentiría si dijera que no sentía nada. Mis manos sudaban y mi corazón iba a mil por hora… aún así no alcanzaba el ritmo de mis pensamientos, que desde hacía varios minutos habían llevado a Gala a callejones oscuros y placenteros.

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Mi mano derecha tomó el borde de lai playera desde mi espalda y empecé a luchar con ella para pasarla encima de mi cabeza y sacarla. Era la pelea de todas las noches y todas las mañanas, pero ahora, cuando comenzaba a atorarme, sus manos ayudaron a deslizarla fuera de mi, teniendo un exceso de cuidado con no lastimar mi brazo.

Con una mano en mi hombro derecho, me indicó que me recostara y así lo hice. Rápidamente me dió la vuelta, colocándose en la parte superior de la cama, frente a mi cabeza. Escuché cómo ponía algo en sus manos y después, subí al cielo al sentir su tacto sobre mi.

Sus suavísimas manos de largos y finos dedos entraron en contacto con mi piel y todo dejo de razón me abandonó.

–estás demasiado tensa, trata de relajarte para que pueda tratar las lesiones musculares-

¿Pero cómo se suponía que me relajara si la dueña de mis fantasías estaba tocándome?

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–Cariño, en serio necesito que te relajes- susurré a su oído, pero su reacción fue todo lo contrario.

La piel de su espalda tenía una suavidad que me impedía dejar de tocarla, era de un color café canela y estaba inmaculada, a excepción del lunar que coronaba su omóplato izquierdo. Sin embargo, bajo esa piel tan suave, había un montón de músculos tensos y anudados con los que me iba a ser casi imposible trabajar.

-Ya puedes sentarte, Gala,- mientras ella se colocaba de nuevo la blusa, rodeé la cama para sentarme al otro lado del escritorio. –Gala yo… escucha, me alegra muchísimo verte de nuevo, pero creo que lo más adecuado sería que cambiarás de fisioterapeuta, yo… entiendo lo que sientes y sé que será difícil para ti el relajarte, no quisiera intervenir negativamente en tu recuperación, me importa que estés bien- aunque no me viera a los ojos, yo pude ver dolor en su mirada.

– Disculpa… no quise molestarte, si así lo deseas, buscaré otra clínica-

–No es eso, Gala, sería un verdadero placer atenderte, pero para eso necesito que puedas relajarte y hacer las cosas que te vaya pidiendo, y entiendo que pueda llegar a ser difícil… - no quería que se sintiera así, lo último que deseaba era que malinterpretar mis palabras, por lo que para sellar mi argumento, di la vuelta al escritorio, tomé su barbilla y la hice mirarme. Al principio sus ojos me evadieron, pero cuando me encontré con ellos, puedo mirar que perdí cualquier batalla.

–quisiera continuar la terapia contigo- dijo con un hilo de voz.

–entonces así será. Te veo el viernes, procura traer una camisa que puedas quitar fácilmente y un top- y no pude evitar guiñarle un ojo usando toda la coquetería que tenía en el cuerpo.

Avancé a la puerta y ella se puso de pie para irse, siendo escoltada por mi. Antes de que cruzará la puerta, hice mi último movimiento, el que desee hacer por tanto tiempo.

–¿Gala?- la llamé y ella centró toda su atención en mis labios –Alba… mi nombre es Alba Franco, y este es mi número- dije a la par que extendía mi tarjeta hacia ella. Contestando a varios de los poemas que había escrito para mí.


Gracias por comentar, en serio. Y me alegra muchísimo que les guste. Hay algo que quisieran ver en particular durante la historia? Saludos a todos