Cada centímetro

Kassandra y mi primera sodomización

Kassandra se posicionó detrás mío, separó mis nalgas y roció y masajeó mi ano con la vaselina. Luego insertó dos dedos y empezó a meter y sacarlos a un ritmo lento. Mi respiración se agitaba con cada repetición. A los dos o tres minutos paró y volvió a separar mis nalgas, dejando mi orificio bien a la vista y posando la punta del consolador de su arnés sobre él.

-Bueno -interrumpió- ¿estás listo?

Daba igual, aunque no lo hubiera estado, la sodomización era ya inevitable. Pero probablemente lo deseaba yo más que ella. Empezó a presionar hasta que la enorme prótesis color magenta empezó a abrirse paso por mi recto. Mi pene se erguía con fuerza intentando crecerse al nivel de mi excitación. Entonces empezó el vaivén de su pelvis sacando y metiendo aquellos 25 centímetros de polímero de mi ano. Mis gemidos eran sordos pero mi gozo era infinito.

Para incrementar aún más mi experiencia sexual, agarró mi pene y empezó a pajearme al mismo ritmo que me penetraba. Eyaculé repetidas veces, y todas ellas Kassandra recogió el semen con la palma de su mano y me hacía lamérselo. Supongo que era su venganza por todas las veces anteriores que se había tragado ella mis corridas. Pero no por eso lo disfruté menos y lamí su mano con ímpetu en cada ocasión.

A la media hora, exhausta por el esfuerzo físico, hizo un último placaje contra mis nalgas llegando hasta el fondo donde se quedó unos largos y orgásmicos instantes. Luego salió y en su lugar insertó un tapón anal y dijo:

-Agujero sólo de entrada- añadiendo una carcajada al final.

Me dio dos palmadas en cada nalga y añadió:

-Date la vuelta, que ahora me toca correrme a mi.

Me di la vuelta, se levantó y se puso sobre mi cabeza, donde se sentó, con su ano en mi nariz y su vagina en mi boca. Olía a sudor y a látex y con dificultad podía respirar. Lamí como buenamente pude y supe hasta que sus gemidos llegaron a un crescendo y se apagaron y sus fluidos empezaron a chorrear por mi barbilla.

Se desplomó junto a mi, y se encendió uno de sus cigarrillos.

-¿Quieres?

-Sabes que no fumo.

-Ya te convenceré, como te convencí para hacer esto...