Cacería (1)

Un depredaror sexual sale de caza y obtiene un pequeño gran premio.

Cacería (Primera parte)

Me vio de nuevo: inocente gacela conciente del peligro de su depredador; se notaba en sus ojitos desconcierto y una especie de preocupación.

Al reconocer mi rostro pudo haber pensado: ¿Porq está de nuevo allí mirándome? ¿Se ha dado cuenta de q vengo sólo?

Pero sólo fue un segundo, astuto, siguió su camino como si nada tratando de hacer notar su ignorancia de la situación, lo cual me encanta, elegí bien y en su acertada actitud lo confirmo. No soy el tipo de cazador q se conforma con la última presa o con la más débil, al contrario, busco la q pueda representar mayor reto dentro de mis posibilidades... astuto en este caso.

Instintivamente caminó hacia lo más denso de la gente, q en un mercado de la ciudad a medio día no es nada difícil perderse, perderme en su caso.

Al parecer apacible, no considera necesario acelerar el paso, sólo vira forzadamente su dirección en una calle, obligándome a correr un poco entre la gente sin q lo note.

No voltea aunque sienta la necesidad; otro viraje debe bastar, creyó.

Se equivoca: previéndolo, tomo la calle q él sigue. Pero sorpresivamente, parezco en desventaja. La gente se hace mucho menos densa y estoy al descubierto, sólo faltó q tratase de confirmar su éxito para darse cuenta de su fracaso pudiendo constituir aquello una huída total y descontrolada para mi.

Para mi suerte, se siente seguro en la multitud y su premura por cumplir su encargo le deja más vulnerable, aunque con uno pasos de ventaja, que parecieron perfectos para mis planes: corto camino en una súbita carrera y me posiciono exactamente dónde quiero: justo detrás de él sin q se percate ni pueda voltear por la tremenda multitud que se avecina.

Es el momento, el verdadero acoso debe iniciar, si dudó en algún momento de mis intenciones estas deben quedar claras ahora mismo: le tomo la cintura y en un movimiento le acerco lo más posible a mi sexo q queda preciosamente a la altura de su espalda baja, haciéndole notar mi tamaño y superioridad física. La excitación del momento se ha asegurado de tenerme duro y listo para ese acercamiento.

Debió pasmarse, estoy seguro q lo único q quería al voltear forzadamente su cabeza era confirmar mi rostro, q sin duda recordaría, esto me dio una excelente oportunidad de acariciar su oreja con mi aliento y rozarle mi labio inferior, mientras de la tela del pantalón afianzo más mis manos en sus deliciosos huesos sacros y mis dedos descubren el resorte expuesto de su ropa interior y con el pulgar, la fina piel de su bajo vientre.

No pudo contener el espasmo que le recorrió la espina, notable por lo erizado de la delicada piel de su delgado y elegante cuello que compulsivamente besé sin pensarlo a la altura de la nuca, restregándole un poco mi pubis en sus preciosas y pequeñas nalguitas mientras movía mi erecto pene con mi músculo perineal.

Su aroma me tornó completamente loco: un leve toque dulzón entre manzana amarga y madera húmeda, exactamente el olor q aficiono imaginar de piel de niño virgen, invitando a lamer una piel limpia, tersa, apiñonada de color y con una finísima pelusa clara, único distintivo q permitía imaginar le pertenecía a un perfecto mancebo.

Acto reflejo, el chico detuvo el paso y tensó los músculos del cuello, alejándolo en lo posible y alzando el mentón en un incierto gesto entre cosquilleante y tembloroso. Mi primer victoria: distraído por mi obligatoria caricia, ¡se olvidó de apartar su cintura! en un supuesto rechazo a mi avance abiertamente sexual. Todo ello realmente me hizo sentir fuera de mí, mucho más q de costumbre.

Al parecer se recobró un poco de mi emboscada y decidió escapar en inútil pacifismo, jalándose con ayuda de una columna q quedaba a su alcance. Bien pudo dar un empujón brusco con el codo y en cambio sólo resbaló el otro brazo para safar mi mano mejor aferrada a su justa cadera. Me le prendí más fuerte y supe q debía controlar su pánico para hacerme mejor de su cuerpo. Resistiéndole contra la columna, q él esperaba fuera su escape, junté mis labios a su oído derecho mientras le amagaba con un puño la espalda baja y le refregaba la camiseta con los dedos.

No digas nada o te mato - Le susurré enérgico. Me sonreí, sin que pudiera verlo, claro, mi tono estuvo incluso a punto de convencerme y no dudaba q el chico cedería por miedo a mi amenaza. Lo comprobé con el paso q enseguida dio sin la tensión anterior de su brazo. Yo le guiaba entre la gente y por capricho giré y cambié de dirección un par de veces sólo para asegurarme de mi dominio en su andar. Ni siquiera intentó voltear, en verdad estaba atemorizado pues su piel antes sin sudor alguno a pesar del calor típico, ahora estaba claramente húmeda y una gota le escurría del cuello, q enseguida ansié probar.

Mentalmente había trazado mi ruta de escape a la perfección, la entrada posterior del hotelucho, que preví forzar estuviera abierta, daba exactamente a la salida de aquel gentío interminable. Así q sólo tuve q empujarle un poco y la puerta se abrió sin más, dándome acceso a las escaleras sin q se percatara el encargado.

Sólo un piso y estábamos en mi número con la fortuna extra de ningún posible testigo. Tal vez percatándose de la seriedad del asunto y de q sería su última oportunidad de escape, forcejeó para echar a correr e intentó proferir un grito, pero fácilmente pude estropear el intento acallándolo con una mano firme en su boca y la otra con navaja en cuello.

Mi habitación estaba abierta, por supuesto, típico cuartucho de hotel de poca monta de diseño bastante antiguo para mi gusto, pero excelente para el propósito al que fue alquilado.

Con rapidez le puse boca abajo en la cama e hice que tragara un trapo sin dejar de hacerlo sentir el filo. Le puse las esposas y con mi peso en sus piernas le puse una mordaza, sin ajustar demasiado. Debo confesar que verle en aquel estado tan vulnerable hizo despertar en mí una tremenda compasión a la vez q una creciente excitación sexual.

Pensé en vendarle los ojos también pero qué caso tenía si me había visto ya. Me despertó más la idea de hacerlo q me viera y q nunca olvidara mi rostro por lo q le hice. Le voltee y descubrí una vez más sus preciosos ojos obscuros. Su mirada temerosa sólo se fijó un instante en mí y de inmediato cayó. Casi pude sentir q lo amaba: ahora q lo veía con esa fragilidad, tal vez tenía 18, aunque antes me hubiera parecido uno o dos años mayor.

En su mente su vida corría peligro mientras que en mi cabeza le hacía un altar a su belleza. El creía q lo lastimaría y yo sabía q preferiría morir a hacerle algún daño a esa perfecta criatura; pero hoy era alguien un poco distinto, dispuesto a tomar algo q no me pertenecía y a robarlo para siempre sin importar las consecuencias q pudiera tener.

No quería decepcionar demasiado las expectativas de mi víctima así q no daría paso atrás, no descansaría hasta quedarme con lo mejor de ese inocente chico, cuya única culpa fue estar en el lugar menos indicado; en cuanto a mi, mejor presa no podía tener.

(Continuará…)