Cacao en polvo (3: También hay que trabajar)

Tras la receta, la primera entrega de Cacao en polvo, os di a conocer cómo él tuvo un encuentro mágico en el metro, lleno de sensualidad y aroma a cacao.

Cacao en polvo

3. También hay que trabajar

Tras la receta , la primera entrega de Cacao en polvo, os di a conocer cómo él tuvo un encuentro mágico en el metro, lleno de sensualidad y aroma a cacao (ver Cacao en polvo (1). Contacto subterráneo ). El objeto de ese encuentro se irá convirtiendo en una verdadera obsesión que se va a hacer casi incompatible con sus responsabilidades pero que va a llenar sus fantasías. Espero que sigáis dispuest@s a sumergiros en este periplo morboso, inquietante y, sobre todo, sabroso.

No iba a llegar a tiempo a la reunión de trabajo, más bien a la entrega de su trabajo de los últimos días. Aún así pensó que era perdonable, que cualquiera, sobre todo Roger, lo tenía que comprender y no se rebotaría demasiado por la espera.

-¿Roger?, soy Arturo, no te vas a creer lo que me ha pasado. No, de verdad…, que no… que no es lo de siempre. Que no me he dormido. Ya, ya, lo siento, pero a ti te hubiese pasado lo mismo. Sí…. Te lo tengo que contar, nos vemos dentro de un rato en el estudio, necesito darme una ducha urgentemente. Sí, por supuesto que llevaré los planos.

De momento con la llamada solucionó el asunto, sobre todo porque no le había dejado casi hablar a su jefe. Su mente volvió de nuevo a lo único que le interesaba. Obrador Celeste. Celeste, así llamaría a su dulce tentación. Celeste, le gustaba, le enardecía, le turbaba tanto que sabía que se estaba obsesionando y no le importaba. Ahora tenía claro lo que tenía que hacer. Al otro lado de la comunicación,

-Le atiende la posición 12-45.

-María Luisa, ¿en qué puedo ayudarle?

-Tome nota por favor: Noventa y uno, cinco, siete, dos, cuatro, seis, nueve, dos.

Ya lo tenía, sólo un obrador con ese nombre en la ciudad, todo va perfecto. A partir de ese momento esos nueve dígitos le martilleaban en el estómago. ¿Sería mucho pedir que ella cogiese el teléfono? Dejó para la tarde el momento decisivo, ahora se sentía inundado por el sabor de su ninfa y no quería estropearlo con una llamada infructuosa.

Pensó que lo mejor sería volver a casa, deprisa, a disfrutar de esa sensación en solitario, para no compartirla con nadie de los que se cruzaban y le miraban pretendiendo adivinar sus pensamientos. Nada mas entrar en la intimidad de su apartamento sintió que volvía a excitarse casi como hacia un rato. El característico hormigueo que sienten por lo menos los hombres, en la parte más baja de los testículos cuando se inicia una situación excitante en sus mentes. No pudo evitar deslizar una mano por debajo del pantalón, a la vez que cerraba los ojos y volvía vertiginosamente al vagón perfumado por el tierno aroma a cacao. Se dio cuenta que estaba muy excitado, que la erección de su polla era tal que le dolía. Se desabrochó el pantalón e introdujo su mano por debajo de sus testículos. Ese día no haría falta que se pusiese una película porno para masturbarse y llegar a correrse con seguridad. Sabía que todo iba bien, que estaría a la altura de su fantasía. En el vagón esta vez mandaba él y no había nadie más. Sólo ellos dos. Ella sujetaba las trufas entre sus manos, pero no había caja, y el calor que hacía allí las estaba derritiendo. Pequeños regueros de chocolate negro empezaban a escurrir entre sus dedos, a la vez que llevaba una mano hacia su pecho, desabrochando uno a uno los botones de su entallada camisa, que fueron impregnándose del cacao. La visión le estaba volviendo loco.

Se sentó en el sofá del salón, abrió las piernas y lanzó los pantalones y el tanga, que solía llevar últimamente, lejos, bien lejos, al horizonte. Abrazó primero con una mano y después con la otra el miembro que parecía iba a estallar mientras, en su vagón, ella se rodeaba los pezones con las yemas de sus dedos manchados de chocolate. En más de lo que podía soportar. Acercó una mano a su corta falda que asomaba entre su largo abrigo y subió los dedos por sus muslos notando que se apretaban impidiéndole el paso. Con una sonrisa lujuriosa ella cedió la presión y las yemas de sus dedos ascendieron hasta que las ingles de Celeste pusieron fin a la escalada. Un suave y escaso vello le hizo saber que ella había olvidado sus bragas. Que lástima. Si algo le desarmaba era que una atractiva e inalcanzable mujer con un largo abrigo ocultase su desnudez inferior bajo una reducida falda y medias, no pantys. Y ahí estaba, delante de él, la reina de sus fantasías, pero real esta vez porque ya tenía rostro.

La visión imaginaria de su cuerpo al aire le hizo estremecerse de tal manera que agarró violentamente su polla para empezar un frenético sube y baja que le iba a llevar, irremisiblemente, a un orgasmo explosivo. En el vagón, Celeste, ya sentada, comenzaba a levantar las piernas hacía la línea de sus ojos, había empezando a introducirse un par de dedos, bañados en chocolate, dentro de su precioso coñito, que era verdaderamente precioso, mucho más que otros, porque todos no son iguales. Éste estaba rasurado a excepción de una luna árabe que descansaba sobre su precioso botón. Una luna decreciente, una C mayúscula. Celeste, su nombre lo llevaba en su fuente de placer. Al introducir sucesivamente los dedos dentro de él, un fino hilo de chocolate empezó a escaparse de ese atrayente coño. El observador sintió un impulso irresistible: no desperdiciar ese manjar, mezcla divina que sería el néctar de la diosa Celeste. Separando con cada pulgar los labios de su gruta, acercó la lengua hacia la fuente que se le ofrecía y la introdujo para extraer el líquido oscuro. Un intenso aroma femenino le embargó de tal forma que le hizo explotar e inundarse a la vez de todas las sensaciones que más deseaba. En ese momento volvió a la realidad y se dio cuenta que se estaba corriendo. Cerró los ojos para volver al vagón donde ella estaba recibiendo su polla en su boca para que él le devolviese el néctar que hacia minutos le había robado. Sus jugos retornaron a ella, con espasmos que se iba debilitando progresivamente, mientras que ella con su lengua ávida y sedienta aprovechó hasta la última gota de ese maravilloso retorno.

Quedó tendido y exhausto en el sofá, acariciándose intensamente para no perder los últimos momentos del ensueño. Ella le besó en la boca y volvió a dejar el vagón, pero esta vez manchándole con su propio néctar.

Sólo se dio cuenta que se había quedado dormido cuando al despertarse se encontró semidesnudo y con la necesidad de una buena y concienzuda ducha. Recordaba todo como si hubiese sucedido en la realidad. Tenía que buscarla. Después de contarle a Roger, lo que quisiera del asunto, tenía que dedicarse a encontrarla. A veces se había cruzado con personas en las que había pensado poco tiempo antes, pero nunca habían sido encuentros tan anhelados como éste.

De la misma manera que encontrar una trufa oculta en la tierra de otoño es una tarea francamente infructuosa aunque todo lo compense el sabor del éxito al descubrirla, hallar en una ciudad tan imponente el objeto de su deseo no iba a ser nada fácil. Todo dependería de la viveza con la que se mantuviesen las imágenes que reflejaban todo lo ocurrido ese día. Éstas le darían fuerzas para encontrar a Celeste entre varios millones de personas, aunque, sin duda alguna, el atractivo que ella poseía la diferenciaba del resto.

-¿Todavía te pasan esas cosas? –le arrojó Roger a la cara a modo de reprimenda por su retraso. Y lo malo no es que te pasen, sino que te afecten tanto que olvides tus compromisos profesionales. Supongo que ya no recuerdas que tenías que hacerme la entrega de estos planos hace una semana. El cliente estaba que se subía por las paredes y esta mañana ya no se me ocurría nada que le calmase. Si hubiese imaginado que andabas detrás de mujeres que olían a caramelo.....

-Chocolate, Roger, chocolate. No es lo mismo. Nunca me hubiese dejado hipnotizar por los encantos sexuales de una mujer que oliese a caramelo. Nunca. Pero a cacao, eso es diferente. Lo que pasa es que tú has perdido todo el contacto con los demás y sobre todo con el punto exótico que tienen las féminas.

-Bah, no me cuentes historias. ¿Has pensado alguna vez en dedicarte a escribir estas fantasías en vez de dibujar tristes y constreñidos planos de edificación?

-Eso nunca. Nunca compartiré estas vivencias con cualquiera que tenga unos euros para comprar la novela, relato o lo que saliera de mí.

-Mira el escritor. Qué crees, ¿qué cualquier cosa que saliese de esta testaruda cabezota llenaría las librerías o los quioscos de prensa? Bueno, te diré que lo has compartido conmigo y que me hubiese gustado estar en tu lugar, pero la vida es así y hay que ganársela día a día y tú últimamente andas un poco despistado. Resumiendo, que aparte de la entrega que me has hecho ahora, necesito que cierres el asunto de Ríos Rosas ya. El promotor no va a esperar más y me ha amenazado con buscar los dichosos planos en otro estudio.

-No te preocupes que no le perderemos, porque cumpliré con los plazos a rajatabla. Pero también te aseguro que la encontraré.

-¿A quién?

-A quien va a ser, a la dama del cacao. Mi obsesión favorita desde esta mañana.

-A mí mientras me traigas los planos, puedes hacer con tu tiempo libre lo que quieras. Pero no te metas en líos, que sabes que tienes un imán para ello.

De esta manera pudo capear el temporal en el estudio de Roger. Tenía dos días a lo sumo para terminar el trabajo que normalmente le llevaba el doble pero a pesar de todo le embargaba una sensación de tiempo libre increíble. Él sabía que era capaz de cumplir, se consideraba todo un profesional. Tenía claro a qué lo dedicaría. En estos momentos se acordó que tenía un teléfono que podría ser su primer paso hacia el placer. Si se ponía ella seguro que todo iría bien, después de lo sucedido por lo menos tendría que recordarle. Si no, preguntaría por ella dando una descripción lo más aséptica posible para no delatarle sus vehementes intenciones al interlocutor.

Próxima entrega, Placeres ya conocidos

Siempre espero y agradezco vuestros valiosos comentarios ( ant1961vk@yahoo.es ).

Autor: Nío

Enero de 2006