Cabeza de chorlito

Masulokunoxo participa en el Ejercicio de Micros con un relato de pasión desenfrenada en plan polvo clandestino.

El reflejo en las fachadas de cristal anuncia el amanecer. Las calles están silenciosas, limpias y me encanta el sonido de mis tacones en la acera: ¡clap!, ¡clap!, ¡clap!

La única nota discordante en esta noche perfecta, la ha puesto el portero del hotel -menudo capullo-, al salir, con un comentario realmente ofensivo. Otro día -o noche-, me habría revuelto como una leona y se hubiese tenido que comer sus palabras. Hoy no, estoy de buen humor.

He tenido que convencerte para que no me acompañes. –Vivo cerca. Es un paseo- Quería tomar el aire. Insististe, me negué. Lo intentaste de nuevo y tuve que hacerte callar, con un dedo entre mis labios y los tuyos.

Poco antes, mis dedos -mis uñas- dibujaban marcas de sudor y sangre en tu espalda.

¡Perdóname, amor! Pero hacía mucho tiempo que no tenía que fingir un orgasmo.

¡Qué cara de susto pusiste cuando te tumbé en la cama y me monté encima! –El condón- Balbuceabas. –Shhh. Ni lo has notado, ¿verdad?- No, ni te enteraste, concentrado como estabas en no correrte en mi boca.

Me gustó tu voz al teléfono: grave, soltando de carrerilla el ensayado discurso y dubitativa –cuando tuve que aclararte que la tarifa del anuncio era por horas, no toda la noche-. Al final fueron seis horas, después de informarte que no admito tarjetas de crédito y oírte decir que no importa, que hay cajero automático en el hotel. -¿De dónde habrá salido el pingüino éste?- De no estar el negocio en crisis, te hubieras hartado de esperar.

Bueno, por una vez, el cliente no ha resultado ser un baboso, no me ha pedido que haga ningún número raro, no tenía disfunción eréctil –me pongo muy nerviosa y no paro de mirar el reloj-, no estaba dopado con cocaína o Viagra y no he tenido que pedirle la pasta por adelantado -ya la tenía preparada encima de la mesa, billete verde sobre billete vede-.

¡La leche! Hasta quiso entablar conversación, mientras nos bebíamos la botella de cava. –Oye, tú veras, pero cobro lo mismo, con charla o sin ella- Hubo charla, hora y media de charla…y hablé yo, casi todo el rato.

¡Mierda, las llaves!


¿Que cómo nos conocimos papá y yo? Por mi mala cabeza, hija: nunca sé dónde dejo las llaves.