Cabañas calientes (1)

En unas vacaciones en el sur argentino el Gato conbate el frío con el sexo...

Cabañas calientes

Mi primo Mauro me invitó a pasar las vacaciones con él y sus amigos, en una cabaña en el sur argentino. Yo, mucho dinero no tenía, pero conseguí un préstamo y partí con ellos.

Mauro es un muchacho de 26 años, alto, y un poco gordito. Su pelo corto resaltaba sus ojos verdes. Siempre me había llamado la atención lo sádico que eran sus relatos sobre sus experiencias sexuales. Él decía que las mujeres eran para él sólo un pedazo de carne disponible para descargar su apetito sexual.  Uno de sus amigos era Miguel, un chico de 22 años muy lindo, rubio y de pelo largo. Su cuerpo era un poema, lo trabajaba día tras día en el gimnasio, no era muy alto, pero tenía un bulto impresionante entre las piernas, más aún cuando usaba pantalones deportivos. Juan, era físicamente similar a mi primo, aunque con un culo redondito y bien parado, y su piel era más morena que la de Mauro. Yo, completaba el grupo.

Los cuatro salimos en auto de la casa de mi primo. A los chicos yo los conocía de los cumpleaños de Mauro, y siempre me había gustado mucho Miguel. Mi primo, si bien nunca había tenido nada conmigo, sabía que yo era gay. No le molestaba, por el contrario, siempre que caminábamos juntos y veíamos alguna pareja él decía "agarrá al flaco que de la chica me ocupo yo", y nos reímos a lo grande.

El viaje fue ameno, salimos muy temprano en la mañana y paramos al anochecer en un hotel  barato con baños compartidos. La única habitación disponible tenía tres camas, una de dos plazas y dos de una plaza. Decidimos quedarnos igual, puesto que Mauro tenía que descansar para manejar al día siguiente. Una de las camas de una plaza fue para él, que se acostó de inmediato. En la otra había dejado su bolso Juan, por lo tanto, Miguel y yo compartiríamos la de dos plazas.- cuando estábamos por acostarnos, Mauro desde su cama le dice a Miguel: "Ponete el calzoncillo de lata, sino el Gato te puede llegar a arañar durante la noche… No parece, pero le encanta la pija". Yo lo asesiné con la mirada, pero él guiñándome un ojo me dijo que me quede tranquilo, que los chicos ya sabían como era yo.-

Miguel, ya acostado, me dijo con una amplia sonrisa en los labios, que me acueste tranquilo, que estaba todo bien.

Me acosté más nervioso que nunca. Todas mis estrategias de levante o conquista se estrellaron contra el piso por lo sucedido. Él, ya sabía que yo era gay.

Se apagaron las luces, y a los pocos minutos Mauro comenzó a roncar, para ser acompañado por los rugidos de Juan que sincronizaba con él. Yo no me podía dormir y al parecer Miguel tampoco. Comencé a reírme por lo bajo, era realmente un concierto de ruido feroces aquello. Mi compañero, que estaba de espaldas, se giró y me preguntó por qué me reía, le dije que eran dos animales por como roncaban, y él se puso a reír también.  Empezamos a conversar sobre lo que haríamos en las vacaciones, los lugares que visitaríamos, etc. Y como siempre ocurre en estos casos, terminamos hablando de sexo.

Miguel me preguntó cómo era ser gay, y luego de una breve explicación sobre el placer que he dado y recibido durante mi vida, me pidió que le cuente algún encuentro bien caliente con otro chico. Y yo por supuesto, así lo hice. Le describí el encuentro que Daemon, un chico norteamericano que conocí en mi viaje a Perú. Le describía cada detalle a la perfección. Miguel escuchaba atentamente, y sólo interrumpía mi relato para que le aclare cosas tales como el tamaño del pene del chico, o la duración del encuentro. Obviamente se estaba calentando. Aún no había terminado de contar cuando noté que mientras yo hablaba él se estaba dando un suave masaje en la verga por sobre el calzoncillo. Si bien estábamos muy tapados, ya que hacía bastante frío, el movimiento de las frazadas lo delataba.

Seguí mi relato hasta que le dije que no quería contar más porque me calentaba muchísimo recordar aquello, que se me había parado la verga y si seguía me iba a tener que hacer una paja para descargarme. Por un instante el se quedó callado, pero luego me dijo que él también estaba "al palo" y que con la erección que tenía no se podría dormir. Yo me sonreí y le dije que era peligroso que me dijera eso a mi, ya que como sabía, a mi me gustaban mucho las vergas, y más aún cuando estaban paradas.  Su respuesta me dejó delirando… "por eso te lo digo".

Miguel tomó mi mano por debajo de las sábanas y la llevó a su pija. Por sobre la tela pude palpar su tronco a punto de estallar. Era realmente grande y grueso. Calculé que mediría unos 22 cm., él se bajó el calzoncillo y comencé a practicarle una paja de lujo. Estábamos seguros que los demás dormían, porque sus ronquidos seguían cortando la noche. "Chupámela" me ordenó ese adonis. Me metí por debajo de las frazadas y me ubiqué entre sus piernas. Mientras tomaba su miembro con una mano, mi lengua empezó a jugar con sus testículos bien peludos, me los metía en la boca de a uno y luego los dos juntos. Lo pajeaba suavemente mientras le chupaba toda la zona genital.  Finalmente, mi lengua comenzó a subir por su tronco desde la base, lentamente recorrí cada centímetro de su caliente verga, hasta que llegué a su glande, el que devoré golosamente. Mis labios se sellaron alrededor de su pija y comencé un sube y baja con la cabeza que lo hacía delirar de placer. Quise ir un poco más allá, y comencé a frotarle el agujero del culo con un dedo mientras seguía chapándolo. No puso resistencia a tan grato placer. Sus manos se adueñaron de mi cabeza y me ensartaban aún más sobre su pija. Bajé el ritmo, no quería que eso terminase allí. Llené mis dedos de saliva y me los enchufé en el culo, lubricándome bien. Entonces le pregunté si quería seguir. Me dijo que no. No se animaba a más, y me suplicó que lo siga chupando. Entonces le dije que era un tonto, que estaba seguro que le iba a gustar. Lo pensó un instante y accedió. Entonces, me levanté y lo monté. Puse una pierna mía a cada lado de su cintura y tomando por detrás de mi espalda su pija dura, me fui ensartando en el culo cada centímetro, hasta que finalmente, me clavé por completo. Y comencé a cabalgar lentamente, ayudándome con mis piernas que le levantaban para que su pija tuviera más juego. Yo me sentía en el cielo, la pija de Miguel realmente me llenaba. Comencé a pajearme sobre el pecho del chico y él empezó a apurar sus envestidas, hasta que me dijo que se estaba por venir. Entonces salí de él y volví a ubicarme entre sus piernas, colocando un dedo mío sobre su orificio anal y moviéndolo frenéticamente. Mi boca se apoderó de su pija y en un par de movimientos rápido su pija derramó su rica leche dentro de mi garganta. Miguel deliraba del placer, y cuando acabó lanzó un gemido que supuse despertaría a los otros, pero no fue así.

Seguí moviendo mi dedo y chupando hasta que no quedó una gota de leche. Entonces, comencé a pajearme y a los diez segundos descargué mi leche sobre su pierna. Miguel se limpió la pierna con la sábana y prendió un cigarrillo. Yo me acosté nuevamente a su lado y le pregunté si la había pasado bien. No me contestaba. Entonces me acerqué un poco más a él y le dije al oído si la cogida lo había dejado sordo. Comenzó a reírse y me dijo que pocas veces le había pasado algo así, que después de semejante polvazo aún estaba caliente. Y llevando su mano a su pija que estaba durísima otra vez, me dijo, "Gatito, me vas a tener que ayudar con esto…" y levantó las frazadas para que me interne nuevamente entre sus piernas. Por supuesto, yo estaba igual que él.

Continuará

El Gato.-

Abril de 2003.-