Caballo de carreras.

La historia de una chica y su caballo, lideando con el estrès de una competencia cercana.

El veterinario, luego de una larga y detallada revisión, determinó que Relámpago estaba enfermo de tristeza. Sí, el caballo se encontraba físicamente en perfectas condiciones y su poco interés por comer o cabalgar se debía a una depresión. Según las palabras del médico, el haber incrementando las horas de entrenamiento por lo cercana que estaba la carrera anual del pueblo, también había aumentado la presión sobre el animal y eso provocó su repentino estado de negación. Esa era su forma de manejar el estrés.

Escuchar esa noticia fue doloroso para Carla, la dueña del caballo. Más que saberse fuera de la competencia si su animal no cambiaba de actitud para el fin de semana, le preocupaba que él no se encontrara bien. Relámpago había sido para ella más que un instrumento para obtener la gloria o una simple distracción, era su amigo. Y como tal, le lastimaba verlo sufrir. Se reprochó haberlo forzado tanto los últimos días, en su afán de conseguir la victoria. En cuanto dejó al veterinario en la salida, regresó a consolar a su compañero de aventuras.

  • Lo siento, bebé. Se que no es excusa, pero si te presioné tanto fue porque en verdad, por primera vez en mi vida, me interesaba ganar ésta competencia. No fue mi intención que te pusieras así. Me habría gustado darte más atención a ti que a la carrera, pero ya no se puede. Lo hecho...hecho está. Sólo me queda pedirte disculpas y decirte que, así venga el evento más importante del planeta, no volveré a exigirte tanto. - Prometió la arrepentida muchacha, mirando fijamente a los ojos de su caballo para después abrazarse a su cabeza.

Luego de permanecer en esa posición sin reacción alguna del animal, a Carla se le escaparon unas lágrimas. Fue entonces que Relámpago, al darse cuenta de que su dueña sufría tanto o más que él, salió de ese estado de pasividad en el que se encontraba desde hacía ya cuatro días. Con la punta de su lengua, lamió dos veces el pecho de la chica. Ella saltó de la emoción al sentir esa suave caricia sobre sus senos. Finalmente su caballo había salido del letargo y eso le provocaba una gran felicidad. Lo besó en el hocico y volvió a abrazarse a su cabeza.

Él también se sintió sumamente contentó. Ese beso le abrió las puertas a una fantasía y lo empujó a conseguirla. Después de un par de segundos, comenzó a darle continuos lengüetazos al pecho de su jinete. Ella no hizo el más mínimo intento por apartarse. Nada parecía estar fuera de lo normal. Su caballo le mostraba lo mucho que la quería y a ella eso le satisfacía. Ni siquiera notó que sus pezones empezaron a endurecerse por la humedad de aquellos roces. Se abrazó más fuerte a quien, al menos hasta entonces, consideraba su mejor amigo.

El animal, al igual que con el beso, confundió la reacción de la jovencita, interpretándola como una autorización para avanzar. Agachó un poco la cabeza y su lengua comenzó a lamer otra parte de aquel esbelto y atractivo cuerpo que tenía frente a él. Carla, al sentir la saliva de su caballo mojando su entrepierna, entonces sí se apartó. Comprendió que aquellas no eran simples muestras de afectos. Entendió que Relámpago veía en ella a algo más que una compañera de cabalgatas. Le asustó un poco la idea e intentó salir de la caballeriza, pero él se lo impidió.

Con su imponente anatomía, el animal cubrió la salida y le tapó el paso a la chica, quien retrocedió hasta toparse con el muro. Él se le acercó y buscó su boca, besándola en principio contra su voluntad. Era cierto que muchas veces habían juntado sus labios, pero nunca de aquella manera. Nunca con implicaciones de deseo. Lo primero que Carla sintió fue asco, pero no por lo que sucedía en sí sino por ella. Se dio cuenta de que ese temor que lleno su mente al saber que su caballo la veía como algo más que a su dueña, era porque a ella, al menos en el fondo, también le pasaba lo mismo.

Muchas veces, en sus sueños, se había visto fornicando con él después de un entrenamiento, como método para liberar la tensión. Muchas veces, dormida, había pronunciado su nombre en medio de gemidos de placer, pero no lo recordaba o no quería recordarlo. Por pena, por no convertirse en una depravada. En una loca a la que le atraen los animales. A pesar de que su subconsciente había tratado de hacerla ver la realidad, ella se había negado a aceptarla. Le daba vergüenza admitir que le excitaba el roce de aquel pelaje en sus piernas, pero, ante aquella situación, ya no pudo contenerse más.

Tomando la trompa de Relámpago con ambas manos, correspondió al beso de éste. Se olvidó de todas esas trabas que se había puesto para convencerse de que estaba mal. Se dejó llevar por sus sentimientos. Por su pasión, por sus ganas. Con desesperación, la de necesitar la lengua de su corcel recorriendo su blanca y tersa piel, se desnudó y se mostró entera y sin máscaras ante él. Le permitió ver esos firmes, redondos y, a pesar de su delgadez, grandes senos y ese sexo sin rastro de vello, ya mojado por saber que pronto estaría lleno. Ya mojado y esperándolo, a él y a su verga.

Y él no la hizo esperar. Rápidamente inició una exploración bucal de aquella frágil y sensual figura. Con esa enorme y babosa lengua, no hubo rincón que no atendiera. Aunque, por el tamaño de su boca, con algo de dificultad, el animal acarició aquellos pezones duros y marrones que de tan estimulados parecían doler. Los envolvió con dulzura y lujuria, provocando que Carla lo llamara por su nombre entre suspiros y jadeos. Los atrapó entre sus labios, estrujándolos y sacándole a su hembra elevados sonidos de placer.

Luego se dirigió a su entrepierna, penetrándola con la lengua después de varios minutos de acariciarla de manera superficial. Y dentro de ese cálido y estrecho orificio, como orgulloso de haber logrado lo que tanto tiempo había deseado, relinchó, haciendo que su chica arqueara la espalda como primera señal de la inminente corrida que se avecinaba. Y ella le enterró las uñas y gritó para venirse y bañar su hocico. Y él bebió todos esos jugos como si fuera el único alimento que su estómago necesitara. Ambos estaban satisfechos, pero no conformes. Aún faltaba lo mejor.

Una vez recuperada del orgasmo, Carla se metió bajó el cuerpo de su caballo y se encontró con el miembro de éste, a medio camino entre el reposo y la erección. Tuvo que utilizar ambas manos para intentar rodearlo, pero ni así lo consiguió. Relámpago no era humano y mucho menos su pene el de un hombre. La realidad golpeó el cerebro de la chica, haciendo que tomara consciencia de lo que estaba haciendo. Estuvo a punto de arrepentirse, pero sentir el falo del animal creciendo entre sus dedos, llegando a su impresionantes punto máximo, le bastó para saber lo que realmente quería.

Deseaba probar aquel gran trozo de carne, tenerlo dentro de su boca y sentirlo en su garganta. Ya había llegado muy lejos como para dar marcha atrás. No era tiempo de acobardarse por unos cuantos centímetros de más. Cerró los ojos y acarició con su lengua la punta de esa descomunal y rojiza verga. Sabía diferente a la de un chico. Más fuerte, más animal. Eso le encantó y comenzó a mamársela con gran ímpetu, esforzándose para que el grosor de aquel instrumento no fuera para ella un impedimento.

Relámpago estaba en el cielo y de su miembro brotaba una gran cantidad de lubricante. Ella bebía lo que estaba dentro de sus posibilidades y el resto, el que escapaba por sus comisuras, se deslizaba por sus senos hasta llegar a su sexo, ansioso de tener algo más que líquido preseminal. Atendiendo la petición de su vagina y considerando que su caballo, a juzgar por su inquietud, estaba listo, la muchacha sacó esa enorme polla de su boca para pasar al siguiente nivel. Utilizando su cinturón, se colgó del animal y se preparó para recibir aquel monstruo.

El glande de aquel impresionante pene se colocó en la entrada de su cueva y un escalofrío recorrió su cuerpo. Estaba a punto de ser atravesada por un caballo y eso, a pesar de la excitación que invadía su cuerpo, no dejaba de ser atemorizante. Apretó los dientes esperando por el momento y de pronto, tras un movimiento del corcel, ambos se impulsaron. Relámpago dio un pequeño salto para alcanzar la ventana con sus patas delanteras y, buscando facilitar lo que seguía, apoyarse de ella. Como si el tamaño de su falo fuera el de un humano, entró en la jovencita de un sólo golpe.

A pesar de que prácticamente sólo fue la punta lo que se alojó en su interior, Carla sintió como sus tejidos se desgarraron. Gritó por el enorme dolor que eso le produjo, pero al mismo tiempo se sintió más plena y satisfecha que nunca. Poco a poco, su caballo fue introduciéndole más de esa fenomenal verga y después empezó a follarla como si de una yegua se tratara. Las feroces embestidas del animal sacudían a la muchacha como si fuera una muñeca de trapo. Ese monstruoso instrumento entraba y salía de ella ya casi sin problema. Parecía que en cualquier momento la partiría en dos.

A medida que juntos aprendían de ese nuevo estilo de cabalgata, las energías de la chica fueron desapareciendo y sus manos se aferraban cada vez con menos fuerza del cinturón. Por esa razón las estocadas eran más profundas y violentas y aumentaban su gozo, debilitándola más y haciendo que entrara en un círculo vicioso que la estaba llevando de nuevo al clímax. Más centímetros de carne, más placer y de repente, se le nubló la vista. Un orgasmo como jamás pensó experimentar la elevó hasta las estrellas por unos instantes. Atravesada por su caballo, vivió sus mejores segundos.

Cuando Relámpago sintió que aquellos lastimados pero vivos músculos apretaban su polla, una explosión que nació en sus testículos viajó por toda su anatomía. Un fuerte relinchido escapó de su boca y, sin poder controlar sus acciones, dejó caer a Carla sobre la paja para de inmediato bañarla con una cantidad industrial de semen. Ella quedó cubierta de espermas que después él limpió con su lengua y que ambos compartieron en un salvaje beso que selló su entrega. A partir de ese momento no fueron más caballo y jinete, sino macho y hembra, complementándose el uno al otro.

Ella se incorporó para acostarse en el lomo de su amado. Luego de acariciar por unos minutos su negro y brillante pelaje y decirle cuanto lo quería, se quedó dormida montada y sólo montada en él. Volvió a soñar que tenían sexo después de un agotador entrenamiento, pero esa vez, las imágenes fueron más reales y sentidas. Él también durmió, feliz de haber hecho realidad su fantasía y de saber que esa hermosa mujer que desde potrillo conocía, lo amaba, tanto o más que él a ella. La oscuridad se apoderó de las caballerizas y el calor del amor correspondido de sus corazones.

El fin de semana llegó y Relámpago le dio el mejor de los regalos a su hembra. Tras haber dejado en el pasado su fase de apatía, ganaron la carrera con una clara ventaja sobre las demás parejas. Carla se convirtió en la primer mujer que resultaba vencedora en la competencia y todos la alabaron, al igual que a su corcel. Recibieron miles de elogios y atenciones, pero nada de eso a ellos les importó. Lo único que querían era que llegara la noche para, a solas en las caballerizas, donde no eran una mujer y un animal, volverse el uno al otro entregar. Volverse a amar.