Caballitos
Dados los comentarios que han llegado desde el ultimo relato, me pensaba mucho mandar este, pero va dirigido a los que les gusta mi forma de escribir.
CABALLITOS
El viaje duró más de lo que yo había pensado, pero no me importaba nada; conducía el chófer de mi Señora, y yo iba detrás con Ella, o mejor dicho, debajo de Ella, pues mi cara había sido el cojín de sus posaderas durante todo el trayecto, cosa que me hacía el sumiso más feliz del mundo.
Eran ya noche cerrada cuando llegamos al lugar donde pasaría la siguiente semana; mi Señora había decidido dejarme unos días en un "campamento de verano", como ella lo llamaba y de paso mejorar algunas de mis atribuciones; lo que más podía dolerme en esta vida era separarme de Ella, pero no tenía siquiera el derecho a cuestionar sus decisiones, así que me comprometí a aprovechar el tiempo, fuese lo que fuese a lo que allí iba.
Salimos del coche, la acompañé hasta la puerta de una lujosa villa pero me hizo esperarla fuera, de rodillas y desnudo; pasados unos minutos salió acompañada de tres mujeres de aspecto severo, de las cuales se despidió mientras me acariciaba el cabello y me decía que me portase bien. Yo quedé entre las tres mujeres, arrodillado, mientras veía cómo el coche en el que había venido desaparecía tras unos árboles y la noche decidía envolverme en la oscuridad.
Un empujón me hizo dar de bruces en el suelo, apoyado en las manos, quedando a cuatro patas; un collar se cerró alrededor de mi cuello, y oí como una de las mujeres, la que dirigía las instalaciones, les decía a las otras dos que me llevaran a mi cuadra y me prepararan para mañana. Las seguí a duras penas, entre insistentes tirones de mi collar, comenzando a dañarme las rodillas y las manos debido a que aquel camino de grava estaba haciendo bien su trabajo.
El trayecto fue corto, aunque se me hizo duro; llegamos a una pequeña cabaña, fría, oscura y maloliente donde, al traspasar la puerta de entrada, pude contemplar una cuadra de caballos humanos, 7 en total, entre los que había tanto mujeres como hombres, pero no me dio tiempo siquiera a fijarme en nada más. De una patada caí al suelo en el centro de la estancia, y a patadas me giraron sobre mí mismo, para quedar boca arriba; sin poder pestañear las dos mujeres se me echaron encima, una sobre la cara, quedando sentada groseramente sobre mí, con sus pantalones de cuero que apretaban mi nariz más de lo aceptable, y la otra sobre mi regazo.
Eran una profesionales, y enseguida tuvieron arreglado el tema respecto a mí; en cada mano me pusieron una especie de guante de boxeo, muy apretado a las muñecas, pero sin espacio para mover la mano dentro, y una especie de coderas con las que dificilmente podía articular el codo; en las rodillas fueron unas rodilleras pero mas rígidas aún, que me obligaban a tener flexionadas las rodillas.
Se levantaron las dos, una de ellas puso una bota embarrada sobre mi cabeza, aplastándola contra el suelo mientras con la otra tenía atrapadas mis manos; sin previo aviso la otra mujer comenzó a fustigar mis nalgas, mi espalda y mis piernas. Aquel atentado a mi integridad física me cogió tan de sorpresa que aquellos golpes tenían un efecto doble sobre mi piel, lacerandola, llenándola de finas rayas rojas ensangrentadas.
Cuando terminaron conmigo me llevaron a un pequeño cubículo donde ataron mi collar de manera que mi cara quedó muy pegada a la pared, y me derrumbé en el suelo; echaron sobre mi cuerpo un cubo de agua fría, apagaron la luz y se fueron.....
La mañana comenzó muy pronto, pues aún no había amanecido y ya estaban dandonos patadas para que nos incorporásemos; todo el grupo fue conducido a cuatro patas hacia un recinto cerrado donde se practicaba con nuestra doma; íbamos en fila india, muy cerca los unos de los otros, justo en mis narices se meneaba el culo grande y liso de un hombre de unos 50 años. Ya me había dado cuenta de los que formábamos la cuadra: cuatro "yeguas", una de las cuales me sorprendió por la avanzada edad que parecía tener, y tres "caballos".
Al entrar a mi me separaron del resto, llevándome a una zona más apartada; pude ver como los demás comenzaban un ligero trote y hacian alguna cabriola ante la atenta mirada de dos amazonas que con sus látigos y fustas mandaban aquí o allá; yo estuve al cargo de otra amazona, que me hizo caminar a cuatro patas, a menor ritmo, aunque al poco ya me fue dando con la fusta para que trotara en círculos a su alrededor, como si fuese un caballo de verdad.
Estuve así toda la mañana, dando vueltas y vueltas; la verdad es que las almohadillas que tenía tanto en las rodillas como en los codos servían de mucho, amortiguaban bastante los pasos que daba, y al finalizar mis ejercicios pude disfrutar de un poco de agua, bebiendo directamente de un cubo de metal.
Poco después nos llevaron a un prado al lado de aquel pabellón de adiestramiento, donde nos dejaron pacer libremente; no podíamos incorporarnos, teníamos que comportarnos como las bestias que pretendíamos ser. Por la tarde hubo más ejercicios; mi adiestradora, que por cierto se portaba bastante bien conmigo, me calzó en las rodillas y en las manos una especie de cuñas de madera que me alzaban más de un palmo del suelo. Me explicó que eran para que cuando me calaran la silla de montar, las amazonas no tuvieran que arrastrar los pies en el suelo, y para hacerlo más gráfico, ella misma se montó sobre mi espalda para demostrármelo.
Poco a poco me fui enterando de la clase de personas que estaban allí para aprender a ser caballos; pese a que estab prohibido hablar entre nosotros, por las noches nos dejaban solos, y en cuchicheos nos contábamos las cosas. Así supe que el señor de unos 50 años que me había precedido en la fila de la mañana era un rico magnate, dueño de una gran multinacional, pero que su chacha filipina había subyugado hasta el punto de pasar por aquello por capricho de la chica que apenas tenía 23 años. Los otros dos eran gemelos, cuya dueña los quería de caballos para tirar de su cochecito.
En cuanto a las mujeres, dos de ellas pertenecían a dos amos que las educaban en toda suerte de humillaciones, pero lo que más me chocó fue la historia de las otras dos mujeres, entre las que se encontraba la de avanzada edad; eran madre e hija, de 68 y 49 años respectivamente, y eran propiedad de la nieta, una jovenzuela de 22 que las tenía de criadas a las dos.
Al tercer día mi cuidadora ya montaba sobre mí; a pesar de llevar la espalda arqueada y que mis brazos y piernas temblaran por el peso, ya era capaz de llevarla de un sitio a otro, de girar acompañando al bocado que llevaba a casi todas horas y de aguantar con ella encima más de una hora sin caerme. Eran unaos avances muy significativos, y como ella me dijo, mi meta estaba en aguantar, no en hacer filigranas como los demás. Pronto saldría a galopar por el bosque.
Aquella noche nos sacaron de la cuadra al hombre maduro, a la madre e hija y a mí, y nos llevaron a una de las casas habitadas por las amazona nos nos montaron para el trayecto, solo nos llevaron de la correa y nos metieron en la casa. Allí estaba reunida toda la tropa de amazonas, 5 mujeres en total y una más joven que desentonaba por su fragilidad en comparación a las otras: era la hija y nieta de las dos "yeguas" que nos acompañaban. Todas estaban ya un poco pasadas de alcohol, estaban muy exaltadas y cuando nos vieron entrar casi se nos echaron encima.
Fuimos pasando entre un pasillo de fustas, recibiendo golpes en cada centímetro de nuestro cuerpo, pasando una y otra vez; el primero en caer al suelo fue el hombre que caminaba a mi lado, hecho que sirvió para que todas las fustas se dirigieran hacie el, dejándonos a los otros tres un momento de respiro.
Tras tanto golpe, y más calmadas, las amazonas se sentaron en sendos sofas, mientras una de ellas se llevaba al hombre fuera para darle una ducha de agua fría y volverlo a traer a la fiesta;la chica tomó a su madre por los pelos y la tiró al suelo, poniendo su cabeza en un sofá y sentándose encima., mientras yo era obligado a poseer a la anciana en el centro, sobre el suelo, a cuatro patas, como si fuesemos animales de verdad, hasta que terminé por regar todo su interior.
La noche transcurrió más apacible, menos para la mujer más joven, que a manos de su propia hija sufrió toda clase de tormentos; el hombre regresó al grupo y fue montado hasta la saciedad, al igual que me montaron a mí tambien, pero más suavemente. El fin de fiesta fue el marcado de las dos "yeguas" por parte de su dueña, con un hierro al rojo vivo y con una bonita marca de propiedad. Después de esa noche no volví a ver a las mujeres.
El resto de la semana se me pasó rápido, mejoré mucho en el trote, soportando una caminata de dos horas por el bosque con mi cuidadora, fui merecedor de un cepillado especial por parte de las otras dos yeguas y mi ración de terrones de azucar fue doble también. Pero la última noche iba a ser muy especial.
Nada más llegar a la cuadra me pusieron en el centro de la estancia, en una especie de banco de madera al cual me ataron de brazos y piernas, y acercaron una silla al lado de mi cabeza, justo enfrente. Una de las dos yeguas se sentó en ella, con mi cara entre sus muslos, y la otra lo hizo sobre mi nuca, de manera que mi boca, mi nariz, mis ojos, se enterraron en aquel sexo desprovisto de vello y abierto para la ocasión.
Aún no me había acostumbrado a la falta de aire, a la carne apretada contra mis mejillas, a la oscuridad insondable de aquel pubis, cuando unas manos se posaron en mis caderas y un pene duro y palpitante comenzó a abrirse paso entre mis nalgas. No podía moverme, ni gritar, ni revolverme, solo apretar los dientes y sentir aquel trozo de carne entrar en mi cuerpo, sin compasión, y comenzar a moverse dentro con un ritmo cadente, exento de pasión, como una máquina.
Los tres hombres con los que compartía la cuadra me poseyeron de igual forma, y no una, sino dos veces cada uno, mientras los fluidos de las dos yeguas me llenaban la boca. Finalmente me dejaron solo, atado al banco, lo que quedaba de noche, y por la mañana, tras un breve paseo por el prado, me adecentaron y mi Dueña vino a buscarme. Debió ver mis progresos de inmmediato, porque quedó con las amazonas que en breve me vovlería a traer para seguir ejercitándome...