Cabalgando sobre mi madre
Mi madre y yo salimos a cabalgar por el campo, hicimos un descanso en un lugar solitario y terminé cabalgando encima de ella.
Cabalgando sobre mi madre.
Mi madre y yo salimos a cabalgar por el campo, hicimos un descanso en un lugar solitario y terminé cabalgando encima de ella.
El secreto de un buen encuentro sexual estriba a partes iguales en combinar placer sexual, imaginación y morbo, pero quien quiera realmente experimentar en carnes propias la apasionante locura del sexo, la formula magistral es: una medida de placer sexual, dos de imaginación y diez de morbo, y eso señores, eso sólo esta al alcance de privilegiados. Son los que tienen el enorme privilegio de mantener relaciones sexuales con sus madres. Todo lo demás son sucedáneos.
Soy Pancho Alabardero, tengo casi cuarenta años, vivo en Madrid, follo con mi madre y me relaciono con colegas que hacen otro tanto. Compartimos experiencias, confidencias y vivencias y a veces, sólo a veces, nos gusta darlas a conocer. Esta es la vivencia de un joven colega que acaba de tener la experiencia sexual más alucinante de su vida, que, aunque no muy prolija por su edad, jamás creyó que esto de follar fuese tan jodidamente apasionante.
Hola soy Emilio, tengo 20 años, estoy comenzando la carrera de Ingeniería en una prestigiosa universidad de Madrid y hace unos días que me he montado a mi madre y he cabalgado sobre sus grupas de nácar hasta caer reventados jinete y montura, pero será preferible que comience por el principio.
Mis padres tienen una planta envasadora de aceite en una pequeña localidad de la provincia de Ciudad Real en España. Yo estudié en un Instituto de la zona hasta que me llegó la edad de comenzar la universidad, cosa que decidí hacer en Madrid, para lo cual me alquilé un apartamento y como la casa de mis padres me queda a menos de dos horas de viaje en coche, pues durante la semana en Madrid y los fines de semana en Ciudad Real.
No siempre, pues en época de exámenes me suelo encerrar y me paso a veces semanas sin ir por casa de mis padres, como era el caso, pero el viernes pasado recibí una llamada de mi madre interesándose por mí y poniéndome al día de las novedades. La novedad más importante era que mi padre se había ido a los Estados Unidos en viaje de negocios y que el negocio les iba de maravilla.
La verdad es que ambas noticias eran poco novedosas, pues mi padre exporta aceite a ese país y suele ir frecuentemente, cosa extraña, porque el negocio con ese país no es tan importante y los gastos si que lo son, pero se diría que ambos, mi madre y el se sienten conformes. Mi padre porque de alguna manera sus ojillos se le encienden cada vez que habla de Miami que es a donde viaja, y mi madre se siente muy a gusto de disfrutar de unos días de libertad sin dar explicaciones a nadie.
-¿Y qué tal estas tú? Me preguntó despreocupada.
-Muy agobiado por los exámenes- le contesté casi sin pensarlo, porque obviamente la preocupé.
-Pues vente mañana a comer conmigo y por la tarde nos la pasamos montando. ¿Te apetece?- fue la propuesta que me hizo de inmediato y como remedio para aliviar mi agobio por los exámenes.
Cualquiera de ustedes entendería normal la propuesta de mi madre, pero quizás si les pongo en antecedentes entenderán mi turbación por tan sugerente propuesta. Resulta que a mi padre le encantan los caballos, o mejor dicho, lo que le encanta es presumir que tiene una cuadra de caballos muy bien montada. A mi padre el montar y salir a pasear a caballo le dice poco, a mi madre me parece que otro tanto, pero no hace muchos meses escuché a mi madre hablando con una amiga y le confesaba que a ella, montar a caballo la ponía muy cachonda y que siempre follaba después de montar.
Entenderán que de inmediato asociase ambas cosas: montar y follar, de modo que con lo agobiado que estaba, el tiempo que hacía que no follaba y que mi madre me estuviese invitando a pasarme la tarde montando con ella, las fantasías se me amontonasen y le contestase casi, casi, una grosería, pero creo que ella ni se dio cuenta... o disimulo.
-Si, si que me apetece, mañana voy a montarte-
Como supondrán yo me sentí abochornado por mi contestación, pero ya les digo que mi madre no hizo alusión alguna y quedamos para el día siguiente para comer. Yo, nada más sentarme delante de mi madre, quise disculparme con ella, pero no sabía cómo hacerlo, de modo que aproveché la conversación para desviar el tema a lo que me interesaba.
-Te gusta montar a caballo o quieres que hagamos otra cosa- me preguntó inocentemente.
-No, me gusta montar a caballo, pero me pongo empalmado cada vez que lo hago- le dije inconscientemente. Créanme, no era eso lo que quería decirle, o mejor dicho, eso es lo que quería decirle, pero no era esa mi intención, pero el nerviosismo por la contestación de ayer me jugó una mala pasada y eso fue lo que le dije.
Mi madre reaccionó con total naturalidad y me dijo que ella también se ponía cachonda cada vez que montaba a caballo, lo que no me dijo fue lo que en su día le dijo a su amiga, que siempre terminaba follando, aunque me dijo algo un tanto más atrevido:
-Yo, siempre que monto a caballo termino follando con alguien ¿tú también? Me preguntó un tanto divertida por la situación.
-Yo sólo cuando tengo con quién- le dije muy, muy cortado.
-No te preocupes- me dijo muy divertida por la situación, pues se notaba lo azarado que estaba luego nos llevamos una manta y nos damos unos revolcones ¿te apetece?
¿Ustedes han entendido lo mismo que yo?, ¿mi madre me estaba proponiendo salir a montar a caballo, llevarnos una manta, tenderla en el suelo y follar?, porque desde luego eso es lo que yo entendí.
La comida se me hizo una eternidad porque yo no tragaba más que saliva al comprobar las insinuaciones que mi madre me estaba haciendo, de todas formas yo estaba más mosqueado que un pavo en nochebuena, porque todo esto no sabía si eran simples filigranas dialécticas más o menos divertidas y atrevidas por parte de mi madre, o era una proposición formal para consumar un incesto.
Aunque a decirles verdad, todo apuntaba a esto último, porque cuando pasamos por casa para cambiarnos de ropa y salir hacia las cuadras, ella salió con una manta verdosa a cuadros en la mano, a la vez que me hacía otro comentario tan insinuante como los anteriores:
-Veras lo bien que nos lo vamos a pasar-
Llegamos a las cuadras y un empleado que mi padre tenía para cuidar la instalación y los caballos ya nos los tenía preparados. Yo me monté en una Yegua lusitana negra y mi madre sobre un pura sangre árabe/español, una preciosidad de caballo que obviamente mi padre tenía como la joya de la cuadra, aunque si quieren que les diga la verdad, a mí la joya me parecía mi madre, no el caballo.
Mi madre se había vestido para la ocasión de una manera elegante y además a mi me parecía de lo más sexy. Llevaba unos ceñidísimos pantalones de monta blanco-marfil con un cinturón ancho color negro a la cintura, botas negras de monta hasta la rodilla, blusa color azul turquesa, pañuelo blanco anudado al cuello y su elegante melena negra azabache ondeando sobre sus hombros. Que quieren que les diga... estaba para montársela.
Nada más salir de la cuadra e iniciar el trote, mi madre decidió coger un camino que bordea el Parque Nacional de Cabañeros, un camino solitario, intransitable salvo a caballo y que conducía a una loma sobre la que se divisa una gran parte del parque. Ella iba delante, marcando el paso y el camino y llevaba a la grupa la manta verde para, como ella decía, darnos unos revolcones.
Las vistas no podían ser más sugerentes y sugestivas, aunque el paisaje tampoco estaba mal, pero claro, con semejante hembra delante, quién coño se preocupaba de perder el tiempo mirando el paisaje. Mis ojos no perdían de vista el culo de mi madre, que marcaba el ritmo del trote del caballo y tal parecía flotar en un interminable, elegante y sugerente sube/baja sobre su silla de montar. Sus nalgas, firmes y bien contorneadas, se alzaban y se desplomaban livianas sobre la silla a la vez que su melena acompasaba armoniosa el trote del caballo.
Yo creo que ella era consciente que tenía mi mirada atrapada en su figura, porque de lo contrario sería difícil explicar el insinuante movimiento que poco a poco imprimía a su excitante cabalgar. Según alzaba el culo de la silla le imprimía un sutil movimiento hacia adelante, a la vez que fijaba sus botas sobre los estribos para simular un grácil movimiento de apertura de piernas para inmediatamente, al caer sobre la silla, hacer justo el movimiento contrario con culo y piernas, vamos, que parecía mas un mete saca de una pareja follando contra una tapia, que una amazona cabalgando a caballo, aunque quizás eso es lo que quería hacer y de ahí que el montar la pusiese tan cachonda.
Al cabo de un rato puso al caballo al paso y su culo se encajó sobre la silla, aunque ahora lo que meneaba con asombroso ritmo eran sus caderas, que más parecía bailar una bachata lenta que un cabalgar erguida sobre una montura. Yo aproveché el momento y puse mi montura a su altura, ella me miró risueña y feliz y me preguntó lo que era más que evidente:
-¿Estas empalmado?-
-Uff, no sabes como estoy- le dije resoplando y fijando la mirada descarado sobre la blusa medio entreabierta por donde asomaban unas más que generosas tetas firmes y atrayentes.
-Y tú- le pregunté envalentonado -¿Estas cachonda?-
-Estoy para que me follen- me dijo medio susurrando.
Yo no necesitaba más confirmaciones, en cuanto descabalgásemos me la iba a montar, pasase lo que pasase. Ella se mantenía erguida sobre su caballo, yo desplomado sobre mi yegua; ella, melena al viento, mostraba desafiante su bellísima cara y se la dejaba acariciar por la brisa de la tarde, yo sencillamente babeaba viéndola tan jodidamente atractiva y sensual y no veía el momento de poner pie en tierra para abalanzarme sobre ella, pero la espera mereció la pena, porque cuando llegamos al mirador de "Vistaleguas" los dos, madre e hijo íbamos tan sexualmente excitados que ni por un momento nos planteamos nuestra relación filial, el incesto que estábamos a punto de consumar, la barrera infranqueable que estábamos a punto de franquear. Yo sólo veía a una mujer endiabladamente atractiva, guapa y sensual.
Nada más descabalgar cogí los caballos y los lleve a un árbol cercano para atarlos, cuando regresé mi madre ya había extendido la manta y se encontraba tumbada sobre ella, boca arriba y los brazos descolgados suavemente por encima de su cabeza. Me subí suavemente encima de ella, le cogí su cara con mis manos y me miré en sus ojos: estaba radiante. Sus labios entreabiertos dejaban ver una boca atrayente y fresca, su lengua asomaba tímidamente entre sus nacarados dientes, sus ojos sencillamente transmitían deseo.
Busqué con mis manos sus tetas y con facilidad, con presteza, salieron gozosas de su escondrijo, las agarré suave, muy suave entre mis manos y con mi lengua, con mis labios, las chupé, las lamí, las mamé. Sus tetas eran carnosas, blancas, aterciopeladas, coronadas por una aureola marcada y unos pezones en punta, con los que jugué hasta que mi madre me cogió con sus manos la cabeza y me la acercó a su boca, allí enterré mi lengua en su boca, busqué afanoso la suya y ambas jugaron durante un buen rato entrelazadas, hasta que sentí que su mano me agarraba con fuerza mi polla y me la acariciaba por encima de la ropa.
Entendí que otras partes de su sensual cuerpo reclamaban mi atención y me bajé hasta sus muslos para buscar su chochito y morderlo por encima de su pantalón. Ella arqueó suavemente su culito para ofrecerme una mejor postura y deleitarme durante minutos en esa posición, pero mis manos pronto se afanaron en un nuevo quehacer, en desabrocharla el cinturón y la cremallera y bajarle su pantalón y sus braguitas hasta las botas de media caña que llevaba puestas.
A la vista quedaba el espectáculo más onírico, sensual, atrayente y apasionante para un chico: el chocho de su madre. Estaba recubierto por finísimo vello púbico, pura marta cibelina, suave, liso. Alargué mi lengua y se la introduje ligeramente, desprendía un olor embriagador y su sabor era denso, entre ácido y dulce, ligeramente afrutado, aunque a veces, según profundizaba entre los labios de su chochito, descubría un cierto sabor agrio, quizás sus secreciones vaginales, pero a la vez mi olfato se inundaba de olores que generosamente se escapaban de su chocho y la sensación de atracción por su sexo aumentaba exponencialmente.
Ignoro cuanto tiempo estuve haciéndole la mamada a mi madre, pero créanme si les digo que estaría una eternidad y me parecería un suspiro, pero entre jadeos la escuché suplicar que se la metiera, que la follara, que ya no podía más, que quería que la montase... y la monté.
Mi polla se introdujo suave, profunda. Según la penetraba miraba su cara, sus ojos irradiaban pasión, su boca deseo, sus labios dulzura, le acaricié las tetas, se las estrujé entre mis manos, busqué sus nalgas, sus desnudas nalgas y se las agarré con firmeza, toqué su culo con lujuria y ella comenzó a murmurar entre jadeos, murmullos apenas imperceptibles, apenas inteligibles, pero que me animaban a follarla, a joderla, a metérsela. De pronto sus jadeos y los míos se mezclaron y se escuchaban cosas como: jódeme hijo, mama cómo te jodo; métemela, métemela, métemela, cómo te la meto, cómo te la meto, cómo te la meto; que alegría que me folles hijo, que gusto follarte mama; ¿te gusta follarme hijo?, ¿te gusta que te folle mama? y así diciéndonos cosas y abrazados, rabiosamente abrazados, nos corrimos intensamente.
Al regresar me subí a la grupa de su caballo e hicimos casi todo el camino abrazados, agarrado a sus tetas, besando sus cabellos, oliendo su perfume de hembra en celo, disfrutándonos mutuamente.
-Vaya cabalgada que se han metido ustedes- nos dijo el mozo al vernos tan agotados y mientras conducía los caballos a las cuadras.
Mi madre y yo nos miramos, nos hicimos un guiño de complicidad y nos echamos a reír.
Pancho Alabardero alabardero3@hotmail.com