Butch Femme III

Continuación.. espero valga la pena la espera, ¡saludos!

III

Al despertarme me halle a solas; me vestí para esperarla pues sin importar lo que había pasado entre nosotras supe entender de inmediato que las reglas serían las mismas y yo no debía salir sola.

En un par de minutos entro con el desayuno.

  • Buen día – dijimos al unísono, verla aceleraba mi ser, sentía mis mejillas arder de nuevo.

  • Te sonrojas mucho – me expreso sonriente y se acercó a besarme.

Comimos y me recosté, ella me acompaño; el frio ameritaba el calor de su cuerpo.

  • ¡Quiero saber más de ti! – exprese recostada en su pecho, dibujando líneas irregulares en el con mi mano. - ¿Cuál es tu verdadero nombre?

  • Isabel, lo herede de mi madre.

  • ¿Tus padres están en Inglaterra? – me sonrió.

  • Ellos murieron.

  • Lo siento – me observo un instante.

  • Mi madre murió cuando tenía cinco años, de tuberculosis y mi papa a los doce; de mi madre no recuerdo mucho, solo sé que era hermosa – sonreí – mi padre era un veterano de guerra; a su muerte, mi hermano, un adolescente para entonces, se encargó de mí, de ambos.

Guarde silencio pensando y preparando mi próxima pregunta, pero sus besos me distrajeron una vez más…

Cenábamos y yo solo la observaba.

  • ¿Qué sucede Ellie?

  • Es que aun quiero saber más de ti – mis mejillas ardiendo. Sonriente culmino su vaso de leche.

  • ¿Qué más quieres saber?

  • ¿Cuándo…

  • ¿Cuándo nació John?

  • Si – me miraba paciente.

  • John nació gracias a mi hermano y en respuesta a mi condición.

Mire intrigada.

  • Desde muy pequeña supe que no era como las otras chicas, supe que no me gustaría ser la mujer sometida que nuestra sociedad nos exige ser, supe que no quería estar con ningún hombre; y poco a poco entendí que quería estar con chicas. Mi hermano lo noto con facilidad, y la muerte de nuestro padre me permitió un nuevo inicio, mi hermano vendió la casa y nos mudamos, salimos de Leicester, y desde el momento en que salimos mi hermano me propuso hacerme pasar por un chico; “así será más fácil”, dijo; y mi hermano el visionario jamás se equivocaría, él me nombró John.

  • Sonreí – tu hermano suena maravilloso.

  • Lo es.

  • ¿Dónde está?

  • Nos encontrará en América.

Un par de días más pasaron; casi no la dejaba salir pues quería compartir con ella, estaba muy amañada a estar así con ella, a su calor, a nuestras conversaciones, su tacto, solo temía que algo de aquello sufriese modificación al arribar a nuestro destino.

Mis pasos temblorosos bajaban por la rampa, mi brazo nervioso se aferraba al suyo. Observaba su rostro y lucia tranquilo.

  • Estamos en Argentina – me susurro y me tomo con mayor firmeza.

Comencé a transpirar, todo aquello era abrumante, un continente distinto, un país nuevo, un idioma desconocido y con lo único a que aferrarme a mi lado, ella.

Estaba soleado el lugar, al menos para salir del frio del atlántico; el sol en pleno apogeo y los cielos despejados, la brisa fresca, todo deslumbraba mi vista.

Hallamos un hotel. El español de Isabel no era muy fluido pero por lo que podía observar lograba entenderse bien. Era para mí un enigma como Isabel podía saber tantas cosas. La admiraba.

Me introdujo a la habitación y me pidió aguardar allí. Me sentí de nuevo en Inglaterra por ese instante.

  • ¡Isabel! – abrió los ojos como platos y miro a los lados.

  • No me llames así en sitios que puedan oír, ¡lo sabes!

  • ¡Perdón!

Hizo un movimiento para cerrar la puerta.

  • John, déjame acompañarte, quiero ayudar.

Su expresión seria se dejó derrumbar por una mucho más tierna.

  • Me ayudaras, pero hoy debo ir yo a conocer el territorio en el cual estamos.

Asentí resignada, me dio un beso fugaz y partió.

En un par de horas regreso, yo la esperaba ansiosa.

  • He hablado con el dueño del bar – dijo un par de minutos luego de haber entrado y notado mi impaciencia – necesita un electricista – quitaba sus botas – y me ha dado el trabajo, ¡esto de ser chico ayuda! – Dijo sonriente, desabotonando su camisa – no es mucho pero será un inicio.

Me disponía a llenarla de preguntas cuando beso mis labios y se metió a la ducha.

Seguía impaciente. Salió con el paño adherido a su cintura y el pecho aun húmedo; me detuve un instante a observarla.

  • ¿Cómo es eso que trabajaras de electricista?

  • ¡Así es! – dijo acercándose a mí, como siempre sin aclararme nada más.

  • Pero Isabel, ¡explícame!

  • ¿Qué quieres que te diga? – pregunto tomando mi cintura y pegándome a ella.

  • ¿Cómo es eso de electricista?, y ¿Qué hare yo?

  • Tu – besaba mi cuello – aprenderás español – buscaba despojarme de la ropa – y luego veremos.

  • Pero – quise protestar y me silencio con besos, haciéndome suya, como irremediablemente ya lo era.

Me levante temprano y aun así no logre verla, ya se había ido.

Pasamos dos días en aquel hotel, al llegar en la noche olía a vino. Era tarde, la miraba con enojo, me tenía preocupada, me entrego un sobre y se introdujo a la ducha.

Yo saque los papeles de aquel sobre.

Partidas de nacimiento con sello inglés, pasaportes de ambas, y al final, un acta de matrimonio. Me detuve a leer esta última.

<<…El ciudadano John I Kane ha contraído matrimonio con la señorita Ellie J Hart…>>

Revise mi identificación y pasaporte, - sonreí al ver que había conservado el apellido de mi madre solamente, jamás se sintió complacida con las anécdotas que viví con mi padre -, el año de mi nacimiento estaba alterado para lograr mi mayoría de edad.

La vi salir de la ducha, solo la mire sin sentirme capaz de pronunciar palabra.

  • Debí preguntarte, ¡lo sé!; pero creí que de esta manera seria más fácil, los documentos de identidad son reales, bueno solo altere tu edad y mi nombre obviamente.

Guardamos silencio un instante.

  • ¿Estas enojada? – pregunto sentándose a mi lado.

  • ¡No!, estoy sorprendida; significa esto entonces

  • Si quieres irte – me interrumpió – eres libre, no creas que buscaba someterte de alguna manera.

Entonces comprendí lo que pasaba por su mente y no era eso a lo que me refería.

  • No Isabel.

  • El acta es un documento falsificado, solo lo hice para protegerte, o bueno pensé que sería una herramienta útil para ese fin.

Hizo ademan de levantarse y la detuve.

  • Por favor escúchame – me miro a los ojos – no me molesta el acta de matrimonio, ni me asusta la idea de quedarme contigo, no planeo ir a ningún otro lugar; - me miro confundida - ¿siempre serás John?

Respiro profundo.

  • Siempre que sea necesario seré John, es la mejor vía de protegernos contra todo.

  • Me preocupa las labores que ejerces, me preocupa que no me dejes hacer nada, ayudarte; yo no quiero estar aquí encerrada, esperando a que tú nos saques adelante, ¡quiero ayudar!

Solo me miraba.

  • Te entiendo, pero por ahora no puedo permitirlo.

  • Entonces ¿Cuándo? – replique instantáneamente, levantándome con brusquedad.

Se sonrió.

  • Aprende español Ellie; no puedo dejarte salir a un mundo en el cual no te puedes defender y desenvolver correctamente.

  • ¿Y tú sí? – me miro profundamente, tome asiento a su lado de nuevo.

  • Entonces ¡enséñame! – exigí recostándome a su hombro desnudo y frio por la ducha.

Fue a su bolso y saco un libro pequeño – lo compre para ti – dijo entregándomelo, era un diccionario, inglés-español.

  • Mañana nos mudaremos, he conseguido un pequeño apartamento en el centro, el edificio necesita alguien que se encargue de las reparaciones, albañilería y electricidad; esta amoblado, es acogedor, sé que te gustará – la mire sorprendida, ella me acogió en sus brazos – te prometo que practicaremos cada noche y cuando me sienta segura y sepa que estarás bien, te dejare hacer lo que quieras.

Solo pude besarla, ¿para qué decir más?, es demasiado hermosa.

Los días y semanas pasaban con rapidez.

Al principio me compartía sus dudas y temores sobre su hermano, el paradero de Matthew la estaba consumiendo y poco a poco se fue encerrando en su propia fortaleza de manera tal que ya jamás me dejo entrar.

Me angustiaba no poder ayudarla; no poder brindarle todo el apoyo y seguridad que ella me había brindado a mí.

En julio me dejo salir sola al mundo, halle trabajo de camarera en un pequeño café a un par de cuadras del departamento. Dos meses luego de estar allí trabajando, los clientes ya me eran familiares y uno de ellos siempre buscaba hablar conmigo, pero ese día era distinto, ese día lucia preocupado.

  • ¿Qué le sucede señor?

Pregunte rellenando su taza de café.

  • Es que me he quedado sin... – hizo una pausa y me miraba fijamente – Srta. Ellie, ¿quiere un trabajo de enfermera?

Atónita asentí.

  • Necesito una ayudante, una enfermera para mi consultorio, y la necesito ya.

  • Pero yo no

  • ¡Te enseñare! – Me apremio – y buscaremos la manera de instruirte académicamente lo más pronto posible.

Guarde silencio.

  • Este podría ser el inicio de una profesión buena y estable para usted.

  • Estoy muy entusiasmada pero debo hablarlo con mi esposo primero – dije recordando a Isabel, el doctor tomo su café y se levantó.

  • Si decides aceptar, te espero mañana a las 7am en el consultorio, si no vas tendré que buscar a alguien más.

  • Entiendo, ¡gracias!

Era una magnífica oportunidad. Estaba ansiosa por culminar mi turno y platicarlo con Isabel.

Saliendo de mi turno me topé con un periódico abandonado en una de las mesas; “Reino Unido le declara la guerra a la Alemania Nazi”, palidecí leyendo aquel encabezado. Con todos los meses que han pasado, Isabel creía que podría existir una gran posibilidad de que Matthew aun no haya salido de Inglaterra, la expansión de Alemania ya la tenía preocupada, y ahora esto.

Llegue a casa y busque consolarla, pero su seriedad y sus murallas me mantenían al margen de lo que dentro de ella ocurría. Le conté de mi oportunidad y solo fui inundada por su apatía.

A partir de ese día todo cambio, nuestra relación se convirtió en una convivencia netamente protocolar.

Hablamos poco; siempre estaba ocupada, trabajando o en el bar, bebiendo y alejándose más de mí; el poco tiempo que pasaba en casa dormía o leía y en ninguno de esos momentos me atrevía a molestarla.

Como ayudante del doctor me iba genial, ya estaba estudiando, instruyéndome de manera adecuada, el doctor movió sus influencias y me aceptaron con facilidad a la escuela de enfermería, sin hacer muchas preguntas sobre mis estudios básicos en Inglaterra.

Hice amistad con una compañera de trabajo, quien resultaba vivir a tan solo un par de cuadras de mí; allí nos invitaron a recibir el año nuevo, John y el esposo de Melissa, Héctor, se llevaban muy bien así que era una reunión cómoda para ambas.

La época de por si era nostálgica y unida a nuestra situación amorosa, a Matthew y nuestros anhelos se volvía casi insoportable. En el balcón, lejos por un instante de la reunión, yo recordaba a mi madre, John a mi lado pensaba en Matthew. Durante las campanadas de la iglesia anunciando el año nuevo, ella silenciosa como de costumbre, se pegó de lleno a mí y me sostuvo en sus brazos, suspire al instante, como extrañaba su cariño.