Butch Femme
Al fin de regreso. ¡Espero les guste! *.*
Butch Femme
I
No quiero narrar todos los eventos desgraciados que en mi corta vida me han traído a donde me encuentro ahora, un burdel del centro de Manchester; a esperas de que el mejor postor se lleve lo más preciado para una mujer.
Me han dicho que espere en una habitación al ganador de mi inocencia.
Observo a través de la ventana las luces tenues de la noche; oigo la tranquilidad de la ciudad mientras no hallo calma a mis nervios.
La puerta se abre abruptamente tras haber oído el pasillo lleno del ruido de hombres borrachos, cerré los ojos con terror de lo que me esperaba, no solo esta noche si no las muchas noches que tal vez permanecería aquí consecuencia a mi sangre desdichada.
- ¡Trátalo bien! – escucho decir a un grupo de hombres que arrojaban a otro sobre la cama.
Tome aire profundamente y estos se fueron; quede a solas con el hombre que no se movía, permanecía echado sobre la cama.
Con lentitud, nerviosa e incómoda me acerque a verlo; era joven, bastante delgado, tez blanca y cabellos cortos, negros; sus ropas estaban hediondas a vino, lucia completamente dormido. Era un chico atractivo, su rostro era delicado, falto de vello facial, juvenil; admitía que si lo hubiese observado en la calle me habría llamado la atención.
Los minutos pasaban y él no mostraba la mínima intención de moverse. Yo pase la noche en vela sin saber que pensar, sin saber que esperar. No sabía si agradecer este tiempo para “preparar mi mente” o si renegar de la tortura de no saber.
El sol llego y al fin el chico se levantó, con lentitud y notorio malestar se incorporó. Me observo sin decir nada. Acomodo su ropa y siguió observándome.
¿Qué edad tienes? – pregunto con voz sigilosa y ronca. Sorprendida respondí.
Diecisiete – dije con voz temblorosa. Mi respuesta pareció no gustarle, frunció el ceño y en ese instante retumbo un escándalo en el pasillo tal cual la noche anterior.
<< ¡John acaba ya! >> Se escuchó entre risas.
El chico se levantó dándome la espalda y se dirigió a la puerta. Viro a verme.
- Tu patrón hará preguntas; dile que he cumplido mi cometido, de lo contrario podría golpearte asumiendo que tú te has negado – me miro con un carisma que relacione con empatía y partió.
Helada no supe que decir, ni siquiera me moví, deje de respirar durante ese instante.
Hice lo que John me dijo, y mi “patrón” me advirtió que aún quedaba mucho para mí, que aun ofrecían sumas de dinero por los residuos de mi inocencia, y luego, luego de obtener grandes ganancias, sería su turno de “probar mi juventud”. Sin otro destino que seguir, asentí y fui a cumplir con mis labores de limpieza.
“Febrero de 1939, Londres en extrema tensión política con Alemania…”, leí en un trozo de periódico que utilizaba para limpiar las ventanas.
No podía parar de pensar en ese chico, en su humildad, en su bondad; bueno debió darle bastante lastima mi situación y simplemente no quiso que me dieran una paliza.
Al caer la noche sabría que mi suerte no se repetiría, que mi desdicha terminaría ahora por absorberme.
A la misma hora, en la misma habitación y con los nervios mil veces peor, esperaba por el ganador de esa noche.
La voz gruesa de un señor grotescamente obeso y sucio me saco de mis ilusiones; la habitación se impregno con un aroma a carnes que repugno mis sentidos, me fije en el señor; debía ser un mercader de la ciudad, tan solo un segundo resistí en la habitación antes de salir corriendo y ocultarme en el baño envuelta en pánico.
- ¡Arréglate para mí!, pero sal pronto – me apremio.
Trataba de respirar y darme valor para salir cuando escucho un “shh – shh”. Me gire a ver hacia la ventana y era el chico, el joven estaba colgado desde afuera; atónita observaba sin moverme.
- ¡Ven conmigo! – Susurró, seguí sin reaccionar - ¡Ven! ¡Decide rápido!
Estiro su mano, me acerque con una lentitud detestable y la tome sin pensar en lo que hacía, sin desear escuchar al “cliente” retumbar la puerta llamándome zorra y reclamando su producto.
Alejandro me ayudo a escalar en descenso por la enredadera que adornaba la pared del “honorable patrón”.
El vestido típico de la época impedía correr a la velocidad requerida, recuerdo bien la sensación de su mano al tomar la mía para obligarme a ir un tanto más rápido. Corrimos a través de los pasillos y escondrijos de los bajos suburbios hasta llegar a un pequeño hotel.
Me registro y escolto a una habitación, y me pidió aguardar allí, no debía abrirle a nadie, me advirtió que de seguro enviarían por mí.
Un segundo antes de salir me pidió que tratara de descansar, pues el día siguiente sería un día muy largo.
Se fue dejándome sola allí y al fin mi cabeza comenzó a funcionar, moría de la duda ¿había hecho lo correcto? ¿Sí nos encontraban? ¿Sí sus intenciones no eran limpias? ¿Qué haríamos mañana? ¿Quién era? ¿Por qué me ayudaba?
Busque lavar mi rostro, limpiar el maquillaje que me habían obligado a usar.
Las horas pasaban y John no volvía, bueno si ese era su nombre, solo lo escuche de sus acompañantes del pasillo; de seguro se había arrepentido de sus actos y me había abandonado allí. En ese caso solo me quedaría pedirle perdón a mi “patrón” y esperar que no me mate a golpes.
En un par de horas más oí la puerta abrirse. Alce mi mirada, respire al verlo, su mirada tranquila encontró la desesperación de la mía.
¿Tienes hambre? – pregunto cerrando la puerta.
No – dije bajito y tras un segundo.
No has descansado ¿verdad? – Negué con un gesto de mi cabeza, me sonrió con empatía - ¡debes hacerlo! – su voz a ratos la sentía forzada, mas ronca de lo que tal vez realmente era.
Asentí y obedientemente me acerque a la cama.
Pensaba y me preguntaba mil cosas hasta que el cansancio me venció por lo que yo creí que fue un par de minutos pero en realidad nunca supe cuánto tiempo paso.
Abrí los ojos, la ventana permitía la luz del día pasar, él sentado en la silla me observaba.
Se levantó para acercarme una vasija de metal llena de agua y un pan “¡come!”, tome asiento acatando su mandato de nuevo.
Lo vi abrir una mochila y sacar un par de ropas; no había notado si quiera que trajese una mochila.
- Debemos deshacernos del vestido, cámbiate por estas ropas.
Me acerco otro vestido, pero este mucho más sencillo, me parecía un uniforme de camarera. No logre articular ni una palabra de agradecimiento si quiera.
Me introduje al baño y me cambie con rapidez, asumí no estábamos en lujos de perder tiempo. Me mire al espejo y me detuve un segundo a mirar y sentir en mi mano la cadenita de oro que llevaba mi cuello, aquel único tesoro que mi patrón me había permitido conservar y era el único que importaba la verdad, la herede de mi madre, es lo único que me queda de ella y el recuerdo tangible de que mi vida pudo ser muy distinta si solo ella no hubiese fallecido.
Tras volver a caminar por veredas y pasillos, llegamos a la estación del tren.
- Debemos alejarnos lo más que podamos – me miro profundamente, yo solo asentí; me sentía indefensa, no sabía lo que hacía ni a donde nos dirigíamos pero a la vez me sentía profundamente agradecida y refugiada en su compañía.
Tomo mi brazo para enlazarlo al suyo, “Así pasaremos un poco más desapercibidos”- dijo. Solo en aquel momento me percate de lo alto que era, vestía con un saco negro sobre una camisa blanca y un pantalón de tela, una boina adornaba su cabeza; me fije en los rasgos delicados de su rostro, su tez clara y sus ojos cafés.
- Espera aquí – soltó mi brazo y se alejó.
Trataba de notar si las demás personas en la estación se fijaban en mí, me alegre al percibir que ese no era el caso, algunos conversaban entre sí, otros miraban al horizonte, hacia el tren que ya arribaba.
Unos bajaban, otros comenzaban a abordar, los minutos pasaban y John no volvía, comenzaba a llenarme de ansias.
El señor que recolectaba los boletos detuvo su labor y subió al tren, yo buscaba hallar a John con mí mirar cuando escuche la maquinaria del tren iniciar marcha.
<< ¡Sube al tren, sube rápido! >>, Escuche los gritos a la distancia, John venia hacia mi corriendo a toda prisa y tras él, un par de hombres más.
Tratando de no paralizarme puse mis pies sobre el tren en el instante que inicio su marcha; subí un escalón y asomaba mi cabeza esperándolo. Logro subir un par de segundos tras de mí. Los hombres también intentaron subir pero fallaron.
John algo palidecido me observaba y la voz presurosa de un señor atrajo nuestra atención.
¡No pueden subir así!, denme sus boletos por favor – gruño el hombre.
¡Acá tiene! – Le extendió la mano mi salvador - ¡disculpe! No podíamos darnos el lujo de perder este tren – le sonrió intentando calmarlo.
Pasen por acá.
John me pidió sentarme hacia la ventana. Yo acepte sin decir nada.
Su mirada cansada me cohibía de pronunciar palabra; aunque agradecida, seguía llena de dudas, ¿Por qué se tomaba todas estas molestias?
Observando el paisaje me quede dormida. Al abrir los ojos mi primer impulso fue buscar verlo, estaba pálido y sudoroso.
¿Estas bien? – me miro con calidez.
Estamos próximos a la estación, debemos bajarnos en esa.
Asentí viéndolo con preocupación.
Sentía el tren lentamente detenerse. Bajamos de el y caminamos, lo seguí sin preguntar.
Lo notaba fatigado y seguía sudoroso; algo le pasaba.
Encontramos un hotel lejos de la estación, pidió una habitación para ambos.
Abrió la puerta para que yo pasara, eso iba a hacer cuando lo vi recostarse al marco de la puerta con gestos de dolor y sosteniendo en su mano el costado derecho de su abdomen.
- ¡Estás herido! – exclame alzando un poco su saco, notando su mano ensangrentada, me acerque a él para ayudarlo a llegar a la cama; lo recosté - ¿te hirieron en la estación? – pregunte sin recibir respuesta. Jamás me había sentido tan culpable, lo habían herido por mi culpa.
Trate de levantar su camisa para ver la herida y no me lo permitió
– ¡Debo llevarte al médico!
- ¡No!, eso hará que sea más fácil hallarnos. Yo estaré bien.
Palpe su frente y cuello, hervían en fiebre. No podía quedarme allí sin hacer nada.
Dormitaba y eso me permitió escapar, salir a buscar la manera de ayudarlo antes de la puesta de sol.
Entre a una casa de préstamos con lo único que poseía de valor. La cadena era de 18 quilates, el dije no era la gran cosa pero aun así valían dinero. El prestamista notando mi situación presurosa y necesitada, me dio mucho menos dinero del que en realidad valía pero no me importo, aquello sería suficiente para lo que necesitaba.
En la farmacia compre vendas, hilo, aguja y antibiótico; si no quiere un doctor yo misma debía atenderlo, busque además una botella de licor barato para que distrajera su dolor y unos centavos de pan. Aun me sobraban un par de monedas, por lo cual me sentí satisfecha tras mías acciones, aunque aún faltaba, ¡era mi deber sanarlo!
Con rapidez volví a la habitación y acomode todo, John parecía dormido. Esterilice mis implementos lo mejor que pude.
Abrí a medias su camisa ensangrentada, debía actuar rápido. Mientras limpiaba su herida, la cual parecía haber sido hecha con navaja, recordaba el como había aprendido a realizar estas labores.
Tras la muerte de mi madre, el alcoholismo de mi padre se intensifico, me hizo abandonar la escuela pues ya no tenía dinero para pagarla y no obstante con ese malicioso vicio decidió comenzar a apostar y resulto ser muy malo haciéndolo, volvía golpeado por deber dinero a gente malvada, así que aprendí pronto a cuidar de la casa y atender a mi padre, cerrar sus heridas para que un día luego fuesen abiertas de nuevo. Todo aquel círculo vicioso nos llevó a él a deberle a alguien muy poderoso y peligroso y a mí a ser su único medio de pago, me entrego por dos años a mi “ex patrón” para así saldar sus deudas de juego, ya no había casa ni ningún otro objeto de valor, era yo lo único que le quedaba.
El dolor del curetaje lo despertó del todo, de inmediato busco alejar mis manos de él.
- ¡Por favor, permíteme ayudarte! – lo mire a los ojos y soltó mis manos para que siguiese mi labor. Le pase la botella y no quiso beber de ella.
Su piel ardía en fiebre, sin perder más tiempo di inicio a la costura.
En silencio me observaba; resistía tanto que evitaba mostrar muchos gestos de dolor. Era fuerte.
¿Cómo te llamas? – susurro, sonreí cayendo en cuenta que su bondad no necesito si quiera saber mi nombre para salvarme.
Ellie.
Guardo silencio para luego decirme que era un lindo nombre.
Le pedí descansara, ya había limpiado y cerrado su herida, esperando en Dios no pasara a mayores.
Busque unos paños y los humedecí para limpiar la sangre de su abdomen, a todas estas John ya se había dormido de nuevo.
Renuente evitaba que le quitara la camisa; ¡Testarudo hasta dormido! – pensé.
Espere un par de minutos hasta que se relajó de nuevo y esta vez en lugar de buscar quitar su camisa, solo opte por subírsela. Mientras lo hacía me encontré con una venda en su pecho y entonces en ese instante lo entendí todo. Su voz forzadamente ronca, sus rasgos faciales delicados, su falta de barba y su renuencia a que le quitara la camisa, ¡Era una chica! ¡Mi salvador en realidad era una mujer!
Había escuchado un par de comentarios de mi padre al respecto “engendros como esos no pueden estar en el pueblo”, nuestro pequeño pueblo a las afueras de la ciudad había “logrado” exiliar un joven del cual se sospechaba era una mujer en realidad, o al menos eso entendí por los cuchicheos en el mercado; una butch femme, recuerdo que le decían.
Aquel descubrimiento no había cambiado nada para mí, aún era mi salvadora y le debía respeto y agradecimiento.
Solo podía sentir admiración hacia un ser que mostro bondad y valentía, que no se detuvo a solo verme padecer, simplemente y sin si quiera conocerme le estaba dando un nuevo rumbo a mi vida, una vida que parecía por mucho, estar más que condenada.
Detallaba su rostro mientras culminaba de limpiarla; me generaba tanta intriga, tantos deseos de conocerla, conocer su historia.
Me sentí orgullosa al notar su fiebre disminuir. Acomode sus ropas de nuevo, ella no debía saber que yo sabía su verdad, comprendí bien que eso la enfadaría.
Ya con la noche en pleno apogeo me recosté sigilosamente a su lado para vigilar su temperatura y seguir observándola como niña curiosa, después de todo, este sería el único momento en el cual podría detallarla con tal indiscreción.
Lucia tranquila y frágil, jamás tendría como agradecerle.
De la nada se giró a su costado izquierdo, quedando frente a mí, colocando su brazo a lo largo de mi cintura y aun dormida me abrazaba; sinceramente me puse muy nerviosa, no debía estar allí, debí darle su espacio para que descansara, pero no tuve la voluntad de alejarme, solo me quede allí, inmóvil, mirándola, hasta que sin darme cuenta me dormí en sus brazos.