Busco mujer interesada en acompañarme - 6
Busco mujer interesada El juego sexual empieza al fin, me entrego a Armand sin reservas, el viaje estaba acabando y no podía esperar más.
Las cortinas del vagón habían quedado a media altura y la luz del amanecer me despertó poco a poco, y así me fui dando cuenta de donde estaba y recordando un poco lo sucedido en la noche. Cuando abrí los ojos del todo me encontré de frente con Armand, que vigilaba mi despertar, y que se acercó a darme un beso cuando me vio mas espabilada.
qué hora es?
muy pronto, es que se nos olvidó bajar las cortinillas. Podemos dormir un rato más.
Cerré los ojos, pero ya no tenía sueño, estaba totalmente despejada, así que le pregunté por el programa del día. Por la mañana visitaríamos la Alhambra, almuerzo y libre toda la noche además, dormiríamos allí y partiríamos a la mañana. El día sería algo más fresco que los anteriores.
El fresco no se notaba allí dentro, todavía hacía calor debía estar dando el sol sobre el techo de los vagones y no teníamos puesto el climatizador, así que no me importó que Armand bajase un poco las sabanas para verme.
Me encogí un poco instintivamente, estaba desnuda completamente, casi al lado de la ventanilla empañada por el vaho de la noche y el calor del interior, pero no estaba acostumbrada a verme así expuesta ante un hombre desde hacía ya mucho tiempo, y ese rastro de vergüenza hizo que me cubriera un poco con las manos. Eso no le importó a Armand, que se acercó reptando desde abajo y metió su cara entre mis muslos, apretando con la nariz y la barbilla para que los abriera, acercándose a mi pubis y besando el vientre, la tripa y el cálido interior de los muslos.
Se había afeitado y su cara lisa me producía cosquillas y me enervaba al tiempo que la sensación de pudor o vergüenza me hacia cerrar las piernas sin querer, mientras el pugnaba por abrirlas y seguir con sus caricias y juegos entre el pelillo y la tripa, mordiendo o tirando de ellos, besando y chupando, restregando su cara por mi sexo y oliendo y chupando.
Me daba apuro que oliera mal después de toda la noche y el lavado rápido que me había dado después de tener sexo, pero a él no parecía importarle, o le gustaba, porque siguió en su tarea hasta que consiguió que me fuera abandonando y disfrutando cono sus manejos y acabé con las piernas bien abiertas para que pudiera jugar mejor.
Su lengua entraba y salía, sin parar, con las manos me abrió un poco los labios y se introdujo mas en mi interior, la sentía rasposa y suave al tiempo, entrar y buscar, hasta que encontró el botoncito sobresaliente y lo agarró entre los labios sorbiendo y lamiendo a ratos, con la nariz casi dentro y supongo que a punto de ahogarse.
Pero lo consiguió, al fin. Un golpe certero con la lengua me obligó a pegar un salto, a ponerme tensa de golpe y a sujetar su cabeza apretándole contra mi vientre. No soltó el clítoris, continuó chupando y dándole lengüetazos hasta que mi cuerpo comenzó a dar botes sobre la cama y se ponía rígido, espasmos de placer me recorrieron de arriba abajo y un tremendo orgasmo me sacudió sin parar, una y otra vez, hasta que la presión de mis muslos sobre su cabeza le obligo a salir a respirar y me dejó aun con ligeros temblores sobre la cama, los ojos cerrados y la cara húmeda de sudor.
Quedé allí acostada y medio muerta, entrecerrados los ojos por los que le vi dirigirse al baño, y luego la ducha. En un estado de relajación absoluta me sentí feliz, él me hacia feliz, y no era solo el sexo, sino todos sus detalles a lo largo del viaje que estaba a punto de finalizar.
La luz iba entrando cada vez más fuerte y acabé por abrir los ojos y mirar por la ventanilla: el andén estaba vacío, debía estar amaneciendo ahora, no se veía apenas luz, y debía hacer frio porque los cristales seguían empañados. Me enderecé un poco y me miré por abajo. Estaba toda húmeda todavía, veía mi sexo abierto y sonrosado brillante, y tenía el pelito lleno de jugos. Mojé mis dedos y me puse a pintar con ellos en el cristal, tonterías, estaba como ida todavía y entonces vi pasar por debajo, en el andén, una figura, que ni siquiera miró hacia arriba, ni se fijo en mis tonterías.
Regresó de la ducha, envuelto en la toalla, y dejé de dibujar al acercase para darme un beso, con una enorme sonrisa y un gran bulto todavía por debajo de la toalla. Pasaba más gente por el andén y yo estaba desnuda y al lado de la ventanilla, debería ir a asearme también y vestirme, así que abandoné la cama y fui por fin a lavarme un poco porque entre lo ocurrido en la noche y lo de ahora, debía oler a rayos.
Supongo que a esas horas de la mañana y estando el vagón mas alto, no era fácil que se viera nada desde abajo, pero luego me comentó Armand que la gente miraba hacia arriba al pasar, supongo que ver un culo desnudo en el interior entre el vaho y el fresco de la mañana no sería nada fácil, si acaso se notaría una silueta, pero poco mas, y yo creo que me lo decía para tomarme el pelo un poco al verme ir tan decidida hacia el baño sin reparar en nada más, pero me gustó el detalle por lo que suponía de complicidad, y de ausencia de celos o mojigaterías posesivas.
Hacía fresco cuando salimos a la visita del día, hube de coger una chaqueta para, en mitad del recorrido de la Alhambra, colgarla del brazo y llevarla así toda la mañana, porque según avanzaba el día llegó el calor poco a poco.
La comida sería en el tren y después tiempo libre hasta la noche, por lo que decidimos al finalizar la vista turística ir por nuestra cuenta a partir de ese momento y nos fuimos a comer a un restaurante que conocía Armand y como puestos de acuerdo, los dos pensamos que lo mejor sería ir a descansar un poco al hotel-tren, y estar frescos a la tarde y noche para recorrer la ciudad y sus bares de tapas.
Yo me puse mi camiseta usada de dormir y me tumbé en la cama, que pedimos a la azafata nos preparara, mientras Armand iba al salón a hacer unas gestiones y hablar por teléfono con tranquilidad y no molestarme, y en unos instantes me quedé dormida, de modo que no me enteré cuando regresó y se tumbó a mi lado, solo en algún momento de la siesta sentí su mano cerca, tocándome y quieta sobre mi piel.
En algún momento noté el peso de esa mano sobre mi braga, justo encima del monte sobresaliente, abarcándolo todo, pero quieta, sin despertarme apenas, hasta que empezó a moverse y a hurgar en el elástico de la cintura con mucho cuidado, intentando encontrar por donde introducirla, hasta que al fin entró toda y de nuevo se quedó quieto, pero esta vez directamente sobre el vello, abarcándolo todo.
Y ya no me quedó más remedio que despertarme cuando la mano invasora se dedicó a acariciar y tironear del pelito, y a buscar sitio más cálido y acogedor donde poder entrar un dedo y buscar por ahí, empezando a excitarme y despejándome por completo.
quieto Armand, no empieces…
tengo mono, quisiera estar toda la vida así, como ahora.
Pero me hizo caso y se quedó quieto, sin mover la mano, todavía sobre el pubis, acariciando suavemente el monte sobresaliente y abultado, o quieta del todo pero abarcándolo por completo, posesivo y tierno al tiempo. No dormimos, se estaba bien y relajados entre las sabanas, solo descansamos hasta que decidimos salir a pasear por la ciudad y buscar un sitio para cenar y tal vez luego tomar algo.
Y así lo hicimos, él conocía la ciudad, tomamos tapas en lugares preciosos y oscuros, fuimos a otros llenos de jóvenes estudiantes, y acabamos tomando una copa en la terraza de un hotel desde la que se veía toda la ciudad iluminada a nuestros pies.
Yo no rechazaba su mano sobre las mías, y me gustaba su sonrisa tierna al mirarme, pero de pronto me invadió la sensación de que todo eso era pasajero, que mañana se acabaría todo y volvería a mi aburrida vida de oficinista, y llegaría por las tardes a un apartamento vacio y silencioso, a una insufrible rutina cotidiana, sin más aliciente que el recuerdo de estos momentos, y él se dio cuenta de que yo estaba lejos, distraída y distante, lejos de compartir su alegría y de disfrutar del momento.
Me puse la chaqueta que había paseado toda la tarde innecesariamente, aunque no hiciera aun frio, pero sus ojos sobre mi escote, o sobre mis brazos desnudos me hacían más difícil aceptar que todo era tan romántico como yo deseara, y llegué a pensar que él a fin de cuentas, se estaba cobrando de alguna manera el viaje que me había regalado.
No era necesario ser demasiado inteligente y observador para percatarse de mi cambio de actitud, de mi estado negativo de ánimo, y de que la alegría y el buen humor había ido desapareciendo en un instante, mi cara lo reflejaba bien claro, y siempre atento me indicó que si quería regresábamos al tren a descansar.
No nos cogimos de la mano como otros días, simplemente me agarré de su brazo y fuimos caminando en una preciosa noche hacia la parada de taxis para regresar a la estación. Yo pensaba durante el recorrido que lo estaba echando todo a perder, que estaba estropeando el fin de las vacaciones, y amargándole a él igualmente esos instantes de compañía que tal vez fuera lo único que deseaba, como me indicó el primer día.
Pero los momentos de sexo fueron reales, felices y ardientes, los dos lo disfrutamos, después del tiempo de abstinencia, y realmente me hizo feliz y dichosa al ser tocada y penetrada en aquel oscuro vagón de tren, y yo deseaba y necesitaba esos momentos, fugaces tal vez, pero preciosos en mi vida, olvidada ya de los buenos ratos con mi ex marido y de alguna torpe y rápida aventurilla poco después de nuestra separación.
Me desmaquillé y duché la primera y con la toalla aun puesta para secarme el pelo le indiqué que ya podía entrar, me coloqué de espaldas cuando se desnudó y se metió en la ducha y acabé mis deberes rápidamente, antes de que le diera tiempo a salir.
Nos quedamos mirándonos los dos, envueltos aun en las toallas, esperando a ver que hacía o como se comportaba el otro, y al final fui yo y mi deseo quien empezó el juego, acercándome a él y soltando la toalla de la cintura para dejarle desnudo delante de mí.
Puse mis manos sobre su pecho, bajándolas mientras me arrodillaba lentamente a sus pies y permitiendo que al mismo tiempo se fuera soltando también mi toalla, que cayó al suelo junto a la suya, mis manos se dirigieron algo más abajo entonces, hasta llegar a su vientre y su polla flácida y todavía algo húmeda.
La besé y acaricié, me encantaba sentirla lo más cerca de mí, restregándola contra mi cara, paseándola por los labios que la besaban y chupaban como un dulce, igual que la mejor golosina, suave el capullo y oliendo todavía a jabón.
La sentía crecer en mis manos, y me la introduje en la boca hasta que adquirió la dureza suficiente para sujetarse sola dentro y ahí la dejé para poder poner mis manos en su culo y acariciarlo, suave y redondo, fuerte cuando se tensó al notar mi caricia, duro con los músculos en tensión. Me encantaba sentirlo así, bajar las manos por los muslos y notarlos fuertes y duros, moviéndose involuntariamente cuando mis manos paseaban por toda la superficie, suave con ese ligero vello que los cubría y apenas se notaba.
Me gustaban sus piernas y su culo, podían pasar por las de una mujer por su suavidad y finura cuando estaba relajado, y pasar de pronto a unas piernas fuertes de hombre cuando se tensaban para hacer algo, o como ahora, al sentir mis manos encima.
Me dediqué a acariciar sus piernas, su culo, mientras sentía la polla cada vez más grande en la boca hasta que casi me atraganto al apretarlo contra mí. Ya era el momento, nos dirigimos a la cama, donde le empujé hasta que quedó tumbado boca arriba y fui subiendo de rodillas entre sus piernas hasta que quedé frente a él sentada en su vientre.
Permanecía quieto, dejándome hacer a mí, pasivo, pero su polla estaba bien a punto, y no quería desperdiciarlo, de modo que la agarré con la mano, apenas podía abarcar toda y apunte mientras me levantaba un poco para dejarla sitio. Con una mano me abría todo lo que podía y mi humedad hacia que mis dedos resbalasen y no fuese fácil, y con la otra apuntaba hasta que la sentí justo a la entrada.
Fui descendiendo despacio, despacio, enorme y ardiente se iba introduciendo dentro de mí, llegó hasta el final, y sentí su presión y mis paredes llena de su carne, y no pude evitar un suspiro profundo cuando lo conseguí, llevando mis manos a los pechos, las puntas rígidas y duras, para caer después casi sobre él, sin poder evitar que al inclinar mi cuerpo se saliese un poco, dejándome un pequeño vacio.
Sentí sus manos posándose en mis caderas y apretándome contra él, su pene volvió a entrar hasta el fondo y su cuerpo se elevó un poco para intentar entrar más todavía. Pero quería ser yo la que llevase el ritmo, quería follármelo yo, hacerlo a mi gusto, utilizándole, como pensaba que lo había estado haciendo él todo este tiempo, que parecía tan educadito y cortes al principio, y seguro que era para acostarse conmigo.
Dejé de pensar y me concentré en el sexo. Y lo hice con furia y pasión, desatada y gozando mientras lo sentía dentro y subía y bajaba sobre él, que empezaba ya a resoplar y apretarme cada vez con más fuerza con sus manos casi en mi culo, intentando calmarme y sujetarme un poco.
Le sentí rígido y sus manos hicieron más presión, y esa fue la señal para apretar más a fondo mi cuerpo contra su polla y abandonarme al placer, mi cara roja y congestionada, la boca abierta para poder respirar porque sentía que todo mi cuerpo se deshacía de golpe y dejaba de existir y de pensar, y no me importó que se oyera en todo el tren mis gritos y gemidos, hasta que caí desmadejada sobre su cuerpo sudoroso.