Buscándote más allá de un sueño

Estaba boca abajo mostrando su desnudez, su piel cobriza, suave, de terciopelo. Una pierna flexionada y la otra estirada dejándome ver con nitidez su enrojecido coño y su dilatado anito, de los cuales todavía manaban las últimas corridas de su amante.

1

Estaba siendo una jornada agotadora en el hospital. Con el tema de la pandemia doblábamos turnos y parecía que al día le faltaban horas, pero era desolador pasarse por urgencias o por las UCI's y ver como los enfermos se amontonaban por donde se podía. Aunque era un reputado cirujano y catedrático en la universidad de medicina, al haberse suspendido las clases y las cirugías programadas, pringaba como el que más echando una mano en lo que podía, había mucho que hacer y muchos pacientes a los que diagnosticar.

Mi nombre es Jaime, Jaime Cardenal y Alemany, nieto de venerable cirujano, hijo de respetado cirujano y siguiendo la tradición familiar como os he contado, yo también era un reputado cirujano. De mi os puedo contar que tengo 43 años y lo único destacable era la pasión que poseía por mi profesión. El resto, bueno, no es que fuese feo, tengo mucha autoestima y cuando me miro al espejo me veo bien, pero dado las largas horas de trabajo había descuidado un poco mi cuerpo y ya no hacía tanto deporte como antes. Con esto quiero deciros que no era un tío que fuese levantando pasiones y arrancando suspiros, era del montón, pero ocasiones no me faltaban.

A los que piensen que trabajando en un hospital follaba como un descosido por ser quien era que se lo quiten de la cabeza. No era muy dado a socializar con médicas y enfermeras, aunque mentiría. Sí que, en alguna ocasión, muy contada ocasión, me lié con alguna en las largas noches de guardia, cuando las hormonas jugaban con nuestros cuerpos y nuestras libidos.

Habían sido muchas las residentes que bajo mi supervisión se me insinuaron, y enfermeras que recién integradas en plantilla quedaban deslumbradas ante lo que me veían hacer en el quirófano y me entraban a saco intentando deslumbrarme con sus encantos para llevarme a la cama y saborear las mieles de su sexo, pero aunque era tentador, no sucumbía ante sus ataques. Me llamaréis rarito, pero el follar con compañeros de trabajo podría crear un ambiente raro, ya que aquello era como una orgía y unos follaban con los otros sin ton ni son y había serias disputas producidas por los celos y ese no era mi campo, prefería mantenerme alejado de esas historias.

Estaba casado con una mujer increíble. Era colombiana y al igual que su compatriota, muy parecida a Sofia Vergara, creo que eso fue lo que me enamoró de ella nada más verla, bueno eso y como me sedujo, porque fue ella la que con sus encantos me llevó a donde ella quería.

Recuerdo que entró por urgencias con una apendicitis aguda. Ella tenía por aquel entonces 27 años y yo 30, me impresionó su belleza, pero en esos momentos fui muy profesional y al poco ya la tenía en la mesa de operaciones. Sabía que bajo esa sábana estaba completamente desnuda y eso me excitó ya que dibujaba sus formas, nuestras miradas se cruzaron y vi miedo en sus ojos, acaricié su cabeza intentando tranquilizarla.

—¿Tienes miedo? Estás temblando.

—Es…estoy muy asustada.

—Tranquila, esto lo hago con los ojos cerrados y encima casi no te dejo cicatriz, ya lo veras.

—Pero…¿Y si se complica? ¿Y si algo sale mal? Me preguntaba con una preciosa voz y ese acento que me volvía loco.

—Verás como todo va a ir bien, te veo cuando despiertes.

El anestesista la durmió, y la operación, como era de esperar, no tuvo complicaciones y todo salió bien. Como le dije, cuando despertó estaba a su lado, ella me miró y me sonrió.

—Bueno, ahora vas a ser buena chica, te vas a reponer, vas a beber mucho líquido y vas a expulsar la anestesia. Si no hay complicaciones te veré mañana en planta para ver como has pasado la noche.

Supe que se llamaba Silvia, que estaba en España intentando encontrar trabajo como modelo y que salvo sus compañeras de piso no tenía a nadie aquí. En estos momentos solo trabajaba como recepcionista en un hotel del centro y se mantenía a duras penas con lo que estaba deseando recuperarse para volver al trabajo.

—Veras Silvia, esta operación, aunque no es grave si es importante. No puedo adelantarte el alta hasta que no estés repuesta, y luego cuando salgas del hospital te espera otro mes, si no más, de recuperación. No te lo tomes a broma.

En el fondo no quería dejar que se fuera, quería tenerla cerca de mí. Mis visitas diarias me dejaban ver su cuerpo perfecto y seguir la evolución de la cicatriz y el estado de los puntos. Se que mi comportamiento era totalmente profesional, pero ella me miraba diría que excitada cuando ponía mis manos sobre ella y revisaba que todo fuese bien y yo no podía esconder mi nerviosismo al notar como mi pene se empezaba a llenar de sangre al ver su sexo parcialmente, depilado y por la apariencia muy suave, como toda su piel.

No me quedo más remedio que darle el alta, su estancia en el hospital no se podía justificar más. Lo más lógico es que el seguimiento hubiese sido de ambulatorio, incluso para quitarle los puntos y salvo alguna complicación y solo para darle el alta me vería a mí, pero quise ser yo quien llevase todo su post operatorio. Durante un mes la hice ir a consultas externas una vez por semana, siempre a última hora para poder pasar más tiempo con ella y supe que me había enamorado de esa mujer y notaba que ella también quería algo más conmigo, pero en la última visita, ni tuve el valor ni el coraje de pedirla su número de teléfono para poder volver a verla.

Es ridículo, ya que podía haber sacado su número de teléfono de la ficha que teníamos de Silvia, pero me parecía poco ético y un poco desesperado por mi parte. Me debatía entre mis férreos principios y mi corazón que me suplicaba que la llamase cuando fue ella la que se presentó semanas después en mi consulta a última hora, cuando no había nadie y me preparaba para irme a mi casa. Unos nudillos golpearon mi puerta y me extrañé. Cuando abrí la puerta me encontré la cara desencajada de Silvia.

—¡¡SILVIA…!! ¿QUÉ OCURRE? Pregunté asustado.

—Algo no va bien Jaime, algo me duele mucho aquí dentro.

Me asusté, ni me di cuenta en ese momento en cómo iba vestida, pero pedía a gritos que la follaran. Zapatos de tacón, vestido cortísimo y pegado a su cuerpo como una segunda piel y solo cuando la tumbé en mi camilla me fijé que no llevaba sujetador, sus pezones prácticamente rasgaban la tela.

—¿Dónde te duele Silvia?

—Aquí, dijo señalándose la cicatriz de la operación sobre el vestido.

En esa posición su cuerpo se dibujaba perfectamente, me empecé a excitar y ella se dio cuenta y sin yo decirle nada se incorporó y se quitó su vestido quedándose solo con sus zapatos y un sensual tanga. Era preciosa, su cuerpo destilaba deseo y fuego y olía de maravilla, la miré embobado y volvió a tumbarse. Palpé su cicatriz haciendo algo de presión, pero ella me agarró la mano y la llevo hacia su sexo abriéndose de piernas. Estaba empapada.

—Te…¿te duele aquí? Pregunté inocentemente.

—Sabes perfectamente que no me duele nada, que estoy aquí por ti, porque te deseo y no soporto estar alejada de ti.

Me agarró por la nuca y me llevó a sus labios dándonos un beso que nos dejó sin aire mientras nuestras lenguas luchaban entre sí. Mi mano se metió por su braguita y empecé a masturbarla, cuando terminamos nuestro beso, me desabrochó el pantalón y dejando mi herramienta al aire me hizo una mamada de impresión. Ella alcanzó su orgasmo antes que yo, pero no me dejó salirme de su boquita y se tragó toda mi corrida, creo que fue una de las mejores mamadas que me han hecho en mi vida.

Fue en mi consulta donde la poseí por primera vez, notando la calidez de su interior, su suavidad, su pasión desmedida. Me volvió loco el oírla gemir en mi oído, pidiéndome más, más fuerte mientras sus caderas se movían con lujuria y mis manos y mi boca se perdían entre su culo y sus tetas. Esa noche la pasamos juntos en mi casa y nos confesamos nuestro amor entre orgasmo y orgasmo. Los dos siguientes años fueron maravillosos, Silvia era un volcán en la cama y me daba lo que le pedía, con ella me sentía poderoso y mi carrera empezó a despegar con fuerza hasta que decidimos casarnos.

2

No sé si fue una buena idea ese matrimonio. Bueno mirándolo desde fuera yo estaba muy enamorado de mi mujer. Fueron buenos años hasta que la monotonía se instaló entre nosotros.

—Emmm…creo que olvidé decírtelo, me comentó Silvia, tengo un congreso y paso cuatro días fuera.

Tanto en su voz como en su mirada se adivinaba la mentira, era otro de sus muchos engaños para pasar unos días con su amante.

—Creo que tu empresa no te puede hacer esto, ¿De un día para otro mandarte a un congreso? ¿Y si contaba contigo para un fin de semana especial? Creo que voy a tener que hablar seriamente con tus superiores. Le reproché algo molesto.

—A ver Jaime, ¿Realmente quieres hacer algo especial conmigo este fin de semana?…No, ¿Verdad? Entonces, ¿Por qué no me dejas disfrutar de mi trabajo? ¿Acaso me vas a decir que no tienes ninguna guardia y estaré sola? Para eso prefiero ir a ese congreso, por lo menos me divertiré algo más. Terminó diciendo Silvia molesta.

Silvia trabajaba en una multinacional farmacéutica. Su sueño de ser modelo no lo abandonó, pero mientras, yo le conseguí un trabajo muy bien remunerado en una empresa farmacéutica a la que mi hospital compraba mucho gracias a mis recomendaciones. Digamos que fue un "favor" que me hicieron.

Aunque no es lo que Silvia buscaba en su vida laboral, el hecho de trabajar, estar en una posición de poder e integrase en un equipo que conseguía objetivos, hizo que su vida cambiase y empezó a relacionarse mucho más hasta el punto de que hasta siendo su marido me costase, aunque solo fuera de vez en cuando, nos juntásemos y pasáramos una velada para ella y para mi solos, sin teléfonos móviles.

De alguna manera, el que le consiguiese ese trabajo fue el punto de inflexión en nuestro matrimonio. No fue de la noche a la mañana, pero si fue paulatina la pérdida de contacto, de ese beso de buenos días o de buenas noches, de un te quiero sin venir a cuento, de esos abrazos, el poder sentir nuestros cuerpos desnudos, de su olor. Mis responsabilidades y preocupaciones subieron en progresión geométrica según iba adquiriendo fama con mis logros dentro del quirófano y en la facultad de medicina donde empecé a impartir clases. A los días le faltaban horas y me olvidé de lo más importante que tenía, Silvia.

No es que yo fuese el culpable de todo, pero sí que aboné el terreno para que ocurriese. Silvia era una mujer que llamaba la atención allá donde estaba. Era mi mujer florero, esa mujer que llevas a cenas y fiestas de protocolo debido al cargo que ostentaba y que arrancaba gestos de admiración y deseo entre los hombres. Su entrada en esa empresa farmacéutica revolucionó a los hombres que tenía alrededor y volvió a sentirse deseada, Silvia era un volcán, pasional y provocativa y en algún momento debió de ocurrir, en el último año ni habíamos follado y lo peor de todo es que ninguno de los dos nos buscábamos, ella, imagino, por estar saciada sexualmente y yo por mis preocupaciones y mi entrega al trabajo

Sin ni siquiera darme cuenta, constaté que Silvia y yo en vez de ser un matrimonio y comportarnos como tal, éramos más bien compañeros de piso. Eso lo comprobé una noche que a propósito me quedé a dormir en el sofá y mi mujer no me echó de menos en la cama. Ya ni nos tocábamos, e intentar acercarme a ella para hacer el amor ya era una batalla perdida de antemano. Intenté hablarlo con ella, solucionarlo, pero ese tren ya había pasado y notaba que mi mujer, a la que seguía queriendo, no sentía por mí lo mismo que yo sentía por ella, la había perdido.

Se que tenía un amante o amantes no lo puedo decir con seguridad. Nunca estaba en casa, incluso llegaba muchas noches de madrugada y se metía directamente a la ducha. Cuando la preguntaba solo me contestaba que eran temas de trabajo, pero ya lo más hiriente fue un día que yo tenía una ponencia en otra ciudad y pasaría un par de noches fuera. Ni me preguntó dónde era ni cuando regresaba, cuando me fui, solo me sonrió y me dijo «Suerte»

Las casualidades suelen ser aliadas de las malas decisiones. Estando en el vestíbulo del hotel donde me hospedaba, vi entrar a mi mujer con su amante, muy acaramelados, se registraron en la recepción y con la llave en la mano y esperando el ascensor se prodigaron en muestras de cariño y tórridos besos. Me quedé blanco intentando mimetizarme con la pared y así no soportar esa vergüenza. Lo único que hice fue sacar el móvil y grabarlo sin saber muy bien que es lo que iba a hacer con esa grabación.

Me fui de ese hotel inmediatamente y me alojé en casa de un colega de profesión que me invitó al no encontrar nada donde poder dormir. Cuando terminé mi ponencia, me fui a mi casa, mi mujer no había llegado aún y ya lo más sangrante fue llamarme y comentarme que estaba con unas amigas y llegaría al día siguiente. Fueron muchas las ideas que se me pasaron por la cabeza, pero por alguna razón que desconozco, sabía que de momento no las llevaría a la práctica. Lo único que hice fue sacar toda mi ropa y mis enseres de la habitación de matrimonio y llevarlas a la de invitados.

Se que Silvia cuando llegó de su escapada de momento no echó en falta nada, pero pasada una semana si tomó consciencia que no dormía con ella y que toda mi ropa había desaparecido del armario. Sabía que la duda le corroía y estaba deseosa de hablar conmigo, saber que ocurría, pero no se atrevía, prefería no agitar el avispero y dejarlo estar. De hecho, dejó de salir tanto con su, o sus, amantes y pasaba más tiempo en casa. En ese momento no tenía ni idea del poder que yo tenía sobre ella, no era consciente, de hecho, algo en mi interior deseaba tenerla en casa, no sentirme solo aunque hubiese sido traicionado y humillado, no quise salir de mi zona de confort y alargué aquello sin saber muy bien cuando ponerle fin. Pasadas un par de semanas Silvia volvía a sus viajes y sus escapadas sin haber hablado conmigo y sin ni siquiera haberse interesado por mí.

3

Era muy consciente del tipo de vida que llevaba Silvia. Yo ya no contaba para ella en su vida, pero seguía viviendo en mi casa y disponiendo de dinero, bueno su dinero, yo había separado las cuentas, si se dio cuenta o no nunca lo sabré porque no me comentó nada, aunque andaba inquieta por mi comportamiento.

Con 42 años, mi vida iba a la deriva, tenía una muy buena posición social y un trabajo que adoraba y me daba muchas satisfacciones, pero tenía un matrimonio que ya no era tal y una mujer tan puta que a saber la cantidad de pollas que se habría comido y que habrían penetrado en su interior descargando su simiente ya fuera en su útero o en sus intestinos en estos años que llevamos de casados. Tenía que poner fin a esto, tenía que ordenar mi vida y centrarme, pero por algún motivo no encontraba el momento de hacerlo, de romper esa extraña zona de confort.

Es curioso, esto lo estaba pensando mientras me encontraba en mi casa, desnudo en mi cama, con una pediatra de 35 años también casada pero que era incapaz de ser fiel en su matrimonio y había dejado a su marido en casa cuidando de sus dos hijos, uno de los cuales no era de su cónyuge, según me confesó ella. La pediatra en cuestión estaba de muerte y en esos momentos tenía mi polla en su boca, devorándola con ansia mientras mis dedos jugaban con su coñito y los dos gemíamos como desesperados. Mas de un año sin sexo habían menguado mis defensas y aunque no me gustaba liarme con compañeras de trabajo, esta fue muy determinante con lo que deseaba y eso no era otra cosa que yo.

—Me voy a correr, dije a las puertas del orgasmo.

—Hazlo cielo, córrete en mi boca. Dijo ella melosa.

No me hice de rogar mucho, con el consentimiento de esa mujer me dejé ir en su boca y tragó bastante ya que iba bien cargadito. No dejo escapar ni una gota y cuando terminó se relamía golosa mientras volvía a meterse mi polla en su boquita hasta dejarla limpia.

Cuando terminó, se puso en el centro de la cama y apoyó su cabecita en las almohadas, abrió bien sus piernas dejándome ver un coñito cerradito, tierno, brillante y sin un solo pelito. Ella se abrió sus labios y me dejó ver el interior inundado y rosadito.

—Vamos, cómeme el coño. Me pidió.

Empecé a besar sus pies sus piernas y el interior de sus muslos, pero no había hecho nada más que empezar volvió la cabeza hacia una mesilla y se fijó en la foto que había en ella.

—¡¡¿¿Esta es tu mujer??!! Preguntó asombrada.

—Si. Conteste casi sin despegar mis labios de su coñito.

—Se llama Silvia, ¿Verdad? Y trabaja en Profar.

—Si…joder, ¿Cómo lo sabes? Pregunté ya asombrado.

—Bueno, la historia es un poco larga, pero a groso modo, vino un día a mi consulta particular con un chulazo guapísimo, porteño, que estaba de impresión. Alto, moreno, seguro de sí mismo y se adivinaba bajo ese traje el cuerpazo que tenía.

Aunque me dio algunos detalles más eso me hizo saber que el tipo que vi en el hotel cuando se estaban registrando era el mismo hijo de puta que se estaba percutiendo a mi mujer.

—El caso es que los dos venían intentando venderme no sé qué aparato que acababa de salir al mercado. Yo atendía, pero solo miraba a ese adonis y me estaba poniendo cachonda, así que al final les dije que si quería que les comprase ese aparato para el hospital, ese hombretón me tenía que follar hasta dejarme agotada.

—Y me imagino que te lo follaste, ¿No?

—Bueno, sí. Pero fue algo mucho mejor, me follé al porteño y a tu mujer, a los dos, joder que fin de semana, que semental, que aguante físico, vaya hembra la colombiana y que pollón que manejaba el porteño. Nunca había visto algo tan grande, tan gordo y tan largo. Ese cabrón nos dejó a tu mujer y a mi reventadas y llenitas de leche, parecía no tener fin.

—Ya…Dije contrariado.

—Ehhh venga no te mosquees. Me dijo esa mujer. Míranos, estamos en tu casa, en vuestra cama y vamos a follar hasta hartarnos. No seas bobo y desquítate con las que puedas.

En el fondo tenía razón, pero me jodía soberanamente el que alguien supiese que la mujer que tenía era más fina que el coral y se follaba a lo que se le pusiese por delante, tenía que poner fin a eso.

Me amorré a ese coñito babeante y lo devoré con fruición hasta que esa mujer estalló en un orgasmo devastador que la dejó agotada y a mí con la polla como una barra de acero, no la dejé recuperarse, la di la vuelta y la puse en cuatro y le metí la polla de golpe en ese coñito babeante hasta que mis huevos hicieron tope.

—¡¡¡AHHHHH!!! ¡¡DIOOOOS!! Cabrón, no seas animal…pero no pareeees…jodeer…sigueeeee.

La seguí follando con ganas, como si en ello me fuese la vida. Le arranqué dos orgasmos y yo seguía duro y con ganas de correrme. Vi su anito que boqueaba y no me lo pensé, saqué mi polla de su coñito y apunté a su esfínter.

—Relájate cariño, le dije excitado haciendo algo de presión.

Mi polla desapareció dentro de su culito sin problema. Gemimos los dos por el placer que sentíamos, mi aguante empezó a terminarse y en un agónico estertor, exploté dentro de su culo anegando sus intestinos con mi abundante corrida mientras notaba las contracciones del esfínter de esa mujer sobre mi polla y disfrutaba su orgasmo.

—Joder Jaime ha sido increíble, no pensaba que follabas tan bien, lo llego a saber y te llevo antes a la cama.

—¿Mejor que el porteño? Pregunté

—Jajajajajajajaja, rió esa mujer, ni lo sueñes, ese hombre está a otro nivel.

Nos quedamos dormidos los dos, descansando después de tantos orgasmos. Cuando nos despertamos nos fuimos a duchar y volvimos a excitarnos. Sin apenas secarnos volvimos a la cama y la follé de nuevo como la puta que era, estaba tan complacida y satisfecha que cuando terminamos se abrazó a mí y se puso cariñosa.

—Me puedo quedar a pasar la noche contigo. Me preguntó.

Yo no tenía problema. Mi mujer como siempre había salido durante cuatro días a no sé qué cursos de iniciación de ventas on line. Otra excusa como otra cualquiera para estar con su amante. Tenía la casa para mí solo.

—¿Y tu marido? Le pregunté. ¿No se preguntará donde andas?

—Tú por eso no te preocupes, puedo pasar la noche contigo sin problema y llegar mañana a mi casa bien follada sin que mi marido sospeche nada.

—Bien, por mí no hay problema, pero con una condición…No quiero hablar de mi mujer y el porteño.

—Como quieras, pero alucinarías con las historias que se de tu mujer.

—No quiero conocerlas, dejemos el tema.

Esa mujer cumplió su palabra y me hizo olvidar el por qué estaba haciendo lo que hacía. Se comportó como una amante excepcional y respetó todos mis deseos. Antes de dormir follamos de nuevo y mientras desayunábamos me calentó y se fue a su casa llenita de leche. Esa mujer era una zorra de cuidado, solo le pedí que no dijese, que no relacionase a Silvia y sus aventuras conmigo.

Cuando me quedé solo en casa me fui al dormitorio a quitar las sábanas y ponerlas a lavar, no quería que la asistenta viese el estado tan lamentable en el que habíamos dejado la ropa de cama. Según las quité me puse a pensar cuantas veces habría estado el porteño y mi mujer follando en esa cama y se me hizo un nudo en la garganta, ¿Cómo habíamos llegado a este punto? Estaba claro que nuestro matrimonio estaba muerto, acabado y sin posibilidad de arreglo, tenía que acabar con esto. Pero el caso es que estaba rabioso, rabioso por saber que el porteño se follaba a mi mujer y la dejaba plena, satisfecha, y que como bien dijo la pediatra, el cabrón ese follaba a otro nivel. Eso es lo que realmente me incordiaba dado mi estado competitivo por ser siempre el mejor, pero no en todos los campos se podía destacar, con eso no podía competir, estaba claro que me tenía que alejar de todo aquello.

4

El estado de alarma había llegado a su fin. Todo el mundo empezó a retomar su vida y sus actividades, y tantos meses de confinamiento con tantas prohibiciones y sin ningún lugar de esparcimiento abierto, hizo que la gente, con esta nueva normalidad, perdiese un poco los papeles. Hasta yo mismo que no era muy dado a ello me lie con otra médico y dos enfermeras. Mi sequia sexual estaba dando paso a un desenfreno que ni yo mismo conocía.

Era un viernes por la noche, serían las tres de la madrugada y estaba de guardia en el hospital. Nos avisaron de un accidente de tráfico y que traían a una mujer joven de unos 20 años con una herida profunda que iba desde la rodilla derecha hasta prácticamente la ingle.

Me temí lo peor, que la arteria femoral estuviera afectada. Sin saber el grupo sanguíneo de esa chica pedí al banco de sangre del hospital todo lo que me pudieran dar del grupo O+ por si había perdido mucha sangre y preparé el quirófano para según llegase intervenirla.

Cuando llegó la ambulancia y la tuve en la mesa de operaciones, vi el destrozo que se había hecho. Según me contaron el coche perdió el control, iba a gran velocidad y colisionó contra el guardarraíl con tan mala suerte que se rompió, atravesó la chapa del coche y se introdujo en el interior del vehículo saliendo bajo el salpicadero hasta el asiento del conductor. Por suerte el coche se detuvo, si no esta chica, que era además la conductora, hubiese fallecido atravesada por el metal.

Fueron muchas horas en el quirófano intentando recomponer el interior del muslo de esa joven. El destrozo fue importante y de seguro que le quedaría una fea cicatriz y secuelas de por vida, pero rezando para que no perdiese la pierna. Después de siete horas y de que varios colegas especialistas me ayudasen la llevamos a la UVI para ver como evolucionaria esa pierna. Fue una semana complicada para esa joven, los dolores obligaban a tenerla sedada casi todo el día, pero el color de piel y las estimulaciones nos decían que no faltaba riego sanguíneo y que su pie y su pierna detectaban los pequeños pinchazos y las cosquillas, era buena señal.

Ocurrió unas semanas después, cuando Miriam que así se llamaba la joven del accidente ya estaba en planta. Como todos los días me pasé por su habitación para visitarla y ver cómo iba la recuperación de esa pierna. Cuando entré la vi y me enamoré de esa niña nada más verla, fue una sensación extraña y placentera que invadió mi cuerpo.

—Buenos días doctor, me recibió Miriam con una sonrisa, les presento, esta es mi amiga Thais, Thais este es el doctor Jaime Cardenal, el cirujano que me ha salvado la pierna.

Para mí fue un flechazo. Se detuvo el tiempo en esa habitación y me fije en cada detalle de esa niña. Era mulata pero con rasgos caucásicos, pelo negro en una gran melena levemente rizada y unos ojos azules claros que hipnotizaban con una voz suave y tranquilizadora. Sus ojos su naricilla su cara era un conjunto hermoso al igual que su cuerpo, esa niña era una autentica diosa de la belleza.

—Mucho gusto doctor, dijo esa joven alargando la mano sobre la cama. Mi amiga solo sabe hablar de usted y de lo bien que la trata.

El contacto con su mano se alargó más de la cuenta, pero no quería dejar de sentir la tibieza y suavidad de su piel y ella tampoco hizo ademán de retirarla.

—El gusto es mío Thais. Voy a revisar que tal va la pierna de Miriam, no va a ser agradable a la vista, te pediría que esperases fuera.

—¡¡Oh no es necesario!! Exclamo esa joven, estoy en 4º de medicina y además soy voluntaria en una ONG, ni se imagina la de cosas que he llegado a ver.

—Bien, si no tienes problema entonces quédate, le dije con amabilidad.

Cuando quite el apósito que protegía la herida, Thais vio la magnitud de la lesión y abrió mucho los ojos.

—¡¡Joder!! Exclamó esta chica, vaya destrozo te has hecho, pero este doctor tiene bien ganada su fama, dijo mirándome con admiración, te quedará cicatriz, pero te ha hecho una obra de arte, aparte que te ha salvado la pierna, la piel tiene buen color y la herida está cicatrizando muy bien.

Todo esto dio pie a una agradable conversación interesándome por su carrera, no me apetecía irme pero debía de seguir mi ronda. Esa no fue la última vez que la vi, fue a visitar a su amiga muchas más veces y con más asiduidad y ya incluso habíamos tomado algún café y hablado de nuestras vidas. Así me enteré de que su padre era etíope y su madre sueca, de ahí esa belleza tan increíble que tenía. Intentaba que no se notase que me sentía terriblemente atraído por ella, pero cuanto más lo intentaba ella más se insinuaba y la diferencia de edad para mí era un hándicap.

Y ocurrió una de esas mañanas en las que hacía mi ronda y pasaba a ver a Miriam para ver cómo iba su recuperación y que tal le iba en fisioterapia con la movilidad de su pierna. Cuando entré en la habitación una Miriam muy sonriente me recibió.

—Doctor Cardenal, que alegría el volver a verle, ¿Cuándo me dan el alta?

—Si después de tanto tiempo no me llamas por mi nombre es porque algo malo ocurre, ¿Y el alta? Ya queda mucho menos, cuando el fisio dé el visto bueno te dejo ir a tu casa, pero tendrás que seguir viniendo a consulta y a fisioterapia para recuperar bien la movilidad de la pierna.

—No ocurre nada malo, comentó Miriam con una sonrisa pícara, solo que mi amiga Thais me ha dejado un mensaje para ti.

—¿Para mí? Pregunté intrigado.

—Si, verás. Me ha dicho que como siempre que os veis es cuando viene de visita y es deprisa y corriendo o tomando un café rápido, mañana viernes te quiere invitar a cenar, te esperará en el restaurante El Mirador a las 21.30 horas. ¿Le digo que vas a ir?

Es una tontería, solo sería una cena, pero el corazón me empezó a latir a más velocidad y me puse algo nervioso.

—Claro, no sería un problema. Dije intentando sonar sereno y seguro de mí mismo.

—Me alegro de que me lo digas y más contenta se va a poner Thais, tiene muchas ganas de charlar contigo, como colegas. Dijo Miriam echándose a reír.

Después de la revisión, Miriam me despidió con picardía y una gran sonrisa.

—Dile a Thais que no hace falta que me invite, soy de la vieja escuela y aunque sé que me puede invitar me gustaría tener ese detalle con ella.

—Se lo diré, pero es muy cabezota y cuando se propone algo lo consigue. Por cierto…a Thais le ponen los maduritos un montón, ten cuidado con ella. Terminó Miriam riéndose con ganas.

Sonreí por educación pero con lo que me dijo Miriam me dejó sin habla. Cuando salí de esa habitación estaba muy nervioso, de solo pensarlo me temblaban las piernas, tenía una fuerte erección con imágenes en mi cabeza poseyendo el lujurioso cuerpo de esa joven mulata.

Repasé mentalmente los encuentros que habíamos tenido dentro del hospital y en ellos siempre encontré que Thais se comportaba muy correctamente y no daba pie a nada que no fueran charlas intrascendentales sobre su amiga, nuestras vidas o sobre medicina. Siempre fue muy cercana y cariñosa cuando tomó confianza, lo único reseñable es cuando se despedía, se acercaba mucho a mí, hasta dejarme notar delicadamente su cuerpo, pasaba su brazo derecho por mi cuello y me daba dos sonoros besos, uno en cada mejilla, notando esos sensuales labios, hechos para el pecado.

5

A la espera de que llegase ese viernes y mi cita con Thais, continué con mi trabajo en el hospital y con alguna que otra clase teórica a través de ordenador con mis alumnos. Mentiría si no comentase mis deseos de que llegase el viernes, mis expectativas ante ese encuentro y el amplio abanico que se desplegaba ante mí. Meras conjeturas y sueños de un hombre maduro ante una joven increíble y muy deseada por mí, eso me hacía soñar despierto.

Ocurrió ese viernes, el viernes de mis expectativas, mi viernes soñado, el viernes que Thais y yo intimaríamos un poco más, o eso deseaba mi mente.

Salía de guardia en el hospital, serían las ocho de la mañana, una hora muy temprana para las horas en las que normalmente terminaba mis guardias. Creo que fue porque necesitaba que el día se comiese las horas y llegase mi ansiada cita con Thais.

Llegué a mi casa y en vez de subir, desayunar, ducharme e irme a dormir, decidí que no me apetecía hacerme el desayuno. Lo tomaría en el bar de enfrente de mi casa y creo que fue la mejor decisión, si no me hubiese llevado una tremenda sorpresa.

Prácticamente había acabado, estaba mirando por el gran ventanal que tenía ese establecimiento cuando vi salir de mi edificio al porteño perfectamente trajeado, se montó en su coche y se fue dejándome con una extraña sensación de angustia en el cuerpo. Me extrañó que no saliese con mi mujer, ya que dadas las horas se iría al trabajo, o eso creía. Fuese como fuese no me iba a poner a hacer preguntas.

Pagué rápidamente y me fui hacia mi casa, sabía lo que me iba a encontrar, no había que ser adivino, pero en mi interior quería equivocarme, aun a sabiendas de lo que vi en el hotel en su momento, de la confesión de la pediatra y del video que tenía en mi poder, aun así, seguía amando a mi mujer.

Cuando entré en mi casa me fui directamente al que fue nuestro dormitorio, la puerta estaba entornada, la abrí totalmente y encima de una cama totalmente desecha, con las sábanas arrugadas como si en ese pequeño espacio hubiese habido una batalla titánica, se encontraba el cuerpo desnudo de Silvia entre manchones de fluidos corporales. La habitación olía a sexo, a un sexo intenso, salvaje y reciente, me quedé mirando a Silvia, para tener prácticamente cuarenta años tenía un cuerpazo de escándalo y no me extraña que el porteño la follase a todas horas.

Estaba boca abajo mostrando su desnudez, su piel cobriza, suave, de terciopelo. Una pierna flexionada y la otra estirada dejándome ver con nitidez su enrojecido coño y su dilatado anito, de los cuales todavía manaban las últimas corridas de su amante. En esos momentos sentí celos, muchos celos y una infinita tristeza, no tenía por qué soportar eso por más tiempo y en ese mismo momento decidí que ya era hora de poner fin a aquella locura que mi mujer había empezado y no quería parar aun a sabiendas de que sabía que me hacía daño.

Como intuyendo algo Silvia levantó la cabeza y cerró sus piernas. Cuando miró hacia la puerta me vio de pie y se asustó poniéndose de rodillas con su culo apoyado en los talones y rápidamente tapó su desnudez con la sábana.

—Ja…Jaime…¿Qué haces aquí? ¿No tenías guardia? Preguntó asustada Silvia.

—Quiero el divorcio. Me limité a decir con sequedad.

—Mi amor, te lo puedo explicar, pero no me hagas esto. Gimoteo mi mujer.

—Ten dignidad y asume tus faltas. No hay nada que explicar, el tiempo de hablar ya pasó y los hechos hablan por sí mismos. Tu ya no me quieres, follas con otro u otros hombres y prácticamente solo somos compañeros de piso, pues bien ya no te quiero aquí, EN MI PISO, recalqué.

Vi temor en sus ojos cuando me vio con mi móvil en la mano y terror en su rostro cuando marcando empecé a hablar con mi abogado.

—Hola buenos días, soy Jaime Cardenal, necesito verte para que empieces a tramitar mi divorcio…De acuerdo, a esa hora estaré allí y te llevaré la documentación que me has pedido.

Silvia lloraba quedamente, mirándome, casi pidiendo, suplicando que la perdonase, pero ya no había vuelta atrás.

—Vete buscando un abogado y prepara tus maletas, no quiero volver a verte ni hablar contigo, lo que me tengas que decir a partir de ahora lo harás a través de mi abogado.

Dejé a Silvia llorando en la cama, me fui a mi cuarto y me duché. Cuando salí de nuevo hacia el salón, Silvia estaba sentada en un sillón echa un mar de lágrimas y con el móvil en la mano.

—Por favor Jaime no me separes de tu lado, te prometo que todo ha terminado, pero no me separes de ti, me moriría. Lloraba desconsolada.

—Silvia no nos engañemos, tu solo quieres seguir con esta vida por la seguridad que te ofrezco; vives en una buena casa con muchas comodidades y tienes un privilegiado estatus social, hasta ahí llega tú interés por mí. Pero esto lo tenías que ver venir, lo tuyo con el porteño es un secreto a voces, y yo tengo serios problemas para entrar por las puertas por los cuernos que me has puesto

—Mario. Susurró mi mujer.

—¿Qué has dicho? Pregunté indignado.

—Que se llama Mario.

—Como si se llama Perico los Palotes, me importa una mierda. Ya sabes a quien debes de pedir ayuda, ahora dependes de él. Dije dejándola con la palabra en la boca.

Fui a la cocina a beber un vaso de agua y Silvia me siguió dando la murga con que no la dejase ni me divorciase de ella. Me metí en mi habitación y me eché a dormir aun a sabiendas que mi mujer seguía al otro lado llorando. Me provocaba cierta desazón, pero ahora le tocaba pagar lo que había hecho.

Me desperté poco antes de la hora de la comida. Cuando salí, Silvia ya no se encontraba en la casa. La cama donde había follado con el porteño estaba hecha y con las sábanas cambiadas,  encima de la cama un sobre con mi nombre, pensé en romperlo, pero me pudo la curiosidad.

"He hecho una maleta provisional y he dejado las llaves de tu casa en el llavero de la entrada. Coméntale a la asistenta que iré por casa a recoger el resto, que necesito que me abra y si lo deseas explícale lo ocurrido.

Te pediría que reconsiderases de nuevo tu decisión de divorciarte. Te puedo asegurar que haría todo lo posible por recuperar lo nuestro. Se que no te he prestado la suficiente atención, te he abandonado y te confieso que me arrepiento de ello, pero Mario me deslumbró y no veía lo que estaba provocando en mí. Entre él y yo no hay amor, solo sexo.

Te quiero, no lo dudes nunca. Silvia."

—¡¡¿¿SOLO SEXO??!! Exclamé, ¡¡HIJA DE PUTA, LLEVAS TODO UN AÑO TENIENDO SOLO SEXO CON ÉL…QUE TE FOLLEN!! Terminé gritando, mientras arrugaba esa carta llena de falsedad.

Por nada del mundo iba a responderla, ahora tenía otras prioridades y mi ya exmujer no entraba en ninguna de ellas, puede parecer extraño, pero no la echaba nada de menos, había tenido más de un año para acostumbrarme a su falta de cariño y de atenciones, era como si llevásemos más de un año separados.

Me hice algo de comer y me preparé para irme a ver a mi abogado e iniciar todo el papeleo del divorcio, esa noche había quedado con Thais y por nada del mundo, incluido mi divorcio, iba a estropear eso.

6

Un poco antes de las nueve y media de la noche me encontraba en la barra del restaurante El Mirador esperando la llegada de Thais. Estaba nervioso, parecía un púber en su primera cita con una chica increíble imaginando mil y una maneras de seducirla y poder tener su cuerpo desnudo entre mis brazos.

Toda esa incertidumbre y nerviosismo, dejó paso a una sonrisa forzada por mi parte, encubriendo una decepción que aumentaba por momentos al ver aparecer a Thais acompañada de un "lechuguino" con un atisbo de barba a la cual se le podían contar los pelos. Thais se acercó a mi sonriente como si fuese la cosa más normal del mundo y viniese sola, pero a quien yo miraba era a ese "nerd" que clavaba sus ojos en mi inquisitoriamente.

—Hola Jaime, que alegría me has dado al aceptar mi invitación. Dijo Thais abrazándome y dándome dos sonoros besos.

Yo no dejaba de mirar a ese chaval que a su vez miraba con desagrado como Thais me saludaba efusivamente y sin dejar de mirarla. Quizás fui un poco brusco, pero me sentía muy incómodo con esa "piltrafilla" mirando todo con desagrado, estaba claro que ese chaval no aprobaba ese encuentro y tenía que averiguar qué tipo de relación mantenía con Thais, aunque no era difícil saber que ese joven bebía los vientos por esa belleza y creo que por lo que se intuía era un pagafantas.

—¿No me presentas a tu amigo? Pregunté con maldad.

—No, este amigo ya se iba, solo me ha acompañado para asegurarse que llegaba bien, ¿A que sí? Le preguntó encarándose con él.

—Bueno, me puedo quedar a cenar con vosotros, yo me pago lo mío. Dijo ese chaval convencido.

—Discúlpame un momento Jaime ahora vengo. Dijo Thais muy seria.

Agarró del brazo a ese chaval del que ni sabia su nombre y casi a la carrera lo sacó fuera del restaurante. Vi a través de la cristalera de la puerta como Thais le increpaba y el chaval se iba cabizbajo. En ese momento tuve que intuir que la actitud de esa joven no era la adecuada, nadie se puede presentar a una cita con la "carabina" acompañándola, pero mi ceguera respecto a Thais no me dejaba ver más allá.

Al poco volvía a entrar Thais con una gran sonrisa y venía hacia donde estaba.

—Perdona por esto, dijo poniéndose algo más seria, lo de este chaval es algo que tengo que solucionar, le di un poco de confianza y se cree mi novio y ya le he dicho que no de mil maneras, pero creo que no lo acepta.

—Pues ten cuidado con estos tipos, quizás aparenten ser inofensivos, pero si se obsesionan contigo pueden darte un disgusto.

—Bueno, no he venido a hablar de eso, como te he dicho estoy muy contenta de que estés aquí conmigo, tengo un montón de preguntas que quiero hacerte y tenemos toda la noche por delante.

Esa última frase "Tenemos toda la noche por delante" me hizo soñar. Nos llevaron a la mesa que había reservado Thais y cuando se quitó el abrigo tuve que tragar saliva y no exteriorizar mi asombro y mi deseo por esa niña. Un vestido color hueso por encima de la rodilla y con un amplio escote me regalaba la vista, unos zapatos de tacón a juego con el vestido realzaba su culito respingón y solo fantaseaba con poder quitárselo.

Thais se tuvo que dar cuenta de cómo la miraba, no lo pude evitar, pero ella lejos de incomodarse pareció que aquello le gustaba. Se sabía bella y era consciente de que tenía toda mi atención. Su maquillaje realzaba las facciones de su rostro y sus labios que no podía dejar de observar cómo se movían cuando hablaba. No sé si llevaba sujetador, pero ese escote me dejaba ver un canalillo espectacular y el comienzo de dos espectaculares tetas.

La cena fue muy entretenida. Hablamos de muchas cosas incluida la medicina y su amiga, pero también hablamos de nosotros, bueno, ella más bien se interesó por mí. Le conté un poco por encima lo que me había ocurrido con Silvia, sin entrar en detalles escabrosos y llegó el momento de irnos. Yo quería alargar ese encuentro todo lo que fuese necesario, pero entendía que quizás ella quisiese cenar conmigo y luego irse con su gente a divertirse, era lo lógico dada la diferencia de edad, pero me equivoqué.

Como dijo Thais me invitó a cenar, no hubo manera de hacerla cambiar de opinión y eso me dio alas para proponerle tomar una copa en otro sitio, algo que aceptó de inmediato con una gran sonrisa. Fue ella la que eligió el lugar, un sitio tranquilo y bastante íntimo con música chill out y una iluminación que invitaba a pecar. Me acordé de lo que me comentó su amiga Miriam, que a Thais le ponían un montón los maduritos y supe que estaba en sus manos.

Antes de que nos trajesen las bebidas, nuestras lenguas, nuestros labios se buscaban desesperadamente para darse placer. Nuestras manos recorrían nuestros cuerpos y pude comprobar que no llevaba sujetador y que sus tetas eran de un tamaño ideal, tersas y duras. Si por mi fuera, la hubiese desvestido allí mismo y me la hubiese follado sin compasión.

—Lo de venir aquí ha sido solo un mero trámite, me susurró con voz melosa Thais. Lo que realmente estoy deseando es que me lleves a tu casa y quitarme este vestido.

—¿Eres siempre así de directa? Pregunté con curiosidad.

—Con las personas que deseo, sí. A ti te deseo desde que te conocí y ya he esperado suficiente.

Ni nos llegamos a tomar las copas que pedimos, pagué las consumiciones y llevados por una calentura febril paramos un taxi y al poco nos encontrábamos en mi casa devorándonos.

—Déjame pasar al baño. Me pidió Thais.

Sabía que Thais y yo íbamos a follar, pero no quería parecer desesperado. No sabía si desnudarme y esperarla en mi cama o por el contrario no desvestirme y esperarla sentada en el sofá del salón. Quizás eso demostrase inseguridad, pero también era cierto que no quería dar nada por hecho.

Cuando Thais salió del baño solo lo hizo vestida con un escueto tanguita de encaje negro y sus zapatos de tacón. Vino hacia donde estaba, dejándome admirar su cuerpo esbelto y su piel canela haciendo que mi libido se disparase. Cuando llegó donde estaba sentado se puso a horcajadas sobre mí, frotando su coñito sobre mí ya crecida polla. Mis manos se fueron a su perfecto culo y lo amasaron a conciencia mientras mis dedos se colaban por donde podían arrancando los primeros gemidos de esa niña.

—Llévame a tu cama. Me pidió Thais excitada.

Hubo pocos preliminares, Thais me preparó bien dándome una corta mamada y yo pude saborear el sabor de su coñito antes de que me pidiese follarla.

No sé si fue la mejor postura, pero cuando esa niña se tumbó en la cama y se abrió de piernas para mí, no dudé ni un segundo en tumbarme sobre ella y apuntar mi polla a su coñito que me recibió sin problema, notando como la abría y ella gemía de placer hasta que mis huevos chocaron con su anito. Quise alargar aquella sensación hasta el infinito, pero los dos estábamos muy excitados y cuando esa niña empezó a correrse se abrazó a mí con brazos y piernas clavándome más en su interior y sin preguntar inundé su útero con mi corrida mientras gemía en mi oído que no parase de follarla.

Cuando recuperamos nuestras respiraciones me tumbé a su lado, ella se abrazó a mi apoyando amorosamente su cabeza en mi pecho, mientras su mano acariciaba mi torso. Pensé en la irresponsabilidad que habíamos hecho, follar sin preservativo y encima me había corrido en su interior, pero la pasión del momento nos cegó.

—Ummmm…que a gusto me he quedado, susurró Thais. Ya ni me acordaba de esto. Dijo esa niña agarrando mi polla y pajeándola.

—¡¡Venga ya!! Exclamé. Debes tener a tíos detrás de ti como manadas. Mírate bien, eres como una diosa.

—Lo que tú digas, pero muy exigente, no me voy a la cama con cualquiera.

Nos quedamos callados por unos minutos, ¿Me tenía que sentir afortunado por tenerla desnuda a mi lado y haber follado con ella? Pues quizás sí, además, su mano jugaba con mi pene y ya lo volvía a tener como un bate de beisbol.

—Thais, hay algo que me preocupa, lo hemos hecho a pelo y me he corrido dentro de ti.

—Jaime…tú no te preocupes de nada, solo vamos a disfrutar de nuestros cuerpos y vamos a follar hasta que caigamos desfallecidos, dentro de quince días me voy de voluntaria y te aseguro que no quiero preocuparte por si me has dejado embarazada o no.

Su respuesta fue como una carta blanca a que me corriese en su interior todas las veces que quisiera. Ese fin de semana follamos como animales y llené su coño y su boca infinidad de veces. Solo hizo falta una semana para que Thais me entregase su virginal culito y todos sus orificios fuesen de mi propiedad. Fueron dos semanas de una pasión desmedida en las que Thais se entregó a mí sin peros ni condiciones y que me hizo enamorarme estúpidamente de esa joven de manera irracional, sabiendo que para ella, yo solo era un pasatiempo, alguien agradable a quien follarse mientras llegaba la hora de volar a África para empezar su voluntariado.

7

Ya habían pasado casi dos meses desde que Thais se marchó. Dos meses en los que mi rutina, mi trabajo y mi día a día, me habían hecho seguir adelante. De mi mente no se marchaban las imágenes de esa última noche con ella y de nuestra despedida en el aparcamiento del aeropuerto. No me quedó más remedio que verla pasar por seguridad desde lejos ya que parte de su familia iba a despedirla e iba con más voluntarias y voluntarios y yo era un perfecto desconocido para ellos.

En esos dos meses, nos habíamos intercambiado poco más de cinco mensajes, solo para que yo supiese que había llegado bien y algún otro para contestar por cortesía a los mensajes que le enviaba yo para ver que tal le iba por aquellas tierras. Notaba su frialdad al contestar y tampoco quería llevar aquello más allá de un simple "Hola ¿Qué tal estas?"

Nunca, desde que nos conocimos hice ademán de mostrarle mis sentimientos. Me mantuve neutral, enamorado bajo las sombras pero sin exteriorizar nada. Quizás fuese mi paso amargo por un matrimonio fracasado y adúltero que me hizo ser muy introvertido e inseguro o quizás por ver su juventud y mi madurez y hacer caso a la sensatez y ver que aquello no podía ser o quizás podían ser ambas cosas. El caso es que la quería, la amaba y ya sería muy difícil el que volviéramos a tener esa química de antes de que se fuese a África y eso ella nunca lo sabría, no sabría mis sentimientos ni lo que sentía por ella y lo bien que me encontraba al tenerla a mi lado. Quizás algún día coincidiésemos de nuevo, charlaríamos y le contase como anécdota todo lo que sentía y ella me miraría con los ojos muy abiertos preguntándome, «¿De verdad?»

Esa tarde del mes de Julio, Miriam, mi paciente y amiga de Thais, venía a mi consulta para ver la evolución de su pierna y que me comentase que tal iba en rehabilitación. A la seis de la tarde entraba por la puerta Miriam andando, pero cojeando ostensiblemente y ayudada por una muleta.

Nos saludamos con cariño, con el cariño que se instala entre médico y paciente, después de meses de ver cómo evoluciona positivamente.

—Bueno, bueno. Mírate, la vez pasada viniste en silla de ruedas y hoy andando, esto va bien, muy bien. Dije con satisfacción.

—Lo mío me está costando doctor, dijo Miriam, la rehabilitación es muy dolorosa.

—Bueno, te lo comenté en su momento y también te comenté que te quedarían secuelas de por vida, fue un traumatismo muy grave. De esa rehabilitación depende que esas secuelas sean lo menos notorias y que puedas hacer una vida normal.

Ese día Miriam venia vestida, con una camiseta blanca y unos leggins ajustados a su magnífico cuerpo. Me hacía falta ver la cicatriz y el color de piel de su muslo, así que se lo pedí como lo más natural del mundo.

—Miriam, pasa tras el biombo, desnúdate de cintura para abajo y túmbate en la camilla.

Miriam no dijo nada, se levantó y con esa ostensible cojera se fue tras el biombo y al poco me decía que ya estaba lista. Cuando fui a donde se encontraba mi sorpresa es que efectivamente se había desnudado de cintura para abajo incluida su braguita dejando su sexo depilado a mi vista. Para revisar esa cicatriz no hubiese hecho falta quitarse la ropa interior, pero ahora no le iba a decir nada, seria violento. Para que no se sintiese incómoda le coloqué una toalla tapando su coñito y su pierna izquierda.

—Bueno, esto tiene muy buena pinta, dije con alegría, aunque sé que te tiene que doler, evoluciona muy bien.

Al terminar de decir esto, agarré su pierna y la flexioné con delicadeza, tirando de ella hacia mí, con lo que la abrí de piernas y la toalla poco pudo ocultar mostrándome su coñito abierto. Empecé a excitarme, tenía un coño precioso y no era la primera vez que lo veía, pero esa tarde me encontraba especialmente excitado, desde que se fue Thais ni me había hecho una maldita paja y mi cuerpo me reclamaba sexo.

—¡¡Ahhhh…doctor!! Eso duele. Se quejó Miriam al forzar más la apertura de su pierna.

—Bueno, es normal, tu ligamento inguinal se vio afectado.

Con mis dedos recorrí suavemente la cicatriz por la parte interna de su muslo hasta prácticamente rozar su sexo. Note su estremecimiento y un leve gemido cuando mis dedos rozaron sus labios mayores. Estaba perdiendo los papeles y mi mente ya solo pensaba en follarse a mi paciente y eso sería un grave error, notaba su azoramiento y su nerviosismo, estábamos los dos solos en la consulta y tenía a una bella joven medio desnuda mostrándome su sexo.

—Bueno Miriam, todo va bien aunque hablaré con el fisio para trabajar ese ligamento inguinal. Tienes sensibilidad en la cicatriz y buen color de piel, todo va como tiene que ir. Te puedes vestir. Terminé diciendo y juntando sus piernas poniendo la toalla tapando su sexo.

Al poco salía Miriam de detrás del biombo ya vestida. Por un momento mi mente deseó que saliese desnuda y me follase en mi sillón, pero no, una cosa es la que se desea, otra muy diferente lo que es la realidad. Miriam se sentó frente a mi mientras yo tecleaba mi informe de esa visita.

—Muy bien Miriam, como me voy de vacaciones, dentro de un par de meses te veo. Sabes que si antes ocurre algo o tienes alguna duda o urgencia no dudes en llamarme o venir a verme.

—Muchas gracias doctor. Se despidió Miriam.

Antes de salir de la consulta se quedó parada en la puerta dándome la espalda y me lo preguntó:

—¿No quieres saber nada de Thais?

—¿Debería de saber algo, algo importante? Pregunté algo preocupado.

—Pasasteis quince días prácticamente encamados. Thais moriría por ti, pero tú en cambio te has mostrado frio y distante.

—No sabía que tu amiga te contó lo nuestro, solo puedo decirte que no hablo de mis relaciones personales con nadie, siento no poder decirte más.

—Ya…Bueno doctor, nos vemos después de las vacaciones.

En ningún momento Mirian se giró para mirarme, pero su comentario me hizo pensar, aunque no lo entendía. Si Thais como dice Miriam "Moriría por mí" ¿Por qué es tan fría en sus respuestas cuando le mandó un mensaje? Sinceramente no le quise dar más vueltas al asunto. Confiaba en la madurez de Thais y yo no estaba ya para ese tipo de situaciones que no entendía.

Poco después de que finalizase mis consultas, recibí una llamada del gerente de la farmacéutica, donde trabajaba mi exmujer y a la que el hospital hacia importantes compras. Me sorprendió porque casi siempre se ponían en contacto conmigo a través de su jefe de zona e intuí que era para algo importante.

Después de los saludos de rigor y de preguntarnos mutuamente por nuestros trabajos y por el pasado confinamiento que nos dejó tocados de alguna manera, ese gerente abordó lo que verdaderamente le había hecho hacer esa llamada.

—Vera don Jaime, el motivo de mi llamada es un tanto delicado. Debido a la caída en ventas y al confinamiento nuestros beneficios han caído en picado y debemos de hacer recortes para poder recuperarnos. Uno de esos recortes es el de personal. Nos vemos obligados a terminar los contratos con los eventuales y bueno…habiendo llegado a nuestros oídos que su mujer y usted se han separado…¿Sería un problema entre usted y nuestra empresa si rescindiésemos el contrato de su ya exmujer?

Eran como hienas yendo a por sus presas, a por los débiles y mi mujer ya no gozaba de mi protección, estaba sola y creo que ni su cuerpo, ni su belleza, ni lo puta que era, le iba a salvar de encontrarse en la calle sin trabajo.

—Bien, si ustedes creen que ya no necesitan sus servicios, yo no soy nadie para decirles a quien contratar o de quien deben de deshacerse. Digamos que lo nuestro fue un pequeño "favor" personal que yo le agradecí en su momento con un sustancial pedido que les dejó un gran beneficio. Con esto le quiero decir que no nos debemos nada, es su empresa y por mi parte nuestra relación comercial no se verá afectada, se lo aseguro.

No voy a negar que estaba muy dolido con mi exmujer, ya habíamos firmado el divorcio y hacía semanas que ni sabía de ella, quería romper todos mis lazos sentimentales con ella, habían sido trece años de casados, quedarían muchos recuerdos, por lo menos por mi parte, pero saber lo que hizo y como lo hizo no se lo perdonaría nunca, y de alguna manera ese despido seria como desquitarme, una efímera venganza.

—Bueno don Jaime, me alegro de que hayamos aclarado este punto, no se imagina el peso que me quita de encima. En unos días le mandaré un comercial para mostrarle nuestros nuevos productos.

Bueno, era un trámite, un mero formulismo, cuando hablábamos ese gerente y yo siempre me mandaba un comercial a quien no le compraba nada, pero me mostraba las últimas novedades. Le recibiría y daría por zanjado este asunto.

8

Habían pasado cuatro días desde esa conversación con el gerente de Profar, ya ni me acordaba de que un comercial vendría a visitarme hasta esa tarde de viernes, que deseando terminar para empezar mi fin de semana parecía que se acumulaban los visitadores médicos.

Ya finalizando mi enfermera me lo dijo:

—Solo queda una joven que viene de Profar, ¿Le hago pasar?

Suspiré contrariado, quitándome las gafas masajeé el puente de mi nariz cerrando mis ojos y maldiciendo la hora en que hablé con el gerente de esa compañía, pero como dije era mero formulismo.

—Si, hazla pasar, terminemos esto cuanto antes.

Al poco unos nudillos golpeaban mi puerta y entraba una joven muy guapa de unos 25 o 28 años, alta con un cuerpazo de modelo. Llevaba un traje de chaqueta con una falda excesivamente corta y una chaqueta en la que se adivinaba un buen par de tetas al no llevar blusa o top que se las disimulase un poco. Cuando llegó a la altura de mi mesa me tendió la mano, yo me levanté, la saludé estrechando su mano y pude comprobar que tenía unas facciones muy hermosas, pelo negro perfectamente peinado y cortado a medio hombro, enmarcando una cara ligeramente ovalada de perfil suave, ojos pardos, nariz pequeña y respingona y labios carnosos.

Cuando la invité a sentarse, por unos segundos me mostró el triangulito de su braguita, que rápidamente fue disimulado por un cruce de piernas dejándome una gran porción de muslo a la vista. Joder, pensé, este tipo, refiriéndome al gerente de la farmacéutica, cada vez las escoge mejor, como si fueran modelos, a saber si se la estará follando el muy cabrón.

—Bueno don Jaime, como es viernes y todos queremos acabar pronto, voy a ser rápida. Dijo esa belleza con una gran sonrisa. Mi nombre es Carolina y quiero mostrarle las últimas novedades de nuestra empresa.

Durante unos minutos, esa belleza me estuvo explicando las bondades de los nuevos productos y los beneficios que reportarían a los pacientes y a mí mismo, con clara alusión a los "regalos" que me ofrecía esa farmacéutica.

Al poco unos nudillos golpeaban nuevamente la puerta de mi consulta y aparecía mi enfermera:

—Don Jaime, si no me necesita yo me voy ya.

—Si, sí, claro, no hay problema. Que tenga un buen fin de semana. Me despedí de ella.

Cuando cerró la puerta, esa joven me miró con una sonrisa traviesa arrugando su naricilla. Se levantó y se fue hacia la puerta dejándome ver su formidable culo, redondito y respingón. La abrió, miró para los dos lados y la volvió a cerrar, pero esta vez le echó el seguro para que nadie pudiese entrar.

—Nos hemos quedado solitos, dijo esa joven, hora de hacer travesuras.

Mi consulta no es que fuese muy grande, pero cuando llegó a donde estaba sentado, nervioso perdido y con una erección del quince, se había quitado la chaqueta y el sujetador mostrándome dos tetas perfectas en tamaño y forma. Se arremangó la falda hasta su cintura mostrándome una braguita tan pequeña que dejaba al descubierto la parte alta de su vulva y sus labios mayores casi a la vista.

Mi butaca carecía de apoyabrazos, así que esa diosa se sentó a horcajadas sobre mí, frotándose descaradamente sobre mi inflada polla mientras me besaba metiendo su lengua hasta mi campanilla en un beso lujurioso interminable. Mientras, mis manos se aferraban a sus nalgas y mis dedos recorrían desde su anito a su clítoris haciéndola gemir en mi boca.

Cuando nuestros labios se separaron vi deseo en los ojos de esa mujer.

—Esto es…pe…pero ¿Cómo?…Tú, tú…haces. Balbuceaba sin completar una frase.

—Shhhh, calla y disfruta, dijo Carolina. Esto es un detalle que tiene mi jefe contigo, por el buen entendimiento que tenéis entre los dos.

—Pero…pero ¿Tú te dedicas a esto? Pregunté excitado.

—Noooo, ni por asomo, pero digamos que de vez en cuando, mi jefe me pide "ciertos favores" que yo no dudo en realizar si el sujeto es un hombre como usted y además me deja cierta suma en mi cuenta corriente, no sé si me entiende. No piense que soy una puta que me follo a todo bicho viviente.

—Bueno, un poco puta sí que eres, y ya que vamos a tener una estrecha relación creo que me puedes tutear.

—Bien para tu información querido Jaime, lo que va a ocurrir en esta consulta es solo un pequeño aperitivo. Vamos a pasar todo el fin de semana juntos, haciendo lo que más desees y estando a tú entera disposición en todos los aspectos.

Al terminar de decir esto, me descabalgó, se arrodilló delante de mí y me desabrochó el pantalón, bajándomelo junto con la ropa interior y liberando mi dolorida polla. En esos momentos, no sé por qué, me acordé de mi exmujer y vi en Carolina a Silvia haciendo su trabajo, follándose a sus clientes y se me revolvió el cuerpo

—Ummmmm…que polla más rica. Musitó esa joven agarrándola y metiéndosela en la boca.

Fue una mamada espectacular que me hizo olvidar lo que estaba pensando y alcanzar el orgasmo en nada de tiempo. Mi excitación y mi sequia desde que se fue Thais influyeron en una corrida en la boca de esa joven que no desperdició ni una sola gota y se tragó todo lo que la eché.

Para cuando recuperé la respiración ella me miraba risueña con ojitos de vicio.

—¿Te apetece follarme? Preguntó.

—No, quiero verte desnuda.

Se puso en pie y con tranquilidad se quitó la falda y el tanga de hilo dental que traía puesto quedándose solo con sus zapatos de tacón. La miré embelesado y ella se giró lentamente sobre si misma sabiéndose irresistible para exhibirse ante mí.

—¿Te gusta lo que ves?

—Sabes perfectamente que sí, eres como una diosa. Le dije babeando. Ven siéntate en la mesa, quítate los zapatos y ábrete de piernas.

Tenía un coñito precioso y se lo comí empapándome de sus jugos, saboreándolos hasta que su corrida me inundó. Casi sin dejarla que se recuperase me puse de pie con la polla mirando al techo y se la clavé sin compasión en ese coñito adorable, estrecho, cálido y suave.

—AHHHHH…siiiiiiiii mi amor, hasta los huevooooos. Gimió como una puta.

Seguía muy excitado. Tener a semejante hembra ante mí, abierta de piernas y follando su coñito hizo que mi aguante me fallara. A duras penas y haciendo un ímprobo esfuerzo logré que alcanzara su orgasmo mientras mi verga escupía semen inundando su útero.

—Para ser casi un abuelete no lo has hecho nada mal. Creo que nos vamos a divertir un montón. Dijo esa joven aun fatigada.

—¿Abuelete? Bueno, déjame que me recupere y verás lo bien que lo vamos a pasar.

Mi balano seguía duro dentro de su coño, pero no podíamos estar por más tiempo en mi consulta. Nos vestimos y la invité a mi casa, si íbamos a pasar el fin de semana juntos que mejor sitio que ese.

Cuando llegamos, nos fuimos directos a la ducha y la volví a follar de nuevo. Esa niña estaba hecha para follar, para pecar continuamente y no decía que no a nada. En la cama me obsequió con su culo y eso fue la locura, mi aguante ya era casi infinito y esa niña no hacía nada más que correrse. Después de cuatro corridas por mi parte e infinidad de orgasmos por parte de ella, nos quedamos dormidos y nos despertamos cerca de las doce de la noche. Preparamos algo de cenar, nos duchamos nuevamente y nos metimos en la cama, hicimos amago de follar pero quedó en el intento. Nos despertamos al día siguiente y antes de empezar el día ya iba llena de leche. Ese fin de semana creo que nunca lo olvidaré.

El domingo por la noche nos despedimos como buenos amantes. Ella no me preguntó por mi vida privada y yo tampoco le pregunté a ella. Después del morreo de rigor y de abrazarnos como si no quisiéramos separarnos, Carolina me pidió mi móvil y se hizo una llamada perdida al suyo devolviéndomelo con una gran sonrisa.

—Tienes mi número y yo tengo el tuyo. Me lo he pasado muy bien contigo y he disfrutado mucho. Espero que no sea la última vez que nos veamos.

Me dio un pico en los labios y desapareció por la puerta del ascensor. Cerré la puerta de mi casa y apoyé mi espalda en ella, creo que si se hubiese quedado un día más, la habría invitado al parque de atracciones para poder descansar. Pero a pesar de lo bien que lo pasé, esa sensación de desasosiego pensando en mi exmujer no me abandonó y perduró por unos días.

9

Se acercaba el verano inexorablemente y mis vacaciones estaban a la vuelta de la esquina. A estas alturas todavía no sabía muy bien a donde ir. Me habían invitado a Sotogrande en Cádiz. A Marbella en Málaga y a Laredo en Cantabria.

No puedo concretar cuanto tiempo había pasado desde mi última follada con Carolina. Reconozco que estuve tentado de llamarla en innumerables ocasiones, pero sabía que eso significaba de alguna manera el engancharme emocionalmente a ella y ese tipo de vida que llevaba ya lo había vivido con mi exmujer y eso me frenaba, no me atraía en absoluto.

Como dije, no tenía ni idea del poder que yo tenía sobre mi exmujer. Fue ella la que con sus encantos empezó a escribir su vida conmigo, una vida, en principio, llena de amor, de ilusiones y de proyectos que con los años fueron cayendo en la monotonía , el desapego y la infidelidad. Una mañana recibí en mi teléfono móvil una llamada pero el número no lo tenía en la agenda. En esos momentos estaba en el hospital haciendo la ronda de mis pacientes. Aun así, respondí a la llamada

—¿Sí?

—Hola Jaime, soy Silvia.

—¡¡SILVIA!! Exclamé sorprendido.

—Oye, sé que nos divorciamos y no terminamos muy bien pero te necesito, tengo un problema grave y no sé a quién acudir. Me dijo Silvia con voz temblorosa.

—Mira Silvia, me pillas en muy mal momento, estoy haciendo la ronda de mis pacientes, cuando tenga un hueco te llamo.

—Por favor Jaime, es muy importante para mí, no te olvides, te lo ruego.

Noté apremio en su voz y preocupación y eso me intranquilizó. Sería mi exmujer, habríamos terminado mal por lo que causó nuestro divorcio y su manera de ser, pero ante todo era un ser humano y si su vida peligraba la ayudaría.

Cuando encontré un hueco, intenté que nadie me molestase y me dispuse a llamar a Silvia. Al primer tono aceptó mi llamada y volví a oír su voz angustiada.

—¿JAIME? ¿ERES TÚ?

—Si, soy yo Silvia, ¿Qué ocurre?

—Necesito que me ayudes, estoy desesperada y no sé a quién acudir.

—Bien, dije con tranquilidad, dime cuál es tu problema e intentaremos encontrar una solución.

—Verás…es vergonzoso para mí, pero desde que nos divorciamos todo en mi vida ha ido de mal en peor. Primero me quedé sin casa y ahora me he quedado sin trabajo y sin dinero. Con esto de la pandemia y el confinamiento no encuentro trabajo por ningún lado y ya no sé a quién acudir, estoy desesperada.

—Bueno, es sencillo. No entiendo como acudes a mí, teniendo a tu fabuloso amante por el que me cambiaste sin dudar, pídele ayuda a él.

—Mario y yo ya no estamos juntos. Susurró avergonzada.

Eso ya me terminó de rematar. No solo fui un cornudo por culpa del tal Mario, si no que ahora, después de haber provocado el divorcio, habérsela follado durante meses y haberla utilizado…ahora, ahora la dejaba tirada y a su suerte. En ese momento me di cuenta de mi poder sobre Silvia, sin mí no era nada, yo era quien le proporcioné su lujosa vida y sus amantes, pero ella eso no lo veía ni lo vería nunca e hizo que mi enfado se disparase.

—Bueno, ¿Y qué es lo que quieres?

—Que me acojas en tu casa de nuevo y me prestes algo de dinero. Te juro que te lo devolveré todo con intereses, no te arrepentirás. Solo es hasta que pase esta mala época, según encuentre trabajo y casa ya no te molestaré más.

—Lo siento pero lo que me pides es imposible por varias razones. La primera estoy viviendo con una mujer y no creo que quiera que meta a mi exmujer en casa. (Mentira, pero era una gran excusa). Segunda, por nada del mundo volvería a vivir contigo de nuevo, ya no quiero que entres en mi vida, no quiero que formes parte de ella, de hecho tu vida no corre peligro y no sé qué hago hablando contigo.

—Jaime no te das cuenta de que ya estoy mendigando, que duermo en la calle y no tengo donde ir ni con que comer. Dijo echándose a llorar. Por lo menos hazlo por los años que estuvimos casados.

—Es lo que elegiste Silvia, son tus decisiones y debes de asumir las consecuencias de tus actos.

Silvia empezó a llorar con desesperación. Despotricaba contra mi acusándome de miserable y cruel. No quise ser aún más cruel, pero le podía haber dicho perfectamente que si no le costó acostarse con otros hombres, que se metiese a puta y ganase algo de dinero, seguro que le iría muy bien.

—Silvia, la familia es lo único que te queda.

—MI UNICA FAMILIA ERES TÚ. Gritó.

—Me refiero a tu familia de Colombia. Lo único que puedo hacer por ti, es comprarte un pasaje de avión a tu país, que te vayas allí y ellos te ayuden, aunque les cuentes la verdad o les mientas sobre qué ha pasado en tu vida seguro que te ayudarán, ellos te darán un techo y un plato para que puedas comer.

—NOOO, no me hagas esto Jaime, por favor.

—Es mi única oferta, piénsatelo y me llamas con tu respuesta, pero ten en cuenta que no pienso mantenerte, olvídalo.

Sabía lo que eso significaba para Silvia. Muchas veces lo hablamos y para ella el volver a Colombia seria volver a una vida llena de sacrificios y falta de oportunidades. Como decía ella, no volvería ni atada.

A la hora más o menos me volvió a llamar llorando y diciendo que no le dejaba otra salida que aceptar mi proposición, pero que es algo que nunca me perdonaría por hacerla volver al ostracismo de su país. Me volvió a recriminar mi actitud y me lo echó en cara.

—CON TODO LO QUE HE HECHO POR TI, LO QUE TE AYUDADO A CRECER COMO PERSONA, CON LO FELIZ QUE TE HE HECHO Y LO QUE ME HE PREOCUPADO POR TÚ BIENESTAR…¿ASÍ ME LO PAGAS? Gritaba llorando.

—No te hagas líos Silvia, yo te estoy pagando por lo que me has hecho en el último año de matrimonio. Creo que no eres consciente de lo que me hiciste, que tú incumpliste un contrato prometido por ti y por mí, ¿Recuerdas? "Prometo serte fiel en las alegrías y las penas, en la salud y la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza todos los días de mi vida" Dime Silvia, ¿Lo has cumplido?

Sabía que estaba rabiosa, que quería hacerme daño, irse dejándome herido, pero ya no se lo iba a consentir. Intentó decirme algo que estaba seguro me iba a infringir dolor pero no se lo permití.

—NI SE TE OCURRA SILVIA, ya no quiero oír tus quejas, no me toques las narices y cállate, si no, creo que ni te pienso pagar el pasaje a tu país, ¿TE QUEDA CLARO? Grité a través del teléfono

Solo escuché su llanto. Nos quedamos callados por unos interminables segundos en los que solo escuchaba su sollozo. Cuando me tranquilicé volví a mi tono de voz normal y se lo comenté:

—Voy a buscar el primer vuelo disponible. Cuando tenga el pasaje te llamo.

El primer vuelo era al día siguiente a las 17.00 horas. Compré el pasaje y lo dejé pagado para que solo presentando el DNI en facturación le diesen la tarjeta de embarque.

—Mañana estate a las tres de la tarde en la T4 de Barajas, presenta tu DNI en facturación y ya podrás volar, tu vuelo sale a las cinco de la tarde. También te dejaré algo de dinero en el bar donde suelo desayunar frente al hospital para que puedas tomarte algo durante el vuelo. Espero que te vaya bien en la vida. Adiós Silvia.

Al día siguiente me mandó una foto de ella sentada en el avión y un mensaje, «Eres un tacaño y un miserable» Sabía por qué me lo decía, le mandé en turista y solo le dejé 50€ para ese viaje. Ella pensó que iría en primera y le dejaría mucho más dinero, pero creo que después de lo que me hizo, me porté muy bien con ella. Con esto pasé página de una parte importante de mi vida y ahora era cuestión de mirar el futuro incierto que a nivel personal y sentimental se me presentaba.

10

Faltaba una semana para irme de vacaciones. Al final me iría a Laredo (Cantabria), de todas las opciones es la que me llamaba más la atención, sobre todo porque mi pediatra favorita vino a verme a mi consulta y mientras nos recuperábamos de un polvo increíble me dijo que iría allí de vacaciones con su marido y que nos podríamos ver para seguir follando.

No es que fuese un plan increíble, más me hubiese gustado que fuésemos de vacaciones ella y yo solos, pero por lo menos me quitaría de la cabeza a Thais. No podría explicarlo, o quizás sí, pero me negaba a admitirlo. Thais no se iba de mi cabeza desde que se fue de voluntaria a África con una ONG. Me costaba admitir que la quería y estaba jodidamente enamorado de esa niña, pero sus muestras de cariño estando allí eran nulas, incluso los dos últimos wasap que le mandé ni me los respondió y me dejó en leído.

Por eso elegí irme a Laredo, por lo menos me haría olvidar poco a poco lo que sentía por esa niña, aunque fuese con la pediatra y dentro de mí odiase esa forma de ser y saber que su marido, al igual que yo en su momento, tendría una lujosa cornamenta. Pero lo siento, esa mujer follaba como una diosa del sexo y me llevaba a unos orgasmos que me dejaban seco, no sé cómo su marido no se daba cuenta de lo abierta que estaba.

Faltando escasamente tres días para irme de vacaciones, una noche estando en la cama oí en el salón como entraba un mensaje de wasap. Estuve tentado de levantarme e ir a leerlo, pero en esos momentos me encontraba muy a gusto en la cama y pensé que lo leería mañana sin darle la mayor importancia. En esos momentos no sabía lo que iba a cambiar mi vida con ese mensaje.

Al día siguiente desayunando, con sorpresa leí lo que había llegado a mi teléfono esa noche y era de Thais:

Hola Jaime, ¿Estas despierto?…/…

•Veo que no, lo siento, me hubiese gustado hablar contigo.

Casi a la hora de ese último mensaje, entraron otros mensajes que no oí al estar dormido:

•Se que he estado muy distante contigo, pero quería sacarte de mi cabeza.

•Añoro todo de ti, tus besos, tus abrazos, tus caricias, tu manera de poseerme.

•Daria mi vida porque estuvieses aquí conmigo.

•Esto se me está haciendo muy duro, y solo deseo terminar para volver a verte. Te quiero.

¡¡VENGA!! No me jodas, ¿Y me lo dice ahora? ¿Y ahora que hago yo? Me quede mirando el móvil con la pantalla de wasap para enviarle un mensaje conmovedor, pero no se me ocurría nada, absolutamente nada que le hiciese llegar mi desesperación al haber leído sus mensajes, eso no se hace después de meses y de estar desesperado.

Parecía el oso del zoo dando paseos de arriba abajo, mirando el móvil y pensando. Mi cabeza era un hervidero de ideas pero una se fue haciendo muy intensa, me liaría la manta a la cabeza y me iría a la ONG para saber dónde exactamente se encontraba Thais. Sabia porque me lo dijo ella que se iba a Etiopia a los campos de refugiados, pero necesitaba saber cuál. Su mensaje había sido una clara invitación. Si me quería allí con ella, me faltaría tiempo para ir a donde se encontraba, que le iba a hacer, era un puñetero romántico.

Fue una locura, en poco más de tres días, preparé todo lo necesario para irme a Etiopia, a la aventura, después de haberme vacunado contra algunas de las enfermedades tropicales más comunes allí. Mi equipaje era una mochila con algo de ropa y mudas, no iba de viaje de placer y no sabía a lo que me enfrentaba. Algunos de mis conocidos, incluida mi pediatra preferida, me tacharon de loco e irresponsable y me desaconsejaron realizar esa aventura, pero estaba decidido.

El lunes a bordo de un avión de Ethiopian Airlines, tome tierra en el aeropuerto de Bole, en Addis Abeba. Después de más de dos horas esperando cola para sellar mi pasaporte y obtener mi visado por fin pude montarme en un taxi y pedir que me llevase a un hotel confortable. Estaba agotado y necesitaba una ducha y algo de beber. El taxista al ver mi aspecto no lo dudó y me llevó al Sheraton Addis, creo que uno de los mejores hoteles de Addis Abeba, pero me dio igual. Aun sin tener reserva, no fue problema el que me diesen una habitación y poder ducharme y relajarme mientras planificaba mis siguientes días.

El primer problema que me encontré es que el campo donde se encontraba Thais, Dollo Ado, se encontraba a muchos kilómetros de donde estaba alojado. Pensé que con un buen navegador y alquilando un coche no sería problema, ingenuo de mí, todavía no era consciente de que me encontraba en África, en Etiopia y aquí las cosas eran muy diferentes.

Me dejé aconsejar por los empleados del hotel que amablemente se interesaron por mí. Al decirles que era médico y me dirigía al campo de refugiados de Dollo Ado se volcaron conmigo y me dieron toda la información posible. Calcularon que tardaría un par de días o tres en llegar, siempre y cuando no tuviese ningún imprevisto.

—¿Ya ha contactado con algún guía? Me preguntaron.

—No, voy a alquilar un coche y con un buen navegador creo que podré llegar. Respondí.

Vi cómo se miraban con estupor entre ellos, y luego me miraban a mí con asombro.

—Señor, creo que no debería de hacer eso y menos si no va acompañado de alguien que conozca el terreno.

Fui un vanidoso y no quise escucharlos aunque educadamente oí sus recomendaciones. Al día siguiente, con un buen todoterreno y bien pertrechado inicié mi aventura con unas ganas tremendas de llegar a ese campo de refugiados y sorprender a Thais.

Ni conseguí salir de la ciudad. El navegador se volvió loco y me metió por unos lugares que, según empecé a ver, eran poco recomendables para un "blanco" conduciendo un todoterreno lujoso y muy bien equipado. En algún recóndito lugar de un barrio de extrarradio, una horda de etíopes no me dejó avanzar y rodearon mi vehículo dando golpes con las manos por todo el vehículo.

«Estoy jodido» Ese fue mi último pensamiento, cuando un fusil de asalto a manos de un tío enorme con cara de pocos amigos apuntaba a mi cara a través del parabrisas. Alguno de los presentes, debió de romper el cristal de la ventanilla del acompañante e inmediatamente me vi fuera del coche, recibiendo golpes y patadas por todo mi cuerpo…creo que perdí el sentido, solo recuerdo vagamente a alguien agarrándome por la camisa y dos disparos, pensé que era mi fin.

Cuando recuperé la conciencia plena, sangraba ligeramente por la nariz y boca. Tenía múltiples contusiones por todo el cuerpo y pequeños cortes debidos a los puñetazos y patadas. Miré a mi izquierda y vi a un hombre negro conduciendo a toda prisa por las calles de Addis Abeba.

—¿Quién es usted? Pregunté con dificultad.

—Alguien que le ha salvado la vida. Es usted un temerario, por suerte el director del Sheraton me llamó para que le siguiese hasta los límites de la ciudad y no sufriese daños, pero lo siento no he podido llegar a tiempo para evitar la paliza.

—Gra…gracias de todos modos. Respondí agradecido.

Al poco rato me encontraba en una habitación del hotel con la policía y un médico que me reconocía para ver el alcance de mis lesiones. Por suerte solo eran heridas superficiales y algunos hematomas. Digamos que aunque me dolía todo el cuerpo, lo que tenía más herido era mi orgullo.

A los pocos días apareció el todoterreno que alquilé totalmente desguazado, por suerte, yo solo perdí una cámara réflex digital y el navegador, mi documentación, pasaporte y dinero lo tenía conmigo. Tardé una semana en recuperarme lo suficiente, una semana que malgasté por mi obstinación y no dejarme aconsejar. Durante esa semana trabé una buena amistad con Mekebe, que fue el hombre que me libró de una muerte segura, le conté quien era a lo que me dedicaba y lo que quería hacer y él se ofreció a ser mi guía y acompañante a cambio de una compensación económica que apalabramos de antemano.

—Hay algo que va a ser innegociable don Jaime. Haremos las cosas a mi manera, yo soy quien se conoce el terreno y a sus gentes y debemos de ir con mucho cuidado, no debemos dar muestras de riqueza y su ropa tiene que parecerse a la nuestra. Pasaremos calor, mucho calor, el todoterreno que llevaremos tiene un motor incombustible pero de aspecto es cochambroso y carece de comodidades, pero le aseguro que nos llevará hasta el final.

—Bien, contesté, será como tú digas y haré lo que me pidas.

Con todo planificado y bien equipados de combustible agua y víveres nos pusimos en camino a bordo de un todoterreno, que como dijo Mekebe, cochambroso pero que tenía todo lo necesario. Por delante nos esperaban de tres a cinco días de ruta. Aquí no había autopistas, solo caminos polvorientos y tramos asfaltados llenos de baches.

11

Ese primer día me di cuenta a lo que me estaba enfrentando. El sol nos castigaba, las ventanillas abiertas tragando polvo y esquivando unos baches que romperían hasta la suspensión más preparada.

Cuando cayó la noche, paramos en un paraje desértico, abandonado de la mano de Dios. Un sitio en el que si nos quedásemos tirados, seguro que pasarían semanas sin ver a nadie. Mekebe preparó todo, le ayudé en lo que pude, pero se veía que sabía lo que hacía. Preparó un buen fuego y nos dispusimos a tomar algo e irnos a dormir.

Me hubiese gustado darme una ducha y poder relajarme, pero esto era un aventura. Extendí mi saco de dormir en la arena al lado del fuego. Mientras Mekebe clavó cuatro pinchos en la arena, delimitando el todoterreno y el fuego con una cuerda y cascabeles.

—Esto nos avisará por si se acerca alguien o algo. Me explicó al ver mi cara de interrogación.

—¡¡AH!! Muy buena idea, dije sorprendido. Y…¿Y suelen acercarse a menudo en la noche? Pregunté atemorizado.

—No, tranquilo, estamos fuera de las rutas donde los asaltantes hacen de las suyas, pero hay que tener cuidado y ser precavidos…bueno eso y mi fusil son los que nos mantendrán a salvo.

—¿A…asaltantes? Pregunté acojonado.

—Por desgracia Etiopía ha acogido a multitud de refugiados de países como Sudan, Sudan del Sur, Somalia y Eritrea. No digo que sean la escoria, porque hay gente buena pero también piratas y gentes de mala vida, gente como la que te asaltó el otro día, pero no temas, dijo al ver mi cara de susto, yo te llevaré a tu destino sano y salvo.

Me metí en mi saco y me acomodé mientras mi acompañante terminaba su bebida. Al terminar vi como tomaba su saco de dormir y se dirigía al todoterreno subiéndose al techo.

—¿Tú no duermes al lado del fuego? Pregunté intrigado.

—Veras Jaime, esa cuerda que ves con cascabeles, nos avisará si se acerca algo grande. Pero insectos, alacranes y serpientes, pueden campar a sus anchas, pero oye, respeto tu decisión, que pases buena noche.

Sobra decir que me faltó tiempo para salir del saco de dormir y encaramarme yo también al techo de ese todoterreno, donde Mekebe había puesto una especie de colchón y cuando nos tumbamos nos cubrió con una mosquitera. El techo del todoterreno estaba delimitado por unos refuerzos por lo que era imposible caerse en medio del sueño, seria cochambroso, pero empezaba a ser un gran vehículo.

A pesar de la comodidad y seguridad de ese techo, no pude dormir muy bien. La noche estaba llena de sonidos, ruidos, ramas que parecían romperse a nuestro lado, siseos. Todo parecía amplificado y daba la sensación de que de un momento a otro todo se iba a complicar muchísimo, además no se me ocurrió ir a vaciar mi vejiga antes de dormir con lo que mis ganas de orinar eran muy grandes, pero me negaba a bajar de ese techo por si no conseguía subir de nuevo atrapado en las fauces de vaya usted a saber que animal.

El cansancio me pudo y casi amaneciendo me quedé profundamente dormido, pero debíamos seguir camino y Mekebe me despertó. Sobra decir que me faltó tiempo para ir detrás de un matorral y desahogarme, mientras mi vejiga me lo agradecía. Ya con un café en las manos y más despejado vi las cosas de otra manera.

—Has dormido mal esta noche, ¿Verdad? Aseveró Mekebe.

—Bueno, no muy bien, demasiados ruidos para mí que no conocía.

—Esta noche nos han rondado unas hienas atraídas por nuestro olor, pero nada por qué preocuparse.

—¿Hi…hienas? Pregunté asustado.

—Tranquilo Jaime, estas en África aquí hay muchas fieras, pero te aseguro que nos temen más que nosotros a ellas, digamos que esas hienas vinieron a curiosear, nada del otro mundo, pero mejor que no te encuentren desvalido o desarmado.

No sé si me tomaba el pelo, o era cierto lo que me decía. Reconozco que Mekebe tenía un sentido del humor un tanto retorcido y no sabias cuando hablaba en serio o en broma. Aun así no me despegaría de su lado. Vi que tenía un mapa extendido sobre el capó del motor y me acerqué a ver que estaba mirando.

—Mira, nos encontramos más o menos aquí, me dijo Mekebe, quiero llegar a esta aldea, allí tengo familia y esta noche cenaremos bien y dormiremos mucho mejor.

—Pero eso nos desvía de nuestra ruta. Dije molesto.

—Solo nos desviaremos pocos kilómetros y te aseguro que merecerá la pena.

Estaba en sus manos y ese "cenaremos bien y dormiremos mejor" creo que fue música celestial para mis oídos.

Ese día fuimos todo el rato por caminos forestales, lejos de pensar que Etiopia es un territorio yermo y sin vida, Mekebe me estaba llevando por unos parajes verdes, llenos de vegetación y fauna. Elefantes, jirafas, hienas, leones, antílopes, algún rinoceronte y buitres, esos no faltaban.

Paramos a comer en un lugar increíble con una laguna de aguas cristalinas. El sitio estaba sacado de los mejores parajes de vacaciones, arena blanca, palmeras, arboles, vegetación, estaba impresionado y casi sin pensar empecé a desnudarme para darme un baño, mi cuerpo lo pedía a gritos.

—¿Qué se supone que vas a hacer Jaime? Preguntó Mekebe.

—Creo que está claro, me voy a dar un buen baño y refrescarme, este sitio es extraordinario e invita a ello.

—Pues siento contrariarte pero no debes de hacerlo si aprecias tu vida. Esta laguna está llena de hipopótamos y cocodrilos que no dudarán en hacerte picadillo por invadir su territorio.

—Pues Mekebe, yo lo veo de lo más tranquila. Comenté desde mi punto de vista urbanita.

—¿Tranquila? Mira lo que voy a hacer, quizás esto te quite las ganas de meterte en ese agua.

Terminando de decir esto, Mekebe sacó una cantimplora vacía y la ató a una cuerda. Acercándose a la orilla la lanzó al agua y no pasarían más de quince segundos, una boca enorme llena de dientes emergía de no sé dónde intentando atrapar algo que ya estaba lejos de su alcance, Mekebe.

—Ves lo que te decía. Los cocodrilos están al acecho en las orillas, cuando vienen a beber los animales intentan atraparlos y algunas veces lo consiguen. Si te llegas a meter hubieses durado segundos.

El cocodrilo salió del agua y se dirigió a donde nos encontrábamos. Nos metimos en el coche hasta que esa bestia perdió interés y volvió al agua. Yo estaba tan asustado que ni me bajé del todoterreno. Ese día comimos sobre el techo de ese vehículo para mantenernos a salvo.

Ya anocheciendo llegamos a un poblado hecho de casas de adobe y paja. Según paramos una algarabía rodeaba el todoterreno. Mekebe se abrazaba a un hombre mientras varias mujeres le acariciaban. A mí me rodeaban los chiquillos pidiéndome, en su lengua, algo que llevarse a la boca. El caso es que me extrañó, se les veía bien alimentados y sanos, luego me enteré por Mekebe que les gustaban las chuches, como a todos los niños, si lo llego a saber hubiese llevado para dárselas.

Como me dijo Mekebe esa noche cenamos como reyes. Sacrificaron un cordero y junto a un gran fuego, cenamos y charlamos. Cuando terminamos nos dieron una cabaña donde nos pudimos refrescar y dormir. Estando en el mejor de mis sueños, Mekebe me despertó preocupado.

—Jaime, acompáñame, necesito que me ayudes.

—¿Qué ocurre? Pregunté somnoliento.

—Es la hija de una prima mía, hace unos días se hizo una herida y desde ayer no se despierta.

Para cuando llegamos y la vi, supe lo que le ocurría. La herida se había infectado y estaba sufriendo una septicemia. Siempre llevaba conmigo un botiquín bastante equipado. Con lo poco que tenía y haciendo malabares, preparé un suero intravenoso bastante rudimentario pero eficaz y la inyecté antibiótico aun sin saber si era alérgica o no, pero el tiempo jugaba en contra nuestra y si no hacía nada esa niña moriría. Me quedé toda la noche con ella, limpié bien la herida y la suturé, pedí paños de agua fría para intentar bajar la fiebre tan alta y limpiar su sudor que empapaba todo su cuerpo. Su madre fue la mejor enfermera, no se separó de mi lado y estuvimos toda la noche despiertos cuidándola.

Amaneciendo vi que esa niña había mejorado muchísimo. Su fiebre había bajado, su respiración se normalizó y su tensión estaba en valores normales. Me sentí muy aliviado al ver que había respondido muy bien al tratamiento, aunque pasarían días hasta que se recuperase totalmente.

En mi cabeza estaba presente Thais, tenía unas ganas enormes de verla, de llegar a ese campamento de refugiados y estrecharla entre mis brazos, sabía que esta emergencia nos retrasaría, pero también era incapaz de dejar a esa chiquilla a su suerte. Nos demoramos por dos días más, hasta que vi que Shewa, que así se llamaba esa adolescente, se ponía en pie y empezaba comer y beber por si sola. He de reconocer que durante mi estancia allí se volcaron en atenciones conmigo y no me faltó de nada dentro de la humildad en la que vivían.

Al quinto día de iniciar nuestra marcha, llegamos al campamento de refugiados de Dollo Ado, destino final de nuestro viaje. Me impactó muchísimo ver la cantidad de gente que por los laterales de la carretera avanzaban con paso cansino hacia ese campamento. Más de una vez quise parar para atender a algún refugiado que caía rendido, pero Mekebe me lo impidió.

—Si nos paramos aquí y atiendes a esa persona no llegamos, se echarán encima nuestra y querrán que atiendas a todos, ahora mismo están desesperados.

—Pe…pero esto es inhumano, la gente está muriendo. Protesté indignado.

—Hazme caso, ya queda poco para llegar.

A regañadientes obedecí a Mekebe, aunque no estaba de acuerdo con él, pero cuando llegamos a las puertas de ese campamento entendí lo que me decía. Oleadas de gente pidiendo agua y alimento, pidiendo atención médica para algún ser querido, agolpándose, pisoteándose unos a otros, eso era una locura. Como buenamente pudimos nos abrimos paso hacia dentro del campamento para intentar por lo menos pedir información.

Cuando ya nos encontramos dentro pude ver la inmensa extensión de ese campamento de refugiados que a su vez se dividía en cinco campos más. Nos dijeron que casi eran trescientas mil personas las que habría en ese momento y que sería imposible saber en cuál de los campos se encontraba Thais, que no había un registro de personas ni de ONG's.

Aunque le dije que él había cumplido y gracias a él estaba en el campo de refugiados y no era necesario que se quedase, Mekebe no quiso dejarme solo.

—Hasta que no te vea con esa mujer, no pienso dejarte solo, no sobrevivirías.

Fue tajante con su respuesta e interiormente lo agradecí, me hubiese encontrado muy solo y bastante perdido. Teníamos mucho trabajo por delante, encontrar a Thais allí no sería nada fácil.

12

Estuvimos todo un día y medio intentando localizar en que campo se encontraba Thais, aquel sitio era inmenso. Ya casi con las esperanzas perdidas, sin cobertura en la telefonía móvil y sin nadie que nos informase del personal de las ONG's, encontramos a una médico que me reconoció de inmediato y se alegró de verme. Yo no la conocía de nada, pero ella había seguido mi carrera y mis éxitos profesionales. Era una mujer muy guapa de unos 30 años, con rasgos asiáticos, melenita negra recogida en una coleta y unos ojos color miel muy expresivos.

—A quien menos me esperaba encontrar aquí, al Dr. Jaime Cardenal. Dijo esa mujer estrechándome la mano. Mi nombre es Elsa y soy la medico jefe de este hospital de campaña…Y dígame…¿Qué se le ha perdido en Dollo Ado?

A grandes rasgos le contamos el motivo de nuestra presencia en ese campo. Tampoco quería dar a una persona que no conocía de nada explicaciones de mi pasión por Thais.

―Thais…Thais…Si, me acuerdo de esa niña, nos estuvo echando una mano como voluntaria, era pura eficiencia y muy cariñosa con los enfermos, yo estaba encantada con ella, pero los que mandan decidieron que hacía mucha más falta en otro campamento.

―Vaya, dije desanimado, la última información que tenía es que se encontraba en Dollo Ado.

―Mire doctor, Dollo Ado es como una pequeña ciudad, sería un milagro encontrar a alguien aquí, es como buscar un alfiler en el océano. Y siento decírselo, pero nos despedimos y no me dijo en ningún momento a donde la enviaban. De todas formas les diré a mis ayudantes que investiguen a ver si logran averiguar algo, pero deberá tener paciencia.

―Bueno, eso es mejor que nada, dije desalentado. Ahora si me indica donde me puedo hospedar para ducharme, descansar y comer algo se lo agradecería.

―Doctor, mire a su alrededor, esto es un campo de refugiados. Aquí solo hay pobreza, hambruna y muchas enfermedades, aquí no hay hoteles ni bares ni restaurantes, solo miseria. A este sitio se viene a trabajar, no de vacaciones, ni de visita, aquí hace falta mucha ayuda.

Esa doctora parecía algo molesta. Quizás fui un poco arrogante y quise banalizar la situación. Elsa tenía razón, hay se venía a dar el "callo" no de vacaciones como estaba yo. Había que priorizar el entorno. Miré a Mekebe que asistió mudo a nuestra conversación, sabía que él me proporcionaría el techo de su todoterreno para descansar y de seguro se buscaría la vida para adquirir alimentos.

—Discúlpeme doctor Cardenal, quizás he sido algo brusca, no he querido incomodarle.

—No en absoluto Elsa, de vez en cuando viene bien que te recuerden donde te encuentras para darle la importancia que se merece.

—Le propongo algo doctor, mi tienda de campaña es muy grande y tiene ciertas comodidades. Usted y su amigo se pueden alojar conmigo mientras intentamos localizar a donde mandaron a su amiga. A cambio, me vendría muy bien sus conocimientos de cirugía y que me echase una mano con los refugiados.

Ni me lo pensé, creo que era un trato justo y por lo menos eso me serviría para tener mi mente ocupada y no pensar continuamente en Thais mientras durase mi estancia allí. Era imperativo el saber donde se encontraba, saber un destino donde poder localizarla.

—Me parece un trato justo. Si usted está de acuerdo yo también. Dije estrechando la mano de Elsa.

—Jaime, si no te importa, yo preferiría irme al poblado de mis familiares. Dijo Mekebe. Me quedaría más tranquilo sabiendo que la hija de mi prima se encuentra bien. Al tercer día estaría de vuelta, te lo aseguro.

Miré a la doctora y asintió con la cabeza. No me hacía gracia separarme de mi guía, si a las pocas horas se sabía el destino de Thais, tendría que esperar tres días a que regresase Mekebe, pero no supe decirle que no, ya había hecho más por mí de lo que yo esperaba.

—De acuerdo Mekebe, te espero aquí, lleva cuidado.

Mekebe me sonrió agradecido y montándose en su todoterreno le vi marchar. Elsa me agarró del brazo y me llevó a la que era su tienda de campaña, una tienda enorme, acondicionada como almacén y residencia de médicos. Como dijo tenía ciertas comodidades, incluida una ducha muy artesanal, algo que me maravilló, aparte de tres dormitorios independientes, con sus camastros y una especie de aseo algo rudimentario pero eficaz.

El resto del día estuve ayudando a la doctora Carrión, familiarizándome con el entorno donde iba a trabajar y poniéndome al día sobre tratamientos y posibles cirugías. Esa noche y después de muchos días por fin pude darme una ducha. Aunque era agua fría, bueno, más bien templada, fue gratificante y me dejó muy relajado. Elsa me quiso agasajar con una buena cena y se lo agradecí.

Durante la cena Elsa se puso cómoda, unos shorts cortitos y muy ceñidos a sus curvas y una camiseta que dejaba adivinar unos pechos muy apetecibles. La verdad es que cuando se levantaba y me dejaba ver su retaguardia mostraba un culito respingón y redondito y era inevitable repasarla con la mirada.

Después de una sobremesa muy agradable, frente a un buen café, Elsa me sugirió que nos fuésemos a dormir y no se andó con rodeos cuando me lo dijo.

—Doctor Cardenal mañana nos espera un día muy duro. Seguramente tenga dos cirugías más todos los pacientes, en estos días me voy a aprovechar de usted.

—Bueno Elsa, para eso me he quedado y por favor tutéame, somos colegas, las formalidades las dejaremos para los despachos.

Nos despedimos y cada uno se fue a su "habitación" si se podían llamar así. Esa noche caí rendido en ese camastro y no me desperté hasta que alguien me despertó siendo aun de noche.

—Arriba doctor, es hora de empezar, el desayuno está listo.

Elsa era un encanto de persona, muy atenta y amable. Durante el desayuno me puso al corriente de los primeros pacientes que ver y de hacer una ronda a los que había ingresados en ese hospital de campaña.

El día fue largo y duro, muy duro. Acostumbrado a las comodidades de un hospital y de un quirófano, allí a casi 50ºC era complicado hacer un buen trabajo sin sudar profusamente por cada poro de tu piel.

Ese primer día hice tres cirugías y atendí a no menos de cuarenta personas, entre mayores adolescentes niños y bebés. Allí no había especialidades, en ese hospital tú lo hacías todo y atendías a las personas intentando hacer su vida más llevadera en ese lugar dejado de la mano de Dios. Elsa no se separó de mi lado ni un solo momento, ayudándome en el quirófano y atendiendo a su vez a más gente.

Ese primer día terminé agotado, primero por el calor, y luego por la marea de gente que necesitaba atención médica. Cuando llegamos a la tienda lo primero que hice fue quitarme la ropa que me había dado Elsa para trabajar y ponerme solo unos pantalones cortos. Por mi me hubiese quedado desnudo. Aproveché para afeitarme y cuando terminé me fui a la ducha.

—Elsa me voy a duchar, dije a la puerta de su habitación.

—Muy bien, yo iré ahora también.

Cualquier persona que reciba esta respuesta, entiende que cuando yo terminase, ella se metería a duchar, eso es lo lógico, pero me quedé de piedra cuando estando enjabonándome se abrió la puerta de la ducha y Elsa completamente desnuda se metió conmigo en ese espacio tan reducido.

—E…E…Elsa, pero…pe…pero ¿Pero qué hace?

—Pues ducharme contigo, espero que no te importe. Aquí el agua es un bien preciado y no se puede desaprovechar.

―Pe…pero…pero…¡¡ESTAMOS DESNUDOS!! Exclame estúpidamente.

―Claro que estamos desnudos, dijo Elsa, ¿Acaso te duchas vestido?

Elsa actuaba con toda normalidad, como si se estuviera duchando con su pareja. Debido a las limitaciones del habitáculo, nuestros cuerpos se rozaban continuamente y mi polla estaba ya a reventar. Sus tetas se aplastaban contra mi torso o mi espalda y notaba sus pezones duros como diamantes, ella me miraba divertida mientas nos íbamos enjabonando, hasta que ocurrió lo inevitable no se si accidentalmente o a propósito por parte de Elsa.

Ella estaba frente a mi sonriendo traviesa y mi polla teniendo vida propia y pensando por si misma se metió entre sus piernas. Elsa las cerró rápidamente, aprisionándola, notando el calor abrasador que desprendía su coñito, se abrazó a mí y juntó sus labios con los míos en un beso muy dulce y cargado de erotismo al que respondí estrechándola contra mí y moviendo mis caderas como si me la estuviese follando.

—Ummmm…doctor, gimió excitada. Llevo desde ayer por la noche soñando con esto. Quizás te dé una imagen equivocada…ummmmm…no…no pares…pero ayer te espié mientras te duchabas, llevo cuatro meses aquí, muy sola y me hace falta echar un buen polvo.

—Pues no seré yo quien te quite la idea de tu cabeza. Dije bajando mis manos a su culo y apropiándome de esas magníficas nalgas.

A partir de ese momento sobraron las palabras. Dejamos que nuestras manos recorriesen nuestros cuerpos y nuestros sexos y que nuestros labios y nuestras lenguas se abrazasen en besos interminables.

Estaba muy excitado, hacía muchos meses que no follaba y no estaba con una hermosa mujer. Las manos de Elsa eran pura suavidad y masajeaba mis huevos con dulzura mientras su otra mano me pajeaba con delicadeza. Sus ojos se clavaban en los míos mirándome con deseo, necesitaba sentir más de esa mujer y ese espacio tan reducido nos impedía movernos como queríamos.

—Vamos a la cama. Me dijo Elsa cerrando el grifo.

Nos secamos rápidamente y agarrando mi mano me llevó hasta su habitación. Allí había dos catres juntos con un mullido colchón, una bonita cama de matrimonio para que no tuviéramos problemas de espacio y estuviésemos cómodos. Enseguida Elsa me tumbó en la cama y empezó una mamada increíble, mi mano se fue a su coñito, estaba chorreando jugos y según notó mis dedos jugando con su clítoris y su hoyito empezó a gemir.

—Pon tu coño en mi boca. Le pedí excitado.

Elsa obedeció de inmediato y dejó al alcance de mi boca y de mi vista la maravilla que tenía entre las piernas. Dice el refrán que ninguna mujer es fea por donde mea, pero hay coños y coños y este junto con el de Thais era uno de los más bonitos, era perfecto.

Mi boca, mis labios y mi lengua se dedicaron a lamer, succionar y penetrar ese coñito perfecto. Intentaba por todos los medios retrasar mi orgasmo, pero la visión de ese coño, el cómo gemía y movía sus caderas y la increíble mamada que Elsa me estaba dando hicieron imposible retrasarlo más.

—Elsaaaa…me corrooooooh…ahhhhhhhhh…

El primer latigazo le tuvo que llegar al estómago directamente. Según me oyó Elsa anunciar mi orgasmo me hizo una garganta profunda y su naricilla tocó mi pubis. El resto fue llenando su boca hasta que oí como tragaba y se dedicaba a dejar bien limpia y ensalivada mi polla.

Sin decir nada se dio la vuelta y se puso a horcajadas encima de mi polla, la agarró con su manita y dejándose caer se empaló ella solita mientras ponía los ojos en blanco, su coñito oprimía deliciosamente mi falo.

—Diooooos que ricoooooooh…que ganas de sentir una polla dentro de miiiiii.

Mi boca se fue a devorar esas tetas que pedían atención mientras mis manos agarraron su culito y empecé a barrenarla sin compasión. Juntamos nuestras bocas para acallar los gemidos, estábamos en una tienda de campaña y se oía todo, pero eso no nos impidió que Elsa alcanzase un orgasmo devastador y me arrastrase a mí con ella dejándonos satisfechos y empapados en sudor.

—Creo que nos tenemos que volver a duchar. Dije extenuado.

—Aguanta un poco cielo, dijo Elsa, todavía es pronto y la noche acaba de empezar. Dijo apoyando su carita en mi pecho, mientras mi polla seguía en su interior notando como su coñito palpitaba.

Eso no impidió que nos refrescásemos. Antes de dormirnos definitivamente agotados y recién duchados nuevamente, Elsa y yo follamos tres veces más y ella quedó satisfecha con cuatro orgasmos. La única pega era el calor, que hacía que nuestros cuerpos estuvieran siempre húmedos y al rojo vivo. Aun con esa pequeña pega, fue una noche increíble.

13

Después de esa noche, las dos siguientes fueron algo calcado. Durante todo el día nos devorábamos con la mirada, pero debido al volumen de trabajo y que no podíamos permitirnos el lujo de perder concentración, cuando llegaba la noche nuestras ropas volaban y follábamos como desesperados. Lo único que lamenté es que no me dejó follarla el culo, joder, era un culo de primera.

Cuando amaneció el tercer día, antes de vestirnos echamos el polvo de despedida, teniéndola a cuatro, bombeando dentro de su coño, me atreví a meter mi pulgar en su anito. Me miró lasciva mientras cerraba sus ojos y mordía su labio inferior lujuriosamente. Sus caderas se mecían sin control momentos antes de que estallásemos en un orgasmo animal que hizo que inundase su útero nuevamente.

—Joder, ha sido fantástico, gimió Elsa agotada. Has despertado a la bestia que hay en mí, y ahora cuando te vallas, ¿A quién me follo yo?

—Será por hombres Elsa. Aquí tienes ayudantes que te devoran con la mirada y seguro que tendrán unos pollones que te harán ver las estrellas.

—Lo sigue sin entender Dr. Cardenal y creo que sigue sin ser consciente de donde se encuentra usted. La mayoría de los hombres y mujeres de este campo de refugiados tienen algún tipo de infección, ya sea VIH, sífilis, gonorrea o candidiasis. Ni aun poniéndole un preservativo me encuentro segura, lo siento, pero así la tenga como el negro del wasap, no voy a follar con ningún hombre de este campo.

—En eso te doy la razón, en estos días he visto más ETS's que en toda mi vida profesional.

—Por eso mismo querido, ni me lo planteo. Si estoy muy desesperada, dedito y a dormir. Terminó de decir Elsa riéndose.

—Por cierto, Mekebe, mi guía, está a punto de llegar y todavía no me has informado donde se encuentra Thais.

—La verdad querido Jaime es que no he querido desanimarte pero han preguntado a todo el mundo que les pudiera dar una pista y no han sabido decirle con seguridad a donde se dirigían, esperaba que hoy me pudiesen decir algo más.

—Joder…si por lo menos tuviese cobertura en el móvil…podría hacer algo más, podría saber dónde se encuentra exactamente.

—Si es solo por eso no tengas problema, dijo Elsa, tengo un teléfono vía satélite.

—¿Y tienes internet? Pregunté entusiasmado.

—Claro, no esperes una velocidad increíble pero funciona bien.

—Dios Elsa como te quiero. Dije abrazándola con fuerza y besando sus labios.

Me hacía falta acceder a la nube, allí tenía todos mis expedientes y me hacía falta el de Miriam, mi paciente y amiga de Thais para saber su teléfono, llamarla, contarle mi locura y pedirla que me informase de donde se encontraba su amiga y mi sueño inalcanzable y por supuesto, que en ningún momento supiese que yo estaba en Etiopia buscándola.

A medio día llamo Miriam muy emocionada diciéndome todo lo que quería saber.

—He hablado con Thais, dijo alegre, está en el sureste de Etiopía, muy cerca de la frontera de Somalia en un campo de refugiados que se llama Tesifa. La he notado muy contenta y aunque no he preguntado creo que es porque ya se tiene que venir a España.

—Emmmm…Miriam, ¿Ha preguntado por mí?

—No, lo siento Jaime, pero ni ha hecho mención de ti y yo no he querido sacar tu nombre para no levantar sospechas. De verdad, para mí, es lo más romántico y bonito que han hecho por ella hasta ahora, ir a buscarla a esa parte del mundo para darle una sorpresa, ya me gustaría que alguien hiciese eso por mí.

Eso me desanimó algo, pero no lo suficiente para abandonar mi idea de llegar hasta donde estaba Thais. Agradecí a Miriam su detalle para conmigo y me interesé por su salud y su pierna, informándome que hacía grandes progresos y que ya casi podía andar normal aunque le seguía doliendo. Recordé mi cita con ella para después de mis vacaciones y me despedí hasta entonces.

Por la tarde llegó Mekebe como había prometido con muy buenas noticias, la hija de su prima estaba casi restablecida y gozaba de buena salud. Su prima me mandaba comida y muchos detalles, según Mekebe ella me tenía en un altar me consideraba su "shamani" su hombre milagro, por haber arrancado de las garras de la muerte a su hija y si me negaba a aceptar sus regalos se sentiría decepcionada y ofendida.

Cuando conseguimos quedarnos a solas preguntó si ya conocía el paradero de Thais y yo le informé de donde se encontraba. No pude dejar de fijarme en su gesto de preocupación, pero él no comentó nada al respecto, solo esbozó una sonrisa y me informó que al día siguiente al amanecer saldríamos hacia allí.

—¿Hay algo que te preocupe Mekebe?

—No Jaime, nada importante, solo que las carreteras hacia el sur no están en muy buen estado y seguramente tardemos en llegar dos días. Pero no te preocupes, que llegar, llegamos.

—Bueno, entonces vamos a descansar, Elsa nos cede su tienda.

—Se lo agradezco, dijo Mekebe, pero yo tengo cosas que hacer todavía, tú vete a dormir, mañana te espero frente al hospital al amanecer.

Conocía poco a Mekebe, pero lo poco que le conocía me sirvió para saber que aunque era yo quien le pagaba, él hacia las cosas a su manera y si tenía cosas que hacer yo no era quien para preguntarle que iba a hacer, ni meterme en sus asuntos. Me dejó claro desde el principio que las cosas se harían como él decía.

Esa noche Elsa y yo volvimos a follar y a dormir juntos. Fue un regalo de Mekebe en el fondo, ya que si él se hubiese quedado a dormir en la tienda, Elsa bajo ningún concepto hubiese permitido que supiese que nos habíamos enrollado. A la mañana siguiente, me desperté antes de amanecer y preparé las últimas cosas que me debía de llevar. Elsa se levantó conmigo y me preparó un desayuno delicioso.

—Jaime seria necio por mi parte el negarlo…Quiero que te quedes aquí conmigo.

—Elsa Sabes que eso no puede ser, voy a ver a Thais y luego dentro de unos días me incorporo a mi trabajo en Madrid.

—No sé qué tipo de relación tendrás con esa joven, pero tiene que ser muy especial para que un cirujano de tu categoría, famoso y mucho mayor que ella, venga desde Madrid, se recorra media Etiopia y ponga tanto interés en encontrarla.

—Bien, eso es algo que me incumbe solo a mí, ¿No crees? La relación que tenga o deje de tener con esa joven solo es cosa mía.

—No quería molestarte, solo era simple curiosidad.

En ese momento la bocina del todoterreno de Mekebe sonaba. Me despedí de Elsa con un tórrido beso y con tristeza, porque no, me fui de su lado en busca de mi sueño.

14

Durante todo el camino Mekebe no abrió la boca. Miraba en todas direcciones y sacaba la brújula para poder orientarse mientras observaba el mapa. Ya era medio día y paramos para comer algo. Saco el todoterreno del camino y lo metió entre la maleza.

—Está bien Mekebe, dije rotundo, ¿Qué está ocurriendo? Estas muy nervioso y tu cara solo muestra preocupación.

—Bueno, creo que es necesario que lo sepas. Al estar tan cerca de la frontera con Somalia, puede ser que nos encontremos con asaltantes de caminos.

—A…¿Asaltantes? Pregunté acojonado.

—Verás, si estas al corriente, los somalíes se han dedicado a la piratería por mar. Asaltaban barcos de todo tipo y se hacían con el cargamento y el navío, hasta que la coalición internacional puso barcos de guerra para protegerles y ahí se acabó su modo de ganarse la vida. Pero muchos de esos piratas se han internado en Etiopía y ahora se dedican a asaltar a los convoyes de suministros que se dirigen a los campos de refugiados o a vehículos que osan adentrarse en sus territorios.

—Ósea que nosotros…

—Nosotros somos una presa fácil. Estoy evitando las carreteras más importantes y metiéndome por caminos que ni conozco, mapa, brújula y rezar para que no nos crucemos con nadie.

En esos momentos temí por mi vida y por lo que nos pudiera pasar, aún más comentándome Mekebe que esos asaltantes primero disparaban y luego preguntaban.

—Espero que no ocurra Jaime, pero si nos topamos con algunos asaltantes, recuerda, es tu vida o la de ellos.

—Pe…pero no tengo nada con que defenderme.

Mekebe me miró serio y abrió la guantera. Dentro había un arma, una pistola semiautomática que puso en mis manos.

—Esta es una Beretta de 9mm. Tienes un cargador con diez balas, su manejo es sencillo, este es el seguro, me indicó, y se amartilla así, en estos momentos si aprietas el gatillo el arma abrirá fuego. Apunta el arma donde miren tus ojos, sujétala firmemente y aprieta el gatillo sin miedo, no dudes.

―Pe…Pero yo nunca he disparado un arma, de hecho considero una aberración el que un ser humano pierda la vida a manos de otro ser humano. Yo me hice médico cirujano para salvar vidas no para quitarlas.

―Mira a tu alrededor Jaime, esto es la jungla, aquí matas o te matan, no estás en la seguridad de una gran ciudad, aquí no hay policías ni ejército, solo estamos tú, yo y estas armas que nos podrán defender y si hemos llegado hasta aquí, ¿No pensarás en regresar al haberte contado esto?

Pues sinceramente es una idea que se me pasó por la cabeza, aunque nadie nos aseguraba que al volver no nos encontrásemos con alguna "sorpresa" y realmente este viaje, esta aventura la estaba viviendo por Thais, para sorprenderla y que supiese lo importante que era ella en mi vida. No, por nada del mundo me daría la media vuelta, seguiría adelante hasta llegar a mi meta, estar de nuevo con Thais.

—No, respondí, seguimos adelante, hasta el final.

—Bien, entonces comamos algo y prosigamos. Sugirió Mekebe.

Yo no es que comiese mucho, se me había quitado el hambre, notaba mi estómago muy pequeño y no admitía comida, sé que eran los nervios, no era la primera vez que me pasaba. Mientras intentaba comer me fijaba en el arma que me había dejado Mekebe, mentalizándome que si ocurría algo mi vida dependería de ella, no deseaba encontrarme en esa tesitura, pero autoconvenciéndome que llegado el momento, si es que llegaba, no dudaría en utilizarla.

Según terminamos de comer, iniciamos de nuevo la marcha. Mekebe no sabía con exactitud si llegaríamos esa misma tarde o al día siguiente al campamento de refugiados donde se supone que se encontraba Thais. Solo los caminos y el rodeo que estábamos dando no hacían precisas las estimaciones de llegada.

Ocurrió casi anocheciendo, había poca luz y el todoterreno lidiaba con un camino de cabras casi intransitable en medio de la jungla cuando al doblar un repecho había dos figuras en medio del camino. Yo ni me había fijado, iba absorto en mis pensamientos cuando Mekebe detuvo el todoterreno bruscamente. Entonces miré a Mekebe que miraba al frente sin pestañear y miré yo también, se me heló la sangre en las venas. Dos figuras menudas, nos apuntaban con sendos fusiles de asalto y empezaban a gritar algo que yo no entendía.

—¡¡JODER!! Exclamó Mekebe. Nos están gritando que nos bajemos del coche.

—Son…¡¡SON NIÑOS!! Casi grité.

—Niños que no dudarán en matarte.

Sé que empuñé el arma y efectué un disparo desde detrás de la puerta del todoterreno, pero con los ojos cerrados, sin apuntar y temblando como bambi. Oí otro disparo más y a Mekebe poniéndose en pie mientras se dirigía a esos niños que cegados por la luz del coche y asustados por los disparos, habían tirado sus armas y tenían los brazos en alto. Lo primero que hizo Mekebe fue inmovilizarlos atando sus manos a la espalda. Luego tomó sus armas del suelo y las revisó.

—¡¡Serán estúpidos!! Masculló, los cargadores vacíos, estas armas son solo intimidatorias, no tienen munición con que disparar.

Llevó las armas al todoterreno y volvió donde estábamos. Quito a los asaltantes un pañuelo que cubría su cabeza y su cara, que solo dejaba los ojos al descubierto.  Mekebe los llevó fuera del camino, y con sus mismos pañuelos los ató a un árbol por los pies y por sus gargantas, dejándolos sin posibilidad de moverse.

—Vámonos rápidamente, nuestros disparos han podido alertar a algún que otro asaltante.

—Pero…¡¡Pero no podemos dejarles ahí, les puede ocurrir algo malo!! Exclamé indignado.

—Jaime, les ocurrirá lo que les tenga que ocurrir. Sube al todoterreno de una vez. Dijo algo enfadado.

Obedecí a regañadientes. Me subí al coche e inmediatamente nos pusimos de nuevo en marcha. No sé si Mekebe sabia por dónde íbamos, pero no dejó de conducir durante tres interminables horas, horas en las que no intercambiamos ni una palabra. Llegó un momento en que o nos habíamos perdido, o no había camino, era noche cerrada y no se veía nada de nada. Mekebe bajó, cortó ramas y camufló el vehículo.

—Descansa, mañana será otro día.

—¿Qué va a ocurrir con esos muchachos? Pregunte con aspereza.

—Si son listos y hábiles como todos estos chavales, ya estarán libres, tampoco anudé tan fuerte las ligaduras.

—¿Y si no ha sido así? Pregunté.

—Pues alguien de su familia los habrá liberado y si no han llegado a tiempo, las bestias los habrán devorado.

—¡¡JODER…MEKEBE…!!

—No quiero discutir más sobre esto, entendido. Dijo enfadado. Son mis normas y mi manera de actuar, me pagaste para llevarte a un sitio sano y salvo y eso estoy cumpliendo, déjame hacer mi trabajo.

Fue una noche larga. Había mucha tensión entre Mekebe y yo y dormimos poco. No sé si estaba molesto conmigo por poner en duda su manera de actuar o preocupado por los asaltantes que pululaban por esos caminos. Al día siguiente tuvimos que buscar de nuevo el camino que nos llevaría fuera de esa jungla. La noche anterior el cansancio y que fuese noche cerrada desorientó a Mekebe sacándonos de ruta.

Esa misma mañana a las cuatro horas de iniciar la marcha de nuevo vimos carteles indicando la dirección del campamento de refugiados de Tesifa. Poco antes de las dos de la tarde Mekebe me dejaba en la puerta de entrada de ese campamento, estaba nervioso, estaba seguro de que Thais se encontraba allí y llegaba el momento de las despedidas.

—Bien Mekebe, de corazón, agradezco que me hayas traído hasta aquí sano y salvo, pero creo que ya he llegado a mi destino y aquí se separan nuestros caminos.

—¿No quieres que te espere, por si acaso, por si algo sale mal? Preguntó.

—No hace falta, ya nada puede salir mal, sé que ella está aquí.

—Bien, como quieras. Espero que todo te vaya bien Jaime y me gustaría que si vuelves por Etiopia, me busques para tomar algo con un buen amigo.

—Claro que lo haré, descuida. Dije estrechando su mano y dándole un sobre con una generosa cantidad de dinero.

15

Me costó poco pasar el control de seguridad identificándome como médico y me indicaron donde se encontraba el hospital y sus dependencias.

A diferencia del campo de refugiados de Dollo Ado, Tesifa era un campo más pequeño y mejor estructurado, con sus calles señalizadas y carteles que te orientaban a donde querías ir. Avanzaba rápido intentando llegar cuanto antes al hospital para preguntar por Thais, el corazón me latía a mil por hora hasta que vi una inmensa cruz roja y una tienda de campaña, blanca, inmensa con mucha gente esperando.

Debido a mi color de piel, mi manera de vestir y mi mochila, nadie me dijo nada cuando evitando una gran cola de espera pasé al interior de esa tienda-hospital. Alguien se acercó a donde estaba y me lo preguntó:

—¿Buenas tardes, que deseaba?

—Hola, estoy buscando a Thais.

—¿Thais? Si mire, está trabajando en el box del final.

Estaba de espaldas, se había cortado y alisado el pelo, tenía melenita y se había teñido el pelo de un castaño cobrizo. Yo estaba temblando, me acerqué y estando detrás de ella le saludé.

—Hola Thais.

En mi cabeza había imaginado ese encuentro, esa primera toma de contacto después de tanto tiempo sin vernos y esos mensajes en mi móvil. Imaginaba a Thais, abrazándome con fuerza, colgada de mi cuello, mientras sus labios me comían a besos sin creerse que yo estuviese allí. Cuando oyó mi voz se puso rígida pero sin mirarme y a los pocos segundos se giró mirándome muy seria.

—Ja…Jaime…¿Qué haces aquí? ¿Cómo me has encontrado?

—Vaya, yo también me alegro de verte. Respondí con ironía.

—Hazme el favor, le dijo a una compañera, encárgate tú de esto, ahora vengo.

Me agarró por el brazo como si fuese un desconocido llevándome fuera de esa tienda casi a la carrera a una especie de esplanada donde había un gran árbol que brindaba sombra. Aun encontrándonos solos, Thais no mostró ninguna empatía hacia mí, que estaba a cada segundo más decepcionado, si no que la veía enfadada, molesta.

—No lo entiendo. ¿Por qué has venido?

—Pues no sé, tú sabrás por qué estoy aquí, vaya, no es muy difícil imaginarlo…¿No crees?

—¿No podías esperar a que hubiese llegado a España?

—Por un momento pensé que tenías ganas de verme, de tenerme a tu lado, por eso me he recorrido media Etiopia y malgastado mis vacaciones en venir a verte. Le dije ya molesto por su actitud.

—Joder, perdona Jaime, pero es que ahora mismo…mierda…lo que me faltaba. Susurró echándose las manos a la cabeza.

—Cariñooo, te estaba buscando. Sonó una voz a mis espaldas.

Cuando me di la vuelta para saber de dónde venía esa voz, vi a un hombre negro, bien parecido con el uniforme de sanitario que se dirigía hacia nosotros. Cuando llegó, se puso detrás de Thais, la abrazó pegando su pelvis a su culo y le dio un sonoro beso en la mejilla mientras me miraba con una sonrisa estúpida y Thais permanecía seria.

—¿Quién es tu amigo mi amor?

—Este es el doctor Jaime Cardenal, un conocido de España. Dijo Thais mirando al suelo.

—Un placer doctor Cardenal, dijo el tipo ese. Yo soy Amed, el novio de Thais.

—¡¡TIENES NOVIO!! Mira tú que bien. Dije apretando mis dientes y mostrando una sonrisa cínica.

—¡¡NO SOMOS NOVIOS AMED, ME DUELE LA BOCA DE DECIRTELO!! Dijo Thais elevando la voz.

—Pues ayer por la noche no me decías lo mismo cuando te estaba…

—¡¡CALLATE JODER, ERES IDIOTA!! Gritó Thais. Vete adentro que te estarán buscando y déjame hablar con mi amigo.

—¿Ahora es tu amigo? ¿No era un conocido? Mejor te vienes conmigo, tienes mucho trabajo, ya tendrás tiempo de hablar con tú…lo que sea. Dijo Amed con sequedad.

Vi como los dos desaparecían por la puerta de ese hospital de campaña. En ningún momento, Thais se volvió para mirarme o por lo menos para indicarme con la mirada que me esperase o…o algo, no sé. Me quedé unos minutos bajo la sombra de ese árbol, asimilando la situación, sintiéndome ridículo y un completo gilipollas.

—¿Qué coño estoy haciendo aquí? Me pregunté a mí mismo. Tienes 43 años, estas en el culo del mundo, persiguiendo a una jovencita alocada, que es una inconsciente, ha jugado contigo y a la cual le sacas 23 años…Empieza a comportarte como lo que eres, una persona responsable y un famoso cirujano, a la mierda con todo esto, yo me vuelvo a España. Todo me lo dije en voz alta, oyéndome a mí mismo, siendo muy consciente de la estupidez que había hecho.

Me dirigí a la puerta de entrada con la esperanza de que Mekebe todavía se encontrase por allí, pero no lo encontré. Por suerte la gente que estaba en la puerta controlando a los refugiados, me indicó que esa misma tarde salía un convoy rumbo a Dollo Ado escoltado por el ejército.

A las cuatro de la tarde emprendíamos la marcha. Durante el trayecto no pude dejar de pensar en todo lo pasado y en la actitud indiferente de Thais al verme. Salvo esto último el viaje fue bueno, fue una aventura para mí y lo mejor fue conocer a Elsa. Me maldije a mí mismo por no haberla hecho caso y haberme quedado con ella, hubiese ganado tiempo, dinero y categoría, pero como buen macho beta fui un pringado y quise buscar algo más allá de un sueño casi imposible de alcanzar. En fin, era algo que debía de hacer y me motivó el comentario de su amiga y esos mensajes que me dejó en el móvil.

Cerca de las diez de la noche llegamos a Dollo Ado, eso me dio una idea del tremendo rodeo que dio Mekebe para llegar a Tesifa. También es cierto que la carretera por donde fue el convoy estaba en muy buen estado y llevamos una media de cien Km/h. Agradecí al conductor el haberme traído y agarrando mis pertenencias, fui en busca de Elsa, a ver si me dejaba pasar la noche en su tienda, porque perfectamente me podía ignorar, o simplemente, podía estar acompañada, en el fondo solo habíamos compartido espacio profesional y cama durante tres días, tiempo más que insuficiente para conocer a una persona y sentir algo por ella.

Cuando me encontré frente a la entrada de la tienda, esta estaba cerrada a cal y canto. Al ser una tienda de campaña que se utilizaba también como almacén, a no ser que se rasgase la gruesa lona, Elsa la mantenía cerrada con un candado en la cremallera y por la noche también la cerraba por dentro para mantenerse más segura, una falsa seguridad ya que si alguien quisiera colarse dentro no le sería difícil.

—Elsa, le llamé, Elsa, ¿Estas despierta?

—¿Jaime? ¿Eres tú? Sonó, su voz desde el interior.

—Si, perdona que te moleste, pero acabo de llegar de Tesifa y me preguntaba si podrías dejarme pasar la noche hasta mañana que encuentre el modo de regresar a Addis Abeba.

Oí como una especie de gimoteo y como manipulaba el candado para inmediatamente abrirse la puerta y aparecer Elsa medio llorando. Se colgó de mi cuello, me abrazó con fuerza y me besó hasta que nos quedamos sin aire. Cuando nos separamos me miró con ternura mientras acariciaba mi cara.

—Pensé que ya nunca volvería a verte, no he podido dejar de pensar en ti.

Estaba preciosa, la tenía muy abrazada a mí y recordé que desde que salimos de esa tienda por última vez, no me había duchado nuevamente, debía de oler a perro mojado. Con algo de pena deshice ese abrazo y se lo pregunté.

—¿Elsa me podría duchar? Estoy agotado, sudoroso y sucio.

—Claro que si cielo. ¿Has cenado? Imagino que no, mientras te voy preparando algo.

Estaba sorprendido, este es el recibimiento de una persona que verdaderamente te aprecia y te quiere, no el gélido recibimiento de Thais que fue desastroso.

Me duché y me afeité y cuando salí de nuevo a la zona común Elsa me tenía preparada una rica cena. Ella se había cambiado y llevaba una especie de bata muy ligera a medio muslo. Yo solo me había puesto un pantalón de deporte, sin ropa interior y casi juraría que debajo de esa bata Elsa iba desnuda. Durante la cena le conté todo lo ocurrido, charlamos y ella me confesó lo mal que lo había pasado cuando me fui.

—No quiero incomodarte, empezó diciendo Elsa, solo espero que hayas encontrado las respuestas que buscabas y priorices tus necesidades.

—Te aseguro Elsa que todo me ha quedado muy claro.

—Bien, ¿Has terminado de cenar?

Yo asentí, Elsa apartó mi silla de la mesa, me quitó los pantalones dejando mi verga al aire, dura y llena de venas y deshaciendo el nudo de esa bata me mostró su cuerpo desnudo. Se sentó a horcajadas sobre mí, mientras sus caderas oscilaban lascivas sobre mi miembro inundándolo con sus jugos. Mis manos se fueron a su culo y la atraje más hacia mí, mientras nuestras bocas se buscaban con desesperación y mis manos amasaban esas nalgas pequeñas y redondas.

—Follame mi amor, me dijo Elsa

Agarré mi miembro, lo apunté a su coñito y ella se dejó caer lentamente, notando como mi polla le abría y los músculos de su vagina se aferraban a mi falo de manera deliciosa hasta que su culo hizo tope con mis huevos.

—Ummm…como te siento mi amor…que ricoooooooh.

Elsa empezó a botar mientras abrazaba mi cabeza contra su pecho y mi polla entraba y salía sin problema de su coñito. Ella empezó a gemir más fuerte y a temblar, notando como su orgasmo se abría paso en su cuerpo y yo me dejé llevar por ella hasta que lancé mi primer trallazo de semen en su útero y los dos estallamos en un orgasmo impresionante que nos dejó jadeando como animales.

—Te quiero mi amor. Dijo Elsa aun fatigada.

—Elsa yo…

—Shhhh, no digas nada que no sientas y no comentes algo que no me gustaría oír.

Le iba a decir que me encontraba muy a gusto con ella, que aunque hacia muy poco que nos conocíamos le tenía un inmenso cariño y que nunca olvidaría lo que estaba haciendo por mí y que solo deseaba que esa sensación no desapareciese, pero en ese momento las palabras sobraban, se lo quise demostrar.

Sin sacar mi polla de su interior que seguía dura como una piedra, agarré a Elsa de su culito, me puse en pie y la llevé a su dormitorio. En su cama no la follé, le hice el amor, es lo que me provocaba. Aun haciendo un calor de mil demonios, nos quedamos dormidos los dos, abrazados, sintiendo nuestros cuerpos.

Cuando amanecimos, volvimos a follar para empezar el día con energía. Preparamos el desayuno y fue Elsa la que abordó el tema.

—¿Es necesario que te vayas hoy a Addis Abeba?

—No, si quieres me puedo quedar unos días, aun me quedan vacaciones.

—Verás, cuando te fuiste, te confieso que me sentí muy mal. Llamé a mi ONG y les dije que aunque debía de quedarme un par de meses más, anímicamente no me encontraba bien y me hacía falta salir de aquí. Mañana o pasado mañana llega mi relevo y me gustaría irme a España contigo…no me quiero separar de tu lado…No sé ¿Qué te parece?

—Pues me parece una idea genial y si te parece bien a ti, como me quedan días nos podíamos ir tú yo de vacaciones, ¿Te gustaría?

—Me encantaría.

—Pues no se hable más, vamos al lio y a ir preparando tu relevo.

Hasta que nos fuimos a Addis Abeba, fue un no parar. Elsa y yo hablamos mucho sobre nosotros, en el fondo no nos conocíamos y esa semilla que habíamos plantado en nuestra relación estaba empezando a arraigar y creo que ambos necesitábamos saber más el uno del otro.

16

Cuando llegamos a Addis Abeba tuvimos que pasar noche en un hotel a la espera de la salida de nuestro vuelo a España. Me acordé de mi teléfono móvil, apagado desde hacía días al no tener cobertura. Según lo encendí, empezó a vibrar mostrándome infinidad de llamadas de un número que no conocía y que imaginé serian de Thais.

Cuando llamé a mi buzón de voz el primer mensaje era de Thais y parecía algo desesperada.

Jaime te estoy buscando por todo el campamento y no te encuentro. Nadie sabe darme una respuesta para saber que ha sido de ti. Por favor llámame cuando puedas.

—¿Qué la llame? Pues lo siento, que espere sentada, pensé. No entiendo como he podido hacer esta locura, aunque bien mirado, gracias a ella pude conocer a Elsa.

El resto de los días hasta que empecé a trabajar, nuestro viaje a España, la noche que pasamos en mi casa y nuestro vuelo al Algarve en Portugal donde terminaría mis vacaciones, fue como estar en una nube con Elsa.

Fue inevitable, aunque yo no quería tocar el tema, el que Elsa me preguntase por Thais y mi afán por encontrarla. Sabía que quería detalles y que le contase que es lo que había ocurrido. Sin profundizar mucho, le expliqué todo lo acontecido desde que la conocí, finalizando que con el comentario de su amiga (mi paciente) y los mensajes que me escribió, me lié la manta a la cabeza y fui en su busca con un resultado desastroso.

—Mira Jaime, se lo que es el amor o el deseo y las locuras que se pueden hacer. Pero en esta situación tu dignidad se vio comprometida por una niña caprichosa y voluble. Solo espero que hayas aprendido de ello y no lo repitas. Comentó Elsa con seriedad.

—Tranquila, te aseguro que no volverá a ocurrir.

Una vez terminé mi asueto estival, llego un momento doloroso. Elsa tenía su vida en Burgos y yo trabajaba y vivía en Madrid, con lo que fue inevitable la separación, de momento, hasta que Elsa arreglase su situación, pero la idea es que se viniese a vivir a Madrid conmigo.

Queramos o no la vida tenía que continuar y nuestras obligaciones para con los demás y con nuestro trabajo seguían adelante, aprovecharíamos cualquier hueco para vernos, hasta que pudiésemos estar juntos. Casi a finales de septiembre, en mi agenda aparecía la cita a última hora con Miriam, mi paciente y amiga de Thais. Venía a su revisión y por qué no decirlo me apetecía verla a ver como había evolucionado en estos meses. Poco antes de las ocho de la tarde llamaban a mi puerta.

—¿Se puede doctor?

—Adelante Miriam, pasa.

Me quede sorprendido de lo bien que andaba, casi no se le notaba el levísimo cojeo que arrastraba, vaya, que si no supiese lo que le había ocurrido, ni me percataba de ello.

—Bueno, bueno, te veo muy, muy bien Miriam. Comenté mientras se acercaba a mi mesa.

—Si, este verano he trabajado mucho la pierna y he hecho mucho ejercicio. También el agua de mar, el sol y estar más relajada me han ayudado. Me comentó Miriam.

—Bueno, pasa tras el biombo y desnúdate de cintura para abajo…Emmm…no es necesario que te quites la ropa interior.

—Vale, como usted quiera doctor. Me contestó Miriam.

Tomé notas en mi informe sobre las primeras impresiones cuando la vi y la gran mejoría que se había producido en ella. Cuando terminé fui tras el biombo, en la camilla tumbada boca arriba con una braguita blanca muy exigua, me esperaba Miriam. No pude evitar excitarme viendo ese cuerpo tan apetecible y aunque sabía que tenía que hacerlo, evite ponerme los guantes de látex, quería sentir la calidez de su piel en mi mano.

—Bueno, vamos a ver cómo va esa pierna.

La cicatriz seguía allí como no podía ser de otra manera pero con muy buen color. Aunque fue todo muy profesional por mi parte, acaricié el interior de su muslo hasta tocar su labio mayor con el lateral de mi mano. Forcé la apertura de su pierna hasta casi conseguir un ángulo de 90º respecto a su cuerpo, su coñito se abrió ante tal apertura saliéndose los labios mayores del escondite de su braguita. Mi mano palpó y acarició ese muslo, el interior de este y hasta casi meter mi mano en su coño, notando la humedad que empezaba a invadirle.

—¿Te hago daño? ¿En algún movimiento que he hecho has sentido dolor o molestias? Pregunté deseando que aquello no terminase.

—No doctor, solo breves molestias al forzar algún movimiento pero nada que no sea soportable. Contestó con la voz ligeramente excitada.

Tenía que poner fin a aquello, mi vista se clavaba en su coñito con la tela metida entre sus labios y en el hilo del tanga que sus glúteos devoraban dejando a la vista su anito cerrado. Su olor a hembra excitada estaba inundando el ambiente y no quería cometer otra locura, aunque según se fuese me iba a aliviar pensando en esa visión.

—Muy bien Miriam, estoy impresionado de lo bien que ha evolucionado tu pierna desde la última vez. ¿Algún dolor?

—Bueno doctor, esta pierna tiene sus días. Se ha convertido en una extremidad muy temperamental.

Eché un último vistazo a modo de despedida de esa visión tan celestial y pidiéndole que se vistiera, me fui a mi mesa a seguir con el informe de la revisión. No sé si Miriam se percató de la tremenda erección que llevaba y confieso que en ningún momento me tapé o disimulé. Al poco tenía a Miriam sentada frente a mí ya vestida y colorada como un tomate.

—Bien Miriam, creo que con los informes que tengo del traumatólogo y del fisio y si tú te encuentras bien, te voy a dar el alta, solo a expensas de que me digas si has hablado con el cirujano plástico y de que vas a hacer al respecto.

—Bueno, he hablado con él y los dos hemos coincidido que dejemos pasar un año para que veamos cómo evoluciona todo. De todas formas de momento no me apetece meterme en un quirófano de nuevo.

—Muy bien Miriam, dije poniéndome en pie y dirigiéndome a ella. Me alegro de que te encuentres tan bien y que esta pierna haya respondido como lo ha hecho. Solo he de decirte que sabes dónde encontrarme si necesitas algo o esa pierna empieza a darte guerra.

—Gracias por todo Jaime, dijo abrazándose con fuerza a mí, sin ti seguramente ahora tendría una bella pata de palo, dijo echándose a reír. Me dio un tierno beso en la mejilla y deshizo el abrazo. También quiero pedirte perdón por lo que pasó con Thais.

—Tú no tienes por qué pedir perdón, no hiciste nada malo.

—No sé, creo que con aquel comentario… de todas formas cuando me enteré de lo que había pasado me enfadé mucho con Thais. Cuando llegó a España y vio que no tenía ninguna llamada tuya, se deprimió mucho, sabia lo mal que lo había hecho y quería hablar contigo, pero le daba miedo a que no quisieras ni verla, ni hablar con ella.

—Bueno, tú mantente al margen y no expongas tu amistad con Thais, llegado el momento, si tenemos que hablar lo haremos.

—Jaime…Thais está afuera, me ha acompañado y me ha pedido que le dejes que se explique, quiere hablar contigo.

No sé por qué debí imaginar que algo así ocurriría. Thais necesitaba de un o una ayudante de campo para llevar a cabo sus planes, Miriam era amiga suya y la convenció para que ella allanase un poco el camino y poder preparar el encuentro que de seguro sabía que iba a suceder. No es que me hiciese mucha gracia la encerrona, pero debía de poner fin a eso.

—Bien, no es que me guste hacer esto en mi trabajo, pero cuanto antes terminemos mejor. Di a tu amiga que pase.

Miriam salió de mi consulta con una leve sonrisa de preocupación. Al poco entraba Thais sin ni siquiera llamar a la puerta y mentiría si no dijese que iba preciosa, casi provocativa sabiendo lo que se jugaba. Se acercó a mi mesa con una gran sonrisa, venia directa a mí a darme un beso, pero levantándome de mi silla, serio, le indiqué que se sentarse al otro lado de la mesa, como si fuese una paciente. En ese momento su sonrisa se borró de su cara.

—¿Estás tan cabreado conmigo que ni me vas a dar un beso?

—Solo doy besos y abrazos a mis amigos o amigas y a la gente que quiero. Thais no perdamos el tiempo ¿Qué quieres?

—Solo disculparme contigo y por mi comportamiento en Tesifa. Me pillaste totalmente fuera de juego y no supe reaccionar…lo siento, de veras.

—Bueno, ya te has disculpado, ahora si me perdonas tengo todavía cosas que hacer.

—NO JAIME, así no, dijo empezando a llorar. Me estoy humillando ante ti, pidiéndote perdón, dándome cuenta de mi equivocación, no quiero perderte, no quiero que lo nuestro acabe.

—¿Qué te estas humillando ante mí? ¿Por qué? ¿Por qué has venido a disculparte? ¿Eso es humillante? Creo que es lo más valiente que has hecho. Para mí sí que fue humillante darme cuenta de la estupidez que había cometido y por quien lo había hecho. Lo único positivo de ese viaje fue a la mujer que conocí y que es una mujer con mayúsculas.

Creo que Thais no se esperaba eso. Me miró desconcertada, pensando en lo que decir, fijaba su vista en mi intentando descubrir algún atisbo de empatía, pero yo permanecía impasible y empezó a llorar y lo siento, no me gustaba ver a una mujer llorar, pero en el caso de Thais me mantuve impasible.

—Por favor Jaime, dime que todavía queda algo, que no es tarde para nosotros.

—Thais, tú y yo tuvimos nuestro momento, quince días increíbles con una de las jóvenes más bellas que he conocido, pero como tu dijiste, «solo quiero pasármelo bien» Quizás no supe o no quise entenderte, me enamoré de ti, de una forma irracional y cuando recibí tus mensajes, me faltó tiempo para cruzar a otro continente y hacer cientos, miles de kilómetros poniendo en riesgo mi propia vida por localizarte, para estar a tu lado, para demostrarte lo que era capaz de hacer por ti, pero creo que Amed ya tenía cubiertas tus necesidades. No Thais, ya no queda nada, absolutamente nada, nuestro momento pasó en el mismo instante que te llevé al aeropuerto y nos despedimos.

—Jaime, ¿Podemos quedar otro día? Te invito a cenar y lo hablamos más tranquilamente, déjame explicarte todo lo que ocurrió. Dijo Thais con sus lágrimas cayendo por sus mejillas.

Por un momento estuve tentado de levantarme, abrazarla y decirle que sí, que iría a cenar con ella y lo hablaríamos. Pero sabía que si eso ocurría, Thais desplegaría todos sus encantos y terminaríamos follando.

Me acordé de Elsa, mi amor, mi dulce geisha y supe que no sería digno de ella si lo hacía. Me acordé de sus palabras, tenía que priorizar mis necesidades y Thais no era necesaria en mi vida,  era una joven que a la larga me dejaría tirado y lleno de tristeza y odio como me ocurrió con Silvia, mi exmujer. Le miré indolente, necesitaba terminar ya con esto y dejarlo pasar.

—Mira Thais, ni nos veremos más, ni iremos a cenar, ni nada que nos pueda vincular de nuevo. Como te he dicho hay una mujer en mi vida ahora mismo y por nada ni nadie en este mundo pienso fallarla.

—Nunca nadie me ha rechazado de esta manera. Un día te arrepentirás de tomar la decisión de rechazarme.

—Y a mí nunca nadie me humilló de la manera que lo hiciste tú en Tesifa, me hiciste sentir ridículo.

Thais se levantó de su silla y sin ni siquiera despedirse salió por la puerta cerrándola violentamente en una actitud pueril, estaba rabiosa por no haberse salido con la suya.

Según salió de mi consulta estaba intranquilo, nervioso, tomé mi móvil y marqué el teléfono de Elsa. Me pasé una hora hablando con ella, explicándole todo lo ocurrido, no quería secretos con ella y que luego hubiese malentendidos. Quedamos en la noche en hacer una video llamada y poder vernos, pero Elsa me sorprendió aún más. Sobre las doce de la noche una llamada de Elsa entraba en mi móvil.

—Hola cariño, ¿Cómo estás? Preguntó Elsa.

—Bien, si oigo tu voz me tranquilizo.

—¿Y si estuviese allí contigo?

—Si supieses lo que te echo de menos…

—Pues ábreme mi amor, necesito abrazarte.

En ese momento sonaba el telefonillo de la entrada. Solo me faltó volar, al minuto Elsa y yo nos fundíamos en un abrazo eterno. No se lo pensó, según terminó de hablar conmigo por la tarde hizo una pequeña maleta, se montó en su coche y se vino a mi casa, necesitaba estar a mi lado. Esa noche dormimos poco y eso hizo que al día siguiente llegase tarde a trabajar, pero mereció la pena.

Se que desde que Silvia, mi exmujer, se desentendió de mí, anduve un tanto perdido y mendigando cariño. Fueron creo que más de dos años que fui un títere, un memo que se enganchaba a la primera que me ofrecía algo de sexo y cariño, pero ese viaje que hice a Etiopia fue un antes y un después en mi vida. Ese viaje me demostró que no podía perder mi dignidad como hombre y que existen mujeres dispuestas a darlo todo por ti y demostrar respeto.

Elsa se quedó quince días conmigo, cuidándome como nunca nadie lo había hecho y entregándonos los dos a la lujuria más desenfrenada, antesala de lo que sería nuestra vida en pareja. A los seis meses Elsa y yo empezamos a vivir juntos y al año de habernos conocido ya trabajaba conmigo en el hospital, teníamos una vida increíble y la iba a aprovechar junto a una mujer que ahora sí, para mí era un sueño hecho realidad.

FIN

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