Buscando pollas desesperadamente

Buenos días querida tropa otra vez (sí es que queda alguien que se lea esto aunque solo sea por hacer un favor)

BUSCANDO POLLAS DESESPERADAMENTE.

Las vacaciones eran agua pasada, con cuentos sin fin convencí a mis padres para que me cambiaran de colegio y seguí con mis estudios. El campamento  me espabiló pero sobre todo me transformó en otra persona. Así que decidí seguir con la nueva personalidad. Pero bien claro “puta sí, pero mandando yo en mi vida y en mi cuerpo”.

Primer dilema “¿Dónde encuentro yo ahora pollas?”; solución, el cine porno ya que allí se suelen reunir muchos gays y no precisamente para rezar el rosario. Así que allí me fui, pero no pasé de la puerta, para todo hay que dar facilidades y con vaqueros la cosa está difícil. Además lo que quería era ir de mujer para excitar, pero sin pasarse porque era gente gay  que buscan hombres. Bastaría una peluca, muy poco maquillaje y sobre todo, ropa holgada.

Así que volví a casa y hasta el próximo día. En la mochila del colegio metí, además de los libros, un lápiz de ojos, uno de labios y la peluca. El tanga lo llevaría puesto. A la salida de las clases avancé heroicamente hacia la oscuridad del cine después de ponerme unas gafas de marco ancho para que disimularan lo que fuera posible de mi edad. Con voz de barítono le dije a la taquillera “marchando una entrada” ¿Cuántos años tienes chaval? Y a ti ¿Qué te importa?, eso lo pensé pero  lo que dije fue “Los tengo todos señora! ¿Qué quieres decir? replicó ella; “Pues que no he perdido ninguno”; “Oye chaval, te he hecho una pregunta....” no la dejé acabar “Dieciocho recién cumplidos señora” Me miró con cara de cachondeo y me soltó “!que pronto empiezas, anda pasa y no montes ningún numerito”. Me dejó pasar por aquello de que la pasta es la pasta.

Con la venia de la taquillera y la alegría de estar transgrediendo la ley pasé a la oscuridad. Tal como entraba me entró un canguelo del carajo; lo que pasaba en los cines porno solo lo sabía por referencias y bastante deficientes. Me senté en una esquina de la primera fila con la que tropecé para acostumbrarme a la oscuridad.

Empezó el desfile de parroquianos a ver el “nuevo género” que acababan de recibir. Pasaban, miraban, seguían, daban la vuelta y volvían a mirar más detalladamente. Debían estar examinando la mercancía. Al acostumbrarme a la oscuridad divisé a un vecino a dos butacas de distancia de la mía. Con la bragueta de par en par, alegremente se dedicaba a sacudirse el mondongo. Parecía ir a la suya porque ni me miraba. Estiré el brazo lo que pude y le cogí el pajarillo. Pasivamente dejó que yo hiciera el trabajo por él. En vista de la pasividad que demostraba como si yo no le interesara, decidí  tomar la iniciativa e ir de avanzadilla para examinar el terreno como hizo Alejandro  Magno antes de conquistar Asía Menor.

No estaba lleno, ni mucho menos pero habían bastantes hombres. Dos se morreaban en las últimas filas, más adelante uno le hacía un mamada a otro y algunos más hablaban. En la parte posterior, entre la última fila de butacas y la pared, me pareció adivinar sexo en grupo. Efectivamente un joven con los pantalones bajados totalmente, un hombre mayor lo acariciaba por delante y otro, metía la mano por detrás. Los otros tres miraban. Así que di la vuelta y me fui a los lavabos.

Estaban casi todos los urinarios ocupados, pero nadie meaba, miraban a un lado y otro con la polla en la mano y sin meterla en el urinario. Aquello era como el escaparate donde elegir mercancía antes de probarla, no creo que el médico les hubiera recetado airear la polla. Me coloqué en uno vacío, mee, le di al botón del agua  y me quede haciendo lo mismo que los otros.

“¿Vienes mucho por aquí? me preguntó mi vecino. Era mayor, delgado, vestía traje chaqueta, de ejecutivo de vía estrecha. Este se ha escapado de la oficina a echar un kiki y es gay de armario. “Vete a casa con tu mujer e hijos” tengo tendencia a pensar las frases más inconvenientes en el momento menos adecuado. En lugar de eso le dije  con voz de experimentado  “no mucho, de vez en cuando”. “¿Vamos dentro? Preguntó “¿dentro donde?” ” Hombre ahí” señalando el cuartito del váter.  “Más tarde” le conteste. Miró  su polla con resignación y yo me metí en el cuartito. Me pinte ojos y labios con mi pequeño espejito y casi sin luz y me coloque unos pendientes de broche, no tenía agujeros en las orejas. Volví a salir.

El mismo de antes que ya se estaba abrochando la bragueta para evitar que la polla cogiera un catarro, me vio salir con la nueva imagen, se le iluminó el semblante y se vino detrás de mí a la sala. “¿Nos sentamos?” Y por qué no, me contesté, con alguien tendré que empezar y este no está mal y parece muy limpio. “¿Cuánto cobras?”. Eso  quisiera yo, pero tuve que contestar “por ahora acepto la voluntad, siempre viene bien”. Ni yo misma sabía  que era tan puta.

Nos sentamos y me puso una mano sobre el muslo que le quedaba más cerca.  Llevaba un pantalón corto y de verano, ideal para sentir su mano. Buena idea la de no entrar al cine con vaqueros. Y empezó a contarme su vida, mejor dicho una sarta de mentiras que ya llevaría ensayada. Me besó castamente en una mejilla y al ver que yo no protestaba acercó su mano hacia la zona de fuego  y su boca a mis labios. Le deje hacer y yo mismo metí mi lengua en su boca. Sacó un billete de 20 euros y me  lo metió por un bolsillo del pantalón. El fenicio que vive dentro de mi estaba a punto de pedir más, pero mi otro yo lo contuvo a tiempo.

El hombre parecía bastante torpe tratando de desabrochar mis pantalones. Me los desabroché yo y me los bajé dejando ver que llevaba tanga. Le debió dar algo de corte así que yo mismo me saque la polla y le dije “a ver que sabes hacer, puedes hacerme lo que quieras”. Era mucho más de lo que el hombre esperaba. “Eres un nene muy guapo”, “nena” le corregí yo; “perdona guapa”

Al momento apareció un mirón que sentó al otro lado, quede empaquetado entre un “pagano” y un “mirón” .  El “pagano”  me acarició la polla y los alrededores, se inclinó sobre mí y empezó  una buena mamada. El otro puso su mano sobre mi vientre y empezó a   subirla poco a poco y por debajo del suéter  para  acariciarme las tetillas. La situación para mí no era nueva salvo en lo de la oscuridad y lo de los euros. Mi aparató respondió como se esperaba de él y empezó a despegar. Entonces paré a los dos vecinos, no quería  correrme tan pronto, le di un beso al mamador y me puse a buscar dentro de su bragueta. Le hice un trabajito de aúpa hasta que empezó a soltar suspiros. Para veinte euros ya tenía bastante. Así que decidí levantarme  e ir a buscar otros panoramas.

La ONG “mamonas sin fronteras” que habita dentro de mí me hizo  apiadarme del hombre, al fin y al cabo me había dado dinero. Así que desenchufé mi boca de su nabo. “No! No te vayas ahora! suplicó la supuesta víctima. Me coloqué de espaldas a él, me bajé el tanga y poco a poco empecé a sentarme encima, con todo el cuidado para que su polla encajara con mi agujero. Una vez la tenía bien apresada, apoyé un pie en las butaca de delante para ayudarme a subir y bajar. El hombre gemía, su polla temblaba, yo me demoraba lo que podía y …. el mirón de envidia se moría. Esta postura es muy placentera para el donante y cómoda para el tomante. El “pagano”  colocó sus manos en mi  culete para dirigir el movimiento, arriba, abajo, para, sigue etc y no  sé porque pero en aquel momento me acordé de los empalamientos de la Edad Media, tengo una imaginación muy morbosa. El hombre pasó una mano por mi lado para acariciarme la bolsita, hasta que noté su eyaculación especialmente por como apretaba mis huevos el muy cabrón y por los suspiros que soltaba.  También se notó como poco a poco la manguera se iba arrugando dentro de mí lubricado tubo de escape. Entonces sí, sin miramientos  aparté la mano al mirón, me arreglé la ropa  y me largué a buscar otros caladeros.

Me situé en el extremo de una fila vacía y no tardó nada en colocarse de pie un tío, relativamente joven y con la cabeza rapada. Ahora veremos como entra  este. El tío ni se movía, ni se iba, ni decía nada. Debe trabajar de Don Tancredo por las plazas de toros, no se me ocurría otra explicación. Bastante más adelante me enteré que cuando uno se coloca al lado del pasillo es para hacer mamadas; el que quiere una se coloca al lado y espera (por si acaso hay un error) hasta que le abren la bragueta, se la sacan y la trabajan. Como yo no lo sabía cuando se cansó se fue a buscar pesca en otra parte del río.

La cosa no pintaba mal del todo, estaba aprendiendo a ser puta urbana (de asfalto todavía no) por mi propia cuenta. Así que a rentabilizar el precio de la entrada (eso me dijo dentro de mí la voz del fenicio). En las últimas filas había un pequeño corro que se tocaban por encima de la ropa sin hablarse y sin mirarse casi. Me puse a un lado y el viejo que tenía al lado, sin cortarse un pelo, me estampó un beso de tornillo con lengua y todo. Por lo visto era la costumbre.  Tiré mano a su paquete que era enorme por lo menos la bolsa con los  dos concejales aunque el alcalde aun no levantaba la cabeza.

Cambié de táctica, ya se iba haciendo hora de largarme, me bajé los pantalones, los dejé cuidadosamente doblados sobre el respaldo de una butaca e hice lo mismo con el suéter. Me quedé solo con la tanguita y de píe para que me vieran bien, me di la vuelta como si fuera una modelo de pasarela y me bajé el tanga para que no perdieran detalle y vieran que  también tenía culo.

No pudieron quedarse quietos. Me atacaron (es un decir) los cuatro al mismo tiempo; uno se pegó a mi boca como una sanguijuela, otro se bajó directamente a chuparme la polla.. Los otros dos, por llegar tarde, se consolaron acariciándome por todo el cuerpo, uno a las tetillas y el otro por  detrás.  ¡Coño! ¡Qué cosa más grande era sentirse tratada cuidadosamente por cuatro machos!. Casi valía la pena pagar, bueno un mal pensamiento lo puede tener cualquiera. El que me acariciaba la espalda bajó hasta mi culo y siguió con sus caricias por el ano y el perineo hasta llegar a los huevos. El otro seguía chupando.  Cerré los ojos para concentrarme en mi placer y a los otros que les den,  siempre me había tocado a mí la peor parte. Disfruté el momento  que afortunadamente fue muy largo. Aquello más que una corrida fue una explosión.

Me vestí y me largué después de guiñarle el ojo a la taquillera. Con los veinte euros tendría para comprar varios tangas en el mercadillo, un poco de bisutería, y un lápiz de labios; y si sobraba algo me tomaría un helado.