Buscando piso

Buscar piso puede ser una tarea ardua y compleja, pero en ocasiones se conoce a gente muy interesante.

Buscando piso Hacía cinco días que había llegado a una ciudad completamente nueva. Nueva cultura, nuevo clima, nuevo idioma... Me iba hospedando en hostal y casas de huéspedes, intentando estirar el poco dinero con el que contaba mientras comía en McDonald's y Donner Kebab's de las más baja estofa. Tras haber visitado hasta cinco casas donde se anunciaba el alquiler de habitaciones individuales, comencé a pensar que la única forma de poder permanecer en aquella estúpida ciudad sería meterme en un tugurio de mala muerte, con paredes desconchadas y apenas cinco metros cuadrados, con la mitad ocupados por la cama y una lámpara fundida. Sí, había visto un par de sitios realmente interesantes, pero el palo que me quisieron infligir en concepto de alquiler me hizo descartar la idea rápidamente. Por una cosa o por otra, y sumándole a ello que soy incapaz de hacerme una paja si no estoy en mi casa, el caso es que llevaba prácticamente una semana sin desfogar. Naturalmente, mi presupuesto no me permitía pernoctar en busca de mujeres con ganas de rabo. Así llegamos al glorioso séptimo día, una semana desde que abandoné la terminal del aeropuerto con pocos billetes y muchas ganas que se habían ido diluyendo poco a poco. Era domingo, y sorprendentemente, un espectacular sol cubría de luz hasta el más recóndito escondrijo de la más lúgubre callejuela. Nada escapaba a su luz, ni la pelotilla de moco que acababa de sacarme apenas unos minutos antes de un profundo rincón, hasta entonces desconocido, de mi nariz aguileña. El edificio al que me dirigía para ver de primera mano un nuevo posible alquiler tenía un aspecto un tanto cochambroso desde el exterior. Ciertamente, la primera sensación no era todo lo buena que uno se puede esperar en una situación como esta. Me acerqué a la entrada, toqué el timbre y esperé a que me abrieran la puerta. Tras una espera de aproximadamente medio minuto, estaba ya dándome la vuelta para comprobar si me había equivocado de calle o cualquier otra cosa, cuando oigo a mis espaldas el ruido de la puerta al abrirse, casi sin darme tiempo a abrir la puerta. Subí dos pisos, naturalmente a base de escaleras, que el edificio ni siquiera tenía ascensor averiado, que es algo que siempre da mucha distinción. "Sí, tenemos ascensor, pero llevaba siete años averiado y nadie tiene especial interés en arreglarlo, porque la derrama de la comunidad sería de varias decenas de miles de euros, y mire usted, con la crisis que tenemos...". Vas a comparar eso con "son cuatro pisos que se suben a pata. Por lo menos haces ejercicio". Finalmente, al intentar hacer ademán de llamar a la puerta, esta se abre casi como automáticamente, salvo que detrás una mano ejecutora la movía. En ese momento supe que había sido una buena idea levantarme de la cama aquel día. Una muchacha rubia, de nombre Heather, con el pelo recogido en un improvisado moño, piel pálida como la nieve, ojos del azul de las aguas del caribe y la más natural y genuina belleza era la que me invitaba a traspasar el arco de la puerta. Solo cuando pude cerrar mi enorme bocaza abierta y despertar de la abrupta hipnosis a la que su figura me había sometido, pude articular torpemente un saludo matutino y entrar en la casa. Su baja estatura no hacía sino incentivar mis malos pensamientos (que dicho sea de paso, no sé por qué se dice malos pensamientos, si yo en lo único que pensaba era en romperle la cadera a base de polvos; qué puede haber más tierno, dulce y romántico que eso?), su voz delicada era melodía para mis oídos y la ropa casual y desenfadada que llevaba me hicieron ignorar por completo sus palabras, que no eran pocas, y a gran velocidad. Mi limitación con el idioma nativo hizo mella en la conversación, fundamentalmente cuando percibí un molesto silencio durante el cual aquella rubita parecía esperar una respuesta por mi parte. La miré embobado, le pedí disculpas como un retrasado mental y le solicité que por favor me repitiera la pregunta. Sus finos labios, a la vez que ligeramente brillantes y pomposos volvieron a cautivar mi atención, ignorando por tanto todo sentido de las palabras que salían de su boca. Asentí cuando terminó de hablar, sin llegar a saber a qué había respondido afirmativamente. Se giró sobre sus talones y cruzó la sala de estar, la cual aparecía bastante desordenada, con un cartón de cereales y un tazón a medio comer en una mesa delante de un sofá de dos plazas, mientras en la televisión dos monigotes se peleaban por alguna razón. Pero el culo de mi rubita había entrado en escena, y el resto de imágenes se evaporó con la misma rapidez con la que mi sangre fluía hacia mi entrepierna. Si mi excitación seguía creciendo... bueno, no quería ni pensarlo. Me enseñó la cocina, el cuarto de baño, la terraza... parecía estar haciendo tiempo por alguna razón. Empecé a sospechar que dicha razón tenía algo que ver con la pregunta a la que había dicho que sí sin tener ni idea de qué me había preguntado. Me arriesgué a quedar como un imbécil y le pregunté sobre la supuesta habitación que debía yo ocupar, en caso de aceptar las condiciones. Por la mueca que se dibujó en su cara, efectivamente, había quedado como un imbécil. Masculló algo ininteligible, se disculpó y se ausentó durante un par de segundos. Se perdió por el pasillo, dio dos sonoros manotazos a una puerta y entró sin esperar respuesta. Hubo un intercambio de palabras subidas de tono, tanto por volumen como por significado, tras el cual mi rubita cerró la puerta y regresó a la sala de estar, donde yo la esperaba. Me pidió unos minutos de espera, tras los cuales volvió a la habitación, que ya empezaba a llamar mi atención, y repitió la misma escena de antes. A continuación, regresó al salón una vez más. En su angelical cara se dibujaba un gesto mezcla de malicia y enfado. Me dijo que ya podía ver mi habitación. Entró sin llamar y se adentró en una densa oscuridad, en la cual yo no fui capaz de distinguir nada. De pronto el ruido de unas cortinas al descorrerse, y la brillante luz del sol inundó la estancia, mostrando un armario empotrado con las puertas abiertas, un escritorio con una lámpara de mesa sin bombilla, un par de libros amontonados, cantidades ingentes de ropa por doquier, femenina para más señas, una cama de tamaño estándar y una chica vestida de guarrilla con aspecto de "resaca del copón bendito" que me estaba dando el culo. Un culo sublime, debo añadir. Con una voz pastosa y entorpecida por la almohada, la chica tendida en la cama se cagó en la familia de la rubia, incluendo los sobrinos de más reciente adquisición. Se había abierto la veda. Insultos de la más variada gama y reproches de todos los tipos comenzaron a circular en todos los sentidos. Yo temía que alguno me tocara a mí. - Me tienes harta ya de tus noches locas, nunca haces nada los domingos, más que dormir. - Yo por lo menos no falto al trabajo por estar chupándole la polla a nadie. - Mira quién fue hablar, la que me abandonó anoche para largarse con dos capullos. - Sí, pero ninguno de esos capullos era tu novio. - Hay que joderse! Fóllate una vez al novio de una amiga y te llamarán roba-novios. - ... Bueno, podría seguir, porque aquello fue un continuo intercambio de impresiones durante más de diez minutos, pero creo que ha quedado claro el nivel de la discusión. Y yo en la puerta, con una erección de infarto, con siete días de amor en mis pelotas. Y cada nuevo reproche me la ponía más dura, porque aquellas dos zagalas tenían un currículum sexual verdaderamente sorprendente. Pero de buenas a primeras, todo cambió en un abrir y cerrar de ojos. La habitación se sumió en el silencio, yo empecé a babear y mi polla empezó a bailar una jota en mis pantalones. Tras exclamar un profundo y sentido "Oh, maldita sea", se abalanzó sobre la pelirroja, derrumbándola sobre la cama, sujetándole la cabeza mientras le metía la lengua hasta la garganta. El sonido húmedo de besos apasionados reemplazó a los insultos. Realmente, no estaba del todo seguro de qué estaba sucediendo. No tenía claro si aquello era amor, pura pasión desbocada o aún seguían peleando. La camiseta de la muchacha rubia se rasgó en un potente tirón y uno de sus pechos quedó liberado. Con el ajetreo, entre tanto, la minifalda de la pelirroja había perdido el nombre de falda y me confirmaba lo que unos minutos antes había supuesto: que allí no había tanga ni bragas que valiesen. Su pubis completamente depilado me decepcionó, pues lo cierto es que siempre he querido ver una pelambrera pelirroja, pero no así a mi polla, que ya estaba interpretando una sardana. Sus morros húmedos chorreaban en cada arrebato, sus lenguas se entrecruzaban y se mostraban fugaces bajo mi atenta mirada. Creo que desarrollé cierto grado de estravismo en aquellos instantes, porque mis ojos se movían casi por su cuenta, incapaces de captar todos los detalles de la escena. La rubia le clavó la rodilla en la entrepierna a la pelirroja, que a los pocos segundos comenzó a gemir desesperada, mientras se frotaba contra la articulación de su amiguita, que la miraba con lascivia y palpaba sus tetas, pequeñas pero con los pezones empitonados, duros y pequeños juguetes en manos de Heather, la rubia. Al cabo de unos minutos, la pelirroja se corría entre sollozos. - Te hizo sentir algunos de esos capullos así anoche, perra? - ... - No, claro que no. - ... - Pero tú sigues insistiendo, una y otra vez, nada más que con capullos, mientras a mí me das de lado. Las lágrimas cubrían el rostro de la pelirroja, incapaz de articular palabra alguna. Impasible, Heather volvió la cabeza y reparó en mí y en mi polla, que se agitaba de un lado a otro, bailando una muñeira. Se bajó de la cama, dio dos sensuales pasos hacia mí, meneando las caderas de forma exagerada, con la camiseta hecha jirones y sus pechos excitados apuntando directamente hacia mí. Se relamió, entreabrió los labios y su lengua se introdujo furtivamente en mi boca. Me abordó de tal forma que me empujó hacia la puerta, contra la cual chocó mi espalda. Sentí el pomo de la puerta clavarse en mis riñones de forma dolorosa. Habría gemido de dolor de haber podido. Mi polla, por su parte, estaría gritando de felicidad, ahora que se rozaba con el cuerpo de aquella preciosa muchacha. A pesar de estar inmersa en dominar mi boca, cosa que hacía a la perfección, tanto por mi sorpresa general como por su maestría en particular, desde luego no era ajena a lo que se escondía en mis pantalones, que dicho sin humildad de ningún tipo, debe rondar los trece centímetros con dos milímetros, tal vez cuatro si estoy realmente muy excitado. Varios estudios de Harvard y Oxford aseguran que es el tamaño ideal. De ancho, unos tres centímetros con cuatro milímetros, tamaño ideal también, avalado por diversos estudios realizados en las universidades de Yale y Cambridge. Un portento humano, sin duda. Mis manos despertaron de su letargo antes que mi mente, y para cuando quise darme cuenta, ya estaba manoseando sus tetas, que se mostraban desnudas ante mí, sin ningún impedimento. Mientras con una mano jugueteaba con uno de sus pezones, con la otra apretaba con fuerza, como si fuerza una pelotita antiestrés. Su lengua mientras tanto seguía estableciendo una curiosa jerarquía en mi boca, aunque parecía que la mía tenía algo que decir. Pero cuando comenzaba a plantarle un mínimo de resistencia, sus manos se apoderaron de mi polla, y en cuestión de segundos, Heather estaba agachada, de rodillas, bajándome los pantalones, y metiéndose mi verga en su angelical boquita de pitiminí. Ratificó su excelente dominio de la lengua, tanto en el arte del beso como en el de la mamada. Un par de fuertes resoplidos escaparon de mi boca. Busqué con la mirada cualquier cosa con la que distraerme, porque era mirar hacia abajo y ver cómo mi polla desaparecía por completo en la cavidad bucal de Heather y mi pulso se aceleraba de forma temeraria. Buscaba lo que fuese, unas bragas con derrape, un póster de David Husselhoff, una portada de revista con algún grupillo de música apestosa de adolescentes pseudo-maricones... lo que fuera para intentar controlar mis sensaciones, y me encontré con una muchacha pelirroja completamente desnuda mordiéndose el labio mientras una mano aprisionaba su teta derecha y la otra se enterraba en su entrepierna, donde desaparecían al menos dos de sus dedos, si podía contar correctamente, que lo dudo. Apenas podía mantener el equilibrio. Cerré los ojos y pensé en mi profesora de historia, una vieja de cincuenta con cara de bulldog. Pero las sensaciones que la lengua de Heather me transmitía a través de mi miembro convirtieron aquella desagradable imagen en Carmen Electra abierta de patas ante mí. Volví a abrir los ojos y otra vez la pelirroja entró en mi campo de visión, levantándose y dirigiéndose hacia nuestra posición. - Déjame un poquito, cariño... - dijo en un tono de voz meloso. Sin embargo, Heather la ignoró, o casi peor, le dio un empujón y la apartó de en medio. Se sacó mi verga de la boca, chorreando saliva. - No ves que estoy ocupada? No me molestes. Sus duras palabras me dolieron hasta a mí, sobre todo al ver la cara de ternero degollado que puso su amiguita. Entre lo mojado de su coño y lo mojado de sus ojos, que volvían a enrojecerse próximos al lloro, la pobre corría un riesgo serio de deshidratación. Pero todo ello se me olvidó cuando la rubia volvió a meterse mi polla por completo en su boca, no sin antes darle un buen repaso a mis pelotas. Sí, sé que no tengo un pollón, pero estoy seguro de que si aquella diosa se lo propusiese, podría meterse sin pestañear el instrumento de Nacho Vidal hasta la base. La pelirroja intentó un acercamiento diferente, posicionándose detrás de Heather y comenzando a acariciarle la espalda. Con gran maestría consiguió bajarle ligeramente los pantalones, mostrando un atrevido tanga cuyos extremos confluían en una pequeña flor metálica. Pero en ese momento, la diablilla rubia se la quitó de encima con una coz. Parecía que iba a tener que resignarse a hacerse un dedo mientras Heather le sacaba brillo a mi manubrio. Pero ahí no iba a acabar la cosa, aunque yo ya estaba deseando correrme en su cara. Continuando lo que había empezado su amiga, se deshizo de los pantalones y, en el mismo proceso, también del tanga de color negro. Un ligero crespón rubio coronaba su pubis, si bien diminutos pelillos crecían por doquier, dándole un tacto áspero, como de lija del número 4. Debía hacer un par de días que se había arreglado la zona, y se notaba y se palpaba. Pero eso tampoco me importó, a pesar de que mi glande fuera el primero en comprobar las desafortunadas diferencias entre un chochito recién afeitado y otro con barba de dos días. Más tieso que un mástil, entré en su interior. Caímos al suelo, rodamos un par de veces y ella quedó posicionada encima de mí. Sus caderas comenzaron a menearse en círculos. La miré a los ojos y vi cómo su mirada se clavaba en su "más que amiga". Me estaba usando de forma vil y descarada, y me estaba encantando. Volvió a besarme, sin dejar de mirarla prácticamente ni un segundo. A pesar de todo, sus ojos azules seguían cautivándome. Apoyé mis manos en sus pechos y los apreté con firmeza. Puestos a ser utilizados, mejor disfrutar lo máximo del momento. De repente, sin previo aviso, se derrumbó sobre mí, presa de un orgasmo. Por el rabillo del ojo, vi como la otra chica reptaba por el suelo hacia nosotros, arrastrando sus pezones erizados por la moqueta del suelo. Algo me mordió un pezón y capturó mi atención. Con el moño deshecho y el pelo revuelto no podía ver, pero la sensación de una lengua juguetona me indicaba bastante claramente que había sido Heather. Mi verga seguía embutida en su coñito rubio, percibiendo mil y una sensaciones distintas, todas placenteras, y sintiendo de primera mano las vibraciones de su orgasmo. Cuando parecía haber pasado la tormenta, desmontó, se puso a mi lado y comenzó a chupármela. Estábamos interpretando un 69 un tanto maltrecho. Su chochito rezumaba flujos y mostraba un brillo sin igual. Estaba lejos del alcance de mi boca, pero podía alcanzarlo con la mano. Comencé a jugar con los dedos. Y la pelirroja volvió a aparecer en mi campo visual. Sus labios regordetes se acercaron a mi boca y se conformaron con pasar por donde lo había hecho antes su compañera de piso. Pero duró poco, pues Heather se dio cuenta de la treta. - Ay, Susan, no puedes estarte quietecita? La agarró de los pelos y la lanzó al suelo. Se puso encima de ella, inmovilizándole los brazos. Susan abría la boca y sacaba su lengua intentando besar a Heather, pues estaban en una postura realmente idónea para ello. Sin embargo, esta se negaba por completo, y mantenía las distancias. Yo había vuelto a quedar fuera de juego, o eso pensaba. La chica rubia volvió la mirada hacia mí: - Esperas una invitación formal o qué? Tal y como estaba, mantenía completamente inmovilizada a la muchacha pelirroja, pero al mismo tiempo me ofrecía su culito sin ningún tipo de complicaciones. Me acerqué por detrás, situé la polla en la entrada de su coño y empujé. Entró suave, como un cuchillo caliente en un pedazo de mantequilla. Cuando hizo tope, la saqué y contemplé como los labios de su chochito caliente se cerraban lentamente. Sin darles tiempo a cerrarse del todo, volvió a empalarla. Tras repetir la operación cuatro veces, no volví a sacarla y empecé a tomar ritmo de forma progresiva. Quién me iba a decir un par de horas antes que iba a follarme a una rubia a cuatro patas mientras esta tenía debajo a una pelirroja completamente sumisa? En ese justo instante me di cuenta de la situación. Hasta el momento, había estado como en un sueño. Todo era tan irreal, tan onírico, que no me lo había llegado a plantear, no había sopesado el tema ni lo había valorado en su justa medida. El subidón de excitación fue tal que no pude reprimir el orgasmo. La leche acumulada durante una semana en mis pelotas comenzó a salir a borbotones desde la punta de mi verga. Me descargué con ganas en su interior, donde fue a parar la mayor parte del esperma, pero en los últimos estertores de aquel brutal orgasmo, cuando mi polla salió húmeda de aquella gruta tan cautivadora, todavía aparecían gotas de semen por el orificio de mi miembro. Me senté en el suelo admirando el chocho abierto de Heather. Un ligero reguero de leche salía de su interior. Tras soltar una maldición, se dirigió a Susan: - Lo ves? Los tíos son todos unos capullos. Siempre te dejan a medias. La soltó y se levantó. Gruesos goterones de leche recién ordeñada emergieron de su coño inundado y fueron resbalando por sus muslos. Tomó uno de ellos con dos dedos, me miró y me los restregó por la cara: - Y la próxima vez pregunta si puedes correrte dentro, gilipollas. Cruzó la puerta y unos segundos más tarde se oyó el agua de la ducha correr. A una simple llamada de Heather, Susan salió disparada hacia la ducha, deseando redimirse y volver a ser recompensada con el amor de su amiga rubita. Me sentí desplazado y utilizado una vez más, aunque había merecido sinceramente la pena. Como quiera que sentía que sobraba y que la cosa podía ir para largo, comencé a vestirme. Entonces volvió a aparecerer Heather: - Lo siento, pero ya no queda ninguna habitación libre, mi amiga ya no se va a ir. Como si me importara aquello mucho. Yo hacía un buen rato que no me acordaba de la puta habitación. Pero algo en su mirada me decía que había algo más. - De todas formas, creo que mereces una disculpa, por la escenita que has presenciado y por cómo te he tratado. Seguí allí de pie, inmóvil, sin saber qué hacer o qué decir. Heather resopló, y masculló, casi inaudiblemente: - Hombres... A continuación, añadió: - En la ducha hay sitio para uno más, tú mismo. Otra vez esa sensación de irrealidad, de fantasía, de sueño; otra vez una enorme erección. Me quité la ropa, y me di el primer paso hacia una de las experiencias más interesantes que he sufrido en mi vida.