Buscando mís límites

Un película despierta cosas en un pareja. Cosas insospechadas. Dolor y placer

AVISO: En este relato se describen relaciones sexuales extremas y algunas prácticas, digamos, escatológicas. Si no son de tu agrado, mejor lee otros relatos míos.

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Dicen que nunca llegamos a conocer a las demás personas. Y es cierto. Crees que conoces a alguien y de repente todo cambia. Aparece ante ti como otra persona, completamente distinta, casi una desconocida. Te preguntas quién es, cómo es que nunca la habías visto así. Te preguntas quien de las dos es la real, la antigua o la nueva. Quizás ni la una ni la otra.  Quizás las dos a la vez.

A veces, incluso, esa persona eres tú mismo. Crees que sabes cómo eres, lo que piensas, lo que sientes, y de improviso todo cambia.

A mí me pasó. Me está pasando. He descubierto en la mujer que amo a otra persona que no estaba ahí. Al menos, yo nunca la vi, nunca la dejó salir. Y he descubierto en mí mismo cosas que desconocía. Cosas que me inquietan, pero que están ahí, con las que estoy aprendiendo a vivir.

Llevo casado con Rosa dos años. Felizmente casado, debo añadir. Desde que la vi supe que era la mujer de mi vida. Imaginativa, inteligente, simpática. Y en el sexo, maravillosa. A los dos nos encanta el sexo.

Hasta ahora, me consideraba, nos consideraba, una pareja normal en ese sentido. Rosa es una mujer caliente, cosa que me vuelve loco. Muchas veces es ella la que me incita, la que me busca.

Algo que no gusta mucho es alquilar una buena película los viernes por la noche y verla juntos. Yo me siento frente a la tele y ella se acuesta a mi lado, poniendo su cabeza apoyada en mi hombro o en mi regazo. No me refiero a películas porno, que también solemos ver, sino a películas normales. Unas veces de acción, otras románticas, de miedo. De todo un poco.

Muchas veces la película resulta un tostonazo, y entonces Rosa empieza a jugar. Seguimos viendo la película mientras ella me acaricia la polla sobre el pantalón, hasta ponérmela bien dura. Entonces me la saca y me hace una lenta paja mirando la tele.

No tengo más que hacer una ligera presión en su cabeza para que se agache y me haga una de sus maravillosas mamadas. Más de una vez me ha estado chupando la polla durante toda la película, sin dejarme correr, esperando a los títulos de crédito, y, entonces, chupar con fuerza hasta hacerme estallar en su boca. El sonido de su garganta tragándose mi semen es una de las cosas más eróticas de este mundo.

Mientras ella me la chupa, yo acaricio su sedoso cabello, y alargo mi mano izquierda hasta llegar a su precioso culito. Lo acaricio y espero a que ella se coloque, pidiendo una caricia más íntima. Abre sus piernas y me da acceso a su coño. Rosa sigue mamando mientras la masturbo.

Yo a ella no la hago esperar. Tiene la suerte de llegar con facilidad al orgasmo, y suele tener varios hasta que al final se traga toda mi leche.

Otras veces, si la película es realmente mala, ni la terminamos. Ella se levanta, se sienta sobre mí y me cabalga para llenarnos a los dos de placer.

El día en que todo cambió empezó como un viernes más. Fui al videoclub y no vi nada interesante. Sólo una película llamada "El demonio bajo la piel", protagonizada por el hermano de Casey Affleck y Jessica Alba. Parecía una película policiaca. La verdad es que ni leí la sinopsis. La presencia de la guapa Jessica me bastó. Esa chica tiene un culito precioso.

Después de cenar, nos pusimos unos cómodos pijamas y nos dispusimos a ver la película.

-¿De qué trata la película, cariño? - me preguntó.

-Pues, no sé exactamente. Policíaca es.

-¿No leíste el argumento?

-Jeje, pues no.

-Jajaja. Entonces es que sale una tía buena.

-Jajaja. Me has pillado.

La película resultó algo lenta. Rosa, apoyada en mi hombro, miraba la pantalla, sin decir nada. Empezó una escena en donde Jessica Alba, prostituta, empezaba a pegarle en la cara a Casey, policía, hasta que éste la cogía en volandas, la llevaba a la cama, la ponía boca abajo, le desnudaba el culo y le daba fuertes azotes, haciéndola llorar.

Él se para cuando se da cuenta de que ha sido demasiado rudo y se aparta, pero ella se lo impide y hacen el amor, con pasión.

Cuando me quise dar cuenta, mi dura polla formaba un bulto en el ligero pijama. Mi mujer también se había dado cuenta, y alargó una de sus manos, la metió por dentro del pijama y me sacó la polla. En la pantalla el policía se follaba a la prostituta mientras mi mujer me acariciaba. Yo también la acaricié a ella. Su espalda y luego su preciosas nalgas. Primero sobre el pijama. Luego, metiendo la mano por dentro, directamente sobre la suave piel de sus nalgas.

Seguimos viendo la película. Hasta que llegó la escena que cambió nuestras vidas. Apareció una chica, boca abajo en una cama. Tenía un precioso culito, y lo tenía lleno de marcas, de golpes, latigazos, no sé. Un muchacho la miraba y ella le decía que mirara lo que le había hecho su padre. También le decía que a ella le gustaba que le pegaran.

Mi mano acariciaba el culo de mi mujer. Al ver aquella imagen del lindo culito marcado, no sé que me pasó por la cabeza, pero saqué la mano de dentro del pijama de Rosa y le di una nalgada. No era la primera vez que lo hacía. Muchas veces cariñosamente al pasar junto a ella, incluso mientras follábamos.

Esta fue distinta. Fue más fuerte. Ella no dijo nada. Siguió moviendo su mano por mi polla. Levanté la mano y volví a darle, más fuerte. Rosa gimió. No sé si de dolor o de placer. Ahora creo que de ambos a la vez.

La tercera nalgada fue la más fuerte. Incluso me dolió a mí la mano. Mi mujer se estremeció, se tensó. Pero no protestó. Se puso boca abajo, acercó su boca a mi polla y empezó una maravillosa mamada. Cerré los ojos y gocé de su cálida caricia. La oía respirar, agitada. Estaba excitada. Lo noté por cómo me la chupaba.

Levanté la mano y volví a descargar un golpe contra su culo. Gimió con mi polla dentro de la boca, pero no dejó de mamar. Mi mano derecha fue a su cabeza, a su cabello. Otros días le acariciaba el pelo mientras su cabeza subía y bajaba a lo largo de mi polla. Esta vez, la cogí con fuerza del pelo y la empujé hacia abajo, clavándole más mi polla en su boca.

Y con la mano izquierda, una nueva torta. Fuerte, con ganas. Ella gemía, se quejaba, pero su cuerpo se mecía contra el sofá. Frotaba sus piernas entre sí. Le bajé el pijama, desnudando sus preciosas nalgas. Estaban rojas. Rojas por mis golpes. Eso me excitó más.

Seguí dándole con la mano abierta. Los dedos quedaban marcados en blanco hasta ponerse seguidamente rojos. Y con un último golpe, un tremendo golpe, me corrí en su boca como no recordaba haberme corrido jamás. Le hubiese seguido pegando, pero todos los músculos de mi cuerpo estaban tensos, mientras mi polla disparaba con fuerza, una y otra vez, en la boca de mía amada esposa.

Cuando mi orgasmo me dejó reaccionar, me di cuenta de que ella también se estaba corriendo. Trataba de tragarse mi semen, pero no podía, y lo sentó salir de su boca y bajar hasta mi pubis.

No dijimos nada. Nos quedamos quietos, respirando con fuerza. Mi polla seguía en su boca. Noté como empezaba a lamerla, a chupar el tronco y con su lengua, recoger el semen que no se había tragado y lamerlo, hasta dejarme bien limpio.

Miré su culo. Estaba rojo, con marcas, y tenía algunas rayas un poco hinchadas. Me sentí mal. Tenía que dolerle. Me había pasado. No sé que me pasó. Me dejé llevar por algo que había dentro de mí.

Pero ella no me lo impidió. No me dijo que parara. Seguimos un rato más viendo la tele y luego nos fuimos a dormir. Rosa se abrazó a mí, poniendo su cabeza sombre mi pecho. Yo le acaricié tiernamente el cabello.

-Te quiero - me dijo

-Y yo a ti.

Me miró y sonrió. Acercó su boca a la mía y nos besamos. Besos suaves, llenos de amor y de ternura. Me empecé a excitar otra vez. A mi cabeza acudieron los recuerdos de mi mano golpeando su culo, rojo, y temí que esa parte de mí volviera a salir, así que apagué la luz y me di la vuelta.

Rosa se abrazó a mí y así nos dormimos.

Me desperté tarde el sábado. Ella aún dormía. Sin hacer ruido, me levanté a hacer pis. Me había dormido excitado, y me levantaba, como siempre, con una erección. Me lavé la cara y me miré al espejo.

¿Qué me había pasado? ¿Cómo había sido capaz de darle aquellos tortazos tan fuertes a mi mujer? La amaba con locura, y jamás le haría daño. Pero se lo había hecho. Y ella no había protestado, no me había detenido. Me dejó hacerlo y creo que llegó a gustarle.

Yo sabía lo que era el sadomasoquismo. Por oídas. Gente a la que le gusta infringir dolor y gente a la que le gusta recibirlo. Todo para buscar el placer. No lo entendía. ¿Dónde está el placer en provocar dolor en otra persona? ¿Dónde está el placer en sentir dolor?

No. No lo entendía. Pero cuando golpeaba a mi mujer y le daba dolor, yo sentía placer. Y ella sintió placer con ese dolor.

La imagen que reflejaba el espejo era mi propia imagen, la de siempre. La del hombre normal de siempre. La del hombre que había golpeado con saña las nalgas de su mujer y había gozado con ello.

Estaba confuso. Hasta un poco asustado. Volví al dormitorio, dispuesto a hablar con Rosa. Decirlo que lo sentía, que no sabía lo que me había pasado. Y cuando entré en el dormitorio, la vi.

Estaba boca abajo. Se había quitado la parte baja del pijama, con lo que sus preciosas nalgas quedaban expuestas. Sus preciosas y marcadas nalgas. Aún tenía marcas de los golpes. Ligeras líneas rojas. Apoyada en sus codos, me miraba.

Con esa mirada me lo dijo todo. Me acerqué a la cama, subí y me tumbé a su lado. Una de mis manos acarició  su espalda, y fue bajando poco a poco hasta llegar a su culito. Lo acaricié con ternura. Pasé los dedos por las marcas que dejé. Noté bajo las yemas la piel hinchada. ¿Cómo pude ser tan bestia?

Me acerqué a su espalda y la besé. Rosa ronroneó como una gatita. Fue bajando por su columna hasta llegar a sus nalgas. Las lamí. Les di besitos.

Y le di un mordisquito.

Suave, cariñoso. Lamí la zona. Y mordí otra vez. Un poco más fuerte. Con el tercero, Rosa reaccionó. Dio un pequeño gemido. El mordisco había sido moderado. Lo repetí. Y ella volvió a gemir.

Mordí la otra nalga. Más fuerte. El gemido también fue más fuerte. ¿No me iba a decir que parara? Uno más. Muy fuerte. Su cuerpo se tensó. Apretó los puños contra las sábanas, pero no dijo nada.

Miré su culo. Estaba otra vez rojo, con marcas de mis dientes. ¿Y si le daba uno un poquito más fuerte? Sólo un poco más. Acerqué mi boca a una zona sin marcas, y mordí. Con fuerza. Esta vez se quejó de dolor. Apartó sus nalgas de mi boca. Pero no dijo nada. Y cuando miré, uno de mis colmillos había rasgado su piel. Una gotita de sangre asomaba por el agujero que mi diente había hecho. Con la punta de mi lengua lo lamí. Me sentí como una especie de vampiro. Era sólo un pequeño arañazo y enseguida dejó de sangrar.

Miré a Rosa. Tenía los ojos cerrados. Una mano a cada lado de su cabeza, agarrando las sábanas. Sin dejar de mirarla, levanté una mano y le di una torta en el culo.

-PLAS!

Se mordió el labio. Cerró los puños.

-PLAS! - con más fuerza.

-Agggggggggg

Me incorporé, arrodillándome. Puse una rodilla a cada lado de su cuerpo, a la altura de sus rodillas. Mi polla estaba como una piedra, formando una tienda de campaña en mi ligero pijama. Lo bajé y liberé mi polla.

Ante mi, su lindo culito. Rojo, con marcas de mordiscos y de dedos. Levanté la mano derecha y le di una buena torta en la nalga derecha. Repetí lo mismo con la mano izquierda.

Su expresión de dolor y placer me volvía loco. Le daba más y más torta. De la punta de mi polla goteaba líquido pre seminal. Estaba muy excitado.

De repente, me paré. Respiraba con fuerza, por el esfuerzo de darle azotes. Llevé mis dos manos a sus nalgas. Estaban calientes. Las masajeé, primero con suavidad y luego con fuerza, apretando los dedos. Las separé y vi su cerrado ano.

Nunca le había follado el culo. Me decía que tenía miedo, que le dolería. Y por más que le insistí que tendría cuidado y que al menor atisbo de dolor pararía, nunca me dejó.

Dolor. ¿Más dolor que aquellos azotes? ¿Que el mordisco? Seguía con los ojos cerrados. Me chupé el pulgar y lo llevé a su ano. Apreté, con fuerza, y le metí el dedo hasta el fondo.

-Aggggggggggg - se quejó, con una mueca de dolor

Siempre le decía que si le dolía, pararía. Y ahora, le dolía. Saqué el dedo de su culo. Abrí las nalgas con mis manos. Puse mi boca en la vertical de su culo y dejé caer un poco de saliva. Cayó justo en su ano.

Subí un poco, acercando mi dura polla. Cuando la punta se apoyó contra la apretada entrada, se aferró con fuerza a las sábanas. Empujé, pero no pude meterla. Estaba apretando con fuerza.

Levanté una mano y la di una fuerte torta en el culo.

-No hagas fuerza, zorra.

Jamás la había llamado así, pero así es como la veía ahora. Como a una zorra a la que le gustaba ser castigada. Pues lo iba a ser. Volví a empujar, haciendo fuerza. Pero no conseguí metérsela.

Esta vez, la torta que le di me dolió hasta a mí.

-Te he dicho que no hagas fuerza. Si lo vuelves a hacer, sabrás lo que es el dolor de verdad.

No dijo nada. Sólo se mordió otra vez el labio inferior y cerró los ojos con fuerza. Volví a intentarlo. Empujé y la punta de mi polla entró, por fin, dentro de su culo. Rosa gritó. Gritó de dolor. Por fin una reacción.

Pero eso no me paró. Me animó a seguir empujando, clavándole toda mi polla en tu caliente y apretado culo, hasta donde pude. En esa postura, ella boca abajo y yo arrodillado sobre ella no se la podía meter toda. Y yo deseaba clavarle toda mi polla en su culo.

Sin sacársela, estiré mis piernas, poniéndome sobre ella. Ahora sí que pude terminar de metérsela, hasta que choqué contra sus nalgas.

Su cara reflejaba dolor, intenso dolor. Sólo tenía que decirme que parara y todo terminaría. Pero se quedó callada, sintiéndose atravesada por mi dura barra. Sus puños cerrados. Yo estaba tan excitado que notaba que me correría pronto, sin moverme.

Traté de concentrarme, de pensar en otra cosa. Pero cuando Rosa empezó a gemir, no pude más y me empecé a correr. Un intenso orgasmo me atravesó el cuerpo y de mi polla salieron disparados varios chorros de caliente semen, que se estrellaban contras las paredes de su recto. No recuerdo un placer tan intenso como ese. Mis manos apoyadas en la cama mientras mi polla se vaciaba dentro del hasta ahora virgen culo de mi amada esposa.

Me quedé quieto, disfrutando mi intenso placer, mirando su bello rostro, crispado de dolor. Y de placer. Lo veía. Me terminé de correr, y empecé a moverme. Mi polla seguía dura, como antes de correrme, y entraba y salía de su apretado culito.

El dolor era ahora más intenso. Y el placer. Ya no apretaba los puños. Los abría y cerraba, con fuerza.

-Ahora vas a saber lo que es una buena enculada - le dije.

La follada fue brutal, empujando a fondo y sacándola le polla hasta más de la mitad, sólo para volver a enterrársela hasta el fondo. Mi reciente corrida me permitió follarla un buen rato, hasta que poco a poco los quejidos de dolor se fueron transformando en gemidos de placer.

Rosa se tensó y se corrió, sin previo aviso. Su cuerpo temblaba. Abrió la boca pero no emitió sonido alguno, y apretó su culo contra mí, buscando sentir mi polla clavada hasta el fondo.

-¿Así te estás corriendo, eh? Zorra. Nunca me dejaste darte por el culo y mírate ahora, corriéndote como una puta.

-Agggggggggggg  gimió cuando el orgasmo pasó y el aire volvió a sus pulmones.

Le había mordido. Le había dado unos tortazos muy fuertes en culo. Y le había metido la polla sin miramientos, con fuerza. ¿No era eso suficiente para mí?

No. No lo era. Deseaba más. Apoyado con la mano izquierda, llevé mi mano derecha a su cabello y la agarré. En ese momento no era yo. Era una bestia que deseaba más placer para mí. Más dolor para ella. Tiré de su pelo, con fuerza, levantando su cabeza, estirando su cuello, y seguí enculándola, con saña, cada vez más rápido.

-Toma polla, zorra. Toma polla.

La postura se me hizo incomoda. Le saqué la polla del culo, la hice poner a cuatro patas en la cama y se la volví a meter, de un sólo golpe.

Su grito de dolor me animó a seguir. Agarré de nuevo su cabello y tiré de él, con fuerza, primero con una mano y luego con las dos, mientras mi polla perforaba una y otra vez su culo. Un nuevo orgasmo se formó en mi interior y arremetí contra ella con más fuerza aún. Tiré de su pelo con tanta fuerza que la levanté hasta mi pecho.

Me corrí, por segunda vez, dentro de su culo. Y ella se corrió conmigo, sintiendo un nuevo baño hirviente dentro de ella. Tuvo espasmos por todo el cuerpo.

Cuando la solté, se cayó hacia adelante, quedando boca abajo, sobre la cama. Mi polla quedó libre, en el aire. Mi corazón parecía que se me iba a salir del pecho. Mis pulmones se hinchaban una y otra vez.

Rosa estaba quieta. Con los ojos cerrados. La cara en paz. Ya sin dolor. Miré sus nalgas. Esas nalgas que tanto placer me habían dado. Estaba rojas, marcadas de dientes y de dedos.

¿Cómo fui capaz de hacerlo? Tenía que dolerle. Me tumbé a su lado, mirándola. Abrió los ojos, lentamente. Estaban rojos. Vi sus mejillas mojadas, por lágrimas. Me miró con aquellos bellos ojos.

¿Qué me diría? ¿Me reprocharía algo? Quizás me diría que le había hecho mucho daño, que me había pasado.

Pero no dijo nada. Sólo me miró y sonrió. Esa sonrisa fue como un bálsamo en una herida. Todo estaba bien. Ella estaba bien. Yo estaba bien. Me acerqué y la besé. Con ternura. Ella me abrazó.

¿Todo estaba bien? No. No estaba bien. Yo no estaba bien. Me había comportado como un animal. Había provocado dolor a conciencia. Y me había gustado. Me había excitado. Había lastimado al ser que más amaba en este mundo, y ella no me dijo ni una palabra. En vez de salir corriendo, de huir de mí, apoyó su cabeza en mi pecho y me acarició. Sólo dijo una cosa.

-Te quiero.

-Y yo a ti, mi vida.

Estuvimos un buen rato así. Acariciándonos sin hablar. No sé en qué pensaba ella. Yo pensaba en lo que me estaba pasando. En lo que nos estaba pasando. Quería hablarle. Preguntarle. Pero no me atreví. Simplemente, callé.

El resto del día fue normal, tranquilo. Como siempre. Nos comportábamos como lo hacíamos habitualmente. Noté que ella se sentaba despacito. Le debía doler el culo. Pero que bestia fui, dios mío. Quizás, como compensación, la abrazaba a cada momento, la besaba, le decía que la amaba.

Pero cada vez que la miraba, veía su cara, crispada por el dolor, por el placer. Quería volver a ver esa cara. Quería oírla quejarse. Luché contra esos pensamientos. No era yo. Yo no era así. Yo era una buena persona.

Por la noche vimos la tele en el salón, y después nos fuimos a la cama. Normalmente los sábados por la noche siempre hacíamos el amor. Teníamos el domingo para descansar, así que solíamos gozar de unas noches llenas de sexo.

Esa noche, yo tenía miedo. Miedo a que esa parte de mí volviese a salir, así que me di la vuelta, dándole la espalda a Rosa. Quería dormirme, que todo pasara, que quedara sólo como un recuerdo.

Ella se abrazó a mí. Empezó a darme besitos en la nuca. Acarició mi espalda, hasta llegar a mi culo. Lo acarició por fuera del pijama, hasta que al poco metió la mano y sentí su mano en mi piel. Besó mi cuello, mi oreja. Cuando su mano llegó a mi polla, ya la tenía bien dura.

La sentí gemir. Agarró mi polla y empezó una lenta paja.

-Te deseo - me susurró al oído.

Me di la vuelta, quedando boca arriba. Nos besamos con pasión. Su mano no abandonó mi polla mientras yo acariciaba su espalda. Cada vez estábamos más excitados. Me dije que no haría nada. Que dejaría que fuera ella la que llevase el ritmo, la que decidiera cómo hacerlo

Sin dejar de besarse se fue desnudando. Acaricié sus bellas tetas, grandes. Llenaban mis manos y sus duros pezones se notaban claramente. Rosa me bajó el pijama, bajándolo hasta mis rodillas, y miró mi polla. Después se sentó sobre mí, cara a mí, pero sin meterse la polla. La dejó sobre mi pubis, y empezó a frotarse con ella. Pude sentir el calor de su coño, la humedad.

-Ummmm mi amor. Estoy muy cachonda. Lo notas, ¿verdad?

-Sí, estas muy mojadita.

Su coño se deslizaba a los largo de mi polla, haciendo que su clítoris se rozara con toda mi dureza. Eso lo solíamos hacer muchas veces. Simplemente se frotaba hasta que se corría. Incluso, si yo estaba muy caliente, me hacía correr a mí también, sin necesidad de metérsela.

Y yo estaba muy caliente. La miré. Imágenes de sus ojos cerrados, su boca abierta, sus dientes apretados, acudieron a mi mente. Cerré los míos para no mirarla.

-¿Quieres que te folle, mi amor? ¿Quieres que me clave tu polla en mi coñito?

-Sí. Métela hasta el fondo. Cabálgame.

Noté su mano, agarrando mi polla, dejándola vertical. Y noté como resbaló entera dentro de su coño. Abrí los ojos y la miré. Me sonrió y empezó a moverse, lentamente. Primero sólo rotando, frotando, sin moverse arriba y abajo, sintiendo mi polla rozar las paredes de su vagina. Y después, poniendo sus manos en mi pecho, empezó a subir y bajar.

Su cara era de placer. Cerraba los ojos, los abría. Se lamía los labios, mojándolos. Y gemía. Gemidos suaves. Yo también gozaba, cada vez más, a medida que Rosa me cabalgaba cada vez más rápido, meciendo sus caderas alrededor de mi polla. Cerré de nuevo los ojos para gozar con los demás sentidos, para agudizarlos.

Mis manos acariciaron sus muslos, su sedosa piel, cálida. Y fueron subiendo por su cuerpo, despacito, hasta llegar a sus tetas. Me encantan sus tetas. Sentí su peso en mis manos. Las sobé, y mis pulgares apretaron sus pezones como si fueran dos botoncitos. Dos duros botoncitos. Rosa gimió de placer.

Y, al poco, gimió de dolor. Su cuerpo se estremeció. Abrí los ojos y me di cuenta de que le estaba apretando los pezones entre mis dedos. No dejó de moverse, siguió subiendo, bajando. Su cara ahora reflejaba esa mezcla de placer y de dolor que tanto me cautivaba. Apreté con más fuerza.

-Agggggggg - se quejó, mirándome con los ojos entrecerrados, con su labio inferior mordido.

Aflojé la presión de los dedos, y su cara se relajó un poco. Volví a apretar, con fuerza.

-Agggggggg - volvió a gemir, levantando la cabeza, echándola hacia atrás.

Empezó a temblar, a tensarse, y estalló en un fuerte orgasmo que precipitó el mío. La tensión que se apoderó de los músculos de mi cuerpo hizo que mis dedos apretaran aún más fuerte sus pezones, y rosa, en pleno orgasmo, gritó. Sus manos, que estaban apoyadas en mi pecho, se cerraron como garras y sus uñas rasparon mi piel.

Jamás olvidaré la expresión de su rostro en ese momento. Había dolor, sí, mucho dolor, pero sobre ese dolor había más placer del que nunca había visto reflejado en su cara. Mi polla terminó de vaciarse dentro de ella y Rosa seguía con espasmos, temblando, corriéndose, hasta que un último latigazo de placer la dejó inmóvil, para después dejarse caer, fláccida, sobre mí.

Y así permanecimos, abrazados, largo rato. El sueño nos venció, se tumbó a mi lado y nos dormimos.

El domingo por la mañana estuvimos en la cama hasta tarde. En varias ocasiones quise hablar con ella, de lo que nos estaba pasando. Pero la miraba y veía a la Rosa de siempre, y no me atrevía.

Por la tarde, aproveché que Rosa durmió la siesta en el salón para conectarme a internet. Busqué información sobre el sado. Vi videos, muchos. Algunos eran brutales, y pensé que jamás yo podría hacer algo así. Pero también pensaba que nunca haría daño a Rosa intencionadamente, y lo había hecho. Y lo peor de todo, me había gustado.

Me llamó la atención que en la mayoría de videos el cuero estaba presente. Ataduras, ropa interior, látigos. Eso no me llamaba la atención. Lo que atraía mi curiosidad era lo que hacían con esos látigos. Fuertes azotes. De hombres a mujeres. De mujeres a hombres. Me impresionaron especialmente los videos en los que usaban agujas, las cuales clavaban en varias partes del cuerpo.

Algunos videos me repugnaron. Otros, me excitaron. Imaginaba que le hacía esas cosas a mi amada Rosa. Me empecé a acariciar la polla por encima del pijama. Una chica era azotada en el culo con una paleta, dejándoselo bien rojo.

Me saqué la polla y me masturbé mirando la escena. Después, encontré otro video. Y lo que vi se me llevó al máximo de excitación. Era algo que alguna vez había visto, como algo exótico, pero que ahora deseaba hacérselo a Rosa. Apagué el ordenador y fui en su busca.

Seguía dormida, acurrucada en el sofá. La admiré un buen rato. Era tan hermosa. Tenía mucha suerte de tenerla a mi lado. Seguía con el pijama puesto. Sin que se despertara, me senté a su lado.

Acaricié sus piernas. Siempre me ha gustado acariciar su piel. Es suave y cálida. Llegó a su culito, a sus caderas. Ella, en sueños, se movió, quedando boca arriba. Un poco de salivilla le salía por la comisura de sus labios. Me reí. Estaba tan a gusto que babeaba.

El pijama era holgado, así que pude meter una mano por dentro de una de las perneras y llegué hasta su coño. Estaba cerrado, seco. Recorrí la rajita con un dedo, con delicadeza, mirando su bello rostro.

Sonrió. Estaba despierta, pero no abrió los ojos. Lo que abrió fueron las piernas, para que la acariciara mejor. Y así lo hice. Recorrí su coño con mis dedos, notando como se empezaba a mojar, facilitando que resbalase mejor. Se pasó la lengua por los labios, y sus pezones se empezaron a marcar bajo la blusa.

-Ummmm que rico despertarse así - dijo, susurrando.

Uno de mis dedos se metió en su vagina. Estaba cada vez más mojada. Pero el pijama no me dejaba maniobrar bien, así que le junté las piernas y se lo quite, para luego volvérselas a abrir. Abrió los ojos y me sonrió

Siempre me ha gustado mirar su coño así, abierto, mojado, excitado. Es precioso. Recorrí sus labios, y después metí un dedo, hasta el fondo. Lo saqué y metí dos. A ella le encanta que frote así la parte superior de su vagina. Lo hice y se estremeció. Llevó sus manos a sus tetas y se las acarició.

-Agggggg así mi amor. Así

La follé con los dos dedos. Los saqué. Estaban mojados, llenos de flujo que esparcí por su vulva.

Entonces, metí tres dedos. Índice, anular y corazón. Entraron con facilidad. Los giré dentro, los saqué y volví a meter. Rosa gemía de placer, cerrando los ojos, meciendo las caderas.

Un poco más. Un paso más. Junté los cuatro dedos, todos menos el pulgar, y los metí lentamente en su coño. Ahora era más difícil. Antes de llegar a los nudillos, ya no podía más. Su vagina no daba más de sí.

Entraba, salía, girando la mano, frotando las paredes de su coñito. El pulgar acariciaba su clítoris, frotándolo. Estuve así hasta que Rosa empezó a tensarse y se corrió, levantando sus caderas con cada espasmo.

Aproveché su orgasmo, sus jugos que bañaron mi mano para empujar, con fuerza. Conseguí que mis nudillos traspasaran la entrada. Rosa se tensó, pero esta vez de dolor.

Sólo mi pulgar quedaba fuera. Sentía como su vagina oprimía mi mano. Con cuidado empecé a girarla. Rosa tenía los ojos cerrados. El labio inferior mordido. Y esa expresión, de placer y dolor, que me atraía. Empujé un poco, y luego tiré, hacia afuera, hasta que los nudillos salieron.

Pero volví a empujar. Ahora no la cogí por sorpresa. Me costó, pero volví a meter los cuatro dedos y la palma de la mano hasta que el dedo pulgar me impidió seguir.

¿Más?, me pregunté. Claro que más. Todo.

Saqué la mano, puse el pulgar debajo, y empujé. Empujé. Empujé. Mirándola. Se quejó de dolor. Llevó sus manos a mi mano y me hizo parar. Mis nudillos estaban justo en la entrada. Rosa se mordía el labio con fuerza.

Joder. Le estaba haciendo daño. Mucho daño. ¿Cómo podía ser tan bestia? Iba a retirar mi mano cuando ella me soltó y me miró. Vi en sus ojos que quería más. Y más le di. Mi mano siguió entrando en su coño, poco a poco, lentamente. Cuando estuvo toda dentro, hasta la muñeca, paré. Apenas podía girarla, y ella seguía mirándome. La saqué un poco. Salía brillante, llena de jugos. Y la metí otra vez.

Rosa empezó a gemir, de placer, y cuando acerqué mi boca a su clítoris y se lo lamí se corrió, empalada en mi mano. Un orgasmo fuerte, intenso, que lubricó su vagina, que poco a poco se fue dilatando hasta que pude follarla bien, a fondo, girando la mano, saliendo hasta más allá de los nudillos y enterrándola seguidamente toda, hasta la muñeca. Ella se corría, una y otra vez, y yo estaba cada vez más excitado. Mi polla pugnaba por salirse del pijama. Llevé mi mano libre hasta mi polla y la liberé, empezando una furiosa paja.

Rosa empezó a gritar en pleno orgasmo, el más intenso de la serie. Se tensó toda durante largos segundos y luego quedó sobre el sofá, desmadejada, respirando por la boca a bocanadas. Yo ya no podía más. Le saqué la mano y me cogí la polla con ella, llena de jugos, caliente. Me acerqué a su cara. La cogí por el pelo con la otra, con fuerza. Ella tenía los ojos cerrados.

-Mírame, zorra - le dije

Abrió los ojos, lentamente. Yo estaba a punto de correrme. No era la primera vez que me corría en su cara, cosa que me encanta. Pero sí fue la primera vez que lo hacía así. No tuve cuidado. No procuré no marchar su pelo. Y sobre, no intenté evitar sus ojos. Me corrí como nunca, apretando su pelo, apuntado a toda su cara, incluso a sus ojos. Sabía que le escocería, pero eso, en vez de retenerme, me animó llenar se semen sus bellos ojos, que cerró.

Y cuando terminé de correrme, le metí la polla en la boca. Rosa tenía la cara cubierta de mi corrida. Ambos ojos, cerrados, con semen sobre los párpados.

-Abre los ojos. Mírame.

Me obedeció. Sus pestañas quedaron pringadas. Y sus ojos...sus bellos ojos que me enamoraron la primera vez que los vi, estaban ahora rojos, como si hubiese llorado. Me ayudé de la polla para recoger la leche que cubría su cara y llevarla hasta su boca. Se la comió sin decir nada. Con los dedos le quité el semen de los ojos.

Cuando quedó limpia, me tumbé a su lado y la besé. Cogí, con suavidad, su cabeza y la miré.

-Te quiero, Rosa.

-Y yo a ti, mi amor.

De sus ojos irritados caían lágrimas. Puse su cabeza en mi pecho, y estuvimos así un buen rato.

Al día siguiente, el lunes por la mañana, solo, sentado en mi despacho, tuve tiempo para pensar en lo que había pasado el fin de semana. Por más que lo intentaba, no comprendía qué diablos me había pasado. ¿Cómo era posible que de la nada hubiese surgido aquello? Sadismo. Masoquismo. Placer en hacer daño. Placer en recibirlo.

No lo entendía. En mi educación siempre me inculcaron el respeto a los demás, sobre todo a las mujeres. El ser buena persona, amable, cariñoso. Y así lo había sido, hasta que aquella maldita película despertó algo en mí. Pero no era sólo en mí. También despertó algo en mi mujer. Todo se hubiese cortado de raíz si ella hubiese protestado al primer tortazo. Un simple no habría bastado.

Ese no, no llegó. Todo lo que hice fue recibido con placer. Me empecé a preguntar dónde estaba el límite. Cuando podría ella aguantar hasta decir basta. Pero lo que más me asustaba no era eso. Lo que más me asustaba, lo que más me asusta, es hasta dónde puedo llegar yo. ¿Dónde está el límite?

La llamé a su trabajo.

-Hola mi amor - le dije

-Hola mi vida.

-¿Cómo estás?

-Muy bien .¿Y tú?

-Bien.

Hice una pausa. Esperaba que ella dijese algo sobre lo ocurrido. Que me diera pie para empezar a hablar. Pero no sacó el tema.

-¿Vendrás a comer hoy? - pregunté.

-Sí. Nos vemos en casa, cariño.

-Hasta luego.

Al medio día, camino a casa, me propuse hablar, por fin del asunto. Ya no seguir así. Deseando cosas y atormentándome después por haberlas hecho. Entré en casa. La oí en la cocina y me dirigí hacia allí.

Estaba preciosa, con un vestido ejecutivo azul marino. Se había puesto un delantal para no mancharse. Me acerqué a ella por detrás y la abracé, besando su cuello.

-Hola corazón.

-Ummmm hola mi amor.

Su culo presionaba contra mi polla. Lo movía ligeramente, mientras ya la besaba. Y consiguió lo que buscaba. Ponerme la polla dura. Cuando la notó, más se restregó.

-Me has puesto la polla dura.

-Ummm sí, ya la noto.

Llevé mi mano a su cabello, para acariciarlo. En vez de eso, lo agarré con fuerza, tirando de él, haciendo que su cuello se doblase hacia mí.

-Tu culo me la ha puesto dura. ¿Sabes lo que eso significa?

-No.

-Que te voy a dar por el culo. Que te voy a clavar mi polla hasta el fondo y te lo voy a llenar de leche. Eso significa. Levántate la falda.

Noté como se estremecía. Sin soltar su pelo, mire como se subía la falda, mostrándome sus bellas bragas azules, tipo culotte. Con la mano libre me bajé la bragueta y me saqué la polla. Era una barra de hierro ardiendo.

Le hice apoyar en el pollete, poniendo el culo hacia atrás, ofrecido. Tiré de sus bragas hasta que cayeron al suelo. En sus nalgas quedaban ligeras marcas del otro día. Le iba a poner marcas nuevas.

-PLAS! - golpeé, con la mano abierta

-Agggggggg.

-Si me pones la polla dura con tu culo, me follo tu culo. ¿Entendido?- PLAS!

-Ummmmmmm sí, sí, lo entiendo.

Seguí dándole tortas en ambas nalgas, hasta dejárselas bien rojas. Mi polla babeaba de excitación. Hubiese seguida así para siempre. Golpeando su culo y oyéndola quejarse.

Me acerqué. Lo abrí con las manos. Su apretado ano quedó a la vista. Escupí en mis dedos y lo lubriqué un poco, apoyé la punta de mi polla y empujé. Sin miramientos. Sin cuidado. Fuerte y profundo. Me costó meterle la polla hasta el fondo. En el reflejo de la ventana que teníamos delante me mostraba su cara crispada de dolor. Y en vez de apiadarme, me agarré a sus caderas y empecé un dura enculada.

Se la clavaba hasta el fondo, hasta que mis caderas chocaban con su culo, y se la sacaba casi toda. Me puse como loco. Seguí dándole con las manos.

PLAS, PLAS, PLAS.

Se crispó y se corrió. Sentí perfectamente su orgasmo en mi polla. Su recto se convulsionó a su alrededor, y no dejé ni un momento de darle tortas. Sonoras, y dolorosas. Hasta a mí me dolían los dedos.

Quería que me dijese "Para ya, mi amor. Me duelo, por favor, para". En vez de eso, se volvió a correr al poco tiempo del anterior orgasmo. Yo ya no pude más, y agarrado a sus caderas, grité como un animal y me corrí a borbotones en su culo. Mi placer fue intenso, total. Casi me hace perder el equilibrio.

Nos quedamos en silencio, con los ojos cerrados. Lo abrí lentamente. MI polla seguía clavada en su culo. Se la saqué despacito. Su ano quedó abierto, y un poco de semen goteó fuera.

Me guardé la polla. Ese seguía en la misma postura.

-Voy a buscar una cosa. Desnúdate.

Cuando volví a la cocina, estaba totalmente desnuda. Que visión más hermosa. Miró lo que traía en las manos. Dos pinzas para la ropa.

Me acerqué. Miré sus pezones. Se notaban duros, erectos. Cuando los acaricié confirmé su dureza. Cogí la primera pinza. Cuando se cerró sobre el pezón, se quejó de dolor.

-Calla, zorra.

Cuando le puse la otra pinza en el pezón restante, no se quejó. Sólo puso una mueca de dolor.

-Y ahora, comamos, mi amor.

Sirvió la comida así, desnuda, con las pinzas apretando sus pezones. Yo la miraba. Empezamos a comer, ella sentada enfrente de mí.

Sin que se diera cuenta, me descalcé y me quité el calcetín. Adelanté el pie hasta tocar el suyo, y empecé a subir por él. Llegué a su rodilla, al interior de sus muslos y seguí hacia adentro, hasta llegar a su coño.

Era un mar de jugos. Caliente, babosito. Rosa estaba muy excitada, cachonda. Le pasé el pulgar a lo largo de la rajita, frotando su clítoris. En su cara vi reflejado el placer que sentía.

Por fin me decidí a hablar, mientras la masturbaba.

-Rosa, mi amor. No sé que me está pasando. Que nos está pasando. Pero me gusta. Y voy a seguir - le dije, mirándola a los ojos.

Ahora era su oportunidad de decir algo. De decirme lo que sentía, lo que deseaba. Me miró, se tensó y se corrió, apretando los puños, cerrando los ojos, mojando mis dedos.

No dijo nada. No hizo falta. Todo estaba dicho.

Terminamos de comer. Rosa recogió la mesa. La ayudé con los platos. Cuando se dio la vuelta, su culo colorado me encantó. A mi cabeza acudió una imagen. Algo que había visto. Iba a ser la siguiente vuelta de tuerca.

Cuando hubimos recogido todo, la llamé. Se quedó de pie, en frente mío.

-¿Sabes que te amo, verdad?

-Sí, lo sé. Y yo a ti, con todo mi ser.

-Espera aquí.

Fui a buscar una cinta. Cuando encontré lo que buscaba, regresé.

-Date la vuelta.

Obedeció.

-Las manos atrás.

Se las até, con fuerza, pero sin contarle la circulación. La giré. Sus ojos brillaban.

-Arrodíllate

Lo hizo despacito, mirándome. Tenerla allí, arrodillada, con los pezones martirizados por las pinzas me tenía otra vez excitado, cachondo. Me bajé la cremallera y me saqué la polla. Me la agarré con una mano. Con la otra agarré su cabello.

Empecé a pasarle la polla por la cara. Tiernamente, con dulzura. Hasta que la abofeteé con ella. Primero en una mejilla, luego en la otra. Golpes en su cara con mi polla. El líquido pre seminal que mi excitada verga soltaba dejaba marcas brillantes en su rostro.

-Abre la boca.

Le hice echar un poco la cabeza hacia atrás. Acerqué mi polla a su abierta boca y se la metí, centímetro a centímetro. Media polla, y seguí empujando. Más, más, hasta que tuvo una arcada y echó la cabeza hacia atrás, tosiendo.

-No hagas eso, zorra. Estate quieta - le dije, sujetándola con fuerza por el pelo

Volví a meterle la polla, hasta que rozó su garganta y no pudo reprimir otra arcada, más fuerte que la anterior. Esta vez la sujeté con fuerza y la mantuve allí. Empezó a toser y a expulsar grandes cantidades de saliva, que bajaban por mi polla, hasta mis huevos.

Se la saqué un poco. En sus ojos había lágrimas provocadas por las fuertes arcadas.

-Prepárate.

Mi polla llegó a la zona roja, en donde se le provocaba la arcada. Apreté y la sobrepasé. Jamás mi polla había estado tan dentro de su boca. Mi mano, en la parte de atrás de su cabeza presionó y la polla entró aún más.

No lo pudo resistir. Se zafó de mi presa, tosiendo. Le caían babas en gran cantidad. Tuvo más arcadas, más toses. Mi polla, llena de saliva, saltaba de excitación delante de su cara. Mi miró. Estaba llena de saliva. Su barbilla, su cuello. Sus bellos ojos llenos de lágrimas.

Llegamos a este punto, no me iba a parar. Agarré su cabeza con fuerza, le metí la polla en la boca y empecé a metérsela, decidido a todo. Noté como la punta de mi polla tocaba el fondo de su boca. Empujé más. Rosa se tensó. Puso mis manos en mis muslos.

¿Me iba a empujar? ¿Iba a quitarme de encima de ella? No. Sólo apretó sus manos. Así que, con mis manos en su cabeza, le clavé toda mi polla en la boca. Su nariz toco mi pantalón.

No lo resistió. Empezó a vomitar sobre mí, pero no me apiadé de ella. La mantuve sujeta, con fuerza. No me importó que me manchara la ropa, los zapatos. La mantuve así hasta que paró de vomitar, y entonces empecé a follarle la boca, con fuerza, sintiendo como mi polla resbalaba por su garganta.

La apreté con fuerza contra mí, y volvió a vomitar. Ya no era yo. No sé quién era. Seguí follándole la boca hasta que no pude más y me corrí en su garganta. Mi corrida bajó directamente por su esófago hasta su estómago.

Sólo cuando estuve satisfecho la solté y le saqué la polla. Tosió con fuerza. De su nariz salían babas, así como de su boca.

La miré. Cualquier persona viendo todo aquello, a la mujer amada arrodillada entre sus propios vómitos, con la cara sucia, los ojos llenos de lágrimas, se hubiese horrorizado por lo que había hecho.

Estuve a punto de derrumbarme, de arrodillarme ante ella y pedirle, suplicarle, perdón. Rosa levantó la cabeza. Me miró.

Y sonrió. Mi amor, sólo me sonrió.

Han pasado varios días. Cada vez estoy más asustado. Por las cosas que hago. Por las cosas que me deja hacerle. Porque busco el límite y no lo encuentro.

Y sobre todo, estoy asustado porque mientras más dolor le doy, más placer obtengo.

FIN

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