Buscando mi récord en un día (pollas 8 a 11)

Eran las dos y media de la madrugada y ya me había follado a 7 tíos, pero si quería superar mi récord de 25 pollas en un sólo día, tenía que follarme a todo el que se me acercara. "La noche es joven" ... pensé.

Tras las siete pollas iniciales contabilizadas para mi récord y 380 Euros recaudados, me pegué una ducha rápida, recogí el disfraz de Wonder Woman, lo guardé en mi bolso y me vestí con la misma ropa con la que había llegado allí: minifalda vaquera, camiseta ajustada de algodón y sandalias veraniegas con cuña de esparto. Sin bragas ni sujetador, por si surgía la posibilidad de “pescar” algún cliente más durante la madrugada, y facilitar así el folleteo sólo con subirme la faldita por encima de las caderas. Salí a recepción y pedí un taxi para regresar. No iría a mi casa, sino al piso que tengo en el barrio de Chamberí, no sólo por estar más cerca a la mañana siguiente de mi destino (el hotel Holliday Inn de Nuevos Ministerios –ya había planeado una estrategia para la mañana siguiente-), sino porque en la zona había varios locales de copas. Aún no perdía la esperanza de acercarme lo máximo posible al récord antes de irme a dormir.

La recepcionista, que me miró de arriba abajo con desdén, sabedora de que había acudido allí a una despedida de soltero en calidad de puta, hizo una llamada y me informó de que el taxi tardaría al menos treinta minutos. Resignada por la pérdida de tiempo, me recosté sobre uno de los sillones de piel que había en el vestíbulo, a la espera de mi taxi. Tomé mi móvil para contabilizar en la aplicación de notas las pollas 2 a 7 de mi intento de récord:

- "2º, 3º, 4º, 5º, 6º y 7º - 00:40-02:15. Habitación hotel Ibis de Getafe. Despedida de soltero. Mamadas y folladas por el coño y por el culo de todos ellos. Dobles penetraciones. Corridas en la cara y en la boca. 150 Euros (30 por cabeza). Me he corrido durante una de las dobles penetraciones .”

Mientras contemplaba mis notas, un tipo atravesó las puertas giratorias de entrada al hotel. Era un hombre de unos 50 años, con barba cana y avanzado estado de calvicie. Algo desaseado, pero portador de un buen traje, que supe reconocer al momento. “Este tiene pasta. Será un directivo que viene de una cena de empresa o algo así” , pensé, sin darle mucha importancia, mientras jugueteaba con mi móvil. Al verme, se detuvo en medio del vestíbulo y dudó por un momento entre seguir su camino hacia su habitación o acercarse a mí. Disimulé, haciéndome la interesante con mi móvil, cruzándome de piernas y atusándome la melena para ver si podía atraerlo. De reojo, pude comprobar cómo se aproximaba.

  • Perdón … - me dijo con amabilidad - … ¿esperas a alguien?

  • ¡A ti! – le dije con descaro. La “ocasión la pintan calva”, dice el refrán … y si estaba intentando sumar pollas a mi intento de récord, cualquiera que se me acercase era bienvenido.

  • ¿Eres puta? – me preguntó sin más rodeos.

  • ¿Tú qué opinas? – le dije sensualmente, al tiempo que descruzaba y volvía a cruzar mis piernas para mostrarle parte de la “mercancía”. De inmediato, miró mis torneados muslos, al ceder la escasa tela de la minifalda. Creo que incluso vio que no llevaba bragas.

  • Eso depende de lo que seas capaz de hacerme por 50 pavos – me dijo con seguridad.

  • Por ese dinero te como la polla y dejo que me folles por donde quieras – le respondí de inmediato con picardía.

  • ¡Vamos a mi habitación! – ordenó. Me puse en pié y lo seguí hacia los ascensores. Al pasar junto al mostrador, la recepcionista me miró con gesto de desprecio.

  • ¡Se-ño-ri-ta! – silabeó con ironía, tratando de recalcar que era justamente lo contrario - ¿Qué le digo a su taxi cuando llegue?

  • ¡Que espere! –ordenó el cliente al que acaba de “pescar” – Y me avisas. Habitación 407.

En la intimidad del ascensor, el tipo se impacientó y me agarró por el culo, sobándomelo por encima de la minifalda, al tiempo que me besaba en el cuello; lo que aproveché para acariciarle el paquete con una mano y rodearle con la otra. Miré el reloj: las 02:23. Entramos en su habitación y me empujó sobre la cama, con cierta violencia. Estaba muy excitado. Se quitó la chaqueta del traje y la lanzó sobre una silla. A continuación, se arrodilló junto a la cama y separó mis piernas. La minifalda cedió, subiendo por encima de mis pronunciadas caderas. El tipo iba directo al grano, lo cual agradecí.

  • Sabía que no llevabas bragas, ¡so cerda! – me dijo con gesto vicioso justo antes de meter su cara entre mis muslos para comerme el coño.

  • Y yo sabía que te habías dado cuenta, ¡cabrón! – respondí empleando el mismo lenguaje - ¡Ufffff, qué bien lo haces! – exclamé ante el vigor de su lengua en mi clítoris. Le apreté contra mí, dándole a entender que me gustaba lo que me hacía. La mayoría de hombres no saben comer coños. Las mujeres lo hacemos mucho mejor. Pero este me lo estaba mamando muy bien.

  • ¡Slurrrrrrp, sluurrrp, sluurrrrp! – exclamó jugando con su lengua en mi clítoris – ¡Qué rico, joder! – me alabó antes de seguir chupándomelo.

  • ¡Ven, hagamos un 69! – le propuse con el fin de ir lubricando su polla y comenzar a follar cuanto antes. El tipo se puso en pié y se bajó los pantalones. Me tumbé sobre la cama, boca arriba, dejando que mi cabeza quedase fuera del colchón, con el fin de que me la metiera en la boca en esa postura y tener margen de maniobra a la hora de mamársela. No hizo falta decir nada porque lo entendió a la perfección. Me metió la polla en la boca y se lanzó nuevamente hacia mi conejo, rodeando mis caderas con su brazos para así poder sobarme el culo mientras me comía el coño - ¡Gulp! – exclamé al engullir su rabo. Esta vez el tipo ya no se centró en mi clítoris, sino que directamente metió su lengua en mi coño, follándomelo.

  • ¡Gluppp, gluppp, gluppp! – era el sonido que salía de mi entrepierna. Me metí su polla hasta la garganta y mecí mi cuerpo para favorecer la doble follada que con nuestras bocas nos estábamos haciendo el uno al otro. De pronto, se detuvo. Y se puso en pie, sacándomela de la boca - ¡Ufff, nena! Tienes un chochito estupendo – me alabó - No quiero desperdiciar mi leche en tu boca – me explicó, con la respiración entrecortada - ¡Vamos a follar!

  • Como quieras – respondí abriéndome de piernas de inmediato para que me follara. Se tumbó sobre mí, buscando con sus manos mis tetas, que sobó y mordisqueó antes de enchufarme la polla en el coño. Después, empezó a follarme.

No había duda de que aquel tipo follaba bien. Me había comido el coño como hacía tiempo que no lo hacía un hombre. Estaba acostumbrada a las comidas que solía hacerme Susi. Sentía adoración por mi coño. Siempre quería meter la cabeza entre mis muslos y dedicarse un buen rato a comérmelo. Daba igual qué hora fuese o si estábamos cansadas después de atender a muchos clientes. Siempre quería hurgar en mi conejo con su lengua. A veces, cuando llegaba a casa después una larga noche de sexo atendiendo a mi clientela, se metía en mi cama para regalarme una buena comida de coño. Era su manera de darme las buenas noches y de mostrarme su agradecimiento eterno por sacarla de su anodina vida y convertirla en toda un puta.

  • ¡Me corro! – exclamó el tipo sin detener el mete-saca en mi coño y sacándome de mi fugaz embelesamiento sobre mi amada Susi - ¡Ahhh, uffff, ohhhh! – gritó, derramando potentes chorros de semen en mi interior. Cuando terminó, y al contrario de lo que la mayoría de clientes suelen hacer, no me sacó la polla del coño. Me la dejó metida un buen rato, contemplándome – Eres muy guapa – me dijo al cabo de medio minuto – Tú no eres una puta barata … - insinuó, detectando que una hembra como yo no vende sus servicios por tan poco dinero – Tú eres una puta de agencia, de catálogo – añadió, confirmando que conocía un poco este mundillo.

  • ¡Claro! – confirmé – Puta soy hasta la médula;  pero de barata … ¡nada! – le dije.

  • 50 pavos una tía como tú … ¡es un regalo! - me dijo – Eso lo cobra cualquier fulana de la Casa de Campo.

  • Bueno … verás …  he venido al hotel para una despedida de soltero y  … bueno … apareciste tú y … pensé en redondear la noche con un último cliente – le expliqué tratando de zanjar la cuestión para no dar más explicaciones.

  • Ya decía yo que una pibón como tú … – insinuó dando a entender que valía mucho más de 50 Euros. En ese justo momento sonó el teléfono de la habitación. Me la sacó del coño, ya flácida – Debe ser tu taxi – añadió descolgando el auricular – Sí, sí … de acuerdo. Enseguida – dijo - ¡Tu taxi! – confirmó, después de colgar.

  • ¡Ok! – dije poniéndome en pié y recolocándome la camiseta y la faldita.

  • ¿Adónde vas?

  • A Madrid. Al barrio de Chamberí – respondí. Sacó su cartera del bolsillo interior de la chaqueta que había dejado sobre una silla.

  • Esto es por el polvo – me dijo entregándome un billete de 50 Euros – Y esto, para el taxi – añadió, dándome otro billete de 50.

  • Gracias – respondí aceptando ambos billetes – Verás … no suelo hacer esto, pero la comida de coño que me has hecho no voy a olvidarla fácilmente. Y me has follado bien. Me ha gustado – le halagué, al tiempo que le entregaba una de mis tarjetas. La aceptó y la miró. Era el perfil de cliente al que me interesa volver a ver.

  • Te llamaré, … Carolina Fernández – se despidió, leyendo mi nombre en la tarjeta.

  • ¡Hasta pronto! – dije saliendo de la habitación y caminado con paso ágil hacia los ascensores para no perder mi taxi.

Eran ya las 2:45. “Ya llevo 8 pollas; casi la tercera parte de lo que necesito para alcanzar mi record” , pensé. “Pero … la noche es joven” , me dije a mí misma con optimismo, pensando en incrementar esa cifra antes de irme a dormir. Pasé junto a la recepción, donde recibí las mismas miradas de desprecio que un rato antes por parte de la recepcionista. Apresuré el paso para salir y coger el taxi. Estaba en la puerta del hotel y me introduje dentro, en el asiento trasero.

  • ¿Adónde vamos, señorita? – me dijo el taxista mirándome a través del espejo retrovisor interior.

  • A la calle de Eduardo Dato, en Madrid, al final de la calle, casi en la Plaza de Chamberí – le indiqué, mientras me recostaba en el asiento. De inmediato, el taxi inició la marcha. Saqué mi móvil para apuntar el último servicio.

"8º - 02:23-02:45. Habitación hotel Ibis de Getafe. Sesenta y nueve y follada por el coño con corrida dentro. 100 Euros. No me he corrido.

Ocho pollas y 480 Euros de recaudación en menos de tres horas. “Hay mujeres que no ganan eso en un mes”, pensé orgullosa de mi trabajo. Saqué de mi bolso varias toallitas húmedas para limpiarme el coño. El último tipo se había corrido dentro y debía asearme un poco por si “pescaba” algún cliente más durante la noche. También me apliqué una crema hidratante en mis labios vaginales. Había follado mucho y el coño es mi herramienta de trabajo, que debo cuidar con esmero. La idea era ir cerca de mi piso del céntrico barrio de Chamberí. Aún era pronto, las 3 de la madrugada, y a esa hora hay mucha “marcha” en los locales de copas de la zona. Justo frente al portal de mi piso había uno. ¡Qué mejor que intentar la caza de alguna polla más cerquita  de casa! “Si es necesario, puedo subírmelos a casa”, pensé con optimismo.

El taxista me miraba constantemente a través del espejo interior, en silencio, observando con detalle cada uno de mis movimientos. Al darme cuenta, no oculté cómo me repasaba el coño, primero con unas toallitas, y después con la crema hidratante. Pensé en llamar a Susi, para ver qué estaba haciendo. Era probable que la pillase en plena faena, follando con algún cliente en casa o quizás en algún polígono industrial a los que solía ir a hacer la calle a razón de 20 Euros la mamada y 30 el completo. Pero el escaso tráfico nocturno me hizo desistir de la llamada. Ya estábamos entrando en Madrid por la A-42, la denominada carretera de Toledo. Decidí darle algo de palique al taxista.

  • ¿Qué tal la noche? – le pregunté - ¿Mucho curro?

  • Ná, poca cosa – me dijo con marcado acento madrileño.

  • Se nota que estamos ya casi en Agosto, ¿no?

  • Claro, en esta fechas la gente empieza a irse de de vacaciones – me explicó, mientras me fijaba en él. Era un chico de unos veintitantos años, rubio, con ojos azules y mirada vivaracha. Sus ojos y los míos se cruzaron a través del espejo retrovisor. Le gustaba. En seguida lo noté. Lo cierto es que … les gusto a todos.

  • ¿Y tienes que trabajar toda la noche? – pregunté fijándome en la licencia del taxi que había expuesta en el salpicadero. La foto no se correspondía con el conductor. Se dio cuenta.

  • Sí – asintió – el taxi es de mi padre. Yo aprovecho algunas noches, para que el coche no esté parado … y lo que saque es para mis gastos. Estoy terminado la carrera. Industriales – me comentó.

  • Ingeniero, eh … – dije con tono comprensivo, mientras circulábamos por Santa Maria de la Cabeza, en dirección a Atocha. “¡Discoteca Kapital!” , exclamé mentalmente. “Podría haber sido un buen sitio para cazar algún cliente más” , pensé justo cuando girábamos hacia el Paseo del Prado – Tira por la Castellana – le indiqué, dejando atrás la idea de la famosa discoteca madrileña.

  • Sí, sí … conozco el camino – me dijo.

  • No … como el taxista es tu padre y la licencia es de Getafe … - insinué - … he pensado que a lo mejor no te manejabas muy bien por Madrid. ¡Oye! – exclamé, cambiando de tema – Esto de coger el taxi sin licencia … no es legal, ¿verdad? – pregunté ingenuamente.

  • Eh … bueno … no del todo – reconoció – Si me para la pasma, siempre puedo decir que lo estoy usando de forma particular …

  • Ya … pero podrías meterte en problemas si  algún cliente te denuncia … - dejé caer con ironía, para que fuera asimilando que no pensaba pagar la carrera con dinero, mientras salíamos del Paseo de la Castellana para subir hacia Santa Engracia por el Paseo de Eduardo Dato. Miré el taxímetro: 42 Euros. El último cliente me había dado 50 euros para el pagar el taxi … y  casi ni siquiera me llegaba con eso. “¡Qué caro, joder! Me han follado los tres agujeros por menos dinero esta misma noche” , pensé. Lo cierto es que no tenía intención de pagar la carrera, así que le indiqué cómo ir a una calle menos iluminada – Gira aquí, en Fernández de la Hoz.

  • Vale – asintió, siguiendo mis indicaciones.

  • Para aquí, en este vado – le ordené, obervando cómo, además, ee edificio estab en obras y su fachada cubierta por un enorme andamio. Ideal para que nadie nos viera desde las ventanes. El tipo me obedeció y detuvo el taxi tal y como le había indicado. Puso las luces de emergencia y paró el taxímetro – Son 42´50 – me dijo girándose hacia mí – Y  no te cobro el retorno a Getafe.

  • ¿Por qué no te sientas aquí atrás conmigo un rato? – le dije sensualmente al tiempo que me mordía el labio inferior en actitud lasciva. Separe mis piernas, para que pudiera contemplar la parte interna de mis muslos, relucientes por la crema hidratante que me había extendido por la zona durante el trayecto. Me miró de arriba abajo, como si estuviese valorando la invitación.

  • Pensé que no ibas a proponérmelo nunca – dijo sonriente, mientras apagaba el contacto, quitaba las luces de emergencia y abría la puerta para pasar a la parte trasera. Las 3:08, marcaba el reloj digital del salpicadero.

Antes de entrar detrás, se desabrochó el cinturón y se bajó la bragueta. Me dio la impresión de que no era la primera vez que se cepillaba a una clienta en el asiento trasero del taxi. Sin mediar palabra, nada más sentarse junto a mí, metió una de sus manos entre mis muslos, buscando mi chumino, y se abalanzó sobre mis tetas, metiendo su cara entre ellas. Le facilité la labor, subiéndome la camiseta hasta las axilas.

  • Sabía que no llevabas bragas – acertó a decir mientras me comía los pezones. Era la segunda vez que me decían aquello en menos de una hora.

  • ¡Come, come! – le animé, mientras se llenaba la boca con mis tetas, alternando izquierda y derecha cada diez o veinte segundos. Entretanto, alcancé con la mano su entrepierna, le saqué la polla y comencé a meneársela suavemente.

  • ¡Blaaaafff, blafffff! ¡Sluuuurp, sluuuuurp! – gimió lamiendo mis pezones. Lo empujé contra el asiento y me incliné para hacerle una mamada.

  • ¡Aaaaaaarg! – exclamé al metérmela hasta la garganta. Me arrodillé sobre los asientos, lo que aprovechó para meter una de sus manos por detrás, sobándome el culo y palpando mi conejo. Acaricié su peludas pelotas con mis uñas de porcelana, jugando con ellas entre mis manos, al tiempo que deslizaba su rabo entre mis labios – Estos huevazos van cargaditos, nene – le dije con gesto vicioso para excitarle aún más.

  • ¡Buuuuuf! ¡Qué boca tienes!

  • ¡Glapppp, glappp, glappp! – sonaba en su polla por la acción de mi mamada. Estaba chorreando de líquido preseminal. Aguanté un poco más, cabeceando sobre su rabo, arriba y abajo. A esas alturas, él ya tenía dos dedos dentro de mi coño y me follaba lentamente con ellos. Introdujo un tercero.

  • ¡Y qué chochito! – me alabó al ver la facilidad con la que había metido media mano en mi coño - ¡Estoy deseando follarte! – confesó, muy excitado.

  • ¡Vamos, metémela! – le ordené, cambiando como pude de postura. No sé que marca y modelo de coche era, pero la parte trasera no era especialmente amplia. Había follado en cientos de coches más espaciosos. Me abrí de piernas, con la minifalda por encima de mi pelvis y coloqué uno de mis pies sobre el reposacabezas delantero. El otro, sobre la bandeja trasera. Me sujeté con ambas manos a la agarradera que había sobre una de las puertas y le ofrecí mi coño. Me la enchufó sin mayores problemas, pese a la carencia de espacio.

  • ¡Ufff, ufff, ufff! – gemía con cada empujón dentro de mí. Seguía sobándome las tetas sin parar y me miraba fijamente a los ojos.

  • ¡Dame, dame, dame … cabrón! – le animé con gesto vicioso - ¡Fóllame así!

En ese instante, alguien golpeó la ventanilla trasera del taxi, justo sobre la que estaba apoyada. La ventanilla estaba medio bajada, de lo que no me había dado cuenta hasta entonces. Quizás estábamos haciendo mucho ruido y no nos habíamos dado cuenta. No olvidemos que, aún de madrugada, no dejaba de ser una calle céntrica. Cierto es que poco iluminada y, a esas horas, escasamente transitada.

  • Voy a llamar a la policía, ¡degenerados! – dijo una anciana fuera de sí. Tenía el pelo blanco, recogido en un moño, y el rostro arrugado como una pasa. Tendría unos 85 años.

  • Señora … ¡déjenos tranquilos! – dije – No estamos haciendo daño a nadie – añadí.

  • Sois unos guarros … ¡pervertidos! – nos gritó.

  • Pervertida … ¡usted! – respondí, después de hacer un gesto al taxista para que no dejase de follarme - ¡Qué cojones le importa lo que estemos haciendo, cotilla de mierda! ¡Váyase a su casa … que son las tres de la mañana! - le grité. La señora retrocedió unos metros y se quedó parada bajo un portal, como si esperase la llegada de alguien. No dejaba de mirar hacia nosotros, haciendo aspavientos y cuchicheando en voz baja.

  • Que no se va – dijo el taxista pausando el ritmo de la follada – A ver si va a ser verdad que ha llamado a la policía – dijo asustado – No quiero líos … ya sabes lo de la licencia …

  • ¡No me jodas, nene! – le reproché – Que me estás follando de puta madre – le animé. La verdad es que la situación me ponía bastante cachonda y el chaval me había estado dando caña como para poder correrme – Si viene la pasma, decimos que somos novios … que sólo estábamos besándonos … ¡y ya está! – le dije – Y con la licencia … que le has cogido el taxi a tu padre para enrollarte con tu novia – se me ocurrió - ¡Tú no pares! Y la vieja esta que mire si quiere – añadí, moviendo mis caderas para incitarle a que volviera a la jodienda.

El taxista reanudó la follada, intentado hacer caso omiso a la anciana, que seguía plantada a escasos dos metros del taxi. El ritmo de sus embestidas aumentó y el frenesí con que me sobaba las tetas indicaba que, al menos por un momento, se había olvidado de la vieja. De pronto, una pareja de jóvenes que paseaban de la mano, se acercó hacia el lugar donde estaba estacionado nuestro taxi. La vieae reaccionó como un resorte y se lanzó a por ellos.

  • ¡Qué escándalo! ¡Qué degenerados! – les gritó señalando el taxi.

  • ¡Tú sigue, cabrón! – le animé al taxista para que obviara el numerito de la vieja - ¡Fóllame así y córrete cuando estés listo!

  • Ya casi … ya casi … - gimió, apretando los dientes y empujando cada vez con más fuerza y vigor en mi coño.

  • ¡Mirad, mirad! – gritó la anciana cuando la pareja de jóvenes pasaba junto al taxi - ¡Viciosos, depravados, guarros! – gritó nuevamente. La pareja no se detuvo. Simplemente deceleró su ritmo y se giró para mirar dentro. En cuanto nos vieron follando, giraron la cabeza y sin hacer el más mínimo caso a la vieja, siguieron su camino.

  • Voy, voy … ¡me corro! – exclamó con la cabeza metida entre mis tetas y con la vieja mirándonos con gesto de asco a través del cristal de la ventanilla. Sentí los espasmos de las conducciones de su rabo y cómo los potentes chorros de esperma me regaban por dentro. El polvo había sido normalito, nada especial en cuanto al tamaño de la polla o la intensidad de la follada, pero la situación me había puesto muy cachonda. Insuficiente para correrme, pero sí estaba muy excitada.

  • Me voy echando hostias … a ver si esta aún me lía una gorda – dijo, recomponiendo su postura y tratando de subirse los pantalones para pasar al asiento del conductor. Salió, se subió delante y arrancó el coche. El reloj del salpicadero se iluminó: las 3 y 20.

  • ¡Espera! – le ordené – Que yo me quedo aquí …

  • ¿Aquí  ... con la vieja esta? – preguntó extrañado.

  • Ya hemos llegado y a mí esta me da igual. ¡Puta cotorra de mierda! – exclamé con desprecio – Además, mi casa está aquí al lado – añadí, abriendo la puerta del taxi. Lo cierto es que aún quería ir a un local nocturno que había justo frente a mi piso – Ha sido un placer, nene – me despedí antes de bajarme.

  • ¡Guarra! ¡Golfa! ¡Pervertida! – me gritó la vieja, mientras el taxi iniciaba la marcha - ¡Qué escándalo!

  • El escándalo lo está montando usted – dije sin mirarla y dejándola atrás. En ese instante, me cogió por un brazo - ¡Suélteme, vieja amargada! – exclamé, zafándome de un manotazo.

  • ¡Estarás orgullosa! – exclamó mirándome con desprecio - ¡Degenerada! ¡Mira qué pintas de guarra! – añadió aludiendo a mi corta minifalda que apenas si cubría mi trasero – Vas enseñándolo todo, como una … como una … ¡fulana!

  • Lo que soy, señora ... ¡y a mucha honra!– le dije con seguridad – Soy más puta que las gallinas, ¿y qué? – añadí enfurecida. La señora me estaba tocando mucho las narices y, aunque no suelo reaccionar así, y menos con personas mayores, no pude contenerme ante semejantes ataques, por retrógrados y ultraconservadores – Me he comido más pollas esta noche que usted en su puta vida. Y eso que me llevaré a la tumba.

  • ¡Qué asco! – exclamó con gesto de odio - ¡Qué asco, por Dios! – añadió, santigüandose.

  • ¡Jódase, cotilla de mierda! – añadí zanjando la discusión y haciéndole el gesto de la peineta con mi dedo corazón – Usted siga metiendo las narices en las vidas de los demás que yo, mientras, me lo pasaré en grande comiendo pollas y follando a todas horas – concluí dando media vuelta y avanzando a paso ágil hacia la esquina de Fernández de la Hoz con Rafael Calvo. “¡Joder, qué fallo! En esta misma calle hay una Comisaría de Policía” , pensé al darme cuenta de esta circunstancia. De pronto, volví a escuchar los gritos de la vieja. Miré hacia atrás justo un momento antes de doblar la esquina. Un coche de policía se había detenido junto a ella.

  • ¡Va por allí! – les gritó – Es una puta, me lo ha reconocido. Va enseñando el culo y estaba haciendo la calle medio desnuda – mintió - ¡Eso está prohibido aquí! – les explicó a los agentes, que no se bajaron del coche – Estaba aquí mismo haciendo …  haciendo … sexo – dijo como si le diera asco sólo con pronunciar la palabra - En un taxi. ¡Va por allí! Lleva un bolso grande. Acaba de doblar la esquina – pude oír que les indicaba mientras me alejaba por la calle Rafael Calvo en dirección a Santa Engracia, en sentido opuesto al de la Comisaría.

No es que pensase que corriese peligro ante las denuncias de la vieja cotorra, además de poder dar una explicación lógica ante tales acusaciones, tachándola de lo que era, una vieja cotilla que con mucha imaginación y que yo únicamente me había bajado de un taxi; pero lo cierto es que, debo confesar, tengo antecedentes policiales. He sido detenida unas cuantas veces. Por suerte, siempre he podido evitar las condenas penales, pero estoy fichada policialmente. Sobra decir, que una nunca busca problemas con las autoridades y, pese a no haber hecho nada que pudiera ser objeto de reproche policial, lo mejor en esos casos es “salir por piernas” y escabullirse cuanto antes.

El portal de mi piso estaba aún a un par de manzanas y quizás no llegase antes de que la patrulla de policía me alcanzase. No había nadie por la calle y, a poco que siguieran las indicaciones de la vieja, darían conmigo. Me refugié en un portal cuya puerta estaba entreabierta. Pasé, cerré la puerta y, con la luz apagada, esperé a que pasara de largo el coche patrulla. Pasados unos segundos, pude ver cómo el vehículo policial pasaba por delante muy despacio.

  • ¡Uffff! Por qué poco … - me dije a mí misma en voz baja.

Aún debía, por precaución, esperar unos minutos para asegurarme de no tener problemas con la policía. A oscuras, me serví de la luz de mi móvil para llegar hasta las escaleras y sentarme en el primer pelaño. Aproveché para anotar en mi móvil el último servicio:

"9º - 03:08-03:20. Taxi estacionado en un vado de la calle Fernández de la Hoz. Un taxista. Mamada y follada por el coño con corrida dentro. 42,52 Euros; el precio de la carrera, que no he pagado. No me he corrido. ”

A oscuras, esperé resignada. Debía dejar pasar un rato para poder salir a la calle e intentar llegar hasta mi piso, ante el escándalo que había montado la puta vieja cotilla. Apenas unos minutos después, dos siluetas aparecieron frente al portal. Charlaban y reían. La puerta se abrió. Me puse en pié para disimular fingiendo que bajaba las escaleras y que se había apagado la luz justo en ese momento. Las dos sombras entraron en el portal sin advertir mi presencia. Uno de ellos presionó el interruptor y encendió la luz. Dejaron de hablar y se quedaron mirándome, sorprendidos.

  • ¡Hola, buenas noches! – dije educadamente pasando junto a ellos, parados en medio del portal, y encaminándome hacia la puerta sin mirarlos. Quería escabullirme discretamente.

  • ¿Carol? – preguntó uno cuando ya había alcanzado el pomo de la puerta. Me giré y lo miré para tratar de reconocerlo. Era evidente que él me conocía - ¿No te acuerdas de mi?

  • Eh … esto …. – balbucí, mientras hacía memoria, mirándolo fijamente.

Era un tipo de unos 55 años. Estatura mediana, moreno, algo regordete y ataviado con unos pantalones vaqueros de pitillo y una camiseta juvenil, como si quisiera aparentar menos edad de la que realmente tenía. Miré a su acompañante. Un joven de unos treinta años, alto, delgado y moreno. Con aspecto de “hipster”: barba cuidada, pelo engominado, camisa de cuadros arremangada, bermudas vaqueras y gafas de pasta. Miré a los dos de arriba abajo – Eh … no sé … - reconocí, aún sin saber muy bien qué hacer. Todo había pasado muy rápido. En apenas diez minutos, me habían pasado demasiadas cosas: de estar despatarrada dentro de un taxi follando con su conductor a esconderme en un oscuro portal para evitar a la policía tras el escándalo que me había montado aquella vieja cotilla. Y ahora, a dos manzanas de mi piso, y  cuando quería escabullirme como fuera de allí, un tipo me reconocía en el portal donde me había escondido. Pensé en aquella comedia negra de Martin Scorsese de mediados de los 80, “Jo, qué noche!”, en la que un hombre se veía envuelto en mil y una aventuras en Manhattan en una sola noche.

  • Soy Eugenio – me dijo – Nos presentó tu madre. ¿No te acuerdas?

  • ¡Eugenio! – exclamé cayendo en la cuenta - ¡Sí, claro que te recuerdo!

Sentí alivio, porque Eugenio había sido un cliente habitual de mi madre desde antes de que yo supiese a qué se dedicaba. Fue uno de los muchos clientes que trató de sacar a mi madre de la prostitución, enamorado de ella hasta la médula. Como sabéis (serie “Puta la madre, puta la hija”) eso no ocurrió hasta que en el velatorio de mi abuelo mi madre se topó con su primer novio, Ramón, que le propuso matrimonio y regentar una cafetería. En sus citas con mi madre, la mayoría en mi casa, ni mi hermana Alicia ni yo solíamos participar; pero sí recuerdo perfectamente haberle hecho alguna mamada para entretenerlo mientras mi madre terminaba con otro cliente y follar con él al menos media docena de veces. Mi hermana también se lo había follado más de una vez. Su prioridad era mi madre, pero si no podía atenderlo … siempre había alguna puta en casa para echar un polvo.

  • Y tu madre … ¿está bien? – preguntó con curiosidad – No he vuelto a saber de ella …

  • Sí, está bien – dije mirando de reojo a su acompañante para darle a  entender que quizás no pudiera hablar con libertad. El joven podría ser su hijo, o algún familiar, y no sería muy apropiado revelar delante de él que su padre era un putero. Eugenio entendió el gesto a la perfección.

  • No os he presentado – dijo – Él es Sergio, mi sobrino. Ella, Carolina … la hija de una muy buena amiga mía – nos presentó. Nos dimos dos besos en las mejillas.

  • ¡Encantado de conocerte! – dijo Sergio.

  • Oye, Sergio … vete subiendo a casa que ahora voy yo – le pidió Eugenio – Tengo que hablar un momento con Carolina. En seguida subo.

  • ¡Vale! – dijo, dirigiéndose hacia la escalera - ¡Un placer, Carolina! – me dijo, despidiéndose. Eugenio esperó a oír la puerta para comenzar a hablar.

  • ¡Joder, Carol! – exclamó - ¡Cuánto tiempo! Tu madre hace años que  no me responde al teléfono y no tengo el tuyo ni el de tu hermana – me explicó, muy emocionado por el encuentro y por poder recibir noticias de mi madre – Fui a vuestra casa a preguntar por Lola, pero siempre me abría una chica morena, con muchas tetas, … que me decía que allí no había ninguna Lola.

  • Sí, es Susi – asentí – Es una larga historia, Eugenio. ¿Por qué no subimos a tu casa, me invitas a una copa y te cuento? – le propuse, pensando aún en retrasar un rato el momento de salir a la calle para evitar problemas con la policía – He tenido una discusión con una señora … y creo que me ha denunciado a la policía – le expliqué.

  • ¡Jajaja! – rió - ¿La vieja esa que anda gritando “escándalo, escándalo”?

  • Sí, esa misma – reconocí.

  • Y … ¿qué has hecho para que llame a la policía?

  • Ná … estaba follando con un taxista – expliqué mientras me indicaba que le acompañase a su casa, comenzando a subir por la estrecha escalera, cuyos peldaños de madera crujieron al pisarlos – Pero … metidos en el taxi, eh – precisé para que entendiera la falsedad de las acusaciones – Y se ha acercado al coche y se ha puesto a gritar que éramos unos degenerados y unos pervertidos. He terminado el servicio y he salido escopetada pensando que me daba tiempo a llegar a un piso que tengo aquí al lado, en Santa Engracia, pero he visto que venía detrás un coche patrulla y me he metido en este portal para ocultarme – le expliqué.

-Joder, pues … ¡qué casualidad! – dijo sonriente.

  • ¡Ya te digo!

  • Oye – me dijo en voz baja al llegar a la puerta de su piso – Sergio es mi sobrino. Ha encontrado trabajo en Madrid y se ha venido a vivir conmigo unos meses hasta que encuentre piso y se adapte a la ciudad – me explicó – Sé discreta, ¿vale?  No quiero que se entere de que cuando estaba casado tenía relación con tu madre y con otras putas – me dijo.

  • Discreción es mi segundo nombre – le dije guiñándole un ojo y comprendiendo que, al final, se había divorciado.

Pasamos a su piso. Pequeño y antiguo, pero acogedor. Ya en el saloncito, me senté en el sofá mientras Eugenio se preparaba una copa. Antes, pasó a una de las habitaciones y le escuché decirle a su sobrino que se iba a tomar algo conmigo. Cerró la puerta y, después, la del saloncito, para poder hablar con libertad.

  • ¿Qué tomas?

  • Whisky con Coca-Cola.

  • ¿Passport te vale?

  • ¡Perfecto!

  • Bueno … cuéntame – me dijo sentándose a mi lado y, directamente y sin rodeos, poniendo una mano sobre mi rodilla. Puse mi mano sobre la suya, llevándosela hacia la parte interna de mis muslos. A esas alturas, ya sabía que sumaría otra polla más a mi intento de récord. Miré el reloj para contabilizar el servicio: las 3:48. Eugenio entendió mi invitación y metió su mano debajo de mi falda, palpando mi coño.

  • Te haré un resumen: hará unos cuatro años, mamá y yo fuimos a su pueblo natal, en Ciudad Real. Era el funeral de mi abuelo, al que nunca conocí – le expliqué – Llevaba sin ir desde los 17 años, cuando se vino a Madrid preñada de Alicia. Se reencontró con mucha gente. Entre ellos, Ramón … el que al parecer es el padre de mi hermana – continué – Le confesó su amor y le propuso matrimonio, que dejase la prostitución y que trabajase con él en una cafetería en Albacete.

  • ¿Y aceptó? – preguntó, decepcionado – Joderr … la propuse mil veces que dejase esto, divorciarme por ella y vivir juntos sin necesidad de prostituirse … - añadió con tristeza mientras me acariciaba suavemente el coño. Me subí la faldita, para facilitarle la labor, y coloqué una pierna sobre el brazo de sofá. Despatarrada para que jugase en mi entrepierna con libertad – continué el relato.

  • ¡Sí, aceptó! – confirmé – Lo dejó todo y se fue a vivir a Albacete. Creo que le va bien.

  • ¡Cabrón con suerte! – exclamó – Entiendo a ese fulano – me dijo - Tu madre es una mujer adictiva. Guapa a rabiar … ¡y qué culo, qué tetas, qué coño! Para perder la cabeza - me confesó – Y siempre tan atenta, tan compresiva, tan cariñosa … Estuve enamorado de ella durante años, pero ella nunca accedió a mis proposiciones. La invité muchas veces a pasar un fin de semana entero conmigo. ¡Dios, un fin de semana entero para mí sólo! – exclamó con nostalgia - ¿Sabes cuánto me pedía por un fin de semana entero conmigo?

  • Un pastón, supongo – dije dando un sorbo a mi cubata. Mi tarifa eran 5.000 Euros. Y en mi época en el porno había llegado a cobrar 12.000 dólares por un fin de semana en Las Vegas.

  • Seis mil pavos – dijo con tristeza - ¡Puto dinero! – exclamó – No podía gastar tanto en aquella época. Estaba casado, con hipoteca y tres niños pequeños. No podía gastarme seis mil Euros … aunque ahora pienso que hubiera sido el dinero mejor empleado en mi vida. Quizás … un fin de semana entero con ella … no sé … la hubiera convencido … - dijo, pensativo, ya con dos dedos metidos en mi chumino – Oye, has dicho antes que “crees” que le va bien – dijo saliendo de su embelesamiento - ¿Crees? - preguntó extrañado, dando un sorbo a su cubata.

  • Sí, no me hablo con ella desde entonces – confesé – Discutimos cuando me dijo lo que iba a hacer. Se excusó en la edad, en la menopausia, en  querer vivir una vida más tranquila y … ¡esas gilipolleces! – dije con desdén - Me parece un desperdicio trabajar sirviendo cafés y cañas detrás de la barra de un bar cuando vales para algo más. Tenía clientela de sobra y le iba de puta madre. No sé qué coño le pasó en el puto pueblo ese. Parecía como si la hubieran abducido unos extraterrestres. Se comportó como una mojigata vergonzosa. Quería quedar bien con todo el mundo, cuando todos cuchicheaban a sus espaldas y la miraban con desprecio. Todos sabían que era puta … y ella … se … ¡se avergonzaba! – comenté enrabietada, al recordar aquel episodio cuatro años atrás (serie “Puta la madre, puta la hija”) – ¡Joderrrr, justo lo contrario de lo que nos había enseñado toda la vida! A estar orgullosas de ser putas, a no agachar la cabeza nunca – confesé decepcionada por el cambio radical de mi madre - Lo que sé de ella es por mi hermana.

  • Joder … ¡Alicia! – exclamó al recordarla – Era clavadita a tu madre.

  • Sí, se parece más que yo – reconocí, dejando mi copa sobre una mesita lateral. Le acaricié el paquete por encima de los pantalones – Pero, Eugenio … ¿me has subido a tu casa para charlar o para echarme un polvo? – le insinué con gesto pícaro, mientras le desabrochaba la bragueta y buscaba su polla.

  • Para las dos cosas – confirmó, sonriendo. Me arrodillé entre sus piernas y le meneé la polla con gesto vicioso.

  • ¡Vaya familia de golfillas! – exclamó sonriente.

  • Y eso que no conoces a Bárbara, mi sobrina – le dije justo antes de engullir su rabo - ¡Arrrrrrg! – me la metí hasta la garganta, como suelo hacer para comenzar una buena mamada.

  • ¡Diosssss! – exclamó al sentir el calor húmedo de mi boca en su polla - ¡Qué gustazo! – comentó dándole otro sorbo a su cubata – Así que tu sobrina también es puta, ¿no?

  • ¡Zzzzzí! – exclamé sin sacármela de la boca.

  • Entonces … ¿cuántas putas sois en tu casa?

  • ¡Zzzzinco! – respondí con su polla en mi garganta, al tiempo que estimulaba sus cojones con mis manos.

  • Tu madre, tú, Alicia y tu sobrina … - dijo, contando.

  • ¡Y Zzzzuzzzi! – comenté succionando su capullo.

  • Ah, ya … la morena tetorra que me decía que no sabía quién era Lola. Pero esa no es de la familia, ¿no?

  • No. Le ordenamos que dijera eso a todo el que preguntara por mi madre – le expliqué meneándole la polla con energía. Tomé mi copa y di un sorbo para tragar el líquido preseminal que había soltado Eugenio durante la mamada - ¿Nunca la viste por allí cuando ibas a follar con mamá? – pregunté extrañada – Lleva ya muchos años en casa. Es raro que no te la hayas cruzado nunca por allí.

  • Créeme si te digo que con ese par de tetas, la recordaría si la hubiese visto ante.

  • Pues cuando quieras follártela, ya sabes dónde encontrarla – le dije en tono gracioso – Pero no preguntes por Lola, sino por Susi … y ya verás qué bien te atiende – añadí mientras me sentaba sobre su polla, a horcajadas. Me quité la camiseta y le puse las tetas en la cara. Sabía que mis tetas no podían competir con las de mi madre y que Eugenio estaba acostumbrado a la abundancia de sus mamas, pero no las despreció. Comenzó a besarlas al tiempo que iniciaba la follada.

Cabalgué durante unos minutos sobre Eugenio, sin que él hiciese esfuerzo alguno en la follada. Arriba y abajo, deslicé su polla en mi interior. Cada cierto tiempo, detenía el movimiento con su polla metida en mi conejo hasta los huevos y movía circularmente el culo para que su rabo se incrustase más aún dentro de mí. Cuando sentía sus testículos en mis nalgas, retomaba la follada botando sobre él.

  • ¡Buffff, ahhh, ohhhh! – gimió con gesto placentero – Ya no recordaba lo bien que follas – me alabó.

  • ¿Cuántas veces habremos follado tú yo? – le pregunté manteniendo el ritmo de la follada.

  • ¡Ufffff! – exclamó – No sé … cinco o seis veces, por lo menos – calculó – Quizás alguna más.

  • ¿Te gusta cómo te follo, Eugenio? – le susurré al oído, con su cara metida entre mis tetas.

  • ¡Diossss, Carol … sí! – exclamó con el aliento entrecortado - ¡Me encanta! – concluyó con su manos aferradas a mi culo, mientras me deslizaba arriba y abajo en su polla.

En ese instante, observé una sombra tras la puerta. Era una de esas que tienen un cristal traslúcido, que permiten el paso de la luz pero sin dejar ver con nitidez. Era evidente que se trataba de su sobrino. Eugenio no podía verlo ya que estaba recostado sobre el sofá, de espaldas a la puerta. Su sobrino la entreabrió para ver qué estábamos haciendo por una rendija. Disimulé para que sus ojos y los míos no se encontrasen, provocando que volviese a su habitación. Sobra decir, a estas alturas del relato que si podía calzarme una polla más antes de irme a descansar, no iba a desaprovechar la ocasión. Abracé con fuerza a Eugenio, apretando contra mi su cabeza y deteniendo por un momento la follada.

  • Eugenio, cariño … - le susurré sensualmente - … tu sobrino nos está espiando detrás de la puerta – le confesé apretándolo con fuerza e impidiendo que su reacción natural fuese deshacer la postura y dar por terminado el polvo. Apreté mi coño en su polla, haciéndole saber que no quería irme de allí sin hacerlos disfrutar a los dos como se merecían - ¿Por qué no le invitamos a pasar?

  • No sé … no sé … - me susurró – No quiero que vaya contándole a la familia que follo con putas – confesó.

Pero si ya te ha visto – le dije – Además, ahora ya … ¿qué importa eso? – le pregunté - ¿No me has dicho que estas divorciado?

  • Sí, sí … pero … no sé si es buena idea … - dudó.

  • ¡Tú, déjame hacer a mí! – le animé besándolo en la boca con cariño – Ya verás qué bien nos lo vamos a pasar … ¡Sergio! – exclamé, en uno de esos momentos en que entreabría la puerta para espiarnos - ¡Pasa hombre! ¡No te quedes ahí!

  • Eh … estooo … ehhh … ¿interrumpo algo? – acertó a decir. Se había cambiado de ropa. Ahora llevaba una holgada camiseta de tirantes y unos pantalones cortos de deportes con un importante bulto dentro de ellos. Venía empalmado.

  • Ya ves que sí … - le dije con picardía - … estaba aquí follándome a tu tío, pero al verte ahí detrás de la puerta … he pensado que … ¡dos pollas mejor que una!

  • Eeeh … tío, ¿no te importa? – preguntó Sergio con timidez

  • ¡Qué le va a importar! – exclamé anticipándome a Eugenio, que permanecía callado y ciertamente avergonzado por la situación. Tanto que noté cómo su polla perdía vigor dentro mí – No te vengas abajo ahora, cariño … que me estabas follando de puta madre … - le susurré acariciándolo con mis largas uñas y retomando la follada para volver a empalmarle – Sergio, ¡siéntate aquí! – le ordené, dando unos golpecitos al respaldo del sofá, para poder mamarle la polla mientras me follaba a su tío.

  • Vale – dijo con timidez, quitándose los pantalones cortos de deporte y obedeciéndome.

-¡Hostia puta, Sergio! – exclamé a ver su rabo, grueso y largo - ¡Vaya herramienta tienes! No sé si va caberme en la boca … - dije con picardía mientras la acariciaba suavemente - ¡Arrrrrg! – exclamé metiendo su glande en mi boca y avanzando cuanto pude. Era muy gorda y debía forzar mi garganta si quería engullirla por completo - ¡Aaaaaaarrrrg! – continué ganando centímetros de su tranca en mi interior. Ya tenía el capullo tocando mis amígdalas, pero aún así, mis labios no había llegado ni a la mitad de su tranca. No me comía una polla así desde mi época en el porno.

  • ¡Ahh, ahhh, ahhh! – gemía Sergio.

  • ¡Ufffff, cabrón! – exclamé, sacándomela de la boca - ¡Vaya rabo tienes! – le alabé, succionando su capullo con movimiento ágiles de lengua - ¡Mira qué pedazo de polla tiene tu sobrino! – le dije a Eugenio, que seguía sofocado con su polla en mi coño y comiéndome las tetas. Se giró ligeramente para verla. Se la mostré en todo su esplendor cogiéndola por los huevos. Tenía más de 20 centímetros, pero sobre todo era muy gruesa. ¡Me encantaba!

  • Gra … gra … gracias – tartamudeó, aún muy nervioso por la situación.

  • Pero voy a conseguir comérmela entera – le dije sonriendo por el estímulo de semejante pollón – Sólo necesito coger un poco de aire … - añadí con gesto vicioso justo antes de volver a introducirla en mi  boca. Forcé mi garganta cuanto pude y cerré los ojos, ganando centímetro a centímetro en el recorrido de su tranca. Quería alcanzar su pelvis con mi nariz y sus huevazos con mi barbilla. Respiré por la nariz, para no atragantarme y le rodeé con mis brazos para gestionar desde su trasero la presión en mi boca - ¡Agggggghhhh! – sonó en mi boa por el esfuerzo, un hilo de líquido preseminal y saliva se deslizó por la comisura de mis labios. Forcé un poco más empujándole hacia mí con mis manos en su trasero. Por fin, mi nariz alcanzó su pubis. Me aferré a su polla durante unos segundos, sintiendo toda su potencia en mi garganta – ¡Aghhhhhh! – exclamé deslizándola fuera y tomando aire nuevamente - ¡Conseguido! – dije con orgullo.

  • ¡Ufffff, cómo chupas! – me halagó Sergio, perdiendo algo de su vergüenza inicial.

  • ¡Quiero que me folles! – exclamé muy excitada ante el tamaño de su polla. Pero no podía desatender a Eugenio, que seguía con su rabo metido en mi coño mientras yo me lo follaba lentamente – Deshice la postura, sugiriendo chupársela a Eugenio mientras su sobrino me follaba. Me abrí de piernas en el sofá y le ofrecí mi coño - ¡Vamos, métemela!

  • Voy – dijo apuntando su capullo hacia la entrada de mi coño, recién follado por su tío. Mientras, Eugenio se arrodilló sobre el sofá con la polla a la altura de mi cara.

  • ¡Diosssss, qué polla tienes … cabrón! – gemí mientras se abría paso en mi chocho - ¡Métela hasta el fondo y dame caña, Sergio! – le ordené, muy cachonda. Eugenio, entretanto, me magreaba las tetas con energía, pellizcándome los pezones, erectos por la excitación; y me acercaba la polla a la boca, para que se la chupara.

  • ¡Chúpamela, Carol! – me pidió, impaciente. Succioné su glande durante unos segundos, sintiendo la follada de su sobrino.

  • ¡Dame pollazos! – le pedí a punto de correrme. Ya en el taxi había estado a punto de hacerlo - ¡Dame pollazos en la cara mientras tu sobrino me folla! – le supliqué, comenzando a mover mis caderas descontroladamente.

  • ¡Plaf, plafff, plaffff! – sonó su polla golpeando mi rostro en mis mejillas, mis labios, mi frente … ¡por toda la cara! Sergio me había agarrado por la cintura y apretaba  con fuerza dentro de mi. Iba a hacer que me corriese. Cerré los ojos y me dejé llevar, mientras Eugenio no paraba de restregarme la polla por toda la cara.

  • ¡Uhhhhhhhmmmmm! – respiré profundamente a punto de alcanzar el orgasmo. Con los ojos cerrados, atrapé el capullo de Eugenio y apreté mis labios contra él. Un millón de sensaciones recorrieron mi cuerpo, que se retorcía de placer descontroladamente - ¡Ohhhhhhhh! – exclamé al correrme.

  • ¡Ahhh, ahhh, ahhh! – exclamaba Sergio con la respiración entrecortada por el esfuerzo del mete-saca. Tampoco tardaría mucho en correrse. Me repuse del orgasmo rápidamente y empujé a Sergio fuera de mí, lanzándome a por su polla con mi boca.

  • ¡Slurrrrrrp, sluuuuurp, slurrrrrp! – lamí su capullo chorreante de mis flujos - ¡Qué polla tienes, Sergio … qué polla! – volví a alabarlo.

  • Estaba a punto de correrme – dijo.

  • Yo también, Carol – reconoció Eugenio - ¡Qué boca tienes!

  • ¿Quéreis probar mi culo? – propuse. No podía perder la ocasión de ser sodomizada por el pollón de Sergio. Sin darles tiempo a que dijesen nada, me puse a cuatro patas sobre el sofá y me separé las nalgas para mostrarles cuán apetecible era mi trasero - ¿Quién va a ser el primero?

¡- Yo! – exclamó Eugenio – Creo que quieres disfrutar de la polla de mi sobrino en tu culo … y yo tardaré menos en correrme – dijo apuntando su capullo a  mi trasero. Entró sin dificultad. La de su sobrino costaría más, aunque tengo el paso bien abierto.

  • Mientras, te la chupo … ¿vale? – le indiqué a Sergio.

Durante los siguientes minutos, Eugenio me dio por culo mientras degustaba el enorme pollón de su sobrino. Daba gusto chupar una polla así. No me entendáis mal, me gustan todas las pollas. Soy puta y disfruto de cualquier polla, al margen de su tamaño, raza o edad. Pero no soy tonta … y prefiero un buen rabo grueso y potente. Dicen que el tamaño no importa. Pero … sí. No nos engañemos: sí importa.

  • ¿Te recuerda mi culo al de mi madre? – pregunté a Eugenio, pensando que ya poco le podía importar que su sobrino se enterase. A estas alturas, a él no pareció importarle. Había perdido sus iniciales dudas y se estaba dejando llevar.

  • Sí – asintió embistiendo en mi trasero con fuerza – En el culo sales a tu madre. Tu hermana se parece más a ella, incluso en las tetas; pero en el trasero sois igualitas – comentó mientras sobaba mis nalgas con energía. Sergio permanecía callado - ¡Ah, uf, ohhh! ¡Me voy a correr!

  • ¡Ven, que te la chupe! – le ordené. Me la sacó del culo y, rápidamente, me la metió en la boca, apartando a su sobrino de mí. Se la engullí para que soltase su leche directamente en mi garganta.

  • ¡Ayy, uffff, ohhhh! – gimió, entre espasmos cuando se corría. Tragué su lefa y comencé a chupársela lentamente ante la inminente pérdida de vigor tras el orgasmo.

  • ¡Dame por culo ya, Sergio! – le invité, ya que se había quedado parado contemplando cómo me tragaba la leche de su tío. Ocupó su lugar en mi culo. La polla, pese a su grosor, se deslizó sin problemas dentro de mí.

  • ¡Ufff! – exclamo al sentir el calor de mi ano acogiendo su enorme rabo. Eugenio se desplomó sobre el sofá, lo que aproveché para apoyar mi cabeza sobre uno de los cojines, ya que con las manos me separaba las nalgas para facilitar el mete-saca en mi culo del pollón de Sergio.

  • Empuja sin miedo – le indiqué al notar que no me follaba con el mismo vigor con el que habían taladrad mi coño unos minutos antes – Que lo tengo bien abierto … ¡fóllame duro!

  • ¡Voy! – exclamó aumentando en ritmo al tiempo que me sujetaba por las caderas.

No eran alabanzas en vano las que había hecho a Sergio sobre su herramienta, como suelo hacer como otros clientes para excitarles. Su grosor hacía que pudiese sentir cómo su cipote se abría paso en mi agujero trasero, explorando las profundidades de mis intestinos y cómo las venas y los conductos de su polla se contraían de placer al frotarse contra las paredes de mi cavidad anal. Sentía su pelvis apretada contra mis carnosas nalgas cuando empujaba su rabo atravesándome el culo y cómo, cuando retrocedía, su capullo me llevaba a cerrar los ojos y apretar los dientes para no gritar de placer. Me relajé, por primera ve en la noche, dejando que Sergio hiciera el trabajo. No pude evitar llevarme una mano al coño y frotarme el clítoris, mientras con la otra separaba una de mis nalgas. Detuvo un momento la follada, con su polla incrustada hasta el fondo en mi coño, para echarse sobre mí. Estiró las piernas hacia atrás y me agarró desde detrás las tetas. Así podía empujar en mi culo apoyándose en mi cuerpo, de forma que cada embate era aún más violento. Suspiraba y gemía, como yo, mientras su tío nos contemplaba sentado en el sofá. Algo nos dijo, pero estaba tan cautivada por la polla de su sobrino, que no lo escuché. Sólo podía disfrutar de semejante polla en mi culo. Paulatinamente, Sergio aumentó el ritmo de sus embestidas.

  • ¡Folla, folla, folla … fóllame así! – le susurré - ¡No pares hasta correrte! – exclamé al sentir cómo su excitación le conduciría al orgasmo en poco segundos.

  • ¡Ufffff, uffff, uffff! – suspiraba con el aliento entrecortado.

  • ¡En mi culo! – le ordené – ¡No me la saques!

  • ¡Ufffff, uffff, ufffff! – gimió - ¡Ahhhh! – exclamó deteniendo la follada cuando comenzó a echar su leche en mi culo - ¡Uffff, qué bueno! – acertó a decir mientras apretaba mi ano en su polla para exprimírsela al máximo y poder sentir toda su leche caliente en mis intestinos. Finalmente, relajé mi culo para que pudiera sacármela. Lo hizo, me besó una de mis nalgas y se sentó en el sofá junto a Eugenio – Tío, no sabía que tenías amigas como Carolina – dijo en tono de broma – Tienes que presentarme a más de tus amigas.

  • ¡Jajaa! – río Eugenio – Si vieras a su madre y a su hermana … - insinuó.

  • Eugenio, a la que tienes que conocer es a Susi – comenté mientras me ponía en pié. Cogí mi móvil del bolso: las 4:10 – Llévate a tu sobrino a casa un día, que os va a hacer diabluras. Esperad, que os enseño una foto de ella – dije, aprovechando que tenía el móvil en la mano. Busqué en mi galería de imágenes alguna de Susi y les enseñé una de cuerpo entero que hizo para uno de los catálogos de la agencia de Nati. Llevaba su larga melena negra suelta, que caía sobre sus enormes tetas subiertas por un minúsculo bikini de triangulo dorado, que apenas si tapaba sus pezones; el sensual piercing de aro de su nariz, un pequeño tanga que cubría su conejo, dejando ver su depilado pubis en donde destacaba un tatuaje como el mío, pero con la palabra “ZORRA”. En seguida, les llamó la atención.

-¡Joderrrr, está buenísima! – exclamó Sergio, tomando mi móvil y contemplando la foto.

  • Sí, es la chica que me abrió la puerta en tu casa – confirmó Eugenio.

  • ¡Y mira el tatuaje! – añadió Sergio al advertirlo – Es parecido al tuyo – me dijo.

  • Sí – confirmé – Nos lo hicimos juntas – comenté mientras pasaba una mano por el mío – Puta, yo; zorra, ella.

  • Muy descriptivo – apuntó Sergio sonriente.

  • Esa era la idea – asentí, guiándole un ojo con picardía, mientras me recolocaba la camiseta sobre mis tetas y bajaba mi faldita, para emprender la marcha – Hablando de putas y zorras” … - insinué para dar entender que había que pagar el servicio.

  • Eh, sí … claro – se apresuró Eugenio a decir Eugenio, buscando su cartera - ¿Sigues cobrando lo mismo?

  • 150 el polvo, ya lo sabes – le indiqué. Esa era nuestra tarifa por un completo con anal incluido – 200 a domicilio – le recordé, aunque a él nunca se le había atendido a domicilio, sino en nuestra propia casa-burdel. Lo cierto es que, dependiendo del momento, esas tarifas bajaban si veía que podía hacer buena caja con más integrantes, como había pasado un rato antes en la despedida de soltero del hotel. Pero a los clientes habituales, con citas fijas previamente concertadas, y con las comodidades que ofrecíamos en nuestra casa, había que cobrarles mínimo 150 Euros. No es lo mismo ir por ahí captando clientes para hacerles una mamada de cinco minutos o abrirte de patas para que te la enchufen en un coche o en los aseos de un centro comercial, que una cita con todo lo que ofrecíamos: lencería, cuero, látex, o cualquier fetiche que se nos pidiese; bebida y, sobre todo, se pagaba por hora. Si en un hora el cliente nos echaba tres polvos, no pagaba más – Pero … en vuestro caso, y vistas las circunstancias … - dije pensativa calculando cuánta pasta podría llevar Eugenio en la cartera - … aceptaré 150 por los dos.

  • Vale – dijo, sacando tres billetes de 50 y entregándomelos. Los guardé en mi bolso.

  • Bueno … pues … ¡me voy ya! – dije sonriente poniéndome el bolso en el hombro y echando hacia atrás mi melena para que se airease un poco. Ambos permanecían en el sofá, exhaustos y sudorosos – Eugenio, ve por casa. Susi o yo te atenderemos cuando quieras – le dije – Y tú, Sergio … ¡tienes una polla maravillosa! Podrías hacer porno … - insinué alabando una vez más el tamaño de su tranca – Si quieres te pongo en contacto con mi hermana. Tiene una productora …

  • Gracias, Carolina – me dijo con sinceridad – Pero … no creo que valga para eso.

  • No será por tamaño – añadí guiñándole un ojo con picardía y encaminándome por el pasillo hacia la puerta.

Salí y bajé por la estrecha escalera, crujiendo cada peldaño de madera bajo mis pies. Salí a la calle y miré a izquierda y derecha, para comprobar si había cerca presencia policial. Antes de cruzar la calle, saqué una goma de mi bolso y me recogí el pelo en una coleta. Así no encajaba tanto en las descripción que la vieja había hecho de mí a los agentes. Crucé la calle y subí con paso ágil por la acera derecha de Rafael Calvo en dirección a Santa Engracia. Cinco minutos después, metía la llave de mi casa en la cerradura.

“¡Uffff, concoseguido!”, exclamé para mis adentros. Dejé el bolso y me asomé a la ventana, mirando hacia el famoso local de copas que había justo en la acera opuesta. Había pensado pegarme una ducha rápida y cambiarme de ropa para pasar un rato por allí, donde seguro que pescaba algún cliente más. Pero ya estaban cerrando. Eran las cuatro y media y era Jueves. “Los Sábados cierran más tarde” , pensé. De este modo, no me quedaba otra alternativa que acostarme, descansar y reponer fuerzas para continuar a la mañana siguiente con mi intento de récord. Me pegué una ducha, me di mis cremas hidratantes y me metí en la cama. Antes de quedarme dormida, apunté en mi móvil los dos últimos servicios.

"10 y 11º - 03:48-04:10. Domicilio particular en la cale Rafael Calvo de Madrid. Un antiguo cliente de mi madre (y mío) –Eugenio- y su sobrino. Mamadas, folladas por el coño y por el culo, con corridas en mi boca y en mi culo. 150 Euros. Me he corrido mientras me follaba el sobrino.

“No está mal. 11 pollas en menos de 5 horas y 672,50 Euros recaudados” , sin contaba le precio del taxi, que no había pagado. “Aún necesito 14 más para igualar el récord … y todas las que pueda para pulverizarlo” ,  pensé mientras me acomodaba sobre la almohada, bostezando y tratando de conciliar el sueño. “Mañana será un día duro, pero lleno de aventuras … y de pollas. ¡Muchas pollas!”

Continuará …

agosto10carol@yahoo.es