Buscando la pasión

La infidelidad con un desconocido hace que Ángela empiece a replantearse su aburrida relación de pareja con su marido.

BUSCANDO LA PASIÓN.

  • Ve para allá. – Me dijo Moisés. – Ya nos encontraremos allí en cuanto termine con esta clienta.

Era la tercera vez aquella semana que Moisés me dejaba "plantada" por culpa de uno de sus clientes. Pero lo que más me molestaba era que la fiesta a la que teníamos de acudir estaba organizada por su jefe, el Sr. Marquez, un prestigioso abogado de nuestra ciudad. La fiesta se celebraba en su casa, un gran ático en uno de los edificios más modernos y caros de la ciudad.

Y allí estaba yo, con mi vestido nuevo, una copa en la mano y más sola que la una, esperando que Moisés apareciera. En lugar de eso, el que apareció fue un guapo moreno de intensos ojos negros que no dejaba de mirarme. Era un chico moreno, alto, y muy guapo. No sé porque, pero en el preciso instante en que nuestras miradas se cruzaron sentí un extraño cosquilleó en mi entrepierna.

  • ¡Hola! ¿qué tal? – Me preguntó Angela, esposa de uno de los compañeros de trabajo de Moisés.

  • ¡Hola!

Empezamos a hablar de nuestras cosas, de lo que nos había pasado en nuestras vidas desde la última vez que nos vimos, etc. Entre tanto el chico moreno seguía observándome.

  • Ese chico lleva un buen rato mirándote. – Me indicó Angela.

  • Sí, ya me he dado cuenta. Bueno, voy a tener que llamar a Moisés – me disculpé - hace rato que tendría que haber llegado.

  • Ok.

Me dirigí hacía la gran terraza para huir del bullicioso ruido de la fiesta. Saqué el móvil de mi bolso y marqué el número.

  • ¡Hola cariño! – Me saludó Moisés.

  • ¡Hola! ¿Se puede saber cuando demonios vendrás?

  • Ya me falta poco, cariño, ten paciencia.

Mientras hablaba por el teléfono oí unos pasos acercándose a mí por detrás.

  • Está bien, pero no tardes. Me aburro.

Colgué y entonces una voz masculina dijo:

  • ¿Quién es ese insensato que deja plantada y aburrida a una preciosidad como tú?

Se puso a mi lado, apoyándose en la baranda y me miró fijamente a los ojos. Era el chico moreno que no había parado de mirarme en toda la noche.

  • Mi marido – Le contesté.

  • Pues comete un grave error. Me llamo Francisco – Se presentó tendiéndome la mano.

  • Yo, Elisa. – Le dije estrechándosela. – Y supongo que tienes razón, es la tercera vez esta semana que me deja plantada.

  • ¡Válgame Dios! Si yo fuera él no te dejaría ni a sol ni a sombra.

No supe que decir ante aquella ocurrencia y me quedé callada. Luego él dijo:

  • A veces los silencios dicen más que mil palabras.

  • Supongo – Dije suspirando.

  • Yo sería capaz de cometer una locura por ti. – Añadió él.

Sonreí y le pregunté:

  • ¿Y por que no la cometes?

  • Creo que por el miedo al rechazo, eres una mujer casada.

  • Bueno, si no lo intentas, no sabrás si hay rechazo o no.

  • Es cierto.

Ambos nos quedamos callados durante unos segundos, mirando el horizonte hasta que dije:

  • Se ve hermosa la ciudad a estas horas, con tantas luces.

  • Sí, muy hermosa. ¿Vives por aquí cerca?

  • No. Vivo al otro lado, en aquella dirección. – Le indiqué manteniendo el brazo y el dedo estirados en la dirección señalada.

Entonces se situó tras de mí, pegando su cuerpo al mío, llevó su brazo hacía el mío y poniendo su barbilla sobre mi hombro dijo:

  • ¿Allí, donde aquellos edificios rojos? – Oír su voz junto a mi oído me hizo estremecer y sin poderlo evitar, rocé mi culo contra su verga que estaba empezando a ponerse dura.

  • Sí. – Respondí algo nerviosa, pero deseosa de que hiciera algo más, de que cometiera la locura que había declarado unos segundos antes que sería capaz de cometer por mí.

Y entonces sentí sus manos sobre mis caderas y de nuevo su susurro en mi oído diciéndome:

  • Tienes un cuerpo precioso.

Sus manos siguieron acariciando mis caderas y muy despacito fue subiéndome la falda del vestido por encima de mi culo desnudo, ya que no llevaba bragas, pues con las gomas y las costuras me salían rozaduras.

  • Vaya, vaya, eres una niña mala. – Dijo al acariciar mi piel desnuda y notar que no llevaba ropa interior.

Sus dedos sabios se enredaron en mi pelo púbico empezando a excitarme. Apreté mi cuerpo contra él suyo para sentir su dura verga entre mis nalgas y apoyé mi cabeza sobre su hombro. El deseo bailaba entre nosotros y yo cada vez me alegraba más de que él hubiera decidido cometer la locura y que mi marido se estuviera retrasando.

Sentí como aquellos dedos masajeaban mi clítoris, y un leve gemido escapó de mi garganta. Francisco sabía donde tocarme y lo hacía con gran destreza, rozando mi vulva, introduciéndose en ella con suavidad. Sentía la pasión creciendo poco a poco en mí y cada vez deseaba más y más. Deslicé mis manos hasta la cremallera de su pantalón y traté de bajarla, pero me resultó dificultoso.

  • Tranquila, preciosa. – Me dijo bajándosela él mismo.

Saqué la erecta verga y la masajeé, luego la incrusté entre mis nalgas sintiendo su calor. Yo estaba a mil, más húmeda de lo que jamás hubiera estado y deseosa de sentirle dentro de mí. No me importaba que alguien pudiera vernos, sólo me importaba lo que estaba sintiendo.

Mi respiración sonaba entrecortada. Sus dedos seguían chapoteando entre los pliegues de mi vagina.

  • Métemela ya. – Le supliqué.

  • Como tu quieras, preciosa. – Me respondió sin hacerse esperar.

Sentí como acercaba el glande a mi húmedo agujero, me puse de puntillas para que pudiera acceder más fácilmente, sacando el culo hacía él e inmediatamente noté como se adentraba en mí.

Ambos suspiramos al sentirnos unidos. Y agarrándome de las caderas, Francisco empezó a moverse. Primero despacio y luego cada vez más rápido, mientras con una de sus manos masajeaba mi clítoris, y con la otra uno de mis senos por encima de la tela del vestido. Me sentía en la gloria, como hacía mucho tiempo que no me sentía, y sólo deseaba llegar al momento culminante. Nuestros gemidos se convirtieron en música celestial, mientras el fuego de la pasión nos devoraba.

En poco minutos ambos empezamos a corrernos. Sentí como se vaciaba en mí y entonces caí en la cuenta de que con la pasión del momento no habíamos tomado precauciones. Recordé a Moisés y empecé a sentirme culpable porque acababa de traicionarle, por eso me separé rápidamente de Francisco, y casi sin mirarle empecé a caminar hacía el interior del ático, tras decirle:

  • Lo siento, pero esto no debía de haber ocurrido.

  • Pero ha ocurrido. – Dijo él. – No te arrepientas ahora.

Bajé mi vista al suelo, no sabía que decir ni que hacer.

  • Tengo que volver a la fiesta, supongo que mi marido no tardará en llegar.

  • ¿Volveremos a vernos? – Me preguntó mientras yo me dirigía a la puerta.

No sabía que responderle, pero dentro de mí sentía que sí, que necesitaba volver a verle.

  • Supongo que sí.

  • ¿Cuándo? – Oí su voz detrás de mí, preguntándome.

  • No sé. – Abrí mi bolso y saqué una de mis tarjetas con mi número de teléfono. – Llámame.

  • Ok. Mañana mismo lo haré.

No dije nada más, volví a entrar al interior del piso y busqué a Ángela. Pero en lugar de a ella, ví a mi marido entrando por la puerta junto a su jefe. Corrí hacía él como si hiciera siglos que no le veía y le abracé con todas mis fuerzas.

  • Vaya, veo que me has echado de menos.

  • Sí, mucho, me aburro como una ostra – Mentí.

Inmediatamente vi como Francisco se acercaba a nosotros y entonces el jefe de mi marido dijo:

  • Moisés, quiero presentarte a mi hijo Francisco, acaba de llegar de París, donde ha estado haciendo un Master, creo que ya te lo conté.

Me quedé de una pieza al descubrir que Francisco era el hijo del jefe de mi marido. Quería morirme pero traté de mantener la compostura.

  • Este es Moisés, uno de mis mejores abogados, a partir de mañana quiero que trabajéis juntos. – Le dijo el jefe de mi marido a su hijo.

  • Encantado. – Dijo Francisco tendiéndole la mano a Moisés y mirándome a mí.

Moisés le estrechó la mano y dijo:

  • Encantado, esta es mi esposa, Elisa.

Francisco estrechó mi mano con total indiferencia, como si nada hubiera sucedido unos minutos antes entre nosotros.

  • Mucho gusto, señora.

Luego él y Moisés se pusieron a hablar. Yo cada vez me sentía más incómoda y tenía más ganas de salir de allí, hasta que Moisés lo notó y tras disculparse con Francisco y despedirse de su jefe, nos fuimos a casa.

Durante todo el trayecto en coche hasta casa, no hice más que pensar, tratar de analizar los porques.

¿Por qué me sentía tan atraída por Francisco? ¿Por qué me había dejado llevar por la pasión y la locura? ¿Por qué había dejado que Francisco me hiciera el amor en aquella terraza? ¿Por qué por unos minutos me olvidé por completo de mi marido? Todas esas preguntas daban vueltas y más vueltas en mi cabeza, mientras a la vez, pensaba en que Moisés cada vez le dedicaba más tiempo a su trabajo y menos a mí, que cada vez me escuchaba menos cuando le contaba mis problemas y que cada vez me aburría más a su lado, sentía como si nuestra forma de ver la vida cada vez se alejara más. Como si él quisiera irse por un camino y yo por otro.

Cuando entramos en el ascensor Moisés, me preguntó:

  • ¿Te pasa algo, cariño?

  • No, nada.

Le miré a los ojos y luego le abracé con todas mis fuerzas.

Al entrar en casa, lo llevé corriendo hasta la habitación, no quería perder el tiempo. Sentía la imperiosa necesidad de sentirle dentro de mí, de quitarme el sentimiento de culpa que me embargaba. Empezamos a besarnos y desnudarnos mutuamente.

  • ¡Me encanta este vestido, te hace tan sexy! – Me dijo mientras desabrochaba la cremallera.

Yo trataba de desabrocharle sus pantalones. Él deslizó mi vestido hacía abajo, dejándolo caer al suelo. Sin dejar de besarme, empujó el tirante del sujetador por mi hombro, mientras sus labios bajaban también por mi cuello. Yo en ese momento, estaba entretenida en quitarle la camisa que también dejé caer al suelo. Sus labios descendían por mi piel, hasta llegar a mi seno. Apartó la copa del sujetador y besó mi pezón, haciendo que todo mi cuerpo se estremeciera. La sensación de su boca sobre mi piel en lugar de hacerme olvidar lo sucedido en aquella terraza lograba el efecto contrario. Acarició mis senos y siguió descendiendo por mi piel hasta llegar a mi sexo. Mientras mi mente se perdía en un lugar paradisiaco donde Francisco era el que besaba cada centímetro de mi piel. Pero oí la voz de Moisés diciéndome:

  • ¡Qué hermosa eres! – Esas palabras me despertaron de mi sueño romántico volviéndome a la realidad. Aquel que me besaba no era Francisco, sino Moisés, mi marido.

Entonces me hizo poner de espaldas a la cama, besó mi vientre y adentrando sus dedos entre mis piernas comprobó la humedad de mí sexo.

  • Tienes ganas ¿eh?

  • Sí – Musité. Aunque no de él especialmente.

  • Yo también. Anda, túmbate. – Me pidió.

Obedecí tumbándome sobre la cama con las piernas abiertas y enseguida sentí su respiración sobre mi sexo y luego su lengua buscando mi clítoris. Empezó a chupetearlo y en pocos segundos ya me tenía a mil, gimiendo excitada, mientras sentía aquellas dulces caricias sobre mi sexo.

Moisés movía su lengua muy diestramente de mi clítoris a mi vagina e introduciéndose en ella de vez en cuando. Pero yo no sentía nada, trataba de excitarme, imaginando a Francisco haciéndome aquello, pero no lograba excitarme. Por eso le supliqué:

  • ¡Para, o me voy a correr!

Entonces levantó su cabeza y mirándome a los ojos me dijo travieso:

  • ¿Quieres que te la meta?

  • Sí. – Musité.

Moisés se puso en pie y se quitó el slip. Me hizo tumbar sobre la cama y poniéndose sobre mí, dirigió su sexo hasta el mío y muy suavemente me penetró. Cuando ya estaba completamente en mí, se quedó un rato inmóvil.

Luego empezó a moverse lentamente sobre mí. Y poco a poco fue aumentando el ritmo con suavidad, logrando que me excitara. Pero esta vez yo me sentía muy lejos de él y de aquel lugar, mis pensamientos, mis sentimientos, mis besos, estaban con otra persona.

Después de un rato, cabalgando sobre mí, sentí como todo su cuerpo se contraía y como descargaba en mi interior, mientras yo trataba de disimular que también estaba llegando al orgasmo.

Tras eso se separó de mí, me dio un tierno beso en los labios y dijo:

  • Buenas noches, cariño. - Y se giró dándome la espalda.

Apagué la luz y como él, también me giré dándole la espalda y empecé a pensar y a recordar lo sucedido aquella noche con aquel hombre que no era mi marido. Aquella noche dormí poco y mal, pensando sólo en Francisco.

Al día siguiente, como de costumbre, Moisés y yo desayunamos juntos, en el mismo ambiente enrarecido de cada mañana, como si fuéramos un matrimonio que después de muchos años de casados ya no tuvieran nada que decirse.

Después de que se marchara me dediqué a hacer las labores de la casa e iba a vestirme para ir al gimnasio cuando sonó mi teléfono móvil.

  • ¿Diga?

  • ¡Hola preciosa! – Era la voz de Francisco y al oírla todo mi cuerpo empezó a temblar. Sentí como mi corazón se aceleraba y...

  • ¡Hola!

  • ¿Cómo estás?

  • Bien.

  • Llamaba para saber si podemos quedar, vernos a la hora de comer por ejemplo. – Sugirió.

  • No sé, no creo que sea buena idea. – Traté de excusarme.

  • Si lo dices por tu marido, no te preocupes, tendrá el resto del día ocupado.

  • Bueno, sí, pero no es sólo por eso. Yo...

  • ¿Te arrepientes de algo? – Me preguntó.

  • No, pero... esta bien, quedemos para comer, así podremos hablar.

  • Vale.

  • Pasaré a buscarte por tu casa, si te parece bien.- Propuso Francisco. – Y hazme un favor, no te pongas ropa interior debajo del vestido.

  • Bueno, yo... Esta bien. – Acepté.

  • ¿A las dos?

  • A las dos. – Reafirmé.

Me fui al gimnasio sintiendo aquel nerviosismo que sólo él me hacía sentir rondando por mi estomago. A la una llegué a casa, me duché, me peiné y me puse el vestido rojo que deja entrever el nacimiento de mis senos, sin ropa interior debajo... A las dos en punto sonó el timbre...

Erotikakarenc (del grupo de autores de TR y autora TR de TR).

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