Buscando compañera (1)

Primera entrega de un relato donde un chico busca compañera de piso, y puede que algo más.

Buscando compañera.

La sabrosa lengua de mi novia Karol sobre mi polla, me despertó de un sueño maravilloso rodeado de muchas mujeres jóvenes en el tiempo de la antigua Roma. Cuando abrí los ojos, regresé al mundo real. Mi novia sueca se había levantado con ansias de sexo, y eso que habíamos tenido una sesión doble por la noche, aunque ya estaba acostumbrado. Era una obsesa del sexo y me lo había demostrado en infinidad de ocasiones. Nos conocimos aquí, en Roma, donde estoy de Erasmus. Llevábamos casi 4 meses juntos, y no había un minuto de descanso mientras nos encontrásemos solos en mi apartamento. A veces, creía que iba a desfallecer y las fuerzas no me acompañarían para la próxima vez que Karol quisiese follar de nuevo, pero siempre lo conseguía. Ella sabía como hacerlo. Pero nuestra relación acabó cuando ella puso fin a su estancia en la capital italiana debido a la enfermedad de su madre y regresó a Estocolmo.

Al principio la echaba mucho de menos, pues ya no era lo mismo estar sin ella y dormir solo. Me había acostumbrado a dormir junto a su cálida y blanquecina piel desde la misma noche que nos conocimos. Ahora la casa estaba vacía y me moría por tener a alguien a mi lado.

Por una parte todo era fenomenal, pero necesitaba dinero para mis gastos. La casa era alquilada y debía pagar su precio cada principio de mes, y las cosas no marchaban muy bien de dinero en mi bolsillo. Uno de mis amigos de facultad, y vecino del piso de abajo me aconsejó que alquilara la habitación libre que tenía, pues así ahorraría algo de "money", y estaría más desahogado. Puse varios letreros en diferentes idiomas ayudado por algunos colegas, por la facultad de geografía e historia, pues ya puestos a compartir piso, mejor que fuese con alguien que por lo menos conociese o estudiase lo mismo que yo.

Varias veces llamaron por teléfono, pero solamente una persona se presentó en el piso. Se trataba de Rocio, una sevillana que estudiaba un curso inferior al mío y que acababa de romper con su novio y por lo visto, buscarse la vida lejos de él, con quien compartía piso. La conocía de vista, pero nunca me había fijado en ella tan obsesivamente como para apreciar sus bonitos ojos verdosos, su larga melena castaña y un cuerpo de niña adolescente pero con unas medianas protuberancias a la altura de su pecho. Enseguida me cuajó a la perfección. Razonamos el precio y se trasladó de inmediato. Ella misma se encargó de establecer unos turnos para la limpieza, el uso del cuarto de baño y algunas cosillas más, ya que yo era un desordenado y le pedí que lo hiciese como favor personal.

La primera semana fue bastante bien, sobre todo porque solo nos veíamos a la hora de cenar o nos encontrábamos en el campus, ya que ella salía mucho antes que yo del piso, y no regresaba hasta el anochecer.

Pero la segunda semana cambió todo.

Aludiendo que no tenía clases ya tan temprano por los cambios de horarios y que la mayoría de clases matutinas se las habían pasado a por la tarde, nos encontrábamos todos los días al levantarnos. Mis clases eran siempre de turno de tarde, lo que me permitía dormir mis horitas buenas excepto cuando tenía que hacer mis cosillas en la casa.

Aquella mañana de lunes, mientras fregaba el piso del salón, Rocio entró en el cuarto de baño. Se disponía a ducharse. Yo seguí mis quehaceres hasta que al llegar a la puerta del baño, justo al principio del pasillo que iba hacia las habitaciones, me percaté que la puerta estaba abierta. Sin quererlo, ojeé hacia dentro, pudiendo ver a través de la mampara transparente del plato de ducha que Rocio tenía un bonito cuerpo. El agua caía por su cuerpo desnudo como deteniéndose, intentando no separarse de él en ningún momento. El jabón resbalaba por la piel medio morena en forma de burbujas que no querían ser reventadas para obtener el máximo placer tocándola. Sus manos recorrían todo el cuerpo desde su larga melena hasta sus delgadas piernas mientras dejaba caer la cabeza hacia atrás, esperando que nuevas gotas invadiesen su cuerpo. Los pezones apuntaban hacia la pared, anunciando un cálido placer cada vez que una gota de agua resbalaba por ellos. Daba gracias a Dios por haber tenido la suerte de encontrar una casa que contara con una mampara transparente que dejase ver lo que sucedía dentro de esa ducha, como hacía cuando veía como Karol se duchaba y se masturbaba mirándome fijamente bajo el chorro del agua caliente.

Desaparecía el jabón de su cuerpo y Rocio decidió dar por concluido el refrescante baño. Al cerrar el grifo, bajé la cabeza y seguí fregando el suelo como si nada hubiese pasado, pero inmóvil, sin poder despegarme de la loseta del suelo en la que tenía mis pies aferrados. Rocio se dio cuenta de mi presencia, pero lejos de decir o reprochar nada, cogió la toalla, se secó, envolvió su cuerpo en ella y su pelo en otra, y salió pidiendo disculpas por pisar el suelo mojado. La seguí con la vista hasta verla desaparecer en su habitación.

Almorzamos cuando ella había terminado de preparar unos macarrones con tomate. Luego nos fuimos ambos en autobús hacia la facultad. Nos despedidos y no nos volvimos a ver hasta que llegué al piso. Había comprado unas pizzas por el camino, y eso fue lo que cenamos. Luego se retiró a su habitación, mientras yo me quedé viendo la tele un buen rato.

Cuando me entró el sueño, anduve por el pasillo. Al pasar por su habitación, no pude reprimir mirar hacia dentro, pues siempre tenía la puerta abierta, aludiendo el calor que hacía en aquella habitación por las noches. Calor fue lo que me subió a mí desde los pies cuando al pasar por allí y mirar pude ver como solo dormía con una camiseta blanca casi desgastada y un tanga que permitía ver más allá de mi imaginación. Tirada sobre la cama mirando al techo, dormía plácidamente, con las piernas abiertas y las manos en cruz. Dejaba a la vista un bonito cuadro, donde se podía ver un hilo de tela que se perdía entre los labios vaginales y sus nalgas. La erección fue notable, y en vez de ir a la habitación, retrocedí los 4 pasos que separaban la de Rocio del cuarto de baño y me masturbé como hacía tiempo que no lo hacía.

Por la mañana, ya en martes, me levanté temprano. Rocio barría la casa, y era yo el encargado de preparar el almuerzo. Después de preguntarle qué era lo que le apetecía, intenté hacerlo, aunque la verdad es que mi fuerte no era el arroz con pollo frito, pero estaba comestible.

Hecha la comida, y mientras ella repasaba unos apuntes, me fui al cuarto de baño. Necesitaba ducharme, pues estaba acalorado. Cuando comencé a desnudarme, tuve la intención de cerrar la puerta, pero luego decidí que no, puesto que si a ella no le importaba dejarla abierta mientras se duchaba, ¿por qué debería importarme a mí que me viese desnudo?

Entré en la ducha y al mirar hacia arriba para coger el brazo extensible del grifo, me sorprendí con lo que vi: un tanga. Era el tanga que había llevado puesto mientras dormía, pues era del mismo color, negro. Lo cogí como para sacarlo de la ducha, y no pude reprimir el deseo de olerlo. Nunca antes había hecho nada parecido, pero algo en mi cabeza me pedía que lo hiciese. Al acercarlo a mi nariz, el olor a sexo húmedo de mujer invadió todos los poros de mi cuerpo. Mi polla se puso tan dura y tiesa, que podría haberla utilizado para colgar una toalla. Y en eso, se abrió la mampara. Me quedé congelado bajo el agua caliente. Rocio apartó la mampara, sonrió y dijo.

  • Esto es mío. Lo siento.

Me quedé muy cortado. Tenía la polla durísima y una de mis manos sobre ella. Rocio cogió su tanga negro de mi mano y cerró nuevamente la mampara. La observé cómo salía del cuarto de baño y se iba por el pasillo hacia las habitaciones. Se me había caído el mundo encima. La erección se bajó tan rápido y mi polla se encogió tanto, que pensé que se me había caído por la vergüenza que acababa de pasar. Me duché rápidamente y envuelto en una toalla salí a pedirle disculpas. Estaba ordenando su ropa recién planchada sobre la cama.

  • Mira, Rocio, lo siento mucho. No quería parecer un depravado.
  • Tranquilo, no pasa nada. – contestó sin apenas mirarme.
  • Sí que pasa. Lo siento mucho, no era mi intención. No sé qué me pasó. – repetí desde la puerta de su habitación, en la que no me había atrevido a entrar.
  • Ya te dije que no pasa nada. Disculpas aceptadas – repitió sin mirarme.

Me giré sin decir nada, y me metí en mi habitación. No sabía cómo sería nuestra buena relación a partir de ahora.

Cuando volví al salón, ella preparaba la mesa para comer. Se sentó a la espera de que le sirviese su plato. Así lo hice y me senté frente a ella. No dijimos nada durante la comida.

La semana pasaba y apenas nos hablábamos. Entrecerraba la puerta cada vez que se iba a duchar o a dormir, y yo no tenía ninguna intención de volver a mirar por ellas para no fastidiar más la relación de amistad que habíamos creado.

Pero el viernes por la mañana, todo cambió como si no hubiese pasado nada. Su cara al despertar era radiante. Sonreía cuando se metió en la ducha y dejó la puerta enteramente abierta. Desde el salón, la contemplaba intentando disimular leyendo un periódico viejo, pero sabía que ella sabía que la miraba.

Cuando salió envuelta en sus toallas, se acercó a mí y solo dijo.

  • ¿te importa que invite a unas amigas a casa esta noche, para tomarnos algo en vez de salir de fiesta por ahí?
  • Claro, es tu casa también, estás en tu derecho. – le respondí con un tono algo austero del que no fui consciente hasta que se marchó por donde había venido.

Esa tarde, Rocio no fue a clase. Yo sí y cuando volví a casa, la música se oía desde el rellano, y eso que estábamos en el tercero.

Cuando abrí la puerta, Rocio estaba sentada en un sillón, fumándose un cigarro y sujetaba una copa con la otra mano. A su lado, una de sus amigas que me había presentado un día en la facultad. Sobre el otro sillón, 2 chicas más, que no conocía. Todas fumaban y bebían hablando de sus cosas, de chicos y de pollas, por lo que escuché cuando, tras saludarlas, me fui a mi habitación a dejar las cosas y me detuve a ver que decían tras mi llegada.

La puerta de la casa sonó bastante fuerte. Alguien la golpeaba desde fuera. Rocio abrió y se trataba de un vecino que había subido a quejarse del ruido. Bajaron la música y todo se calmó.

Habían pasado varios minutos, como unos 15 desde que el vecino furioso de abajo había subido, cuando Rocio se presentó en mi habitación. Sin tocar, entró y me pilló ojeando unas revistas de coches.

  • ¿qué haces? – preguntó como si no lo hubiese visto.
  • Pues aquí, leyendo un poco. ¿quién toco antes la puerta que casi la tira? – pregunté haciéndome el desentendido.
  • El vecino de abajo, ese que vive al lado de tu amigo, que decía que la música estaba muy alta.
  • Pues ya sabes, bájala un poco.
  • Ya la bajé, papá. – soltó riéndose y se acercó hasta la cama, sentándose a mi lado.

La miré con cara de pocos amigos, pero a la vez, conteniendo las risas de que me hubiese llamado papá.

  • Vente con nosotras y te tomas algo.
  • No gracias. Eso es una fiesta privada de mujeres – exclamé sin levantar la cara de un lamborghini amarillo que salía en la revista.
  • No seas tonto. Vente y te tomas algo.
  • No, gracias.
  • Pues mira que eres tozudo. Si quieres, ya sabes, allí te espero.

Salió casi corriendo, como enfadada de la habitación. Tenía muchas ganas de ir y sentarme con ellas, pues todos los días no se está con 4 chicas para uno solo, aunque sea para hablar. Entonces, sonó el tono de mensajes de mi móvil.

  • "vente, te estamos esperando para hablar"

Lo firmaba Rocio desde un número que no era el de ella. Me levanté de la cama y me dispuse a salir, pero luego entré de nuevo y cerré la puerta. No sabía qué hacer, pues no sabía si Rocio les había contado a sus amigas lo del problemilla de su tanga en el baño, y no quería ser el centro de todas sus risas.

  • Qué más da. Que se rían. Al cuerno con todas ellas. – dije en voz alta.

Salí y me fui para el salón. Allí seguían todas fumando y bebiendo como si sus copas no se acabaran nunca.

  • Por fin, menos mal que te dignaste a salir de tu habitación. Ven, siéntate aquí. – dijo Rocio.

Se apartó un poco y me dejó un hueco bastante pequeño que permitió que desde que me senté, su piel y la mía se rozasen, aunque fuese a través de la ropa que llevábamos puesta.

Me costó entrar en la conversación de las chicas, pues hablaban de hombres y casi siempre cosas malas, pero no hacían referencia a nada del tanga que tanto me preocupaba. Me preguntaban cosas que querían saber de hombres, de por qué éramos así y cosas similares. Pronto se me había pasado el poco de vergüenza que sentí al llegar allí, también, por el efecto que el alcohol empezaba a hacer en mí.

Sobre la una menos algo de la madrugada las chicas decidieron irse a bailar, pero Rocio, que seguía pegada a mí en el sillón, les dijo que ella no saldría, que tenía cosas que hacer por la mañana. Se levantó cuando estaban a punto de salir por la puerta, y le dijo a la que había estado sentada en el mismo sillón que nosotros, que mañana viniese por la tarde a buscarla y que trajese ropa para quedarse a dormir.

Salieron despidiéndose de mí con sus manos y sus palabras, y Rocio cerró la puerta. Se volvió a sentar junto a mí, aunque más separada. Bebió de su vaso, y luego se recostó en el sillón, poniendo su cabeza sobre mis muslos. El escote de su camiseta era bastante pronunciado, y aunque no eran muy grandes, sus pechos se veían perfectamente a través del hueco. Noté como mi polla se levantaba y ella movía la cabeza, comprendiendo que también lo había notado.

  • Parece que aquí dentro hace calor – dijo abanicándose con una de sus manos.
  • Sí, bastante – contesté liberándome de la camiseta que empezaba a empaparse de sudor.

La verdad es que hacía un calor de mil demonios allí dentro, y unido a que las ventanas estaban abiertas y no entraba nada de aire fresco, más el humo de los cigarros, la estancia estaba bastante caldeada.

  • Voy a cambiarme de ropa. ¿tienes sueño? – preguntó Rocio ya levantada.
  • No, todavía no. La verdad es que no tengo nada de sueño.
  • Enseguida vuelvo.

Se perdió entre las paredes que conducían a su cuarto. No tardó en regresar ya solo con una camiseta vieja y algo roída sobre su cuerpo, tapando su sexo con un minúsculo tanga verde fluorescente.

Mi polla se acrecentó de nuevo al verla. Había conseguido pensar en otra cosa y que volviese a su estado natural, pero el cuerpo de aquella compañera de piso que me había tocado por fortuna, la devolvió a un estado febril. No separaba mis ojos de su cuerpo, sin importarme lo que ella pudiese pensar. No era la primera vez que la veía así, e incluso, desnuda, pero algo de ella me excitaba tanto que era inútil separar la vista de su cuerpo en dirección a otro lado, pues enseguida, las cuencas de mis ojos volvían a posarse sobre ella. Recogía los vasos y vaciaba el cenicero bajo mi atenta mirada. En el pantalón corto que llevaba yo puesto, era desmesurado el tamaño del bulto que se asomaba desde la entrepierna. No me importaba que me lo viese.

Cuando acabo de recoger todo, se sentó de nuevo a mi lado, y fijamente mirándome, comenzamos a hablar de sus amigas. Eran buenas chicas, algo alocadas y bastante guarras, según ella. Pero al fin y al cabo, siempre les había sido fiel en todo momento. La conversación derivó poco a poco en el sexo. Con cuantas chicas había estado yo, cuantos chicos habían pasado por ella y entre sus piernas, etc., etc. Se iba calentando más el ambiente, y mi polla no cejaba de empujar el pantalón hacia arriba. A ella parecía no incomodarle, pues miraba de reojo cuando hablaba, disimuladamente, eso sí, pero miraba hacia el bulto de mi pantalón.

Se acomodó mejor en el sillón, sentándose por completo sobre él, cruzando las piernas a modo indio y dejándome la panorámica de su entrepierna a la vista. Descaradamente, mis ojos se tornaron hacia su tanga fluorescente. Marcaba muy finamente sus prominentes labios vaginales, que asomaban muy escasamente por ambos laterales de su llamativo trozo de tela. Nada de vello púbico, como había observado varias veces en la ducha cuando se bañaba o por las noches, cuando abría los pies y yo, al pasar por delante de su puerta, observaba detenidamente su sexo.

Seguimos hablando de sexo, mucho más fuerte que antes, con explicaciones más detalladas de sus perversiones y alguna que otra de las mías, aunque al parecer, me ganaba. Era magnífico poder hablar con aquella chica de cualquier cosa, y sobre todo, de un tema tan tabú para las mujeres, o más bien, para algunas mujeres.

Sin quererlo, nos tocábamos las manos cuando hablábamos, e incluso, llegué a ponerle una mano sobre uno de sus muslos cuando explicaba alguna cosa referente a algún hecho que había practicado con otra chica. Notaba como se ponía nerviosa y sus ojos se clavaban en mi mano, mientras le acariciaba el muslo inconscientemente. La deseaba y necesitaba hacer algo para saber si ella me deseaba también a mí.

Pero no hizo falta. En una de sus explicaciones en la que yo la miré algo extrañado, ella, poniéndose de pie, me dijo que me lo explicaría mejor. Me levantó y me sentó sobre la mesa de madera que había en medio del salón. Bastante pequeña de altura, sentado, dejaba mi cabeza a la altura de su sexo. Se subió en la mesa, dejando ahora su sexo sobre mi cabeza.

  • Sujétame por los pies. – me pidió.

Obedecía como fiel perrito a su amo. Aferré fuerte sus pies a la altura de los tobillos. Luego dejó caer su cuerpo sobre mi cara y puso su sexo sobre mi boca. Comenzó a restregarse contra mis labios. Notaba el olor a sexo que desprendía el minúsculo tanga verde fluorescente y sin poder evitarlo, abrí la boca y lamí todo lo que a ella llegaba. Un suave gemido salió de su boca, moviéndose más y más fuerte contra mi cara. Mi lengua repasaba toda la tela del tanga de Rocio, mientras se iba empapando de una mezcla de mi saliva y de sus jugos. Levanté una de mis manos y separé un poco el tanga. Hundí mi cabeza más entre sus piernas, y lamí sus grandes labios vaginales, hundiendo la lengua entre ellos, buscando la rajita que se perdía en aquella oquedad. Repasé la rajita de arriba abajo ayudado con su movimiento de cintura, que no cesaba de su empeño en restregar su coñito suave y liso por toda mi cara. Aprisioné el botón que aprecié con la lengua al principio de su rajita y lo lamí y mordisqueé muy suavemente. Sus gemidos aumentaban, eran bastante sonoros, respirando bastante más rápido que antes. Un pequeño caudal de líquido empezaba a desprenderse de sus adentros, mientras yo lo intentaba recoger con mi lengua y beber todo lo que podía. Y de repente, como si una inundación sin previo aviso se tratase, mi boca recogió bastante más flujo del que al principio manaba. Sus gemidos y jadeos eran incesantes, mientras su cintura no paraba de retozar contra mi cara, aprisionándome la cabeza entre sus piernas sedosas.

Acabó de retorcerse y se bajó de la mesa. Sonreía mientras caminaba la distancia de 4 pasos que separaba su bolso de nuestra posición. Hurgó en él y sacó algo. A la vista de mis ojos dejó ver un preservativo. Lo abrió y se arrodilló delante de mí. Comenzó a bajar mi pantalón, haciéndome que me levantase un poco para poder liberarlo más fácil. Tiró de todas las prendas que encontró por el camino de sus manos. Mis bóxers desaparecieron con el pantalón, dejando que mi polla erecta al cien por cien apareciese delante de ella, apuntándola y cogiendo aire después de estar oprimida y encarcelada.

Sacó los pantalones y los bóxers de mis pies y pasó la punta de su lengua por mi capullo. Un escalofrío me recorrió, hasta tal punto que casi hace que me corriese en ese preciso instante. Pero solo fue un instante. Se incorporó casi del todo, y con un manejo increíble, colocó el condón sobre mi polla, apretándola justo desde el final y meneándola un poco para luego sentarse en mi regazo y con una de sus manos, llevarla hasta su hendidura, penetrándose mi polla por aquel coñito que tan bien sabía. Un leve suspiro afloró de su boca. Muy suavemente, comenzó a moverse, mientras yo lamía sus pechos por encima de la camiseta de dormir que aún llevaba puesta. Notaba como mi polla recorría la totalidad de su oquedad, mientras el tanga, apartado de su rajita, me rozaba cada vez que mi polla salía un poco de su coño. Era un placer muy placentero, valga la redundancia. Me apretaba la cabeza contra su pecho, mientras mi lengua seguía saboreando sus tetas sobre la camiseta. Pero no aguanté más. Despegándome unos centímetros de su cuerpo, conseguí romper la camiseta. Sus pechos fueron engullidos por mi boca, apretándolos uno contra el otro, para tenerlos cerca y no tener que separar mi boca de su piel.

Aquello pareció maravillarla. Sus gemidos aumentaban con cada lengüetazo que le profería, mientras su cabalgadura hacía lo mismo sobre mi polla. Y llegó el momento. Mientras comencé a correrme, ella se contraía y movía mucho más rápido su cintura, consiguiendo que al instante en el que ya no salía más leche de mi polla alojándose en el condón, ella tuviese su segundo orgasmo, algo más intenso que el primero, pero igual de agradable.

Nos besamos y de pronto, notamos como nuestros cuerpos caían al suelo por acción de la gravedad tras oír un fuerte ruido. La mesa se había partido en dos, y habíamos caído con ella al suelo. Cuando nos dimos cuenta de lo sucedido, lo único que pudimos hacer fue reírnos.

Dormimos juntos esa noche, apretados como si comenzara una relación, aunque estaba seguro que eso era lo que ambos queríamos.

CONTINUARÁ….