Bus de Trujillo a Lima
Una pareja muy especial calienta su viaje en el norte del Perú, con ayuda de una tercera persona.
BUS DE TRUJILLO A LIMA
Una pareja muy especial calienta su viaje en el norte del Perú, con ayuda de una tercera persona.
BUS DE TRUJILLO A LIMA
Viene el bus semi vacío,
es invierno y hace frío,
una pareja de esposos
hacia Lima van dichosos.
Ella es joven y bonita,
un encanto de esposita
mientras el hombre aparenta
que pasa de los cincuenta.
Ella atrae las miradas
con su faldita apretada,
hay una magia hechicera
en su juego de caderas,
y en el rostro del esposo
Se nota que está orgulloso.
Buscan el último asiento,
cierran bien el cortaviento,
y para más abrigarse
empiezan por abrazarse.
El la besa con ternura,
ella es la misma dulzura,
el adelanta sus manos
a los pechos soberanos,
y al calor de muchos besos
van calentando los huesos.
Un hombre menor de treinta
cerca a la dama se sienta,
pero sin hacerle caso,
ellos siguen en su abrazo.
Una mano abre la falda,
la otra baja por la espalda,
el calzoncito de seda
entre los dedos se enreda,
la boca, por no ser menos,
se pone a buscar los senos.
La joven, manos inquietas,
algo busca en la bragueta
y con sus labios rosados
se pone a chupar su helado.
El joven del otro asiento
observa todo, sediento,
la dama se ve preciosa,
con su boquita golosa
con los muslos descubiertos
y los labios entreabiertos.
mientras el hombre acaricia
el jardín de las delicias.
El pobre joven de al lado
lleva el pantalón mojado
pues mirando a la pareja
se excita hasta las orejas,
pero un detalle curioso
le parece lastimoso:
El buen hombre del costado
aparenta estar cansado,
su miembro no se endereza,
no levanta la cabeza.
falta vigor masculino
al órgano del vecino
y la herramienta querida
pareciera estar dormida.
La señora está tan buena
que el incidente da pena
sin intención de ofenderla,
¡quien pudiera complacerla!
El joven sueña atrevido
en ayudarle al marido
y pedir consentimiento
para prestar su instrumento.
La idea es tan seductora
que se acerca a la señora
y con algo de malicia,
por detrás le hace caricias.
El contacto lo calienta
y descubre su herramienta,
pero el esposo lo advierte
y el joven se queda inerte.
Quiere guardarse la hombría,
pero es precaución tardía,
pues mucho ya le ha crecido,
y lo ha visto el buen marido.
Es un miembro grueso y rojo
el que descubren sus ojos,
la herramienta es firme y dura,
¡qué venas y nervaduras!
... como alguna vez sería
su propia lanza algún día.
El joven aventajado,
se sonroja avergonzado.
y la damita, excitada
también contempla la espada.
Discúlpenme, no se ofendan
dice el joven apenado,
pero es normal que me encienda
al ver lo que yo he mirado
Como no es hombre celoso,
se compadece el esposo
y un deseo de repente
se le cruza por la mente:
regalarle a su mujer
un permiso de placer
y hacerle al joven ardiente
una propuesta indecente:
que a su mujer la posea
mientras que nadie los vea.
A la dama le confiesa
sus intenciones traviesas,
ella al principio se niega,
pero el esposo le ruega,
ella duda, se avergüenza,
pero su mente ya piensa
el placer que gozaría
si acepta la fantasía.
En los años de casados,
pocas veces ha logrado
satisfacer plenamente
la sed de su cuerpo ardiente.
y este joven atrevido
que le ofrece su marido
pareciera devorarla
con su forma de mirarla.
Admite que si le gusta,
pero su verga la asusta,
se ve tan grande y crecida
tan palpitante y con vida.
Y ella allí, semidesnuda,
sin resolver esa duda.
mientras sigue su marido
acariciándole el nido.
El esposo, otra vez ruega
y con el clítoris juega,
hasta que al fin ella aprueba
gozar la experiencia nueva.
El hombre llama al muchacho
y lo invita sin empacho:
Si la quieres poseer,
te convido a mi mujer,
siempre que yo pueda ver
y saborear el placer.
El joven, muy complacido,
toma pronto lo ofrecido
y con mil caricias tiernas
va recorriendo las piernas
mientras sus ojos devoran
los muslos de la señora.
Ella lleva falda abierta
y el tiene la mano experta,
pronto llega con los dedos
al bosque de los enredos.
El joven no tiene freno
y el panal está tan bueno,
que sólo verlo es tortura
y lamerlo es sabrosura.
La damita ya jadea,
con lo mucho que desea
y en sus pétalos mojados
hay rocío azucarado.
El bus tiene asientos altos
y en cada bache da saltos,
ningún pasajero atento
se entera del movimiento
y en el asiento final,
la fiesta es fenomenal.
Está todita mojada
la dulce dama casada.
y el esposo comprensivo
goza de un show exclusivo.
contemplando a su mujer
encendida de placer.
El mismo sugiere luego
llevar más lejos el juego
y a la esposa le consiente
que sobre el joven se siente.
En un gesto precavido,
saca un condón el marido
para cubrir con cuidado
el dardo del invitado.
luego ayuda a su señora
a gozar sin más demora.
Caderas firmas y blancas
se trepan, divinas ancas
sobre el poste del amigo.
solo el marido es testigo
de toda la travesura:
El ariete en la hendidura
se desliza suavemente,
luego un empuje potente,
un descanso, otra embestida
y esta aventura prohibida
a la plena luz del día
a los tres les da alegría.
Goza el esposo mirando
y ella goza cabalgando,
goza el joven abrazando
y todos están gozando.
El esposo, atento el ojo
a la llave en el cerrojo
descubre cuanto le agrada
ver su dama penetrada
Y aunque la esposa es discreta,
no puede quedarse quieta,
teniendo la pila puesta,
se mueve, que es una fiesta.
Suben y bajan las ancas
bellísimas de potranca
y el joven desconocido
la complace agradecido,
mientras también el marido
goza el placer compartido.
Tan alta ya está la hoguera
de aquella danza traviesa
que el hombre se recupera
y su tallo se endereza.
Aprovecha ese momento
y sin dudar un instante,
aproxima su instrumento
al orificio vacante.
Cómo goza la damita,
cómo sube, cómo baja,
cómo se entrega, exquisita
a aquellos que la trabajan.
Qué complacida la esposa,
cuánta esencia le derraman
y cómo besa, gozosa,.
al marido que la ama.
Al fin, en el paradero,
bajan los tres pasajeros
y todos bajan mareados
de tanto placer gozado.
Intercambian direcciones
y anhelan repeticiones
pues la fruta prohibida
es la más apetecida.
...Y así, al final de este cuento,
todos salieron contentos.