Burlar al destino
En cada reencarnación, llego al mundo solo, crezco y vivo desdichado hasta que él me encuentra y, cuando por fin conozco la felicidad en sus brazos, muero irremediablemente y le rompo el corazón. Después, el ciclo vuelve a empezar.
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En esta vida, los demás me llaman Martín. Aunque, en realidad, mi nombre importa muy poco, tan sólo es uno de tantos, el último de los muchos que he tenido a lo largo de los siglos. Lo primero que debes saber es que soy un huérfano, siempre lo he sido. En cada reencarnación, llego al mundo solo, crezco y vivo desdichado hasta que él me encuentra y, cuando por fin conozco la felicidad en sus brazos, muero irremediablemente y le rompo el corazón. Después, el ciclo vuelve a empezar. Ese es el castigo que tenemos que pagar por nuestros pecados del pasado.
He vivido en todas las épocas, caminado por cada uno de los continentes de la tierra, hablado infinidad de idiomas y tenido tantos rostros diferentes como nombres, pero, él siempre me reconoce. Su maldición es llorar mi muerte por toda la eternidad, y la mía no poder recordar nuestro pasado juntos, hasta que ya es demasiado tarde y estoy a punto exhalar mi último aliento. Así que, como ya habrás supuesto, la única razón por la que, ahora, puedo estar contándote esta historia es que me estoy muriendo. En apenas unos minutos, me habré ido y, esta vez, será para siempre, porque traté de burlar al destino y fallé. Pero, creo que me estoy adelantando demasiado a los acontecimientos, debería comenzar por el principio o, mejor dicho, por el principio de esta vida, puesto que las otras ya poco importan:
Cuando creces siendo un huérfano como yo, sin el cariño de una verdadera familia, a menudo te preguntas si tu existencia tiene realmente algún propósito o sólo has sido el producto de un desdichado error. Al principio, cuando era un niño, trataba con todas mis fuerzas de creer que mis padres estaban buscándome. Y, cuando por fin me encontrasen, serían las dos personas más buenas, generosas y cariñosas del mundo conmigo. Entonces, me darían una buena razón por haberme abandonado cuando sólo era un bebé recién nacido. A veces, cuando cerraba los ojos y me concentraba mucho, incluso era capaz de ver sus rostros sonrientes y escuchar sus voces amables, mientras me daban un abrazo de bienvenida.
Pero, a medida que me iba haciendo mayor y pasaba de una familia de acogida a otra, sin que ninguna me tuviese durante mucho tiempo porque decían que era demasiado problemático para lidiar conmigo, me convencí de que nadie iba a venir a buscarme jamás y que era el único responsable de mi propia suerte. Entonces, empecé a contar los días que faltaban para cumplir la mayoría de edad y poder hacer lo que quisiera. Me aferré a esa idea con todas mis fuerzas, porque creía que mi libertad era lo único que tenía. Pero, estaba equivocado. Ni siquiera pude elegir mi propia vida, porque ya hacía mucho tiempo que el destino la había decidido por mi y, por mucho que lo intentes, no se puede burlar al destino.
Tenía diecisiete años cuando fui a parar a “Nuevos Horizontes” , un Centro De Internado Terapéutico para Menores Infractores o, lo que es lo mismo, un manicomio para adolescentes. Estaba acusado de provocar el incendio que mató a mi tutor legal. Las autoridades descubrieron que el fuego fue provocado y que se inició en el dormitorio del hombre, calcinándolo al momento, para luego extenderse por todo el primer piso. A esa hora, nosotros dos éramos los únicos que seguíamos en la casa. Además, un testigo le aseguró a la policía que, tras iniciarse el incendio, me vio salir a la calle totalmente ido, que me senté en la acera para observar el fuego y, cuando me preguntó si había alguien dentro, negué con la cabeza y me reí a carcajadas. Todo eso añadido a la fama de chico problemático, que me había perseguido durante toda mi vida, fueron razones suficientes para que alguien decidiese que yo era el único responsable de lo que había pasado, así como un peligro real para los demás y para mi mismo al que había que mantener encerrado. De nada sirvió que jurase, una y otra vez, que no recordaba haber hecho ninguna de las cosas de las que se me acusaba. Al contrario, tan sólo les di una razón más para dudar de mi salud mental.
A pesar de que el centro “Nuevos Horizontes” proclamaba al mundo que su prioridad era la rehabilitación de los jóvenes infractores para que pudiesen reintegrarse plenamente en la sociedad, éste estaba lleno de todo tipo de delincuentes juveniles, que llevaban años entrando y saliendo de sitios como aquel, sin que su afán por “rehabilitarlos” hubiese obrado ningún tipo de cambio positivo en su comportamiento. La mayoría eran muy violentos y extremadamente peligrosos. Además, existía una fuerte jerarquía social, no escrita, por orden de antigüedad, donde los novatos éramos carne de cañón para toda clase de ataques y abusos por parte de los más veteranos.
Pero, después de haberme pasado toda mi vida en Centros de Menores y familias de acogida, estaba más que acostumbrado a luchar cuando era necesario para hacerme respetar entre mis iguales. Así que, tras varias peleas sangrientas que terminaron con tres heridos graves y un chico en cuidados intensivos, conseguí que los matones me temiesen lo suficiente como para que dejasen de meterse conmigo. Y sin pretenderlo, en muy poco tiempo, me gané la admiración y la amistad incondicional de muchos de mis compañeros. Creo que esos chicos fueron lo más parecido a una familia que he tenido nunca. Entonces, llegó él.
Nunca olvidaré la primera vez que vi a David. Yo estaba en la sala común, jugando a las cartas con Pedro, mi compañero de habitación, cuando empecé a oír los cuchicheos, a mi alrededor, de que acababa de llegar más “carne fresca” al centro. Cuando levanté la vista, me encontré con unos penetrantes ojos azules que me miraban fijamente, en un rostro extremadamente pálido, enmarcado por una melena larga y tan negra como el carbón. Sin embargo, lo que más llamó mi atención fue su insistente mirada sobre mi y aquella extraña expresión en su rostro, que mezclaba: reconocimiento, sorpresa y cierto horror. Como si me conociese, pero, a la vez, le extrañase y molestase encontrarme allí. Aunque, por mi parte, estaba bastante seguro de que nunca lo había visto antes, así que me limité a ignóralo. Pero, según iban pasando los días y sentía su insistente mirada siguiéndome a todas partes, empecé a estar cada vez más nervioso e irritable. Además, para colmo, ni siquiera me dirigía la palabra, solamente se limitaba a observarme, como si yo fuese algún tipo de espécimen de laboratorio al que hubiese que estudiar.
¡Oye, Martín, el “bicho raro” está mirándote fijamente otra vez! –me dijo Pedro con una sonrisa burlona en los labios- ¡Parece que tienes un admirador!
¡Paso de él, ya se cansará…! –respondí, tratando de sonar indiferente, mientras removía con mi tenedor el presunto puré de patas que nos habían dado para cenar. Después, le dediqué una disimulada mirada de reojo a David, pero, él la notó al momento y nuestros ojos se encontraron, durante unos largos segundos, hasta que bajé la vista nervioso y avergonzado.
Pues, si yo fuese tú, tendría mucho cuidado con él, porque el Potas me ha contado que, hace unos días, trató de hacerle una mamada en las duchas… -se burló.
¡Nadie tiene tan pocos escrúpulos como para querer chupársela al Potas! –protesté divertido y asqueado a partes iguales, antes de volver a mirar al chico, que levantó una ceja y me dedicó una medio sonrisa. Entonces, un intenso escalofrío recorrió mi espalda. De no saber que era imposible, habría jurado que él estaba escuchando toda la conversación, pero, eso no podía ser, nadie era capaz de oír a tanta distancia ¿O si? - Me voy a la habitación… -murmuré aturdido.
¿Estás bien?
Si, si, sólo quiero leer un poco antes de que apaguen las luces –mentí. Después, salí corriendo.
En el fondo, sabía que estaba siendo un completo idiota por permitir que su extraño comportamiento me afectase de aquel modo. Yo no era débil, sabía perfectamente cómo defenderme. Ya había enviado al hospital a matones más grandes que él por ofensas mucho menores que la suya. Y, sin embargo, por alguna extraña razón que no alcanzaba a comprender, David me inspiraba un miedo totalmente irracional. Como si tan sólo con estar cerca de ese chico, se activase una ruidosa alarma en mi interior, que ni siquiera sabía que tenía. Y, definitivamente, esa era la primera vez que me sucedía algo así en mi vida. Iba de camino a mi dormitorio, cuando sentí que alguien me seguía y, al girarme, allí estaba él de nuevo, a sólo unos pocos metros de mi. “¡Esto ya es el colmo!” pensé colérico, y volví sobre mis pasos con una mirada amenazante para enfrentarlo de una vez por todas. Quería que me dejase en paz y estaba más que dispuesto a golpearlo violentamente si eso era lo que hacía falta para quitármelo de encima, pero, su actitud tranquila me descolocó demasiado, no había ni un ápice de miedo en su rostro, solamente curiosidad e, incluso, me pareció notar cierta diversión en sus penetrantes ojos azules. Eso todavía me enfureció más. Claramente, aquél imbécil aún no sabía bien quién era yo o, lo que era peor, tenía un exceso de confianza sobre sus habilidades de lucha. En cualquier caso, pensaba bajarle los humos.
¿Por qué me sigues? –le rugí furioso.
Yo no te sigo –me respondió con esa serenidad tan imperturbable como desquiciante- Simplemente, vamos en la misma dirección. A mi también me gusta leer en la cama, antes de que apaguen las luces –añadió, dedicándome una medio sonrisa.
¿Además de espiarme constantemente, también te dedicas a escuchar mis conversaciones? –le increpé, tratando de camuflar mi desconcierto con ira.
No te espío… -repuso muy tranquilo.
¿Me tomas por imbécil? ¿Te crees que no me he dado cuenta de que no dejas de mirarme? ¿Por qué coño me miras tanto? ¿Qué quieres de mi?
No quiero nada. Si tanto te molesta que te miren, dejaré de hacerlo. No te preocupes –respondió. Y por un momento, me pareció que su rostro había dejado traslucir una emoción totalmente distinta a la serenidad que me había estado mostrando hasta ese momento: un profundo y enraizado dolor.
¡Más te vale o, la próxima vez, te partiré la cara! –le grité.
Al menos, tu espíritu combativo no ha cambiado… –murmuró pensativo.
¿De qué coño hablas? ¡Tú y yo no nos conocemos de nada!
Tienes razón. Te habré confundido con otra persona –farfulló, antes de continuar su camino y dejarme allí solo y confuso.
Entonces, estuve seriamente tentado a ir detrás de él para darle un buen puñetazo en la cara, pero, de repente, comencé a sentirme muy débil y mareado, y tuve que apoyarme contra la pared durante un buen rato para no caerme de morros al suelo. No era la primera vez que me mareaba así desde que llegué a “Nuevos horizontes” . De hecho, cada vez, me pasaba más a menudo, pero, nunca había sido tan fuerte, ni había durado tanto tiempo como en esa ocasión. Me costó mucho llegar a mi habitación, tuve que ir apoyándome contra la pared todo el camino, y parándome a descansar cada pocos pasos, porque me sentía completamente exhausto, como si alguien hubiese licuado toda la energía de mi cuerpo. Cuando por fin lo conseguí, me tiré sobre la cama con la ropa y los zapatos puestos y, luego, perdí el conocimiento.
-2-
El colchón se hundió bajo el peso de otro cuerpo a mi lado. Soñoliento, me moví un poco para hacer sitio al intruso. Cuando vivía con mi última familia de acogida, uno de los otros niños solía meterse en mi cama por las noches para dormir conmigo, porque decía que tenía miedo a la oscuridad. Por eso, al principio, en mi estado de semi inconsciencia, creí que había vuelto a mi antigua habitación y que mi pequeño “hermano” quería quedarse en mi cama. Alguien me tiró del hombro para forzarme a cambiar la postura de lado hasta estar tumbado boca arriba. Noté como hurgaban en el cierre de mi pantalón y traté de volver a girarme para eludir la intrusión, estaba demasiado cansado y no tenía ganas de aguantar bromas pesadas, pero, una mano firme en mi pecho me mantuvo con la espalda pegada al colchón, mientras la otra me bajaba la cremallera. Traté de abrir los ojos, pero, los párpados me pesaban demasiado, y apenas logré pestañear. Cuando unos dedos se adentraron por cada lado de la cinturilla de mi vaquero y comenzaron a tirar hacia abajo para sacármelo, volví a intentarlo con más ahínco y, esa vez, conseguí mantenerlos abiertos. Al principio, la luz me cegaba, pero, cuando mis ojos por fin se acostumbraron, me encontré con el rostro pálido de David, que me miraba con una extraña expresión recriminatoria.
¿Qué estás…? –traté de preguntar con un hilo de voz.
¿Cómo has podido hacerme esto? –murmuró él, frunciendo el ceño y negando con la cabeza.
¿El qué? –insistí confuso.
¿De verdad pensabas que yo sería capad de dejarte morir? ¿Incluso así? –me increpó con rabia, mientras una lágrima resbalaba por su mejilla. Después, me bajó el pantalón hasta los tobillos. Traté de forcejear con él, pero, estaba demasiado débil para oponer resistencia- Siempre, ha funcionado al revés, así que supongo que, ahora, debería hacerlo de esta forma… -masculló con resignación. Estaba a punto de abrir la boca para exigirle que me explicase a qué coño se refería con su desquiciado monólogo, cuando sentí una mano firme agarrando mi polla para, acto seguido, comenzar un suave bombeo.
¡No, para! –protesté aterrorizado.
¡Créeme, esto me hace tan poca gracia a mi como a ti! –repuso molesto, antes de que algo húmedo y caliente recorriese mi glande. Me estaba lamiendo. Y lo más extraño de todo era que mi cuerpo reaccionaba rápidamente a sus caricias impuestas. Sin poder evitarlo, en apenas unos segundos, una fuerte erección comenzó a crecer bajo el agarre de su mano. Entonces, David se detuvo un momento, inspiró profundamente, dejó escapar un leve suspiro y, luego, continuó con sus tentativas lamidas.
Traté de zafarme de él, quería ser capaz de resistirme, pero, la mano firme sobre mi muslo y el cálido aliento en mi entrepierna me mantenían totalmente inmovilizado. Los labios de David se cerraron sobre la cabeza de mi polla, mientras su lengua continuaba con el errático reconocimiento de mi glande. Dejé escapar un quejido ahogado. Me incorporé dificultosamente hasta quedar sentado, y miré hacia abajo para asegurarme de que todo aquello era real y no la retorcida fantasía erótica de una mente enferma. Sus ojos se encontraron con los míos a través de los largos mechones de pelo negro, que se derramaban descuidadamente por delante de su rostro y rozaban sobre mi abdomen, proporcionándome un agradable y suave cosquilleo. Inconscientemente, mi mano derecha hizo todo el camino para apartarle el pelo de la cara y, después, mis dedos se enredaron en un mechón para jugar con él.
Por un momento, me pareció que me sonreía, pero, cuando fui consciente de lo que estaba haciendo y mi mano volvió a caer muerta sobre el colchón, su sonrisa también se desvaneció, y su rostro recuperó la severidad que había lucido desde que irrumpió en mi cama. Aquella situación resultaba totalmente surrealista, era él quien me estaba forzando a mi y, sin embargo, parecía incluso más asustado que yo.
Lentamente, la cabeza de David fue descendiendo, acompañado de la caliente succión y el diestro bombeo de su puño en la base, lo que trabajó en contra de mi ya de por sí mermada voluntad. Entonces, mi mente se nubló y me abandoné completamente a esas caricias, dejé que mi espalda volviese a tocar el cochón y mis ojos se cerrasen para disfrutar más de las sensaciones. Muy en el fondo, sabía que debía resistirme, pero, ya no recordaba por qué. Cuando su boca comenzó a subir y bajar rítmicamente por el tronco, yendo más profundo cada vez, olvidé hasta mi nombre. A medida que el orgasmo se acercaba, noté como una poderosa energía entraba en mi cuerpo, a través de todos los poros de mi piel. De repente, ya no me sentía débil y enfermo como antes, sino que estaba más fuerte y sano que en toda mi vida. Y a medida que aquel torrente de energía me iba inundando, mis caderas comenzaron a moverse solas bajo su boca, haciendo que mi polla se enterrase profundamente en su garganta, mientras lo sujetaba por la cabeza y lo empujaba violentamente hacia abajo. David se atragantó y tosió en varias ocasiones. Trató de parar mis envites e inmovilizarme contra el colchón colocando sus manos sobre mis muslos, pero, ahora, su agarre había perdido la firmeza del principio. Se estaba debilitando a la misma velocidad que yo me fortalecía.
- ¡Oh, mierda! ¡Joder! -grité, entre roncos gemidos, mientras sentía la inevitable emoción apretar mis testículos. Mis caderas bombearon frenéticamente contra la boca de David, que ya se había dado por vencido en sus lastimeros intentos de pararme, y trataba estoicamente de mantener el tipo mientras su nariz chocaba bruscamente con mi pubis.
Cuando eyaculé con mi polla profundamente enterrada en su garganta y el fuerte agarre de mis manos en su nuca, no lo dejé ir hasta que se tragó hasta la última gota de semen que salió de mi cuerpo. Estaba eufórico, y no sólo por intenso orgasmo que acaba de experimentar, me sentía muy fuerte y borracho de energía, incluso poderoso, pero, al separarse de mi, David tenía un aspecto totalmente demacrado, casi enfermizo. Tras dedicarme una breve mirada recriminatoria y profundamente llena de tristeza, se puso en pie con cierta dificultad y caminó tambaleante hacia la puerta para marcharse de mi habitación.
¡No tan rápido! –le increpé, interponiéndome de una zancada entre él y la puerta para, acto seguido, inmovilizarle los brazos a la espalda- ¡Aún no he terminado contigo!
¿Qué quieres?
¡Me vas a dar una buena explicación para lo que acaba de pasar aquí, pero, antes de eso, voy a follarte a cuatro patas como un perro! –murmuré, mientras mantenía agarradas sus muñecas con una mano y le desabrochaba la bragueta con la otra.
Te estabas muriendo, sólo traba de ayudarte… –masculló. Parecía realmente aterrorizado, como si no dudase ni por un momento de mi capacidad para violarlo allí mismo- Por favor, tú no eres así. Solamente, estás bajo el efecto del influjo, se te pasará en un par de horas…
¿De qué coño hablas, tarado? –gruñí molesto, mientras le bajaba los pantalones de un tirón- Lo podemos hacer por las buenas o por las malas, pero, por las malas te va a doler mucho más… ¡Tú decides!
¡Eso no! ¡No puedo hacer eso! ¡A pesar de todo, sé que sigues siendo tú, pero, sencillamente, no puedo…! –sollozó David devastado, y sus lágrimas me golpearon como un puñetazo en la boca, haciéndome salir momentáneamente de aquel extraño trance.
¡Sal de aquí ya! –murmuré, más a modo de súplica que de amenaza. Pues, no estaba muy seguro de cuánto tiempo iba ser capaz de mantener la cordura, antes de volver a atacarlo. Él obedeció al instante y, tras subirse los pantalones, salió de mi habitación como si el suelo quemara bajo sus pies. “¡Ahora, ya sabes por qué te tenía tanto miedo!” apuntó una voz en mi interior. “¿Pero, por qué me he comportado así?” pregunté a la nada, sin obtener más que un desgarrador silencio como respuesta.
Esa noche, apenas pude pegar ojo. Estaba tan nervioso y excitado como si me hubiese bebido un barril de Redbull y, además, había demasiadas incógnitas sin resolver dentro de mi cabeza. Para empezar, estaban aquellos inexplicables mareos, que había empezado a sufrir desde hacía unas pocas semanas, a pesar de que mi último chequeo médico reflejaba una salud de hierro. Después, todo el asunto de David y la mamada ¿Qué clase de violador se colaba en la habitación de alguien para chupársela a la fuerza y, a la vez, actuaba como si lo estuviesen llevando al patíbulo? Por no hablar de esa extraña sensación de euforia y poder que me había embriagado después ¿Podía deberse a alguna clase de droga que David me hubiese administrado mientras yo estaba inconsciente? Él me dijo que estaba tratando de salvarme la vida, lo cual me pareció la locura más absurda que había oído jamás. Y, teniendo en cuenta que vivía en un manicomio, mi tolerancia a las locuras absurdas no era precisamente baja. Sin embargo, una cosa si que era cierta: ya no me encontraba mal; de hecho, me sentía mejor que nunca.
Cuando por fin concilié el sueño, de madrugada, tuve el primero de una innumerable lista de sueños extraños que, después, me perseguirían todas las noches:
Sucedía en un lugar donde yo no podía haber estado antes, una especie de selva tropical, pero, de algún modo, en mi sueño, me sentía como si hubiese pasado allí toda mi vida. David y yo corríamos a través de un accidentado y casi inexistente camino de tierra, que transcurría paralelo a un ancho y fangoso río. O, mejor dicho, estábamos huyendo de algo o de alguien. Él me llevaba agarrado de la mano e iba delante, tirando de mi. Yo respiraba con mucha dificultad, los pulmones me ardían, y tenía un punzante e insoportable dolor en el abdomen. Creo que estaba herido.
- ¡Tienes que marcharte, nunca lo conseguirás cargando conmigo! –le murmuré jadeante, antes de pararme a descansar. Pero, incomprensiblemente, lo que salió de mi boca no era mi voz, sino la de otra persona completamente diferente.
- ¡No pienso dejarte! –repuso él, tomando mi cara entre sus manos para obligarme a mirarlo a los ojos. Llevaba su larga melena negra recogida en una coleta, pero, algunos mechones de pelo se habían escapado y estaban pegados a su frente y mejillas por el sudor. Instintivamente, le aparté el pelo de la cara y enredé mis dedos en un mechón. Él me sonrió y, entonces, recordé con nostalgia que siempre le había gustado que hiciera eso- ¡Nunca te dejaré! ¿Me oyes?
- ¡Por favor, si los soldados de mi padre te cogen, te matarán sin piedad! –supliqué, mientras notaba como las lagrimas empapaban mis mejillas.
- ¡Pues moriré a tu lado! –respondió con una sonrisa melancólica, antes de darme un fugaz beso en los labios- ¡Vamos! Tenemos que seguir corriendo…
- No puedo, lo siento –sollocé, el dolor de mi abdomen era insoportable y, cada vez, iba a peor.
- Entonces, les haremos frente. Tú y yo, espalda contra espalada, pateando culos como en los viejos tiempos… ¿Qué me dices? -me susurró, mientras oíamos acercarse a nuestros persecutores.
- ¡Siempre! –exclamé, sacando una espada dorada de la funda que lleva colgada al hombro. Al entrar en contacto con mi piel, ésta comenzó a desprender una asombrosa luz. David hizo lo mismo, y esperamos.
Poco después, un grupo de hombres, que portaban armas similares a las nuestras, se acercaron a nosotros con actitud amenazante. Corrimos hacia ellos con las espadas levantadas, y logramos matar a unos cuantos, antes de que uno hiriese y desarmase a David. Cuando se disponía a matarlo, lo empujé fuera del camino y me interpuse en la trayectoria de su espada, que se hundió profundamente en mi pecho.
- ¡Vete! –le grité. Él dudó un momento y, finalmente, obedeció- Nos vemos dentro de quince años, mi amor… -le susurré al vacio, antes de morir.
Continuará.
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