Buenos pacientes: German (I)

Lo más importante para mí, es ayudar a mis pacientes. Y es que todos, TODOS, mis pacientes mejoraban siempre, claro, mis “tratamientos” eran poco ortodoxos pero efectivos. German, un muchacho en recuperación tras una fractura, tiene la fortuna de experimentar este novedoso y exitoso tratamiento.

Lo más importante para mí, es ayudar a mis pacientes.

Me gradué con honores de una universidad muy reconocida en la comunidad internación por lo que prefiero no mencionarla, mis recomendaciones y mi título me abrieron muchas puertas a un círculo de personas de alto estrato socioeconómico capaces de pagar tres o cuatro veces más lo que una terapia fisiológica costaría en un centro médico común, todo por tener un trato personalizado, exclusivo con garantías. Y es que todos, TODOS, mis pacientes mejoraban siempre, claro, mis “tratamientos” eran poco ortodoxos pero efectivos.

Bajo la privacidad de una sala especialmente condicionada para mis terapias, conocí por primera vez a mi paciente del miércoles-viernes, al ser la primera cita el recato y la modestia era lo más importante para construir confianza primero, no solo con mi paciente, sino con sus familiares. Aquí debo presentarme: Lesbia, veintiséis años, y sí, como lo dice mi nombre, también me gustan las mujeres; mis pacientes femeninos también merecen gozar.

En esa época tenía aún los senos pequeños, como C, digamos, pocos años más tardes uno de mis “queridos pacientes” me pagó la cirujía plástica como un pequeño regalo por todos los buenos ratos que le había hecho pasar durante su tortuosa recuperación. Mi culo y mis caderas han sido el talón de Aquiles de la mayoría de mis pacientes, cuando me doy la vuelta puedo sentir sus miradas en la curva de mis gluteos y la sugestiva tanga que causalmente asoma con un guiño de coquetería, mis labios, por designio de la Divina Providencia han sido gruesos y suaves y mis ojos almendrados de un color caramelo, al igual que mi cabello. ¡Estoy buena, hombre, que lo sé yo!, y hago provecho de ello, para gozar y para hacer dinero, ¿por qué no?

El padre era una hombre importante en la industria hostelera y la madre una mujer de “alcurnia”, una “socialité”, una tía vivía también en la “pequeña mansión”, doña Carmela Dos Santos, hermana de la señora de la casa, Doña Micaela Don Santos de Bermudez. Don Grabiel Bermudez tenía una hija de un matrimonio previo, Azucenita, tan linda la nena de quince años -una historia aparte-, y claro, su medio hermano, Germán, mi Germancito.

Su pasatiempo favorito, claro porque solo los ricos pueden llamar “pasatiempo” a uno de los deportes más caros del país, la equitación. Estudiante de la carrera de ingeniería biomédica en su segundo año, el mejor de su clase, guapo, como un muchachito podría ser a esa edad, escaso de musculatura pero estilizado, con brazos y piernas largas, y hombros anchos y pecho firme, tenía una piel bronceada preciosa y una carita de niño bueno que no le servía para ocultar los malos pensamientos que tuvo al verme por primera vez.

—Germán, ella es Lesbia, tu nueva fisioterapeuta —dijo su madre, con un tono demasiado alegre. Era notable que el chico estaba pasando un mal momento—. ¡Anda ya, di algo! Sé educado que así te crié. —Más adelante me enteraría que un considerable número de criadas y niñeras criaron a los niños mientras los padres disfrutaban de los beneficios de su estatus.

—Hola, Lesbia, mucho gusto —dijo Germán, con un intento de sonrisa dentro de su silla de ruedas. Le habían quitado ya la escayola y al comenzar a usar la pierna después de tantos meses se inactividad el dolor era insoportable, mi paciente estaba soportando un dolor que sus padres no se imaginaban

—El salón está preparado, puedes acomodarte y empezar cuando gustes. Hoy, estaré yo en el estudio de mi marido por si necesitas algo, Lesbia, don Gabriel estará por aquí el viernes y yo me iré a tender unos pendientes. Así nos turnaremos para estar pendientes —Ajá sí, claro, sonreí, pretendiendo que la mujer estaría pendiente de su hijo, ya conocía este tipo de personas—. ¡Azucena! ¡Ven aquí, no espíes! Comportate, por favor, hija.

—Sí, madre —dijo la chiquilla, apareciendo desde detrás de una puerta de salida alterna de la sala, revoloteando una faldita vaporosa y un top rosa que envolvía sus escasos senos adolescentes, tenía una carita de angel que me encantó desde que la ví—. Hola, soy Azucena, ¿tú vas a ayudar a mi hermano?

—Mucho gusto, linda —dije, aceptando su beso enn la mejilla y aspirando su perfume, olía, inequívocamente, a niña rica—. Sí, yo voy a ayudar a tu hermano a reabilitarse para que vuelva a sus actividades con total normalidad, me especializo en lesiones deportivas así que mi prioridad, luego de que vuelva a estar sano, es que vuelva a hacer deporte.

—Andar a caballo no es deporte —se burló la chiquilla, juguetona.

—¡Jódete! —espetó su hermano, alzando el dedo medio. La madre revoleó los ojos e instó a la jugeutona hija a marcharse y dejarnos solos, por fin,me volví hacia él y luego a la sala, equipada con caro equipo que incluso en muchos hospitales públicos es imposible encontrar, ¡y éste chico lo tenía para sí!

—Muy bien, Germán, ¿comenzamos?

Mi paciente, ese primer día estaba muy tenso, cada roze lo hacía tensarse y mis manos en sus piernas mostrándole la posición correcta le hacía erizarse, era como si tuviera cierto poder sobre él, a pesar de que él era varias pulgadas más alto que yo.

—No puedo más —me dijo, y yo desee que me lo dijese en otras circunstancias, tenía muchas ganas de tener algo dentro de mí, mis bragas estaban empapadas tanto como su frente. Pero de vuelta al trabajo supe que era hora de detenernos, el dolor en la primera etapa de rehabilitación era peor—. No voy a poder hacer esto —jadeó, tomando de su

Gatorade

.

—Claro que sí, campeón, eres joven aún, sin ningún otro problema de salud y si has logrado dominar un deporte tan difícil como la equitación seguro que vas a poder con esto estarás de vuelta a la universidad con una horda de chicas detrás queriendo saber cómo estás, ¿eh?

—¡Qué va! —dijo él, sonriéndose por fin luego de tanta tensión.

—¡Vamos! ¿Me vas a decir que con esa sonrisa no tienes una novia la menos? —dije en tono jocoso, acomodándome junto a él en el sofá, guardando mis cosas en mi maleta.

—No, y menos después de lo que pasó —señaló a su pierna, fastidiado—, soy un idiota por caerme del caballo.

—¡Hombre! Son cosas que pasan, más amenudo de lo que crees, te lo digo yo. Y por lo de las chicas, no te preocupes que con esa cara no tarda en caer alguna, solo es cuestión de que lo pidas —insinué, desviando mis ojos de manera discimulada hacia su entrepierna. Se sonrojó, pero por ese día lo dejé estar y me marché luego de darle un sonoro beso en la mejilla, muy cerca de la comisura de la boca, donde su incipiente barba podía sentirse.

La próxima cita iba con todo, y como lo había supuesto, doña Micaela me habló para dejarme saber que ella y su hermana estarían fuera de casa y que lastimosamente su marido estaría de viaje, pero que todo estaba listo para mi sesión, los guardias de seguridad estaban al tanto de mi aparición, las sirvientas también y Azucena había prometido no molestar. La precencia de la nena era lo que menos me preocupaba.

Me armé con una de mis batas azul celeste con bolsillos y bordes blancos, más arriba de a rodilla de lo recomendado, me puse un sostén de media copa que hacía que los senos de mis pequeños pezones resaltaran hasta casi escaparse y una tanga a juego. Puse suficiente aceite en mis piernas para que brillacen y me dejé media melena suelta con unos cuantos rizos rozando mi mejilla, claro que tenía que resaltar mis labios con un labial con algo de color, un gloss rosa fues uficiente.

Los ojos de Germán casi salieron de sus órbitas al verme entrar en la sala y cuando me di la vuelta para cerrar la puerta y discretamente colocarle seguro, pude sentir su mirada en la curva de mi culo y mis piernas. Dejé mi bolsa, me acerqué al sofá blanco y dejé un beso en la comisura de su boca, él se echó hacia atrás, extasiado, al llevar una pantaloneta deportiva delgada su erección fue notoria e intentó ocultarla con el dorso de la mano.

—¿Te ha dolido mucho hoy? —pregunté, colocando una mano en su rodilla, llevaba un esmalte rojo, él empezó a sudar y balbuceó que un poco—. ¿Y si te hago un masaje? Un masaje profesional con una crema antiinflamatoria sería de mucha ayuda para hacerte sentir bien, ¿qué dices? —sugería, continuando un movimiento circular con mi mano, que cada vez iba más arriba hasta detenerse a poco de donde la erección intentaba ser contenida con el brazo. Sentada junto a él podía oler su perfume de

Paco Rabanne,

y él, al bajar la mirada ligeramente podía ver el canalillo de mis senos y el inicio del sostén de mediacopa, por lo tanto, el nacimiento de mis pezones. Ejercí presión en su pierna lo que volvió su atención a mis ojos—. Quítate el pantalón —le dije, y él, inseguro movió su cabeza de lado a lado—. ¿Por qué no? ¿Te da pena? Ayer usabas un short muy corto, ¡eh! Pero está bien, quiero hacer que te sientas bien, y que la pases bien —dije, dejando su rodilla para pasar mi mano por su cabello, acerando mis labios a los suyos y dejando otro beso en la comisura contraria—, te traigo una toalla, te quitas el pantalón y te la pones encima, ¿estamos?

—E-Está bien —asintió, me levante con poco cuidado e inclinándome demasiado, estoy casi segura que pudo ver la caída de mis nalgas sobre mis piernas. Le entregué la toalla y mi tanga se empapó mientras imaginaba cómo se desnudaba—. Ya estoy dijo, Germán.

Voltee y estaba de piernas abiertas con la toalla en medio. Sonreí ya cerqué un par de banquillos para hacer que estirara la pierna lesionada sobre estos y sobre varias almohadas, me arrodillé, y eso lo hizo removerse. Tomé la crema antiinflamatoria de mi bolso y allí entre sus piernas comenzé a tocar primero de manera profesional y casi maternal su rodilla y sus pantorrillas, él echó la cabeza hacia atras, en señal de relajación. Cerró los ojos.

—¿Sabes, Germán? Mi especialidad es con los atletas, ya te lo dije ayer, pero no sabes porqué, ni siquiera se lo he comentado a tu madre porque… Ya sabes como es —sonrió con los ojos cerrados, su manzana de Adán subía y bajaba al pasar saliva, la erección había disminuído pero aún intentaba ocltarla con un brazo.

“¡Déjame verla!”

quise gritarle.

—Sí, es muy pesada a veces —dijo en confianza.

—No lo he dicho yo, ¡eh! —miró en mi dirección y sonrió con complicidad, yo guiñé un ojo y él volvió a apoyar su cabeza en la espalda del sofá—. Bueno, pues el caso es que con éste métido que yo he desarrollado, mis pacientes mejoran considerablemente más rápido y con un mejor rendimiento, menos secuelas, ¿entiendes?

—Eres muy lista, Lesbia, además de linda —dijo, volviendo a mirarme. Comencé a mover mis manos más arriba de su rodilla, donde sus piernas se tornaban de nuevo velludas, cada vez más cerca de su erección.

—Gracias, me alegra que guste. Hablando de gustar —susurré, inclínandome más para que pudiese ver mis tetas de nuevo—, ¿te gustaría probar mi método?

—Y… ¿Cómo sería? —inquirió, pasando más saliva, disfrutando del roce directo que tenía con sus entrepiernas, ya debajo de la toalla, completamente olvidada de su lesión.

—Sólo cierra los ojos. —Así lo hizo y mi mano cruzó debajo de la toalla para tocar la erección que tanto intentaba ocultar, la apreté entre mis manos y me emocioné al sentir una curvatura inusual. Él gimió y levantó la cabeza para verme otra vez.

—No, Lesbia…

—¡Shh! No te preocupes, esto es parte de la terapia, mientras más tensió liberes más rápido mejorarás, confía en mí, ¿sí? —Con la mano libre desabroché el botón superior de la baja, dejándo a su vista mis tetitas mal envueltas en la mediacopa y sentí en mi mano contraria cómo su erección se endurecía.

Quité la toalla de una maldita vez y bajé sus calzoncillos de

Calvin Clein

para ver una verga juevenil, curva y velluda como el resto de sus piernas y su pecho, desprendía un olor delicioso a macho excitado. Mi humedad ya se deslizaba por mis piernas.

Me incliné, y sin despegar mi vista de sus ojos tomé su verga desde la base y la llevé a mis labios carnosos. Lo escuché gemir, entonces yo comencé a disfrutar, porque no hay nada más delicioso que tener una rica verga en la boca, con sabor a semen y a jovencito, bueno, sí hay algo mejor, tenerla dentro de mí.

—Vas a ver que te sientes mejor, German, una vez saques de dentro todo lo que te está haciendo mal. Yo te voy a ayudar a que lo saques todo y me lo des a mí, yo estoy aquí para ayudarte.

Mi paciente extendió los brazos en todo el respaldar del sofá y se acomodó aún más abriendo las piernas, conmigo en medio en mi bata de enfermería haciéndole una felación. Escupí en su verga, la sacudí mientras me incliné hacia sus testículos y los comencé a lamer, lo escuché decir mi nombre.

—Chúpamela —añadió—, chúpamela toda, zorra. —Me tomó del cuello y con brusquedad me la metió hasta la garganta, no era larga pero su forma u grosor me daban una sensación placentera al rededor de los labios y en la lengua. Comenzó a mover sus caderas en una forma que durante la terapia le causaba dolor, pero allí estaba, cogiéndome la boca sin quejarse, sin sentir nada más que placer; mi método estaba funcionando, era hora de la segunda fase—. Me voy a correr, chupa —dijo en un gruñido, así que me aparté a tiempo. Él se molestó.

—¡Shh! Tranquilo, Germán, voy a cuidarte, ya te lo dije, pero es hora de otro ejercicio. —Me puse en pie y deslicé mis manos debajo de mi bata y deslicé mis bragas empapadas, se las puse en la nariz y él las olfateó con fuerza. desabroché otro botón de la bata y saqué mis tetitas de las copas dejando aún el sostén para levantarlas hacia él. Colocando una pierna a cada lado me acomodé sobre sus caderas y guié su verga hacia mi húmeda vagina.

Un escalofrío me recorrió al sentir su glande rozar mis vellos púbicos, me deslicé un momento de arriba a bajo sintiendo un gusto tremendo por ese muchachito pero él no tenía paciencia así que tomó mis caderas y me la enterró con fuerza.

—¡Germán! —gemí ante la sorprensa, las mejillas tan enrojecidas como mis labios de tanto chupar verga.

—Lesbia, que apretada estás —respondió el, inclinándose para meter uno de mis pezones en su boca mientras yo comenzaba a moverme sobre aquella verga que tocaba lugares difíciles de encontrar con penes rectos, pero él… me generaba un placer único—. Que rico coges, que ricas tetas.

—Chupa, chupa, para que te mejores, Germancito. Te voy a sacar todo lo que te está enfermando, ¿como quieres que te lo saque, eh? ¿Te lo chupo, o con mi coño?

El chico no escuchaba, excepto quizá el

splash

de cada sentó que le daba, mi culo ocultaba por completo su verga  sus caderas, sus manos no alcanzabana a cubrir cada uno de mis gluteos pero él intentaba. Paré un momento y apoyé la planta de los pies en el sofá, de cuclillas y comencé a sentarme con fuerza en esa verga a un ritmo pausada. De nuevo mi paciente se desesperó con mis métodos y tomó mis caderas para mover las suyas contra las millas y comenzar a cogerme con desenfreno, con rapidez, mostrando una gran mejoría. Perdí el control, su verga rascando las paredes de mi punto especial fue demasiado y me corrí aferrándome a su cuello con un estruendoso gemido y un pequeño chorro de humedad que terminó empapándono, en cambio él, me devolvió el favor con un gruñido y una ración de semen tibio en mi interior. La cremita blanca comenzó a salir cuando ambos vimos salir su pene de mí, tomé su leche con un dedo, y lo llevé a mi boca; volví a inclinarme entre sus rodillas y a llevarse su verga a mis labios, quitándole así los rastros de todo eso que le hacía mal retener dentro.

—Has hecho mucho progreso, German —dije, guardándome las tetas y acomodándome la ropa—. La próxima sesión estarás mucho mejor, ya verás. ¿A dónde está el baño?

—Al final del pasilo a la derecha. Y Lesbia —llamó desde el sofá, volviendo a colocarse el pantalón—, ya me siento mucho mejor, gracias.

Sonreí, olvidándo por completo mi tanta, pero al regresar a la sala no la encontré por ninguna parte y como no había indicios de que la servidumbre había aseado tan rápido, supuse que mi paciente, Germán, la había tomado como recuerda de nuesta primera “session especial”. No podía estar más equivocada ya que más tarde me daría cuenta de que alguien más había sido el culpable de su desaparición..