Buenos Aires mon amour
De visita en la Paris americana
Las cuestiones laborales me llevaron a Buenos Aires por enésima vez. Ciudad increíble y llena de emociones de todo tipo.
Vinculados siempre al mundillo de los jugadores de futbol, mi esposo y yo recalamos en Buenos Aires para una semana de intenso trabajo.
La idea era que yo me quedara en la ciudad mientras i esposo visitaba dos provincias donde juegan chicos que nosotros representamos.
Usualmente reservamos un departamento en Palermo debido a la tranquilidad y belleza de sus parques. Allí, llegamos un lunes de junio, época de transferencias en todo el mundo y renovación de contratos. Fría y gris la capital porteña no lucía el brillo que la ilumina.
Luego de instalarnos y organizar nuestra agenda acordamos que al otro día temprano, nos separaríamos para cumplir con nuestra agenda.
No los voy a aburrir con lo cotidiano, sino con un evento accidental que marcó este viaje.
Aprovechando el entorno maravilloso de los bosques de Palermo, aproveché para seguir mi rutina de salir a correr impulsada por el paisaje maravilloso del parque en medio de la ciudad.
Todas las tardes antes de que caiga el sol, salí y volvía una hora después al anochecer.
Ese jueves la temperatura era más elevada que lo normal en el invierno sudamericano y a pesar de no estar bien totalmente no quise dejar de salir a correr.
Todo normal, y aunque agotada volvía feliz al edificio, cuando al ingresar al palier sufrí una extraña sensación, mezcla de mareos y vértigo. El portero lo notó y enseguida me hizo sentar en uno de los sillones de la entrada y me alcanzó un vaso de agua a pesar de mi negativa.
Pero no hizo sólo eso, sino que llamó a un vecino paramédico que según él acababa de entrar.
Rápidamente apareció un joven (40) aún con sus ropas de trabajo, pantalón y casaca azul. Después de los saludos iniciales y una breve descripción de lo que sentía cumplió con el ritual de tomarme la presión, las pulsaciones y un fondo de ojos para ver si era necesario proceder de otra manera.
En la medida que me iba sintiendo mejor, intenté, en vano, de huir de ese espectáculo que estaba dando a los vecinos que volvían de sus tareas habituales.
Al notar mi incomodidad, Sebastián, mi enfermero ocasional, me sugirió ingerir algún alimento rico en sal y descansar.
Acto seguido me acompañó hasta el piso de mi departamento y se despidió dejándome su teléfono para cualquier circunstancia. No sin antes detener su mirada en algún atributo que se aumentaba con mi ropa deportiva, lo cual me causó risa y me hizo pensar que “todos los hombres son iguales.”
Busqué en mi refrigerador pero sólo conseguí una botella de gaseosa y para peor, sin azúcar.
No habían pasado 5 minutos de mi entrada cuando sonó el timbre de mi departamento, abrí y ahí estaba Sebastian con un enorme paquete de Papas Fritas y un refresco con azúcar.
Imaginé que no tenías, dijo con una sonrisa y casi sin pedir permiso me apartó de la puerta y los dejó sobre la mesa de entrada.
No tenía contesté sonriente y enseguida me rezongó por estar aun con ropa transpirada y sin cambiarme.
Disimuladamente preguntó a que hora volvía mi esposo para no quedarme sola mucho tiempo y si me parecía oportuno llamarlo para apurar su regreso.
Cuando le dije que estaba a 400 km de Buenos Aires y que no era necesario alarmar a nadie, me sugirió comer algo y tomar la gaseosa tranquila para no forzarme demasiado a la tarea de cambiarme, bañarme etc.
Se acomodó en un sillón y me dijo, hazlo con calma, yo me quedo hasta que estés acostada.
A pesar de mi ruego, de que ya no era necesario y que ya estaba bien, me hizo sentar y proceder a tomar y comer lo que me había traído.
Charlamos sobre mis actividades y las suyas, contó algunas anécdotas y de improviso se levantó me tomó de la mano y me condujo hasta el sector del dormitorio, conminándome a que me bañara y me cambiara de ropa. Nos reímos sobre su actitud imperativa y otra vez se fue a su sillón.
El baño fue reparador y cada tanto preguntaba si estaba bien y si necesitaba alguna cosa.
Yo, estaba totalmente repuesta y con ese baño completé mi bienestar.
Al salir del baño hacia el dormitorio, envuelta en una toalla y solo con una bombacha pequeña de algodón cubriéndome debajo de ella, me lo topé en la puerta entreabierta del baño.
Ahí argumentó que si estaba loca, como iba a salir con el pelo mojado del baño y no sé cuantas cosas más entre risas y rezongos amigables.
Tomó una toalla del borde de la cama y sin preguntarme me hizo dar vuelta y comenzó a secarme el pelo. Lo hacía con destreza y suavidad, el ambiente había cambiado y se percibía una fuerte sensación de seducción en el tono de su voz y sus actos.
No se cuantos minutos estuvimos en la tarea de secar el pelo, pero hubiera querido que nunca terminara. Ante un reclamo que me hizo, le contesté que “acá la señora mayor soy yo” y acercando se a mi cuello susurró “eso lo hace más interesante”.
Siempre de espaldas a él, sentía su cercanía cada vez más intensa, hasta que sentí como una rigidez imaginada hacía contacto con mi toalla, más debajo de la cintura.
Lo que hice fue una inmadurez mía. Jadeé en forma audible y mi cuerpo en vez de huir de ese roce atrevido se aproximó unos milímetros contra él.
Contuve la respiración y por algunos segundos quedé helada esperando una reacción. el roce se incrementó, la toalla que me sacaba cayó al suelo y unos labios susurraron algo muy cerca de mi oído y cuello. Sus manos se apoderaron de mi cintura y me atrajeron tan fuerte que era imposible escapar, tampoco lo quería.
Mis jadeos eran incontenibles, ruidosos, profundos. Sus manos comenzaron a descender por el toallón que me envolvía y al llegar al final, rozaron mis muslos erizados.
No siguieron su camino, sólo se adhirieron al borde y comenzaron a subir la capa que me protegía. Cuando llegó a mi cintura, su solidez era maravillosa y pulsaba en mi entrepierna a través de su pantalón. Sin pensarlo, desanudé la toalla mientras mis manos lo apretaban más aún contra mí.
Me hizo girar hacia él, mis senos recién hechos se expusieron a su mirada y captaron su atención inmediata. Saqué su casaca y un cuerpo trabajado pero nada exagerado emergió ante mí. Seguíamos sin hablar y nuestras bocas se encontraron para el mejor beso de mis últimos años. Duró una eternidad. Luego le tocó a mis senos y me maravillé de la sensibilidad que tenían. Le di mi primer orgasmo.
Se lo conté, le dije que estaba llegando y su energía se multiplicó. Cada segundo que su boca no anidaba en mis senos, buscábamos unirnos a través de nuestras lenguas. En un segundo que paramos para respirar me tomó de los hombros y suavemente me invitó a agacharme.
Bajé por sus tetillas, su pecho, su abdomen hasta encontrarme con el aún puesto pantalón de médico.
Mis manos se asieron de su elástico y comenzaron la tarea de bajarlos hasta sus tobillos. ante mi vista un abultado bóxer negro guardaba un capital que no podía crecer más.
Bajé unos cm el bóxer y metí mi mano hurgando en la búsqueda de mi máximo anhelo.
Tuve que hacer fuerza para sacarlo de su encierro, pero salió como un resorte ante mis ojos.
Con mis dos manos asidas a su miembro entreabrí los labios y levanté mi mirada como pidiendo su autorización.
“Chupala p…” me dijo y eso enloqueció mis sentidos. Me hice dueña de sus movimientos y sin dejar de mirarlo me dediqué a la atarea de hacer lo que a los hombres más le gusta.
Amo hacerlo y hacer sentir a mi pareja en esa gloria es mi mejor pago.
El final llegó casi enseguida y su premio baño mis senos y parte de mi cara. Desparramé por mis pezones pequeños y con un dedo le mostré donde podría depositarlo la próxima vez, metiéndomelo en la boca sensualmente.
Fui al baño a higienizarme ya que había acabado sin ningún tipo de roce y quería mi parte de la fiesta.
Volvi al dormitorio y estaba acostado sobre la cama con las piernas colgando hasta el piso.
M recosté al lado de él y reinaba una paz enorme, pero la adrenalina seguía allí. Nuestras manos se rozaron y condujo la mía hasta su pene otra vez. Jugué un rato hasta conseguir su erección mientras él hurgaba en pos de mi clítoris con suavidad escandalosa. Otra vez los jadeos, otra vez los quejidos. Volví a besársela y él se ubicó para hacer lo mismo conmigo.
Yo quería mi premio, pero no, Se escabulló debajo de mí, se ubicó detrás y haciendo levantar mi cintura, me dejó de rodillas en la cama. Hundi mi cabeza en las sábanas, puso su preservativo y sin avisar me penetró profundamente de un solo estoque.
Grité pos la sorpresa y el dolor, pero era lo que yo quería, necesitaba ser de alguien asi. Atrevido, osado, autoritario, me sentía una verdadera prostituta ante su léxico, ficticiamente ordinario. No duramos mucho ninguno de los dos, llegamos al orgasmo con un grito compartido, exhaustos, transpirados.
Hui hacia el baño, solo la ducha podía recomponerme, devolverme mi temperatura corporal.
Mis cincuentaiun años me pesaban en mi cuerpo, me costó un rato de ducha caliente volver en mí.
Llegó Sebastian al baño justo cuando yo salía de la ducha, un beso, un roce, una palmada en la cola e intercambiamos lugares, yo a secarme él a la ducha. Se bañaba de espaldas, mientras yo estaba embelesada con su espalda, sus glúteos, sus piernas con clara muestra de horas de gimnasio. Giró y otra vez mis ojos se fijaron en su parte masculina, otra vez atractiva, no perdía el color rojo de tanta fricción. Me vió mirarla y tomándola entre sus dos manos me dijo, “vení” me negué con pretexto banal, a lo que me tomó de la mano y otra vez me atrajo hacia él. Otra vez debajo del agua, la lluvia caía sobre mi cara y mis senos y otra vez la orden….”chupala p…”.
Dispuesta a hacer lo que me pedía volvi a arrodillarme y bajo la tibia agua caliente procedí, esta vez, con más tiempo y dulzura a satisfacer a ese hombre.
Su pene tomó una rigidez mayor aun y yo estaba dispuesta a satisfacerlo hasta el final, hasta su explosión. Cuando las pulsaciones se sucedían violentamente y el entrar y salir era prácticamente uno se salió de adentro de mi boca y descargó su contenido en mi cara y senos. Semi ahogada por el agua limpié su herramienta y ahí sí mis fuerzas me abandonaron.
Estaba recostada desnuda, cuando se vistió al lado de la cama. Casi sin sonido me preguntó…”te molesta que te diga p….?”. A lo que respondí que no, que era agradable escucharlo y que había en mi subconsciente un deseo oculto de serlo con él.
Mañana lo serás, me dijo y me besó suavemente mientras cerraba la puerta.
Intercambiamos números de celular y quedamos en cenar juntos al otro día.
Esa, es otra historia.