Buenas noches, papi

Como cada noche, Ernesto quiere dormir, pero la continua visita de su hija Raquel pone las cosas muy difíciles. Sobre todo porque la chica ya no es ninguna niña y sus intenciones no son precisamente las de dormir.

—Papi, ¿puedo dormir contigo en la cama? —preguntó su hija desde la entrada del dormitorio.

Ernesto, quien ya se hallaba algo somnoliento, se la quedó mirando sin saber que responder. Ella siguió observándole, a la espera de que dijese algo. Al final, no le quedó más remedio que hablar.

—Cariño, vete a la cama. Es muy tarde.

Se dio la vuelta, tratando de dormirse, pero cuando escuchó pasos adentrándose en la habitación, sabía que le iba a dar la noche. Otra vez.

—Échate a un lado, que voy a meterme —le insistió la joven mientras le daba empujones.

El hombre se revolvió un par de veces, tratando de evitar que la chica se metiese, pero a base de empellones, ella logró su objetivo.

—¡Maldita sea Raquel! —se quejó Ernesto—. ¡No tiene ninguna gracia!

Encendió la luz y al volverse, se encontró con su hija mirándolo de forma traumática. Le había gritado muy fuerte y con lo sensible que era, se percibía que la había ofendido.

—Cariño, no tenía intención de gritarte —dijo el hombre deprisa y corriendo, viendo como las lágrimas desbordaban los azulados ojos de la chica.

—Yo solo quiero dormir contigo, papi —habló ella con quebrada voz.

Enseguida un fuerte llanto fue emitido por la joven. Ernesto abrazó con fuerza a su hija, llevándola a su pecho, quedando empapado por las lágrimas que no dejaban de derramarse. Acarició su pelo negro con suavidad y dejó que se tranquilizase. Cuando ya la notó más calmada, se separó de ella y le limpió con su mano las lágrimas que aun mojaban su rostro.

—¿Te encuentras mejor? —preguntó mientras acariciaba su carita.

Ella no respondió de buenas a primeras, lo cual no le gustó demasiado.

—Vamos Raquel, me he enfadado porque estás muy pesada, así que no trates ahora de cargarme a mi toda la culpa.

Pese a su enojo, a la chica no le quedó más remedio que recular.

—Vale, lo siento —se disculpó con algo de vergüenza.

Ya más satisfecho, acarició su cabeza, viendo lo hermosa que se había puesto su niña.

—¿Puedo dormir contigo? —preguntó muy indecisa Raquel.

La chica se había puesto insistente. A pesar de sus reticencias, Ernesto decidió ceder. No le quedaba más remedio.

—Está bien, pero nada de liarla, ¿entendido?

—¡Gracias papi! —exclamó ella muy agradecida.

Le gustó verla tan contenta, aunque seguía sin fiarse de que aquello fuese buena idea.

—Raquel, ¿has oído lo último que he dicho?

—Sí, no la liaré —respondió la chica con claridad—. Te prometo que me estaré quieta.

No las tenía todas consigo.

Se volvió a dar la vuelta, esperando calmarse un poco tras la escenita montada. Le iba a costar. Tener a su hija durmiendo en la cama le resultaba muy incómodo. No era solo que su esposa regresaría a la madrugada tras acabar su turno de noche como enfermera en el hospital, sino que además, Raquel ya no era ninguna niña. Si tuviera ocho años, lo vería normal, pero la muchacha ya estaba bastante crecida y que durmiese con su padre no lo era ya tanto. En realidad, se trataba de una mera excusa para ocultar la terrible verdad que tanto le atormentaba. Buscó conciliar el sueño, olvidándose de todo lo demás. Sin embargo, no iba a ser así por mucho que desease.

—Papá, ¿me abrazas?

Esa mera petición hizo estremecer a Ernesto hasta el espinazo. El hombre se volvió muy nervioso, incapaz de creer que le estuviera pidiendo algo así. Solo se trataba de estrecharla entre sus brazos, pero para él implicaba más que eso. En un principio, se negó, aunque conocía lo suficiente a su hija para saber de lo insistente que llegaba a ser.

—Bueno, pero solo eso —le dejó bien claro.

Raquel no dijo nada. Tan solo se limitó a acurrucarse contra su padre. Ernesto la envolvió entre sus brazos, sintiendo la fuerte presión que el juvenil cuerpo ejercía contra él.

—Dulces sueños, papi —dijo ella con mucha dulzura.

Los minutos pasaban. Sentía como su corazón se aceleraba al tiempo que algo crecía más abajo. Envolvía a la chica con sus brazos por la cintura mientras se revolvía un poco. A su nariz llegaba el dulce aroma juvenil que emanaba de ella y podía escuchar su profunda respiración. Sus dedos se perdían entre las finas hebras de su fino pelo, que le llegaba hasta un poco por debajo de la nuca. Pese a ser algo incómodo, Ernesto no podía negar sentirse bien al tener a su hija a su lado. Ella era lo más importante para él, sin importarle lo que sucediese. Si había alguien por el que lo diese todo, era a Raquel.

Poco a poco, se fue calmando y cerró los ojos. La dulce respiración de su hija y su cálida presencia servían como perfecto bálsamo para aliviar ese ardor interno que tanto lo quemaba. Ya parecía ir conciliando el sueño cuando, de repente, notó algo húmedo invadiendo su boca. El hombre se asustó y más lo hizo al percibir una fuerte presión sobre su cavidad bucal. Como si alguien le estuviera dando un beso. Al abrir sus ojos, vio al culpable. No era otro que su propia hija.

Se apartó con rapidez y encendió la luz de la mesita de noche. Raquel apareció algo asustada, con el pelo alborotado y las mejillas encendidas. La miró con cara de pocos amigos.

—¿Se puede saber qué coño haces? —preguntó muy molesto el hombre.

Raquel no sabía de buenas a primeras que decirle. Agachó la cabeza, clara señal de lo avergonzada que estaba. Su padre, sin embargo, no iba a permitir que rehuyese a su pregunta, así que la cogió del mentón para que le mirase.

—Dime, ¿por qué los has hecho? —demandó el hombre.

Ella siguió callada por un instante más hasta que al fin, decidió hablar.

—Pe…Pensé que te gustaría —le contestó ella con bastante temor.

—Cómo has podido pensar por un instante que yo quería algo así —comenzó a decir bastante enojado Ernesto—. Creí que ayer dejé todo bien claro. ¿Qué te pasa? ¿Es que no me escuchas cuando te hablo o qué?

La chica quedó en silencio por un momento, de nuevo con la cabeza gacha, pero cuando la alzó y el hombre vio sus ojos cuajados de lágrimas, supo que había metido la pata hasta el fondo.

—¡Creía que me amabas! —le gritó en un fuerte berrinche.

Entonces, Raque se levantó de la cama y salió corriendo hacia su cuarto. Su padre trató de pararla, pero se marchó tan rápido que ni le dio tiempo siquiera a pestañear. Tras esto, el silencio hizo acto de presencia y Ernesto comenzó a pensar en cómo había llegado a esta situación.

Se podría decir que todo comenzó una semana atrás, pero en realidad, se inició mucho antes. Lo percibía en su mirada. Cada vez que comían o veían la televisión, los azulados ojos de su hijita se posaban sobre él y cuando la miraba, una sonrisa coqueta se dibujaba en su tierno rostro. Al principio, creyó que solo era su actitud cariñosa, ya que siempre habían estado muy unidos, pero la cosa tomó tintes muy raros cuando ella le abrazaba pegando su cuerpo demasiado al suyo, restregándole sus tetas y zonas íntimas sin ningún pudor. Luego, le daba un besito con sus preciosos labios demasiado cerca de su boca. Y eso sin contar las veces sentados en el sofá, con ella recostándose demasiado en su cuerpo, hasta el punto de casi tocar con su cabeza su polla, que ya más dura no podría estar tras eso. Solo quería pensar que eran actitudes infantiles. Que solo era eso. Alicaído, decidió levantarse y dirigirse hacia su cuarto.

Mientras caminaba por el pasillo, recordaba la forma tan provocativa con la que comenzó a vestirse, con camisetas de escote prominente o pantaloncitos cortos que enmarcaban muy bien su culo. Aquella vestimenta y su excesivo afecto fue lo que le llevó a sospechar que su hija se sentía atraída por él y con ello, trataba de llamar su atención. Lo peor fue cuando la semana pasada, una noche en la que su madre no estaba en casa por su trabajo en el hospital, ella le pidió dormir en la cama. Reticente, aceptó su compañía, a pesar de que sabía que no era buena idea. Y así, esa misma noche, ella le pidió que le diese un beso en la boca. Era consciente de lo que pretendía y debía pararla, pero sin entender por qué, se lo dio. Bueno, sí que lo sabía, pero era demasiado tozudo para reconocerlo. El caso es que, para cuando quiso darse cuenta de que estaba haciendo algo terrible, su hija y él estaban desnudos y besándose de forma apasionada. Al final, la desvirgó en la cama donde dormía junto a su santa esposa desde hacía veinte años. A la mañana siguiente, mientras limpiaba las sabanas manchadas de virginal sangre, no podía dejar de arrepentirse por lo que había hecho. Desde esa noche, Raquel lo buscó, ansiosa de más sexo. Intentó resistir lo mejor que pudo, haciéndole entrar en la juvenil cabeza a la chica que aquello no estaba bien, pero de nada servía. Como tampoco mientras tocaba a la puerta de su dormitorio.

—Raquel, déjame pasar —llamó.

La única respuesta que recibió fueron los llantos desconsolados de la joven, cosa que encogió aún más su alma. Le horrorizaba tener sexo con su propia hija, pero más mal le hacía sentir el lastimarla. Al entrar, la encontró tendida en su cama, con la cara hundida en la almohada. Se sentó a su lado y le acarició el suave pelo.

—Cariño, no llores mas —dijo tratando de calmarla.

—Vete de aquí, ¡tú no me quieres! —le respondió, alzando su cara para que viese el rio de lágrimas que no dejaba de surgir de sus ojos.

—Eso no es cierto, yo te quiero un montón.

Se notaba lo herida que estaba la muchacha y eso le hacía sentir fatal, pese a que quizás, era lo correcto. Pero resultaba difícil hacerse el duro, más con un angelito como este.

—Ya, pero no de la misma forma en la que te quiero yo.

El hombre se quedó sorprendido ante sus palabras. Decidió indagar.

—Y tú, ¿cómo me quieres?

—¿¡Cómo va a ser?! —Se notaba que Raquel parecía muy molesta con semejante pregunta—. Eres el hombre al que más amo en todo este mundo. Tu…tu eres mío, papi.

—Esta forma de amor no es muy correcta que digamos —comentó Ernesto—. Eres mi hija y queda muy raro.

—Lo sé —dijo la chica a continuación—, aunque me da igual. Yo te amo y punto. Pero tú no.

Escuchar esto no le gustó ni un pelo.

—¡Eso no es cierto! Yo te quiero muchísimo.

—¿En serio? —preguntó la joven muy alterada—. Entonces, ¿por qué te niegas a acostarte conmigo, aun cuando en el fondo, lo deseas?

Ahí le había pillado. Si tanto rechazaba semejante acto de amor filial, ¿por qué había caído en algo así? ¿Por qué lo consintió? Siempre se había escudado bajo la idea de que era por el poco sexo que tenía, ya no debido al nocturno trabajo de su esposa, sino desde mucho antes, pero no era verdad. Incluso en esas circunstancias, habría parado todo aquello. No, la realidad era distinta. Amaba a su hija más que a otra cosa en el mundo. Por más que buscase negarlo, sabía cuál era la respuesta.

—Cariño, ven aquí —le pidió mientras extendía sus brazos.

Ella no dudó en abrazarse a su padre y él la estrechó contra su pecho. Sentirla tan cerca no solo lo excitaba, le reconfortaba. Todo el vacío de su corazón se llenaba con su presencia.

—Perdóname —dijo con tono arrepentido—. ¡Soy tan estúpido!

Raquel alzó su cabeza y lo miró como si estuviera mirando a su propia alma. El hombre se derrumbaba sin poder evitarlo ni quererlo.

—¿Por qué, papa? —preguntó asustada.

—Porque te amo —confesó su padre con todas sus fuerzas—. Te amo más que a la puta de tu madre, la cual ya no quiere tener sexo conmigo. Te amo más que a cualquier mujer de este u otros mundos. —Temblaba mientras decía cada palabra—. Eres mi hija y te amo.

Los ojos de la chica brillaron de forma intensa y, sin dudarlo, besó a Ernesto. Este la pegó aún más contra su cuerpo, envolviéndola con sus brazos como si no deseara dejarla escapar. Podía sentir sus preciosas tetas aplastándose en su pecho y como su calor se envolvía con el suyo. Se estaba excitando como nunca. Siguieron besándose de forma frenética hasta que poco a poco, fueron calmándose. Sin embargo, el deseo no decaía para ninguno de los dos.

Ernesto procedió a quitarse la camiseta y Raquel acarició su peludo torso, algo que le encantaba. Ya no estaba en tan buena forma como antes, pero a su hija no parecía importarle demasiado. Siguieron con los besos y las caricias hasta que el hombre decidió quitarle la camiseta. La muchacha estiró los brazos hacia arriba y él tiró de la prenda. Tras sacársela, la echó a un lado y pudo contemplar sus hermosos pechos.

—¿Qué tal estoy, papi? —preguntó la chica morbosa.

No podía apartar sus ojos de tan lujuriosa visión. Sus tetas eran muy bonitas. Firmes, redondas, con el pezón oscuro rodeado por una gran areola. Llevó sus manos a esas dos maravillas, haciendo gemir a Raquel. Las amasó con deseo y besó el cuello, mordisqueando un poco al tiempo que ella gemía. Su boca siguió descendiendo para devorar ese par de maravillosos senos.

—¡Si, no pares! —gritó histérica.

Chupaba cada pezón con una voracidad inimaginable. Su lengua recorría cada centímetro de aquellas redondas carnosidades, dejando brillantes estelas de saliva a su paso. Eran tan suaves y bonitas, más grandes que las de su madre. Continuó devorándolas mientras las agarraba con ambas manos. La chica no dejaba de gemir, disfrutando de tan magnífica atención que esperaba, se prolongase por siempre. Pero Ernesto no se iba a detener ahí.

Su boca siguió descendiendo por el cuerpo de su hija, deteniéndose en su barriguita, donde horadó el ombligo al introducir su lengua en este. Era algo que le encantaba hacer. El hombre continuó su camino de besos y al hacerlo, acrecentó el número de gemidos emitidos por Raquel. Se acercaba a la zona más sensible de la chica y eso, era algo que ella esperaba con muchas ganas. Sin más tiempo que perder, le quitó el pantalón corto y las bragas, dejando al descubierto la entrepierna.

—Um, mi niña, estás muy mojada —dijo al ver su brillante coño.

—Si papá —contestó ella muy deseosa—. ¡Me pones tanto!

—Y tú a mí —replicó el hombre.

Se inclinó para besarla y acto seguido, descendió, recorriendo su perfecto cuerpo de nuevo. La respiración de Raquel se intensificaba con cada beso, haciendo vibrar su piel. Sabía lo que estaba por llegar y lo deseaba con muchas ganas. Ernesto llegó por fin al pubis, recubierto de una bonita mata de pelo que besó con deseo. Desde ahí, ya le llegaba el fuerte aroma a sexo mojado. Prosiguió y no tardó en lamer la dulce rajita de su hija.

—¡Agh, papá! —gritó ella con fuerza al sentir la primera lamida.

Con mucho mimo y paciencia, Ernesto devoró el coño de Raquel, moviendo su lengua de arriba a abajo. Desde el clítoris hasta el agujero, el hombre recorría cada centímetro de la vagina, no dejando ni un solo pliegue sin lamer. Miraba de vez en cuando para arriba, fijándose en como su hija gozaba de todo aquello. Cerraba sus ojitos y apretaba sus dientes al mismo tiempo que se acariciaba los pechos, apretando los pezones entre sus dedos para ponerlos bien duros. Animado por tan sensual visión, el hombre arreció en sus acometidas y devoró el coño con intensidad, haciendo que la muchacha se corriese como nunca antes hizo. Su lengua se coló en su interior, explorando cada rincón de la húmeda cavidad.

Todo el cuerpo de Raquel se retorcía envuelto en el placer causado, notando las fuertes contracciones en su coño, expulsando fluido vaginal que su padre se tragaba con deleite. Poco a poco, se fue calmando, respirando de forma profunda para tragar más aire. Pero Ernesto no le dio cuartel. Con sumo cuidado, volvió a chuparle su sexo, haciéndola disfrutar de un cunnilingus largo e intenso. Puso especial atención en su clítoris, golpeteándolo con la punta de su lengua antes de darle varias lamidas alrededor y luego otras en sentido vertical. Cuando se volvió a correr ella, no fue tan fuerte como el primero, pero lo disfrutó con creces.

Tras la gran comida de coño que le había dado, el hombre se incorporó y besó a su hija, haciendo que degustase el sabor de su propio sexo, algo que le encantaba a ella. Chupó su lengua en varias ocasiones y lamió cada centímetro de su cavidad bucal hasta dejarla bien limpia.

—Me encanta como me lo comes, papi —le dijo rebosante de felicidad y satisfacción—. Es mejor que tocarse.

—Mi niña, estás tan deliciosa —decía él mientras la observaba con deleite.

Ella sonrió de forma muy tierna y lo besó de nuevo.

—¡Ahora es mi turno! —dijo de forma repentina.

Se apartó de su padre y él se quedó algo sorprendido ante como actuaba.

—¿Que vas a hacerme?

—Quiero chupártela —respondió muy ilusionada.

El hombre tembló al escucharla. Aunque deseaba penetrar su húmedo y estrecho coñito, no podía negar que la idea de una mamada resultaba tentadora. Ya lo intentó unos días atrás, aunque no le salió muy bien. Ahora, notaba las ganas de la chica por volver a hacerlo. Tentado por la propuesta, decidió darle la oportunidad.

—Está bien, pero recuerda que solo haremos esto —puntualizó Ernesto—. De follar nada, que mañana tengo que trabajar y ya llevamos demasiado.

—Vale —respondió ella mientras empezaba a quitarle los pantalones.

Estirando sus piernas, dejó que su hija le retirase la prenda. Al hacerlo, su polla salió disparada hacia arriba, por fin libre de su prisión de tela. Cuando la vio, Raquel quedó alucinada.

—Joder, ¡como la tienes hoy!

—Es que estoy muy cachondo, cariño.

—Tranquilo, que yo me ocuparé de todo.

Le encantaba lo atenta que podía llegar a ser y también esa actitud tan tímida y juvenil. Le ponía tanto. No podía evitar acordarse de esas pelis porno con chicas jovencitas que actuaban de la misma forma, pero que en el fondo eran unas auténticas zorritas. Se trataba del sueño erótico de todo hombre, y aunque su hija no actuaba bajo esas intenciones, involuntariamente, las evocaba.

Con su mano derecha agarró el enhiesto pene y comenzó a acariciarlo. A la muchacha le encantaba ver como retiraba el pellejo de la punta, dejando al descubierto el amoratado glande. Sin dudarlo, pasó su lengua sobre este y comenzó a lamerlo como si de un helado se tratase.

—¡Joder Raquel! —gimió su padre con mucha excitación.

Todo su cuerpo temblaba mientras su hija se dedicaba a lamerle la polla entera. La lengua descendía por su tronco y, luego, ascendía para regresar por el glande. Con la punta rozaba la cálida piel, delineando las gordas venas que se marcaban bajo esta. Ernesto emitió un fuerte bufido cuando la boquita envolvió toda la gorda cabeza, proporcionándole un placer indescriptible.

—¿Cómo lo estoy haciendo esta vez? —preguntó Raquel, sacándose la polla de su boca y masturbándola con su mano.

—De maravilla —decía el hombre mientras cerraba sus ojos y apretaba sus puños— Pero no te detengas.

Y no se iba a detener. Continuando sus atenciones, la chica masturbó a su padre al tiempo que se introducía el duro miembro más y más en su boca. Quería ver hasta donde podría llegar esta vez. Así, sintió como la polla entraba dentro de ella, notando su vigorosidad y consistencia. El sabor caliente y salado impregnaba toda su lengua, mientras relamía cada centímetro de esta. Mientras, Ernesto se hallaba en el cielo. Hacía tanto que no le realizaban una mamada que aquello era fantástico. Raquel se estaba esmerando de maravilla, aunque tenía que reconocer que le gustaba más penetrarla por su apretado coñito. Tener su pene ahí metido sí que era gloria bendita.

La chica comenzó a mover su cabeza de arriba a abajo. Tenía toda la polla encajada en su boca y ahora la hacía deslizar por esta con una facilidad espectacular. Agarró con su mano derecha la base para sostenerla y con la izquierda, le acariciaba los huevos. Su padre llevó sus manos hasta su pelo negro y sin ejercer mucha presión, la guio para que hiciese bien su trabajo. Se sorprendió, esta vez parecía no estar costándole demasiado. Por lo visto, había hallado la postura idónea para chupársela. Y tal como seguía, solo era cuestión de tiempo que terminara por correrse.

—Mi niña, no sé si voy a poder aguantar —le advirtió mientras sentía como le faltaba el aire.

Eso solo hizo que Raquel aumentase el ritmo. En un abrir y cerrar de ojos, Ernesto sintió su polla sufriendo espasmos. Se iba a correr. Quiso decirle a su hija que se detuviese, pero ya era tarde. Sintió todo su cuerpo tensarse y apretando la cabeza de su hija con sus manos, se corrió en su boca. La chica recibió encantada toda la riada de semen que era expulsada. Ya había probado su salado y pegajoso sabor antes, pero recibirlo ahora en espesos horros le encantó. Disfrutando de ello, se lo tragó sin dudarlo.

Cuando todo terminó, el hombre acabó recostado entre la pared y la almohada, algo sudoroso y falto de aire. Miró hacia abajo y contempló a su hija con la polla todavía encajada en la boca. Sin embargo, no tardó en sacársela y la lamió con ternura para limpiarle las últimas gotas de semen. Tras esto, se incorporó y le sonrió de forma cariñosa antes de recostarse a su lado, con su cabeza apoyada en su pecho. Él la envolvió por el hombro con uno de sus brazos para atraerla más.

—¿Te ha gustado? —preguntó.

—Ha sido increíble, cariño —respondió muy complacido—. Hacía tanto que no disfrutaba.

—¿Mami te la chupa?

Que mencionase a su madre no le gustó demasiado, pero decidió contestarle.

—Antes si solía hacerlo, pero últimamente se ha vuelto muy arisca con el tema del sexo. —Se percibía la frustración con sus palabras—. Debe ser cosa del trabajo…

—¡O igual es que tiene un amante que lo hace mejor!

Ernesto miró a su hija con cara de pocos amigos. Ella enseguida supuso que se había pasado con sus palabras.

—Vale, lo siento —se disculpó.

—No importa —dijo el hombre y le dio un beso en la frente.

Ella se volvió a recostar en su pecho y dejaron que el tiempo pasase. Ernesto no dejaba de pensar en lo que hacían, teniendo sexo a espaldas de su mujer y del resto del mundo, siendo parientes de misma sangre. Era un pecado inconcebible, pero le encantaba. Y no solo era el placer sexual, también quería a su hija. Sabía que su matrimonio llevaba arruinado desde bastante tiempo y si aguantaba, era por ella. No solo por su deber como padre, sino porque a su lado, había encontrado un amor verdadero, basado en el cariño y la confianza. Sonaba tan ingenuo y estúpido que se reiría de solo pensarlo, pero allí estaba ahora, gozándolo como pocos.

—Papá, tú ya sabes que yo siempre estaré a tu lado —dijo ella en un leve susurró—. No me separaré de ti…

—Cariño, vamos a dormir —le cortó él—. Que tengas dulces sueños.

—Tú también.

Desde niña, siempre le decía lo mismo. Era la forma que tenía de calmarla porque no podía dormir y lo cierto era que le daba siempre buen resultado. Ahora, la chica cerró sus ojitos y comenzó a descansar. Seguro que esta vez iba a tener algo más que dulces sueños.

Pensó en levantarse para volver a su habitación. No era plan que su mujer regresase a la mañana siguiente y los pillara en semejante situación. Con lo que siempre le costaba ocultar las marcas dejadas por su pasión desenfrenada, no era plan que por algo tan estúpido, los descubriera. Pero tener a la joven desnuda entre sus brazos, descansando y murmurando de vez en cuando “papi”, le parecía tan enternecedor. Solo sería un poquito más. Apagó la luz y él, por una vez, decidió también tener dulces sueños. Aunque solo fuese por un rato.