Buena puta
Entraste con la cabeza gacha, esperando mi aprobación... menuda zorra.
Hay tías con las que tendrías un hijo, tías a las que te follabas con vicio y tías que directamente sólo pueden ser tus putas. Al verte de pie en la puerta, con la mirada gacha, como te he enseñado, no me cupo duda de que para mí siempre serías de las últimas.
-¿Qué, ya has vuelto de tu paseo por el parque?
Entraste en la habitación mientras asentías suavemente con la cabeza. Giré a tu alrededor, estudiándote, mientras permanecías quieta esperando alguna orden. Tenías el ligero vestido blanco de verano lleno de hierba, algunas ramitas en el pelo, las rodillas desolladas de haber estado largo tiempo a cuatro patas. Sólo el pequeño collar de cuero seguía inmaculado en su sitio, indicando como siempre que no eras sino una perra. Metí la mano en tu escote, sabiendo que no tenía que preocuparme por luchar con un sujetador, y te saqué las tetas, marcadas con chupetones y algún mordisco no muy fuerte rodeando un pezón.
-Um, veo que hoy se lo han pasado bien.
Te levanté la falda. Nada de braguitas, por supuesto, y el coño enrojecido pero bien afeitado. Sin avisar, te penetré con dos dedos. Pusiste mala cara pero entraron fácil. Hasta el fondo.
-Otra vez has dejado que te quiten las putas bolas chinas.
Los saqué llenos de semen y metí uno en tu ano, aún más irritado e igualmente lleno de lefa. Ahí ya gruñiste entre dientes, pero fuiste capaz de guardar la compostura. Lo saqué y me olí el dedo.
-Bueno, al menos ya se han acostumbrado a darte por culo con lubricante, no me gusta que te hagan sangrar.
Me limpié la mano en tu pelo, dejando un puñado de mechones apelmazados, pero aún quedaron restos suficientes como para ensuciarte la cara cuando te cogí por la barbilla, obligándote a mirarme a los ojos.
-¿Tienes algo que decir?
Abriste por primera vez los labios y pude ver como desbordaba semen por tus comisuras, tanta leche dentro de tu boca que debías de haberla guardado desde hace al menos tres o cuatro mamadas. Tras demostrarme una vez más tu obediencia tragaste con dificultad, controlando el más que probable impulso de relamerte la boca, dejando que los regueros de lefa bajaran por tu mandíbula y gotearan sobre tu pecho.
-No, amo -contestaste. -Buena puta...