Buena idea, en el jardín
Salimos al jardín para cambiar la rutina
Al principio me pareció arriesgado cuando mi mujer Rebeca tras una de sus ideas espontáneas decidió que termináramos la sesión de sexo con la que llevábamos unos veinte minutos, en el jardín de la casa que habíamos alquilado para pasar unos días de relax que pudimos tomarnos haciendo hueco a mediados de febrero. No estábamos a más de doscientos quilómetros de casa pero la cuestión era desconectar durante tres días.
Yo la seguí medio a tientas por la casa ya que estaban las persianas bajadas y solo podía distinguir su silueta entre la penumbra. Abrió la puerta principal de la casa y entonces mi preocupación casi desapareció ya que eran las ocho y media de la tarde, en febrero, no había luz en el jardín (si no la encendíamos) y en el día y medio que llevábamos allí tan solo habían pasado dos furgonetas por el camino a medio día. Podíamos disfrutar del sexo al aire libre y con escaso riesgo de ser descubiertos. La luna ofrecía una luz tenue que no alumbraba mucho más que en el interior de casa, así que pude observar un poco mejor la desnudez de rebeca pero dejando sobre ella halo delicioso de los claroscuros.
Primero puso ambas rodillas sobre el suelo y poco a poco se reclinó hacia delante, quedándose totalmente a cuatro patas, nos habíamos quedado en el punto álgido de la sesión y yo aún mantenía una prominente erección mientras que ella seguía igual de húmeda por lo que no me costó empezar a buen ritmo a penetrarla mientras agarraba su culo con ambas manos.
Ella daba ligeros gemidos casi imperceptibles pero que aumentaban mi excitación, en el espacio en que me recliné hacia delante para juntar mi lengua con la suya, me pareció escuchar algo al otro lado de la valla tapada con setos y me dio la impresión de ver una luz que desaparecía. Pero enseguida caí en la cuenta que la sangre no la tenía precisamente en el cerebro, lo que podía hacerme ver lo que no había. El calor del polvo nos hacía sudar a ambos y aunque hacía frío en el exterior, casi nos sobraba la ropa que llevábamos en la parte de arriba; yo seguía con la camisa y ella con un vestido subido hasta la cintura para que pudiera acceder a su precioso e imponente culo redondo.
Mientras terminaba de remangarme sin dejar de entrar y salir de mi esposa, giré la cabeza un momento hacia la puerta del jardín, que era la única zona desde donde se podía ver el exterior y el exterior nos podía ver a nosotros. Y entonces sí que me quedé helado al ver la figura de un hombre, delgado, con ropa de corredor: mallas, camiseta térmica, gorro, guantes y algo en la cabeza que supuse que sería una linterna para ver en la oscuridad, con lo que comprendí que sí que había visto una luz apagándose momentos antes.
-¿Por qué paras?-Dijo Rebeca levantando la cabeza y apartándose el pelo de la cara. Entonces giró la cabeza también hacia la puerta y vio lo mismo que yo. Absurdamente se cubrió los pechos siendo que los llevaba tapados por el vestido; imagino que como reacción inconsciente, pero hubo una contradicción entre su pudor al taparse y el calor y la humedad que yo noté que aumentaba en su vagina -Joder, da igual, ahora termina- Nunca pensé que ella fuera capaz decir algo así en esa situación, pero el caso es que lo dijo. Yo no sabía muy bien que hacer, el enigmático corredor, había dado dos pasos para atrás cuando lo descubrimos, pero tras escuchar las últimas palabras de Rebeca había vuelto a acercarse a la puerta. El morbo superó a mi sentido común y entonces volví a follar aún más duro que antes el coño de mi mujer. Ahora sí que se podían escuchar sus gemidos, había subido el tono para terminar de poner enfermo al mirón y acompasaba mis movimientos con los suyos de cintura.
Me di cuenta que el hasta entonces convidado de piedra, había empezado a actuar y se masturbaba dirigiendo su mirada hacia el culo de mi mujer, aunque yo no alcanzaba a verle los rasgos de la cara, estaba claro que se le estarían saliendo los ojos de las órbitas. Rebeca se dio cuenta de que yo estaba a punto de correrme así que se dio la vuelta y volvió a ponerse a cuatro patas, pero esta vez llenándose la boca con mi polla y dejándole en primer plano al corredor la silueta de su culo con la rajita en medio. Me hizo tan buena mamada que tarde unos segundos en derramarlo todo sobre el césped, y aún exhausto me levanté para lamer el clítoris de Rebeca –No, ponte a mi lado y házmelo solo con el dedo que me gusta mucho- Le obedecí, me puse de rodillas a su lado y mientras ella levantaba su cabeza para besarme, empecé a juguetear con su coñito. Ella gemía en mi oído y se abría con su mano derecha el culo para sentir mis dedos recorriendo su entrepierna. Yo decidí centrarme en frotar su clítoris con agresividad mientras hacía alguna interrupción para introducirle dos dedos. Casi había olvidado que había un extraño mirando, pero cuando me volvió a la mente puse mis ojos sobre él y en ese momento dio un rugido y Rebeca y yo supimos que se había corrido, porque ella también giró la cabeza y se quedó fija mirando los espasmos del desconocido.
Unos instantes más tarde mi mujer terminaba entre intensos suspiros por correrse entre mis dedos y cuando los dos caímos al césped muy cansados, observamos que ya no había nadie. -Espero que no se desmaye por el camino de vuelta- Dijo Rebeca, y los dos nos reímos.